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La MILF que mejoró mi vida sexual

en Sexo con maduras

Fue inolvidable el verano que pasamos en la casa de la playa de mi novia ella y yo hace ya mucho tiempo. Tenía por entonces 22 años y ella 19 cuando aprovechamos que sus padres se fueron a celebrar las bodas de plata a América, una largo viaje que nos iba a dejar 15 días libres y solos para irnos al apartamento que tenían en Sanxenxo.

Durante los meses anteriores Ana y yo ya habíamos mantenido relaciones sexuales pero siempre a escondidas, buscando un hueco en su casa, en la mía o en mi pequeño coche que servía para descargar tensiones pero que era realmente incomodísimo. Y siempre con el riesgo de ser pillados, lo que ya nos había provocado más de un “interruptus”. De hecho, nunca habíamos podido disfrutar, ni siquiera, de una noche entera juntos.

Ahora tocaba por tanto disfrutar de sexo, sexo y sexo. Los dos estábamos excitadísimos con este viaje que al final resultó ser precisamente eso “sexo” en estado puro con una maestra inesperada: su amiga y vecina de la playa Teresa.

Comenzamos por ir a despedir a sus padres al aeropuerto y, sin que ellos lo supieran, fuimos directamente a recoger nuestras maletas y nos marchamos a la playa. Nada más llegar nos instalamos y, como niños con juguetes nuevos, nos metimos en la cama de sus padres y la estrenamos con un polvo épico, los dos estábamos ansiosos.

Por entonces Ana me parecía una chica muy desinhibida por el hecho de que desde el principio habíamos follado, nada de pasar por la época previa de manoseos y pajeos, y en alguna ocasión había llegado a lamerme la polla aunque siempre se retiraba cuando me iba a correr. Además, no tenía ningún pudor cuando estaba conmigo, le encantaba que le viera desnuda y una de sus perversiones era llevarme de tiendas y entrar a probarse la ropa conmigo por el placer de enseñarme su cuerpo, algo que normalmente acababa con un calentón y una paja, como mínimo. Más de un dependiente se habrá acordado de mí recogiendo las lefas que iba dejando aquellos días en los probadores.

Y empezamos a pasar los días de playa, con muchas sesiones de sexo junto con los típicos baños en el mar y largos paseos. Fue en una de esas salidas cuando me presentó a Teresa, la vecina de su piso de al lado, una mujer de cuarenta años pero con una cara preciosa, amplios ojos negros, labios muy marcados y una gran sonrisa, pelo también casi negro y un poco rizado. Aunque iba vestida de calle cuando la encontramos en el portal ya pude entrever que tenía un buen tipo, con unas curvas sugerentes.

Aunque nos doblaba la edad, Ana y ella se llevaban muy bien y a partir de aquel encuentro quedamos en coincidir en la playa, en una cala un poco más apartada que la zona de baño a la que solíamos ir, normalmente abarrotada.

La sorpresa llegó esa misma tarde cuando fuimos al lugar que nos había dicho. Desde luego era una zona muy tranquila y como pude ver nada más llegué, había mayoría de mujeres que aprovechaban para hacer topless relajadamente. Una de ellas resultó ser Teresa, quien salió a saludarnos con sus magníficos pechos al aire. Y es que tenía unas tetas realmente preciosas, con buen tamaño y unos pezones oscuros bien marcados pidiendo ser succionados. Para mayor morbo formaban un evidente canalillo con el tamaño perfecto para lo que sabemos que puede servir, lo que disparó mi imaginación, esa y las muchas veces que volví a ver sus espléndidas tetas.

Pasamos un par de días en su compañía y nos fuimos haciendo amigos. Era muy abierta y extrovertida ya que, como suele ocurrir, las chicas se abren más pronto cuando te conocen como pareja de una amiga. Por mi parte, esos dos días no me la quité de la mente, no solo eran sus pechos perfectos, es que tenía un tipazo espectacular ya que hacía mucho deporte. Había llegado a la playa obsesionado con follar a Ana pero esta mujer me hechizó.

La sorpresa llegó cuando aún no llevábamos una semana. Estábamos con Teresa cuando llamaron a mi chica, que era enfermera en prácticas, para avisarle de que a causa de una baja inesperada tendría que hacer turnos en su hospital todo el fin de semana… y estábamos a jueves. Pensamos entonces en volvernos los dos pero Ana no quería estropearme mis vacaciones y, con la ayuda de Teresa que quedó encargada de “cuidarme”, me convencieron de que ella se fuera en tren y que el lunes volvería.

Y así hicimos, el viernes la dejé por la mañana en la estación y me fui a casa. Aún no había llegado cuando Teresa ya me estaba llamando para proponerme pasar el día en la playa llevándonos unos bocadillos. Encantado con el plan acepté sin saber que esa compañía estaría tres días conmigo.

Bastante excitado con el plan fui al apartamento, me puse bañador y camiseta y salimos de inmediato. La recogí, nos fuimos a la playa y, como siempre, nos instalamos y ella se quitó toda la ropa hasta quedarse solo con la braguita del bañador. No llegaba a usar tanga pero sí esas bragas con un triángulo por detrás tan alto que realmente dejan perfectamente visible el culo.

Pasamos ese día como habíamos hecho otras veces, tumbados al sol, baños y paseos. En ese tiempo estuvimos hablando de nosotros. Por mi parte le hablé de mis estudios y ella me estuvo preguntando por mi experiencia con las mujeres, realmente escasa ya que tan solo había tenido una novieta antes que Ana.  Me contó un poco sobre su separación y que como consecuencia de lo que había ocurrido había decidido gozar de la vida y de los hombres sin complicaciones y sin ataduras, “amigos y follamigos” eran los únicos dos tipos de relaciones que podía plantearse.

A media tarde decidimos volver y al llegar a nuestro edificio me invitó a ver su piso. Era pequeño pero con mucha luz y una buena terraza, se notaba que era el piso de una mujer por muchos detalles. Por último me llevó a ver un rincón que le encantaba: la ducha “panorámica”. En el cuarto de baño tenía instalada una gran mampara y la pared más ancha del fondo era toda de cristal, de modo que te duchabas con vistas al paseo marítimo. Me contó que la hicieron así al comprar el piso ella y su marido y que tenía un morbo especial ducharse juntos “y lo demás” con esas vistas. En realidad el cristal era tintado por fuera y nadie te podía ver desde el exterior, pero dentro parecía totalmente transparente.

Me excitó imaginarme aquella ducha con una chica desnuda al lado y la conversación sobre el tema me terminó de decidir por lo que le dije intencionadamente que me gustaría algún día probar la experiencia. Sin dudarlo me respondió que aquella era la ocasión, recién llegados de la playa podíamos usarla. Hubo entonces un tenso silencio por mi parte y ella añadió riendo que llevábamos bañador, que no me asustase, adelante!

Dicho y hecho, nos quitamos las camisetas y entramos con los trajes de baño respectivos aunque en su caso eso quería decir que tan solo usaba su pequeña braguita. Sus pechos, al aire, quedaban libres delante de mí, bamboleándose con sus movimientos, a escasos centímetros. Aparentando normalidad nos enjabonamos cada uno y nos aclaramos pero en el proceso tuve una erección que terminó siendo más que evidente. Tan evidente que ocurrió lo que tenía que ocurrir, Teresa acercó su mano y empezó a restregármela sobre mi paquete, por encima del bañador. Fue aumentando la intensidad y se concentró en la polla pajeándomela de arriba a abajo. Estaba tan empalmado que no tardé mucho en correrme con unos fuertes jadeos ya que en ese momento no puedo nunca contener el volumen.

Cuando acabé pensé que qué sería lo próximo pero ella me lo hizo evidente, me cogió la mano y me la apretó entre las piernas, tocaba devolver el favor. Frotar unas braguitas no es como un pantalón de bañador de hombre, apenas había empezado ya lo tenía apartado a un lado y notaba su coño totalmente depilado entre mis dedos. La pajeé a placer y, como solía hacer con Ana, le introduje dos dedos con mucha facilidad ya que a causa del agua o de la excitación estaba totalmente lubricada. La fui notando que se movía con más intensidad y al final apretó varias veces  las piernas con una parada final donde tuve claro que se acababa de correr entre mis dedos.

Nos apartamos un poco y, primero ella y luego yo, nos quitamos los bañadores y nos acabamos de duchar enjuagándonos nuestras partes recién disfrutadas. La situación era un poco cortante, sabíamos que habíamos hecho algo mal y salimos de la ducha y nos vestimos sin hablarnos.

Me fui al piso de Ana pero antes quedamos en que podíamos ir a cenar a un chiringuito del paseo y apenas un par de horas después volví a pasar a recogerla. Evitamos hablar de lo ocurrido y tampoco salió el nombre de mi novia. Comimos, charlamos sobre nosotros y apenas nos tomamos una copa nos subimos. Ni que decir tiene que ella me invitó a pasar a tomar algo en su casa y que no tomamos nada sino que nos fuimos a la cama a follar directamente.

Esa primera noche fue con urgencias, las pajas apenas nos habían aliviado un rato y queríamos más. Nos desnudamos rápidamente, nos tumbamos en la cama y en cuanto me puso ella el condón la empecé a acometer como un desesperado. Unos minutos después los dos nos habíamos corrido y estábamos tirados en la cama. Nos acomodamos y pasamos la noche juntos, desnudos y exhaustos.

Las lecciones magistrales empezaron el sábado, cuando Teresa me pidió que confiase en ella y, como en las películas, sacó unos lazos con los que jugó a atarme y taparme los ojos. Entendí por qué se hace, sin hacer ni ver nada, ya que tu ansiedad sexual se dispara se crea una dependencia total de la pareja, que es quien marca el ritmo de todo. Notas con mucha intensidad desde la lengua que chupa o lame suavemente a las manos que pueden ofrecer caricias lentas o rápidas y gozas al ver que todo el cuerpo de tu pareja puede pasar por tu boca dejándose hacer.

Aprendí sobre las duchas ya que este segundo encuentro sirvió para que ella acabara de espaldas a mí dejándome su culo abierto y que pudiera, por primera, vez practicar sexo anal. Una opción que no entiendo por qué no gusta excesivamente a las mujeres ya que te permite follar sin condón y correrte en su interior gozando del roce de piel con piel.

También disfruté en la terraza, donde descubrí que echar un polvo al aire libre tiene un morbo añadido que engancha.

Y ya, exhausto, nos fuimos a la cama donde probé la gloria de correrme en su boca y la sorpresa de que me hiciera compartir mi corrida al darme un beso inesperadamente viscoso.

El domingo he de admitir que no pude seguir el ritmo, pero me esforcé en complacerla con masajes que me permitieron conocer todos los rincones de su cuerpo. También recibí una clase práctica sobre cómo manejar y excitar su clítoris hasta la erección, sintiendo cómo corría su lefa hasta salir entre las piernas. Como guinda, me regaló a la noche una paja cubana en sus pechotes finalizándola con una corrida que me entretuve en recoger con mi boca e írselo pasando a la suya.

La mañana del lunes fue más corta de la esperada, dormíamos abrazados cuando a las 10 de la mañana Ana me llamó para avisarme de que fuera a recogerla a la estación. Con urgencia, recogí mis cosas, pasé por la casa que llevaba dos días sin pisar y me fui a recibirla.

Como es lógico, mi novia llegó ansiosa de recuperar el tiempo perdido. Dejó las maletas y me metió en la cama para que la taladrase pero yo, que acababa de hacer un master sexual, la paré y empecé a poner en práctica los trucos de Teresa para disfrutar más tiempo y mejor del sexo.

Creo que Ana notó el cambio en mi forma de plantear el sexo durante los siguientes días pero no me llegó a hacer nunca preguntas al respecto. Teniendo a su novio entregado al sexo en cuerpo y alma dándole tanto placer deduciría que no valía la pena ponerlo en riesgo con unas preguntas incómodas.

Volví a ver a Teresa alguna vez en la playa, nos miramos con deseo pero no volvimos a follar. Yo seguí con Ana durante bastantes meses más y aquella experiencia desde luego nos regaló unos orgasmos mayores y que, de verdad, nos desinhibiéramos.

Y, por último, no me cansaré de recomendar que por unos días al menos ¡tenéis que follar y aprender de una MILF!