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El negro se folla a la madre y yo a la hija

en Sexo con maduras

Ya me conocéis, cincuentón, regordete, detective privado, huelebraguetas al que le toca siempre perseguir infieles. Los cornudos y las cornudas vienen a mi oficina a contarme sus penas y para que desenmascare a sus conyuges. Mi último cliente es un tipo estirado y elegante que pasa de los cincuenta y tiene el dinero por castigo. No se fía de su mujer, una madurita de 48 años de anchas caderas, culo gordo y 110 de tetas. Al tipo le gustan neumáticas. Ella se pasa el verano en un chalé de lujo en una playa de Alicante con  su hija, Sara, un bomboncito de 18 años. Mariano, que así se llama mi cliente, viaja los fines de semana pero está mosca. Por eso me ha contratado y pretende que vigile de  cerca a su mujer. «A sus órdenes, le he dicho, pero eso  costará pasta». «Lo que haga falta», me ha respondido. Así me gustan, rumbosos.

 Me he instalado  en un hotel de cuatro estrellas en esta localidad veraniega para seguir de cerca las andanzas de Maribel. Ella baja todos los días a la playa a las doce del mediodía y planta su sombrilla muy cerca del agua. Suele llegar con Sarita o con alguna vecina de la urbanización. He notado que le encanta comprarles cosas a los negros que se pasean sudorosos y con sus bolsones llenos de productos por la playa, se enrolla con ellos. Hoy se ha parado con Maribel un negrazo de más de dos metros, con unas manazas que daban miedo. Ella se ha probado vestidos y bikinis. Al negrazo se le iban los ojos a las tetazas de Maribel y las manos al culazo cuando le probaba por encima las braguitas de los bikinis. «El negro está salido», he pensado.

—No me quedan bien, sobre todo las braguitas –le he oído decir a Maríbel.

El negrazo chapurreaba el español.

—Traerte más tallas para tu culazo –le ha dicho sin quitar los ojos de las tetas. Yo creo que se estaba poniendo cachondo.

—Bueno, si quieres, yo estoy por aquí a diario –le ha respondido Maribel.

—Tú tener que probar bien, no por encima. Yo llevar bikinis y vestidos a casa tuya. ¿Tú vivir cerca?

—Sí, sí. Al final de la playa, en esa calle, el último chalé, el 28.

—Yo llevar casa tuya. ¿Tú marido?

—Estoy  casada, pero mi marido está lejos, en Madrid. Solo vivo con mi hija, que está casi siempre fuera.

    Maríbel le señala a Sarita, que está tumbada al sol con un tanguita minúsculo que le deja medio culo al aire.

—Yo estar en casa tuya a las cinco de la tarde y probar bien.

       

El negro se ha marchado con su bolsón y Maríbel se ha metido en el agua. Yo he pensado que el negrazo era un listo y que estaba loco por comerle las tetas, así que no he querido perderme la  cita. A las cuatro y media de la tarde yo ya estaba apostado en la puerta del chalé, bien pertrechado para grabarlo todo. He dedicado un rato a buscar un buen observatorio. El chalé estaba al final de una calle, un poco separado de los demás. Detrás de la casa tenía una parcela grande con una piscina. Una valla de un metro y medio de altura aproximadamente rodeaba la parcela. El seto lo formaban adelfas. He encontrado un huequecito en un lateral después de mover algunas plantas. Observatorio ideal. Veía la verja de la entrada, la puerta de la casa, el porche y la piscina. Delante de la verja en la que yo estaba había una vallita de medio metro de alta que ocupaba casi todo lo largo de la piscina. Me he quedado a esperar. Estoy acostumbrado a los largos plantones y me he llevado una neverita con cervezas. Un tío previsor.

A las cinco en punto como un clavo ha llegado el negrazo con su bolsón. Había cambiado su indumentaria, llevaba una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos negros hasta media pierna, unos pantalones de telilla fina muy ajustados marcando paquete. Ha llamado al timbre y Maribel ha tardado diez minutos en aparecer. Ha abierto desperezándose.

—Estaba dormida. Creía que era una broma y no vendrías.

—Yo no fallar mujer –ha dicho el negro—. Tú probar bien bikinis.

—Pasa, pasa.

El negrazo ha entrado hasta un amplio porche y ha empezado a colocar sus bikinis.

—Tallas grandes. Buenas para culazo. Gustar tú.

—Sí, pero eres muy descarado.

—Tú culazo magnífico, es la verdad. Y tetazas, negro admirar mucho. Tú marido suerte follar con tú.

—No debes decir esas cosas. Soy una mujer casada.

         Pero Maribel tenía una sonrisa bobalicona y no dejaba de mirar el paquete del negro, que hacía presagiar algo fuera de lo común.

— ¿Cuál querer probar?

   Maríbel llevaba un vestido playero amarillo y ha señalado un bikini también amarillo. El negro ha sacado uno igual de su bolsón.

—Este tu talla.

  Maribel se ha probado la braguita por encima.

   El negrazo no hacía más que acomodarse el paquete, se lo acariciaba mirando descaradamente a Maribel, como si se la fuera a comer.

—Tú quitar vestido y probar bien –le ha dicho el negro.

—Tú eres muy fresco. Quieres que me desnude.

—Sí, sí. A mi gustar culazo y tetazas tuyas.

—Si sigues así te tendrás que marchar de aquí.

—Yo también enseñar si tu deseas polla grande negro, muy grande. Gustar mucho a ti.

—Por favor, por favor, fuera de aquí.

—Primero ver y si no gustar marchar.

        Y entonces el negrazo se ha desabrochado los pantalones y ha emergido un pollón descomunal que ha dejado a Maribel paralizada.

—Sé que gustar mucho polla negro. Y negro también chupar muy bien chocho con estos labios gordos.

 Yo estaba tan sorprendido como Maribel. Al negro la polla casi le llegaba a la rodilla. Le estaba enseñando la lengua a Maribel, una lengua gorda y larga, babeaba como un perrazo dispuesto a lanzarse a por su presa.

—Esto no puede ser. Mi hija puede bajar en cualquier momento.

  Maribel decía unas cosas con la boca pero sus ojos no perdían de vista la poderosa polla del negro, que ya estaba empalmado.

—Quitar vestido y yo ver.

—No, no, por favor.

  El negro le quitó el vestido playero a Maribel sin que ella ofreciera ninguna resistencia. Maribel se quedó en braguitas porque no llevaba sujetador. Unas tetas espectaculares, con unos pezones oscuros y grandes, gordos, que  ya estaban duritos y parecían estar diciendo «cómeme». El negro se puso a mil y se lanzó a por las tetas de Maribel con desesperación.

—Yo comer tetas gordas blancas y luego chupar chochazo y culazo. Gustar mucho, mucho.

La boca del negro iba de una teta a la otra sin saber en cual detenerse. Sus dedazos se habían introducido en el chocho por delante y en el culazo por detrás. Maribel estaba con la mano agarrada a la polla del negro como hipnotizada.

—¿Qué me vas a hacer?

—Todo, todo, chupar, lamer, follar. Te daré polla por todos los lados. Mucha polla negra para ti.

—Ay, ay, ay, eres muy bruto.

   El negrazo cogió en brazos a Maribel como si fuera una pluma y la llevó hasta una chaise longue. Él se arrodilló, sus manos amasaban sus tetas y salían sonidos de admiración de la boca.

—Tu chupar polla negro.

—Si mi hija baja…

     No pudo seguir hablando. El negro le colocó la pollaza inmensa delante de la cara y Maribel la lamía como si fuera un helado.

—¡Ay, ay, dios mío! –decía cuando se sacaba la polla de la boca para respirar.

          Entonces la vi. Sarita debía de haber oído las voces de su madre y del negro en su habitación y había bajado a ver qué ocurría. Se puso detrás de una columna para mirar, pero era un mal sitio, podían descubrirla espiando. Decidió venirse detrás de la vallita que estaba delante de mí en un lateral de la piscina. Allí se quedó apoyada en la valla, con el culito en pompa a unos metros de donde yo estaba. Llevaba un pantalón muy mini blanco ajustadísimo y una camiseta roja. No era un culazo mayúsculo  como el de su madre, sino un culito redondito y respingón, durito, un manjar delicioso. Sarita no perdía detalle de la lamida que le estaba dando su madre a la polla del negro. Este se ponía cada vez más exaltado, frenético. Había metido su cabeza entre los muslos de Maribel, su lengua hacía estragos en la madurita que se derretía.

—Ay, ay, sigue así –le decía Maribel.

—Y veras como lo vas a pasar cuanto te meta mi polla negra por el chocho y por el ojete.

—Sí, sí, métemela, métemela.

   El negro no se hizo esperar estaba ardiendo. Levantó a Maribel a pulso, la apoyó contra una columna y le clavó el pollón inmenso mientras ella gritaba y gritaba.

—Ay, ay, fóllame así, así, con ese pollón, no te pares, por favor.

 El negro no necesitaba que le estimulasen. Aplastó a Maríbel contra la columna y luego la depositó otra vez en el chaise longue pero se lanzó sobre ella como un animal sediento. Le clavó la polla hasta dentro y se movió como un caballo salvaje encabritado. Gritaba Maribel de placer y jadeaba el negro moviéndose desenfrenadamente. La lengua del negro lo mismo se metía en la boca de Maribel hasta la campanilla que lamía la tetas con frenesí.  La polla taladraba a la madurita de parte a parte.   

Ese momento fue el que yo aproveché para saltar la valla y situarme al lado de Sarita. Cuando me vio se quedó muy sorprendida, le hice un gesto de que hablara muy bajito para que no nos descubriesen, aunque el negrazo y Maribel estaban en otra dimensión. Sarita se había desabrochado el pantalón y tenía las manos dentro de sus bragas, se acariciaba mientras no perdía detalle del negro follándose como un poseso a su madre.

—Estás calentita, ¿eh, Sarita? –le dije al oído.

—No sé quién es usted –me dijo Sarita entre susurros, sin moverse de donde estaba.

      Yo me había puesto detrás de Sarita y le estaba arrimando la polla al culito mientras le rodeaba con mi brazo y colocaba mi mano encima de la suya.

—¿Qué hace?

—Enseñarte las mismas cositas que el negrazo a tu mama.

    Mi mano había sustituido a la suya y le acariciaba el chochete. Comprobé que estaba mojadísima.

—Estás muy cachondita, Sarita. ¿Follas poco?

—Ay, ay… —gemía Sarita mientras le acariciaba el clítoris. Su madre daba alaridos ante las embestidas brutales del negro.

—¿Has follado alguna vez, Sarita? –le pregunté.

—Muy poquito –me respondió con un hilillo de voz que se salía a duras penas—. El mes pasado estuvo un chico francés por aquí y lo hicimos un par de veces, pero se marchó.

—¿Nada más, Sarita?

—Algunas cositas.

      Yo me había sacado también la polla como el negro –mucho más pequeña, de acuerdo, no os quiero engañar— y le había hecho a Sarita agarrármela. Enseguida empezó a mover la mano de arriba abajo.

—Pajitas sí has hecho, Sarita.

—Sí, sí, eso sí –me dijo casi llorando.

—¿Y chuparla?

—No, no, nunca.

—Eso hay que solucionarlo ya mismo.

       Me senté en la vallita e hice que Sarita inclinase la cabeza sobre mi polla. No tuve que decirle nada. Empezó a chupármela, primero con mucha cautela, después con más confianza.

—Así, así, Sarita, acabarás chupándola tan bien como tu madre.

        

La batalla entre el negrazo y Maribel no había concluido. El tío estaba obsesionado con el culazo de la madre de Sarita.

—Tú echar en tumbona de espaldas. Tu culazo, quiero tu culazo.

—Sí, sí, lo que tú quieras –Maribel estaba rendida y entregada ante aquel pollón del negro.

      El negro cogió varios cojines que había en algunos sillones y los colocó debajo de Maribel. Su objetivo era que elevase el culo. Era un espectáculo ver el culazo en pompa descansando sobre los cojines, una montañita que el negrazo estaba dispuesto a escalar.

—Culazo blanco para negro –gritó y se lanzó a lamerlo.

    El culo de Maribel se convirtió en un chupa chups. La lengua gorda y glotona del negro se movía por toda la raja del culo de Maribel. Con las manos le separaba las nalgas todo que podía para que su lengua visitase hasta el último rincón.

—Negro follar culo con lengua gorda.

—Sí, sí, haz lo que quieras, me vas a matar.

      El negrazo le hacía metesaca con la lengua en el ano. Sarita había dejado de chupármela y miraba las impresionantes lamidas. Después de comerle el culo como no he visto nunca a nadie, el negrazo sacó un frasco con una crema y se la untó en el ano a Maribel. El tío estaba en todo: había traído hasta vaselina o lo que fuera aquel lubricante. Después se puso de pie. Colocó su pollón en el culo de Maribel sin meterla, se lo agarraba con las dos manos y se lo restregaba por toda la raja, de arriba a abajo. La tía se volvía loca al sentir aquella maza negra rozándola por todas partes

—¿Qué le va a hacer? —me preguntó Sarita.

—Le va a meter ese pollón por el culo hasta lo más hondo.

   Yo le había quitado a Sarita los pantalones y el minitanga y tenía mi polla apoyada en medio de su culito, también me movía de arriba abajo como el negrazo mientras con mis dedos seguía acariciándole el chocho.

—No, nos podemos perder ese pollazo del negro al  culo de tu madre, pero después te voy a follar, que es lo que estás deseando, Sarita.

—Ay, ay, sí, sí, yo también quiero follar como mamá.

El negro seguía a lo suyo. Metió uno de sus dedazos en el ano de Maribel, después dos. Estuvo un buen rato con ellos dentro moviéndose y moviéndose.

—Ahora sentir pollón negro dentro.

  Lo dijo y se puso de pie, con las dos piernas separadas dejando en medio la tumbona y el culazo en pompa de Maribel. Puso su pollón en el ano y dio un alarido de victoria.

—Culazo mío, culazo mío.

  Su polla entró como una taladradora. Fue un pollazo descomunal.  El grito de Maribel debieron de oírlo hasta en la playa.

—Culo mío, culo mío.

   Gritaba mientras se movía como un jinete sobre un caballo salvaje.

  Yo había colocado mi polla entre las piernas de Sarita.

—Ay, ay, sí, sí, sí.

  Sarita estaba con los ojos en blanco, con el espectáculo del negro galopando el culo de su madre y mi polla entrando en su chocho. Era un chochito apretadito que daba gusto.

—Vamos a repetirlo esto muchas veces, Sarita.

—Sí, sí, sí, gemía mientras con su lengua babeante chupaba mi cuello y me la metía en la boca. Ella estaba como una tea ardiente. Se derretía de placer.

Me estimulaban los gritos salvajes del negro y los gemidos enloquecidos de Maribel. Mi polla también estaba encabritada y entraba y salía en el chocho de Sarita como si tuviera vida propia. La jovencita lloraba de gusto.

Cuando el negrazo estalló brutalmente y su semen inundó el culo de Maribel, yo también llené con mi leche el chochito de Sarita.

El negro se quedó un buen rato tumbado, satisfecho tras de la conquista del culo de Maribel, después se levantó, se vistió, cogió su bolsón y le dijo a Maribel.

—Volveré mañana a la misma hora.

Pero yo tenía otros planes. Me despedí de Sarita con una palmadita en el culo después de pedirle el número del teléfono de Maribel.

—Quien le va a follar el culo a tu madre mañana a esta hora soy yo. No te lo puedes perder —le dije y me marché.

Alcancé al negro al final de la calle, le enseñé las fotografías de mi móvil. Se le veía claramente atravesando el culazo de Maribel con su pollón.

—Si vuelves a aparecer por aquí le entregaré esto a su marido y vas a tener muchos problemas.

—Tú no decir nada, negro no volver.

Después le envié a Maribel la foto por wasap. Me contestó inmediatamente.

—¿Qué es esto?

—Tu culo y la polla de un negro —le respondí—. Si no quieres que le envie a tu marido todas las que tengo, mañana tienes que estar en esa chaise longue desnuda con el culo en pompa encima de esos cojines como en la foto. Lo vamos a pasar bien.

—Tu estas loco.

—A las  cinco. Deja la puerta abierta.

También le mande un wasap al marido de Maribel: «Todo normal. Su esposa hace una vida tranquila pero convendría seguir vigilantes». «Continúe ahí todo el tiempo que considere necesario, tiene carta blanca», me respondió. He pasado un verano a cuerpo de rey. El culo de Maribel lo he traspasado casi a diario. Y un día me follé a las dos a la vez, a la madre y a la hija. Ya os  contaré. El negro no ha vuelto.