miprimita.com

Las aventuras de mi madre en la costa

en No Consentido

 

Tras todo lo acontecido durante la mañana, mi madre fue secuestrada por dos lesbianas sádicas, quienes durante el viaje en autobús habían abusado sexualmente de mi madre, aprovechando una parada en un bar de carretera.

 

Pasé parte de la tarde intentando buscar a mi madre por diferentes puntos de la ciudad, sin obtener ningún éxito. Finalmente, cuando me rendí, ya caída la noche, fui a la comisaría de policía para denunciar su desaparición y su secuestro.

 

Le conté a la policía todo lo sucedido durante nuestro viaje, algo de lo que dudaron de si era verdad o no, ya que según ellos no era muy normal que si un hijo había visto a su madre siendo violada,no lo hubiese permitido y habría intervenido para proteger a su progenitora.

 

Tras mis insistencias, desplegaron una patrulla para buscar a mi madre, diciéndome que no me preocupase, que seguramente estaría bien.

 

Cuando el agente que me atendió se retiró, pude oír una conversación que ese hombre tenía con un compañero suyo, donde decía que se trataba de otro caso de una mujer madura que había venido a la costa para follar con tíos jóvenes, viendo que sus hijos son unos pringados.

 

Pensé en recriminarles los comentarios, pero decidí no hacerlo temiendo que así no me ayudasen y dijesen que mi madre estaría ocupada follando con algún tipo cachas de la playa, y que lo mejor sería que no le molestásemos hasta que terminase.

 

Sin embargo, todo cambió a la mañana siguiente, cuando al volver a la comisaría pude ver cómo un coche se detenía a las puertas, bajándose de él una mujer que parecía tener todo el cuerpo lleno de tatuajes, salvo la cara. Esa mujer abrió el maletero del coche y sacó una enorme caja de cartón. Al ver el esfuerzo que hacía por levantarla, lo que quiera que hubiese dentro bien podría haber pesado como una persona.

 

La mujer dejó la caja en el único ángulo de la entrada de la comisaría que era un punto ciego para las cámaras de seguridad. Una vez hecho esto, se subió en el coche y aceleró a toda prisa para desaparecer al final de la calle.

 

Me acerqué por curiosidad a ver qué había en la caja, leyendo la parte superior, donde decía “MAMÁ PUTA”. A continuación, oí con claridad una voz humana procedente del interior de la caja, lo que me impulsó a abrirla y a descubrir su interior.

 

Mi sorpresa fue mayúscula. Mi madre yacía amordazada, en posición fetal, con el pelo rapado y con diversas marcas, rojas y moradas, por todo el cuerpo. No llevaba ninguna ropa y se distinguían con total claridad dos lagrimones cayendo por sus mejillas. Yo aún no me lo creía: había encontrado a mi madre.

 

Durante las dos semanas siguientes mi madre recibió atención hospitalaria, mientras superaba el trauma de lo que había pasado. No fue hasta el quinto día cuando empezó a declarar a la policía toda la historia, empezando por el viaje de autobús y el asalto en el baño, así como el posterior abuso en el autobús.

 

Y, a partir de ahí, empezó a contar lo que había sucedido después, sin saber que yo estaba en la habitación de al lado, escuchando todo lo que decía, ya que el morbo y la curiosidad que sentía era mayor que el deseo de privacidad que se supone que todo hijo debe guardar. Y he aquí un pequeño resumen de las declaraciones de mi madre.

 

Mi madre se sentía confusa nada más salir del autobús. Tenía la vaga idea de que había olvidado algo importante durante el trayecto hacia la costa, algo (o mejor dicho a alguien) importante, mientras las dos lesbianas usaban sus tetas sin ningún tipo de piedad. Se las habían abofeteado, pellizcado, mordido y escupido. Y, aún con todo ello, no había mostrado la más mínima resistencia, a pesar de que en su mente sabía que estaba siendo violada.

 

Tras salir del autobús, las dos mujeres que le acompañaban le habían metido en un taxi, allí donde el día anterior un par de turistas se habían dejado una botella de whisky. Una de sus acompañantes le había abierto la boca y la otra le había hecho beber de la botella a palo seco, sin que el taxista hiciese lo más mínimo por impedirlo.

 

Ese hombre llevaba más de treinta años siendo taxista y había visto de todo, incluso cosas mucho peores.

 

Llevó a las tres mujeres hasta un lugar bastante apartado a las afueras. El viaje costaba realmente 65 €, pero dado que el taxímetro estaba trucado, les dijo a las mujeres que el coste ascendía a 150 €. Al contrario de lo que le solía pasar habitualmente, las mujeres no parecieron protestar por el elevado precio, especialmente la que iba en el medio y parecía la madre de las otras dos, que parecía estar medio drogada.

 

Una de las mujeres jóvenes sacó una cartera de una de las mochilas que llevaban y sacó un billete de cien euros y otro de cincuenta.

 

Mi madre pensó en lo que podría estar pensando ese hombre al verle así con esas dos chicas, que desde luego, ni la respetaban ni la trataban bien. Aun así mi madre supuso que el taxista pensó que eran madre e hijas.

 

Las tres mujeres dejaron el taxi y entraron dentro de un edificio que parecía estar abandonado, aunque desde la calle se oía la música que había en el interior. El taxista se alejó de allí, cuando faltaban apenas dos metros para entrar en el edificio, en el momento en el que mi madre se dio cuenta de que ya no habría vuelta atrás.

 

Sus secuestradoras le llevaron a una especie de bodega que estaba en el sótano del edificio. La habitación no tenía ventanas, y básicamente eran cuatro paredes de ladrillo con bastantes manchas de humedad, con tan sólo una bombilla para iluminar toda la estancia.

 

Ahí también estaban otras tres mujeres, aproximadamente de la edad de las otras, estando una de ellas vestida con una chaqueta de cuero, otra que a primera vista parecía un hombre, dado su corte de pelo y los excesivos músculos que tenía, y la otra era una mujer que destacaba por la gran cantidad de tatuajes que se había hecho por todo el cuerpo.

 

Entre las cinco tumbaron a mi madre en un colchón medio raído que había en el medio de la bodega donde le desnudaron de forma violenta, abofetándole y escupiéndole a la cara y sobre sus tetas.

 

Empezaron a llamarle bollera y a decirle que todas las mujeres, especialmente, las que estaban casadas, eran lesbianas en el fondo, y que ellas se iban a encargar de despertar ese instinto.

 

Le raparon el pelo, al mismo tiempo que le estaban abofeteando las tetas, hasta que se volvieron rojas, y, posteriormente, moradas.

 

Mi madre trató de escapar en varias ocasiones, llegando a abrir la puerta de la bodega en una ocasión, pero siempre que lo hacía, las chicas le atrapaban y le azotaban el trasero, hasta que éste se puso tan morado como las tetas.

 

“Sé que éstas son tus tetas por los pezones, pero tu culo tiene ahora mismo el mismo color” le dijo una de ellas.

 

Las chicas se iban turnando para azotar su culo, mientras hablaban entre ellas de una segunda mujer a la que iban a violar. Decían que era otra mujer madura que iba en el autobús y que iba con un complemento que podría seguir los pasos de la mujer madura, pero que otra persona se les había adelantado y que por eso estaban ensañandose con mi madre. Una de las violadoras les había dicho por teléfono que les llevarían a “dos mujeres y media”, pero que sólo había sido posible traer a una, por lo que los castigos que habían planeado para tres personas se los estaban aplicando a ella.

 

Las chicas no paraban de azotarle y de meterle un dedo por el agujero del ano, con clara intención de masturbarle y, como mi madre se temía, realizarle sexo anal. Aunque ella creía que iba a ser como el de los servicios del bar de carretera.

 

En esta parte del relato, mi madre empezó a sollozar. Para ella toda esa experiencia había sido muy dura.

 

“Si se siente más cómoda puedo pedir que una agente femenina le tome declaración” le dijo el policía.

 

Mi madre aceptó, y pude oír cómo entraba una de las agentes que custodiaban la puerta del hospital ante la posibilidad de que alguien quisiera atacar a mi madre.

 

Mi madre le contó lo mismo que al otro agente, aunque con más detalles, ya que temía que ese hombre pudiese malinterpretar el hecho de que su cuerpo le hacía sentir placer ante esos actos, al contrario de lo que su mente deseaba.

 

“¿Usted ha hecho el sexo anal alguna vez?” le dijo mi madre a la agente.

 

“Bueno, eso no es…”.

 

“Porfavor, necesito su ayuda”.

 

“Le puedo decir que he hecho mis cosillas, pero lo importante es que usted nos aclare todo lo que pasó. Entiendo que para usted es muy bueno contarlo. No obstante, para nosotros cada segundo el vital para encontrar a sus agresoras. Es por eso que le tengo que pedir que sea más concreta en las cosas que le hicieron y en cómo eran sus secuestradoras; no quiero ser borde, pero temo que sus emociones no importan. En esta ciudad vivimos más de quince mil mujeres, que podríamos ser atacadas por esas mujeres, así que le quisiera pedir que se ciña usted más en los hechos relevantes que en sus emociones”

 

Incluso yo desde la otra habitación pude notar el tono seco y maleducado de la agente de policía, seguramente molesta por la pregunta de mi madre, quien probablemente sólo querría saber si ella podría entender por lo que había pasado.

 

Después, la declaración continuó.

 

No sabría decir mi madre cuánto tiempo duró la tortura de los azotes, pero acabó en el momento en el que ella se desmayó a causa del dolor que sentía y de que la mujer de la chaqueta de cuero había empezado a cogerle del cuello mientras le azotaba las tetas.

 

Se despertó un tiempo después, en la misma sala, pero en esta ocasión sólo había una mujer con ella, la que le había hecho el sexo anal durante en los servicios. Estaba a su lado, pasando sus pechos por la cabeza rapada de mi madre, cosa que dejó de hacer cuando vio que mi madre había recuperado la consciencia.

 

A mi madre le dolían mucho las nalgas, pero no tanto como el interior del ano, del que procedía una vibración, que hizo que mi madre recordase dónde estaba y qué era lo que querían de ella. Le habían metido un vibrador por el culo, que debían medir unos veinte centímetros y cuya vibración revolvía sus entrañas.

 

Cuando mi madre quiso darse cuenta, la mujer le puso un collar de perro alrededor del cuello sujeto a una correa, cuyo extremo fue enganchado a un gancho que estaba en la puerta y empezó a hablarle a mi madre como si fuese un perro. Le dijo que le iba a domesticar y que desde ese momento ya no podía hablar más, ya que los perros no hablaban, por lo que sólo le dejaba contestar con ladridos.

 

MI madre se negó al principio, replicando varias veces, hasta que la secuestradora se cansó de la actitud de mi madre y le empezó a tensar la correa y a tirar de ella, hasta que mi madre casi se ahoga.

 

“Si no obedeces y si sigues hablando como un humano te juro que no dejaré que respires” le amenazó.

 

Mi madre decidió que trataría de ser sumisa y de obedecer, a ver si así ellas se compadecían de ella y le dejaban libre en cuanto se cansasen de abusar de ella.

 

“Muy bien, perrito. Ahora dime, ¿quieres que te dé por el culo?”

 

Mi madre estuvo a punto de decir que no, pero cuando empezaba a pronunciar la ‘n’, la mujer empezó a agarrar la correa, por lo que mi madre respondió rápidamente con un ladrido.

 

“Eso es. Parece que ya lo estás entendiendo… Y como premio no te voy a dar por el culo. Ya lo he probado y no sería justo que yo fuese la única”.

 

Entonces se acercó a mi madre y le cogió la cara con las manos.

 

“Pero ahora mismo tengo ganas de mear, así que tú tendrás que ayudarme”.

 

Mi madre no entendía a lo que se refería, pero todo cambió cuando le dijo que abriese la boca y no cerrase los ojos. La mujer separó sus piernas y vació unos trescientos mililitros de orina en la cara y la boca de mi madre.

 

Afortunadamente, casi todo cayó en su boca, cayendo el resto en sus mejillas.

 

“Bien, eso ha sido perfecto” dijo ella, quien cogió a mi madre con la correa y le sigo salir de la bodega.

 

Al salir mi madre pudo ver la puerta de la calle, desde su postura cuadrúpeda, en el momento en el que ya estaba anocheciendo, aunque no era esa puerta la que iban a cruzar, sino una que estaba a lo alto de unas veinte escaleras, las cuales tenían restos frescos de orina. Yo supuse que a lo mejor las chicas habían organizado competiciones para saber quién meaba más lejos desde lo alto de las escaleras. Tras este pensamiento, volví a escuchar el relato de mi madre.

 

Ascendió hasta una nueva habitación, donde se encontraban el resto de secuestradoras. La otra que había estado en el autobús estaba recibiendo sexo anal de un strap-on que tenía colocado la de la chaqueta de cuero, mientras que la que parecía un hombre estaba en una esquina cagando, sin importarle que las otras le vieran; por último, la de los tatuajes se estaba acercando a mi madre con otro strap-on, que tenía ciertos restos en la parte superior, además de tener una fusta, obligando a mi madre a lamerla.

 

“Si tú eres buena, esto no será necesario” le dijo mirándole a los ojos.

 

La mujer de la correa la soltó, siendo la de los tatuajes la que cogió su relevo, poniéndose detrás de ella y extrayendo el vibrador, el cual fue apagado y se lo pasó a la que había llevado a mi madre allí arriba. La de los tatuajes introdujo el strap-on en el culo de mi madre, que ya estaba abierto gracias al vibrador, y empezó a meterlo y sacarlo, provocando los gemidos de mi madre, suponiendo yo que en ese momento estaba recibiendo mucho placer.

 

El mete-saca fue in-crescendo, hasta que mi madre parecía estar a punto de llegar al orgasmo. Ahí fue cuando la que parecía un hombre se acercó y le dijo a la penetradora que se retirase, cosa que hizo, empezando ahora a estar bajo el control de la marimacho, quien le ordenó que se tumbase boca arriba, a lo que mi madre no se negó y la mujer le empezó a hacer la tijera, tirando de los pezones de mi madre mientras ambas vaginas se restregaban la una contra la otra.

 

Al mismo tiempo, la de los tatuajes volvió a meter el vibrador en el culo de mi madre, esta vez sin activar la vibración y quedándose estancado en el interior de su ano. Después de eso, le había estado metiendo el strap-on en la boca, teniendo mi madre varias arcadas, pero sin llegar a vomitar.

 

Parecía ser que el cuerpo de mi madre no aguantaba más y, tras unos minutos así, se corrió.

 

Mi madre no dio los detalles, pero yo me imaginé que el chorro de squirting había calado por completo a la marimacho, haciendo que ésta también se corriera, llenando la zona vaginal de mi madre del líquido vaginal de otra mujer.

 

Una vez terminado esto, mi madre dijo que las mujeres le siguieron humillando durante varias horas, la mayoría de las veces con un sexo anal bastante antihigiénico, ya que el strap-on iba rotando por los diferentes anos que había allí, mezclándose todo en el ano de mi madre, ya que después de darle por el culo le metían el strap-on en la boca para que lo limpiase y así poder introducirlo en culo de otra, yendo luego al culo de mi madre y después a su boca. El ciclo se repetía varias veces, aunque el impulso de vomitar no le vino hasta que una por una fueron meando en la boca de mi madre y le hicieron comerse a lametones los restos que la marimacho había dejado cuando mi madre había entrado en esa sala.

 

Cuando ya hacía noche cerrada, le hicieron a mi madre tumbarse boca arriba, levantándole entre varias las piernas y las caderas, de forma que mi madre golpeó sus tetas contra su barbilla y permitiéndole tener una buena perspectiva sobre su vagina, que ya empezaba a estar cerca de reventar, ya que desde la tijera de la marimacho nadie la había tocado y todo el sexo anal le había puesto muy cachonda. No obstante, no podía pedir que le provocasen un nuevo orgasmo, ya que sólo le dejaban hablar con ladridos.

 

Forzaron a mi madre a orinar, sabiendo ella lo que iba a pasar, ya que por el ángulo en el que estaba su cuerpo toda la orina fue a parar a su cara. Sin embargo, una de las mujeres le estaba sujetando la cara, por lo que lo prepararon todo para que mi madre se bebiese su propia orina.

 

Para suerte de mi madre, una de las mujeres le felicitó lo bien que lo había hecho mediante un par de toques en su vagina, lo que provocó que un pequeñísimo chorro de squirting saliese.

 

“¡Eh, eh, mirad! Parece que quiere correrse. Dime, perrita, ¿tienes más squirting preparado?”

 

Mi madre no contestó, más porque sólo podía hacerlo con ladridos que por el hecho de reconocer que estaba sintiendo mucho placer.

 

“Vamos a hacer una cosa, perrita, cuando te hagamos una pregunta, un ladrido será ‘sí’ y dos ladridos será ‘no’, ¿vale?”

 

Mi madre soltó un ladrido casi antes de terminar la pregunta, delatando en parte su ansiedad por correrse.

 

“Entonces, ¿quieres correrte?”

 

Mi madre ladró una única vez, de forma que nadie, ni siquiera ella, esperaba que hubiese un segundo ladrido.

 

“Muy bien, entonces te complaceremos”.

 

Según mi madre, después de todo eso las chicas se cansaron de ella y fue cuando le llevaron a comisaría.

 

La policía recogió toda la declaración y le dio su palabra a mi madre de que atraparían a las culpables, aunque esto nunca pasó. En parte por las pocas descripciones que había dado mi madre sobre los rasgos de sus violadoras y en parte porque tras la inspección que hizo la policía en todos los edificios abandonados de la ciudad, no encontraron ningún tipo de prueba que relacionase ninguno de esos edificios con lo que había vivido mi madre, por lo que la investigación todavía sigue abierta a día de hoy.

 

Tres meses después, cuando los policías ya habían dejado de investigar el caso de mi madre, la policía que había tomado declaración a mi madre iba junto a su hermana pequeña en su coche camino de visitar a los padres de ambas. Para su desgracia, una rueda se pinchó cuando ya habían recorrido cinco kilómetros a la salida de la ciudad. Su hermana peqeuña diciendo que ella no hacía ningún esfuerzo físico porque para eso tenía a sus tres novios, se libró de ayudar a su hermana a cambiar el nuemático.

 

En ese momento, pasó junto a ellas un coche descapotable que se paró a su lado. En él iban cinco treintañeras que iban camino de una playa nudista que había en un pueblo cercano, las cuales se ofrecieron a ayudar.

 

Inesperadamente, no eran una, sino dos ruedas las que se habían pinchado.

 

“Si queréis podemos acercaros a vuestro destino”.

 

Viendo que no había más opción que llamar a la grúa, la policía aceptó la propuesta, aunque la rechazó al ver que no había asientos suficientes para las siete. La conductora les propuso ponerse en la parte trasera junto a las tres que allí estaban, negándose la policía diciendo que eso iba contra las normas de tráfico y que era peligroso.

 

“Oh, vamos, desconecta un poco de tu trabajo. Si vamos aquí al lado, en cinco minutos estaremos allí y no nos va a pasar nada malo” le espetó su hermana.

 

Finalmente aceptó. Y hasta dos meses después no encontraron a las doshermanas, caminando desnudas y drogadas por una playa solitaria. Nunca dijeron que fue lo que les pasó, pero desde entonces pasaban casi todo el día juntas, viviendo en el mismo piso, con todos sus vecinos pensando que eran una pareja de lesbianas, en base a los gemidos que oían cada noche.

 

En cuanto a nosotros, volvimos a nuestra casa una semana después, cuando mi madre terminó de recuperarse.

 

Actualmente ya ha pasado casi un año y mi madre ya ha recuperado su vida diaria. No obstante, no puedo evitar notar un cierto cambio en mi madre desde lo que pasó aquel terrorífico día, ya que cuando sale los fines de semana parece ir más escotada de lo decente y ha empezado a pasar los días con sus amigas de la clase de defensa personal, todas ellas de su edad, dejando de lado a las que habían sido sus amigas de toda la vida.

 

Sin embargo, nunca le he dado importancia a esto. Lo único importante es que ahora mi madre está siempre contenta y feliz. Es por eso que un día, aprovechando que iba a celebrar su sesión de yoga semanal con sus nuevas amigas en nuestra casa, mientras yo me iba al cine con mi mejor amiga, le he presentado a esa amiga como mi novia formal, dado que era nuestro aniversario de seis meses.

 

Lo hice al mismo tiempo que sus amigas llegaban, sorprendiéndome de la ropa tan ligera que llevaban todas ellas. Afortunadamente, las amigas de mi madre dijeron que no les importaba que nosotros nos quedásemos a acompañarlas.

 

Pero, desgraciadamente, mi madre me dijo que no tenía café suficiente para todos, por lo que me pidió que bajase a la tienda de la esquina a comprar.

 

“Y no hace falta que lleves llaves, hijo. Cuando vuelvas, llama al videoportero y te abriremos”.

 

Salí de casa, cerrando mi madre la puerta al mismo tiempo que le decía a mi novia que podía ir pasando a la sala de estar, donde ya estaban todas sus amigas.

 

Lo extraño fue que cuando volví y llamé al videoportero nadie me contestó. Lo intenté tres veces sin obtener respuesta. ¿Acaso estaría estropeado? Y yo encima me había dejado el móvil en casa. Caminé hasta la esquina de la calle, desde donde se veía las ventanas de nuestro piso con la esperanza de que alguien estuviese asomado y me viese.

 

Fue sorprendente que las cortinas de la sala de estar estuviesen corridas, ya que mi madre no lo solía hacer cuando hacía sol. ¡Qué raro! “Bueno”, pensé “igual debería darme un paseo y volver luego por si me oyen entonces. Sólo espero que mi madre y mi novia estén haciendo buenas migas”.