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Cuando una puerta se cierra

en Gays

Pere nunca se había movido de su comunidad autónoma. En sus treinta y nueve años de vida nunca había sentido la necesidad de viajar. Estaba contento viviendo en el pueblo donde había nacido y disfrutaba de la vida tranquila con sus vecinos y colegas.

Sus padres murieron en un accidente de tráfico siendo él muy niño aún, tanto que solo consigue recordarlos viendo una foto que se hicieron cuando tenía cuatro años. Desde entonces estuvo al cuidado de su única abuela, que por desgracia falleció de un ictus cuando él tenía dieciséis.

Se sabía gay desde muy joven y en su entorno nadie lo había censurado por ello.

Incluso todos conocían su relación desde los veinte años con uno de los maestros de la escuela, el Jordi. Maestro suyo además, le había dado clase en la EGB y era el responsable de que Pere fuese un ávido y gran lector tanto de filosofía como de literatura universal.

Tras tratarse de igual a igual jugando la partida en el bar cada día, desde sus dieciocho años, acabó enamorándose de él hasta las trancas y al ser correspondido fue muy feliz con quien supuso el gran amor de su vida.

Vivieron quince años inigualables en la masía que heredó de su abuela y en la que trabajaba cuidando cabras de forma ecológica y vendiendo su carne y sus quesos. Hacía ya cuatro años de la muerte de Jordi, su compañero, su esposo,  con cincuenta años recién cumplidos. Un fulminante cáncer de páncreas localmente avanzado e incluso con metastásica en otros órganos que se lo llevó de su lado en un tiempo record. Hasta su último suspiro estuvo a su lado y lloró su ausencia como no había llorado nunca, ni cuando murió su admirable abuela.

Tras dos años, en los que solo su rutina agrícola y ganadera le obligaba a levantarse cada día, volvió a visitar el bar del pueblo y a echar alguna de las partidas de cartas de media tarde con sus convecinos. Si alguien le hubiese preguntado por su estado civil el tenía claro que contestaría viudo. Aunque nunca se habían casado, ni cuando los amigos de ambos los animaban, sobre todo por no darles un disgusto a los padres de Jordi, que eran unos valencianos bastante opusimos, si que se habían registrado como pareja de hecho en el ayuntamiento, lo que, aunque no le importase demasiado, hizo que tuviese derecho a una pequeña pensión de viudedad.

Las cenizas de Jordi reposan en la Masía, junto al pozo, bajo un pequeño roble que plantaron todos sus amigos sobre ellas. Tiene por costumbre saludarlo cada mañana al salir a soltar a las cabras y cada noche le sigue deseando felices sueños desde la ventana de su habitación.

Siempre nos sorprende, a quienes hemos pasado por ello, como el transcurrir del tiempo transforma la tristeza extrema en nostalgia y amor por las personas que nos dejan y como nuestra vida va recuperando poco a poco su ritmo tras su pérdida.

Y en el caso de Pere estas pérdidas habían sido muchas pero no acabaron con él y acabó imponiéndose su buen humor y su sonrisa afable.

Siempre había sido regordete y no se preocupaba por ello, estaba fuerte de su actividad física laboral diaria y como decía entre risas ya de joven, tenía dos brazos, dos piernas y la cabeza en su sitio, no necesitaba más. Cierto es que en la cabeza lo que tenía era cada vez menos pelo, pero le gustaba porque le daba un aspecto de hombre responsable y sesudo.

Desde que vivía su abuela el veterinario de un pueblo vecino pasaba varias veces al año a supervisar la salud del rebaño de cabras de su masía. En su última visita le anunció que se jubilaba ese mismo mes y que cerraba la clínica por no tener quien lo substituyese, pasándole el contacto de una clínica de la capital de la comarca.

Los llamó al día siguiente y quedaron de pasar en unos días a hacer una primera visita.

Un todoterreno franqueó el camino de acceso a la masía en el momento en el que Pere estaba sacando el estiércol de las cuadras. Un mono azul de tipo peto, una camisa de cuadros rojos y azules remangada y desabotonada haciendo ver una mata de pelo oscuro de su pecho, unas botas de aguas verde oliva y unos guantes de cocina largos azules eran su indumentaria cuando se acercó al coche que acababa de parar frente al pozo.

De su interior bajó un hombre más joven que él, hacía bien poco que aún sería un chaval. Fuerte, moreno de cara con cabello en media melena moreno y rizo, ligeramente más bajo que él, iba vestido de jeans azules, camisa vaquera azul y botas de treaking, saludándolo con una gran sonrisa se le presentó con un fuerte apretón de manos como Mauri, el veterinario enviado a esa zona por la clínica a la que había llamado. Pere se disculpó por recibirlo así, en pleno proceso del limpiado de los establos y Mauri sin dejar de sonreír le dijo que no tenía que disculparse, que era al contrario, era él el que debería hacerlo por interrumpir sus labores.

Pasaron revisión de todo el ganado y Mauri le felicitó tanto por el estado de los animales como por la pulcritud de las instalaciones que para ellos tenía en la masía. Aprovechando que era la primera vez que lo visitaba le mostraría el taller quesería y sala de humado donde producía sus quesos. No sin antes ofrecerle un café en la sala de lectura mientras él fué a cambiarse de ropa para para poder atender más cómodo al joven veterinario.

Cuando bajó de su habitación, ya cambiado y aseado, se lo encontró  ojeando uno de los libros de Séneca que tenía en su gran biblioteca. Intercambiaron algún comentario sobre los estoicos y sus pensamientos antes de pasar a la zona de quesería y al finalizar la visita le regaló un par de sus quesos, uno fresco y otro  ahumado, como siempre hacía por lo menos un par de veces al año con su antecesor.

Lo acompañó al todoterreno y antes de despedirse Mauri le preguntó si conocía de alguna masía o casa en alquiler en el pueblo, porque al tener que trabajar en esa zona prefería tener cerca su vivienda y no pasar tanto tiempo en coche viajando desde la capital comarcal. Precisamente hacía un par de semanas que Xiscu, el dueño del bar donde jugaba la partida, había comentado la finalización de las obras de restauración de una pequeña casa que tenía muy cerca de la iglesia del pueblo  así que Pere se ofreció a acompañar al joven al bar y presentarle al propietario.

Se subió al todoterreno y la conversación que tuvieron en el recorrido hacia el bar ya fue más personal. Mauri le preguntó si estaba casado y Pere respondió como siempre, con total normalidad, que estaba viudo desde la muerte de su compañero hacía cuatro años. Le agradó la forma en la que el joven veterinario le dio su pésame y como se interesó en cuantos años llevaban juntos y como había llevado todo el tema de la enfermedad. Hacía tanto tiempo que Pere no se sentía tan a gusto hablando con otro hombre que olvidó indicarle el desvío al bar y acabaron riéndose   ambos del despiste.

Aún riéndose entraron en el bar. A aquellas horas solo había un par de parroquianos en la barra por lo que fue sencillo hablar tranquilamente con Xiscu. Llegaron ipso facto a un acuerdo en el precio del alquiler tras visitar la casa y comprobar que había quedado muy acogedora. Mauri se despidió feliz de ambos, Xiscu y Pere, y quedaron en que el siguiente fin de semana haría la mudanza y ya firmaría el contrato de alquiler en ese mismo momento.

Al marchar el veterinario Pere preguntó extrañado a Xiscu el porque había acordado un precio tan bajo por el alquiler, éste le respondió sonriendo que así tendrían por fin veterinario en el pueblo. Esa noche por el contrario Xiscu se sinceró con su esposa, había visto a Pere con un brillo en los ojos como hacía años y que leches, si cobrando menos de alquiler, podía ver feliz a su colega Pere pues bienvenido fuese. Su mujer se emocionó al ver que su esposo tenía tan buen fondo y fue incapaz de no darle un besó pasional que lo descolocó de inicio pero que acabó con un polvo salvaje en la mesa de la cocina, el Karma siempre te devuelve lo que siembras, pensó un sonriente Xiscu después de ese momento de pasión conyugal.

El Sábado siguiente llegó Mauri con todos sus bártulos y entre Pere, Xiscu y su esposa Meritxell le ayudaron a instalarse. Fue un día muy agradable donde comieron juntos y se pusieron al día los cuatro de anécdotas y pensamientos políticos y vitales.

Durante las siguientes semanas el recién llegado se adapt Para conocerse de tan poco tiempo la verdad es que eran casi inuntos a pescar a un envalse cercanos bienvenido fuese. Su mujer ó perfectamente a la vida del pueblo. Después de trabajar se sumaba al cerveceo y las cartas en el bar de Xiscu y casi siempre hacía pareja con Pere, con quien cada vez tenía más complicidad. Además Pere le proveía de libros de su biblioteca y una vez cada cierto tiempo iban juntos a pescar a un embalse cercano. Para conocerse de tan poco tiempo la verdad es que habían congeniado totalmente. Ambos disfrutaban alargando la noche del sábado hablando de filosofía o de política acompañados por sendos cubatas hasta que el bar cerraba. Como Mauri bebía bastante más que él siempre acababa acompañándolo a casa para que no se diese un mal golpe fruto de las cogorzas que agarraba.

Pere solía volver a su masía caminando y silbando animado pero desconcertado a la vez, de Mauri sabía cada vez más cosas y le gustaba, pero no conocía nada ni de su vida sentimental ni de sus gustos, aunque tampoco se pajareaba mucho en esos pensamientos. Tenía la impresión de que con solo pensarlo le estaba siendo infiel a Jordi y reprimía lo que podía su atracción evidente hacia el joven veterinario.

Uno de esos sábados, tras cumplir con el ritual de desearle felices sueños desde su ventana, se tumbó a dormir y soñó con Jordi como hacía mucho tiempo. Era además un sueño muy vivido donde su esposo, con su metro noventa, barba poderosa y canosa, entraba en la habitación con su albornoz granate y sentándose en la cama lo despertaba acariciándole la calva para darle un beso dulce y apasionado mientras lo destapaba. Sin dejar de acariciarse acababan por hacer un sesenta y nueve muy placentero. Le encantaba todo el cuerpo de Jordi, tan peludo como él pero ya canoso, y tenía una polla perfecta para chupar, ni muy larga ni muy gorda, con la que no se atragantaba y disfrutaba pasándole la lengua por todos sus recovecos. Además Jordi le practicaba unas felaciones muy placenteras, si abusar del pajeo manual y dedicando mucho tiempo a sus bolas donde tenía una gran sensibilidad. Cuando hacían un sesenta y nueve como el de esa noche el final era el mismo, acababan corriéndose uno en la boca del otro para darse un morreo tranquilo lleno de la esencia de ambos, y mientras se fumaban un cigarro charlaban un rato de su día antes de dormir, normalmente abrazados.

 Jordi fumando le preguntó por Mauri, a Pere le soliviantó un poco la pregunta pero la respondió al momento, un poco atropellado, justificando ante su marido la relación de amistad que día a día iba ganando con el joven veterinario. Jordi, acariciándole la cara le dijo algo que lo sorprendió y tranquilizó a la vez…

- Estimat, no tinguis por perquè t'agradi. Has d'intentar-ho, la vida és un no res. Jo estaré prou content si dones el pas. Viu una mica cony!   (Cariño, no te sientas culpable por que te guste, inténtalo, la vida es un instante. Yo estaré muy feliz si lo haces. ¡Vive un poco coño!)

Se despertó sintiendo una cálida caricia en su rostro. Estaba tranquilo, muy tranquilo, y con una extraña sensación de felicidad, arropado en su cama y con la luz del sol dándole de refilón filtrada por las blancas cortinas.

Se levanto con una energía renovada y a media mañana apareció Mauri con unos libros para devolverle. A Pere le pareció que venía más atractivo que nunca, con unos jeans ajustados azules, una camiseta negra sin mangas y unas converse negras también. Charlando Pere se excitó un poco, se fijaba cada vez más en la boca de Mauri, sus blancos dientes y su forma de sonreir. Sintió unas ganas locas de besarlo y respirando a fondo cortó al veterinario en mitad de una frase dándole un sensual beso que fue inmediatamente correspondido. Mauri se separó un poco para verlo y decir un “¡ya era hora!” sonriendo, para reanudar el beso y las caricias mutuas.

Acabaron en el dormitorio tras dejar un reguero de prendas por las escaleras de la masía.

Cuando Mauri se la mamó por fin Pere sintió una descarga eléctrica que casi provoca su orgasmo inmediato. Ver a aquel hombre tan sumamente atractivo, con ese cuerpazo dedicándose a darle placer lo tenía en otra dimensión. En su cama fue colocándose para hacer un sesenta y nueve comerle el gran pollón que calzaba Mauri. Éste había pasado a lamerle sus testículos y poco a poco iba dedeando su esfínter. Deseaba tanto sentirlo dentro que  se colocó sobre Mauri y poco a poco fue introduciéndose su miembro sin dejar de ver la cara de vicio del veterinario.

Lo cabalgó como un poseso y alcanzaron el orgasmo prácticamente al unísono, tras el se besaron durante un largo tiempo.

Era cierto… cuando una puerta se cierra, por muy fuerte que sea la cerradura, siempre se puede abrir una ventana… Y vaya si se había abierto…