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El equipo II: El masaje

en Gays

Me desperté desnudo junto a Dani en la cama del hotel. Mientras asimilaba que la noche anterior había sido real y por fin había tenido mi primer encuentro homosexual, observé el cuerpo desnudo que dormía a mi lado. Dani estaba totalmente estirado sobre la cama boca arriba, con su polla relajada después del trabajo de la noche anterior apuntando hacia mí.

Aquella polla que tantas veces había observado en los vestuarios y que por fin había sentido dentro de mí. Movido por mis recuerdos de la noche anterior me recliné sobre mi codo y con la otra mano comencé a acariciar la entrepierna de Dani, que se movió ligeramente en sueños pero no abrió los ojos.

Bajé su prepucio y descubrí si glande, todavía húmedo de todos los flujos con los que había estado en contacto hacía apenas unas horas. Incrementé el masaje con movimientos rítmicos mientras notaba como la polla ganaba consistencia y comenzaba a endurecerse.

Miré la cara de Dani una vez más antes de moverme con cuidado y apoyar la cabeza en su vientre. Desde allí, pude seguir masajeando su polla y sus huevos y a la vez acercar mi boca para poder lamer aquel glande que me había hecho perder mi virginidad anal. Con cuidado besé la punta de su capullo y el sabor salado desató un torrente de recuerdos de la noche anterior. Abrí más la boca y envolví con mis labios el glande, ya duro y preparado para la succión.

Mi lengua comenzó a juguetear con la punta de la polla de Dani mientras lentamente seguía introduciéndomela en la boca y recorriendo todo su tronco. Noté como unas manos me acariciaban la cabeza y me marcaban el ritmo de la mamada. Dani se había despertado y disfrutaba de su regalo de buenos días. Me incorporé y giré la cabeza hacia la de Dani, y me encontré su sonrisa y cara de placer ante aquella sorpresa matutina. Con él ya despierto, pude acomodarme mejor sin miedo a despertarle y me situé entre sus piernas, en la parte baja de la cama. Desde allí ya pude volver al trabajo y seguir comiendo polla con un ritmo mayor y ayudándome con ambas manos.

Con cada lengüetazo por el glande lograba arrancar un suspiro de placer a Dani, mientras con mis manos sacudía el tronco de su polla y realizaba movimientos circulares en sus huevos. Decidí bajar también a saludarlos, lamiendo su escroto y metiéndome cada uno de sus huevos en la boca para jugar con mi lengua en ellos. Dani parecía estar disfrutando, con los ojos cerrados y fuertes suspiros. Abrió sus piernas un poco más, así que decidí continuar mi camino y llegar hasta su ano. Lamí con cuidado al principio y con mayor ritmo después aquel culo perfectamente recortado, disfrutando de todos los sabores que me brindaba y me ponían cada vez más cachondo.

Dani llevó de nuevo sus manos a mi cabeza, levantó las piernas para que pudiera acceder mejor a su ano y apretó con fuerza mi cara contra él. Sin apenas sitio para respirar continué comiéndole el culo hasta que aflojó su presión y pude volver a su polla. La noté hinchada y a punto de reventar, con pequeñas gota de líquido preseminal brotando de su punta. Lamí con gusto mi premio y aceleré el ritmo de la mamada para hacerle llegar al final.

Dani se retorcía de placer con espasmos cada vez menos controlados. Yo abría la boca al máximo y trataba de meterme su polla al máximo en la boca, extasiado ante el placer que estaba consiguiendo brindar a mi compañero de equipo. Finalmente, y tras unos instantes en los que conseguí meterme su polla hasta la garganta, Dani descargó su semen en mi boca. Noté los borbotones de leche espesa y caliente inundar mi boca mientras seguía succionando y lamiendo su glande. No pude contener todo aquel líquido en mi boca y el semen comenzó a resbalar a lo largo del tronco de su polla, que todavía se movía con las últimas contracciones del orgasmo.

Disfruté con la corrida en mi boca y lamí con avidez las gotas que habían resbalado antes de tragármelo.

Dani me hizo levantarme hasta su altura y me besó en la boca para compartir sus jugos. Después me dio una palmada en el culo y levantándose me dijo:

- Vamos, los demás deben estar preguntándose por qué llegamos tarde al desayuno.

Durante el desayuno nada hizo sospechar que Dani y yo habíamos estado follando la noche anterior. Tras él, el entrenador nos citó como era habitual para realizar la charla técnica previa al partido. Pese a la importancia del choque de esa tarde, no podía pensar en otra cosa que no fuera todo lo que había ocurrido la noche anterior y cuanto me había gustado comerme una polla y sentirla dentro de mi culo.

Con todos estos pensamientos en la cabeza, mi partido aquella tarde no fue el mejor de mi carrera. A mi falta de atención se sumó el cansancio y la falta de sueño de la noche anterior, lo que provocó que mi rendimiento sobre el césped no fuera el adecuado. Para acabar de complicar aquella jornada, la disputa de un balón aéreo me llevó a forzar al estirar la pierna y noté un pinchazo en el abductor de mi pierna izquierda.

Tuve que ser sustituido por lesión a falta de media hora, y pese a mi pobre actuación, el equipo logró rescatar un grandioso empate en casa de uno de los líderes de la categoría. Después del partido, y tras una rápida ducha, todo el equipo se montó en el autobús que nos devolvería a nuestra ciudad justo antes de la cena.

Para celebrar el valioso punto obtenido, toda la plantilla íbamos a cenar en un restaurante cercano al campo de entrenamiento en el que solíamos juntarnos para hacer piña y disfrutar de nuestros triunfos. Después, y como los lunes teníamos día libre tras la jornada liguera, muchos de nosotros nos íbamos a algún bar cercano a tomar una copa y seguir la fiesta.

El ambiente en el autobús de regreso era alegre y animado. Varios de mis compañeros habían venido a consolarme por mi pobre partido y a interesarse por la lesión muscular que había provocado mi sustitución. No parecía demasiado grave pero sí me molestaba e impedía caminar con normalidad. El médico del equipo me había ordenado reposo hasta que el martes en el entrenamiento pudiéramos realizar más pruebas y ver el alcance de la lesión.

Con la adrenalina del juego, la rabia por el mal partido y la preocupación por la lesión, mi encuentro de la noche anterior con Dani se había difuminado un poco en mi mente. Dani volvía a ser mi compañero en el autobús y a tratarme con la misma normalidad con la que me había tratado durante los últimos años de amistad, era un experto disimulando, pero tiempo tendríamos para repetir una de nuestras noches de sexo.

-¿Cómo va esa pinchazo? – una voz con un fuerte acento me sacó de mis pensamientos – ¿Notas sobrecarga o desgarro?

Era Musa, el único extranjero de nuestro equipo, senegalés y todo un portento físico. Musa había llegado a España hacía 4 años y durante 3 se había dejado las manos trabajando como albañil para poder seguir adelante. El verano pasado, unos amigos de la obra le habían animado a jugar en un equipo de fútbol, su gran pasión, al ver sus habilidades con una vieja pelota que llevaban para los descansos.

Ese mismo verano hizo varias pruebas y en seguida atrajo la atención de varios equipos, hasta que finalmente se decantó por este. Era un hombre de unos 28 años, alto y muy musculado, un temible pivote defensivo que durante esta temporada ya había llamado la atención de algunos de los equipos más fuertes de la categoría, aunque el parecía no estar interesado en irse del club, al que mostraba un gran agradecimiento por darle una oportunidad.

- No sabría decirte, Musa. Simplemente he notado un pinchazo al estirar la pierna y ahora me molesta bastante el muslo – contesté agradecido por el interés- pero no parece demasiado importante, necesita reposo y como nuevo.

- Si quieres luego puedo echar un vistazo y vemos como estás –se ofreció Musa con normalidad.

Lo cierto es que además de un gran jugador, Musa era también un extraordinario masajista. Durante su juventud en Senegal había aprendido durante años de un masajista encargado de tratar dolencias musculares y articulares. Pese a que no tenía título ninguno, su probada eficacia le había llevado incluso a ser tenido en cuenta por el médico del equipo, que se fiaba de sus tratamientos siempre y cuando no pusieran en peligro la salud del jugador.

Por tanto, la petición no sorprendió a nadie en el autobús, ni siquiera a mí. Como no tenía demasiadas ganas de salir después de cenar acordé con Musa que después del restaurante ambos iríamos a mi casa y allí intentaría descontracturarme la pierna. Era el tramo decisivo de la temporada y no podíamos permitirnos bajas para el partido de la próxima semana, así que tanto el entrenador como el médico se fiaron de Musa para intentar aliviar mi lesión.

Durante la cena todo el equipo charlamos distendidamente, muy animados a pesar del esfuerzo. Durante ella observé varias veces a Dani, sentado a apenas unas sillas de distancia de mí. Recordé su polla empalmada frente a mi cara e inconscientemente salivé un par de veces sin que la comida que tenía delante tuviera algo que ver.

Tras la cena me despedí de mis compañeros y me dirigí a mi casa. Musa pasaría por la suya para coger su maletín con ungüentos y vendas de presión especiales para los masajes. Ya en mi casa despejé el comedor y coloqué una mesa grande en el centro que haría las veces de camilla para el masaje.

Cubrí la mesa con una esterilla de yoga que tenía para mis ejercicios musculares y varias toallas limpias. De esta forma conseguí una superficie acolchada muy cómoda, y a una altura desde la que Musa podría masajearme el cuerpo sin problemas.

Entonces me di cuenta de la situación. Musa, el vigoroso hombre que tantas veces había observado en el vestuario iba a venir a mi casa. A solas. A darme un masaje. Tras la noche anterior y la desenfrenada noche de sexo había descubierto un mundo nuevo y dado rienda suelta a algunas de mis más íntimas fantasías. Era un simple masaje como tantas otras veces, pero tras el placer de las últimas horas, mi mente no podía dejar de ir a mil por hora pidiendo más.

Traté de relajarme y olvidarme de ello. Ya había tenido suerte encontrando a un compañero de equipo con el que compartir experiencias, todavía me quedaban muchas cosas que descubrir y no quería ir con prisa. Pero en mi mente aparecía una y otra vez la polla de Musa en las duchas. Era muy grande, más ancha que larga pero de un tamaño envidiable. Solía llevarla totalmente depilada, con los huevos más grandes que había visto nunca.

El timbre me sacó de mis pensamientos y me devolvió a la realidad. Era Musa, ya preparado para darme el masaje. Una vez dentro de la casa nos saludamos con normalidad y entramos a la sala que había preparado.

- He preparado esto, creo que se parece bastante a la camilla que tenemos en el vestuario –comenté mostrándole a Musa la mesa cubierta por la esterilla y las toallas– ¿Quieres una cerveza o algo?

Musa asintió y dejó su maletín sobre el mueble de la televisión para comenzar a sacar todo lo necesario. Tras dejar varios botecitos en la mesa se sentó en el sofá y agarró la cerveza que le ofrecía.

– Ha sido un partido difícil, menos mal que hemos sacado un empate que nos deja muy bien posicionados en la lucha por el playoff– arrancó Musa mientras daba un sorbo a la cerveza, tratando de hacer un resumen de la jornada.

– Si seguimos así, vamos a estar ahí hasta el final, y luego ¿quién sabe? Las eliminatorias de ascenso son una lotería, pero sería increíble conseguir un ascenso histórico– seguí reflexivo.

Continuamos hablando de la temporada y de cosas poco importantes un rato. Ambos estábamos satisfechos y cansados por el partido. Finalmente, Musa se interesó por mi lesión:

–¿Cómo te encuentras?

–Algo más dolorido ahora que ya me he quedado frío, me tira bastante cuando me siento y me levanto.

Musa se acercó en el sofá con rostro serio y me agarró la pierna. Con su fuerza no le resultó difícil doblar mi rodilla y mi cadera a placer, haciendo algún tipo de comprobación del estado de mis músculos. En uno de los giros, noté una enorme tensión y una punzada de dolor en el muslo. Musa paró de inmediato y llevó la mano a la zona del pinchazo como si lo hubiera adivinado, justo en la cara interna de mi muslo.

–Tienes contracturado el abductor, aquí puede notarse claramente el nudo– dijo mientras hundía su pulgar hacia la mitad de mi músculo y me sacaba un alarido de dolor– Ponte en la camilla.

Me levanté tratando de disimular el dolor que me había causado y fui a mi habitación cojeando para quitarme la ropa. Tras unos instantes regresé al comedor con una toalla anudada en la cintura. Musa ya había abierto algunos botes y se frotaba con lo que parecía ser un aceite con algún tipo de aroma.

Me tumbé boca abajo y traté de relajarme. Noté como Musa retiraba la toalla y me dejaba totalmente desnudo sobre la improvisada camilla. Mis músculos se tensaron ante la sorpresa y di un respingo que debió de pasar inadvertido para Musa. Recordé que en los vestuarios era normal ir completamente desnudo y nadie se sorprendía por ello. Yo mismo lo había hecho sin problemas durante años, ¿es que ahora me iba a entrar vergüenza?

Noté un líquido tibio y aceitoso caer sobre mi muslo, y un agradable aroma frutal me inundó la nariz. Musa comenzó por un masaje muy suave, casi como caricias, a lo largo de toda mi pierna. Primero comenzó masajeando la zona dolorida con cuidado antes de bajar poco a poco hasta la rodilla y continuar en el gemelo.

Tras esto, cambió de pierna y comenzó a repetir el mismo proceso. Yo recibía el masaje boca abajo, con los ojos cerrados y tratando de concentrarme en mantener la calma ante aquellas caricias. Musa subió poco a poco por mis piernas hasta llegar de nuevo a mis muslos. Comenzó a masajearlos con más intensidad, con círculos de dentro hacia afuera.

Ante esa nueva intensidad comenzó a serme aún más difícil mantener la concentración. Si Musa seguía masajeándome así la parte interna de los músculos pronto estaría demasiado excitado como para que no lo notase.

Musa subió todavía más y colocó sus manos en mis nalgas mientras continuaba con los movimientos circulares. Cada vez que movía las manos hacia fuera separaba mis dos nalgas y estaba absolutamente convencido de que dejaba totalmente al descubierto mi ano. La excitación creciente se mezclaba con la incredulidad por el masaje que estaba recibiendo. Musa nunca me había dado un masaje así…

Estaba comenzando a tener una erección ante toda aquella estimulación, y a pesar de lo rara que me estaba pareciendo aquella situación mi sentido común trató todavía de imponerse. Me relajé como pude e intenté pensar en otras cosas cuando de repente oí la voz de Musa muy cerca de mi oído:

–Anoche os oí a Dani y a ti­.

Se me congeló la sangre y rápidamente me di la vuelta sobre la camilla. Musa paró el masaje y se me quedó mirando con una mezcla de sorpresa y excitación.

–Estaba justo en la habitación de al lado, con Jorge– continuó Musa, disfrutando de la situación­– él se durmió en seguida y no se enteró de nada, pero yo…

Sonrió ante mi cara de incredulidad. Era cierto que Musa había estado en la habitación de al lado, y también era cierto que a pesar de nuestros esfuerzos por no hacer ruido la pasión nos llevó a desbocarnos en muchos momentos de la noche.

–Tuve que hacerme tres pajas para poder quedarme tranquilo… Y la verdad es que Dani me dio mucha envidia.

No dije nada, tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo. No me arrepentía de nada de lo que había hecho la noche anterior, lo único que me preocupaba de que se hiciera público era el rechazo que pudiera generar dentro de la plantilla. Pero Musa no parecía enfadado ni disgustado por lo que había oído, sino más bien terriblemente excitado. Tanto como lo estaba yo. Llevé mi mano a mi entrepierna y noté mi polla bien empalmada. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había puesto así con la situación. Instintivamente miré la entrepierna de Musa. Un gran bulto se intuía en sus vaqueros. Era aquella polla morena que tantas veces había visto. Empalmada gracias a mí. Musa no estaba enfadado ni rechazaba la situación, simplemente quería tomar parte también en ella.

Sin decir nada estire la mano hasta que llegó a la bragueta de Musa. Noté una polla de un tamaño considerable en estado de semi erección. Musa observó serio como palpaba su polla antes de reclinarme de nuevo boca abajo en la camilla.

Mientras seguía palpando aquella polla, Musa regresó al masaje, esta vez ya sin tapujos, abriendo con energía mis dos nalgas para poder disfrutar de la vista que aparecía ante sus ojos. Noté como masajeaba con cuidado las zonas más cercanas a mi ano. El aceite hacía que aquella fuera una sensación increíble.

Bajó sus manos hasta la zona de mi perineo, que masajeó con su pulgar mientras su palma de la mano llegaba hasta mis huevos y comenzaba a amasarlos con delicadeza. Mi excitación había ganado la partida a mi sentido común y ya no podía pensar en otra cosa que no fueran las sutiles caricias de Musa a lo largo de todo mi cuerpo.

Musa utilizó su mano libre para sacar mi polla de entre las toallas y comenzar a masajearla como si tratara de ordeñarme. Abrí mis piernas para facilitar la acción y dar más espacio a aquellas maravillosas manos. Poco a poco, y ante mis muestras de placer, Musa fue un paso más allá.

La mano que masajeaba mis huevos subió de tal forma que su pulgar quedó apoyado justo sobre mi ano. Noté como mi esfínter palpitaba ante la presión de su pulgar y gemí de placer, adivinando lo que venía a continuación.

Noté que Musa volcaba más de su aceite sobre mi ano, al mismo tiempo que la presión de su pulgar aumentó hasta hacer que mi culo se abriera para acogerlo. Aquello me recordó las sensaciones de la noche pasada y me hizo suspirar de placer. Musa retiró su dedo pulgar e introdujo entonces con cuidado el dedo corazón, moviéndolo en círculos para tratar de abrir mi esfínter un poco más. La sensación era de nuevo maravillosa. Mi compañero de equipo comenzó a meter y sacar el dedo rítmicamente, mientras al mismo ritmo seguía ordeñándome la polla por debajo de las piernas.

Los espasmos de placer hacían temblar todo mi cuerpo, mientras yo seguía palpando con fuerza la polla de Musa a través del pantalón, mucho más dura que antes. No aguanté más y me recliné sobre la camilla para poder desabrocharle el pantalón.

Nada más desabrochar el pantalón, una enorme polla saltó como un resorte, apenas contenida por unos calzoncillos blancos. Acaricié aquel miembro grande y duro a través de la tela, notando como la tela que cubría la punta estaba notablemente humedecida. Musa estaba tan cachondo con mi culo como yo lo estaba con su polla.

Tire de la goma hacia abajo con cuidado para descubrir una polla de unos 18 centímetros, dura y gruesa como un vaso de tubo. Su polla, liberada de la presión, apuntó recta hacia la camilla en la que me encontraba reclinado recibiendo en mi culo los dedos de Musa.

Tomé aquello como una invitación y me incorporé en la camilla. Coloqué a Musa en una punta y me acomodé a cuatro patas sobre la mesa. De esta forma, podía agacharme y llevarme aquella jugosa polla a la boca, mientras que Musa podía seguir jugando con mi culo estirando los brazos por mi espalda hasta llegar a él.

Agarré con una mano aquel miembro y comencé a pajearlo rítmicamente mientras admiraba su grosor. Apenas podía abarcarlo con mi mano. Levanté la vista y me encontré directamente con los ojos de Musa clavados en los míos. Sin apartar mi mirada de la suya apunté su polla hacia mi boca y me acerqué lentamente hasta mis labios tocaron la punta de su glande.

El sabor salado y la textura aceitosa de su líquido preseminal inundaron mi boca. Llevé mi mano hasta la base de su polla y comencé a pasarla hasta el capullo aplicando una leve presión. Así conseguí ordeñar su polla y sacarle varias gotas de líquido, que lamí con ansia antes de pasar a lamer el resto de su glande.

Era un glande realmente grande. Abrí la boca al máximo y traté de introducirlo por completo en ella. Lo conseguí aunque no sin rozar levemente con mis dientes en él, aunque a Musa no pareció incomodarle en absoluto. Con el glande en la boca comencé a pasar mi lengua por él y a lamer con ganas aquella buena polla.

Musa seguía jugando con sus dedos en mi culo, lamiéndolos de vez en cuando antes de volver a meterlos dentro de mi ano. Primero con uno, luego con dos… Y así hasta notar mi culo más abierto que en toda la noche anterior con Dani.

Tras unos minutos de mamada, fue esta vez Musa el que quiso cambiar de posición. Con delicadeza levantó mi cabeza y la llevó hasta la suya para darme un largo y apasionado beso. Noté el sabor de mi culo en su boca, como el debió notar el de su polla en la mía. Con cuidado me tumbó sobre mi espalda con el culo justo en el borde de la camilla y estiró mis piernas hacia arriba hasta dejarme con el culo totalmente abierto a la altura de su cintura.

Pensé que iba a follarme ya y me retorcí de placer pensando en aquella polla en mi culo. Pero Musa se colocó de rodillas y acercó su boca a mi culo. Allí, y mientras yo mismo me hacía una paja ante aquel calentón, Musa comenzó a lamer mi culo dilatado con extraordinaria maestría.

Con su lengua recorría todas las zonas adyacentes a mi ano sin ninguna prisa, haciéndome rogarle que me comiera el culo de una vez. Cuando notó que ya no aguantaba más, coló su lengua con fuerza en mi culo dilatado y comenzó a hacer movimientos circulares en mi ano haciéndome ver las estrellas.

Notaba mi culo totalmente abierto y preparado para que se lo pudiera follar incluso una polla como la de Musa. Mi compañero se levantó y camino con su enorme miembro balanceándose hasta la mesa donde había dejado los aceites de masaje. Allí sacó un pequeño frasco y regresó a su posición mientras lo abría.

Vertió un pequeño chorro sobre su polla y lo distribuyó con su mano generosamente. Tras levantó de nuevo mis piernas y colocando el bote sobre mis huevos dejo resbalar un chorro por ellos hasta llegar a mi ano. Con su mano libre repartió también el líquido por mi culo y metió varios dedos en él para asegurarse de que seguía totalmente receptivo.

Me miró una última vez antes de agarrar su polla y dirigirla hacia la entrada de mi culo. Noté el capullo presionando mi ano y gemí de placer mientras continuaba masturbándome lentamente. Pero Musa no me penetró en un principio. Primero frotó su glande con mi culo muy suave, casi como una caricia que hizo incrementar aún más mi deseo de sentir su polla dentro de mí.

Poco a poco incrementó la presión de su polla en mi culo sin dejar de hacer movimientos circulares. Ese cabrón estaba haciendo que mi culo se dilatara cada vez más hasta poco a poco conseguir penetrarme con su glande. El placer me estremeció los músculos cuando noté como mi esfínter se estiraba para dejar paso a aquella tremenda polla.

Noté como mi ano abrazaba con ansia aquel glande embadurnado en aceite. La sensación era tan placentera que no podía dejar de mover rítmicamente la cadera para que mi culo hiciera los mismos movimientos que Musa estaba haciendo con su polla en mi culo. Quería más.

Musa debió de entenderme porque de inmediato cesó los movimientos y empujó con más fuerza ahora que su capullo ya había conseguido traspasar mi ano. Pude sentir como su polla se deslizaba dentro de mí y noté como mi culo se expandía hasta límites nuevos hasta ahora. Ni con Dani ni con mis dedos había conseguido llegar nunca tan lejos.

Musa apartó mi mano de mi polla y comenzó a masajearla él mismo mientras su polla seguía entrando poco a poco en mí. Musa pasó sus dedos por la punta de mi polla, recogió el líquido que asomaba de ella y me lo dio a probar metiendo sus dedos en mi boca.

Chupé aquellos dedos como si de una gominola se tratase mientras notaba como su polla llegaba hasta el final y sus huevos rozaban mis nalgas. Musa permaneció así unos segundos antes de comenzar a retirarla lentamente. Cuando hubo sacado más o menos la mitad de aquel portentoso pollón, comenzó de nuevo a introducírmelo. Empezó así un lento pero placentero mete saca que me transportó hacia límites insospechados de placer. Con cada una de sus profundas penetraciones notaba sus huevos chocar contra mi culo, esos grandes y negros huevos que tantas veces había imaginado golpeándome el culo.

Musa incrementó el ritmo progresivamente mientras se reclinaba sobre mi torso y me besaba con fuerza. Podía notar como su polla entraba y salía de mi culo mientras su lengua invadía mi boca. Estaba en el mismísimo cielo cuando Musa quiso cambiar de nuevo de posición.

Me levantó y me llevó hasta el sofá que había a unos pocos metros. Allí se sentó y me hizo señas para que me colocara encima de él. Me subí al sofá y en cuclillas me coloqué sobre su polla. Lentamente bajé hasta notar la punta de su polla de nuevo llamar a la puerta de mi culo. Respiré profundo mientras seguía bajando y clavándome yo mismo su miembro bien dentro de mí. Cuando me senté por completo encima de él, comencé un suave vaivén de caderas.

Ahora era yo el que controlaba el ritmo, y ese cabrón se iba a enterar. Comencé a botar con fuerza sobre su polla mientras me mordía el labio para no gritar de placer y miraba a la cara a Musa, que observaba complacido y jadeando de placer.  Mi polla rebotaba descontrolada en su vientre con cada sentada, lo que todavía me puso más cachondo.

Aquella polla estaba a punto de hacer que me corriera sin ni siquiera estar tocándome la polla. Notaba la presión en las paredes de mi recto y un placentero calor en mi ano con el roce de tan tremendo pollón. Me senté totalmente sobre Musa y sin sacar su polla de lo más profundo de mí comencé a mover con fuerza mi cadera en movimientos circulares mientras me agarraba con mis brazos al cuello de Musa.

Con esos últimos movimientos y al notarme totalmente lleno de polla me corrí como un caballo sobre el vientre de Musa. Mientras convulsionaba de placer noté las manos de Musa agarrar con fuerza mis nalgas y empujarme hacia abajo intentado penetrarme todavía más profundo. Musa cerró los ojos y se corrió también dentro de mí.

Puedo asegurar que la sensación de tener un orgasmo mientras una polla de grandes dimensiones se corre dentro de ti y te inunda de semen es lo más placentero que he podido experimentar nunca.

Noté el calor de su esperma viscoso resbalar por mi recto con su polla todavía dentro de mí. Tratando todavía de recobrar el aliento tuve una idea que no pude resistirme a llevar a cabo.

Con cuidado me incorporé de nuevo y saqué la polla de mi culo poco a poco con cuidado de no dejar salir el semen que todavía tenía dentro de mí. Cuando estuvo totalmente fuera, moví mi culo para dejarlo sobre el vientre de  Musa. Allí dejé caer todo el esperma que Musa me había regalado sobre su abdomen, justo donde había recibido mi corrida segundos antes.

Cuando hube vaciado mi culo totalmente, bajé del sofá y agarré la polla de Musa, que comenzaba a desinflarse, para comérmela. Lamí toda ella, desde su base y sus huevos hasta la punta, notando el sabor de mi culo y sus jugos en ella. Después subí besando su pubis hasta su abdomen, donde esperaba mi premio. Recogí con mi lengua las dos corridas hasta que hubo quedado totalmente limpio, para después subir y fundirme en un beso con Musa.

Ambos estábamos exhaustos después de semejante polvazo. Invité a Musa a quedarse a dormir y seguir la fiesta, pero rechazó mi ofrecimiento. Tenía que regresar a casa con su mujer e hijos. “Todo un padre de familia”, recordé mientras veía a Musa salir de mi apartamento y dejarme desnudo en el sofá, “que me acaba de pegar una pedazo de follada”. Era mi segunda experiencia homosexual en apenas dos días, y el vestuario se estaba poniendo cada vez más interesante.