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Mi prima me sorprende 2

en Amor filial

Amaneció…

A pesar de estar en mi propia casa, desperté desorientado, me costó reconocer que estaba en el salón; creyendo que todo había sido producto de un mal sueño y que simplemente había decidido dormir en el sofá, pronto caí en el detalle de que la cama estaba abierta y que yo me hallaba completamente desnudo.

Con resaca y mezcla de recuerdos de la noche anterior (no tenía claro si todo lo que recordaba era real), me giré con cuidado y me encontré con un cuerpo desnudo que me daba la espalda.

Lo primero que pensé es que Ana (historia en otros relatos) había venido de visita y habíamos acabado como acabábamos todas las noches que me acompañaba, desnudos y durmiendo juntos… tantas experiencias sexuales juntos nos habían quitado la vergüenza del desnudo.

Al levantarme para ir al baño y buscar un reloj que me dijera en qué día estaba, tuve que rodear el sofá y la sorpresa fue mayúscula: aquel cuerpo no pertenecía a Sandra (cuyo look era diferente al de mi acompañante anónima) ni a Ana, ¡era mi prima Irene!

De repente, todos los recuerdos vinieron a mi cabeza y me di cuenta de que no había tenido un sueño erótico con ella, realmente había tenido una noche de sexo. Los remordimientos vinieron de golpe porque ella era de mi familia y por muy abierta que fuera mi relación con Sandra, una cosa era ligar con una chica cualquiera y otra muy diferente, con alguien que tuviera mi misma sangre…

Me olvidé por completo del baño y busqué mi teléfono para llamar y contar lo que había pasado… o lo que yo creía que había pasado, todo me daba vueltas y seguía sin tener muy claro todo, pero una cosa era segura y tenía que sincerarme.

Sandra no tardó en contestar la llamada; lo primero que hizo fue preguntar por Irene y decir que seguro que nos lo estábamos pasando muy bien juntos, que fijo que esa visita sería inolvidable. Parecía que supiera lo que iba a contarle.

Le comenté lo de la llamada de la noche anterior y el mensaje que había recibido, que se había sentido muy dolida porque estaba bastante emocionada con la idea de irse con aquel novio todo el verano. Sandra se lamentó por la noticia y me dijo que convenciera a Irene para que se quedara el tiempo que hiciera falta y que ella intentaría hacerse una escapada a casa el siguiente fin de semana, para verla.

Seguro que todas esas ideas para mantener a mi prima en casa las decía de corazón, pero dadas mis circunstancias, me sonaban a oportunidades para contar lo que había pasado y no pude más, necesitaba sincerarme.

Sin entrar en demasiados detalles, le conté lo que creía que había pasado y no obtuve respuesta; durante unos segundos (una espera que se me hizo eterna), Sandra no decía nada y yo no hacía más que pedir perdón y echar la culpa al alcohol y a mi dificultad para resistirme al sexo.

Justo cuando creía que todo se había acabado entre nosotros, Sandra se echó a reír y me dijo lo que Irene me había contado la noche anterior, una conversación de hacía algún tiempo en la que Sandra le había dicho que si yo iba a serle infiel algún día (teníamos una relación abierta, pero si íbamos a hacer intercambio de parejas o sexo en grupo, el acuerdo era que estuviéramos juntos; nada de ir cada uno por libre), que al menos fuera con ella. Le hacía gracia que mi prima se hubiera tomado aquello al pie de la letra.

Por suerte, salía con la mujer más comprensiva del mundo y lo único que me dijo fue que le debía una y que se la cobraría cuando volviera de sus viajes de negocios; me pidió que disfrutara de la visita y que cuidase de mi prima, que lo más importante en ese momento era su felicidad y que hiciera lo que tuviera que hacer. Le dije lo mucho que la amaba y la echaba de menos, deseando que llegase el momento de poder abrazarla.

Al acabar la conversación, sentí que me había quitado un gran peso de encima.

Como ya me había espabilado, pasé por completo de buscar ropa y me dediqué a preparar café; mientras la cafetera hacía su trabajo, me tumbé de nuevo en el sofá y aproveché para cumplir la promesa de cuidar de mi niña.

Me abracé a ella y comencé a darle besitos por el cuello y la espalda, para despertarla como me gustaba despertar a Sandra; Irene tardó un poco en despertarse, me llamó por el nombre de otra persona (supuse que aquel novio o ex suyo) y al girarse para besarme, pegó un grito y se levantó rápidamente.

Yo me sentía extraño, ¿qué estaba pasando? Irene estaba roja como un tomate, se cubría pecho y genitales, mientras me preguntaba qué coño había pasado para que ambos estuviéramos desnudos. Creía que yo estaba intentando tener sexo con ella, estaba claro que le pasaba lo mismo que a mí y que no recordaba lo que habíamos hecho la noche anterior. Recogiendo algo de ropa que se encontraba por el suelo, se encerró en el baño.

Al otro lado de la puerta, intenté explicarle la situación con calma y aparente normalidad; le dije que habíamos tenido nuestra noche de primos, que habríamos bebido y fumado más de la cuenta, que una cosa llevó a la otra, y… bueno, y que el resto era evidente.

Ella me gritaba que eso no podía ser posible, pero por suerte, debí recordar alguna frase clave porque le dije todo lo que ella me había dicho; alguna de esas palabras o frases hizo efecto porque dejó de gritar e insultarme, para abrir la puerta y hablar con calma.

Aún estaba desnuda, asomando su cabecita sonrojada por el hueco de la puerta entreabierta y diciéndome que ella no podía haberme desvelado todo aquello. Le dije que sí lo había hecho, le recordé aquella noche en la que, siendo solamente unos críos, nos habíamos desnudado para ver las diferencias entre nuestros cuerpos, añadiendo la confesión que me había hecho, en la que decía que aquella noche descubrió que yo era la persona con la que quería estar.

Tras unos minutos en los que no quise hacer que se incomodara más de lo que ya estaba, le ofrecí sentarnos a desayunar y a hablar sobre esos sentimientos, dado que la noche anterior apenas habíamos podido hacerlo. Prometí ponerme unos pantalones y ella sonrió, eso indicaba que la situación estaba bajo control.

Con un café y un poco de bizcocho, todo se ve de otra manera y empezamos a hablar sobre todo lo ocurrido en nuestra noche infantil y el desenlace de la noche anterior; ella reconocía con timidez que sentía cosas por mí y que, al sentir lo prohibido de la situación en la que nos habíamos encontrado por ser familia, intentó olvidarlo con muchos líos esporádicos, hombres de una sola noche y relaciones poco estables. Me decía que nada funcionaba y que justo el primero que parecía hacer que empezase a verme como un familiar, había resultado ser el imbécil que la había arrojado a mis brazos.

Mientras escuchaba la historia, intentaba recordar todas las ocasiones en las que podía haberla confundido con mis besos y demás muestras de cariño; a lo mejor era culpa mía esa fijación, por estar siempre pendiente de ella y ser tan cariñoso, pero no dejaba de ser más que una prima, mi hermanita y mejor amiga. Me sentí culpable por haber dado alas a esos sentimientos, pues si me atraía como mujer (comprobado la noche anterior), no pasaba de ser una mera atracción física.

Llegó un momento en que empezó a recordar cómo habíamos empezado la noche de sexo y se sintió extremadamente avergonzada; entre lágrimas, me dijo que en ningún momento había sido su intención provocar mi infidelidad porque Sandra era la primera de mis relaciones que Irene aprobaba y consideraba familia. Se sentía culpable y me decía que le contaría lo ocurrido y le diría que me había obligado a mantener relaciones (en cierto modo, no era del todo mentira), aceptando cualquier consecuencia, con tal de que no se acabase mi relación con esa mujer.

Ese gesto me pareció muy tierno porque si bien era cierto que ninguna de mis relaciones había sido del agrado de mi prima y más de una de mis exnovias me había puesto en la situación de elegir entre ella e Irene, esta vez estaba viendo un grado de madurez en mi prima que indicaba que realmente sentía lo sucedido. Me sentí culpable por ocultarle que ya estaba todo solucionado, así que me acerqué a ella, la abracé y le dije que la quería.

Ella siguió llorando entre mis brazos, el sentimiento de culpa era enorme; me sinceré con ella para que supiera que todo estaba solucionado, le conté la llamada y la respuesta de Sandra, a lo que Irene me respondió que tenía una mujer que no me merecía.

Casi sin darnos cuenta, volvimos a besarnos, pero no le dimos mayor importancia y decidí ir a ducharme.

El agua tibia me ayudó a rebajar la resaca y recuperarme un poco. Por un momento olvidé que tenía visita y salí del baño completamente desnudo, para dirigirme a la cocina a beber agua.

Por el camino oí un sonido de vibración y creí que sería el teléfono, pero me llevé una pequeña sorpresa al comprobar que Irene se estaba masturbando en el sofá, aún convertido en cama. Desde la cocina podía ver lo que hacía y no tardé en sentir una erección al contemplar su cuerpo desnudo y a cuatro patas, siendo ensartado por un buen falo de goma, al tiempo que su dueña gemía.

Hubo un momento en que me pareció oír mi nombre y me lo tomé como una invitación, pero quise gastarle una broma y me presenté con la toalla a la cintura, diciéndole que había cosas que era mejor hacer en privado.

Irene pegó un grito y se sonrojó, ahora era yo quien manejaba la situación; a pesar de mi evidente erección, le dije que era más divertido si se hacía en pareja y le guiñé un ojo, a lo cual ella respondió que era un pervertido, mientras se abría de piernas para invitarme a su juego...

A duras penas conseguí mantener la compostura y le dije que ya tenía la ducha libre, frase que interpretó como un rechazo a jugar en el sofá y, con una mirada lasciva y una caricia en mi mejilla, se fue completamente desnuda.

Esa actitud no me aclaraba demasiado si realmente se sentía arrepentida por lo ocurrido o si, al enterarse de la respuesta de Sandra, iba a volver a aprovechar esa carta mientras fuera posible. Lo que sí estaba claro es que volvíamos a tener una buena relación y que el pequeño desliz de la noche anterior no había supuesto el final de la misma.

Aproveché para vestirme mientras ella estaba en la ducha; justo cuando estaba terminando de ponerme las zapatillas de deporte, su cabecita asomó por la puerta de mi cuarto y me pidió que le prestara un secador de pelo. Entró como dios la trajo al mundo para recogerlo, empecé a sentir que me estaba retando con ese cuerpo juvenil. Cuando terminamos de arreglarnos, nos fuimos a comer y a dar una vuelta por el barrio, haciendo algunas compras para la cena.

Al atardecer quise llevarla a un parque desde el que se podía contemplar una preciosa vista de la puesta de sol y ese día tuvimos un cielo abierto, el cual nos permitió disfrutar de un momento mágico, antes de volver a casa. Le preparé una cena para chuparse los dedos y pusimos fin al domingo con una sesión de series.

El lunes me tocaba madrugar porque tenía que ir a trabajar, así que dejé una nota y un juego de llaves para que la muchacha tuviera total libertad de movimiento.

En la nota le dije que tenía jornada intensiva y que estaría de vuelta para comer, lo que en su vocabulario venía a decir algo así como te veo cuando te levantes.

Quiso la suerte que saliera un poco antes porque había poco que hacer y me presenté por sorpresa en la casa, encontrándome con una Irene que llevaba puestas unas bragas y una camiseta de tirantes (mía, por cierto) que apenas le cubría el pecho, estaba viendo películas en el sofá; me recibió con un abrazo y un beso en la mejilla, diciéndome que la comida estaba hecha y que no había tenido ganas de salir.

Durante la comida charlamos animadamente sobre mi jornada, los planes para la tarde y si querría quedarse hasta que me dieran las vacaciones, para volvernos juntos al pueblo; ambos sabíamos que sus padres estarían encantados de que la niña estuviera con el serio de su primo, siempre me han tenido por un chico responsable y poco fiestero. Le encantó la idea y me dijo que si se iba a quedar conmigo durante medio verano, lo menos que podía hacer era echar una mano, pero al decirle que era mi invitada, me dijo que al menos le dejara devolverme el favor con una buena sesión de masajes, algo en lo que siempre ha sido una maestra. No pude rechazar semejante oferta y decidimos que durante la tarde iríamos a por lo que necesitara y que esa noche de lunes tendríamos otra noche de primos, pero con menos alcohol porque el martes era día de trabajo.

Yo me encargué de la cena mientras Irene iba preparando la zona de masaje, que por comodidad decidimos que sería mi cama; después de cenar me pidió que me pusiera cómodo y al entrar en mi habitación, me envolvió el aroma de los inciensos y las velas. Me desvestí, me tumbé y me puse una toalla para cubrir mis zonas íntimas; no había nada que ocultar, pero quería intentar limitarme a la actividad del momento.

Irene no tardó en entrar y, tras poner una lista de reproducción de música relajante, se colocó a horcajadas sobre mí y empezó a masajear mi espalda. Era una verdadera maestra, siempre se le había dado muy bien y estaba consiguiendo que me relajara y me olvidara de todos mis problemas, hasta el punto de conseguir que solamente existiéramos nosotros dos.

En un momento dado me pidió que me diera la vuelta y al hacerlo, me dijo que iba a quitarse ropa para evitar que se manchara de aceite; me dio completamente igual, estaba inmerso en mi burbuja y lo único que quería era que ese momento no terminara.

Creyendo que se había quedado en bragas, seguí con mis ojos cerrados para no perder la concentración y me dejé llevar, hasta que sentí un calor y un olor muy especiales cerca de mi cara… al abrir un ojo para saber de dónde venía ese olor, me encontré cara a cara con sus labios vaginales, los cuales brillaban y no precisamente por el aceite del masaje.

Volví a cerrar los ojos e intenté concentrarme para relajarme, pero era evidente que esa imagen me excitaba y algo me delató; enseguida pude oír a Irene retirándose de mi cama y diciéndome que algo habría que hacer con mi problema físico (la más que evidente erección). Al abrir los ojos e incorporarme, asistí al espectáculo de su joven y desnudo cuerpo, con los brazos en las caderas y sonriéndome con cara de viciosa.

Irene se tumbó a mi lado y me dijo que no quería dormir sola, invitación más que clara para pasar la noche conmigo. Yo le contesté que a lo mejor no estaba bien lo que estábamos haciendo, pero que la quería demasiado para estropear nuestra magnífica relación, a lo que ella respondió con un no vamos a hacer nada que tú no quieras.

Esa respuesta me convenció y le besé suavemente los labios, beso que fue correspondido con una caricia desde mi mejilla a mi pecho, para después deslizar furtivamente su mano bajo la toalla que apenas podía cubrir mi erección.

El tacto de su mano me provocó una corriente de placer que difícilmente puedo explicar. Esta vez no había alcohol de por medio, los dos éramos conscientes de lo que estaba ocurriendo y ninguno parecía interesado en recordar que por nuestras venas corría la misma sangre.

Las dudas se disipaban con cada beso, cada caricia y cada mirada, las palabras desaparecieron y nos miramos durante un rato, tumbados uno frente al otro, dejando que fueran los silencios los que guiaran la conversación que habían empezado nuestros ojos.

De mutuo y silencioso acuerdo, me incorporé para llevar la voz cantante y tomé a mi prima entre mis brazos, para acomodarla en la cama y colocarme sobre ella, posición que aceptó sin reservas y en la que pronto me vi encerrado entre sus piernas; nuestros sexos se rozaron por un instante y de sus labios salió un leve gemido que ahogué con un tierno y largo beso. Aquello no era una noche de sexo salvaje con una desconocida, tampoco era una noche de sexo provocado por una gran cantidad de alcohol… era una noche de sexo por mutuo acuerdo, entre dos personas que compartían un vínculo muy fuerte y especial.

Por un momento, a ambos nos invadió la vergüenza y nos convertimos en adolescentes que tienen su primer encuentro sexual. Los nervios hicieron de las suyas y recorrimos nuestros cuerpos con caricias torpes, nos mirábamos y nos reíamos de lo que estaba sucediendo… a nuestras edades, con todo nuestro bagaje sexual por separado y parecíamos primerizos.

Aquellas risas dieron paso de nuevo a las miradas y a los silencios, mis manos encontraron las suyas y nuestros dedos se entrelazaron al tiempo que mi boca buscaba con firmeza la sensibilidad de sus pequeños pechos de grandes pezones.

Irene gemía, su respiración se aceleraba con cada lamida y su espalda se arqueaba cada vez que mordisqueaba aquellos pezones, mientras su pelvis intentaba en vano acomodarse para encontrar mi glande. La tenía a mi merced.

Abandoné sus pechos para seguir explorando aquel cuerpo y detenerme en su ombligo, el cual recorrí con la punta de mi lengua; mi boca siguió su camino y, a pesar de que aquella vagina pedía a gritos una parada, continué mis caricias y besos por sus muslos, hasta llegar a sus perfectos pies. Ella parecía haber olvidado la noche anterior, pero yo seguía conociendo uno de sus puntos más débiles y me dediqué a masajearlos de manera muy sensual, empezando por el pie izquierdo.

Irene empezó a masturbarse mientras yo me dedicaba a sus pies, pero le ordené que se dejara hacer y me obedeció, no sin antes intentar frotar sus muslos; cuando localicé el punto exacto de su pie izquierdo, ella lanzó un sonoro gemido y me insultó por haberlo hecho sin avisar, insulto que me tomé como un cumplido y una señal de que estaba haciendo vibrar ese cuerpo de mujer.

Pasé un rato estimulando ese punto, primero en un pie y luego en el otro, escuchando sus gemidos y sus súplicas para que parase.

Después de una buena ración de estimulación, me encontré con una vagina muy húmeda que apenas puso resistencia a 3 de mis dedos; masturbé a mi prima sin compasión, aunque el primer orgasmo no tardó mucho en llegar y manchó mis sábanas con un buen chorro de flujos.

Recordando algunas cosas que había aprendido en mi cruzada sexual, le di la vuelta y aproveché para estimular su espalda, un centro nervioso que sabe responder si uno sabe qué puntos tocar.

Mi prima estaba completamente fuera de sí, podía notar cómo seguía lubricando porque mi pene se encontraba encerrado entre sus piernas, muy próximo a sus dos agujeros.

Con total dominio de la situación y sin avisar, hice un movimiento pélvico y la penetré de golpe, arrancando otro sonoro gemido.

A esas alturas de la noche, su cuerpo estaba al límite y su piel blanca había tornado de un color rojizo, debido a la temperatura corporal y al esfuerzo de los orgasmos.

Entraba y salía de su cuerpo sin avisar, cabalgaba sobre ella y pude comprobar que estaba completamente ida, con los ojos en blanco. Estaba claro que no se esperaba encontrarse con alguien que había aprendido de todas sus experiencias sexuales y estaba poniendo en práctica todas las técnicas en las que antes había sido conejillo de indias. Con Sandra sí había llevado a cabo muchas de esas técnicas, pero nunca en un mismo encuentro sexual.

Aumenté el ritmo de las penetraciones al mismo tiempo que cambiaba de posición para penetrarla desde detrás y estar los dos tumbados; ella intentaba besarme entre jadeos, hasta que exploté en un orgasmo y acabé dentro de ella, dejando una buena cantidad de semen que luego se derramaría por sus muslos… por culpa de la excitación no había caído en el detalle de no haber usado protección, pero en ese momento me daba exactamente igual e Irene se había desmayado por los esfuerzos.

Me levanté, me limpié, apagué las velas, puse la alarma y me tumbé junto al cuerpo desmayado, sudoroso y desnudo de mi prima, besé sus labios y me dormí abrazado a ella, con mi cabeza en su pecho…

Fue un lunes muy productivo… y aún nos quedaban unos cuantos días por delante.