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Victoria y Melbourne: Altar o Mortaja (7)

en Erotismo y Amor

Capítulo 7: Nuestra Auténtica Noche de Bodas.

“Y perdido entre tu pelo

Soy un justo que ha ido al cielo

Sin haber pisado nunca misa”.

Extracto de la letra de la canción romántica "Luces de Bohemia para Elisa", del año 1986, del compositor español José María Cano y cantada por el cantante mexicano Emmanuel.

(Nota: los capítulos anteriores de éste relato, más románticos y menos eróticos, los publiqué en la sección Otros Textos, pero consideré que éste capítulo era más apropiado en ésta sección. En cualquier caso, tanto en aquella sección como en mi perfil de usuario los encuentran con facilidad).

Lord Melbourne caminaba apoyado en un bastón hacia la salida principal del Palacio de Buckingham, y en su camino se encontró con Sir Robert Peel, y ambos se saludaron cortésmente.

-Sir Robert, ¿Cómo está usted? – preguntó Lord Melbourne.

-Bien, ¿y usted como está Lord Melbourne? - contestó Peel.

-Bien… recuperándome satisfactoriamente, aunque como usted ve tengo ahora una tercera pierna – contestó Lord Melbourne.

-Ya veo… pero me alegro de que ya esté de pie. Todos estamos contentos de su recuperación, Lord Melbourne – dijo Peel.

-Muchas gracias Sir Robert. ¿Y cómo va el trabajo con Victo… con Su Majestad? – dijo Lord Melbourne y se avergonzó un poco por casi haberse referido a Victoria por su nombre de pila frente a Peel.

- ¡Bastante bien! – contestó Peel, con una sonrisa divertida e irónica al ver el momento embarazoso reflejado en el rostro de Lord Melbourne – Su Majestad la Reina está siendo muy amable conmigo y me está poniendo las cosas muy fáciles. Nunca pensé que como Primer Ministro iba a tener una relación de trabajo tan buena con la Reina Victoria.

“¡Como para no serlo!” pensó Lord Melbourne. Victoria estaba apoyando con entusiasmo a su nuevo Primer Ministro, porque a cambio Peel estaba luchando para apoyar a la Reina en su decisión polémica de casarse con Lord Melbourne. Y había que reconocer que Peel había pagado un precio político por ello.

Como era de esperarse el anuncio de la decisión de la Reina causó una tormenta; después del sorpresivo cambio de gobierno y cuando apenas Robert Peel se había instalado en el despacho de Primer Ministro, tuvo que acompañar a Victoria a la reunión del Consejo Privado donde ella hizo el anuncio oficial…

La reunión del Consejo Privado fue una pesadilla para Victoria, que terminó enfadada y con dolor de cabeza; la incredulidad de muchos fue seguida por las protestas de los más tradicionalistas. Pero la sorpresiva reacción del Duque de Wellington y del tío de Victoria, el Duque de Sussex, dejó desconcertados a muchos, especialmente a los que se oponían a la unión. Había que reconocer que el Duque de Wellington se portó muy bien, desde el punto de vista de Victoria y Lord Melbourne; defendió con elocuencia y pasión la decisión de la Reina, y se enfrentó hábilmente a los críticos de la unión. También la defensa del Duque de Sussex fue decisiva, por ser tío de Victoria e hijo del recordado Jorge III, y que era visto como el defensor de las esencias tradicionales de la Monarquía en el seno de la Familia Real.

El que más daño hizo fue el Duque de Cumberland (que simultáneamente era Rey de Hanover), otro tío de Victoria; su discurso fue muy hiriente y casi ofensivo con su sobrina. Victoria tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse y no responder de forma airada a su tío; también tuvo que dominarse para no llorar de rabia, aunque sus ojos se humedecieron. Pero el ataque del Duque de Cumberland quedó en parte desvirtuado por el hecho de que él era parte interesada, ya que sí su sobrina tuviera que abdicar él se convertiría en Rey de Gran Bretaña. El respaldo de Wellington, Sussex y Peel a Victoria, y la dignidad y elocuencia con que ella defendió su postura, consiguió al final un apoyo renuente del Consejo Privado a su matrimonio con Lord Melbourne.

En el Parlamento la situación no fue fácil tampoco. A pesar del apoyo de los líderes principales de los dos grandes partidos políticos, el Partido Conservador y el Partido Whig, muchos miembros whigs y sobre todo conservadores tanto de la Cámara de los Lores como de la Cámara de los Comunes criticaron fuertemente la decisión de la Reina y pusieron muchos obstáculos para alcanzar acuerdos sobre las condiciones del matrimonio y el estatus del futuro consorte de la Reina. Una vez más tuvo mucho que ver en ello el siniestro Duque de Cumberland que intentaba manipular la situación para forzar a su sobrina a abdicar, intentando generar una crisis política o incluso constitucional.

En la prensa también hubo mucho debate, porque, aunque los líderes tories y whigs pidieron a los editores y columnistas cercanos a sus respectivos partidos que ayudaran a generar un estado de opinión pública favorable al matrimonio, hubo unos cuantos articulistas y columnistas que criticaron enérgicamente la decisión real. Pero la oportuna filtración a la prensa de los informes confidenciales de los que había hablado Victoria con Peel y Wellington, y otros más, desacreditó las opciones de un matrimonio con un príncipe extranjero, especialmente con Alberto. Al mismo tiempo eso generó una campaña de propaganda a favor del “candidato inglés”, una campaña nacionalista a favor de que la Reina se casara con un británico y no con un extranjero. Esa campaña exaltaba las virtudes de Lord Melbourne, presentándolo como un digno ejemplo de un caballero inglés, con todas las virtudes que tiene el pueblo británico. Se recordaba constantemente el valor de Lord Melbourne al salvar la vida de la Reina, su futura esposa.

Fueron tiempos difíciles para Victoria y Lord Melbourne, ansiosos y preocupados por el desarrollo de los acontecimientos. Pero lentamente la balanza se inclinó a favor de las pretensiones de Victoria, y el gobierno tory de Peel con la colaboración de la oposición whig, consiguió aprobar en el Parlamento todas las estipulaciones del estatus del futuro consorte de la Reina, satisfaciendo las demandas mínimas de Victoria, para preservar la dignidad de Lord Melbourne y garantizar el derecho a la sucesión de los futuros hijos de la pareja.

Mientras tanto Lord Melbourne se recuperó de sus heridas y pudo comenzar a caminar, aunque con cojera por la herida sufrida en el muslo, lo que le permitió salir del dormitorio de huéspedes donde había estado desde el intento de asesinato. Victoria estaba feliz de poder hablar con él en su oficina y en otros salones del Palacio, y comer con Lord Melbourne en su estancia privada. Pero Lord Melbourne no aceptó que ambos durmieran juntos de nuevo, pues él quería “respetarla” hasta que su matrimonio fuera consagrado de nuevo, ésta vez ante todo el país.

Así estaban las cosas, cuando Lord Melbourne decidió regresar a su casa de campo de Brocket Hall, a pesar de la oposición de Victoria. Él insistió que era lo mejor para no avivar la polémica. Y en el momento en que se disponía a irse, se encontró con el Primer Ministro Peel, que se marchaba después de despachar con Victoria.

-Sir Robert, yo siempre intenté decirle que Su Majestad es muy profesional, y que en el fondo no tenía ninguna prevención con respecto a usted. Solo hay que encontrar la manera de entenderla y trabajar con ella, y todo discurre maravillosamente. En cualquier caso, sinceramente me alegra mucho que usted y ella colaboren tan bien – dijo Lord Melbourne, con gesto amable y sincero.

-Le creo Lord Melbourne… pero dígame, aunque ha pasado poco tiempo, ¿no extraña el ser Primer Ministro? Sabiendo que no volverá a serlo – preguntó Peel con cortesía y sincera curiosidad.

-Sir Robert, honestamente le digo que no. Yo sé que suena extraño en alguien que se ha dedicado a la política, pero en realidad yo nunca ambicioné particularmente gobernar el país. La primera vez que acepté ser Primer Ministro, con el Rey Guillermo, lo hice por un sentido de responsabilidad, y también la segunda vez que se me encargó formar gobierno. Yo estaba dispuesto a dimitir hace mucho tiempo, pero entonces el Rey enfermó y murió, y luego… me quedé por la Reina… por Victoria – contestó Lord Melbourne, y terminó pronunciando el nombre, porque después de todo pensó que debía acostumbrarse a su nueva situación en la que ya no sería un sacrilegio referirse a Victoria por su nombre en frente de terceras personas.

-Entiendo, Lord Melbourne. Siendo honesto, ser Primer Ministro ha sido mi mayor ambición en la vida… gobernar el país le ha dado sentido a mi existencia. En todos estos años en que usted y yo nos hemos alternado en los cargos de Primer Ministro y líder de la oposición, usted ha sido un rival honrado y leal, un adversario honorable, y sí había algo que me molestaba de usted es que usted sin tener ambición tenía el poder que yo deseaba, y que usted ejercía a regañadientes. Pero me alegra que al final usted haya obtenido lo que más deseaba en la vida… ¡será interesante convivir con usted como consorte de la Reina! – replicó Peel extendiendo la mano.

-Lo mismo digo Sir Robert, y le deseo mucha suerte – contestó Lord Melbourne, estrechándole la mano, con una sonrisa amable.

En ese momento Victoria apareció en la estancia.

- ¡Haciéndose amigos, caballeros! – exclamó con una sonrisa radiante y con su mano sujetó orgullosa el brazo de Lord Melbourne, en un gesto posesivo, como sí fuera una chica normal con su prometido, haciendo que Lord Melbourne luciera un poco avergonzado frente a Peel.

-Señora, en el fondo siempre hemos simpatizado un poco el uno por el otro, solo que la política nos obligaba a ser adversarios – contestó Peel divertido.

-Le creo Sir Robert… William siempre me ha hablado muy bien de usted – dijo Victoria encantadora.

Lord Melbourne y Peel rieron, Lord Melbourne un poco avergonzado y al mismo tiempo alegre porque Victoria lo tratara como su prometido frente a Peel, y por su parte Peel un tanto asombrado y a la vez divertido. “Ya lo llama por su nombre de pila frente a los demás” pensó Peel.

-La entrevista hoy ha sido muy productiva y amena Sir Robert… me siento muy satisfecha trabajando con usted – agregó Victoria, encantadora.

- ¡Muchas gracias Majestad! Con su permiso debo volver a la Cámara – replicó Peel, contento.

-Vaya Sir Robert – dijo Victoria extendiendo la mano para que Peel besara el dorso como despedida protocolaria.

Al marcharse Peel, Victoria se dio la vuelta y se estrechó al cuerpo de Lord Melbourne, dándole un suave beso en los labios.

- ¿Ves lo que hago por ti? Hasta me hice amiga de Sir Robert – dijo Victoria con su sonrisa dulce y radiante, con gesto de niña buscando aprobación.

- ¡Victoria, mi chiquilla! Me parece mentira todo, me cuesta acostumbrarme a no ser tu Primer Ministro sino tu futuro esposo. ¡Me suena tan raro oírte llamarme por mi nombre delante de los demás! – replicó Lord Melbourne acariciando la mejilla de ella.

- ¿Y te hace feliz? – preguntó Victoria con ojos de cachorrito.

- ¡Me hace el hombre más feliz de todo el mundo! – contestó él, con gesto y mirada de hombre enamorado.

Ella enterró la cara en el pecho amplio y fuerte de Lord Melbourne.

- ¡No te vayas! Quédate aquí hasta la boda – le dijo Victoria, con anhelo de no apartarse de él.

-Victoria ya lo hemos hablado – replicó Lord Melbourne levantándole la barbilla con su mano para verla a los ojos – No quiero alimentar las maledicencias de nuestros críticos… tú debes entender que lo hago por ti, para proteger tu imagen. Debo cuidar el honor de la mujer que amo.

-Lo entiendo Lord M, pero me cuesta mucho estar separada de ti… quiero vivir contigo, bajo el mismo techo, tenerte a unos pasos de distancia de mí todo el día. Quiero amanecer y dormirme a tu lado, no quiero volver a separarme de ti ni un solo día por el resto de nuestras vidas – le dijo Victoria desesperada de amor.

- ¡Y yo también lo deseo, Victoria! Pero debemos tener un poco de paciencia… en unos días estaremos unidos ante todo el país, y tendremos derecho a vivir juntos sin ocultarnos de nadie, sin mancillar tu honor – replicó Lord Melbourne cerrando su mano como unas tenazas, aprisionando la barbilla y las mejillas de Victoria.

- ¡Quisiera ir a visitarte a Brocket Hall! – exclamó Victoria ilusionada.

-Victoria… quiero que cuando tú entres a Brocket Hall de nuevo, lo hagas como mi esposa, como dueña de la casa… no es tan suntuosa como Buckingham, pero es mi hogar, y aparte de mi amor, es la ofrenda que quiero darte. Quiero verte ejercer de dueña y señora de Brocket Hall… pero no te preocupes, vendré todos los días a almorzar contigo, hasta el día de la boda – le dijo Lord Melbourne sin quitar la mano de la cara de Victoria, acariciando su mejilla con el dedo pulgar.

- ¡Las horas se me harán eternas Lord M! – exclamó Victoria.

- ¡Y a mí, Victoria! Pero mi recompensa será verte el día de nuestra boda, hermosa y radiante, caminando hacia mí – replicó Lord Melbourne, y acercándose al oído, le susurró – Y nuestra noche de boda, quiero verte con un camisón de dormir como el que usaste la noche de nuestra primera boda – agregó con tono varonil de deseo.

Victoria se sonrojo y se echó a reír entre nerviosa y excitada, y luego ambos juntaron sus labios, y se besaron. Un beso que comenzó despacio, y luego se fue haciendo más profundo y apasionado, incluso desesperado. Lord Melbourne rodeó la cintura de ella con un brazo, y la atrajo contra él con fuerza… mientras con su boca devoraba la boca de Victoria. Ella sentía que se quedaba sin aliento, que iba a desfallecer en sus brazos, pero se entregaba gustosa. Él sentía el deseo de arrancarle la ropa y poseerla, y en su beso canalizaba todo aquel deseo ardiente. Hasta que ambos escucharon una tos ronca…

Se separaron como sí cada uno hubiera recibido una descarga eléctrica de parte del otro, como sí hubieran sido sorprendidos cometiendo un acto vergonzoso y pecaminoso. Y entonces vieron a la Baronesa Lehzen de pie frente a ellos…

-Lord Melbourne, vuestro carruaje lo espera, para transportarlo a Brocket Hall – dijo Lehzen sin hostilidad en la voz, pero muy seria y con mirada acusadora.

-Gracias, muchas gracias… Baronesa…Yo, bueno, yo creo que debo despedirme… mañana vendré a visitarte Victoria… Hasta luego Victoria, hasta luego Baronesa – respondió Lord Melbourne torpe y avergonzado, como sí fuera un chico adolescente sorprendido besando a la chica que le gusta por la madre de la chica, una emoción que no había sentido en años, y luego salió caminando con cierta dificultad, apoyándose en el bastón.

- ¡Adiós Lord M! – dijo Victoria con tristeza al verlo alejarse, y luego se dirigió enfadada a Lehzen – Lehzen, ¿con qué derecho me avergüenzas así?

-Lo siento, pero me parece recordar que Su Majestad me dijo que yo era como una madre para ella. Y sí es así, el deber de una madre es cuidar la virtud de su hija – respondió Lehzen con frialdad, pero con cierto tono de reproche, la manera más cercana a la insolencia con la que le había hablado a Victoria desde que era Reina.

- ¡Pero Lord Melbourne es mi esposo, Lehzen! ¿Se te olvidó? – le dijo Victoria en un susurro.

- ¡En secreto, señora! Pero yo no veo la alianza matrimonial en su mano, Majestad, ni he visto una ceremonia oficial y pública como Dios manda. Por eso, sí Su Majestad fuera mi hija, yo no la entregaría a su marido hasta que las cosas estén bien hechas, y yo pudiera decir ante todos con orgullo: “¡Ésta es la hija que entrego casta y pura a su marido ante los ojos de Dios!” He dicho, señora – replicó Lehzen, en tono de matriarca de la familia.

Victoria se quedó boquiabierta, y luego se puso enfurruñada como una niña.

- ¡Eres insoportable cuando te pones así! – protestó Victoria.

Pero luego se quedó viendo el rostro adusto de su antigua institutriz, ese rostro que en el fondo ella tanto adoraba, y entonces una sonrisa dulce asomó a sus labios. Y entonces se acercó a Lehzen y le dio un tierno beso en la mejilla, que reaccionó sorprendida.

-Mi querida segunda Mamá – dijo Victoria acariciando una mejilla de Lehzen - ¿No deseas ayudar a “tu hija” a probarse el vestido de novia? El vestido con el que la vas a entregar “casta y pura a su marido” – agregó poniendo esa mirada de niña que derretía a su institutriz.

La fría y estoica Lehzen no pudo evitar emocionarse, y sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras sonreía con ternura. Victoria se acercó y le dio otro beso en la mejilla.

- ¡Te quiero Lehzen! – Victoria le susurró al oído.

- ¡Te quiero Drina! - contestó Lehzen, también en un susurro.

- ¡Vamos, mi refunfuña Lehzen! – dijo alegre Victoria y agarrando a Lehzen del brazo, estrechó su cuerpo a de ella, y así la hizo caminar a su lado – Quiero tu opinión del vestido, hay un par de detalles que creo que podríamos…

Las dos se fueron caminando muy juntas, y cualquiera que las hubiera visto sin conocerlas hubiera jurado que eran una madre y una hija muy unidas…

Algún tiempo más tarde, Victoria estaba a solas en su dormitorio con la señorita Skerrett, y entonces aprovechó para conversar un tema privado con ella…

-Señorita Skerrett, hay una cosa que quería hablar con usted… y quería hacerlo cuando no estuviera presente la Baronesa Lehzen – dijo Victoria en tono enigmático como sí se tratara de una conspiración.

-Usted dirá, Su Majestad – contestó la señorita Skerrett, con devoto respeto, como siempre que hablaba con la Reina.

-Por favor, acerque una silla y siéntese cerca de mí – replicó Victoria con cautela, como sí ella temiera que alguien estuviera espiándolas.

Intrigada, la señorita Skerrett acercó una silla y se sentó frente a frente con la Reina, a corta distancia.

-Verá señorita Skerrett, mi matrimonio… bueno, en realidad mi segunda boda como usted ya sabe, está muy cerca. Y hay cosas que yo necesito saber… Cosas que yo no le puedo preguntar a nadie más. Y tal vez usted pueda ayudarme – dijo Victoria inusualmente nerviosa, retorciendo las manos.

-Sí puedo ayudarla Majestad, usted sabe que lo haré con gusto, es mi deber – respondió Skerrett con una sonrisa amable.

-Bueno, en ésta ocasión quizás no está exactamente entre sus deberes, más bien sería entre los deberes de una amiga… Verá señorita Skerrett, lo que necesito saber es… todo acerca del “amor físico” entre hombres y mujeres. Lo que sucede en la noche de bodas – declaró Victoria viendo a los ojos a la señorita Skerrett, con mirada ansiosa y su rostro sonrojado.

-Oh… ya veo – respondió la señorita Skerrett, también sonrojada y algo nerviosa.

-Skerrett, yo no tengo a quien preguntarle esto… como usted sabe en éste momento mi relación con mi madre no pasa por su mejor momento – dijo Victoria diciéndolo de una manera suave, pues su madre, la Duquesa de Kent, estaba furiosa desde que Victoria anunció su intención de casarse con Lord Melbourne y luego de una agria discusión entre madre e hija en la que ambas intercambiaron reproches y palabras hirientes, apenas se dirigían la palabra y la Duquesa casi no salía de sus estancias en el ala del Palacio donde Victoria la había obligado a instalarse desde que se mudaron al regio edificio – y por supuesto no puedo preguntarle a Lehzen, porque ella es una casta solterona y porque además, me da vergüenza hablar de estos temas con ella. Podría preguntarles a mis amigas Emma y Harriet, que son casadas, pero también me da vergüenza preguntarles a ellas por estos temas tan… delicados.

-Entiendo Majestad, es más fácil conversarlo con alguien como yo, que es de su confianza, pero pertenece a la servidumbre de Palacio – contestó Skerrett.

-No quise ofenderla – contestó Victoria en tono de sincera disculpa.

-No se preocupe Majestad, no me ofende, lo comprendo… pero, disculpe mi indiscreción, yo pensé que usted y Lord Melbourne… la noche de la primera boda… usted sabe – preguntó la señorita Skerrett, con bastante vergüenza.

- ¡Oh, no! – contestó Victoria con una risita nerviosa y avergonzada, recordando lo que la señorita Skerrett había visto al día siguiente – Esa noche no sucedió… es decir, nosotros solo nos besamos y acariciamos, pero… creo que lo principal no ocurrió – agregó Victoria sintiendo que era quizás la conversación más embarazosa que había tenido en su vida.

-Ya veo – replicó la señorita Skerrett, que se sentía igual de incomoda que Victoria.

-Necesito saber… lo más importante. Como una mujer… pierde su virginidad. Yo sé que usted es soltera, como yo era hasta hace poco… y como sigo siendo a los efectos prácticos. ¡Y no me cabe duda de su virtud! – aclaró Victoria preocupada porque la señorita Skerrett se sintiera ofendida en su dignidad – Pero pensé que quizás usted tiene amigas casadas, amigas de nuestra misma edad, con las que usted haya crecido y con las que tenga el grado de confianza para hablar de esos temas tan sensibles. Como usted sabe yo crecí muy sola, sin amigas, y no tengo esa confianza con ninguna mujer de mi edad… a excepción quizás de usted – Victoria vio un destello de orgullo en el rostro de la señorita Skerrett cuando ella dijo eso – Por favor, sí usted puede ayudarme, necesito que lo haga.

Skerrett vio a Victoria, su gesto de ansioso nerviosismo y pensó que en el fondo era una chica de su edad, solo que había tenido una infancia y una adolescencia muy solitarias, y sintió compasión por ella. Por supuesto que tenía la información que necesitaba la Reina, aunque no la conocía por los medios que imaginaba Victoria, sino por otros medios que seguramente escandalizarían a la Reina. Pero Victoria era tan inocente, tan ingenua… Podía ayudarla, el problema era como encontrar las palabras para explicárselo nada menos que a una Reina de Inglaterra…

-Bueno, usted tiene razón… tengo amigas “casadas” de mi edad – dijo la señorita Skerrett pensando “sí la Reina supiera que en realidad esas amigas son prostitutas de la calle” – y he conversado con ellas de esos asuntos… Puedo decirle lo que necesita saber, Majestad.

- ¡Se lo agradezco señorita Skerrett! – exclamó Victoria ilusionada.

-Bueno Majestad… ya sabe que primero hay besos y caricias, eso es lo que llaman los “preliminares” … pero el acto principal, el momento culminante de la relación carnal entre un hombre y una mujer, es cuando… cuando el hombre está dentro del cuerpo de la mujer – dijo la señorita Skerrett roja como un tomate.

- ¿Dentro? ¿Y cómo puede estar dentro? – preguntó Victoria con inocencia y confundida.

“¡Dios mío, como puede ser tan inocente!” pensó la señorita Skerrett desesperada...

-Bueno, es que… es solo una parte del cuerpo del hombre – respondió la señorita Skerrett, pero seguía viendo la confusión en el rostro de Victoria – Majestad, pido permiso para acercarme a usted y susurrarle al oído – agregó nerviosa y algo desesperada, pero sin perder los modales que dictaba el protocolo.

-Si, por supuesto, acérquese – replicó ansiosa Victoria.

Skerrett se puso de pie y se acercó a Victoria, e inclinándose se acercó mucho a ella, y acercó sus labios al oído de la Reina, y le susurró… los ojos de Victoria se abrieron mucho, como platos, y se puso roja como un tomate cuando escuchó lo que la señorita Skerrett le decía con las palabras más delicadas que fue capaz de encontrar. Al terminar de hablar, la señorita Skerrett se separó de la Reina y se sentó de nuevo, con el rostro también rojo como un tomate.

-Pero… eso es… ¡Dios mío! – exclamó Victoria con una risa nerviosa y con ganas de cubrir su rostro con las manos de la vergüenza - ¿Estás segura?

La señorita Skerrett tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa…

- ¡Bastante segura, señora! – contestó Skerrett, con una sonrisa divertida viendo el cómico gesto de incredulidad y espanto de Victoria.

- ¡Dios mío! – dijo Victoria, y su gesto de incredulidad se convirtió en uno de picardía, y luego se convirtió en uno de miedo – Pero Skerrett, ¿”eso” duele?

-Bueno… si duele, señora – comenzó a responder la señorita Skerrett y vio que la Reina realmente se asustaba – Pero depende… - se apresuró a agregar para tranquilizarla – la primera vez es cuando más duele… las mujeres tenemos… ¿Cómo se lo explico, Majestad? Bueno, tenemos algo parecido a un pedazo de piel en el interior de nuestro sexo… la primera vez que una mujer tiene una relación carnal con un hombre ese pedazo de carne se rompe y la mujer sangra un poco, y así se sabe que era virgen – Skerrett vio que Victoria se horrorizaba más – por eso esa primera vez duele más… las veces siguientes también duele, pero menos. Pero el dolor depende de otras cosas… por ejemplo, depende del tamaño…

- ¿El tamaño? – preguntó Victoria confusa.

-De esa parte del cuerpo del hombre, señora – respondió Skerrett.

-Entiendo… entonces, ¿el tamaño no es igual para todos los hombres?

Skerrett tuvo que sofocar una risa ante la pregunta de Victoria…

- ¡No, Majestad! Hay casi tantos tamaños como hombres existen… unos más grandes, otros menos y algunos muy pequeños… y por supuesto los más grandes son los que producen más dolor.

-Ya veo… ¿y de qué más depende? – preguntó Victoria nerviosa.

-Bueno Majestad, cuando a una mujer le gusta mucho un hombre, cuando se siente atraída por él, el cuerpo de la mujer responde mejor al cuerpo del hombre… bueno, es una manera de decirlo. Entonces, cuando la mujer siente más placer, siente menos dolor o el dolor es más soportable… por el contrario, sí la mujer no siente deseo por el hombre, sí practica el acto carnal por obligación, el dolor puede ser mayor y más desagradable – contestó Skerrett.

- ¿En serio? – replicó Victoria con el gesto cómico de quien se está enterando de algo asombroso – Bueno, eso me tranquiliza un poco – agregó con cierto alivio reflejado en el rostro.

-También depende del hombre, señora. Sí el hombre es muy brusco, y muy desconsiderado, puede hacerle más daño a la mujer, producirle más dolor. Pero sí es gentil y delicado con la mujer, sí la trata con sensibilidad, le causa menos dolor. Lord Melbourne es muy dulce con usted, Majestad, y además con la experiencia que tiene con otras mujeres seguro que sabe como tratarla para lastimarla lo menos posible, Majestad – dijo Skerrett tranquilizadora.

- ¿Otras? Aparte de su primera esposa, ¿Lord Melbourne ha tenido ese tipo de relación con muchas mujeres? – preguntó Victoria y su tono reflejaba celos y cierto disgusto.

La señorita Skerrett en su mente maldijo la inocencia de la niña, y pensó que había metido la pata.

-Su Majestad… es normal que los hombres tengan relaciones carnales con diferentes mujeres a lo largo de su vida, porque los hombres lo necesitan con más desesperación que nosotras las mujeres. Y Lord Melbourne es un hombre guapo, elegante, poderoso y rico… es normal que haya tenido romances con unas cuantas mujeres. Pero no sé sí han sido muchas o pocas. Por lo que sé desde que usted es Reina y lo conoce, no ha tenido relación con alguna otra mujer… por lo que yo sé. Pero lo que debe tener en cuenta Majestad, es que los hombres pueden tener relaciones carnales con muchas mujeres, pero se enamoran realmente pocas veces en su vida. Lord Melbourne se ha enamorado solo dos veces en su vida, es lo que todo el mundo dice – contestó la señorita Skerrett con empatía.

-Lo sé… pero quisiera pensar que no han sido muchas – replicó Victoria aún celosa – Pero estoy de acuerdo en que Lord Melbourne será considerado conmigo – agregó volviendo a sonreír nerviosa.

-Majestad, sí me permite decirlo, lo mejor que puede hacer es relajarse y dejarse llevar… usted debe dejar todo en manos de Lord Melbourne, él con su experiencia y amor por usted la hará sentir feliz y satisfecha – dijo con amabilidad la señorita Skerrett.

-Tienes razón… muchas gracias por tu amable ayuda – contestó Victoria con una sonrisa amistosa y alegre – ¡Definitivamente esto es algo que nunca podría hablar con Lehzen! – agregó y se echó a reír, haciendo que la señorita Skerrett también se echara a reír, y por un momento parecían dos buenas amigas gozando de un rato de complicidad.

Al día siguiente, cuando fue a visitarla, Lord Melbourne notó a Victoria un poco rara y observó con extrañeza que Victoria parecía fijarse mucho en la parte inferior de su cuerpo, por debajo de su cintura… pero lo descartó como imaginaciones suyas.

Los días se pasaron rápidamente, y al fin llegó el día de la segunda boda de Victoria y Lord Melbourne (la única a los ojos de casi todo el mundo, a excepción de las pocas personas que participaron en la primera boda, la secreta). El 10 de febrero de 1840 en la Capilla Real del Palacio de St. James se celebró la solemne ceremonia pública y oficial de la boda de Victoria con Lord Melbourne. Al principio el novio aparentaba estar muy nervioso, pero cuando vio a Victoria avanzando al altar del brazo del Duque de Sussex (el tío de Victoria que mejor se llevaba con ella y que había defendido su decisión de casarse con Melbourne), los nervios de Lord Melbourne se disiparon y fueron reemplazados por el embeleso con el que veía a la mujer que amaba, que lucía más bella y radiante que nunca, en su espectacular vestido de raso de color blanco.

La madre de Victoria, la Duquesa de Kent, contemplaba el paso de su hija en dirección al altar. Victoria y ella habían tenido una emotiva conversación un par de días antes del matrimonio, y aunque la Duquesa seguía oponiéndose al matrimonio, aceptó asistir por deber y por amor a su hija. La madre de la Reina veía a su hija con sentimientos contradictorios, con tristeza y disgusto por la elección de su hija, pero al mismo tiempo orgullosa y conmovida. La Duquesa no pudo evitar llorar…

En otro rincón la otra “madre” de Victoria, la Baronesa Lehzen, la veía conmovida y feliz por ella. La Baronesa intentaba mantener su máscara fría e inexpresiva, pero sabía que más temprano que tarde iba a terminar llorando. A su paso Victoria le sonrió a ambas, tanto a su madre como a su antigua institutriz y ellas le devolvieron la sonrisa.

El Primer Ministro Sir Robert Peel se veía algo cómico en su atuendo ceremonial, sosteniendo la gran espada ritual y caminando por delante del cortejo formado por Victoria, su tío y las damas de honor. En otra ocasión Lord Melbourne hubiera sonreído divertido, pero en ese momento solo tenía ojos para ver a Victoria que caminaba detrás de él. En otro sitio el Duque de Wellington, en su uniforme de gala, contemplaba la escena con respeto, pero también con cierta divertida ironía, pensando en lo increíble que hubiera sido apenas unos meses antes imaginar semejante boda entre la Reina y un político en la etapa final de su ejercicio como Primer Ministro y cerca de retirarse de la vida pública. Él que también había sido Primer Ministro ni en sus más osados sueños hubiera imaginado casarse con una mujer de la Familia Real, y menos con la Reina. Pero los tiempos estaban cambiando, y reconocía que la Reina había sido muy hábil para manipular a experimentados y cínicos políticos que tenían edad para ser sus padres o abuelos, para salirse con la suya. Sentía mucha curiosidad por saber el rumbo que iba a tomar el país bajo el influjo del reinado de aquella Reina que irradiaba grandeza, aunque lamentaba que no iba a vivir muchos años para verlo. No muy lejos de él estaba Lord John Russell, el sustituto de Lord Melbourne como líder del Partido Whig y por lo tanto el nuevo líder de la oposición, que también se sentía algo extraño viendo a su antiguo jefe casándose con la Reina (pues Russell había sido uno de los Ministros en el Gabinete de Lord Melbourne).

Desde una galería en la parte superior, donde estaban ubicados los sirvientes de Buckingham, la señorita Skerrett presenciaba emocionada la escena.

Pero Victoria y Lord Melbourne los ignoraban a todos, pues cuando estuvieron juntos en el altar solo tuvieron ojos para mirarse mutuamente. Lord Melbourne movió los labios en silencio, para que ella le leyera los labios: “Estás muy bella”. Ella le regaló la sonrisa más radiante y hermosa…

Ambos escucharon las palabras rituales del Arzobispo de Canterbury y una vez más respondieron a las preguntas de rigor, como hicieron aquella noche en un dormitorio de invitados del Palacio de Buckingham… “¡Lo haré!” dijo cada uno con voz firme, aunque Victoria sintió que casi se le quebraba la voz al terminar la afirmación, embargada por la emoción. Y una vez más los declararon marido y mujer, y Lord Melbourne le dio un suave y rápido beso en los labios a Victoria, que lloraba emocionada. Él le secó las lágrimas de una mejilla con el dorso de la mano.

Lehzen, la Duquesa de Kent y la señorita Skerrett lloraban conmovidas.

Al salir del Palacio de St. James, Victoria y Lord Melbourne fueron aclamados por el pueblo, en unas calles abarrotadas. Al final la opinión pública respaldó calurosamente el matrimonio de su joven y encantadora Reina con un hombre que era la encarnación del perfecto caballero inglés. La pareja romántica perfecta que había luchado contra la adversidad para estar juntos.

Solo fuera de Gran Bretaña había gente descontenta con la unión. En Bélgica el rey Leopold estaba furioso, amargado, y vivió aquellos días como sí él estuviera de luto. Sus proyectos de imponer a su familia como dinastía reinante en Gran Bretaña y erigirse en el patriarca de aquella dinastía, y manipular a su sobrina mediante su sobrino predilecto, se vinieron abajo como castillos de naipes. Y todo por culpa de aquel maldito Lord Melbourne y del corazón caprichoso de una niña tonta… Peor era la situación en el principado soberano alemán de Saxe-Coburg y Gotha, donde el Duque Ernest I estaba sumido en una rabia infinita y maldecía todos los días a la feliz pareja, viendo escaparse de sus manos la posibilidad de casar a su hijo Albert con la “mujer más rica del mundo” y gozar de su riqueza. En cuanto a Albert… él era Albert… no se notaba mucha diferencia con su aburrido estado natural de apatía y melancolía. Solamente los primeros días después del anuncio de la intención de Victoria de casarse con Lord Melbourne, unos meses atrás, se le vio algo más triste y melancólico que de costumbre, como señal de depresión por no haber podido ni siquiera cortejar a la que todos le juraban que estaba destinada a ser su esposa. Luego se resignó y comenzó a pensar en la existencia que tendría, ahora que ya no tendría una esposa para mantenerlo el resto de su vida…

Pero a salvo del rencor y la ira de quienes maldecían su matrimonio, Lord Melbourne y Victoria iban a vivir su noche de bodas…

Después de la fiesta de boda, Lord Melbourne esperó al final de un largo pasillo de Palacio lleno de candelabros a Victoria, que apareció con un vestido blanco y un gran sombrero con lazos largos. Ella corrió a sus brazos y él la estrechó, y la besó en los labios. Luego partieron para el Castillo de Windsor a pasar unos pocos días de luna de miel…

Ya entrada la noche, Victoria esperaba nerviosa en el dormitorio matrimonial, vestida solamente con un camisón de dormir semitransparente (parecido al que ella usaba la noche que pasó con Lord Melbourne en un dormitorio de invitados en el Palacio de Buckingham) y con los pies descalzos. Victoria llevaba el cabello suelto, que le caía largo hasta los hombros. Ella recordaba nerviosa su conversación con la señorita Skerrett, y con ansiedad esperaba lo que estaba por ocurrir.

Victoria se sentaba en la cama y se ponía de pie, caminaba unos pasos por el dormitorio y volvía junto a la cama, sin saber qué hacer. Estaba de nuevo de pie al lado de la cama, retorciéndose las manos cuando oyó que la puerta del dormitorio se abría y entonces vio como Lord Melbourne entraba a la habitación. Su corazón se aceleró…

Lord Melbourne cerró la puerta y caminó despacio hacia ella, con un leve cojeo producto de la herida que había sufrido meses atrás (un cojeo que aparentemente le acompañaría el resto de su vida). Él también parecía nervioso y notó enseguida el miedo que ella sentía. Lord Melbourne vestía una camisa de dormir de hombre, larga, y unos calzones largos como pantalones.

 Él extendió los brazos, como cuando uno quiere decir “mírame” y sonrió divertido.

¡Estoy peor que aquel día, en Dover House! – exclamó Lord Melbourne, haciendo que Victoria recordara aquel día en que ella fue a buscarlo a su despacho de Primer Ministro sin previo aviso y lo sorprendió en ropa de andar en casa, con la que trabajaba en la intimidad, y ambos se rieron aquella vez.

Ésta vez Lord Melbourne consiguió su propósito de relajar el ambiente y de que ella se echara a reír, aunque nerviosa. Luego él se acercó a Victoria y puso su mano sobre el hombro de ella, y sintió como ella se estremecía. –

-Victoria, ¿estás asustada? – preguntó Lord Melbourne con voz dulce y baja, mientras con su otra mano acariciaba el cabello de Victoria.

-Un poco… bastante – contestó Victoria con voz quebrada.

-Yo también, Victoria… es decir, te veo como algo tan hermoso, tan frágil, y que me importa tanto, que tengo miedo de romperte. Para mí es nuevo sentirme así… nunca he estado con una mujer a la que amo tanto como a ti. Hoy me has hecho el hombre más feliz del mundo, me has hecho sentir que he nacido de nuevo… Te amo… te deseo, Victoria – dijo Lord Melbourne viéndola a los ojos con intensidad.

-Y yo te amo a ti Lord M – dijo ella conmovida.

- ¿Confías en mí Victoria? – replicó Lord Melbourne.

- ¡Tanto como para entregarte mi vida! – contestó Victoria.

-Entonces, no tengas miedo… no voy a lastimarte, mi amor. Voy a ser gentil.

Luego él se inclinó y la besó en los labios, mientras la abrazaba con fuerza. Un beso suave, tierno, pero prolongado. Luego de unos instantes que parecieron eternos, se apartó un poco de ella y la vio a los ojos, una mirada de pasión, de anhelo…

Entonces se inclinó y de forma rápida y firme la levantó del suelo, y la cargó en sus brazos. Victoria, tomada por sorpresa vio como su vista pasaba del rostro de Lord Melbourne al techo en instantes, y luego de nuevo al rostro de él, mientras Lord Melbourne la cargaba como a un bebé. Ambos se echaron a reír.

Lord Melbourne la besó en la boca mientras la cargaba, y luego de apartar sus labios, Victoria hundió su rostro en el pecho de él. Entonces Lord Melbourne la llevó a la cama y suavemente la depositó sobre el colchón de plumas. Él se recostó sobre Victoria y la besó de nuevo en los labios, de forma más apasionada, dejándola sin aliento. Ella correspondió a sus besos con energía, y posó una de sus delicadas manos en la parte posterior de la cabeza de Lord Melbourne para atraerlo más. Entonces él volvió a tocar los senos de Victoria, por encima de la tela del camisón, apretando sus pechos.

En un momento dado, Lord Melbourne se apartó de Victoria, y se puso de pie, sin dejar de verla a los ojos. Entonces él se sacó la camisa por la cabeza, y se quedó con el torso desnudo, y Victoria admiró su pecho masculino, ancho y fuerte. Después Lord Melbourne se bajó los calzones y se quedó totalmente desnudo…

Victoria abrió mucho los ojos y puso una expresión algo cómica, cuando vio el pene erecto de Lord Melbourne. Ella sintió que el corazón se le iba a salir por la boca, y sintió como todo su cuerpo temblaba con fuerza.

Lord Melbourne se acercó despacio a ella y le acarició el rostro…

-Victoria, ¿me permites quitarte el camisón? – preguntó Lord Melbourne con voz lenta y seductora.

Con los ojos muy abiertos y un gesto en el rostro como sí estuviera en estado de shock, Victoria asintió dando su consentimiento. Lord Melbourne agarró el camisón de dormir de Victoria y lentamente se lo sacó por la cabeza, y ella levantó los brazos para ayudarla en la tarea. Ahora ella también estaba totalmente desnuda…

Lord Melbourne recorrió con su vista todo el cuerpo desnudo de Victoria, comenzando por sus pechos y terminando en sus pies, para luego volver y centrar su vista en la entrepierna de Victoria. Con su mano derecha, comenzó a trazar un camino, acariciando el cuerpo de Victoria desde sus hombros, acariciando sus pechos, descendiendo por su vientre, recorriendo las curvas de sus caderas, trazando un camino con sus dedos a través de su entrepierna…

Victoria temblaba, y él lo sentía bajo su mano fuerte. Él la besó de nuevo en los labios, y le habló con susurros.

-Tienes un cuerpo hermoso Victoria, el cuerpo de un ángel… quiero poseerlo, quiero saborearlo… necesito besar cada rincón de tu cuerpo, cada pulgada de tu piel – le dijo con la voz ahogada por el deseo.

Los labios de Lord Melbourne descendieron besando el cuello de Victoria, besó una y otra vez el cuello de la joven. Luego él descendió más, y besó suavemente el pezón de un pecho de Victoria… después con su lengua lamió el pezón, trazando un recorrido por su aureola. Luego agarró el pecho con una mano y se metió el pezón en la boca, y lo chupó despacio. Victoria cerró los ojos y con una mano se aferró al cabello de Lord Melbourne.

Lord Melbourne mamó uno de los pechos de Victoria un rato, y luego lo dejó para seguir descendiendo, y entonces él besó el vientre de la joven. Siguió descendiendo y comenzó a besar el Monte de Venus de Victoria…

Lord Melbourne no se detuvo y pronto sus labios estaban explorando en una tupida selva de vellos púbicos… Victoria jadeaba y se retorcía con los ojos cerrados, con una mano aferrándose a las sabanas y la otra sobre la cabeza de su esposo. Lord Melbourne estaba explorando el recinto más sagrado del cuerpo de Victoria, con su lengua abriéndose paso entre los labios vaginales de la muchacha, probando en el interior de su boca el sabor de la intimidad de la joven…

Luego, con delicadeza para no lastimarla, él introdujo un dedo en ese lugar intimo… Victoria arqueó la espalda y se aferró con más fuerza a las sabanas y al cabello de él. Lord Melbourne comprobó la humedad en la cálida cavidad de la vagina de la joven…

Él se puso sobre ella y se preparó a poseerla. Lentamente Lord Melbourne penetró a Victoria, con su pene erecto, largo y grueso…

Victoria se volvió a estremecer, apretó los dientes y, con los ojos cerrados, puso un gesto de dolor en su rostro. Apoyándose sobre los codos, Lord Melbourne estaba encima de ella, mientras la penetraba, para verla a la cara. Él acariciaba el cabello de la joven, mientras le hablaba en voz baja…

- ¿Te lastime? – preguntó Lord Melbourne, con sincera consideración por ella.

-No… solo que me duele un poco. Pero no te detengas, por favor – contestó Victoria abriendo los ojos para verlo, con las lágrimas asomando a sus ojos y la voz quebrada.

-Victoria… para mí tu virginidad es un regalo. Me enloqueces de placer. Sí te hago daño, sí te sientes incomoda dímelo y me detendré – le dijo Lord Melbourne con tono protector y cariñoso.

-Gracias… pero no te detengas. Quiero que me poseas – replicó ella llorando de nervios y alegría al mismo tiempo.

Lord Melbourne sonrió y le respondió embistiendo despacio dentro de ella… Victoria cerró los ojos de nuevo y apretó los dientes en un nuevo gesto de dolor y placer.

Lord Melbourne embestía contra el interior de Victoria, retrocediendo un poco sin salir del cuerpo de ella, para luego arremeter de nuevo, con movimientos lentos y suaves, intentando no causarle mucho dolor, de forma casi rítmica. Victoria se aferraba a él, como un náufrago a una tabla, y ella no podía evitar clavar sus uñas en la espalda de Lord Melbourne. Él la besaba en los labios con pasión y le susurraba palabras tiernas al oído para calmarla.

Victoria abrió la boca y comenzó a emitir quejidos de placer, que fueron subiendo de volumen. Lord Melbourne embistió dentro del cuerpo de Victoria con un poco más de fuerza, haciendo que ella chillará más fuerte. Hasta que finalmente ambos llegaron al clímax…

Lord Melbourne derramó su semen en el interior de Victoria, con un lamento viril de placer, y se desplomó sobre el cuerpo de ella exhausto… Victoria casi gritó con la última embestida, y luego sintió una explosión de emociones en su interior. Después abrió los ojos, con la vista fija en el techo, jadeando, con la respiración entrecortada. Unos instantes después, Victoria acarició el cabello y la espalda de Lord Melbourne, y lo besó con ternura en la mejilla, hasta que él empezó a corresponderle besándola en los labios…

Después Lord Melbourne se acostó boca arriba, y atrajo a Victoria a sus brazos, para que ella se acostará sobre él. Victoria recostó su cabeza sobre el pecho de Lord Melbourne, como sí fuera una almohada. Ella acariciaba el pecho de él, y con un dedo trazaba círculos sobre la piel del hombre.

- ¿Siempre es así? – preguntó Victoria en voz baja.

- ¿En sentido positivo o negativo?, señora – replicó Lord Melbourne en tono jocoso, disfrutando al usar uno de los tratamientos formales con los que le hablaba a Victoria cuando su relación era menos personal y más formal.

- ¡Maravilloso! – contestó ella como una niña ilusionada al descubrir algo nuevo y emocionante.

-Eso depende de ambos, Victoria… por mi parte, estoy dispuesto a que siempre lo sea – dijo Lord Melbourne besando la cabeza de Victoria, por encima de su cabello.

Victoria levantó un poco la cabeza y vio en la cubierta del colchón manchas de sangre, resultado inequívoco de la ruptura de su himen. Luego vio en la cara interior de sus muslos rastros de la sangre ya secándose. Lord Melbourne siguió con su propia vista la vista de Victoria.

-Es normal, Victoria – dijo Lord Melbourne, ignorando que tanto sabía ella del sexo.

-Lo sé – contestó ella, sonrojada, recordando su charla con Skerrett.

-Sí quieres saber algo, pregúntame sin ninguna vergüenza… - replicó Lord Melbourne, hablando en serio - …después de todo: “Todavía eres joven e inexperto, y es mi trabajo, no, es mi deber, ver que no te dañes” – agregó en tono burlón, usando una frase que había usado en un momento crucial cuando como Primer Ministro intentaba que ella como Reina cumpliera con su deber y encargara formar gobierno a Peel, y evitara una crisis por negarse a aceptar la partida de su querido Melbourne.

Ella se echó a reír, recordando aquel momento, y él también se echó a reír…

- ¡Eres un tonto, Lord M! – replicó Victoria, divertida, y luego se puso de nuevo tímida – Hay algo… cuando estabas dentro de mí… ¿se supone que sea tan grande?

Lord Melbourne no pudo evitar echarse a reír.

- ¿Dije algo estúpido? – preguntó Victoria avergonzada.

- ¡No! No, mi amor – respondió Lord Melbourne con cierta ternura ante la inocencia de Victoria – Es solo que, generalmente la mayoría de los hombres considerarían eso un halago.

- ¡En serio! – dijo Victoria un tanto asombrada, y luego sonrió divertida – ¡Entonces creo que te he elogiado!

-Seguro… Amo tu cuerpo Victoria, es tan hermoso – respondió Lord Melbourne en tono viril.

- ¿Y no te importa que sea pequeña? – replicó Victoria.

-Cuando me empecé a enamorar de ti… y tenía que trabajar contigo como Primer Ministro y tu Secretario Privado, siempre que tú y yo nos reuníamos, yo imaginaba como sería tu cuerpo bajo tus ropas, como tú serías desnuda – confesó divertido Lord Melbourne.

- ¡Lord M! – exclamó Victoria entre risas, escandalizada y halagada a la vez.

-Como resistirme a esto – dijo él agarrando un seno de Victoria, acariciándolo y apretándolo – Éstos pechos como manzanas, tan divinos… tu piel tan suave y delicada, tus bellas piernas – agregó dejando deslizar su mano hasta una pierna de Victoria – Y otras partes tan exquisitas – agregó dándole una sonora nalgada a Victoria, que hizo que ella se sobresaltara y se echara a reír.

-Tú también me gustas a mí – contestó Victoria besando el pecho de Lord Melbourne.

-Es bueno saberlo, señora – dijo él divertido.

Victoria comenzó a besar el pecho masculino de Lord Melbourne, como antes él había besado todo el cuerpo de ella. Ella besaba una y otra vez el pecho de su esposo, probando a ser seductora por primera vez, como sí fuera un juego infantil. Lord Melbourne agarró una mano de Victoria y la condujo hasta su pene erecto. Con timidez Victoria lo agarró, y luego se sorprendió al sentir su mano pegajosa con el semen de él. Lord Melbourne le explicó con una sonrisa de que se trataba…

Para entonces Lord Melbourne ya estaba excitado de nuevo, y agarró a Victoria y con energía la puso boca arriba, y se colocó encima de ella.

-Abre las piernas Victoria – dijo Lord Melbourne con un tono de mando que no había usado nunca con ella.

Victoria se abrió de piernas y se entregó sumisa, y él la penetró de nuevo. El pene de Lord Melbourne apretado en la estrecha cavidad íntima de Victoria, haciendo fricción con las paredes vaginales. Ella puso gesto de dolor, pero al contrario que la primera vez abrió los ojos y mantuvo la mirada puesta en los ojos de su marido.

-Di que eres mía – le dijo, casi le ordenó, Lord Melbourne mientras embestía el interior de ella.

-Lo soy – respondió ella en tono sumiso.

-Soy tu amo… al menos en ésta cama – le dijo él con cierta divertida ironía – En éste lecho te someterás a mis deseos… Dilo.

-Lo haré… seré tu esclava, mi señor – respondió Victoria entre jadeos de dolor y placer.

-Nunca me negarás tu cuerpo… éste cuerpo que ahora es mío. Dilo – dijo Lord Melbourne con la voz entrecortada por la excitación y el esfuerzo, mientras embestía con más fuerza.

- ¡Nunca te lo negaré! Es tuyo para siempre – respondió ella mientras jadeaba más fuerte, y clavaba sus uñas en la espalda de Lord Melbourne.

- ¡Quiero poseerte todos los días de mi vida! – exclamó él mientras arremetía con rabia, perdiéndose en la pasión.

- ¡Oh Dios, ten piedad de mí! – exclamó ella, mientras sus sentidos se disolvían en la dulce entrega de la carne.

Ésta vez, cuando al fin llegaron al clímax, Victoria dio un grito, mientras Lord Melbourne eyaculaba en su interior. Luego, cuando ambos recuperaron el aliento, se echaron a reír como niños y se abrazaron besándose.

Siguieron conversando y riendo, compartiendo besos y abrazos. Victoria se fijó en las cicatrices de las heridas de bala en el cuerpo de Lord Melbourne, en su espalda y en su muslo, las heridas que él sufrió cuando le salvó la vida a ella. Victoria acarició y besó las cicatrices, con ternura y devoción.

- ¡Me hubiera muerto, sí tú hubieras muerto! – exclamó Victoria conmovida.

-Me alegro de que no hubiera sucedido, porque entonces no hubiera tenido el placer de tenerte en mis brazos. Pero le doy las gracias a esas balas, porque así pudimos casarnos – dijo Lord Melbourne.

Él agarró a Victoria por los brazos y la atrajo hacia él…

-Victoria, lo único que quiero es amarte por el resto de mi vida… sea corta o sea larga, pero no quiero separarme de ti. En todos los sentidos – dijo Lord Melbourne con deseo.

Victoria bajó la mirada a la entrepierna de Lord Melbourne, viendo su miembro viril erecto otra vez, y luego subió la vista…

- ¡Ya estás listo de nuevo! – exclamó Victoria con una risa nerviosa y una cómica expresión en su rostro.

- ¡Yo siempre estoy preparado para honrar a mi Reina! – exclamó Lord Melbourne con una sonrisa divertida.

Ambos se echaron a reír y luego de la risa volvieron a unir sus cuerpos, para consumar el “amor físico” de nuevo…

A la mañana siguiente, Victoria despertó del sueño, estando aun totalmente desnuda. Su cabeza estaba apoyada en el hombro de Lord Melbourne, y entonces ella vio a su marido, profundamente dormido, boca arriba, y también totalmente desnudo. Victoria lo vio con una sonrisa y un pícaro gesto de deseo, con los ojos brillantes. Se quedó contemplándolo un rato, y luego despacio, intentando no hacer ruido, se salió de la cama y se puso de pie. Buscó con la vista su camisón de dormir, pero se dio cuenta de que estaba debajo del cuerpo de Lord Melbourne, y tuvo que contenerse para no reír. Entonces agarró su bata y se la echó encima, y se anudó los lazos a la cintura.  Ya con la bata puesta y descalza, le dirigió una última mirada a Lord Melbourne que seguía durmiendo profundamente, y sonriendo se dirigió a la puerta y la abrió…

Entonces pegó un brinco sobresaltada cuando vio que Lehzen y Skerrett la esperaban en la estancia contigua…

Próximo: capítulo final o epílogo.

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