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Martes en el club

en Orgías

Todo lo vivido en este mundo liberal, que ha ampliado mis horizontes mentales como ninguna otra experiencia, me ha convertido en algunas cosas en otra persona, en otra mujer. Voy en el metro, por la calle, y no esquivo la mirada de nadie, ni hombres ni mujeres. Algunas de esas miradas son intensas, y me encienden, aunque en el segundo antes estaba pensando en algo totalmente mundano. Esa sensación tiene una frase en mi cabeza “es que igual le he comido la polla…” y una medio sonrisa en el instante inmediatamente siguiente. Me siento libre. Tan dueña de mi placer como no pensé que alguien podría sentirse.

Es último martes de mes. Venimos preinscritos a la fiesta bisex que organizan cada mes. Hay que reservar, porque viene bastante gente. Y es verdad que se ve mucha más de lo habitual, parejas, y hombres solos. Estamos de un humor fantástico, nos ha dado tiempo a tomarnos una copa tranquilos y de risas antes de entrar, en ese sitio al que nunca sabes por qué demonios vuelves si tardan siempre la vida en atenderte, pero es tan cuqui… Durante el gin tonic planeamos cómo solucionar la falta de orgasmos de una de mis mejores amigas, que por más que prueba diferentes muchachos, ninguno consigue desatar su placer. Vamos calentando motores en nuestra imaginación, anticipando lo que está por venir, dueños del tiempo.

Una vez dentro, nos paramos en la piscina grande, donde otras parejas están, cada uno con la suya, charlando, besándose o tocándose, con esa luz a mitad de altura que destaca tanto las pieles brillantes. A nuestra derecha, una pareja de nuestra edad más o menos, se besa juguetona y nos miran fugazmente, sonrientes. Acortamos las distancias y la chica extiende su brazo hacia mí, que ya acercaba mi mano hacia ella. Nos rozamos las manos, le acaricio el antebrazo y me acerco a su boca. Su compañero observa con los labios entreabiertos, se mantiene a su lado, mirando cómo nos vamos acercando. Me acerco a su boca despacio y le beso los labios mientras recorro desde su antebrazo hasta sus tetas, bajo el agua, rozándola con mi mano. Echa la cabeza un poco para atrás, dejándome la garganta expuesta, y ardo sintiéndola así, ardiendo, entregada. Mi amigo detrás de mí se acerca a la escena y le acaricia desde el otro brazo, hasta sus tetas y ella suspira, gime y sonríe. Mira a su compañero traviesamente y él le sonríe, a la vez que me coge directamente una teta, apretando con toda su mano, y pellizca mi pezón hasta arrancarme un gemido. Mi amigo ha ganado posiciones hacia el coño de la morenita, que se deshace con sus dedos dentro de ella y mis manos en sus tetas, y nuestras bocas, de los cuatro, alternando bocas que besar. Su compañero me agarra del culo y me aprieta contra él. le cojo la polla con la mano que tengo libre. Tengo la teta de su compañera en una mano, su polla en la otra, y alterno las bocas que voy besando, mientras él me aprieta el culo contra sí, ella se retuerce mientras mi amigo la toca, y yo levanto el culo hacia atrás para facilitar que me meta los dedos más adentro, que me los está metiendo desde atrás. Llega un momento en el que pierdo la cuenta de dónde están unas y otras manos, quién está haciendo qué a quién, y sólo siento placer, y doy placer, y la sensación de las caricias y del agua, me resulta todo tan sensual, tan glamuroso. Viene el muchacho que vigila el SPA, a recordarnos que allí no se puede tener sexo. Nos sentimos como cuando te pillan hablando en la escuela y te riñen delante de todos. Dejamos de enredar por lo menos 15 o 20 segundos, lo que tardó el muchacho en salir de nuestro campo de visión.

Nos despedimos de nuestros nuevos amigos entre risas y nos vamos un rato al baño turco, a recuperar temperatura. Tanto rato jugando en el agua, nos hemos quedado fríos. Hoy hay mucha gente en el club, más de la habitual. Estamos solos, sentados, masturbándonos mutuamente un poco y comentando las jugadas, y poco a poco van incorporándose figuras entre la niebla que siempre impide que se vea claramente nada allí adentro, entre la falta de luz, el vapor. Una de ellas se sienta a mi lado y roza mi muslo. Le acerco la mano a la pierna en respuesta y cojo su polla. Ya tengo una en cada mano pero me parece que va a haber más para mí en pocos instantes. Miro a mi amigo, quien asiente, como si hubiera leído mis pensamientos. Otra de las sombras se acerca, y me separa las piernas, buscándome el coño. Me echo hacia delante, me quedo al borde del banco en el que estoy sentada, así este tercero puede tocarme mientras yo masturbo a los otros dos que me flanquean en este momento. La situación, sus manos, el calor. Me corro y me apetece comerle la polla. A él, a mi amigo, al dueño de la polla que tengo en la otra mano. Dejo el banco y me arrodillo un poco más hacia la entrada del baño de vapor. Si hasta ese momento tenía identificadas tres sombras, aparte de a quienes tenía en el rádar, se demuestra lo poco que se distingue en realidad en esa sala. No soy capaz de contabilizar los hombres que me rodean. Algunos me traen su polla directamente a la boca y me la meten, otros se masturban rozándose contra mí, apuntándome a las mejillas, e incluso a la boca en el momento de correrse y dejar el sitio para la siguiente polla. Se diría que me han traído todas las pollas del local para que les dé placer, para hacerles correr. Y la sola idea me pone caliente como una perra. Chupo, lamo, masturbo, juego con todas aquellas pollas hasta que se vacía la sala y sólo quedamos mi amigo y yo. él me mira sonriendo y me acompaña a la ducha. “Has gozado como una perra, eh. Cómo te gusta estar rodeada de pollas…” le sonrío divertida, me encanta la idea de haber acabado con todas las pollas del sitio. Me pregunta ¿qué tal? Y le contesto, sin calibrarlo mucho, que me parece que en este sitio me follan poco. Asiente y le sale esa sonrisa malévola de “te vas a enterar”.

Pasamos a las camas que hay abajo, en la misma planta de la piscina. Pone las toallas de los dos y me coloca él. A cuatro patas. Con el culo hacia la entrada de la sala. Me trae su polla para que le coma y va invitando a todo el que entra por la sala, a unirse a nosotros, con un gesto. Un muchacho joven, muy generoso, se acerca y me separa las piernas para comerme el coño mientras yo le como la polla a mi amigo. Me va metiendo primero un dedo, y luego dos, hasta hacerme correr mientras al lado de mi amigo se ha arrodillado otro muchacho y yo alterno una polla con la otra, mientras el rubio me embiste sujetándome de las caderas, con golpes secos y duros, muy rico, hasta hacerme correr de nuevo. Me la saca del coño y me la trae a la boca, momento que aprovecha otro de los chicos para metérmela en el coño, mientras me azota el culo. Se corre casi según me la meto en la boca, y casi a la vez que el que me está follando en ese momento. Cuánto placer a la vez, qué gusto. Mi amigo decidió cumplir mis deseos, bien cumplidos. Quieres que te follen… sea, querida. Me da la vuelta, poniéndome mirando a la entrada. Mi amigo es mandón, desde el día cero. Es muy autoritario, y me encanta. Pero en ese momento, en ese polvo, por un rato se convierte en mi amo, total y absolutamente. Mantiene mi cintura hacia la cama, arqueando mi espalda, mientras me folla con embestidas secas y utiliza mi pelo como si de una rienda se tratase. Muy hacia atrás, dejando mi garganta descubierta y completamente extendida hacia detrás, luchando por conseguir respirar, aunque fuera un poco de aire para recuperar el aliento perdido mientras me folla, lo más duro que me ha follado nunca. Los presentes miran la escena embelesados, con la boca abierta y la polla en la mano, algunos marcando el ritmo con el que me va follando, con sus manos también. Alguno se acerca y me toca el clítoris y me corro al instante, tal es la intensidad. Cuando ya me he corrido varias veces y me ha cortado la respiración otras tantas, afloja la tensión del pelo, libera mi cabeza, y me indica “juega ahí con los muchachos” mientras me sigue follando. Los dos muchachos me traen su polla a la boca y se corren los dos, para mi placer, entre mi boca y mis manos, casi al momento de empezar con ellos.

Diría que es el momento más duro de todos los que hemos vivido, en términos de exigencia física, pero dentro de lo duro, tiene una belleza especial. De hecho, la imagen, sin poder verla, me parece que debe ser bastante hermosa. Me siento tan llena, tanto que casi me duele, y me siento completamente sometida. Resulta tan liberador. Me encanta.

De camino a casa pienso, de nuevo, en todas esas pollas anónimas que me he comido, hoy y todos los días anteriores que hemos venido. Y que cualquiera de esas miradas directas que me cruzo ahora por la calle, en el autobús, en el Mercadona, podría ser de alguien a quien le he comido la polla. Y me produce un placer morboso, tener esa idea en la cabeza y sonreír pensándolo. Quizás alguno de ellos entienda lo que hay detrás de esa sonrisa. O quizás, incluso, lo recuerde.