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Casada morbosa: le gusta que la follen en el cine

en Hetero: Infidelidad

Soy detective. Tengo una oficina cutre y destartalada en un edificio de Madrid. Mi ocupación principal es perseguir infieles, un ‘huelebraguetas’, vale, no me importa. Me gano bien la vida. Los  cornudos y las cornudas vienen a que les ayude a desenmascarar a sus cónyuges. El último en llegar hace unos días fue un ejecutivo de una importante empresa, un tío alto, muy moreno, aparentaba 40 años. Yo paso de los  cincuenta, ya no tengo cuerpo de gimnasio como cuando era un veinteañero pero me conservo y de tarde en tarde vuelvo al gim. Poco, de acuerdo, la vida nocturna me pierde. Y el whisky también, lo reconozco.

—Cuénteme lo que le ocurre –le dije al tipo que entró en mi despacho a las doce del mediodía. Los detectives privados a veces somos como confesores

—Mi historia es muy simple –me dijo el hombre, que se llamaba Eduardo González.

—Le escucho –encendí un cigarro sin pedirle permiso (soy un fumador empedernido, lo sé, ya no se lleva, pero no voy a cambiar a estas alturas).

—Creo que mi mujer me engaña.

—¿Qué motivos tiene para pensarlo?

—Yo trabajo mucho, casi no paro en casa, viajo casi todos los fines de semana y muchas veces llamo al teléfono fijo de casa y nadie me contesta. Cuando le pregunto a mi mujer dónde se mete siempre se va por las ramas. Quiero contratar sus servicios para que averigüe lo que hace.

      Nos pusimos de acuerdo sin problemas. Al tío la pasta se le salía de los bolsillos. Su mujer se llamaba Ana. Me dejó una fotografía. Una morena alta, esbelta, con unas tetazas impresionantes. Me puse cachondo al mirarla. “Será un trabajo interesante”, pensé, y me puse manos a la obra.

Localice una cafetería donde Ana, mi objetivo, desayunaba a diario con una amiga. En persona, la tía estaba mucho más buena que en las fotos. Si sus tetazas impresionaban, su culo y sus piernas te dejaban sin habla. ¡Qué culazo! Decidí desayunar yo también en la misma cafetería a la hora que llegaban las dos amigas. El segundo día de mi vigilancia me senté en una mesa al lado de la de ellas. Pedí café con churros, me concentré en la lectura de un periódico y me dediqué a escuchar su conversación.

—Mi marido es un panoli –decía Ana— y me aburre. Menos mal que se pasa la vida fuera de casa.

—¿Y en la cama? –le preguntaba la amiga, que se llamaba Elvira.

—Siempre ha sido una ruina. Poco y mal. No le saques del misionero y deprisa y corriendo, el tío se corre a velocidad del rayo y se duerme.

—Todos los tíos son iguales –decía Elvira—. ¿Y tú tienes fantasías sin cumplir?

—Algunas, como todas. ¿Tú también tendrás?

—Claro pero yo alguna sí he cumplido.

—Cuéntame, Elvira.

—Te interesa, ¿eh? Je je. A mí siempre me han dado morbo los desconocidos que van por las casas.

—No me jodas, tía, que te ponen los fontaneros.

—No, no. Yo sueño con la visita con un técnico de ordenadores.

—¿Un técnico de ordenadores?

—Sí, sí, Ana. Hace tres años tuve un problema con el ordenador de casa, un virus o lo que sea. La vecina del segundo me mandó a su hijo para reparármelo.

—¿Y te reparo otras cosa?

—Más o menos. El chico estuvo un rato trasteando y se puso a hacer pruebas. Se metió en chat que debía de utilizar mi marido. Entró en un chat erótico en el que salían muchas pollas. Puso trozos de pelis pornos que según él estaban en el disco duro del ordenador. Me puso cachonda, a mil, acabé sentándome a su lado…

—¿Te lo follaste, Elvira?

—Claro. Pero el chico se marchaba a los siete días a trabajar a Alemania. No le he vuelto a ver. Desde entonces tiemblo cada vez que estoy sola por la mañana y llaman al timbre. Sueño con que sea un técnico de ordenadores. Ja, ja. Pero no ha tocado ninguno a mi puerta desde aquel día. ¿Y cuál es tu fantasía, Anita?

—¿La mía? Me ponen los cines y los hombres solitarios y turbios. Sueño con que un desconocido me meta mano en un cine mientras me dice barbaridades al oído.

—¿Qué barbaridades?

—Quiero comerte las tetas y el culo, o algo más fuerte. No te rías. Me siento una putita al pensarlo.

—¿Y nunca te ha ocurrido nada en un cine?

—Nunca. Y fíjate que todos los martes voy a la sesión de las cuatro de la tarde y me siento en la última fila esperando que algún hombre se ponga a mi lado. Sólo de pensar que un tío se coloca junto a mí y empieza a hablarme cuando se apagan las luces del cine se me mojan las bragas.

—Vete a un cine porno, Anita.

—No, no, eso no tiene morbo. Tiene que ser en un cine normal. Por eso voy a los multicines del centro comercial.

—Pues hoy es martes, hoy te toca, a ver si tienes suerte.

             La conversación de las dos tías me puso cachondo perdido, mi polla daba alaridos de deseo. Pensé que sería una buena idea seguir a Ana hasta los multicines. Eso es lo que hice. A las tres y media de la tarde estaba apostado frente al portal de su casa. Cuando salió vi que se había puesto una minifalda blanca y una camiseta muy ajustado. Sus tetazas querían explotar las costuras. Me pareció que no llevaba sostén. La fui siguiendo y sin parar de mirarla el culo. Estaba hecho para clavarle un pollón. La escuché pedir una entrada para la sala tres. Hice lo mismo. Me daba igual la película que echaran. Ella entró primero, yo esperé un rato. Cuando me metí en el cine vi que estaba semivacío. En la fila siete había una parejita. Ana se había colocado en la última fila, junto a la pared. Todavía no habían apagado las luces. Me quedé mirando hacia donde estaba sentada. Ella se fijó en mí. Yo fui ascendiendo muy lentamente hasta la última fila, como un torero haciendo el pasillo. Ella no me quitaba la vista de encima. Llegué hasta la última fila y pasé de butaca en butaca hasta que llegué donde estaba Ana. Me senté a su lado. Ella estaba sin habla. Me volví a mirarla y le dije:

—Estoy loco por comerte esas tetazas que tienes. ¿Siempre vas sin sujetador, putita?

Seguía sin hablar pero se notaba que sus pezones se habían endurecidos y querían salirse de la camiseta.

—¿Tienes que tener un chochito encantador?

Cuando estaba pronunciando estas palabras se apagaron las luces del cine. En ese momento puse la mano en su cintura y le subí un poco la camiseta

—¿Qué haces?

—Lo que estás deseando. Ya te lo he dicho: voy a comerte esas tetazas que me están volviendo loco.

Mientras se lo decía, mi mano estaba ya acariciando una de sus tetas.

—Estate quieto, que nos van a ver –me dijo Anita.

Dos chicas acababan de entrar en el cine. Se sentaron dos filas por delante de nosotros.

—Ellas vienen a ver la película.

Pero la más bajita de las dos, una culoncita que me pareció bastante fea se quedó mirando. Yo aproveché la ocasión para levantar la camiseta de Ana y poner mis labios en su pezón erguido y deseoso. Le guiñé un ojo a la feíta (no os he dicho que siempre me han dado morbo las tías sin encanto que no tienen éxito con los hombres, y esta parecía una de esas).

—Ay, ay, qué me vas a hacer.

Yo le estaba masajeando bien las dos tetazas, se las lamía con ansia, primero una y luego la otra. Tenía unas aureolas grandes y oscuras y unos pezones excedpcionales. A la tía le encantaba que se las comiera.

—Quiero acariciarte las tetas con mi polla –le dije.

—Ay, ay, me estás poniendo muy caliente.

Ella se inclinó sobre mí como si fuera a chupármela y puso sus tetazas sobre mi polla tiesa. Yo la moví sobre sus pezones, se los acaricié con la punta. Intentaba ahogar sus gemidos, pero la feíta se volvía a cada momento para mirar.

—Ahora, chúpamela, cariño, seguro que lo haces muy bien.

No se lo tuve que repetir. La tía se bajó de su butaca y se puso de rodillas delante de mí. Se puso a chuparme la polla con glotonería, sin importarle un ápice que la feíta sólo se dedicase a mirarnos. Estaba cachonda perdida, histérica.

—Quítate las bragas, Anita.

Se las quitó y se sentó encima de mí mirando a la pantalla y a la feíta. A ella todo le daba igual y a mí también. Con una mano le acariciaba las tetas y con la otra empecé a tocarle el coño, se lo acariciaba, le metía los dedos, agarraba su clítoris. Su chochete era un río ardiente, me mojaba los pantalones. Mi polla estaba entre sus piernas y notaba su culazo espléndido encima de mí.

—Te voy a follar como no lo ha hecho nunca tu marido –le dije.

—Sí, sí, por favor. Métemela.

La butaca del cine no era el sitio más cómodo para follar, pero los dos estábamos excitados, borrachos de sexo y de morbo, ardiendo de deseo. Ella llevó mi polla con las manos hasta su coñito y se la metió un poco. Yo empujé lo que pude en aquella posición hasta que la tuvo dentro. Ella entonces empezó a moverse como una culebra. Yo le acariciaba sus tetazas que se movían de un lado a otro. La feíta estaba hipnotizada mirando.

—Ay, ay, ay, me estoy corriendo.

Yo tampoco pude resistir y me corrí salvajemente. Entonces me levanté y le dije: “Vamos al servicio”. No llegamos. Salimos de la sala a unos pasillos que estaban desiertos, nos refugiamos en un rincón, la hice ponerse de espaldas contra la pared. Le acaricie el culo muy lentamente, mis manos recorrían cada uno de sus rincones, mi dedo arañaba su ano. Mi polla volvió a dar brincos, le di golpecitos con con ella en su culazo.

—Sí, sí, quédate ahí y mira como se la meto por el culo hasta el fondo.

Se lo dije a la feíta que había salido también del cine, nos había seguido hasta allí y miraba con los ojos muy abiertos. Mis palabras la asustaron y se marchó corriendo. Una pena. No me importó, ya tendría tiempo de ocuparme de ella. Me agaché para ver de cerca aquel culazo que tenía desnudo delante de mí. Puse mi lengua en su rabadilla, la lamí, mis manos amasaban sus carrillos. Mi lengua recorría su raja del culo, se lo comí morbosamente, estaba delicioso, metí mi lengua en su ano, lo salivé, después puse un dedo, se lo meti y se lo saqué suavemente. Luego le introduje dos y le hice un metesaca lento con ellos.

—¿Qué me estás haciendo? –me preguntó Anita, a la que por las piernas le chorreaban sus fluidos.

—Te voy a follar ese culazo, putita.

—Ay, ay, eres un vicioso.

Con mi polla estaba paseándome por todo su culazo, le daba golpecitos, le empujaba en el ano sin metérsela. Me encantaba la situación. Aquella hembra espectacular deseando que le metiera la polla por el culo. Le hice algunas fotos (siempre es bueno tener pilladas a tías como esta). Y empujé mi polla dentro de su culazo.

—¡Ay, ay, ay, eres un animal!

Mi polla estaba enloquecida, movía mis caderas frenéticamente, mientras mis dedos acariciaban su coño y ella se derretía de gusto. Me corrí otra vez dentro de su culazo.

Cuando estábamos recomponiendo nuestra ropa, escuché las puertas de la sala, salieron las cuatro personas que quedaban en el cine. Me dio tiempo a sacar una tarjeta y un bolígrafo. Escribí: “Mándame un wasap a este número y te cuento el final de la película que te has perdido. Seguro que te va a gustar”. La feíta salía hablando con su amiga. Aproveché que la amiga se fue al servicio y la chica se quedó sola para acercarme a ella. Le di la nota y le dije: “Espero tu llamada, tengo la noche libre”. Anita se había marchado corriendo a su casa con todos sus agujeros llenos con mi semén. Pero yo quería más. No os lo he dicho: soy insaciable y me encanta el morbo.

Me marché a mi oficina y cuando llegaba me entró un mensaje por el wasap. Ponía: “Si tú no has visto la película”. “Pero te puedo contar la parte que tú te has perdido de la mía”, le contesté. Ella tenía ganas de marcha. “He visto suficiente”, me escribió. “Te has perdido lo mejor. Podemos tomar una copa en mi oficina y te enseño lo más unteresante. Sólo pongo una condición”. “¿Cuál?”, me preguntó. “Tienes que venir con una faldita muy corta, con un tanguita rojo, un top ceñido, con la tripa al aire y unas botas negras altas”, le propuse. “Tú estás loco”. “Te espero dentro de una hora en la farola que hay en el portal de entrada a mi oficina (le puse la dirección)”. “No voy a ir así”, me dijo. “Si no te viste así no hay paraíso”. “Eres un enfermo”, volvió a escribir. “Seguramente. Te espero”. Me mandó un par de mensajes más pero ya no conteste. Lo que hice fue llamar a Paquito, mi ayudante. Es un chico de 20 años, torpón, que no se come una rosca ni pagando. Es feo y gordo, vale, medio lelo, de acuerdo, pero un buen chico. Y tiene un arma secreta, oxidada por falta de uso: una polla descomunal. Cuando digo descomunal es descomunal: dos  veces la mía de largo y de ancha. Pero solo había follado dos veces en su vida, y a dos putitas que le había proporcionado yo. Por eso le llamé: me gusta hacer favores a  la gente.

—Paquito, vente al despacho ahora mismo, y ponte ropa interior limpia.

—No me jodas, jefe, que ya me iba a meter en el sobre.

—¿Confías en mí, chaval?

—Sí, sí.

—Vente corriendo a la oficina que hoy follas, Paquito.

—¿Y cuánto me va a costar?

—Hoy es gratis. La tía está cachonda perdida.

—Jefe, cuando me vea no va a querer.

—Tranquilo, Paquito, eso es cosa mía.

Veinte minutos después Paquito estaba en la oficina. Desde el balcón veíamos la farola donde había citado a la chica, a Patricia, que es como se llamaba la feíta. Ella apareció exactamente a la hora prevista.

—Es esa –le dije a Paquito.

—Si parece una puta, jefe.

—Le he pedido que viniese vestida así para motivarte, chaval.

—¡Qué culito!

—Dentro de un ratito le vas a meter ese pollón por todos sus agujeros.

Paquito babea mirando a la chica apoyada en la farola.

—¡Jefe, ya me estoy poniendo a mil solo de mirarla!

—Me bajo a por ella, tú quédate escondido en el balcón y dedícate a mirar, sólo tienes que entrar cuando yo te lo diga.

—A sus órdenes.

La chica estaba más buena de lo que pensaba. Le fallaba la cara, esa nariz aguileña y torcida y los ojos saltones la estropeaban. Pensé que era como una amiga del colegio a la que llamábamos la gamba. “De esa se come todo menos la cabeza”, bromeábamos entre nosotros.

—No sé si he hecho bien en venir –me dijo Patricia nada más entrar en la oficina—. Y menos vestida de esta manera.

—Te sienta muy bien. Eres una putita a la que le gusta mucho mirar. Eres una putita muy mala.

Yo me había sentado en una silla y la hice tumbarse en mis rodillas.

—¿Qué haces? ¿Qué quieres?

—Has sido una putita muy mala.

Le bajé las bragas, le levanté la falda minúscula y comencé a azotarla el culo, primer flojito y luego un poquito más fuerte hasta que sus carrillos se fueron enrojeciendo.

—¡Ay, ay, tú estás loco, déjame.

Paquito estaba mirando desde el balcón, yo suponía que asombrado. Le llamé.

—Paquito, ven ya, esta chica necesita que le des un buen masaje en el culete.

Paquito entró dando traspiés, todo colorado, con un bulto enorme entre las piernas. Patricia se incorporó para verlo. Dio un grito.

—¿Quién es ese?

No la dejé a hablar. La tumbé de espaldas en el sofá de la oficina. Yo me senté en un lateral y le puse su boca entre mis piernas. Me quité los pantalones y me saqué la polla.

—Mira que contenta se pone al verte, Patricia. Chúpamela bien, putita.

La tía se puso a darme lametones como una loca.

—Es tu oportunidad, Paquito –le dije a mi ayudante.

El chico se arrodilló y empezó a acariciar el culito de Patricia. Yo notaba como movía sus dedazos y se los clavaba en el ano de la chica.

—Como me gusta, jefe.

Después se puso a olerle el culo como si fuera un perrillo. Paquito tenía una lengua gorda y larga. Vi cómo le daba lametones a Patricia por toda la raja del culo. La hizo poner el culo en pompa y su lengua se movía de un lado a otro, de delante a atrás. Le comía todo, le metía la lengua por todos los agujeros, le sobaba con la mano entera, como un animal enfebrecido. Ella se puso frenética, excitadísima, enloquecía con aquel lengua brutal recorriéndole el culo y el chocho. Paquito jadeaba y babeaba como si fuera un perro de verdad.

—No has visto lo mejor, Patri. Verás cuando Paquito te meta la polla.

Yo le masajeaba las tetas, le arañaba los pezones mientras ella se metía mi polla entera en la boca.

—Sois unos salvaje –me dijo después de que yo me hubiera  corrido dentro de su boca.

Paquito estaba disfrutando como nunca. Se había desnudado y su polla era un espectáculo.

—¿Puedo follármela, jefe?

—Seguro que le encanta, chaval.

Patricia miraba la polla de Paquito como si estuviera hipnotizada. Seguro que no había visto nada de aquel tamaño en vivo, solo aparecen así en películas porno. La polla de Paquito era más grande y ancha que la de Nacho Vidal.

—¿Me vas a meter todo eso? –dijo Patricia, un poco alarmada

Pero Paquito ya estaba encima de ella, intentando meterle aquel pollón. Ella daba grititos, yo no sabía si de miedo a de placer. A Paquito ya no había quien pudiera pararle, estaba desatado, con su cuerpazo aplastaba a la chica mientras su polla era un hierro candente que arrasaba todo a su paso. Patricia tenía los ojos en blanco y daba gritos como si la estuvieran matando. Estuve a punto de decirle a Paquito que no siguiese, pero me callé cuando hoy lo que decía la chica.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Qué bestia eres! Sigue, sigue, méteme todo eso hasta el fondo. Me estás volviendo loca. Fóllame, fóllame.

Ya os he dicho que a Paquito no hacía falta animarle. Se puso a dar unas embestidas brutales. La chica cada vez gritaba más. Entre los dos me animaron y decidí unirme a la fiesta (vale, sí, el cuarto polvo del día, tampoco es para tanto y ya os he dicho que estoy bien entrenado). Empecé a darle una crema en el culito a Patricia (no hacía falta, la verdad, después de los lametazos que le había pegado Paquito).

—Verás cómo te gusta con dos pollas, una gigante por delante y una más modestita por detrás.

Mientras se lo decía le puse la polla en el culo y se la clavé hasta el fondo. Paquito seguía moviéndose como si le fuera la vida en ellos, un salvaje en pleno frenesí. Os lo tengo que decir: fue una noche memorable. Paquito se corrió como si tuviera dentro un surtidor, echó leche que debía tener acumulada desde el principio de los tiempos. Yo me quedé a dormir en la oficina y Paquito acompañó a la chica a casa. Al día siguiente me contó que se la volvió a follar y se quedó a dormir con ella. “Menuda nochecita, jefe. Esa tía es un volcán. Cuando tenga otra como esa me avisa, jefe.”. “Vale, chaval, quizá pueda  contar contigo para otra aventura. ¿Tú entiendes de ordenadores?”. “¿Hace falta saber de ordenadores para follar, jefe?”. “Paquito, Paquito, hay que saber muchas cosas para seducir a las mujeres”. Me había acordado de la amiga de Ana, la que desayunaba con ella en la cafetería. Esa soñaba con la visita de un técnico de ordenadores. “Paquito, cuídame la oficina que a lo mejor hoy también hay jugada”. Me marché a hacer guardia en la cafetería de Ana. Llegué cuando las dos se iban. Las seguí. Vivían en el mismo portal. Cuando subieron mandé un wasap a Ana con una foto de las que le hice mientras me la follaba. “Has salido muy favorecida, seguro que a tu marido le van a gustar. Pero como vas a ser buena chica no se las voy a enseñar porque le tienes con la mosca detrás de la oreja. Soy el detective al que ha contratado para vigilarte. Vas a tener suerte y le daré un informe muy favorable si te portas bien. Y para empezar dime en que piso vive tu amiga la de la cafetería”. Inmediatamente me llegó la respuesta. “No le digas nada. Haré lo que quieras. En la escalera dos, en el cuarto A”. “Buena chica”, le escribí. Entré en la casa, me metí en la escalera dos y subí al cuarto piso. Llamé a la letra A”.

—Soy el técnico de ordenadores de la tienda de las esquina. Estoy revisando los aparatos a los vecinos que quieran porque hay muchos virus en el barrio. Seguro que le pueden venir bien mis servicios –le dije por la rendija de la puerta. Entonces quitó la cadena.

—Pase. Creo que me interesa.

Pero esa ya es otra historia. Quizá os la cuente algún día. Admito sugerencias, propuestas, intercambio de relatos, citas morbosas.