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Mi Sobrina ana 2

en Amor filial

Todavía era de noche cuando, después de dar muchas vueltas en la cama, me levanté. Casi no había pegado ojo y los pocos ratos que había dormido apenas si había descansado. Estaba muy nervioso y era incapaz de quitarme de  la cabeza lo que había sucedido la noche anterior con mi sobrina Ana. No dejaba de recordar cómo se había dormido a mi lado en el sofá, como yo había aprovechado para mirar su cuerpo, su braguitas, su entrepierna, sus pechos mientras la creía dormida, como ella me había pedido, tras mostrarme su cuerpo, que lo recorriera con mis manos, como me había rogado con  la mirada que la masturbara y como ella me había hecho la mejor mamada de mi vida corriéndome en su boca.

No dejaba de recordar lo pasado la noche anterior y no podía evitar tener una erección permanente. Estuve varias veces tentado a pajearme pero me contuve, no sin esfuerzo, pensando en la posibilidad de que Ana apareciera, a media noche, en mi cuarto pidiéndome que me la follara. Porque si algo no había pasado y no podía quitármelo de la cabeza, era que al final no habíamos follado.

Al final me di cuenta que esto no iba a ocurrir, que lo más probable era que mi sobrina estuviera horrorizada por lo ocurrido, que me culpara de todo, que dijera que yo había abusado de ella, que la había forzado de alguna manera.  A lo mejor decía que era sonámbula o cualquier historia por el estilo para justificar lo que había pasado. Quizás  me intentara chantajear o extorsionar o quizás acudiera a mi mujer a contarle todo lo sucedido para  justificarse y, como resultado final yo me viera de patitas en la calle porque mi mujer seguro que echaría de casa sin dudarlo y haciendo saber a todo el mundo el tipo de depravado que yo era y que había abusado de una pobre universitaria inocente.

Mi mujer. Laura. Se suponía que debería tener cargo de conciencia por lo que había pasado, máxime, cuando yo estaba profundamente enamorado de ella pero lo cierto que es que no tenía ningún peso sobre mi conciencia. Yo no tenía claro que toda la culpa recayera sobre mí. De hecho algo me decía que yo, quizás, fuera la víctima. Yo era un hombre y me habían metido en casa una veinteañera muy guapa, guapísima. Sus pechos, sus pezones, su culo… cuando los descubrí, sobre todo, a primera hora de las mañanas, fueron los que me empezaron a turbar y provocar. Yo era la víctima.

Pero por otro lado la experiencia había sido tan increíble que no estaba dispuesto a que se acabara tan pronto. Quería que siguiera ocurriendo mientras Laura no volviera de viaje y que cuando lo hiciera, también.

¿Qué depararía el día cuando me volviera a encontrar frente a frente a Ana? Eso era lo único que me quitaba el sueño. 

Cuando me levanté me fui derecho al salón. Me quedé mirando el sofá donde Ana me enseñó hasta el último detalle de su coño y de sus tetas, ahí donde me había hecho la mejor mamada de mi vida. 

Me senté y esperé a que mi sobrina se levantara y pasó algo más de una hora hasta que lo hizo. Cuando oí abrirse la puerta de su habitación me puse en tensión e inmediatamente me empalmé pensando en su cuerpo. Cuando apareció por la puerta del salón llevaba puesto un pantalón de pijama y una camiseta blanca de tirantes igual de estrecha que en otras ocasiones. Sus pechos estaban prietos hasta el punto que se podían apreciar las aureolas y por supuesto el pezón tremendamente erecto. 

Me sonrió y se acercó a darme un beso de buenos días pero, esta vez y para mi sorpresa, me lo dio en la boca. Fue un beso muy rápido, fugaz y tenue que no pude saborear porque no me lo esperaba. 

- Buenos días Pepe - me dijo cuándo se quedó de pie frente a mí mirándome.  Al hacerlo se desperezó lo que hizo que sus pechos casi saltaran de la camiseta por lo estrecha que le estaba. - ¿Cómo has dormido?  Yo genial.

- bien... bueno... creo. - contesté trastabillándome.  Y añadí sin saber que más decir. - Me alegro de saber que has descansado. 

- Me voy a duchar y desayunamos. - dijo mientras se recogía el pelo con ambas manos haciendo el ademán de ir a hacerse una coleta. Se dio lo vuelta en dirección al baño y añadió risueña - Ahora te veo. 

La vi marcharse hacia el baño con paso alegre y sin saber que decir. Mi mirada no pudo evitar dirigirse a su culo hasta que la perdí de vista, ese culo que no me había parado a saborear y con el que yo tenía una deuda pendiente.

¿Qué es lo que está pasando? Me pregunté. ¿Mi sobrina actuaba como si nada hubiera pasado? O mejor... ¿actuaba como si todo lo ocurrido la noche anterior le hubiera gustado, no se arrepintiera de nada e incluso la hubiera unido más a mí? Me empalmé como un toro solo de pensarlo y se me puso el corazón a doscientas pulsaciones por minuto. 

Al oír el agua de la ducha me levanté a la carrera y ayudándome de las muletas me fui corriendo como pude hasta la habitación de Ana con la intención de volver a ver sus bragas y comprobar si estaban nuevamente mojadas como el primer día que las encontré. Y ahí estaban, en el suelo junto con el pijama y la camiseta. Las recogí,  eran de algodón con dibujitos, las tuve que desenrollar de manera nerviosa y miré la zona que cubría su sexo. Otra vez estaban mojadas, incluso viscosas y al acercármelas a la cara pude apreciar el olor, el mismo olor que tuve impregnado en mis dedos toda la noche, el olor que retenían mis manos después de haber recorrido su coño repetidas veces y que me pasé oliendo gran parte de la noche.

Dejé las bragas donde las había encontrado, me fui a la cocina y me senté a esperar que viniera mi sobrina tremendamente excitado. Cuando entró en la cocina no lo hizo, para mi sorpresa,  en albornoz, como la tarde anterior, sino que lo hizo con una camiseta larga que le cubría como si fuera una vestido, corto, muy corto. Como la camiseta era holgada, se apreciaba que no llevaba sujetador porque sus pechos se mecían al compás de sus andares. Verla vestida así era lo último que esperaba  y cuando se puso a preparar el café de espaldas a mi pude apreciar sus piernas. Eran las piernas de quien practica deporte, torneadas y esbeltas. Pero más arriba estaba su culo. Un culo oculto por la camiseta pero respingón y prieto. 

- Hoy tengo que estudiar por la mañana. Estoy muy contenta por como llevo este año el curso. Yo creo que si sigo así apruebo todas las asignaturas de este año. - dijo de espaldas a mí preparando unas tostadas – Pero podríamos hacer algo por la tarde, si te apetece y no te duele el tobillo.

- Pues... si...  claro - contesté sin dejar de mirar su piernas y su culo - ¿Que... que te apetece hacer? - añadí nervioso. 

- Ya pensaremos algo que nos guste a los dos -  dijo girándose  para dejar el desayuno sobre la mesa. Al hacerlo sus pechos volvieron a sacudirse dentro de su camiseta donde se volvían a apreciar sus pezones puntiagudos nuevamente. Y sonriendo añadió - ahora a desayunar que me quiero ir a estudiar y tú tendrás que descansar. 

Estaba a punto de correrme encima. Mi sobrina me proponía hacer algo que nos gustara a los dos. ¡A los dos!  Eso el día después de  habernos masturbado  mutuamente.  La noche anterior recorrí su cuerpo con mis manos, tuvo varios orgasmos mientras yo la masturbaba con mis dedos, me hizo una mamada espectacular y ahora me proponía hacer algo que nos gustara a los dos… Era  un sueño hecho realidad.  Estaba claro que, como mínimo, hoy repetiríamos lo de noche anterior. 

Ella se fue a estudiar a su habitación y yo me fui al sofá, pero lo que me pedía el cuerpo era completar el desayuno con una paja de antología. Estaba en tal estado de excitación y nerviosismo que me hacía parecer un niño pequeño esperando ver entrar por la puerta el regalo de su primera bicicleta. Intenté ver algo en la televisión para distraerme pero no había manera. Varias veces me sorprendí tocándome la verga por encima del pantalón. No dejaba de  intentar pergeñar un plan para ir a su habitación  y con cualquier excusa follármela o, como mínimo, para ver su cuerpo con esos pechos y esos pezones tiesos.

Pasadas unas horas me levante y me dirigí con las muletas a su habitación. Ahí estaba, sentada en su escritorio frente a la ventana. Al oírme entrar se dio la vuelta sobre su silla giratoria y me sonrío. Llevaba puesta la misma camiseta larga que durante del desayuno y para mi decepción al ser la camiseta tan grande apenas se le apreciaban los pezones que me quitaban el sueño.

- ¿Cómo vas? – Me preguntó sonriéndome – Veo que te apañas fenomenal con las  muletas. Dentro de poco podremos hacer carreras por el pasillo para ver quién gana.

- Aburrido. Esto de estar todo el día en casa encerrado es más duro de lo que  parece – Contesté tratando de parecer hastiado – Pero te ganaría en la carrera del pasillo. Te recuerdo que yo juego en casa.

- Luego haremos algo para que no te aburras. Algo se nos ocurrirá a ambos, ya verás – y mientras decía esto subió la pierna izquierda sobre el reposabrazos de la silla giratoria donde se encontraba sentada. La pierna quedó elevada de manera exagerada y totalmente separada de la otra. La postura no parecía incómoda para ella pero difícilmente yo hubiera podido adoptarla sentado. Esta posición de sus piernas la obligaba a mostrar su entrepierna de una manera que era inevitable no mirar. Se desperezó y aprovecho para desplazar ligeramente la pierna que no había subido hacía el lado opuesto de manera intencionada. Esto expuso un primer plano de sus bragas, sobre todo de la parte que cubría su coño, bragas que eran rosas claritas. Se apreciaba que las bragas estaban tensas y apretadas contra su coño definiendo sus abultados labios vaginales.

Yo me quede mirando su entrepierna con descaro y en silencio. No sé cuánto tiempo estuvo así pero no me  importó que ella me viera porque a fin de cuentas Ana era la que me estaba invitando a mirar. El tiempo que duró, ella, rotaba muy levemente la silla giratoría del escritorio  en una dirección y en la otra ayudándose de la pierna que tenía en el suelo, e  incluso, separó  algo más las piernas de manera sutil.

- Pepe…Tengo que estudiar… - Me dijo mirándome a la cara y sonriendo de manera tímida a la vez que picara – ¿Pepe…?

Yo Levanté la vista y la miré a la cara. Asentí pero volví a bajar la vista a sus bragas que seguían ahí, expuestas. Ella no variaba su postura y seguía meciéndose en la silla con las manos agarradas a los reposabrazos de la silla mientras me mostraba su coño cubierto por la tela rosa tensa.

- ¿Pepe?-  insistió - ¿Quieres algo más?

- ¿Eh…? No. Yo no… - contesté sin dejar de mirar la zona de su sexo– No. Nada. Te dejo que estudies… Me voy…

- Venga… - insistió sin quitar la sonrisa y sin cambiar la postura.

- Ya salgo – dije al girándome y  dirigiéndome a la puerta. Cuando llegué al umbral de la habitación volví a mirar a mi sobrina y ahí estaba, sonriéndome mostrándome sus bragas sin variar la postura.

Cuando llegue al salón mi turbación e incredulidad por lo que estaba pasando no dejaba que la sangre corriera por mi cuerpo. Ana estaba jugando conmigo y no me importaba, ella era consciente del estado en que me tenía, sabia, que cuando yo había ido a su habitación no era para interesarme sobre cómo estaba ni, tan siquiera,  porque yo estuviera aburrido. Ella sabía que mi única intención era verla, mejor dicho, era ver su cuerpo. Y a Ana no le importaba, es más, le gustaba y por eso me enseñaba sus encantos a medias para que yo sufriera de la manera que estaba sufriendo.

Cuando llego la hora de comer Ana vino al salón para preguntarme si quería lasaña precocinada que había dejado Laura en el frigorífico. Yo me mostré encantado y me fui detrás de ella a la cocina con las muletas y me senté.

- Yo no sé cocinar nada de  nada. Mientras yo cuide de ti tendrás que comer comida precocinada – añadió mientras rebuscaba en la cocina algún recipiente donde poner la  comida e introducirla en el horno - Es lo que hay. De cocina nada pero algo habrá que sepa hacer que te guste.

Yo no dejaba de mirarla como rebuscaba por los muebles. Sus piernas eran de infarto y su culo era de película. Para buscar una bandeja para la lasaña en un armario superior subió los brazos y se puso de puntillas sobre sus pies. Al hacerlo, pude ver la parte de inferior sus bragas rosas por detrás ya que la camiseta se deslizó hacia arriba.

- Estas de infarto… -  dije con un leve susurro para sorpresa mía.

Mi sobrina se giró y se quedó con los riñones apoyados en la encimera. Me miró con intensidad y se mesó el pelo.

- ¿De veras? ¿Qué es lo que más te gusta de mí? – Lo preguntó con verdadera curiosidad. Su mirada era inocente.  –Dímelo con sinceridad.

- Creo que todo. No hay nada que no me guste. – contesté mirándola de arriba a abajo con deseo. – Me gustas toda.  Lo de ayer fue increíble Ana.

Ella adoptó una actitud vergonzosa, y turbada. Dirigió su mirada al suelo y  volvió a alisarse el pelo con la mano, pensativa. Levantó la mirada y me sonrío levemente.

¿Te ha gustado verme las bragas esta mañana?- preguntó risueña

- Ya lo creo. – contesté esta vez sin titubear – Mucho. ¿Te gusto enseñármelas? – añadí.

- Me gusta ver la cara que pones. Me encanta verte nervioso. Me gusta desde el primer día que me miraste. ¿Sabes una Cosa? El primer día que me miraste las tetas me excite muchísimo y no sé por qué pero me gusta que me mires con esa cara tan boba que tienes a veces. Te pones a mil, se te nota y me gusta - me lo decía sonriendo, mirándome divertida pero algo avergonzada, desviando la mirada si yo la miraba a los ojos - Al principio era un juego pero ayer vi cómo me miraste y… bueno… no sé si hacemos algo malo, pero yo creo, si no pasamos de lo que hicimos ayer, de tocarnos mutuamente… yo creo que no pasa nada… somos familia y hay cosas que no podemos hacer…  creo… A mí también me gustó mucho, sabes…

Yo estaba a punto de explotar. Tenía la polla como la de un semental de excitada. Me estaba reconociendo que el juego le gustaba y que le ponía mil provocarme. Pero también me reconocía que el límite estaba en masturbarnos mutuamente. Me valía. Ya lo creo que me valía. Me envalentoné debido a su confesión.

¿Te puedo hacer una pregunta? – le dije mirándola fijamente.

- La que quieras Pepe. Dispara.

¿Estas excitada ahora? – pregunté sin dudarlo.

Ella se quedó pensativa mirando al suelo. Dudó con gesto serio y dejó pasar uno segundos interminables. Levantó la mirada y me sonrío de manera infantil, cruzó las piernas una sobre otra a pesar de estar de pie y varió  ligeramente la postura que tenía al estar apoyada en la encimera frente a mí.

- Ya lo creo, – dijo – mucho.

-¿Tus bragas están mojadas ahora? – Pregunté sin dudarlo.

Ella aguardo unos segundos, balanceaba su cuerpo ligeramente de un lado a otro y, instintivamente, tiró de su camiseta hacía abajo, tapándose, tratando de mostrar menos su largas piernas.

- Ya lo creo. – Dijo sin mirarme – Por tu culpa.

- ¿Me las dejas ver? – Pregunté  - ¿Me dejas ver tus bragas mojadas, porfa?,

- ¿Ahora? ¿Quieres que te deje ver si mis bragas están mojadas, ahora?– Me miró sorprendida.

- Te las quitarías y me las dejarías ver, porfa? – añadí con voz temblosa.

Me miró fijamente. Ladeo ligeramente la cabeza estudiándome y se mordió el labio inferior de su boca. Y sin mirarme descruzó las piernas, introdujo ambas manos por debajo de su camiseta y deslizó las bragas de manera pausada. Yo las vi descender y no pude evitar fijarme con obsesión en la zona central que había estado cubriendo su coño. Al llegar a los pies los levantó y sacó ambos sin prisa y al finalizar, Ana, se irguió, se acercó a mí y me entregó las bragas estirando ambas manos para que yo las alcanzara. Tras hacerlo volvió  apoyarse en la encimera, donde había  estado hasta ese momento y se quedó mirándome.

Yo nada más coger las bragas noté al tacto que estas estaban calientes por haber estado en contacto con el cuerpo de mi sobrina. Eran de algodón como las que vi en su habitación por  la mañana pero más finas. Las desenrollé con sumo cuidado y delicadeza como si se tratara de un tesoro, las estiré por ambos extremos cogiéndolas por los laterales y miré su interior, la parte que hace escasos segundos estaba en contacto con el coño de Ana, esa parte que me había mostrado durante la mañana en su habitación con descaro. Y ahí estaba la mancha. Una mancha de humedad grande. Puse la zona central que contenía la mancha sobre la palma de una mano y con los dedos de la otra toqué esa zona íntima y comprobé estaba muy mojada. No me había engañado y su excitación era real. Sin dudarlo me las acerqué a la cara y las olí con rabia.

Ella me miraba. Tenía sus manos tensando su camiseta hacía abajo, tratando de manera refleja cubrir su sexo desnudo y aprecié cómo se masajeaba su monte de venus con las muñecas.

- Por favor, súbete un poco la camiseta – le rogué – Quiero ver tu sexo. Quiero ver si estas mojada.

Ella me miró muy fijamente y sus pezones volvieron a mostrarse erectos lo que me demostraba su estado de excitación. Tardó unos segundos en reaccionar, como si no me hubiera oído, pero para sorpresa mía se subió la camiseta sujetándola con ambas manos por encima de su ombligo al tiempo que dejó de estar apoyada en la encimera. Entonces se quedó estática mirándome.

Su sexo era como lo recordaba, su triángulo de vello púbico muy pequeño, negro y muy recortado con el vértice inferior ligeramente más arriba del nacimiento de sus labios vaginales. Labios que sobresalían desde su nacimiento y donde se apreciaba brillo producto de su humedad a pesar de tener los muslos juntos.

- Date la vuelta. Quiero ver tu culo – dije sin dejar de mirar su coño - Gírate, por favor.

Ana se giró pausadamente sujetándose la camiseta por encima de la cintura y cuando se puso de espaldas a mi separó las piernas ligeramente. Me incliné levemente hacía adelante y hacía abajo todo lo que me permitía la erección de mi polla. Desde mi silla tenía una vista increíble de su culo. Este era un culo de deportista, prieto y firme, precioso. Y también alcanzaba a ver su coño desde atrás con sus labios vaginales ligeramente abultados, suspendidos y asimétricos.

Iba a pedírselo cuando, como leyendo mis pensamientos, inclinó su cuerpo hacía delante y apoyó sus antebrazos en la encimera. Al hacer esto desplazó ligeramente los pies echándolos un paso atrás al tiempo que separaba medio metro ambas piernas dando otro paso más hacia cada lado. Arqueó la espalda e irguió la cadera para mostrarme adrede una magnifica vista de su culo en pompa. Desde donde me encontraba podía apreciar ligeramente el orificio de su ano con la piel ligeramente más oscura a su alrededor y su coño depilado, abultado, mojado  y semi abierto.

Yo no sabía que decir. Guiándome por mis instintos más primitivos me busqué la polla metiéndome la mano bajo los pantalones y sacándomela con dificultad por lo empalmada que estaba. Rápidamente me empecé a masturbar con frenesí. Ana giró la cabeza sin variar su posición que me mostraba su culo y su coño. Al verme masturbarme empezó a hacerlo ella también bajando su mano derecha a su coño y masajeándolo de adelante a hacia atrás lentamente. Lo hacía, con toda la mano, separando sus labios vaginales de manera exagerada con los dedos pringados de fluidos, rítmicamente, presionando el interior el coño y sin dejar de mirarme. Lo hacía balanceando ligeramente su cadera hacia un lado y hacia el otro.  De repente varió su manera de masturbarse ya que empezó a introducirse el dedo medio, lentamente, en el coño y a sacarlo muy mojado una y otra vez mientras con el resto de los dedos seguía acariciándose sus labios vaginales.

Yo estaba a punto de correrme cuando me levanté de la silla apoyando el pie de la escayola en el suelo, obviando cualquier dolor, y me acerqué a Ana dando un paso hacia delante quedándome a escasos dos metros de ella. Ana al verme se giró bruscamente situándose en frente mío, arqueó su cuerpo hacía atrás todo lo que dejaba la espalda apoyándose en la encimera, echó su cadera hacia adelante exponiendo su coño todo lo que pudo y siguió masturbándose con la mano derecha con frenesí. Entonces abrió sus labios vaginales todo lo posible con sus dedos y empezó a introducirlos rítmicamente en su interior con los ojos fijos en mi miembro. De repente separó más las piernas, abrió sus labios todo lo que daban de sí y empezó, con el dedo índice de la otra mano, a acariciarse el clítoris de manera convulsiva y circular.

Ante esta vista no pude más y empecé a eyacular entre espasmos sobre mi Sobrina. Lo hice con tanta fuerza que la salpiqué por la camiseta llegando hasta su cuello. En mi última corrida si atiné a dirigir mi polla a su coño y ella, al ver mis intenciones, lo abrió con ambas manos tirando de sus labios de manera que mi semen pringó sus manos, su vello púbico y su clítoris.

Yo trastabillé hacia atrás hasta caer en la silla sin soltar mi polla pero Ana siguió masajeándose el coño con ambas manos lentamente, acariciándose sus labios vaginales y restregando mi esperma por su sexo. Después recorrió con sus dedos todas las zonas manchadas de esperma de su camiseta, cuello y vello vaginal, se los introdujo en la boca con lascivia y chupó todo los fluidos que contenían entre sonidos guturales.

Se quedó mirándome con la camiseta subida hasta el ombligo, la espalda recostada sobre la encimera y su coño adelantado. Pasados unos segundos se incorporó, se bajó la camiseta se fue al fregadero a lavarse la manos mientras yo la miraba tratando de recuperar el ritmo de la respiración. Cuando acabó de lavarse me miró sonriendo.

- ¿Me devuelves las bragas o las quieres como trofeo? – Me dijo mientras se secaba las manos y empezaba a sacar la lasaña de su envase y la introducía en el horno.

Yo tenía la polla agarrada todavía con la mano aunque su erección empezaba a disminuir.

- Sí, claro… Claro… toma – se las ofrecí con la mano que me quedaba limpia – Aunque creo que tendrás la lavarlas.

- Desde que estoy en esta casa no hago más que lavar bragas por tu culpa –añadió sin mirarme pero con una sonrisa pícara.

Comimos casi sin hablar cada uno absorto en sus pensamientos. Los míos estaban lo que acababa de ocurrir en la cocina y me empecé a excitar nuevamente.

Tras comer yo me fui al sofá y Ana se quedó recogiendo la cocina y después se fue a su habitación a seguir estudiando. Yo me quedé dormido muy rápidamente debido al cansancio después de todo lo que había pasado la noche anterior y durante el día de hoy.

Cuando mi sobrina me despertó ya casi estaba anocheciendo. Lo hizo tocándome levemente el hombro repetidamente. Cuando abrí los ojos Ana estaba vestida de manera elegante. Llevaba una blusa blanca estrecha abotonada por delante pero que no mostraba gran cosa por el escote ya que tenía los botones superiores abrochados por encima del nacimiento de sus pechos, una minifalda negra de tablas, unas medías negras y zapatos con medio tacón. Al llevar su pelo largo negro recogido en una cola de caballo y un poco de maquillaje el conjunto hacía estar a mi sobrina tremendamente guapa.

- ¿Salimos? – Me dijo tras despertarme. – Quiero que salgamos a la calle, porfa.

- Si. Claro. – Contesté tratando de  orientarme – Me tienes que dar media hora para que me lave y me vista.

A los tres cuartos de hora estábamos cogiendo un taxi tras buscarlo con dificultad porque me costaba trabajo desplazarme con las muletas.

-¿A dónde? – pregunto el taxista de  manera seca.

Para mi sorpresa Ana le dijo la dirección de carrerilla. Ya tenía todo planificado sin  consultarme. Se la veía algo seria y distante. Mantenía una distancia más que prudencial conmigo de manera que el taxista nunca llegaría fantasear en sus sueños más calientes las cosas que estábamos haciendo Ana y yo juntos

- ¿Dónde vamos, si se puede saber? –Pregunté inquieto mirándola – Quizás me interese saberlo.

- Vamos al teatro. Vamos a ver una obra de teatro alternativo – me respondió sin mirarme, de  manera escueta y con desgana.

Yo me quedé sorprendido porque no era una actividad que me apeteciera demasiado. Se me ocurrían mil planes diferentes para hacer con mi sobrina y todos eran mejores. Muchos de ellos fuera de casa, otros tantos dentro de ella pero  todos ellos incluían sexo.

- Ya… y no me puedes dar más información. Quizás yo te pueda ofrecer algo mejor - le rebatí y al mismo tiempo que trataba de poner mi mano sobre su rodilla. Ella se apartó la pierna ligeramente y siguió mirando por la ventanilla.

- Ya he sacado las entradas. Es una obra que han visto unos amigos y me han comentado que es buena. Es todo lo que sé – contestó de manera que no daba la oportunidad de continuar con la conversación.

Me puse a mirar por mi ventanilla ya sin ganas de seguir hablando. Estos cambios de humor de Ana ya los había sufrido en alguna ocasión. Ahora sí que pareceríamos tío y sobrina sin nada en común. Ella también permaneció callada el resto de trayecto abstraída en sus pensamientos.

El taxi circuló por una serie de calles estrechas del casco antiguo y al final se detuvo frente a un pequeño teatro que tenía una marquesina mal iluminada donde anunciaban una obra de teatro totalmente desconocida para mí. Yo pensaba que íbamos cenar o tomar una cerveza antes de entrar pero no fue así, entramos directamente ya que la obra estaba a punto de comenzar. Cuando lo hicimos observé  que el vestíbulo mostraba un  estado de decrepitud que no auguraba nada bueno y cuando pasamos al pasillo central del patío de butacas, ya a oscuras, comprobamos que comenzaba la obra en ese momento. Estaban cuatro actores vestidos de negro deambulando en todas la direcciones manteniendo un dialogo visceral en un escenario sin apenas elementos decorativos, con escasa iluminación y con la totalidad del fondo de la escena pintada en tonos oscuros. Nos sentamos en el lado derecho, en las butacas del fondo y en la mitad de la fila. Una vez acomodados pude observar que apenas si estaban la tercera parte de los asientos ocupados en todo el teatro por lo que estaba claro que la  obra no suscitaba mucho interés.

Miré a Ana que estaba a mi derecha y la vi mirando la obra con gesto de interés por lo que traté de centrarme en el desarrollo de la función pero sin llegar a lograrlo cuando de repente Ana llevó su mano a mi bragueta y empezó a tratar de bajarme la cremallera de mis pantalones con una  sola mano. Yo al principio me sorprendí pero decidí dejar que ella sola logrará su objetivo como parte del juego. Como no podía decidió cambiar de plan. Con la mano soltó el cinturón y a continuación pudo soltar el botón del pantalón. Ahora si le fue más fácil bajar la cremallera de la bragueta. Metió la mano en mis calzoncillos y agarró mi polla sacándola con decisión, polla que para entonces ya estaba erecta como en sus mejores momentos. Yo pensaba que me iba a pajear pero simplemente se limitó a estar un tiempo acariciando  y pasando la yema de los dedos por mi glande suavemente formando círculos lo que me provocaba estar empapado producto de la excitación. Entonces dirigí mi mano sobre su rodilla pero ella me la retiró con su otra mano al tiempo que apartaba su pierna. Estaba claro que todavía no me tocaba a mí. Siguió masajeando mi polla, gradualmente para a continuación cogerla con toda la mano y empezar a subir y bajar muy lentamente. Yo estaba ya  empezando a temer que me iba a correr cuando mi sobrina acerco su cara a mi oído.

- Esta obra ya me habían avisado que es un bodrio y el teatro estaría medio vacío – Me susurró al oído mientras no dejaba de masturbarme – Nunca lo he hecho con gente a  mí alrededor. ¿Te apetece?

Entonces sin dejarme responder levantó su culo de su butaca para poder reclinarse sobre mí, soltó mi polla dejándola libre, erecta y empezó a lamérmela con la lengua fuera de su boca sin cogerla. Empezó a hacer círculos sobre mi prepucio lentamente, introdujo una mano por mis calzoncillos y empezó a masajearme los huevos con delicadeza. Al minuto se irguió, me miró a la cara sonriéndome y me dio un morreo, recorriendo todo el interior de mi boca con su lengua. Lo hizo de manera muy lenta y cargada de pasión. Era la primera vez que nos besábamos de verdad. Lo hizo de tal carga de erotismo que mi miembro creció más, si cabe. Cuando nos separamos ella bajo de nuevo mi polla y se la introdujo en mi boca tanto como pudo y muy lentamente y empezó a pajearme nuevamente con la mano. Temiendo correrme la obligué a  parar introduciendo mi mano entre la polla y su boca.

- Para o me corro. Por favor para,  Ana – le murmuré mientras trataba de que se retirará. Ella lo hizo sonriéndome y besándome nuevamente con deseo mientras se sentaba correctamente en su butaca. Ahora es mi turno pensé.

Los actores seguían sus diálogos y diatribas en lo alto del escenario. En algún momento variaba la iluminación cambiando de tonalidades e intensidad y esto le daba más morbo nuestros juego porque el patío de butacas en algunos momentos estaba más iluminado y cualquier persona que se hubiera girado nos hubiera visto disfrutando.

Ella ya sabía que era ahora yo quien empezaba el juego. Puse mi mano sobre su rodilla mientras trataba de recuperar un ritmo normal de respiración cuando de repente entró en nuestra fila por mi izquierda una pareja de mediana edad discutiendo en susurros y se fueron a sentar a solo dos butacas de mí. Menos mal que yo había dejado las muletas y la americana a ese lado impidiendo que pudieran ponerse más cerca porque quizás hubieran estropeado nuestra noche teatral. Ana los miró, me miró a mí, miró mi polla que estaba tiesa como un mástil fuera de los pantalones y se llevó la mano a la boca para evitar que se oyera su risa. Esto le daba más emoción a nuestros juegos y lo que hiciéramos tendríamos que hacerlo con más sigilo si no queríamos que nos vieran.

Empecé a subir la mano derecha por su pierna sobre la media hasta llegar al borde de la falda de tablas, seguí por debajo y de repente, para sorpresa mía, me di cuenta que mi sobrina llevaba puestas medias de las que llegan justo por encima de la mitad del muslo, de las que no se deslizan para abajo por llevar silicona para que no se resbalen. Un obstaculo menos para llegar a mi objetivo, pensé. La pareja de al lado seguía discutiendo en susurros. Seguí subiendo por el muslo desprovisto de media hasta que llegue a su braguitas. Al tocarlas, Ana abrió sus piernas todo lo que le permitía su butaca y deslizó su culo ligeramente hacía el borde del asiento. Metí mis dedos por debajo de las braguitas a la altura de la ingle, alcancé a tocar su suave bello en forma de triángulo mientras que ella trataba, con ansia, abrir más las piernas para facilitarme el paso. Entonces bajé hasta tocar sus empapados labios vaginales e introduje dos dedos en el interior de su coño. Estaba tan empapada que mis apéndices chapoteaban en su interior con extrema facilidad debido a lo mojada que estaba. No pude resistirme y saqué la mano para sorpresa de mi sobrina llevando mis dedos mojados a su boca. Ella los lamió con frenesí y luego volvió a llevar, con ímpetu, mi mano bajo de su falda para que yo siguiera masturbándola. Volví a meter los dedos bajo las braguitas y busqué su clítoris. Cuando lo hallé abrí sus labios vaginales con el dedo índice y anular y me centré en hacer círculos con dedo medio sobre él ya que estaba tremendamente prominente. Ella empezó a gemir muy bajito y a mover rítmicamente la cadera. La presión de su ropa interior me impedía mover mi mano con soltura por lo que acerqué mi boca a su oído izquierdo sin detener mis dedos.

- Quítate las bragas – le susurré.

Ana me miró con cara gamberra y sin dudarlo deslizó sus manos por su cadera sacándose las braguitas para lanzándomelas con discreción a la cara tratando de disimular su risa. Yo las cogí al vuelo y tras estirarlas, las miré aprovechando la luz del escenario poniéndolas delante de mí. Eran pequeñas, oscuras y semitransparentes en su totalidad.  Preciosas.

- Toda tuyas – me murmuró con mirada picara – ya puedes olerlas y me cuentas que tal pero no me las pierdas. Luego me las devuelves.

Tras decir esto deslizó su culo hasta el mismo borde del asiento quedando recostada, apoyó ambas rodillas en los respaldos de las butacas delanteras abriendo sus piernas todo lo posible y dejó sus pies colgando. Su coño quedó expuesto de una manera sublime para ser masajeado. Ella se subió la falda hasta cintura y en la penumbra del teatro pude ver su coño expuesto y abierto pidiéndome que le masturbara.  Yo aproveché esa postura para restregar toda la palma de mi mano derecha por su coño despejado. Notaba sus labios vaginales abiertos y abultados de manera exagerada, el orificio de su coño tremendamente dilatado y su clítoris hinchado lo que le provocaba espasmos cada vez que pasaba la palma de mi mano sobre él. Entonces introduje varios dedos en su coño y empecé a moverlos dentro de sus entrañas con frenesí. Ella se retorcía entre pequeños gemidos y no dudó en cogerme de la muñeca de mi mano con las suyas para obligarme a acelerar el ritmo de la paja. Ana gemía y se arqueaba cuando de repente se quedó rígida y tuvo una serie de fuertes convulsiones que provocaron que de su coño saliera un chorro de líquido similar a una meada que empapó los respaldos de los  asientos delanteros.

Miré a la pareja de señores de mi izquierda y no parecía que se hubieran percatado de nada. Miré a Ana y estaba con las piernas abiertas, su coño goteando y ella con las manos en la boca tratando de contener la risa. Me miró, se irguió y me beso suavemente.

- Nunca me había pasado esto – Me susurró y añadió – no creo que pueda andar para coger el taxi de vuelta.

Ella se alzó para sentarse bien y cogió mi polla con la mano izquierda.

- no soy zurda  pero pienso poner todo mi empeño en que te corras y llegues hasta el escenario – me dijo entre risas – Luego me cuentas que tal me ha salido.

Entonces empezó a subir y bajar mientras pasaba el dedo pulgar sobre mi glande empapado de líquido seminal. Aumentó  la cadencia rítmicamente y mi polla se tensionó como aviso de lo que era inminente lo que iba a pasar, las venas se hincharon por la fuerte presión con la que Ana cogía mi polla, mi muslos se pusieron rígidos y al final eyaculé todo el esperma que tenían mis huevos por encima de las butacas de delante nuestra. Ana se tapó la boca con la mano para no reírse, se inclinó sobre mi polla poniéndose de rodillas en su butaca con su culo en pompa y empezó a lamerme los restos de semen que quedaban en mi miembro y en su mano. Lo hacía sin disimular y recreándose en todos los rincones. Yo aproveché que su postura era como la de una perra para meter mi mano derecha entre sus piernas y volver a tocar su coño empapado. Cuando se incorporó y se sentó a mi lado se relamió para recoger el semen que quedaba por sus labios.

Bonita obra de  teatro ¿verdad? – dijo sonriendo.

Yo todavía no me había recuperado de la corrida y la miraba con los ojos muy abiertos. Estaba pringado entero por culpa de la corrida por lo que Ana tuvo que rebuscar en su bolso unos pañuelos de papel con los que limpiarme.

Cuando salimos del teatro yo llevaba las braguitas de mi sobrina guardas en mi bolsillo del pantalón. Me había negado dárselas pese a su insistencia aduciendo que me las quedaba como trofeo. Ella se quejaba argumentando que la noche estaba fría y se iba a resfriar porque llevaba el coño todavía empapado de su corrida. La veía andando al lado mía con la minifalda moviéndose y ya me estaba empezando a empalmar al pensar en su coño sin bragas.

Cuando subimos al taxi y le dijimos nuestra dirección me fijé que el taxista miraba por el retrovisor interior a Ana. Tenía un espejo muy grande y panorámico que le permitía ver la totalidad del habitáculo trasero para así poder evitar robos o actos vandálicos en el interior de su vehículo. También tenía una luz tenue encendida en la parte superior del techo a la altura de los reposacabezas delanteros. Miraba a mi sobrina con lascivia producto del que lleva muchas horas trabajando, ve de todo en la parte trasera del taxi pero aprecia y distingue a una chica bonita.

Entonces se me ocurrió. Sin consultar. Tiré de mi sobrina por su cintura hasta ponerla en el asiento de en medio del taxi para sorpresa de ella que no entendía mis intenciones. El taxista nos observaba por el retrovisor con curiosidad sin perderse detalle.  Apoyé mis dos manos sobre las rodillas de Ana y con firmeza pero sin brusquedad, separé ambas piernas todo lo que pude. Ella me miró e hizo el ademan de cerrarlas pero yo haciendo fuerza se lo impedí. Cuando mi sobrina dejó de hacer fuerza subí con brusquedad la falda mostrando todo su coño depilado excepto el triángulo sobre su monte de venus. El taxista miraba absorto el retrovisor, la miraba a ella, me miraba a mí y miraba el coño. Ana vio reflejados los ojos del taxista en el espejo mirando su sexo y se quedó quieta con las piernas abiertas cruzando una miraba interrogante conmigo. Introduje mi mano entre sus piernas y separé sus labios empapados nuevamente todo lo que pudé, empecé a pasar la yema de los dedos sobre su clítoris y mi sobrina empezó a acelerar su reparación sin dejar de mirar los ojos reflejados del taxista en el espejo. Este no quitaba ojo de mi mano en el coño de Ana y bajó la velocidad de manera intencionada para prolongar el viaje. Seguí sobre su clítoris, rozándolo con mucha suavidad, su coño estaba empapado y al final se estremeció sin dejar de mirar a los ojos del retrovisor y sufrió otro nuevo orgasmo luchando por no cerrar las piernas.

El taxista tuvo que corregir la dirección del volante varías veces antes de llegar a casa porque no miraba la trayectoria del coche y cuando llegamos y fuimos a pagarle nos miró y movió la cabeza en señal de negación sin llegar a pronunciar palabra pero sin dejar de mirarla a ella.

Cuando entramos en casa, Ana se giró y me beso muy dulcemente. Se fue hacía su habitación y cuando estaba en el umbral de esta se volvió.

- ¿Lo has pasado bien como te prometí? – Me preguntó añadiendo – Te dije que te iba a dedicar la tarde de hoy y así ha sido. Espero que hayas disfrutado como lo he hecho yo. Me voy a dormir.

- Lo he pasado genial. Y todavía podemos pasarlo mejor… si tú quieres Ana – contesté.

Sonrío al encender la luz de su habitación.

- ¿Quieres? – Le insistí con ansia.

- Mejor no,  Pepe. Mañana viene la tía Laura y tenemos que guardar nuestro secreto – Me dijo con voz cansada – Mañana si me devuelves mis braguitas prometo dejarte oler las que me quite recién levantada. ¿Quieres?

Antes de que yo contestara ella ya se había metido en su habitación.

- ¿Mañana haremos más cosas? – pregunte gritando.

- Seguro que algo haremos – la oí decir cuando cerraba la puerta a su paso.