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Mi sobrina Ana

en Amor filial

Vaya marrón que me ha caído encima….

Este fue mi primer pensamiento cuando mi mujer me pidió que la escuchara con calma y que no la interrumpiera hasta que terminara de hablar. Como me conocía de sobra no dudo en esperar al momento idóneo, sábado  noche, durante la retrasmisión del  partido del Madrid contra un rival muy fácil de ganar como estaba ocurriendo con exagerada superioridad, lo cual, me tenía relajado y de buen humor. Preparó una cena con todos los detalles estudiados al milímetro, su insuperable tortilla de patatas, sus croquetas de jamón y vino de la Ribera del Duero. Mejor imposible.

- Pepe, Cariño, – me dijo – esto que te voy a contar me hace tan poca gracia como te va a hacer a ti cuando lo escuches, pero no sé cómo podemos negarnos. Ya sabes que mi hermana Tote no da la oportunidad de rebatirla. Siempre lo tiene todo estudiado.

Fue decir “mi hermana Tote” y me puse en alerta máxima. Dejó de tener importancia la tortilla, las croquetas, el vino y hasta el Madrid.

- ¡No me jodas Laura!  ¿Cómo nos va a amargar la existencia esta vez tu hermanita?- Dije haciendo un aspaviento con las manos.

- Pues como siempre, planificando su vida y la de los demás sin consultar a nadie – contestó Laura apesadumbrada mirando al infinito.

Laura no se parecía en nada a su hermana Tote. Laura era buena por naturaleza. Sensible, atenta y entregada a su familia y amigos. Guapa, muy guapa. Medía 1,65, media melena morena, ojos de color miel y un cuerpo precioso. Era delgada pero con formas. Destacaba su culo respingón que cuando se ponía pantalones vaqueros o vestidos ceñidos era de infarto. Sus pechos eran de tamaño medianos tirando a pequeños pero muy bonitos y firmes. A sus 42 años  provocaba que muchos hombres se giraran a mirarla por la calle.

Y sin embargo su hermana Tote era todo lo contrario. Algo mayor que ella, con algún kilo de más y sobre todo con aspecto descuidado. Pero lo peor era su actitud arrogante y mirada desafiante. Tenía el don de llevar siempre la razón independientemente de que se hablara.

- ¿Y cómo nos va a joder Tote la noche del sábado? – pregunté.

-Me temo que no va a ser solo esta noche – contestó Laura que seguía con la mirada perdida.

Me recosté en el sofá ya sin prestar atención al nuevo gol del Madrid. Por un lado el cuerpo me pedía ponerme a gritar, decirle a Laura, una vez más, todo lo que pensaba de su hermana. Decirle que cualquier hombre huiría de Tote estando en su sano juicio, que su egoísmo era  la causa de que ninguna de sus parejas la aguantara y que todas terminaran por dejarla sin despedirse, como hizo hace muchos años su marido, que la hija de su hermana no se merecía una madre así y que siempre nos salpicaba con sus problemas. Pero por otro lado me entristecía ver a mi mujer siempre condicionada por su hermana, tratando de entenderla y disculparla. Opté por poner mi mano sobre su pierna, mirarla con ternura y pedirle en tono relajado que me contara de qué se trataba. 

- Venga, no te preocupes, cuéntamelo. Si necesita dinero nuevamente ya se puede olvidar. Si quiere que le haga algún arreglo en su casa por el abandono en el que está ya se puede olvidar. Si quiere que le dejemos las llaves de la casa de la playa para llevar a su nuevo amiguito ya se puede olvidar. Si quiere mi amistad ya se puede olvidar. Pero si quiere abandonar el país que cuente conmigo para llevarla al aeropuerto esta misma noche  – dije tratando de quitarle hierro a la preocupación de Laura y hacerme un poco el gracioso sonriéndola.

- Pues casi se trata de eso – me contestó.

-¿Cómo? – dije poniendo cara de no entender nada. Y añadí – Me he perdido.

- Pues que se marcha – contestó Laura encogiendo los hombros – Que se marcha a vivir con su nuevo amiguito o novio o como quieras llamarlo. Que cambia de ciudad porque esta perdidamente enamorada y no puede estar separada de su nuevo príncipe azul.

Mi cara debía ser un poema. Levante las cejas y abrí los ojos de manera exagerada. Me siguió contando.

- Se va de la ciudad a vivir en el pueblo de su nuevo príncipe azul. Lo deja todo y se marcha. No atiende a razones porque es su última oportunidad, según dice ella. Está con el hombre ideal y no hay más que hablar me contó Tote – Laura lo narraba moviendo las manos a toda velocidad, incrédula y mostrando tanta sorpresa como yo tenía. – Llevo varios días hablando con ella por teléfono y casi no me ha deja opinar para que hacerla reflexionar. No hay posibilidades de que  cambie de opinión.

- ¿Y qué quiere de nosotros? – Pregunté - ¿Dónde nos perjudica esto? ¿A que no vamos a poder negarnos?

-Quiere que Ana se quede a vivir con nosotros hasta que acabe el curso – dijo y se me quedó mirando sin pestañear esperando mi reacción.

- ¿Qué?!!!! – Exclame preguntando.

Se me vino el mundo encima. De eso se trataba. Su hija, nuestra sobrina se vendría a vivir con nosotros. Tote se iba a vivir la vida loca y dejaba a su hija con nosotros hasta que acabara el curso. Curso que, por otra parte, casi acababa de empezar.

Nosotros, que habíamos decidido no tener hijos para no tener condicionantes en nuestra vida, ahora, nos encontrábamos con esto. Vaya Marrón.

Ana, mi sobrina e hija de Tote, tendría unos 20 años según mis cálculos porque ya estaba en la universidad. Mediría 1,70 aproximadamente, de pelo largo muy moreno, ojos marrones, cintura de avispa y de culo respingón sin llegar a ser como el de Laura. Lo que si destacaban eran sus pechos. Eran medianos y muy sugerentes y siempre que la veía no podía evitar mirarlos. Su carácter era triste. No muy habladora y siempre reservada. La conocía desde que nació pero siempre se mostraba algo distante.

Seguimos hablando. Mi mujer me contó que Ana se vendría en quince días. Que dormiría en el cuarto de invitados por lo que habría que dejarla espacio en el armario para sus cosas. Que le pondríamos algunas normas básicas pero que como era bastante responsable no deberíamos tener excesivos problemas. Y que no me preocupará, que no cambiaríamos nuestro estilo de vida porque Ana estuviera en casa.

Yo lo primero que pensé es que se acabó hacer el amor que cualquier sitio de la casa como veníamos haciendo siempre que nos entraba el calentón, que se acabó el ver a Laura andando en bragas y camiseta por casa, que se acabaron los juegos y toqueteos que, aunque muchas veces no terminábamos follando, nos alegraban el día y nos ponían de buen humor.

Y llego el día.

Mi mujer abrió la puerta y entró con Ana. Llevaban dos grandes maletas y varias bolsas con más cosas.

Salude a Ana con dos besos y me di cuenta que tenía los ojos rojos de haber llorado. No puede evitar sonreírla con ternura para hacerla entender que comprendía su situación. La dejamos sola en su habitación para que se instalara con tranquilidad. Ya, en la comida, le comentamos cuatro normas básicas muy generales prefiriendo entrar en detalles más adelante si era necesario. Ana nos contó de manera muy breve lo sorprendida que estaba por la decisión de su madre y nosotros optamos por quitarle importancia al hecho de que se su madre la dejara tirada. Intentamos hacerla entender, mintiendo, que nosotros estábamos encantados con la situación, que no era ningún contratiempo su presencia en casa. Difícilmente pudo creernos.

Y pasaron un par de meses.

Ana apenas hacía notar su presencia. Los fines de semana gran parte del día estaba en su habitación estudiando  y por la noche solía a tomar algo con las pocas amigas que tenía. Entre semana estudiaba de tarde en la universidad regresando siempre a casa cuando nosotros ya habíamos cenado y como Laura y yo trabajábamos por la mañana hasta el mediodía, cuando regresábamos ella ya solía haberse marchado a clase. Solo comíamos juntos los fines de semana.

Estos horarios tan poco coincidentes nos permitían a Laura y mi hacer casi la misma rutina que teníamos sin la presencia de Ana. Lo mejor era que seguíamos follando en cualquier lugar de la casa y casi en cualquier momento. Donde sí disminuyó el sexo fue por la noche en la cama porque a Laura le daba reparo que nos pudiera oír.

Pero entonces tuve el accidente. Una mañana cruzando la calle por un paso de peatones para ir al trabajo me atropelló una moto rompiéndome el tobillo. Esto me obligo a pasar por el quirófano, teniendo que dejar de trabajar por una larga temporada.

Y aquí empezó todo.

Laura y Ana me dijeron que no me preocupara, que aprovechara para descansar. Ana me ayudaría en lo que necesitará por la mañana y Laura se ocuparía de mí por las tardes. 

Las primeras mañanas que me quede solo con Ana apenas si hablamos, cada poco tiempo me preguntaba si necesitaba algo pasando el resto del tiempo en su habitación estudiando.

Una mañana temprano, cansado de ver la televisión me levante del sofá y con ayuda de las muletas me acerque a la habitación de Ana para cruzar alguna palabra con ella ya que el aburrimiento me estaba matando. Hacía muy poco que ella se había  levantado y estaba sentada frente al escritorio estudiando de espaldas a la puerta. Al oírme se giró y hablamos de banalidades.

Pero no pude evitar fijarme en el pantalón largo del pijama y la camiseta de tirantes blanca que llevaba sin sujetador, muy ceñida, demasiado. Dibujaba la camiseta a la perfección sus pechos firmes más grandes que los de Laura. Pero lo que más me perturbó fueron sus pezones. Ahí estaban, sobresaliendo, puntiagudos excitados aparentemente. Yo trataba de mirar de pasada, de manera casual, sin fijarme pero no podía evitar llevar la mirada a ellos.

Yo llevaba un pantalón de deporte corto dado que la escayola era el único pantalón que me permitía ponerme y me alegré de llevar calzoncillos porque si no se hubiera notado que me estaba empalmando por momentos.

Ese día empecé a tener unos pensamientos que solo remediaba masturbándome.

Y comencé a fijarme más en Ana. Todas las mañanas siempre que oía que se levantaba me iba a hablar con ella de trivialidades. Recién levantada nunca llevaba sujetador. Algunos días mi gozo se frustraba porque o bien la camiseta de ese día o bien la  parte de arriba del pijama no mostraban el contorno de sus pechos o no se notaban los bultos que me indicaban donde se encontraban su pezones pero, otros días, sin embargo, sus camisetas realzaban sus pechos y definían sus pezones de manera exagerada. Solíamos desayunar juntos en la cocina mientras me hablaba de sus estudios de manera muy escueta porque no vencía su timidez y yo aprovechaba estas breves conversaciones para memorizar sus pechos los días que la suerte me sonreía.

Una mañana los dolores del tobillo me tenían de mal humor por lo que cuando oí a Ana levantarse no me fui en su busca como era costumbre y me quede en el sofá sin prestar atención al televisor. Ana apareció por la puerta del salón estirándose. Llevaba un pijama completo rosa con estampados de Disney. Hoy no iba a ser mi día pensé. Ni una triste alegría visual.

- Buenos días Pepe – Me dijo.

- Hola – contesté concisamente contrariado por el dolor del tobillo.

- ¿Hoy te duele, verdad?- Pregunto acercándose al sofá. Se inclinó hacia delante para darme un beso en la mejilla de buenos días. Cuando se terminó de agachar y acerco su rostro para besarme los vi. Llevaba los botones superiores del pijama abiertos y vi sus pechos por el escote que se formó. Sin sujetador, sueltos grandes, firmes y bamboleándose.

- Siento que te duela. Si puedo  hacer algo dímelo, porfa, tengo ganas de devolveros  todo lo que estáis haciendo por mí. – dijo Ana al tiempo que se sentaba a mi lado en el sofá. Lo hizo medio de lado, sentándose sobre una de sus piernas y apoyando el codo del brazo sobre el respaldo del sofá. Esta postura hizo que se abriera más la parte superior de su pijama tensando los botones.

No pude evitar que me viera mirando el nacimiento de su canalillo. Al verlo cambió de postura, se recolocó el pijama y se abrochó el primer botón desabrochado. Todo esto lo hizo sin disimular, para que fuera consciente de que me había visto como la miraba. Me sentí avergonzado. Mal día.

Pero sin embargo, para mi sorpresa, Ana estuvo el resto de la mañana más pendiente de mí que otras mañanas. Tras ducharse se puso un pantalón de running estrecho que mostraba el contorno de sus piernas a la perfección pero sobre todo definía su culo de manera explosiva y una camiseta estrecha que marcaba el encaje del sujetador. Al final de la mañana me masturbé con frenesí rememorando su visión.

Cuando llego Laura del trabajo y como mi sobrina ya se había marchado a la universidad no pude evitar empezar a juguetear con ella hasta que al final terminamos follando en nuestro  dormitorio. Yo no pensaba en Laura. Soñaba con Ana.

Esa noche, mientras Laura hacía la cena sonó su teléfono. Era del trabajo. Tras una larga conversación vino al salón y me contó lo que pasaba. Tenía que viajar los próximos días. Un compañero se había cambiado de trabajo dejándolos con un proyecto a medias. Laura tenía que estar dos días fuera tratando de reconducir la situación. Era ineludible.

- Quizás Ana se pueda quedar pendiente de ti parte de la tarde aunque ya te apañas muy bien solo – me dijo.

- Quizás… - conteste yo haciéndome el resignado cuando de verdad lo que pasaba por mi cuerpo era excitación. La idea de pasar todo el día con Ana me provoco una enorme erección.

A la mañana siguiente cuando oí a Ana levantarse fui a trompicones con las muletas a su encuentro. Me la encontré en el pasillo, con el pijama del día anterior y nuevamente la parte de arriba del pijama otra vez con los botones superiores desabrochados.

- ¿Qué haces de píe? ¿No te acuerdas como te dolía ayer el tobillo? Anda, vamos, siéntate en el sofá. – me dijo mientras me acompañaba.

Me ayudó a sentarme cogiéndome de ambos codos pero cuando termine de hacerlo ella estaba inclinada sobre mí nuevamente, mostrándome ambos pechos con mejor vista si cabe que el día anterior ya que el pijama estaba  más holgado. Ana no se retiró, es más, se quedó en esa postura unos largos segundos mientras me acomodaba un cojín en los riñones. Y yo extasiado. No podía ni quería  dejar de mirar por el interior del pijama. Sus pechos parecían prietos, fuertes y tersos. Y de repente al incorporarse  pude ver un pezón de aureola pequeña pero tremendamente tieso y excitado.

Cuando terminó de incorporarse y cuando ella no me miraba, me fijé en su cara y para sorpresa mía, mientras colocaba las muletas a mi lado, vi que tenía una sonrisa diferente a las que yo le había visto, una sonrisa cómplice y picara.

¿Podía ser? ¿Acaso era otro descuido como el de ayer? ¿Otro momento de suerte? ¿O puede que no fuera casualidad, despiste o fortuna? Un calambre me recorrió el cuerpo cuando pensé que quizás hubiera sido todo intencionado, que quizás Ana hubiera provocado la situación, que quizás el botón esta vez estuviera suelto de manera calculada, que quizás quería que me asomase a su escote a contemplar sus pechos.

El resto de la mañana transcurrió sin más incidentes. Ana me pregunto en varias ocasiones por mi tobillo y mis dolores. Vino a verme en alguna ocasión pero esta vez se había vestido con un  chándal completo que no sugería nada. Aun así yo estaba tremendamente caliente tras lo ocurrido a primera hora de  la mañana.

Al llegar el mediodía  llegó Laura. Venía con prisa. Tenía que hacer la maleta ya que se marchaba esa misma tarde de viaje para intentar solventar el problema dejado por su ex compañero. Trajo  algo de comida rápida para que Ana y yo comiéramos los dos días siguientes. Antes de coger el taxi que había pedido nos pidió que nos cuidáramos mutuamente. Me volví a coger un calentón al ver a Ana mirándome y moviendo la cabeza en señal de afirmación.

Tras marcharse Laura, Ana se sentó junto a mí en el sofá, puso su mano sobre mi pierna estirada y me  dijo que esa tarde no iba a ir a clase, que se quedaría estudiando en su habitación por si yo necesitaba algo. Y así fue. Se encerró en su cuarto y no salió en varias horas.

Durante todo este tiempo yo no paraba de pensar en ella, tenía constantes fantasías. Trataba de imaginarme su cuerpo desnudo. Esto me provocaba estar empalmado de manera irremediable.

 Poco antes de cenar salió de su cuarto estirándose.

- Pepe me voy a duchar para despejarme. ¿Necesitas algo? – me preguntó.

- Compañía – le conteste – Llevo toda la tarde viendo la tele y estoy hasta los huevos. Que aburrimiento….

- Jajaja – Se río. Y dirigiéndose hacia la ducha me dijo – No te preocupes, ya he terminado. Lo que queda de día lo pasaré contigo.

Por fin voy a volver a tenerla cerca pensé.

Decidí levantarme para desentumecerme y ayudado por las muletas me dirigí por el pasillo hacía la habitación de Ana. Por un momento me sorprendí a mí mismo pensando en la posibilidad de encontrarla desvistiéndose en su cuarto pero al pasar junto al baño oí como corría el agua de la ducha lo cual indicaba que mi sobrina ya estaba en el baño. No pude dejar de asomarme al interior de su habitación. Al encender la luz vi sobre la cama el chándal que Ana llevaba puesto por la tarde, el chándal más anti erótico que había visto jamás. Pero al acercarme vi que bajo él asomaba lo que seguro eran las bragas, y las cogí. Eran unas bragas blancas, algo enrolladas sobre si mismas tras habérselas quitado, con un pequeño dibujo infantil de un hada en la parte delantera, unas bragas que estaban calientes, eran las bragas que se acababa de quitar mi sobrina. Me quede petrificado de cintura para arriba porque de cintura para abajo mi polla empezaba a reaccionar. Como oía el agua de la ducha correr y tras dudarlo un momento decidí no refrenarme, las desenrollé y observé maravillado la parte interior, la parte de la entrepierna, la parte que hace escasos minutos estaba en contacto con el coño de Ana. Y esa parte estaba mojada. ¡Mojada!. Al tocar con la yema de los dedos esa zona comprobé que lo que estaba era empapada. Y de perdidos al río, me acerqué las bragas a la cara para olerlas y olían a sexo como hacía años que no olía. Me dolían las sienes producto de la excitación que tenía en esos momentos. Al dejar de oír el agua de la ducha deje las bragas bajo el chándal y me fui a la cocina para tratar de recuperar los sentidos.

Me apoye en la encimera para beberme de un trago la cerveza que acaba de sacar del frigorífico. Mi único objetivo era concentrarme en bajar mi erección ya que estaba seguro que esta se notaba en el pantalón de deporte que llevaba. No podía quitar de mi pensamiento las bragas, la humedad de estas y el olor que emanaban.

Oí como Ana salía del baño y se encerraba en su habitación. Pasados unos minutos interminables entró en la cocina en enfundada en un albornoz blanco. Iba secándose su largo pelo negro con una toalla y al verme me ignoró digiriéndose al frigorífico.

  - Siéntate mientras hago la cena y pongo la mesa, porfa. Ahí, en medio lo único que haces es molestar – Me dijo sin mirarme.

Me senté en una silla frente a la mesa de la cocina sin decir nada. Ella puso el horno a calentar y se marchó. A los pocos momentos oí el secador de pelo funcionar a lo lejos. Me quede solo tratando de no pensar en sus bragas blancas. Cuando volvió lo hizo nuevamente con el albornoz pero con el pelo seco y con unos apuntes en la mano. Sacó una pizza del frigorífico sin preguntarme que es lo que me apetecía cenar y la metió en el horno. Entonces se sentó en un taburete al otro lado de la mesa apoyando la espalda contra la pared de azulejos, cogió los apuntes y se puso a estudiar sin mediar palabra. Yo me quedé sorprendido. No articulé palabra para no interrumpirla. Cuando la pizza estuvo echa la sacó y nos la  comimos sin hablar mientras ella seguía leyendo los apuntes. Al terminar ella me pidió que me fuera al sofá mientras recogía la cocina y así lo hice malhumorado por cómo había transcurrido la cena.

Encendí la tele y traté de encontrar algún canal con el que distraerme. Quería olvidarme de todo lo que había acaecido con Ana durante el día. Estaba claro que mi mente calenturienta me había llevado a imaginar cosas que no tenían ningún sentido.

-¿Te importa que salga esta noche con mis amigas a tomar una cerveza? – Preguntó Ana entrando en el salón y sentándose al lado mío en el sofá en el lado derecho – Solo sería un ratito y no creo que tarde mucho en volver - añadió.

- Por mí no hay problema – le contesté con toda la indiferencia  que pude en respuesta a la que ella  había tenido conmigo durante la cena.

- ¡Fenomenal! – me contestó ella – En cuanto me llamen al móvil me visto y salgo un ratito. Gracias Pepe – dijo jovial.

Dejó el móvil sobre la mesa que estaba frente al sofá y subió ambas piernas cruzadas sobre esta. Seguía llevando el albornoz y este le llegaba ligeramente sobre las rodillas. Al subir las piernas tomó la precaución de estirarlo y cruzarlo bien y lo mismo hizo con la parte superior del escote de la prenda. Parecía que me estaba mandando un mensaje muy claro y el mensaje no podía ser más desalentador.

Entonces decidí que esa noche nos fastidiábamos todos. Sin preguntar, tal y como había hecho Ana con el menú de la cena, cambie el canal del televisor dejando un partido de futbol soporífero de la UEFA. Así estuvimos 40 minutos sin hablarnos ni mirarnos cuando de repente vi como su teléfono móvil empezaba a vibrar sin sonido sobre la mesa. La estaba llamando alguna de sus amigas. Cuando me giré a mirarla para averiguar porque no cogía el teléfono vi con sorpresa que estaba profundamente dormida. Decidí con maldad no avisarla. Hoy nos jodemos todos dije para mis adentros. Hoy no sales de casa.

Yo también me estaba quedando dormido cuando, de repente, Ana se giró ligeramente cambiando de postura y me empujó levemente. Desplazó el culo hacía mí, los hombros hacia el extremo opuesto del sofá y cambió de postura las piernas dejando de tenerlas cruzadas, doblando y encogiendo bastante la pierna derecha y dejando la izquierda estirada. Para colmo el albornoz se le abrió por la postura de las piernas casi hasta las ingles dejando ver la totalidad de sus muslos. Me quedé mirando sus piernas y me giré para mirarla a la cara pensando en la posibilidad de que estuviera vigilando. Seguía dormida. Entonces me fijé que el escote del albornoz también se le había ahuecado, ahí donde nacían su pechos. Me quedé de piedra, estático, rígido, sin saber qué hacer.

¡Qué oportunidad que no tenía intención de dejar pasar!

Decidí que era el momento espiar todo lo que pudiera del cuerpo de mi sobrina. Tenía que hacerlo con toda la prudencia del mundo porque en cualquier momento se podía despertar. Mi polla empezó a reaccionar a este pensamiento.

La primera pregunta que se me vino a la cabeza fue ¿Llevará bragas? Con mucho cuidado me incliné hacia delante hasta estar totalmente derecho sin dejar de mirar la televisión por si Ana se despertaba. Permanecí en unos segundos así y de repente, ella, se recostó más provocando que su cuerpo se desplazara más hacia su derecha ahuecando y descolocando la parte superior del albornoz y su cadera se deslizara hacía abajo provocando que la prenda se le se abriera  y descolocará más mostrando unas bragas blancas. Me quede quieto, muy estático,  simulando estar interesado en alguna jugada del partido de futbol.

Pasado unos segundos me decidí a mirar su entrepierna, quería comprobar cómo eran las bragas y ya lo creo que lo comprobé. Muy pequeñas, blancas, con encajes, semitransparentes  casi en su totalidad de manera que se apreciaba el vello púbico y rematadas con un minúsculo lacito azul claro cosido en la goma superior. El vello púbico se distinguía a la perfección y se apreciaba que estaba cuidadosamente recortado por los lados de las ingles en forma de triángulo muy pequeño. Como las braguitas, porque no eran bragas que eran braguitas pero no tanga, eran tan pequeñas y tan poco altas, casi asomaba el poco vello que tenía por la parte superior. La parte inferior no era transparente lo cual ocultaba sus labios vaginales para decepción mía pero se intuía que probablemente lo tendría todo depilado ya que el triángulo del vello acababa por encima. Mi polla y mis sienes parecía que me iban  estallar de la presión, y corazón no me bajaba de doscientas pulsaciones por minuto.

Me volví para comprobar si me estaba mirando pero Ana seguía dormida. Entonces desvié la vista a su escote. Este estaba muy ahuecado y abierto por la postura de su cuello. Me incliné hacia el respaldo del sofá y ladeándome acerque mi rostro al escote que formaba el albornoz para alcanzar a ver lo máximo posible de sus pechos. No llevaba sujetador afortunadamente. Tenía una vista magnifica del pecho derecho. Se veía todo su contorno y su volumen al tiempo que ascendía y descendía producto de la respiración y como no alcazaba a ver el pezón me arriesgué a levantar con los dedos ligeramente la prenda muy despacio. Y ahí estaba el pezón tremendamente puntiagudo y, aparentemente duro. Noté que la respiración se había vuelto más intensa por lo que gire la cabeza instintivamente hacia el televisor temiéndome haber sido sorprendido. Pasado medio minuto y como Ana no se movía decidí volver a ver las braguitas. Casi no podía moverme hacía delante porque mi polla estaba a punto de reventar.

Cuando adelante nuevamente el cuerpo y estiré el cuello, Ana movió ligeramente las caderas y flexionó más la pierna derecha separando más los muslos permitiéndome ver mejor la parte interior de sus braguitas que escondían su coño. Casi exploto tras comprobar que ahí donde debía estar su rajita oculta había una mancha de humedad en la tela.

- Esa mancha no estaba antes, cojones  - susurré para mis adentros siendo consciente que hace dos minutos esa humedad no estaba ahí. Lo siguiente que se me vino a la cabeza fue susurrar – ¿Estará excitada?

Entonces giré la cabeza lentamente para mirar a Ana y ahí estaba ella, mirándome con los ojos muy abiertos, mordiéndose el labio inferior, con la respiración más agitada y con una expresión difícil de explicar.

Me erguí lentamente e hice el amago de hablar pero no me salían las palabras. Quería disculparme, justificarme por mirar entre sus piernas con ese deseo, intentar excusar mi excitación, inventar cualquier historia que pudiera explicar lo que estaba ocurriendo pero la mirada de mi sobrina me lo impedía. No dejaba de morderse el labio, sus ojos permanecían abiertos de manera desorbitada y su respiración acelerada elevaba su pecho de manera exagerada.

- Ana… Ana… te has quedado dormida y... - balbuceé

Ella se llevó su dedo índice lentamente al labio indicándome que me callara y yo así lo hice inmediatamente porque no sabía que decir. Agarró los extremos del cinturón del albornoz, soltó el nudo, lo abrió mostrando sus pechos que se bambolearon ligeramente al liberarlos y dejo ambos brazos caídos sobre el sofá.

- Sigue, por favor – me susurro – Yo me haré la dormida, pero sigue.

- Ana, yo… no quiero que pienses que… - intenté decir algo coherente pero me volvió a interrumpir.

- Sigue, por favor – murmuró.

Tremendamente excitado bajé la mirada desde su rostro hasta sus pechos. Eran más grandes, a pesar de estar recostada, de lo que me había imaginado nunca. Sus pezones eran pequeños, oscuros pero muy tiesos y aparentemente duros. Seguí bajando la mirada hasta sus braguitas y de repente Ana separó más las piernas lentamente.

 Me estaba mostrando la parte interior de sus braguitas, ahí donde estaba su raja. La humedad había crecido y se podía apreciar levemente el surco que hacían sus labios. La miré a los ojos y entendí lo que me estaba pidiendo su mirada.

Empecé a recorrer con mi dedo índice de la mano izquierda su pierna suavemente. Empecé sobre su rodilla izquierda y fui subiendo lentamente. Su respiración se agitaba. Cuando llegué a la parte más alta del muslo, donde comenzaba las braguitas no me detuve y seguí subiendo hasta la costura superior, tocando la piel. Despacio, me desvíe por la costura hasta el lacito que marcaba el centro, bajo su ombligo. La miré y vi que ella me miraba con deseo. Haciendo leve presión con el dedo bajé la ligeramente la goma de la braguita y rocé su vello púbico. Suspiró. Ya no había vuelta atrás. Bajé suavemente con el dedo la goma y por fin pude ver su vello de escaso milímetros de longitud y al pasar el dedo sobre el comprobé lo suave que era.

- Sigue – me dijo con voz muy sumisa.

Entonces levanté levemente el dedo  y la braguita volvió a su posición natural. Deslicé el dedo por el centro hacia abajo pasando sobre el lacito y continué por el encaje donde se distinguía su vello. Cuando llegué a la parte de la tela blanca que cubría su coño seguí bajando y pude notar la humedad que se concentraba sobre sus labios. Ana separó más las piernas y flexionó ligeramente las rodillas. Desplacé el dedo lentamente hasta  la costura de la ingle izquierda, varias veces recorrí la goma con el dedo y al final, lentamente, introduje el dedo por debajo hasta rozar nuevamente el vello. Metí dos dedos más y con extremo cuidado fui bajando por dentro de las braguitas por la parte interior del muslo hasta que el vello se acabó y dejo paso al inicio de sus labios vaginales que apenas rocé. Estaban empapados. Varias veces deslicé mis dedos por el interior de las braguitas, a la altura de la ingle, subiendo y bajando, rozando muy suavemente su vello hasta el nacimiento de sus labios que apenas tocaba pero que me empapaban mis dedos.

- Para – me dijo – espera. Quiero ver lo que me haces.

Y acto seguido con ambas manos deslizó las braguitas con suavidad, lentamente por sus piernas y se volvió a quedar en la misma postura que tenía con anterioridad.

Mire su coño desnudo. Era perfecto. Solo tenía vello muy negro en la parte superior pero muy recortado. El resto estaba totalmente depilado. Sus labios sobresalían ligeramente, eran rosados y estaban ligeramente plegados. Mire su clítoris pero apenas asomaba.

Empecé a pasar la yema de los dedos muy suavemente rozando sus labios y estos se abrieron como una flor. Ella suspiró. La miré. Sin pensármelo dirigí mi mano derecha a sus pechos. Agarré el más cercano a mí y lo estrujé. Era duro y firme como no podía imaginar y rápidamente toqué el pezón que era lo que más deseaba. Duro. Muy duro y puntiagudo. Lo apreté ligeramente con la yema de los dedos y ella volvió a gemir mordiéndose el labio.

No podía más. Separé con los dedos los labios de su coño con extrema facilidad por lo empapada que estaba mientras seguía acariciando su pecho y casi se introdujeron solos. Su interior estaba muy  suave, caliente y empapado por lo que mis dedos lo recorrieron sin ningún obstáculo. Ella tensó la cadera y cerró los ojos. Entonces con la yema el pulgar busque su clítoris mientras el resto de los dedos navegaban por su viscoso coño. Ahí estaba. Fue tocar su abultado clítoris y brotó fluido de su interior como una fuente al tiempo que ella erguía las caderas y se estremecía.

Yo iba a explotar. Recorrí su coño y sus pechos varios minutos sin dejar de mirar su sexo grabándome en mi mente cada detalle para recordarlo toda la vida. Ella se dejaba hacer con los ojos entreabiertos entre suaves jadeos, ligeras convulsiones y movimientos de cadera.

La miré nuevamente a los ojos durante unos segundos y ella pareció entender mi mirada. Se irguió en el sofá, sacando los brazos del albornoz y dejándolo caído, me empujó con suavidad hacía atrás para que apoyara la espalda en el respaldo y sin dejar de mirarme a los ojos se deslizó por el sofá y puso de rodillas frente a mí. En ese instante fue cuando vi el verdadero tamaño de sus pechos y su firmeza. Traté de alcanzar el más cercano al ponerse ella en frente pero apenas pude rozarlo. Yo estaba que reventaba.

Entonces con suavidad recorrió con sus manos mis muslos, siguió hasta la parte de arriba de mi pantalón corto cogiendo la goma de este y de los calzoncillos a la vez y suavemente pero con energía tiró de ambos hasta dejarlo por debajo de las rodillas. Mi polla saltó liberada como una catapulta. Ana la miraba mordiéndose el labio mientras terminaba de sacar mi ropa de mis piernas con lentitud. Ella no dejaba de mirla y al final, por fin, la cogió con la mano derecha. Lo hizo con firmeza, con todos los dedos en tensión, abarcándola con deseo y suspiró. Se irguió sobre sus rodillas  para echar el cuerpo hacia adelante y entonces acercó su cara a mi glande. Lo restregó con suavidad varias veces por su mejilla y un hilillo de líquido seminal se quedó en su cara. Se separó ligeramente y mirándome a los ojos empezó a subir y bajar la mano sobre mi polla. Me estaba pajeando. Sus pechos se apoyaban sobre mis rodillas y Ana me estaba pajeando lentamente. Dirigió la mano izquierda a mis huevos y empezó a recorrerlos con suavidad durante unos segundos mientas la otra mano no dejaba de subir y de bajar en mi polla y al poco terminó llevando la mano de mis huevos a su pechos y empezó a estrujárselos.

- Chúpala – le dije – Por favor, Ana, chúpame la polla antes de que explote.

Sin detener la paja que me estaba haciendo, me miró a los ojos y sonrió levemente.

- Ya lo creo –  susurró.

Ahora si sonrió de manera picara. Se inclinó sobre mi miembro y empezó a pasar la punta de la lengua sobre el glande sin dejar de masturbarme. Alzó la vista y me miró sin detener la lamida y tras recorrer con la lengua varias veces circunferencia del glande por fin se lo introdujo en la boca y empezó a lamerlo con avaricia mientras seguía subiendo y bajando la mano lentamente. Yo alcé la mano y alcancé su pecho izquierdo y lo empecé a estrujar para detenerme en pellizcar el pezón con delicadeza.

Aceleró, para sorpresa mía, el ritmo de la paja e inmediatamente temí correrme es su boca.

- ¡Para, por favor, para! – Le dije entre jadeos - ¡Me voy a correr si no paras!

Me miró de soslayo sin detenerse y pude apreciar que sonreía a pesar de tener la polla introducida en la boca casi hasta la mitad. Empezó a succionar al tiempo que recorría la lengua por el miembro sin dejar de mover la mano. Solté su pecho y cogí su cabeza con ambas manos y empecé a empujar su cráneo al mismo ritmo que me estaba pajeando. Ana aceleró el ritmo sin mi ayuda, aceleró la lengua, aceleró la mano y al final no pude más.

Fue una corrida antológica en el interior de la boca de mi sobrina. Fue precedida de varios fuertes espasmos y un sonido gutural que no pude evitar hacer y cuando me corrí lo hice, conscientemente, realizando el mayor esfuerzo posible para expulsar todo el semen que tuvieran mis huevos. Nunca me había corrido así, el corazón se me salía de pecho, todo el vello de mi cuerpo estaba erizado y la polla no la sentía.

Levantó la cara y me sonrío mientras caía gran cantidad de mi semen por la comisura de sus labios. Se pasó el antebrazo por la boca para retirar todo el esperma posible pero lo único que consiguió fue que le quedara toda la cara pringada.

Mientras yo trataba de recuperarme ella se puso de píe frente a mí. Su cuerpo desnudo era un sueño hecho realidad. Sus pechos firmes y redondos están estaban erectos, apuntando con sus pezones al cielo, su vientre plano y sus caderas fuertes. Mi vista se paró en su sexo. Tenía esa pequeña zona de vello pero más abajo se veía el nacimiento de su raja con los labios rosados sobresaliendo mojados  y entreabiertos. Como tenía las piernas algo abiertas alcanzaba a ver que sus labios vaginales eran asimétricos y que un lado colgaba más que el otro.

- Te prometí que te cuidaría y que dedicaría el resto del día, Pepe – Me dijo mientras se mesaba el pelo con cuidado hacia atrás y al hacerlo sus pechos se sacudieron hacia un lado y hacia el otro – Es hora de que duermas porque mañana tenemos que volver a la rutina.

Yo fui a hablar pero no me salían las palabras y solo se quedó en el intento porque Ana nuevamente me mandó callar llevándose el dedo índice a su boca manchada de semen.

- ¿Quieres que te cuide mañana? - Añadió