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El viaje de autobús con mi madre

en No Consentido

ESTE RELATO ES LA NUEVA VERSIÓN DE UN RELATO ANTERIOR YA ELIMINADO, EN EL QUE HE TRATADO DE CORREGIR LOS FALLOS ORTOGRÁFICOS Y LAS INCONGRUENCIAS DE LA TRAMA DE LA PRIMERA VERSIÓN.

Mi madre siempre ha sido una mujer guapa. Hasta el punto de que cuando engordaba en invierno, seguía teniendo un cierto halo de atractivo. Mide un metro cincuenta y cuatro, y en esa época ya llevaba varios meses con la operación bikini en marcha, reduciendo bastante su peso corporal. Tiene el pelo rojo y los ojos verdes. A pesar de sus subidas y bajadas de peso, conservaba un busto notablemente grande; y en parte desproporcionado para su estatura. El día de esta historia llevaba una camiseta y unos pantalones bastante veraniegos.

Ahora podría empezar esta historia desde el momento en el que nos subimos al autobús, o desde el momento en el que me empecé a marear, pero pensándolo mejor, voy a comenzar desde que pasamos la tercera parada de nuestro viaje.

Para entonces el autobús ya estaba lleno, con sus treinta y tres asientos, estando inicialmente vacíos, cuando mi madre y yo nos subimos a él desde nuestra localidad.

El autobús iba a ir hasta la costa, donde habíamos reservado tres noches de hotel.

Y mi madre y yo estábamos sentados en una y otra punta, ya que mi tendencia a marearme en los autobuses no me había permitido irme a la parte trasera con ella.

Inicialmente, mi madre me había ofrecido sentarse a mi lado, pero yo, por orgullo de no parecer un chaval que aún con 21 años necesitaba de la ayuda de su madre, le dije que no era necesario, por lo que ella se volvió a quedar atrás.

No pude evitar fijarme en que la mayoría de las personas del autobús eran hombres, de edades variadas. Aunque había solamente tres mujeres, yo podía verles perfectamente, dado que las otras dos estaban sentadas en la parte trasera del autobús junto con mi madre.

A mi madre le acompañaban a izquierda y derecha dos mujeres de unos treinta y tantos años, rozando ambas el metro ochenta, que estaban hablando sin parar y riéndose, sin que yo pudiese oír qué estaban diciendo.

Una de ellas era rubia e iba vestida con camisa sin mangas y con unos shorts, que eran idénticos a los de la otra, aunque ésta llevaba una camiseta que dejaba transparentar su sujetador, apenas tapado por su cabellera morena.

A mitad de trayecto, el autobús hizo una parada en un área de descanso que contaba con una gasolinera y un bar de carretera, cuyo aspecto denotaba su antigüedad.

La gente se bajó rápidamente del autobús, hasta el punto de que mi madre se bajó por la puerta trasera; parecía haberse olvidado de que yo estaba allí, al salir a toda prisa con sus acompañantes.

Algunos de los hombres que iban en el autobús aprovecharon para bajarse y quedarse junto al vehículo fumando.

El resto de hombres habían entrado en el bar que había junto a la gasolinera. Yo me quedé un minuto dentro del autobús comprobando mis mensajes del móvil.

Después, entré en el interior del bar para reunirme con mi madre, pero, para mi sorpresa, no estaba allí.

Volví a salir fuera y vi que tampoco estaba junto al autobús ni en los alrededores de la gasolinera. ¿Acaso se habría perdido? Decidí que lo mejor sería entrar dentro del bar y esperar a que ella apareciese.

Entré y me quedé junto a la barra. Pedí una Coca-Cola y me senté mientras aguardaba.

Ahí fue cuando reparé en que tampoco estaban allí las otras mujeres.

Sin embargo, una de las camareras del local subió unas escaleras que había al fondo del local diciendo que la puerta de los baños se había atascado y que había que llamar al cerrajero otra vez.

“Cariño, ¿por qué has tardado tanto?” le preguntó el dueño del bar.

“Es que he tenido que meterme en el de hombres. El de mujeres estaba cerrado”.

Yo pensé en que a lo mejor mi madre se había ido a los servicios de caballeros, lo que me tranquilizó bastante.

Decidí salir del bar y quedarme esperando a mi madre en la calle.

Al salir vi a un hombre hablando con otros dos que estaban en la terraza del bar. Les estaba indicando que fuesen a la parte trasera, cosa que hicieron de inmediato.

Decidí seguirles, guiado por la curiosidad hasta un ventanuco oscilobatiente que había al borde del suelo, donde los tres estaban agachados contemplando su interior totalmente ensimismados.

Traté de acercarme disimuladamente, pero accidentalmente pisé una rama, captando la atención de los tres hombres, quienes, inesperadamente, no me lo recriminaron, sino que el que estaba en medio me hizo un gesto con la mano indicándome que me acercase y me agachase.

Me puse a su lado y, tal y como les había sucedido a los tres hombres, me vi obnubilado por la visión que estaba contemplando. Se trataba del interior de los servicios femeninos, los que yo había oído que estaban cerrados. En un lado de los lavabos estaba el bolso que llevaba una de las acompañantes de mi madre en el autobús. La mujer rubia que se había sentado junto a mi madre estaba tumbada sobre el lavabo, con la falda levantada, mientras otra mujer estaba haciéndole sexo oral con la cara totalmente sumergida, con su amiga morena de pie tras la mujer con la cara sumergida, penetrando a ésta con un strap-on de color blanco que emitía un zumbido vibrador que se oía cuando un par de centímetros de éste salían fuera de la vagina.

Ella se había bajado los pantalones y las bragas para ponerse dicho aparato, y la mujer que estaba en el medio de ambas también tenía los pantalones y las bragas por el suelo.

Supuse que esa mujer era una camarera del local, distinta de la que yo había visto antes.

Sin embargo, yo percibía algo extraño en ella.

Tenía las manos atadas a la espalda, mientras la morena le estaba sujetando las caderas y presionando la cabeza para que no perdiese el ritmo del cunnilingus.

Estuvieron así unos cinco minutos, hasta que la rubia empezó a sentir unas pequeñas convulsiones que le hicieron relajar los brazos y soltar la cabeza de la mujer atada, haciendo que ésta retrocediese un poco la cabeza para respirar mejor.

La rubia soltó un gran chorro de squirting que le dio de lleno en la cara a la mujer, quien no pudo evitar tragarse una gran cantidad habiendo abierto la boca para respirar mejor.

Empezó a toser, pero no tuvo mucho tiempo para recomponerse ya que la rubia se empezó a masturbar y un segundo y un tercer chorro salieron disparados, impactando el primero de los dos sobre la barbilla y el cuello, y el último chorro salió un poco por encima, depositándose su mayor parte sobre el pelo, yendo varias gotas por la espalda y sobre las manos.

Mientras la mujer que había recibido los impactos terminaba de toser, la rubia se bajó del lavabo, permitiéndonos ver la cara de la sodomizada a los cuatro hombres que estábamos mirando desde el ventanuco.

¡ERA MI MADRE! ¡¿Cómo no me había dado cuenta antes?! Y eso que me había fijado en la ropa y en que en toda la zona sólo había una pelirroja.

Dos lesbianas acababan de follarse a mi madre o, mejor dicho, estaban en ello.

Por un momento deseé que la erección que tenía yo en ese momento desapareciese, pero no parecía que eso fuera a pasar.

La mujer que ya no participaba en el sexo se acercó a su compañera por detrás, desatándole la correa del strap-on y susurrando:

“Ahora me toca a mí”.

Al desatarlo, el aparato perdió fuerza y se fue deslizando por sus piernas, saliendo del interior de mi madre, resplandeciendo por los jugos y por los más de veinte centímetros que tenía.

Ella aprovechó ese momento para zafarse y tratar de escapar, pero la rubia agarró a mi madre y le puso la cara contra el lavabo.

“No es justo que sólo una de nosotras se corra” le dijo.

La morena se quitó el strap-on y se lo puso a su compañera, al tiempo que ésta le lanzaba escupitajos a la cara de mi madre, quien lloraba sin poder evitarlo.

La rubia empezó con la penetración a un ritmo mucho más alto que su compañera, cogiendo a mi madre de su cabellera y obligándole a mirarse en el espejo de los servicios. No sé cómo mi madre se vio reflejada, pero desde luego parecía sentir placer ante lo que estaba pasando.

Tras un par de minutos de folleteo, la morena se acercó por detrás de mi madre y le empezó a meter uno a uno los cinco dedos por el ano, ante lo que mi madre no podía reprimir una serie de gemidos que eran sofocados por la rubia, quien usaba su mano libre para tapar la boca de mi madre, usando ahora sus caderas para impulsar la penetración.

“Ya está lista” dijo la morena tras un rato.

Entonces la rubia sonrió y paró la cópula. Soltó el pelo y la boca de mi madre y le fue extrayendo lentamente el aparato. Lo dejó tomar aire completamente y lo subió dirigiéndolo al culo de mi madre.

Ahí fue cuando mi madre puso una cara de auténtico terror y le dio un pisotón a la mujer, que soltó a mi madre involuntariamente tras el pisotón.

Mi madre corrió hacia la puerta de los servicios, la cual se abría y se cerraba con pestillo para mayor seguridad.

En ese momento el pestillo estaba puesto, pero mi madre no pudo abrirlo al tener las manos atadas a la espalda. Fue a girarse para tratar de abrir la puerta, pero, de pronto, la rubia del strap-on agarró a mi madre por la espalda, levantando su cuerpo como si no pesara nada y le atrajo de nuevo hacia el lavabo, tratando mi madre de forcejear, lo que provocó que ambas mujeres cayesen al suelo, de espaldas, con mi madre boca arriba sobre la otra mujer, quien no dejaba de agarrar a mi madre mientras ella pataleaba para tratar de soltarse.

No obstante, toda posibilidad de escaparse se esfumó en cuanto la morena, que ya estaba desnuda de cintura para abajo, se abrió de piernas, apoyando cada una de ellas a cada lado de la cabeza de mi madre, descendiendo su cuerpo hasta que su vulva tocó la boca de mi madre y su culo se posó sobre su nariz.

Entretanto, la otra mujer orientó el strap-on y lo fue introduciendo poco a poco dentro del culo de mi madre, activando la vibración con un sonido aún mayor que el de antes, haciendo que ella ahogase un grito debido a que tenía la vagina de la morena sobre la boca.

La mujer del strap-on empezó a mover las caderas de arriba a abajo, penetrando cada vez más y más rápido a mi madre, cuyo pelo no paraba de gotear líquido vaginal que caía al suelo y a la cara de la sodomizadora.

“Esto sí que es curioso” dijo esa mujer. “Es la primera vez que entra tan bien dentro de un culo. Parece que ésta no es tu primera vez, además, por cómo comes los coños… yo diría que ya has tenido sexo lésbico más veces. ¿Me equivoco?”

A esto mi madre no contestó, pero yo estaba convencido de que la respuesta era no a ambas cosas. Tanto al sexo anal como al lésbico. “Mi madre quiere mucho a mi padre, además de que ella es una auténtica dama que considera que el sexo anal es algo exclusivo de hombres homosexuales y de mujeres indecentes”, pensé para mí.

Poco a poco el sexo continuó, hasta que la que recibía el cunnilingus de parte de mi madre no tardó más de cuatro minutos en terminar, saliendo un potente chorro de squirting de su interior, calando por completo la boca y la parte delantera de la camiseta de mi madre.

A diferencia de los squirting de la otra, el de ésta consistió en un único chorro, pero con el doble de cantidad y de fuerza.

La mujer se levantó de la cara de mi madre y empezó a caminar con un notable temblor en las piernas. Se fijó en cómo el sujetador y la tripa de mi madre se marcaban a través de la camiseta gracias al chorro de squirting. La mujer introdujo sus manos por el cuello de la camiseta, magreando los pechos de mi madre, quien lucía casi muerta, inmóvil, sin luchar ni chillar desde el momento de la penetración anal, con su cara brillando dada la cantidad de humedad que tenía en la cara, el pelo y en la ropa.

Y fue ahí, en ese preciso instante, cuando la mujer pellizcó los pezones de mi madre, en el mismo segundo que la sodomizadora iba a casi dos penetraciones por segundo, mi madre comenzó a gemir muy fuerte, así como a poner sus pupilas en la parte más alta de sus ojos (hasta el punto de que casi desaparecen y los ojos de mi madre se hubiesen quedado totalmente blancos) y, su cuerpo empezó a sufrir fuertes convulsiones, como si le estuviese dando un infarto, chapurreando palabras ininteligibles, acompañadas de un temblor agudo que le hizo tirar involuntariamente los pantalones de sus piernas, quedándose las bragas en el pie derecho.

Seguidamente, la mujer que agarraba los pezones de mi madre sacó sus manos y empezó a masturbar a mi madre, haciéndole soltar el mayor squirting que yo haya visto jamás, siendo superior incluso al de algunas películas porno.

La mujer se separó de mi madre, llegándose casi a resbalar con la gran cantidad de líquido que había soltado mi madre y que había encharcado parte del suelo de los servicios.

El pantalón de mi madre, que estaba en el suelo, se había quedado completamente pringado del líquido.

La penetradora cogió a mi madre de las caderas, levantándole para dejarle tirada a un lado y sacó esos veinticuatro o veinticinco centímetros de falsa carne de su interior.

Y como si de un sistema automático se tratase, un segundo después de que el strap-on saliese del ano de mi madre, de su culo salió una espesa sustancia marrón que salió a chorro, igual que el squirting, provocando el aplauso de las dos mujeres que lo contemplaban.

"¿Ves cómo el sexo anal es lo mejor para el estreñimiento?" le dijo la penetradora.

"Creo que lo hemos hecho muy bien" dijo la otra, mientras se vestía. "Y tú creyéndote que era una broma lo de que un buen orgasmo lo cura todo".

Ahí fue cuando yo comprendí la conversación del autobús. Mi madre debía de haber hablado con esas mujeres sobre sus problemas gástricos, seguramente porque las tripas de mi madre habrían sonado en algún momento del trayecto.

Posteriormente yo trataría de elaborar una historia sobre cómo se había llegado a esa situación en base a todo lo sucedido:

Al entrar al bar, mi madre había ido a los servicios de mujeres, sin saber que sus acompañantes iban a seguirle.

Mi madre se había sentado en el inodoro, sin echar el pestillo, para oír cómo la puerta del baño se abría y dos personas entraban, cerrando la puerta tras de sí poniendo el pestillo.

Por desgracia para mi madre no tuvo tiempo de defenderse cuando las dos mujeres entraron dentro y la que después le daría por el culo se sentó sobre sus muslos, impidiendo que se levantase, atándole las manos y, aunque inicialmente iba a follársele en el propio inodoro, el intento que hizo alguien por abrir la puerta de los servicios, hizo que mi madre reaccionase apartando de un empujón a la sodomizadora, preparándose para gritar auxilio, cuando la otra se le puso delante y comenzó a besarle con lengua, principalmente para evitar que dijese ninguna palabra.

Puso a mi madre contra el espacio que había entre dos puertas de los inodoro, sin dejar de besarle hasta que la persona de fuera dejó de intentar abrir la puerta y se fue.

No obstante, sí que hubo alguien que oyó el leve grito que mi madre pudo dar, y no fue otro que uno de los tipos con los que yo estaba en ese momento, quien se acercó al ventanuco para ver qué pasaba. Y ahora, ese tipo, junto conmigo y otros dos, estábamos mirando a mi madre, que seguía en el suelo, inmóvil, con la cadera temblando, con toda la ropa calada de líquido vaginal, a excepción de las bragas, y con sus dos violadoras de pie, mirando cómo su ano, casi tan abierto como su boca, parecía estar respirando.

La mujer del strap-on cogió a mi madre de los muslos y le arrastró con suma facilidad dada la humedad del suelo y de la ropa. La mujer se puso de rodillas y levantó a mi madre por la cadera, dejando su cuerpo apoyado en el suelo hasta la parte inferior de sus omóplatos e introdujo los centímetros del strap-on, sin la correa, hasta que la parte blanca del aparato desapareció en su interior. La vibración era más intensa que en la cópula, al ver vibrar también el cuerpo de mi madre, quien ya sí que sí era totalmente incapaz de moverse.

La otra mujer le quitó las bragas a mi madre y cuando se vistió se las dio a su compañera, quien se las guardó en el bolsillo. Las dos mujeres se quedaron mirando a mi madre esperando algo, hasta que, más despacio que deprisa, el aparato empezó a deslizarse hacia fuera de mi madre. Fue liberándose del ano de mi madre, centímetro a centímetro, pasando entre uno y otro unos cuatro o cinco segundos, hasta que los últimos tres centímetros no salieron debido a que alguna de ellas lo presionaba con el pie hasta volver totalmente adentro. Lo hicieron unas cinco veces, hasta que al final el aparato salió con toda su longitud disparado por la presión de un nuevo chorro marrón, siendo seguido de un tercero que vino a los pocos segundos, siendo éste el último y más abundante. Eso provocó, sorprendentemente, que mi madre se orinase.

El olor ya llegaba hasta donde estaba, aunque yo me aguantaba para no perderme nada de lo que estaba pasando.

"Pues sí que ha sido fuerte el orgasmo que has tenido. Parece que tu cuerpo se ha desajustado y actúa por su cuenta".

Las mujeres y yo nos fijamos de pronto en el strap-on, el que tras la primera penetración anal tenía algún pequeño resto, pero que ahora estaba totalmente calado, además de haber sido fuertemente salpicado por la orina.

Las mujeres soltaron a mi madre, quien instintivamente se llevó las manos a la cara, tratando de limpiársela y seguidamente a palparse la camiseta para comprobar que estaba totalmente mojada.

La morena se agachó junto a mi madre y le dio un fuerte beso en la boca.

"Has sido muy buena chica, pero aún te queda algo por hacer" le dijo.

Mi madre, que seguía sin poder reaccionar más que con movimientos instintivos, guió ligeramente la vista hasta la sodomizadora, quien se había cubierto la mano con papel higiénico y había cogido el strap-on del suelo.

Ella temió que fueran a metérselo por el culo, aunque ya lo había vaciado todo. Sin embargo, la sodomizadora restregó el aparato por el suelo, en la parte en la que mi madre se había corrido vaginalmente.

"Ahora este amiguito ya tiene tus tres elementos básicos. Y a partir de ahora va a ser tuyo. Considéralo un regalo de nuestra parte, como agradecimiento por el mejor sexo que mi amiga y yo hemos tenido jamás. No obstante, sería una gran falta de respeto para el personal de este local que les dejásemos el baño así. Puede obviarse el que haya un líquido transparente en el suelo, pero esto no puede ser" dijo señalando el strap-on.

Al comprender lo que iba a pasar, mi madre volvió en sí, pero su cuerpo seguía sin reaccionar.

La sodomizadora se sentó sobre su tripa, al mismo tiempo que la otra se arrodillaba junto a su cabeza y le cogía las manos que usó para restregarlas por los pechos de su compañera. Otra cosa no, pero mi madre tenía arte para magrear pechos.

Cuando el strap-on, que lucía una gama de colores, se acercó a la boca de mi madre, ésta giró la cabeza a un lado y lanzó un pequeño vómito.

La sodomizadora sonrió y dijo: "Vaya, parece que va a haber otra cosa que tendrás que limpiar".

Reconozco que en parte me quedé con las ganas de ver más, pues, de repente, oímos el pitido del autobús. O, mejor dicho, oí, puesto que mis compañeros de ventanuco ya no estaban. No sabría decir desde cuándo estaba yo allí solo, pero, al ser consciente de ello, me sentí como un voyeur o un pervertido y me aparté de allí viendo por el rabillo del ojo cómo las mujeres obligaban a mi madre a limpiar el strap-on con su lengua.

Llegué al autobús, donde todos estaban esperando.

"Bueno, aquí hay otro. Tan solo quedan las tres mujeres por venir. ¿Alguien sabe dónde se han metido?"

Entonces uno de los que había estado conmigo en el ventanuco dijo:

"Creo recordar que están en los servicios arreglándose".

"¿Cómo? Eso es imposible. Mi primo es quien lleva este local y te puedo asegurar que el servicio del agua no funciona en épocas de sequía como ésta en la que estamos ahora".

"De todas formas deberíamos darles unos minutos, es posible que tarden".

"Bueno, bueno. Pues esperaremos entonces".

La espera fue bastante más larga de lo que la gente había supuesto, ya que mi madre y las otras dos mujeres tardaron cerca de media hora en volver.

La gente se fijó en la excesiva humedad de la camiseta de mi madre, ante lo que las otras dos contestaron:

"Es que nuestra amiga estaba aseándose y de pronto el agua del grifo ha salpicado tan fuerte que se ha calado entera. Sentimos la tardanza, pero hemos tratado de secar tanto como hemos podido".

El conductor, quien se había animado tras ver a los pezones de mi madre marcados sobre la húmeda camiseta (¡no llevaba sujetador!) dijo que no había ningún problema y nos dijo a todos que subiésemos al autobús, sin reparar en la contradicción del agua.

Mi madre andaba a duras penas, siendo ayudada por sus violadoras, con la mirada perdida y sin prestar atención a nada de lo que le rodeaba. Mientras todos los presentes nos fijábamos en el culo de mi madre, yo me fijaba en el temblor de éste y en el zumbido que parecía proceder de su interior. Esas mujeres, después de todo lo que había pasado en los servicios, le habían vuelto a meter el aparato dentro del ano y éste no dejaba de funcionar. No quería ni imaginarme cómo sería el viaje de mi madre teniendo que estar sentada con esa cosa dentro sin dejar de vibrar.

Cuando llegamos a los tres cuartos del trayecto, la mayoría de los pasajeros se habían bajado del autobús, acusando varios de ellos un cierto mareo por un extraño olor procedente de la última fila.

Aún quedaba media hora de trayecto, lo que tanto a mi madre como a mí se nos haría eterno, ya que ella, sus violadoras, el conductor y yo éramos las únicas personas que seguían en el vehículo. A ellas pareció no importarles el hecho de que yo siguiese allí o bien no me veían por mi baja estatura, aunque ellas dos no sabían quién era yo. Si acaso mi madre se acordaba de mí con todo lo que había pasado.

En ocasiones, mirando por el agujero entre dos asientos pude ver a mi madre con los pechos al aire mientras las otras se los mordisqueaban, o cómo las otras cogían las manos de mi madre y se las pasaban por los pechos, por los seis pechos que había en ese autobús.

No dejé de ver cómo cogían de la mochila de una de ellas un vibrador rosa, de sólo veinte centímetros pero más ancho que el anterior, y pude oír la vibración que éste producía mientras impactaba contra las tetas y los pezones de mi madre, también vi cómo una de ellas ponía el vibrador en el canalillo de mi madre y la otra movía sus pechos para simular una cubana.

Para entonces, mi madre había perdido cualquier atisbo de resistencia, hasta el punto de que le hicieron fotos de sus pechos, mostrando también la cara, y sus acompañantes se hicieron un selfie mordiendo cada una un pezón de mi madre.

Cuando el autobús entró en la estación de autobuses de la ciudad costera, acababan de dar las dos en punto del mediodía.

Las puertas se abrieron, las dos mujeres salieron raudas y riéndose.

Me acerqué sigilosamente hasta donde estaba mi madre, temiéndome encontrármele como lo hice. Desnuda completamente, con marcas de dientes alrededor de sus pechos y pezones, con la mirada perdida, mirándome sin verme y, sobretodo, con los dos trozos de falsa carne en su interior. Uno en cada agujero. De la vagina de mi madre no paraban de salir más y más gotas de líquido vaginal, no sabría decir si suyo o de alguna de sus violadoras, pero lo más llamativo de todo fue ver cómo su ano parecía respirar. Y lo hacía cada vez más rápido y descontrolado.

El conductor se acercó a la parte trasera. “Pero ¿qué…?” no terminó la frase porque el vibrador ya menos blanco salió disparado y un segundo después, como si de un sistema automático se tratase…

Pues sí que había sido buena idea el venir en autobús.