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El maquillaje de la sumisión III La visita de Gema

en Control Mental

Llevaba toda el día en pié, sirviendo a mi madre y mi hermana; de vez en cuando protestaba pero siempre acavaba obedeciendo.

Después de la comida Ana me hizo estar a cuatro patas para que me usara de taburete; me puso los pies sobre la espalda, y estuvimos así durante unas dos horas que me parecieron interminables y profundamente tortuosas. Mi madre había salido a dar un paseo.

Alguien llamó al timbre de nuestra casa, mi hermana me empujó con la pierna para indicarme que comprobara que comprobara quien era. Era Gema, la odiosa compañera que me había traicionado; abrí nervioso y temeroso de lo que pudiera pasar, el tiempo que tardó en llegar se me hizo eterno, sentía un tremendo calor que me quemaba por dentro.

- Buenas tardes señorita Jirón, He hecho todo lo que me han ordenado.

- ¿Está tu hermana? Quiero hablar con ella.

- Sí que está, ¿quiere pasar al salón?

- Por su puesto.

Me di cuenta de que seguía maquillada como el día anterior, el brillo de labios, el rimel, los polvos bronceadores... también llevaba un extraño maletín.

Desde que entró me miraba por encima del ombro; yo en cambio miraba al suelo, no me quedaba orgullo ni dignidad para levantar la mirada lo mas mínimo. Lo extraño es que se molestó en saludarme como siguiéramos siendo amigos, aún me daba dos besos.

Entró en el salón, donde estaba y mi hermana.

- !Ana¡ ¿Como estás? - dijo Gema emocionada al ver a mi hermana y a la vez su antugua compañera del colegio, quien llevaba sin ver desde hacía varios años.

- ¡Gema!- Exclamó mi hermana sorprendida -. ¿Cómo me has encontrado?

- Por tu hermano, somos compañeros del trabajo. Por cierto, tengo sed, tráeme un vaso de agua.

- Sí señorita Jirón.

Fui a la cocina, cogí un vaso y se lo serví a Gema lleno de agua.

- Aquí tiene señorita.

- ¿Le has drogado en el trabajo o algo para que se comporte así? - preguntó mi hermana con curiosidad.

- La verdad es que sí; por lo que me dijo no tiene la consideración ni el respeto para comportarse como es debido, pero ahora lo tienes a tus pies.

-¿Que dices? Ya he visto que está muy cambiado pero ¿va en serio que está condenado a la esclavitud y no tiene escapatoria?

- Por supuesto; te seguirá como un perro faldero si se lo ordenas, igual que te obedecerá ciegamente a cualquier cosa que le digas.

La expresión de mi hermana cambió radicalmente, estaba encantada de las cosas que Gema Jirón le decía de mí.

Gema se aseguró de que estuviera delante para escuchar la conversación.

- En el maletín que he traído tengo un juego de maquillaje muy peculiar.

- ¿Le has maquillado?

- Puedes elegir entre pintarle la cara cada día durante una semana, o darle una pincelada de maquillaje todos los días; el muy idiota mordió el anzuelo cuando nos saludamos en el trabajo.

- ¿Pero no me afectará a mí, si me maquillo?

- Por eso no te preocupes; está hecho para que sólo afecte a los ombres.

- ¿Y cuanto durará el efecto?

- Si haces lo que te he dicho en ese tiempo, el efecto será irreversible. En este momento no puede desobedecer a nada.

- ¿Se pondría un vestido de gala si se lo ordeno? - preguntó emocionada Ana.

Yo me estaba derrumbando cada vez mas, al verlas hablar tan alegres y ensusiasmadas por mi sumisión.

- Por supesto, mientras sometido al maquillaje que te he traído cualquier orden que reciba la acatará sin oposición.

- Señoritas, por favor...

- ¡Tú no te metas, que no te hemos dado permiso! - advirtió Gema.

No me dejaron ni intervenir. Mi opinión no les importaba lo mas mínimo.

- Como ves protestará un poco, pero siempre obedece.

Las dos estuvieron hablando de mi actitud de esa mañana, el desayuno, el cariño y la servidumbre con el que les servía, la sorpresa que se llevaron mi madre y mi hermana cuando me encontraron ordenando la habitación de Ana y por supuesto el regalo tan caro cuyo precio no quería ni recordar, el que le hice esa misma mañana a mi hermana.

- ¿120 euros? Qué guai, me gustaría tener un esclavo que me compre un vestido así mas a menudo.

Ana se estaba relamiendo los labios pensando en como me trataría a partir de ese momento.

- Perro, túmbate en el suelo y arrástrate, vamos.

- Pero señorita Jirón, no puede...

- ¡No protestes y obedece!

Yo obedecí de inmediato; empecé a sentir un dolor de cabeza, posiblemente a consecuencia del grito que me había dado. Mientras estaba tirado en el suelo, ella me pisoteaba con toda su crueldad y su fuerza, no soportaba esa situación.

- Dime perro, a tu hermana le has regalado un vestido de gala, ¿y a tu madre?

- No le he regalado nada; quería concentrarme en complacer a Ana.

- ¡Pues muy mal! ¡tenías que hacerles un regalo a las dos!

- Eso lo solucionaremos – añadió mi hermana – esta tarde saldremos de compras y pagará con intereses la demora por no hacerle ningún regalo esta mañana.

- También le dije que debía dar en el trabajo tu número de cuenta, para que te paguen a ti.

- ¿De verdad? - Ana no se creía lo que le estaba contando su antigua amiga del colegio.

- Él ya no lo va a necesitar, será todo para ti.

Yo tenía miedo, escuchaba la conversación de Ana y su vieja amiga; mi hermana no paraba de sonreír con locura, casi no se podía contener de la emoción.

- ¿Recuerdas como te humillaba en tus fiestas de cumpleaños, lo mal que te trataba cuando éramos compañeras? Pues ahora te puedes vengar y hacer que sufra de verdad; puedes devolverle el daño que te hizo, multiplicado por diez, y para toda la vida si quieres; no tiene escapatoria.

- Sí, es verdad, eso nunca se lo he perdonado, y ahora veo el momento de hacerle pagar la humillación y sufrimiento que me hacía pasar.

- Eso es cierto; le trataba muy mal, pero éramos niños, sólo eso; no es posible que me guarde rencor por la actitud que tuve con ella; hace tiempo que no soy así.

- Pues ahora puedes pisotearle tranquilamente como si fuera una cucaracha; él no se vengará, ni se defenderá, ni te denunciará, es todo tuyo.

- Oh, no – pensé – esta vez estoy acabado, ya no hay nada que hacer, ¿qué dirá mi madre si se entera?

- Y recuerda que debe pagar con interes que a tu madre no le haya hecho un regalo.

- No te preocupes – respondió mi hermana, haciendo un esfuerzo por contener su emoción.

- Venga, os dejo; ya me dirás como sigue.

- Mi hermano... mi perro te acompaña a la puerta.

Entonces comprendí que debía seguirla a la salida. Fui detrás de ella, y cuando estábamos en la salida empezó a reñirme.

- ¡Inutil, te dije que le compraras algo también a tu madre, debes complacerlas plenamente a las dos, no tienes excusa!

Me estaba pegando duros bofetones sin compasión alguna; yo trataba de cubrirme.

- ¡No se te ocurra protegerte, tengo todo el derecho del mundo a agredirte como me plazca!

Entonces bajé los brazos y dejé que me golpeara tantas veces como quisiera.

Con su mano derecha me clavó sus afiladas uñas por debajo de las costillas y con la izquirda me cogió fuertemente del pelo y me dio un beso forzado en los labios.

- Espero que seais felices especialmente tú, ahora que vas a estar mucho mas cerca y unido a tu familia de lo que habías deseado en tu miserable vida.

Luego me tiró al suelo y me dio un fuerte pisotón en la cabeza.

- Ya nos veremos – dijo con una macabra sonrisa -. Venga, vete con tu Ama, perro miserable.

Por último abrio la puerta y se fue.

Dijo que el carmín también servía para manipularme; pero ella no llevaba carmín, llevaba brillo de labios.

- ¿Eso también serviría? - Pensé sin ganas de querer saberlo.

Entonces comprendí que tenía absoluto control sobre mi vida y mi cuerpo; y conociéndola, estaba convencido de que no me dejaría escapar.

- ¡Perro, ven aquí ahora mismo, tenemos cosas que hacer!

Muerto de miedo, acudí de inmediato a su presencia, estaba seguro de lo que me haría.

- Aquí estoy Ama.

Me ordenó que me tumbara con la cara en el suelo; en el momento que lo hice me cogió del brazo con una mano y empezó a retorcérmelo con fuerza; con la otra mano me tiró del pelo.

- ¡Te pasarás la vida arrepintiéndote por las cosas que me has hecho en la vida.

Luego me puso un cojín en la cara para undírmela en él. Ella me apretó sin ninguna consideración.

Despues de unos minutos torturándome de ese modo me ordenó que le acercara el maletín. Cuando lo tuvo delante lo abrió, sacó los polvos bronceadores y empezó a retocarme la cara, después me pintó los labios con un tono rojo claro.

Yo era incapaz de contener las lágrimas; podía parar; sentía como me salían por los ojos y caían por mi cara.

- ¡Maldita sea, deja de llorar, o te tragas el maquillaje!

En ese momento paré en seco. No sé si fue porque pude controlarme, o porque la exposición al maquillaje me llevó hasta el punto de acatar una orden así.

La mirada que tenía Ana era de enfadada, me miraba como si estuviera cabreada; que hizo que no pudiera mirarla; no podía estar quieto.

- ¿Imbecil, si te mueves tanto no podemos hacer nada! - esxcalmó desesperada.

Tener que quedarme quieto para que me pinte era insoportable para mí, por mucho que me esforzaba, no podía parar de moverme; pero ella quería pintarme a cualquier precio.

- Venga, ve al baño, límpiate la cara y vuelve; pero no llores mas y no te muevas tanto; si sigues así, no se puede hacer nada.

En unos minutos volví del baño con la cara totalmente limpia, de nuevo estaba sin maquillaje.

Ana me dió un fuerte rodillazo en los genitales, que me tumbó de inmediato, luego me dio una serie de pisotones por todo el cuerpo mientras me daba nuevas instrucciones.

- ¡Cuando te pinte te tienes que estar quieto, no quiero que te muvas ni llores como una niña!

Luego me ordenó que me sentara de nuevo y volvió a pintarme. Pero antes de empezar de nuevo me dio un aviso.

- Y recuerda que sí esta vez no pones de tu parte te tragarás el maquillaje.

- Está bien Ama, esta vez colaboraré.

A continuación volvió a pintarme de nuevo; los polvos bronceadores, el carmín en los labios y finalmente la raya de rimel. Después de pintarme la cara me pintó las uñas de marrón.

- Ya está, ¿Ves como no era tan dificil?

- Sí Ama, perdone las molestias que le haya podido causar.

- Pués no, no te lo perdono, te castigaré por ello, pero mas adelante.

- Como quiera, aceptaré mi castigocuando usted disponga.

- Ya sé que será cuando yo lo disponga, no tienes que decirme nada.

Yo intentaba responder correctamente, intentaba disculparme por no satisfacerla, pero siempre me reprochaba que hablaba de forma inaceptable.

- Prepárate para salir; te recuerdo que tienes una deuda con mi madre.

Yo no dije nada, tenía miedo de equivocarme y responder de forma inadecuada.

- ¿No dices nada? Se diría que pierdes vocabulario.

- Ama, cada vez que hablo me llama la atención porque me equivoco, y tengo miedo de responder de forma inadecuada.

- Pero si no hablas no aprenderás de tus errores, perro desgraciado.

- Sí Ama, tiene razón.

- ¡Ya sé que tengo razón maldito insolente! ¡a ver cuando aprendes!

Después de darme llamarme múltiples veces salimos de casa y fuimos a una zapatería de alta gama; fuimos en taxi. Por su puesto lo tuve que pagar yo. La zapatería estaba en el centro de la ciudad. Mi hermana eligió los zapatos que consideró adecuados, costaban una¡os 200 euros. Eran rojos, de tacón y tenían unos diamantes incrustados al rededor de este calzado.

La idea de que me tenga que dejar el saldo en caprichos tan caros de mi hermana que obviamente no me beneficiaban en absoluto, me producía un profundo nudo en el estómago. Ni siquiera era capaz de moverme, no pdía ni respirar.

- Oye, no montes un númerito aquí delante de todos.

- Como ordene Ama.

Nos dirigimos a la caja, por el camino me dio una nueva orden.

- Si preguntan porque llevo tu cartera no digas que eres mi esclavo, invéntate una excusa. Tú te quedarás callado a menos que yo te permita hablar, y si le hablas hazlo con sumo respeto; recuerda que es una mujer.

Nos atendió una empeada joven, de menos de treinta años.

- ¿Les puedo atender yo?

- Sí quiero unos zapatos como estos pero de la talla 40 – dijo mi hermana mostrando los zapatos que estaban en mis manos.

- Muy bien, ¿Son para ti?

- No, son para mi madre.

La empleada fue al almacén y en unos segundos volvió con una caja de zapatos y las manos cubiertas por unos guantes. Sacó los zapatos de la caja con sumo cuidado, los cogió para mostrarnos que eran los que quería mi hermana, y de paso para comprobar que estaban en perfecto estado, los guardó de nuevo, fue a la caja para cobrarnos y nosotros la acompañamos detrás; mi hermana sacó mi tarjeta del banco y mi documentación.

- ¿Tu documentación por qué la lleva tu hermana?

- Yo no soy muy responsable señorita, mi madre dice que gastaría todo mi dinero en caprichos innecesarios, pero confía mas en mi hermana porque ella es mas sensata que yo.

- ¿Y la documentación?

- Es para estar seguras de que no pueda salir si no me acpomaña mi madre o mi hermana.

La joven se quedó de piedra; no tenía palabras para seguir hablando después de lo que había dicho. Es como si hubiera dicho que aún soy un niño.

No dijo nada mas, nos cobró con tarjeta y nos fuimos del comercio.

- Has estado muy bien; has sido muy creíble diciendo que no puedes salir sin ir acompañado y que no puedes llevar tu propia tarjeta – comento mi cruel y malvada hermana.

- Muchas gracias Ama, viniendo de usted, tiene mucho valor ese cumplido.

Yo me sentí destrozado, todos mis ahorros me los estaba dejando en hacerles regalos a mi madre y mi hermana.

Cuando llegamos a mi casa mi madre ya había llegado.

- Mamá, mira lo que tenemos para ti – dijo mi hermana, entusiasmada.

Pero cuando vio mi cara sutilmente pintada, tenía mas interés en saber el motivo de mi maquillaje.

- ¿Que ha pasado contigo? - preguntó sorprendida y emocionada.

- Díselo tú perro – ordenó Ana.

- Una compañera del trabajo me drogó con su maquillaje para que hiciera todo lo que me dijeran las mujeres...

Le expliqué lo que Gema le había contado a mi hermana; con un pequeño roce del maquillaje ya estaba expuesto, si tenía un roce diario durante un mes o la cara totalmente maquillada durante una semana, el efecto sería irreversible.

- Claro, ya me parecía raro que fueras tan educado, sumiso y cariñoso de repente. No sé como no lo hemos pensado.

- Le he ordenado que no llore porque se iría el maquillaje de la cara.

- Dime una cosa, ¿te molesta tener la cara maquillada? - preguntó mi malévola madre con una sonrisa.

- Noto una sensación rara, nunca me habían pintado lacara.

- Te acostumbrarás.

- Sí Ama.

- Por cierto, ¿que queríais decirme?

- Le hemos hecho un regalo Ama – respondí tendiéndo los zapatos envueltos en un papel.

- ¿Te imáginas lo que debe valer? La chica que nos ha atendido los ha cogido con guante.

Mi madre estaba maravillada encntada al ver el regalo que le habíamos hecho; unos zapatos de tacón con diamantes incrustados...

- Han debido costar una fortuna Antonio, te agradezco el detalle que has tenido al regalárme esto, pero no esperes que vaya a ser mas compasiva contigo por muchos regalos que me hagas.

- Lo entiendo, pero eso no es todo. Debe saber que el dinero que tengo en mi cuenta ahora le pertenece a usted.

- ¿Ah, si, por qué?

- Yo no lo voy a necesitar.

Estaba renunciando a todo mi dinero, a este paso no tardarían en perder tambien mis bienes materiales.

Los meses pasaron y ya ni recordaba desde cuando me maquillaba por las mañanas, eso fue una desagradable rutina que quedó atrás, pero yano había vuelta de hoja. Ahora me torturaban a conciencia, me maltrataban, me travestían, me obligaban a hacer los trabajos domésticos, y cada vez que suplicaba que mostraran un poco de piedad mi madre siempre respondía con mas crueldad que antes, me castigaba aun mas, yo siempre protestaba, pero no tenía escapatoria. Al final, siempre me arrepentía de suplicar.