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Teresa, el bombón de la oficina

en Hetero: Infidelidad

Os sigo contando algunas experiencias desordenadas en el tiempo, que he tenido la suerte de vivir a lo largo de mi vida, y que pese a ser un asiduo consumidor de relatos eróticos desde hace muchos años, hasta ahora nunca me había decidido a escribir.  Espero que os sigan gustando, pues ello es lo que me anima a seguir dedicando tiempo a escribirlos.

Recuerdo que este que os cuento hoy, ocurrió al alcanzar yo la fatídica barrera de los 40.  Siempre que se habla de la famosa crisis de los 40 que sufrimos los hombres, se hace con connotaciones negativas, pero según mi experiencia, más allá del manejo que hagamos de nuestras emociones y la mentalidad de cada uno, esa fue una etapa especialmente activa en lo sexual, y muy especialmente en cuanto a vivir situaciones atípicamente morbosas, placenteras, y altamente gratificantes también en lo personal.

A mis 40 años recién cumplidos, no creo recordar que estuviese aún en ningún tipo de crisis.  El caso es que físicamente me encontraba todavía en muy buena forma.  Hacía deporte con relativa habitualidad, por lo que mi cuerpo mantenía el buen aspecto de siempre.  Quizás había ganado algún kilo, pero dentro del orden lógico, que lejos de afear, parece que me aportó cierto volumen muscular que no pasaba desapercibido a las mujeres.  De hecho, fue a raíz de ese ligero aumento de peso cuando empezó mi etapa más activa con las mujeres.  

Hacía apenas un año que había llegado a esta oficina, y aunque prefiero no mezclar placer con trabajo, lo cierto es que me resulta inevitable observar con deseo a las mujeres que me rodean.  Evidentemente a alguna más que a otras.  No es que las mujeres en esta oficina fuesen más o menos atractivas que en otra sede, pero por las características y el lugar donde se encontraba, sí había un detalle característico generalizado, y era que todo el personal, tanto hombres como mujeres, vestían de un modo más elegante, lo cual, inevitablemente resulta en un espectáculo visual en lo que se refiere a ellas.  Y si hay una cosa cierta, es ese viejo dicho femenino: “no hay mujer fea, sino mal arreglada”.

Total, que me encantaba ir a trabajar y observar el trasiego de personal en las horas de entradas y las salidas, de las bajadas a desayunar o a comer y en esas conversaciones en su mayoría intrascendentes de pasillo.  Desde el principio me di cuenta de que había un nivel espectacular.  Creo que no me equivoco al afirmar que las mujeres más atractivas y elegantes estaban en aquella oficina.  

Además ya os he comentado en algún relato anterior mi fetiche con los zapatos de tacón alto y las mujeres femeninas.  Sin duda estaba en un lugar idóneo para disfrutar de mi vertiente voyeur, y tras un tiempo allí, y tras ir ganando confianza en el lugar, empecé a pensar que quizás con alguna de ellas podría disfrutar de algún modo más físico, no solo visual.  

Una de las más atractivas, sino la que más, era Teresa.  Teresa era una gaditana que rondaba también los 40, de una jovialidad contagiosa.  De esas personas que cuando entra y saluda, solo con el brillo de sus ojos y su sonrisa hace a todo el mundo alegrar el ánimo.  Risueña, divertida, elegantísima, muy guapa, y con un cuerpo perfecto de mujer deportista, de 1,60 aproximadamente, sin una gota de grasa por ningún sitio, piernas bien formadas que subida en sus taconazos le marcaba unos gemelos moderados, culo redondo perfecto y unas tetas de tamaño medio, que completaban un físico que era un imán para las miradas.  Y no hablo solo de las miradas masculinas, pues hasta las mujeres hacían comentarios sobre el cuerpazo de Teresa.

El hecho de que estuviese tan buena, la convertía sin ninguna duda en el objeto de algunas de mis fantasías y de muchas de mis pajas en aquella época, pero todo ello con el convencimiento de que semejante mujer estaba lejos de mi alcance.  Como dicen en Estados Unidos, ella estaba “out of my league”, en otra división.  Yo estaba en regional, y ella competía en Champions.  O eso pensaba yo…

Desde que nos presentamos, ella siempre había sido muy simpática conmigo.  Me pasaba con ella eso que ya me había pasado con otras muchas mujeres, que crees notar algo especial en sus sonrisas o en sus miradas, pero cuando se trata de una mujer tan espectacular, y además con una personalidad tan abierta, lo que menos te imaginas es que esas sensaciones que crees notar vayan a ser reales.  Sencillamente piensas que ella es así, y evitas meterte en un charco del que es muy probable que salgas cubierto de barro.

Sin embargo poco a poco se iban dando situaciones, cada vez más comunes de encuentros fortuitos o conversaciones relativas al trabajo, en los que se mezclaban esos gestos, esas miradas, esas sonrisas….  Hasta que empezó a haber también algún comentario personal, alguno de ellos con doble sentido y hasta alguna broma un tanto atrevida, así que yo ya no me cortaba mucho, y no había día que no le dijera lo guapísima que estaba, lo bien que le sentaba esto o aquello, o lo bien que olía.  Ese tipo de cosas que pese a ser obvias, a una mujer siempre le gusta escuchar.  Ella siempre me lo agradecía con algún comentario amable, y en las ocasiones que no había nadie más presente, no dejaba escapar la oportunidad de devolverme el cumplido.

Al cabo de más de un año de estas situaciones, tenía la sensación de que o me atrevía a hacer algo más, dar algún tipo de paso que me sacara de dudas, o me podía arrepentir toda la vida, porque mujeres como ella, de verdad que no hay muchas, así que una mañana, a primera hora, coincidimos al entrar, y tras montar solos en el ascensor, hablé:

Yo – Hay que ver Teresa, lo guapa que estás siempre.  A ti te da lo mismo que haga frío o calor, estás siempre guapísima.  Qué envidia me da el afortunado que tienes en casa.

Teresa – Uy, si yo te contara corazón mío…   alguno hay que no me tiene en casa y podría ser afortunado, pero no se decide….

Al decir eso, hubo un silencio en el cual me estuve debatiendo entre atacar o no.  ¿Se refería a mí o era un comentario sobre algún otro?  Entre tomar la iniciativa o dejar correr una vez más la ocasión de intentarlo.  Finalmente, y justo cuando el ascensor llegaba a mi piso, hablé,

Y – Yo ya te habría invitado a un café, pero no tengo tu tf.

T – Uy, menudo problema. Aquí todos tenemos un teléfono en nuestra mesa.

Y en ese justo momento se abrieron las puertas del ascensor, y al haber gente esperando para entrar, salí sin volver a hablar.  Me había quedado bloqueado y con el corazón a 200 de los nervios.

Llegué a mi puesto de trabajo, y tras no menos de una hora que estuve solucionando unos asuntos, busqué el número de su extensión en el directorio de la empresa y la llamé.  

Y – Muy buenas, cómo estás?  Sabes quién soy?

T – Hombreeee, pero qué sorpresa tan agradable….    Si resulta que te sabes mi número de extensión. 

Y – Jajajajaja.  Pues aunque no lo creas, me la sabía de memoria desde hace tiempo.

T – Ah si?   Pues cualquiera lo habría dicho corazón mío.  Hay que ver lo que te ha costado marcarla.

Y – Jajajaja, bueno, es que las cosas buenas se hacen esperar.  Además mejor tarde que nunca, no?

T – Sí, sí, claro.  

No fuimos mucho más allá, salvo que quedamos en intentar buscar un hueco para tomarnos un café en algún lugar no muy próximo al lugar de trabajo, y así evitar suspicacias.

Pasados unos días, era casi Navidad, y era una víspera de festivo que había ido a trabajar muy poca gente, así que pensé que sería un buen momento para subir hasta su puesto e intentar dar algún paso más.  Ella era la secretaria de uno de los jefazos, así que estaba en la última planta.  Cuando subí arriba, me di cuenta que si en el resto del edificio había poca gente, en esa planta no había nadie.  Solo estaban ella y Alicia, otra secretaria.

Para no dar motivo de sospecha, primero me fui a ver a Alicia y le dije que ya me iba a ir, y que solo subía a felicitarles las fiestas.  Ella muy agradecida me dio dos besos y enseguida salí dejándola con su trabajo, pues también quería terminar para poder irse.

De vuelta hacia el puesto de Teresa, hice lo mismo.  Le iba felicitando las fiestas mientras me acercaba y al llegar a su puesto, que estaba en un rincón del pasillo junto a la puerta del despacho de su jefe, ella se levantó para darme dos besos.   Yo con toda la intención, le di el primero muy muy cerca de los labios, y el segundo ya fue directamente en el centro de la boca.

Ella no solo no me rechazó, sino que no se separó, e inmediatamente empezamos un beso apasionado y muy acelerado.  Se notaba que los dos estábamos muy nerviosos y mientras nuestras lenguas se peleaban en nuestra boca, yo la cogí de la cintura y la empujaba contra la puerta del despacho de su jefe, que estaba en el rincón y nos protegía de la vista de cualquiera en el caso de que alguien pasara por el pasillo.

Ella quedó apoyada su espalda contra la puerta mientras yo la besaba y me apretaba contra su cuerpo.  Enseguida mis manos empezaron a acariciar su cintura y a rodearla la cintura.   Definitivamente esa mujer era una diosa.  Incluso al tacto sus formas eran perfectas.

Ese día al ser una víspera de Navidad, había ido en plan informal.  Llevaba unos vaqueros súper ajustados, y unas botas de agua amarillas a juego con un jersey de lana del mismo color.  Al meter la mano por dentro del jersey, comprobé que debajo llevaba una camiseta muy ajustada a su cuerpo y metida por dentro del pantalón, así que sabiendo que no iba a tener el placer de acariciar su piel, saqué las manos y bajé a tocar ese culo que tantas veces había observado con deseo.  Tal y como imaginaba, lo tenía duro como una adolescente.

Yo a esas altura ya tenía una erección tremenda, que no dejaba de restregar contra ella, que recibía mis apretones con placer y respiraba cada vez más fuerte.  En ese momento con su mano izquierda, agarró el pomo de la puerta y la abrió, haciendo que casi caigamos los dos dentro del despacho de su jefe.

Una vez dentro, cerró la puerta y le puso el pestillo.  Aquello me desconcertó un poco porque la posibilidad de que nos pillase el jefe, significaba que los dos tendríamos problemas, y no era ya solo el escándalo en la empresa, es que los dos estábamos casados.    Ella viendo mi cara adivinó mis dudas y habló.

T – No te preocupes, que hoy no viene este.  La única que hay en toda la planta es Alicia, y ya la has visto que está liada también terminando una cosa, y que yo sepa tiene todavía para un rato.

Dicho lo cual, se abalanzó de nuevo sobre mí besándome y echándome la mano a acariciar mi polla sobre el pantalón.   Yo hice lo propio y esta vez sí metí mis manos por dentro del jersey y acaricié sus tetas sobre la camiseta interior.  Ella se separó un momento y se quitó el jersey sin pensárselo, dejándome ver lo que llevaba debajo.   Era una camiseta blanca de unos tirantes muy finos, como cordones y un bordado sobre la parte del escote.   Puede no parecer muy sensual, pero a mí me parecía que estaba arrebatadora.  Tenía la musculatura justa que denotaba sus rutinarias visitas al gimnasio, pero sin resultar excesiva.   Nos volvimos a abrazar y a acariciarnos sobre la ropa, hasta que agarré su camiseta y tiré de ella sacándola del pantalón, y a continuación ella levantó los brazos y me dejó que se la sacase por la cabeza.    Sin darme tiempo a hacer nada más, echó sus manos atrás, se desabrochó el sujetador y se lo sacó, echándolo al suelo.  Quedó frente a mí con sus tetas de medio tamaño, increíblemente bien puestas pese a sus ya 40 años y sus pezones duros como piedras apuntando directos a mí.  Su mirada ahora era salvaje.  Le había cambiado la expresión de la cara.  Estaba desbocada.  Nuestras respiraciones parecían indicar que veníamos de correr.

Me tiré directo a comerle las tetas.  Eran duras y noté su piel muy caliente.  Notarlas calientes me hizo tomar conciencia de lo frías que tenía mis manos como consecuencia de los nervios.  Ella estaba igual, porque empezó a meter sus manos dentro de mi camisa y noté sus manos tan frías como las mías.

Mientras le comía comía y amasaba las tetas, ella desabrochó mi camisa y mi pantalón, y empezó a bajarlo.  Se arrodilló frente a mí, y en se momento recobró un poco la calma.

T – Madre mía corazón, pero que maravilla de polla tienes aquí

Y – te gusta?   Pues es toda tuya si la quieres…    

Yo desde arriba veía como ella la miraba con deseo al tiempo que la masturbaba muy despacio de arriba abajo, descapullándola por completo, y con la otra mano me amasaba los huevos.

T – Que si la quiero?   Con el tiempo que llevaba esperando esto, y la falta que me hace una buena polla…   

Y dicho esto, se la llevó a la boca y empezó a lamerla y a metérsela en la boca.   El contraste entre sus manos heladas y el calor de su boca me resultaba todavía más placentero.  Poco a poco fue metiéndosela más, y acelerando el ritmo de la mamada.  A veces paraba y mientras con una mano me masturbaba, bajaba la boca y se metía un testículo en la boca y lo succionaba suave.  Después cambiaba y hacía lo mismo con el otro sin dejar de masturbarme despacio.   Estuvo así un buen rato.  Yo estaba loco por disfrutar también de su precioso cuerpo, pero aquello me estaba gustando tanto, que no quería interrumpirla.  De hecho seguía allí de pie, sin moverme.  No quería que aquello se fuese a terminar.

Después de un buen rato chupándomela, yo ya estaba como loco por follarla, y mi polla estaba todo lo dura que una polla puede estar, y completamente cubierta de saliva.  Entonces ella, con mucha calma, se puso de pie, y sin soltarla, me volvió a besar con pasión.    Se separó ligeramente, y mirándome a los ojos se desabrochó el pantalón vaquero, se dio media vuelta, y mirándome de reojo, se empezó a bajar el pantalón al tiempo que se doblaba por la cintura para adelante, dejándome ver en una escena increíblemente sensual, el culo más perfecto y más duro que había pasado ante mis ojos hasta la fecha.  Sus cachetes redondos se abrieron al agacharse, dejándome ver su ano y su coñito, completamente depilado.

Bajó el pantalón hasta el límite que le permitían sus botas de agua, y se quedó unos segundos en esa postura.  Su coñito se veía muy brillante, prueba de que estaba tan excitada como yo, y su clítoris sobresalía ligeramente.  Acto seguido, no contenta con la imagen que me estaba regalando, se agarró un cachete del culo con cada mano y se lo abrió, dejándome verlo todo con mucha más claridad.

No pude resistirme y me puse de rodillas y me tiré como un poseso a lamérselo todo.  La recorrí de arriba abajo, una y otra vez, una y otra vez, repetidas veces.  Su sabor me encantaba.  Sus flojos inundaban mi boca, y sus gemidos silenciados me estaban poniendo todavía más cachondo.  Metí el dedo corazón de mi mano derecha dentro de su coñito y mientras le lamia el ano, buscaba su punto G dentro de su coñito y al encontrarlo, lo empecé a frotar insistentemente.   Su reacción fue casi instantánea, y se empezó a correr.

Al principio se le doblaron las piernas, pero como ello me dificultaba mucho poder seguir compaginando todo, le dije que las volviese a estirar, y al hacerlo pude continuar hasta que finalizó su orgasmo.  En ese momento se intentó incorporar, pero me abracé por detrás a ella, pegando mi polla a su culo, metiéndola por debajo entre sus cachetes, que entre mi saliva y sus flujos estaban muy lubricados.  Con una mano le amasaba las tetas, y con la otra tiré de su cara hacia mí, y la besé, al tiempo que la empujaba hasta llegar a la mesa del despacho.

Al llegar allí la obligué a doblarse y apoyar sus manos en la mesa, ofreciéndome su culo bien expuesto.  Acerqué mi polla a la entrada de su coñito, y restregué el capullo por sus labios exteriores, recogiendo su propia humedad para lubricar bien mi polla.  Estuve así un ratito, disfrutando de su roce y también del morbo de lo que mi vista me estaba ofreciendo, hasta que ella volvió a hablar.

T – Joder corazón, no me hagas sufrir más.  Por favor fóllame ya, que me va a dar algo

Y tras oír aquellas palabras mágicas, la puse en su entrada y empujé.   De un solo golpe entré hasta el fondo.  Su primera reacción fue intentar ponerse derecha y echar su cintura para delante, pero la sujeté de las caderas y la pegué de nuevo hacia atrás, empujando en la parte superior de su espalda hacia adelante.

T – Cabronazo!!!  Despacio, que me taladras.  Que hace mucho que no me follan y menos con un pollón como ese.

Y – Cállate y vuelve a sacar el culito para atrás.

Y cuando lo hizo, le di un buen azote en el culo.  La verdad es que temí que el sonido del azote se hubiese escuchado fuera, pero me acordé que no había nadie, y tras el gemido que ella dio, le volví a dar otro, y empecé a follarla.

A ella los dos azotes la habían puesto como loca, y cada vez que yo embestía, ella empujaba con su culo hacia atrás, buscando el choque con mi pubis.  Al principio despacio, pero cuando aceleré el ritmo, ella también lo aceleró, acompasándonos perfectamente.  El sonido del choque de nuestros cuerpos se hacía cada vez más peligroso si alguien pasaba por el pasillo, así que intenté follarla sin llegar a darle el golpe final.

Estaba siendo tan intenso que sin darnos cuenta había pasado ya un rato follando así.   Ella se dobló más y se apoyó sobre la mesa cuando volvía a correrse, dejando que sus piernas se doblasen y apoyando todo su cuerpo sobre la superficie de la mesa, mientras yo la seguía follando sin parar.

Notar como su coñito se contraía por dentro, unido a lo cachondo que me tenía esa situación, hizo que no pudiese aguantar más, y al notar que me iba a correr, se la saqué, y terminándome con la mano, descargué mi semen caliente directamente sobre su culo y su espalda, ahogando mis bufidos como pude para no hacer más ruido.

Cuando recuperamos el aliento, cogí unos clínex que había en una caja sobre la mesa de su jefe, y le recogí bien la corrida, limpié mi polla un poco también y me retiré.  Tras recomponernos los dos, nos estuvimos besando un poco más, y tras intercambiar números de teléfono, para intentar quedar fuera de la oficina un día sin prisa, dejamos todo como estaba en el despacho, y salimos en silencio.

Desde aquel día, cada vez que al entrar o salir ella en la oficina, algún compañero hacía los típicos comentarios sobre lo buena que estaba y las cosas que les gustaría hacerle, mi ego engordaba un poco más sabiendo que los favores y el deseo de Teresa eran para mí.  Mientras estuve en aquella sede, Teresa y yo tuvimos varios encuentros más, a cada cual en situaciones más morbosas, aunque ninguna tan arriesgada como aquella primera.  Si os gusta, buscaré el tiempo para contaros alguno más.