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En el apartamento do la playa V

en Control Mental

 

Felicia tardó en comprender la inmensa superioridad de la que gozaba sobre su hermano; pero cuando empezó a asimilarlo no dudó en golpearle por toda la parte delantera del cuerpo.

 

Él trataba de subir; sufría muchi, muchísimo, pero no podía rebelarse; eso ya era impensable. Finalmente, él logró subir la mitad de su cuerpo, pero a duras penas y Felicia ni siquiera dejaba de agredirle, pues estaba plenamente convencida de que el sumiso era totalmente capaz de defenderse. En ese momento ya no se acordaba de que llevaba únicamente un body interior de mujer ni que estaba travestido; ni siquiera recordaba que debía obedecer a su familia incluída a su cruel y despiadada hermana; en ese momento solo pensaba en que cualquier mujer del mundo podría agredirle con tanta crueldad como quisiera y que su hermana le trataría peor que nadie.

 

- Ah, pués sí que puedes, miserable mentiroso -condetó con todo despectivo, disfrutando de cada palabra que decía.

 

Sin embargo ella no estaba del todo satisfecha; quería que todo el cuerpo estuviera en el sofá; ella le golpeaba y le golpeaba. Le golpeaba en todos los sitios que estuvieran expuestos; en las piernas, la espalda e incluso en la cabeza.

 

- ¡Vamos! ¡Sube! ¡No voy a parar haste que hayas subido del todo!

 

Pastelito logró subir, pero tenía el cuerpo totalmente dolorido; estaba agonizando tremendamente; y su hermana, lejos de sentir el mínimo remordimiento, paró un momento fugaz porque se había quedado sin aliento; se reía a carcajadas; pero después de respirar unos segundos siguió jugando con su hermano.

 

- Perfecto, pero quiero que te des la vuelta -advirtió en tono imperativo.

 

Empezó a golpearle de nuevo, sin dejar de agredirle hasta que estuviera tumbado boca arriba.

 

- Muy bien, eso es lo que quiero, que me obedezcas como un perro aun cuando te estoy agrediendo –comentó ella dándole un tierno beso... parando sólo cuando estuviera completamente satisfecha del trabajo que había hecho con su hermano. Fue al trastero del apartamento para buscar algo que pudiera usar con su querido hermano; despues de unos minutos volvió con una pelota de tenis y un esparadrapo, le metió la pelota tanto como pudo y le hizo morderla, luego pasó el esparadrapo al rededor de su cabeza hasta que estuviera más que segura de que la pelota de tenis estuviera fija e inmovil; finalmente se tumbó nuevamente encima de su hermano, contemplando la cara de pánico que tenía; estaba muerto de miedo.

 

Abel logró subir, pero tenía el cuerpo totalmente dolorido; estaba agonizando tremendamente; y su hermana, lejos de sentir el mínimo remordimiento, paró un momento fugaz mientras se reía a carcajadas; pero cuando recuperó la compostura siguió jugando con su hermano.

 

- Perfecto, pero quiero que te des la vuelta.

 

Empezó a golpearle de nuevo, sin desar hasta que estuviera tumbado boca arriba.

 

- Muy bien, eso es lo que quiero, que me obedezcas como un perro aun cuando te agredo –comentó ella dándole un tierno beso- ¿Sabes qué? Me he dado cuenta de que no te he golpeado en el estómago, ni siquiera en toda la cara.

 

Hasta ese momento la cara no estaba expuesta; pero ahora empezaría a golpearle por toda la parte de alante, parando solo cuando estuviera completamente satisfecha del trabajo que había hecho con su hermano. Fue al trastero del apartamentó para buscar algo que pudiera usar con su querido hermano; despues de unos minutos volvió con una pelota de tenis y un esparadrapo, le metió la pelota tanto como pudo y le hizo morderla, luego pasó el esparadrapo al rededor de su cabeza hasta que estuviera mas que segura de que la pelota estuviera fija e inmovil. Finalmente se tumbó nuevamente encima de él, contemplando la cara de pánico que tenía; estaba muerto de miedo.

 

- ¿Sientes el pánico penetrando en tu cuerpo y recorriendo tus entrañas? Apuesto a que nunca habías sentido esto; pues si de verdad podemos tratarte como nos plazca te aseguro que me voy a jartar de ti.

 

Abel miraba a su hermana lleno de resentimiento, vergüenza y sobretodo extrema opresión.

 

Inés entró en el apartamento y miró a su pobre hijo; él le devolvió la mirada deseperado por suplicar que dejaran de tratarle tan mal; pero en el fondo sabía que eso no pasaría.

 

– Vaya, veo que no has tardado en divertirte con él –dijo Inés Sonriendo.

 

- Es maravilloso mamá.

 

- ¿Ya se los has estrujado?

 

- ¿El qué?

 

Inés se acercó de inmediato a sus hijos y Felicia comprendió que debía levantarse; su madre puso su mano en la zona genital y apretó con fuerza los testículos de su hijo.

 

- Cielo, si yo soy la primera en hacerle esto comprenderás que puedes hacer lo mismo sin reparo, te lo digo por si no sabes que puedes agredirle sin límites.

 

Felicia no daba crédito a lo que veía, se estaba relamiendo; estaba deseando maltratar a su hermano, pero no sabía que podía hacerle eso.

 

- ¿Te ha dicho cual es su nuevo nombre?

 

- ¿Su nuevo nombre? No.

 

- Díselo tú, cielo.

 

- Me llamo Pastelito, señorita Cordellat –Respondió el sumiso, incapáz de mirarla a la cara.

 

- ¿Cómo?

 

- Ahora me llamo Pastelito; fue su madre la que me cambió el nombre.

 

Felicia empezó a reírse del nuevo nombre de su hermano; le habían puesto un nombre de dulce, como si se tratara de una mascota, de hecho era su mascota; pero mas que reírse mofarse, y no solo del nombre, sino también de su situación, su agonía, su futuro, su humillación... de todo lo relacionado con ese sujeto, que ya no volvería a verle como una persona; es mas, ya hacía tiempo que él mismo dejó de verse como un ser humano; pués sin darse cuenta le habían reformado para aceptar que fuera tratado con el mismo desprecio que trataban a un judío en la época de la Alemania nazi.

 

La joven quería saber qué le habían hecho, para que llegara a esa situación, deseaba saberlo; pero su madre le pidió que tuviera un cpoco de paciencia y que esperara a su prima y su tía. Precisamente en ese momento llegaron ellas.

 

- ¡Hola Patricia! ¡Cómo estás! -preguntó su prima, con una sonrisa angelical, totalmente ajena a la agonía del sumiso de la familia-. ¿Bueno, qué ha pasado con mi hermano? ¡Esto no lo esperaba!

 

- Verás, Felicia –comentó ella observando atentamente la reacción de sus primo– cuando llegó tu hermano, lo primero que hizo fue ducharse con un gel que anulaba su capacidad de defenderse, actuar según su propio juicio o desobedecer, y lo ha estado usando cada mañana desde que llegó. Me lo proporcionó una amiga del instituto y cuando me comentó qué le causaba, por supuesto no dudé en usarlo con tu hermano. El muy retrasado mordió el anzuelo, ahora le obligamos a ducharse con ese jabón y aunque quisiera evitarlo ya no tiene más remedio que seguir usándolo, sencillamente porque nosotras se lo exigimos. Y el muy imbecil no lo sabía hasta ahora.

 

Inés se aseguró de que su hijo estuviera delante para escuchar la conversación. Él era perfectamente consciente de lo que decían, pero como había dicho su prima, ya no tenía más remedio que obedecerlas, él ya no podía recuperarse aunque dejara de usar dicho producto; sencillamente estaba condenado de por vida.

 

- ¿Puedo exigirle que limpie el apartamento mientras le maltrato?

 

- Claro que sí, cariño; si eso es lo que quieres tendría que trabajar y soportar las agresiones que le inflijas. Ya se lo habíamos hecho otras veces, incluso en otros apartamentos.

 

- Y cuando te canses – añadió Elena - tu prima podría seguir en tu lugar.

 

Felicia volvió a golpear a... Pastelito en la nalga, mientras él empezaba a moverse de un sitio a otro para seguir trabajando. Felicia le golpeaba con la zapatilla y le gritaba; pero Abel no podía rebelarse; ella disfrutaba viendo como trabajaba su esclavo mientras era golpeado.

 

 

 

 

 

Preparó la mesa para que comiera su familia, colocó el mantel, los platos, los vasos... todo. Pastelito seguía sufriendo las agresiones de la joven, alegre y entusiasmada Felicia, su nueva y cruel propietaria. Finalmente se quedó sin aliento y Patricia la reemplazó. Quien estaba totalmente llena de fuerzas y maldad. Abel estaba al límite, pero no podía parar; no mientras ellas le obligaban a seguir, y de momento estaba claro que no tenían intención de parar.

 

Mientras ellas comían, la hija de Inés observaba incrédula al nuevo... juguete de la familia, y él servía la comida incapaz de mirarlas a la cara, especialmente a su odiada hermana. El cuerpo le dolía bastante, sobre todo las nalgas, que es donde más había rebibido las agresiones.

 

Después de comer las chicas empiezan a ver los culebrones de la tele; mientras tanto Abel fue obligado a preparar el café, llenó el lavaplatos para ponerlo en marcha, y acabó las tareas domésticas que no pudo hacer antes de que llegara su caprichosa hermana.

 

Su prima accedió a llevar a su sumiso primo y a su prima Felicia con sus amigas.

 

Las dos dominantes y el sumiso se pusieron un bikini y encima llevaban un una falda de verano, una blusa de seda y unas sandalias. El condenado Abel llevaba una vestimenta similar a las chicas de su familia. Las dos se habían pintado las uñas y los labios. O mejor dicho, fue Abel quien las pintó.

 

Al rededor de las cuatro y media las dos estaban listas para salir, acompañadas por el condenado de la familia. Cuando llegaron las amigas de su prima ya estaban en la playa, esperando a Patricia, su prima y su esclavo. Eran cuantro amigas las que les esperaban; entre ellas estaba... Mireia, la joven que unos días antes irrumpió el apartamento y le impidió acabar sus tareas a tiempo. Abel se dio una gran sorpresa al verla; se había quedó pálido, estaba bloqueado. Esa joven tenía una sonrisa celestial; además sus tentadores labios pintados de rojo resaltaban su belleza. Desde la primera vez que la vio ya le daba un miedo terrible, pero cuando estuvo en su apartamento para limiarlo...

 

- ¡Vamos, imbecil! – exclamó su prima, dándole un empujón para decirle que siguiera andando - ¿Te has quedado maravillado al ver a mis amigas?

 

- No es eso, señorita Cordellat, es que...

 

- ¿Cuantas veces te tengo que decir que no me sirven tus excusas?

 

Abel siguió caminando y las radiantes amigas de su prima se presentaron al asustado y acorralado Abel y a su maliciosa y dulce hermana. Las cuatro les recibieron con los brazos abiertos y una amplia sonrisa; especialmente Mireia; quien le recibió con un soberbio beso. Pero Abel no se atrevió a intentar separarse de ella. Estaba nervioso, poseído... estaba tremendamente asustado. Pero no sabía que hacer.

 

- Eh, Mireia, parece que le estás cogiendo gusto a nuestro sirviente – comentó risueña, la prima de éste.

 

- Le quiero para mí – respondió la amiga con una mirada llena de malicia.

 

Mireia no ocultaba su deseo de poseerle, tenía tantas ganas que ni siquiera se planteó morderse la lengua.

 

Una a una le dijeron que les pusiera la crema solar a las seis, y luego a Felicia se ocuparía de ponerle la crema a su resignado hermano. Todas estaban sorprendidas, al observar el cuerpo del sumiso rigurosamente depilado.

 

Luego les hizo un masaje a todas ellas, cada diez minutos se lo hacía a una distinta; después de hacérselo a todas, hizo otra ronda. Las dos personas que más le repugnaban era Mieria, pué le desagradó muchísimo que interrumpiera su trabajo, y especialmente Felicia, su cruel y diabólica hermana; pero debía ser tan delicado y entregado con ellas dos como lo era con todas. Mientras les masajeaba, no podía pensar en Mireia; por una parte deseaba acusarla de entrar en el apartamento, y sabotear su jornada, pero pensó que nadie ñe creería y sería castigado por contar una mentira tan grande. Tambien es posible que supieran que fuera verdad, pero fingirían que no le daban la razón para castigarle igualmente, en cualquier caso no dijo nada.

 

Mientras les hacía el masaje ellas hablaban de la gala que se celebraba esa noche.

 

– Anda Pastelito, cuénta a nestras amigas como nos conocimos –dijo Mireia.

 

Pero él no se atrevió a responder, no quiso ni pensar en ello.

 

– Habla; Mireia te ha dicho que nos lo cuentes -insistió Isa.

 

– Una día, mientras limpiaba el apartamento, ella entró y me impidió continuar.

 

Pero Particia, lejos de sentir compasión, tenía ganas de compartir con Marta, Bego y... Felicia, la experiencia con todo detalle.

 

– ¿Ah sí? Cuenta, cuenta, ¿cómo fue?

 

– En el momento que entró me empujó como quiso y cuando llegamos a la salita me estuvo besando y me obligó a corresponderla – explicó llorando.

 

- ¡Vaya, Mireia, no sabía que fueras tan lanzada! – comentó Isa, riéndose a carcajadas.

 

De hecho todas se rieron a carcajada limpia, sin que nadie mostrara la menor compasión por el sumiso, ni si quiera se disculpó por el castigo que le hicieron en aquella ocasión.

 

– Bueno Mireia, si tanto le quieres para ti – añadió Felicia, sonriendo–, tal vez te lo puedes quedar una temporada; todo llegará.

 

– Por cierto, Pastelito, no te preocupes por mí; aquí no nos vamos a besar, no quiero dar la imagen de una lesbiana.

 

Depués de la sesión de tertulia cada una volvió a su apartamento.

 

Cuando Abel, su prima y su hermana estaban en el ascensor del apartamento, Patricia le explicó al sumiso que si quería salir tendrá que travestirse para esa ocasión.

 

- No, gracias, prefiero quedarme aquí y seguir limpiando el apartamento.

 

- Vamos, primo, quieres ir para estar conmigo, porque tú me adoras, me veneras, porque soy la mujer más hermosa del mundo para ti, lo sé porque te quedas maraviyado cuando me ves, porque te quedas idiotizado, tú me adoras, me veneras, soy la mujer más hermosa del mundo para ti, lo sé porque te quedas maraviyado cuando me ves, porque te quedas idiotizado, tú me adoras, me veneras, soy la mujer más hermosa...

 

- Está bien, Señorita, le acompaño.

 

Abel no soportaba oír a su traicionera prima repetirse como un mantra, con su voz suave, dulce y penetrante.

 

Cuando llegaron al apartamento ella le ordeno que se arrodillara en la salita.

 

- Dejémos las cosas claras, la única razón por la que existes –advirtió mientras le abrazaba por detrás y sonriendo juntnando su pómulo con el del sumiso– es que tú nos perteneces, sólo te aguantamos porque tienes que servirnos y obedecernos... toda la vida, hace tiempo que no tienes libertad ni vida social; tú no eres mas que un simple objeto, al que podemos exprimir sin ninguna compasión ¿Te queda claro, Pastelito? –añadió colocando una mano sobre sus testículos, para apretarlos sin remordimiento- ¿O tengo que repetírtelo?

 

- ¡Sí sí! ¡Pero suélteme!

 

- ¿Cómo dices? -preguntó presionando con más fuerza en los genitales del sumiso, su esclavo, su primo...

 

- ¡Le estoy diciendo que sí, pero por favor, suélteme, que no lo aguanto -suplicó el joven, desconsolado, incapaz de contener sus lágrimas.

 

- Parece que no te enteras -añadió sonriendo, pero sin dejar de apretar, de hecho presionó con más fuerza- no te consiento que me chilles. Ahora quiero que me expliques lo que te he dicho, además también te tienes que disculpar estrictamente como es debido por no hablarme correctamente desde el principio. Una vez mas. ¿De verdad no te ha quedado claro de una vez lo que te he explicado? ¿Tengo que repetírtelo de nuevo? ¿Tan retrasado eres que no entiendes tu situación?

 

A cada pregunta Patricia apretaba mas y mas en los testículos, le parecía que siempre estaba al límite de la presión que podía ejerecer sobre él; desgraciadamente siempre se equivocaba.

 

- Lo he entendido señorita, le ruego que me disculpe por mi insolencia -rectificó moderando el tono de su voz. Lo cierto es que hasta él se había sorprendido de que comenzara a contenerse, pese al intenso e infernal dolor que sentía en los genitales- acabo de comprender que soy de vuestra propiedad, que mi única función y obligación en mi patética y miserable vida es serviros con absoluto fervor y que tienen toda la libertad del mundo para exprimirme sin ninguna piedad y que no tengo ningún derecho a quejarme del trato que reciba por parte de ustedes, por muy humillante o doloroso que me resulte; por favor, hagan conmigo lo que les plazca.

 

- Eso está mejor, muuucho mejor -respondió terminando la converdación sobre esa cuestión.

 

Pero ahora tenían otras cosas en las que pensar. Un evento patrocinado y organizado exclusivamente por las mujeres de la urbanización, y al que únicamente asistieron ellas; pero en el caso de "Pastelito" decidieron hacer una excepción, la única que se hizo hasta el momento, y como caso excepcional. A él se le permitió ir sencillamente para incrementar su humillación; porque era el único al que tenían absolutamente controlado hasta ese punto, le tenían tan controlado que ni siquiera se plantearía escapar, igual que nunca se lo había planteado desde que llevaba unos días ahí sometido, ni siquiera cuando su propia prima le exprimía los testículos sin compasión.

 

- Venga, quiero que te pongas una vestimenta acorde a la situación.

 

Él tuvo que llevar un vestido rosa con encajes, guantes de seda y un chal. Bajo el vestido llevaría unas medias blancas y unos zapatos rosas también con tacones de ocho centímetros. Su prima y su tía se lo habían comprado unos días atrás para ese evento.

 

Él solo, se maquilló con todo el cuidado del mundo, pero Felicia le supervisó y quedó totalmente satisfecha, las uñás de las manos y los piés estaban pintadas de rojo oscuro, pero con los guantes no se veían, los ojos pintados con pinceladas de morado, los labios granates... toda la familia estaba maravillada con... ella.

 

Las cuatro, acompañadas de su dumiso esclavo fueron juntas al pabellón polideportivo de la urbanización, donde se celebraba la gala. Le aseguraron que estaría a salvo de una cosa, mientras llevara un vestido de fiesta tan caro y elegante, tampoco le iban a agredir; pero no por ello dejaría de pasarlo mal, no por ello dejaría de vivir una situación increíblemente vejatoria.

 

Asombrosamente, sólo habían chicas, y todas se reían de Abel, travestido. Aquella ocasión fue la única noche del verano, y uno de los pocos del resto de su condenada vida que le dejaron sentarse para cenar, en lugar de hacerle un masaje a alguien, pero aún así no estaba para nada tranquilo, porque sabía que todos los ojos estaban puestos en él, y era el tema de conversación y motivo de risas en todas las mesas. En total habían aproximadamente 150 asistentes, mas las quince personas que servirían la cena, porque para ese evento, hasta el personal del servicio era chicas, y no había nadie, absolutamente nadie, que mostrara una pizca de piedad. Durante el aperitivo le hicieron beberse dos o tres copas de martini; en el banquete "Pastelito" y su hermana se sentaron con Patricia y sus amigas, donde él también tendría que consumir copas de vino y champagne, le estaban emborrachando, querían asegurarse de que después de la cena hubiera bebido bastante. Mientras cenaba estaba sentado junto a Mireia a un lado y su hermana, su adorable hermana al otro; entre las dos le incordiaban bastante, sencillamente por estar entre abmas ya se sentía violentado, además le manoseaban y acariciaban. La sensación de que fueran ellas las que se tomaban esa libertad era bastante humillante para él.

 

Después de la cena la gente empezaron a bailar, especialmente la gente joven; adolescentes y niñas; y entre ellas las amigas de su prima. La música estaba fuerte; como en una discoteca hablando no se enteraban de lo que una le decía a otra; tenían que chillar.

 

- ¡Venga Pastelito vaila conmigo! -animó Marta.

 

Él, por miedo a defraudarla empezó a bailar, pero no lo hacía como una señorita, pues seguía pensando que era un chico.

 

- ¡Pero como una mujer! -corigió Bego, no con tono despectivo; no como habían hecho desde que quedó condenado a la esclavitud de su familia, sino como un consejo, pues estaban en público y se suponía que "Pastelito" era una mujer como las otras 150 que acuidieron a aquél evento- ¡Moviendo la cadera, los brazos y las pirenas, con movimientos sexis! -añadió entonando especialmente en la palabra "sexis".

 

- ¡Pastelito, eres una chica! -advirtió Felicia- ¿¡Es que aún no te has dado cuenta!?

 

Automáticamente cambió su forma de bailar, eran movimientos totalmente afeminados. Y por órden expresa de su hermana, permaneció dos horas bailando sin parar. Él se cansaba, pero no podía detenerse hasta que se lo dijeran; ya hacía tiempo que no tenía criterio para decidir ni sobre su propio cuerpo.

 

Pasadas las 2 horas, Patricia se plantó delante de su primo.

 

- Sígueme -ordenó con calma y ternura, sabiendo que él obedecería como una órden expresa; pues todas sabían que era una órden.

 

Los dos se dirigieron al aseo. El seguía el paso de su prima, andando a 80 cm por detrás de ella, fiel como un perro, un perro faldero, sumiso. Mientras la seguía observó que llevaba en una mano la funda de su vestido y en la otra una bolsa.

 

- "Qué llevará dentro" -pensó intrigado.

 

Primero entró ella; comprobó que no había nadie y le dijo al sumiso que entrara.

 

- Ponte la ropa de la bolsa y guarda el vestido que llevas; pero guárdalo con cuidado; vale más que tu vida.

 

Ella salió para permitir que el condenado se cambiara. Ahora tendría que ponerse una minifalda vaquera azul, unas medias marrones, una camiseta blanca y unos zapatos de charol con 4 cm de altura. Excepto el calzado y las medias todo lo que llevaba puesto le apretaba bastante; en el tronco, la cintura y los... genitales. El conjunto le producía un dolor atroz, pero no podía protestar ni por la ropa, ni por la esclavitud, ni por... la agonía que le esperaba para dentro de unos minutos. Mientras se cambiaba guardaba con cuidado el delicado vestido.

 

Tardó unos minutos. Luego llamó a su prima, quien entró para recogerle el pelo con un pequeño moño; de paso le hizo una trenza en el lateral de la cara.

 

- Sabes que no estás aquí solo para divertirte -informó con una diabólica y maliciosa sonrisa- pero para nosotras la verdadera diversión empieza ahora; así que sal, corriendo, que la gente quiere jugar contigo -añadió acariciando el pelo de joven desagraciado.

 

Pastelito salió del aseo, colocó el traje en la silla donde había cenado y se dirigió al lugar donde estaban todas, en medio de la gente. Enseguida se dio cuenta de que todos los ojos estaban puestó en él. Sabía que en cuanquier momento se echarían encima como si hubiera sacudido un avispero. Habían chicas de todas las edades; desde 13 años hasta mas o menos 45. todas las jóvenes, se acercaron lentamente todas ellas posiblemente no habían cumplido los 30; a ojo podía ver unas 100. Se acercaban paso a paso, descapcio... eran pasos tranquilos, como su fueran animales que estaban al acecho. Él giraba constantemente, mirara hacia donde mirara estaba rodeado de chicas; aunque intentara escapar no hubiera podido. Cada segundo se le hacía eterno, el pulso se le disparaba. Finalmente cuando una niña de 13 años estaba a menos de 2 metros de él, se acercó corriendo para agredirle. Al instante todas las chicas se echaron también hacia él. Antes de darse cuenta ya estaba en el suelo, sintiendo los pisotones de las que estaban más cerca. Cada una le pisoteó mas o menos 4 veces y se apartaban para que le agrediera otra. Algunas se agachaban para tirarle del pelo, aplastarle los testículos o retorcérle el brazo y amenazar con rompérselo. Le pisoteaban y pataleaban en el pecho, el estómago, las piernas y en las manos; le pisotebaban incluso en los tésticulos y en la cabeza.

 

Escupían tanto en su ropa o en su cara como en el suelo. Mientras escupían le ordenaban que recogiara sobre la marcha lo escupitajos que las chicas producían.

 

Después de aquella noche, él deseaba morirse, lo deseaba con todas sus fuerzas; pero no se lo permitían. Obviamente muerto no le servía a nadie.

 

Desgraciadamente para el sumiso, nunca recuperó su libertad; estaba irremediablemente sometido tanto a la autoridad de su femenista madre como de su familia, y a la autoridad femenina en general. Tanto a los trabajos domesticos que le asignaban como a la crueldad pura y dura de cualquier mujer del mundo. Después del verano su familia volvió a la ciudad. Él limpiaba un piso distinto cada día; limpiaba por un precio, pero la que se beneficiaba de sus servicios era su madre, quien compartía lo recaudado con su hija, su hermana, su amigas, etc. con todo el mundo excepto con su hijo, por supuesto. Estuviera con quien estuviera no dudaría en explotarle, torturarle, humillarle o utilizarle como amante. Tenía que dejarse besar y dejar que su amante introdujera su lengua en la boca del sumiso hasta donde quisiera, aunque le produjera tremendas arcadas. Desde aceloscentes hasta señoras que superaban los 50 años se encontraba con gente de todas las edades.

 

Cada día estaba al servicio de una mujer mas cruel que la anterior. Después de unos meses, a petición de Mireia, Patricia se lo entregó a ella. Seguiría limpiando en varias viviendas, pero viviendo con Mireia, quien le utilizaba más como un amante que como un elemento de limpieza.