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Parte V: Todas son dominantes

en Control Mental

Elvira estaba preciosa, con su metro ochenta y uno de altura, mas unos tacones de cuatro centímetros y un maquillaje que le hacía estar, más radiante si era posible.

- Hola cariño. ¿Cómo estás? Me alegro que hayas venido. Pasa, casi está el almuerzo.

– Hola Elvira, gracias a ti por invitarme.

- Hola, bomboncito – saludó cambiando su tono de voz a mimosa - ¿Me das un besito?

- Hola, claro que sí – respondió avergonzado.

- ¿Hola sólo? - preguntó Elvira, decepcionada.

- Hola Elvira… doña Elvira.

- Mmm, eso está mucho mejor; anda pasa – ordenó dándole una fuerte torta en la crisma.

Cuando entraron los dos cerró la puerta y les enseñó la casa, amplia y bien decorada, como cualquier otra de un barrio adinerado y lujoso, una habitación, con las paredes pintadas de rosa, y fotos de su familia; en la litera de la habitación habían muchos peluches.

– Sí, ya sabes que a mi hermana le gustan mucho – informó Elvira.

– Genial, encima tiene una hermana pequeña – pensó incómodo.

– Mi familia está en el salón, pasa y te las presento, Fresa– invitó sonriendo.

– No, por favor – Suplicó llorando.

Pero Adela puso su mano en la espalda del sumiso y le animó a caminar, aunque fuera contra su voluntad.

– Sabes que no puedes protestar, Fresa.

– Sí, pero esto...

– Pero nada – añadió Elvira, cogiendole del pelo para arrasatrarle hasta llegar al salón.

– Está bien, señorita, pero suélteme por favor – sumplicó llorando el sumiso.

– Espereo que no protestes más.

Mientras le arrastraba veía las habitaciones de la casa; un baño ancho, con un plato de ducha justo, y azulejos celestes años 90, una cocina alargada en muebles de color blanco brillante y al fondo el salón…

– Susana, ya conoces a Adela; esta vez se ha traído a Fresa, su hermano – comentó sonriéndo, tirándo de la cabellera del sumiso, hacia su hermana pequeña – y su esclavo.

– ¿Su esclavo?

– Oh sí, y Adela le ha ordenado que se obedezca y se comporte como una señorita, ¿quieres enseñarle o jugar con él?

– Bien – respondió la niña con normalidad.

– Puedes castigarle como quieras, sabe que tienes derecho, y si vas a maquillarle no le pintes los labios.

El sumiso etuvo un rato a solas con la pequeña en su cuarto, le estuvo enseñando a caminar, posar y hacer comentarios típicos de mujercitas, le resultó bastante incómodo tener que aprender de una niña a la que casi le doblaba la edad, pero no tenía elección. Cuando Susana pensó que ya se movía de forma adecuada le enseñó a pintarse con el maquillaje de Elvira.

– No, por favor, eso sí que no – suplicó llorando.

– Te ordeno que no protestes y que dejes de llorar.

El sumiso obedeció inmediatamente, de repente ya no lloraba.

– Venga, sécate la cara, tienes que pintarte un poco.

– Sí señorita.

Mientras ella le ofrecía el rimel, los polvos bronceadores y la pintura de uñas él se maquillaba sobre la marcha. Se maquilló en unos minutos y le hizo caminar y posar una vez más como una señorita. Entonces pensó que ya estaba listo y le hizo volver a donde estaban sus hermanas.

Al llegar se llevó una desagradable sorpresa, pues la madre de Elvira también estaba con ellas. Se quedó de piedra, pero ella sonrió al verle.

– Huy, ¿qué tenemos aquí? – preguntó la madre.

– Buenos días, señora, yo soy Fresa, el hermano y esclavo de Adela.

Después de presentarse su madre les preguntó si querían almorzar o beber algo.

- ¿Y bien una copa?

- Yo me tomaría una cerveza si tienes – respondió Adela - él no tomará nada.

El sumiso, que llevaba puesta la rebeca decidió quitársela; pero Adela le dijo que lo tenía prohibido; mientras estaban en el salón Elvira aprovechó para acariciarle la espalda, no soltó la mano hasta que casi se sentó.

Su madre regresó con unas bebidas y se despidió de ellas para que hablaran como buenas amigas de los estudios, de la familia y de... su sumisión; él mientras se limitaba a mirar el salón sin decir nada, se aburría bastante, tenía mucho calor, el sol que irradiaba la ventana de salón le tenia sofocado, así que se quitó la rebeca.

- Ay, espera un momento, Elvira, … ¿Mi fresita tiene tanto calor, se ha quitado la rebeca sin permiso?

- Yo... sí Ama – respondió inseguro sin saber que debía pedir permiso.

- ¿Qué te crees, que estás en tu casa, que vienes y te quitas el abrigo sin que nadie te diga nada?

- No Ama.

- Bueno Adela, no pasa nada, se lo perdonamos por esta vez…

- De eso nada, hace una semana le impregné con el perfume, y aunque se esfuerza en agradarme se toma ciertas libertades que no le puedo consentir, esta mañana le he dado un escarmiento, pero no parece que haya aprendido.

A Elvira se le encendieron los ojos.

- Cuenta, cuenta - preguntaba a Adela.

Ella contó con todo detalle, la escena de aquella mañana.

- Sí mujer, hay que estar muy encima, y cuando parece que ya ha aprendido vuelve a decepcionarme – le miraban mientras hablaban. El cgico estaba sonrojado y miraba para la pared, sin hacer ningún movimiento, tenía las manos cruzadas y le pellizcaba con las uñas, no sabía que hacer.

- Bueno Adela, quizás te falta persuasión. ¿Puedo probar yo?

- Claro que sí - dijo su hermana -. Que menos por haber tenido la gentileza de invitarme a almorzar, faltaba mas.

Elvira se emocionó, el sumiso lo sabía, porque en su rostro angelical se dibujó una plácida sonrisa, y confiada empezó a hablarle.

– ¿Tienes calor? Pues quítate la camiseta también, ¡Ahora!

Lo hizo sin rechistar.

- Tus zapatos fuera.

Ella se levantó y fue hacia él, era imponente muy alta, su figura caídos rozaban casi el comienzo de su falda, se bajó un poco y acercándose a él, le habló en voz baja.

- Pórtate bien y seremos grandes amigos, ya lo verás, ¿no querrás que me enfade contigo, verdad?

Su corazón se aceleró rápidamente.

- Que bien, eres más atento.

No dijo nada y le entregó su ropa.

- Pero cariño ¿y tu tanga, te has puesto el que le di a tu hermana para ti, que detalle – comentó satisfecha, no lo había visto, pero estaba segura de que Adela se había asegurado de que correspondiera su capricho.

- Mmmm.

Le levantó y le hizo voltearse para ella.

- ¿Y ahora tienes calor? ¿estás bien?

- Si, doña Elvira.

- Muy bien, pues ahora tranquilito, ven conmigo.

Su hermana bebía y veía un programa de cotilleo de varias horas en la televisión, sin prestar atención a su hermano ni a Elvira.

Ella le dio la espalda al sumiso y le ordenó que se arrodillara para besarla por detrás. La camiseta que Elvira llevaba dejaba ver claramente parte de su espalda, pero tuvo que esforzarse para besarla, pues la espalda estaba por encima de él y es que era bastante alta. Con cada beso ella sentía un cosquilleo que le hacía reir ligeramente. Mientras recibía los besos sentía las manos del sumiso abrazando las piernas y ella le correspondía colocando sus manos sobre las del sumiso. Estaba encantada del cariño que él le mostraba con tanta entrega.

Cuando la amiga se cansó le ordenó que se sentara en el sofá para que ella se sentara encima; Elvira estaba en sus rodillas como una niña, le hacía carantoñas, le besaba en la mejilla y en el cuello, le pellizcaba fugazmente en la espalda, y le hacia cosquillas. Él estaba nerviso y entusiasmado, pero también incómodo, pués sólo quería estar al servicio de su familia, y aunque él siempre se sintió atraído por Elvira, estaba incómodo sometido a sus deseos.

- ¿Sabes? no tengo novio, pero me gustaría tener uno como tú, cuchi, cuchi, cuchi – comentó mientras jugaba con él – un niñito calladito que se porte viene con su chica.

Era tal la autoridad de su esencia, que sentado en sus rodillas estaba totalmente sometido a su voluntad y cuanto mas permanecía mas empeño ponía en obedecer, él permanecía por debajo de su cuello, de vez en cuando miraba hacia arriba y la veía hablar, pero se centraba en sus labios preciosos y tentadores. Dado que se sentía despreciado por ella, pensó que nunca sería posible besarla, además nunca entendió que las mujeres tuvieran tendencia a pintarse; pero ahora sentía el impulso de introducir su lengua en la boca de Elvira y verlos pintados aumentaba el deseo.

Sonó el reloj de cocina y le mandaron a poner la mesa, puso los cubiertos y platos, sirvió la comida, nada especial, todo muy corriente. Durante el almuerzo le hicieron permanecer en pie para proporcionar cualquier servicio.

Luego tomaron algo dulce que llevó Adela y su pobre hermano no pudo probarlo. El chico comenzó a recoger la mesa y fregó todo, en ese momento, Adela comentó que quería dormir un poco.

- Por supuesto que puedes - le brindó su propio dormitorio al que la acompañó, su hermano seguía fregando, cuando pasado un momento ella apareció con una nueva copa de ponche, sin hablar, se puso detrás del sumiso, y con su mano, empezó a acariciar su espalda, bajando desde las cervicales hasta sus lumbares; estaba manoseando su cuerpo sin ningún reparo, sin pausa pero sin descanso, solo la oía tragar y echarle el aliento en su oído.

Pero él no se distrajo, seguía fregando pero más apartado, pues un pulso acelerado había hecho acto de presencia.

- Mmm, lo que se pierden tus compis, si supieran el tesoro que tienen en clase, y Mélani, la dulce, cariñosa y tierna Mélani, se sorprendería mucho si viera que siempre estarías dispuesto aobedecerla.

El joven dio un respingo.

- Por favor… pídame lo que quiera, estaré enctantado de servirla, pero eso no...

- ¿Suplicas?, niñato malcriado, tu madre debería ver como se educa a un hijo.

- Le prometo que haré lo que quiera, pero por favor.

- Lo que quiera, eh… Ven conmigo.

Le agarró del pelo, y él la siguió; más que seguirla se dejó arrastrar por donde quería Elvira, él caminaba como podía agarrado con total autoridad por su gran mano. Fueron al salón, él intentaba echarse hacia atrás para evitar que les viera el vecindario, pero ella, abrió la ventana, pasó a cogerle del cuello, le hizo mirarla, le besó, introduciendo su lengua con gran maestría, encontraba toda su boca, un beso como nunca, parecía que estaba usando la lengua para estudiar su cavidad bucal, él estaba cada vez más entregado y aunque intentaba alejarse de la ventana, le gustaba sentirse atrapado con fuerza del cuello.

- ¿Sabes? Lo que yo quiero es un hombre sumamente cariñoso y sumiso; un hombre que me obedezca, me respete y por encima de todo – Elvira hablaba mientras besaba los labios e introducía su lengua en la boca del sumiso y le acariciaba – que me entregue todo su amor, que me ame con toda su alma; alguien que me abra de par en par su corazón, me venere y se ruborice en mi presencia para demostrarme la devoción que siente hacia mí, que soy la persona más valiosa del mundo y que aprecie mi belleza y mi personalidad femenina. No quiero tener a alguien para amarlo, alguien así no lo necesito, no me hace falta, lo quiero para tener un hombre a quien pueda besar e introducir mi lengua en su boca, y me corresponda del mismo modo; alguien que se sacrifique por complacerme y cuando le humille o le maltrate, me perdone y me permita seguir dándole ese trato tan vejatorio y degradante cada vez que me plazca y que nunca se canse de corresponder mi voluntad obedeciéndome y amándome como siempre, como si yo le diera realmente todo mi amor. ¿Tú eres ese hombre, o le digo a Adela que no me sirves?

Ella se separó un poco.

– Sí señorita.

– ¿Te ha gustado? Pues ahora levanta y acércate a la ventana y observa un rato – ordenó sonriente.

Mientras le hacía mirar por la ventana le hablaba de lo mucho que iba a obedecer a sus compañeras, que estarían encantadas de su nueva actitud.

Sus compañeras pensaban que dejaba las actividades sin acabar y que era un impresentable con las mujeres, y su madre decía constantemente que hacía lo que le daba la gana en casa, que había sufrido mucho con él y se lamentaba de que su hija no fuera la primogénita de la familia, pero que el carácter tenía que cambiar.

Despues de unos minutos llamó a Mélani; ella vivía en el piso de abajo, donde tenía una terraza; en unos segundos salió y Elvira agarró al sumiso por la cabeza y le empujó hacia el sofá de abajo y le asfixió con un cojín mientras le retorcía el brazo. Casi se le para el corazón al estar tan cerca de dejarse ver travestido por su compañera

- Hola Elvira, ¿Qué tal?

- Hola Mélani, ¿cómo estás?

- Bien, estaba recogiendo la casa.

- Oye, ¿Qué le pasa a tu compañero? Su hermana dice que está muy raro.

Le dio la vuelta; ella se colocó encima con las piernas sobre el cuello del chico, y mirando a la ventana, siguió hablando con Mélani, mientras le asfixiaba.

- No lo sé, no he querido preguntarle, me da la impresión de que no querrá contármelo.

- Bueno mujer, nunca se sabe, por lo menos pregúntale.

- ¿Y té qué tal? - preguntó Mélani.

- Pues aquí comiendo con una amiga, ¿quieres subir y tomar café?

- Te lo agradezco, pero tengo que estudiar, en otra ocasión tal vez

- Como quieras, otro día nos vemos, te espero.

- Vale, gracias.

- ¿Cómo le va a tu compañero con los estudios?

- Le cuesta bastante entregar las actividades, creo que tiene problemas en casa, pero ya sabes, no he querido preguntarle.

- Tal vez deberías hacerlo, seguro que le ayudarías mucho.

Le explicaba que eso tenía que cambiar, Elvira notó que en el salón desde la puerta le miraba Adela, que había despertado, sonreía y se mordisqueaba los labios.

Fue caminando hacia él, seguía asfixiado. De repente, Adela llegó hasta su hermano, me hizo abrir mis piernas, se tomó la libertad de pisotear mis genitales con el tacón de su zapato.

- ¿Quién manda? ¿Tú, o tu madre?

- Mi madre….aghhh…mi señ…se…señoritas.

-¿Y en esta casa?

- Ustedes.

- Así debe ser. Buen perrito, eres un sol, tu madre no se debería perder esto, ¿tú que crees Adela?

- La verdad es que es muy obediente, jajajaja.

Las dos reían, mientras el sumiso temblaba y sudaba, las miraba y pedía por favor que pararan, que se portaría bien, se tiró al suelo y besó sus zapatillas, en especial sus dedos que sobresalían por la punta del calzado, les pidió que no repitieran esa experiencia.

- Ya veremos - interrumpió Adela, ahora ve a dormir la siesta, Elvira y yo tenemos que hablar; te llamaré.

- Túmbate en el suelo y duerme como un perro - dijo Elvira.

Él sumiso pensaba en todo lo que les había hecho sufrir a su familia y en lo descuidada que la tenía, pero ahora era presa de dos bellezones. Él se tumbó y se durmió al instante. Ellas se quedaron viendo la tele con el programa habitual de cotilleo muy alto.

Despertó pensando en cómo se lo explicaría a Mélani cuando le viera; mientras pensaba Adela le informó de que volverían a casa de Nadia. El fin de semana pasó tranquilo; él siempre permanecía en pie, dispuesto a obedecer a su familia, no se sentaba ni se apoyaba en ningún sitio, no descansaba. Se vestía únicamente con ropa femenina que le proporcionaban. De vez en cuando Adela le ordenaba que fuera a su casa para desacerse de su ropa y terminar de decorarla habitación como se le había ordenado.

Llegó el lunes, y el simiso sin saber qué decirle a Mélani cuando le preguntara estaba particularmente nervioso. Cuando llegó a clase sus compañeras estaban esperando a que la profesora les abriera la puerta; llegó Ainara, con quien tenía clase antes de Laura, se las alumnas entraron en la clase y él les cedió el paso a todas, entró con la cabeza por debajo de las de sus compañeras, Adela le ordenó expresamente que mantuviera esa postura hasta que se sentara o alguien le indicara otra postura. Se sentó en su sitio y Mélani comenzó a hablar con él.

- ¿Qué te pasa?– preguntó Mélani poniendo su mano sobre el ombro de su compañero. Pero esto le puso aún más nervioso – vamos, me lo puedes decir.

- No es nada, es que... tengo algunos problemas en casa.

– ¿Qué problemas? – insistió deslizando la punta de sus dedos por el brazo.

– MI hermana...

– ¿Le pasa algo a Adela?

– No, a ella no, pero... me ha tomado por la fuerza y me obliga a obedecerla; una de las primeras órdenes humillantes que me dio fue que llevara ropa interior de mujer. En casa me hace llevar un corset...

– ¿Tu hermana? – interrumpió Mélani – Vale, no me interesa tu ropa interior. ¿Por eso has entrado de esa forma tan ridícula? ¿Pero no decías que os llevabais mal, que no os hablabais, que no la soportabas? ¿Por qué no te resistes?

– Al principio no me gustaba, pero me di cuenta de que solo sirvo para obedecer y servir; por favor, no se lo diga a nadie – suplicó llorando. El chico no soportaba las caricias que le hacía Mélani con los dedos, pero intentó controlarse.

– ¿Ahora me hablas de usted? ¿Qué pasaría si se lo cuento a la clase?

– Tendría que obedecerlas a todas; quiero ser el esclavo de mi madre y hermana, no el de todas las chicas del mundo; eso me daría mucha vergüenza.

– ¿Por qué estás llorando?

– No se lo diga a nadie, por favor.

Mélani se acercó a su compañero y le susurró al oído.

– Te he preguntado por qué lloras.

– Me está haciendo pasar mucha vergüenza; no siga, por favor.

– Una cosa mas, ¿si de verdad tienes que obedecernos por qué no lo has dicho hasta ahora? ¿porque te daba vergüenza? ¿puedo castigarte si quiero?

– ¡Te has convertido en esclavo de tu hermana! – esclamó Mireia.

El chico se quedó bloqueado de la vergüenza, no supo como reaccionar, y para mayor humillación Melani le contó lo que le había dicho.

– Sí, y hasta le hace llevar ropa femenina.

– ¿Puedes darme una garantía de que te ha hecho su esclavo de verdad y que tendrías que obedecernos a todas también? – preguntó Mireia.

Pero el sumiso no reaccionaba, estaba totalmente rojo, sudaba, temblaba; estaba perdido y sabía muy bien que sus compañeras no tendrían ninguna piedad de él.

– Coge un libro y arranca todas las páginas del tema que damos ahora – ordenó Melani.

El chico cogió un libro al azar y de un tirón arrancó unas páginas de un tirón sin razonar.

– ¡Ahora coge un rotulador y escribe en la pizarra, que eres nuestro esclavo, que deseas obedecer de todo corazón a tus compañeras y profesoras y que podemos humillarte o maltratarte! - ordenó Zoraida, imponente e inflexible para que la clase supiera el control y la autoridad que tenían sobre el sumiso, quien humillado y totalmente abatido obedeció de inmediato.

Entonces entró Ainara, de pelo castaño y rizado, estatura media, llevaba un vestido y unas medias negras, y unos zapatos de cuatro centímetros de tacones; como toda mujer coqueta iba muy bien maquillada, las uñas se las había pintado de granate, y los labios de color fucsia.

– ¡Ainara, nuestro compañero tiene que obedecernos a todas!

Ainara no dijo nada, sólo sonrió; dejó sus cosas y entonces sí que constestó.

– Ya lo sé, Laura me lo dijo hace tiempo.

– Pues dice que siempre tenía que obedecernos a todas – añadió Vanesa.

– Podemos castigarle? – preguntó Zoraida, entusiasmada.

– A ver, antes que nada – añadió Mélani – mira fijamente a Ainara, mira su cara, sus ojos, su sonrisa, sus labios perfectamente pintados, crees que son maravillosos, que ella es hermosa, te sientes profundamente atraído por ella y te estás enamorando de su cuerpo armonioso y estético; ahora acércate y bésala como hace Elvira.

El sumiso acató cada orden recibida de su compañera, desde mirar cada detalle de su cara hasta dejar que le manipulara los sentimientos hacia su profesora. Él se acercó, la abrazó y la besó con delicadeza. Luego Ainara apartó sus labios del alumno, le partió la cara y respondió a Zoraida.

– Sí, elige un castigo y empezamos a dar la clase – respondió Ainara.

– Vale; tienes que caminar por el aula con una postura afeminada – indicó Zoraida.

– Quítate la camiseta, ¿no llevas un corset debajo? - añadió Mélani.

Al recibir tantas sugerencias para incrementar el castigo, se sintió más humillado y vendido de lo que hubiera imaginado jamás, pero esa sensación aumentó considerablemente al llevar a cabo las propuestas que hacían. Después de divertirse un buen rato, intervino la profesora.

– Ya está bien, te pinto los labios y empezamos a dar clase – Añadió también la profesora, al ver que no estaba maquillado. Pero no le pintó sólo los labios, le pintó toda la cara, como se pinta ella misma. Le pusó rimel, le hizo la raya en los ojos...

Ainara paseaba por el aula, advirtiendo al sumiso.

– En cuanto a ti, no quiero verte sentado en una silla nunca mas, si lo que dices es cierto, lo tienes prohibido, quiero que estés de pie toda la mañana, mirando fijamente al suelo hasta que alguien te dirija la palabra.

Después de este aviso, Ainara empezó a dar clase. Pero las alumnas prestaban mas atencións al ridículo que hacía el desgraciado que a Ainara.

Luego llegó Laura y las compañeras le pidieron por favor que le dejara seguir con el castigo; y ella, con una sonrisa aceptó de buengrado, no podía parar ni en la hora del almuerzo, de hecho ellas se recrearon golpeándole en el culo con la regla mientras aguantaba el peso de sus libros repartido en ambas manos; estaban combinando los castigos empleados en la vieja escuela; ese era sólo el primer día, más adelante le encerraban en un armario del centro donde guardaban el material de limpieza, le ataban a una silla o le hacían llevar un vestido de hadas. además tuvo que aguantar las risas, las burlas, las fotos y las grabaciones que le hacían las compañeras. Cada día le sometían a castigos más humillantes, por no entregar las actividades o sólo por diversión.

Cada día deseaba que terminara las clases para librarse del trato humillante y vejatorio al que estaba sometido; incluso Zoraida, la educada Alba y la dulce y tierna Mélani le humillaban sin piedad.

El tiempo pasaba y pasaba; él obedecía por igual a todas las mujeres que tenía delante, se dejaba humillar o maltratar. Pensaba en Gloria, su madre ya llevaba tres semanas de viaje; por lo que dentro de poco volvería a casa. Tal y como había dicho Adela, en tan solo un fin de semana su hermano fue sometido a la autoridad femenina, y aunque en ocasiones se sentía profundamente indignado y violentalodo, en las semanas posteriores aprendió a aceptar la vida que se le impuso, fue apartado completamente de su vida social, con el tiempo la gente dejó de llamarle para salir, o simplemente para hablar, en el centro donde estudiaba le humillaban y le torturaban; en realidad, excepto por el trato que recibía de sus compañeras y profesoras a él le gustaba que fuera así, de ese modo estaría completamente a disposición de su hermana, a las pocas horas de estar en su casa, que se le pasaban volando ya sea porque era humillado o torturado, lo que le dejaba idiotizado junto a ella y afianza mas el vínculo entre hermanos, o porque le tenía haciendo las tareas domésticas y no dejaba que se dedicara a nada que no fuera servirla.

Adela era muy buena, siempre lo ha sido, pero él no se dio cuenta hasta unos días antes, cuando le abrió los ojos. De vez en cuando le daba algo de su dinero para comprarse alguna revista, le recordaba que tenía prohibido comprar una de coches, deportes o videoguegos, por lo que compraba prensa rosa, en realidad solo le gustaba de ese tipo y aborreció el resto de prensa; la leían juntos, mejor dicho Fresa se la leía; ella se tumba en el sofá para escucharle y él estaba tirado en el suelo como su mascota.

En otras ocasiones cuando hacía la compra, le permitía comprarse alguna golosina.

- "¡Es tan guapa y tan atractiva..." - pensaba idiotizado – "que no me importa que me ridiculice, es tan encantadora cuando dice que no valgo para nada y que estoy indefenso sin ella, que quiero corresponderla estando completamente a su disposición y hacer o que ella desee.

Cada vez que iba a clase estaba deseoso de llegar a casa y besarla, bajar a su barriga y acariciarla, para luego terminar las tareas del hogar que Araceli no podía acabar.

- "¿Ves como no puedes vivir sin mí?" - decía ella en alguna de sus siestas que seguía tomando a diario, y él inmediatamente le daba la razón. Ella se recuesta a su lado y juega con él.

– "Vamos, ponte a cuatro patas, ladra, da vueltas sobre ti mismo y gira como una croqueta; muévete como un perro. Te lo ordeno" – decía juguetona y sonriente de vez en cuando; él, entusiamdado siempre obedecía.

Por fortuna ya hacía tiempo que no había vuelto a ver a Yaiza ni Elvira, todo estaba bien, salvo por el día en que le dio una noticia que le hizo pensar.

- Ven aquí fresita.

No le llamaba de otra forma. Ya ni recordaba su verdadero nombre.

- Me voy de viaje de fin de curso con el colegio, sí, esas personas con la que tanto me reía de tu patética y miserable vida, nos vamos diez días. ¿A que es maravilloso?

- Si, lo es señorita.

- Pero te quedas aquí para limpiar la casa y... recibir a mamá y obedecerla como sabes; precisamente vuelve cuando estamos fuera. ¿Lo entiendes?

- Sí, señorita.

- Perfecto - dijo ella -. Hamos a casa, tienes que hacerme la maleta, me voy esta tarde.

Él obedeció de inmediato; recogió las cosas de su hermana, los dos volvieron a casa y le preparó el equipaje.

Ya era tarde noche, había quedado solo en casa, estaba vestido con la indumentaria que tanto le gustaba a Adela que llevara, hacia mucho calor.

El día siguiente era sábado, ya pensaría que hacer, veía programas de prensa rosa, uno de esos que tanto le gustaba ver con Adela, escuchar música, distraerse… pero se dio cuenta de que sin Adela no tenía ninguna distracción.

Llegó el día siguiente, pasaba las horas como debía, lavarse a conciencia, pero se notaba raro, tenía la impresión de que había transcurrido una eternidad, viviendo en soledad sin la compañía de su adorable hermana, pero en realidad solo había pasado un día desde que quedó solo, no había nadie que le mandara, que le diera obligaciones, que le humillara o torturara, se sentía desamparado y sentía la necesidad de estar sometido a una mujer imponente y radiante. Pensaba en Adela, en su piel suave como un folio, en su mirada atractiva, pensaba en Yaiza, su cintura, esos pensamientos le producían nostalgia, esa nostalgia le desesperaba, esa deseperación le destrozaba…

Pensaba en su madre… hizo memoria de todas las trastadas que le había hecho, de cuando llegaba del colegio con unas notas de aprobado, pero para una madre exigente y ambiciosa como Gloria eran totalmente inaceptables, cuando tiraba cosas de la casa, de cuando la hacía llorar, de cada disgusto que le dio por no obedecer o por discutir con cualquiera de la casa, su hermana, ella o Araceli, la inocente y trabajadora Araceli, cuando no le hacia ningún favor dentro de casa ni fuera, se sentía muy mal, aprendió que se había comportado de forma totalmente opuesta a la que debía, era satisfactorio y gratificante cumplir con sus obligaciones, que eran servir y obedecer a una mujer y dejarse humillar y torturar por ella y… su madre, era una mujer. El único consuelo que tenía era que llegaría dentro de poco y... que además sus compañeras le humillaban cada día de clase, le partían la cara; el rumor se extendió por todo el centro, todas las alumnas y profesoras le trataban de forma tan humillante como Laura; al comprender que podían dar riendas sueltas a sus deseos de humillarle, llegaron a ser inimaginablemente más crueles que la propia Adela.

Después de pasar varios días sometido a los deseos y autoridad de las alumnas y profesoras den centro y mirando exclusivamente la hora cada vez que llegaba a su casa, se depiló nuevamente a conciencia, no perdonó ni un pelo, se afeitó, se aseó con la misma dedicación y cariño a su cuerpo que una mujer, y finalmente se puso con mucho gusto la ropa que llevaba por voluntad de su hermana, quería estar absolutamente presentable para recibir a su madre y darle la sorpresa más grande y agradable de su vida. Esperó de rodillas en el recibidor hasta que llegara su madre; mientras esperaba pensaba ansioso en como se lo explicaría, como reaccionaría ella y cuanto tenía que esforzarse por complacerla. Las rodillas le dolían, pero no le importaba, quería mostrarse sumiso desde que Gloria entrara en casa.

Esperó ansioso e inmóvil varias horas, cuando empezó a oir el sonido de la cerradura, comprendió que su madre entraría en un instante, su madre acababa de llegar del viaje, estaba abriendo la puerta, estaba en casa; en realidad tardó una fracción de segundo, pero los nervios le hicieron creer que era una eternindad, y por fin, después de tanto tiempo…

- Buenas tardes mi Señora ¿cómo está? - preguntó apostrándose a sus pies para besarlos con todo su cariño.

- ¿Qué haces? – preguntó atónita, mientras con un movimiento brusco del pie apartó la cara de su hijo, viéndole travestido con una minifalda y unas medias rosas, unas zapatillas de bailarina y un corset con un plumero en la espalda.

El sumiso se levantó de inmediato para coger su abrigo y guardarlo en el armario del recibidor.

- ¿Qué te ha pasado? - preguntó con ansia de saber la respuesta.

- Deme el abrigo, yo se lo guardo y la maleta también. ¿Quere que la lleve a su habitación?

- ¿Pero qué te ha pasado? - preguntó incrédula la madre del sumiso. Y no era para menos, no solo por el conjunto que llevaba, sino por mostrarse tan... sumiso. El día que salió de viaje ni se había imaginado que se comportaría así; y sin embargo...

- Pase, vaya al salón y le cuento; mi señora, me alegro tanto de verla… sé que solo han sido unas semanas, pero deseaba estar con usted, además su hija se fue ayer mismo de viaje de fin de curso, con sus compañeros de clase, ya sé que no ha sido mucho tiempo, pero estar solo me ha parecido horroroso.

Gloria, era bastante atractiva, se había cuidado bien, de hecho Adela aprendió de ella, llevaba un conjunto bastante atractivo, puede que exagerara un poco a la hora de vestirse, pero no demasiado, con zapatos planos, falda normal y camiseta de seda. También ella hacía que su hijo se ruborizara, se encogiera de hombros y bajara la mirada en señal de sumisión; entonces terminó de comprendió que había cambiado, pero no terminaba de creerselo.

Caminó llevando la maleta hasta su habitación, todo estaba impecable, de momento Gloria parecía satisfecha, Adela le había enseñado bien, su cuarto en perfecto estado, pintado de rosa, únicamente con un tocador de maquillaje, la silla de madera para atarle cuando quisieran, su cama, donde a veces se le permitía dormir y un ambientador que le regaló su hermana.

Ella se sentó cómodamente en el sillón del salón donde esperaba ansiosa a su hijo para que le explicara lo ocurrido. La luz entraba por la ventana y ver entrar a su hijo humillándose a sí mismo fue la mayor sorpresa y satisfacción de su vida, estaba entrando a cuatro patas, como si fuera un perro; él se dirigió hacia ella y se arrodilló nuevamente a sus pies, por un segundo él la observaba con ojitos cariñosos, pero sin decir nada; en seguida se agachó para besar nuevamente sus pies, pero esta vez los besaba ininterrumpidamente. Ella, por su parte miraba no salía de su asombro, y no era para menos; mientras el sumiso se comportaba literalmente como un perro faldero, mas que como una persona, pensaba en como le iba a explicar la nueva relación que tenía con Adela, se fue angustiando, quería contárselo y demostrarle abiertamente que estaba profundamente arrepentido por su mal comportamiento, y para compensarlo quería servirla y obedecerla toda la vida desde ese momento, pero no sabía como explicarse.

Ella nunca se planteó someterlerle, pero ahí le tenía, apostrado a sus pies como un perro, no se lo podía creer, él se moría de ganas por compartir el secreto con su madre y dejarse humillar, torturar y dominar por ella, se encontraba bien con ella, bajo su autoridad, porque tenía el mismo derecho que Adela o mas, a dirponer de él.

Cuando se decidió a hablar levantó la mirada y apoyó la cara sobre su falda, cogió un poco de aire, pero al ver la sonriente y maravillosa mirada de su madre se derrumbó de nuevo.

- ¿Bueno, vas a hablar o no? - preguntó al borde de la desesperación.

La reacción de Gloria, hizo que se ruborizara y se retrajera aún mas, se sentía más presionado. Por un momento no pudo hablar, pero poco a poco empezó a soltarse, le dijo que era maravillo estar con ella, le decía lo guapa que la veía; parecía feliz de oírle hablar tanto y humillarse por voluntad propia, era su mami; mientras hablaba le cogió las manos para besarla, pero ella levantó una mano y la puso en su cabeza, y sin mucha seguridad le acariciaba como si fuera un perro, su perro, su animal de compañía, le acariciaba tímidamente con una sonrisa, mientras tanto su hijo hacía caricias en sus piernas; quería sentir el tacto de sus piernas; eso también era bastante confortable, de momento ella estaba encanatada, excepto porque la intriga se estaba alargando demasiado, no estaba para nada acostumbrada a recibir halagos, y mucho menos por parte de su hijo, ni de verle humillándose por voluntad propia. Claro que tampoco tenía ni mucho menos inconveniente.

A medida que hablaba, estaba cada vez más seguro de sí mismo; finalmente decidió hablarle de lo buenas y adorables que eran Adela y sus amigas.

- Mi señora ¿Ha visto mi cuarto?

- ¿Por qué me llamas tu señora? Es la segunda vez que lo haces ¿Y por qué me hablas de usted? - preguntó sonriente.

Pero para responder a eso no tenía palabras ni fuerzas, no de momento.

- ¿Pero ha visto mi cuarto?

- No, la verdad es que no me he fijado.

- Poco después de que se fuera le eché una mano de mintura para que quedara más bonito, ahora la pared es de color rosa; también decidí vaciarlo; bueno, en realidad fue su hija la que decidió que hiciera cambios, nos desicimos de todo excepto de la cama; ahora a parte de ese privilegio solo tengo varias cosas que me regaló, un tocador, una silla de madera para pasar la noche sentado en ella cuando ustedes lo decidan y un ambientador. Le da un aroma muy agradable.

- Venga ya. ¿si no tienes sentido del gusto, eres un inutil, perezoso y miserable, nunca has colaborado en casa, especialmente cuando se trataba de ideas que tenía Adela y siempre has mostrado un rechazo patológico hacia ella desde tu ridícula infancia, que no sé como te aguantan tus compañeras y profesoras, cómo vas a pintar el cuarto? ¿Como vas a aceptar cualquier cambio que decida tu hermana?

Gloria no tenía inconveniente en infravalorar ni menoscabar a su propio hijo. Pero le extrañó mucho que no discutiera en ese sentido, era como si comprendiera que tiene todo el derecho y la razón del mundo a hablarle de esa forma tan degradante. Aunque ella aún no fuera consciente, su hijo la consideraba su propietaria, igual que a Adela.

- Lo digo en serio, venga y mírelo; quiero enseñárselo – insistió él animándole a comprobar el cuarto.

Los dos fueron a su habitación, estaba practicamente vacío, pero su mayor sorpresa fue...

- Es cierto, tu dormitorio está pintado de rosa – respondió sorprendida.

- ¿Lo comprende ahora? - preguntó manteniendo su postura de... perro faldero, a cuatro patas, con la barbilla junto a los pies de su madre y propietaria.

- ¿Y qué es ese olor?

- Es un ambientador herbal, un desodorante con un agradable aroma y femenino, fresco, elegante; es perfecto para el recinto de un esclavo, o eso dice su hija, está al gusto de Adela y no al mio, es para recordarme quien es mi propietaria.

- ¿Y quien es tu propietaria?

- Su hija, ella es quien me ha abierto los ojos, y usted pués es la madre de Adela.

- Hijo, ¿estás bien, te ha drogado mi Adela?

- Nada mi señora; ¿Quiere que volvamos al salón? Le explicaré que ha pasado.

- Estás muy cambiado, cariño, ¿qué te ha pasado?

- ¿Lo está mi señora? Eso me hace muy feliz.

Al verla tan satisfecha, su sumiso hijo tenía la sensación de estar en una nube.

Entonces cogió aire de nuevo y le contó lo que le pasaba. En ese momento Gloria ya comprendía que su hijo se consideraba su mascota, se consideraba propiedad de ellas, por eso ya no le costaría tanto explicárselo.

- Su adorable hija me impuso una rutina el mismo día que se fue, al principio me negaba a obedecer, pero en unos días me acostumbré y comprendí que mi única obligación en la vida era estar a los pies de las mujeres y obedecerlas a toda costa, especialmente a Adela y usted, quien es la que me ha cuidado todo este tiempo con tanto cariño, pero yo he sido un egoísta, y ahora quiero pasarme la vida pagando por ello, dejando que usted me humille, me torture o me castigue como quiera. En todo este tiempo Adela, Nadia y sus amigas también me han esclavizado, humillado y torturado a su antojo.