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Adriana y Lucía, madre e hija

en Amor filial

Tras estar con Lucía, me encontraba en un estado realmente eufórico.  Haberme sentido deseado por una jovencita de 19 años con un cuerpazo de escándalo y haberla tenido sobre mí como la tuve, despertó al yo más sexual.  Estaba deseando repetir con ella, pero por otro lado, no se me iba de la cabeza su madre, y el comentario de Gus al despedirnos.

El viernes de esa misma semana terminé pronto de trabajar, y me fui para casa.  Al llegar me quité el traje y me puse unas bermudas cómodas y una camiseta, y me calcé unas chanclas.  Me iba a abrir una cerveza e irme a la piscina, pero al abrir el frigorífico, me di cuenta de que lo tenía pelado, así que hice una pequeña lista de la compra y me acerqué con el coche al “Safeway” que había cerca de casa.

Me encantan los supermercados americanos, porque son esos sitios donde cualquier estudiante de marketing puede hacer una tesis a poco que se fije bien.  Cargué mi carro con las cosas de la lista, y esas otras cosas que siempre van cayendo, con las que no contabas, pero que los buenos especialistas saben poner bien visibles para atraer nuestra atención.  Total, que sin darme cuenta había casi llenado el carro.

Cuando estaba llegando a las cámaras de la leche, me fijé en una mujer que estaba cogiendo algo de la misma cámara, del estante de abajo.  Al verla desde atrás, no pude evitar admirar un culo generoso pero bien redondo y unas piernas morenas de lo más atractivas.  Al sacar su leche de la cámara y ponerse recta, me di cuenta que era Adriana.

Me acerqué y antes de que ella continuase su recorrido la saludé.  Nos dimos dos besos y estuvimos charlando un momento

A – Pero bueno, que sorpresa!!  ¿qué es de tu vida?  Desde el sábado no te hemos visto por la piscina.  No sabía si te habrías asustado…  A lo mejor es que no te lo pasaste bien.

Y – Jajajaja, me lo pasé muy, pero que muy bien.  Aunque a mí me gusta hacer las cosas con más calma.  Especialmente con una mujer como tú.

A – Ay, que rico!!  A mí también, pero no había tiempo.

La conversación estuvo plagada de sonrisas y comentarios pícaros y provocadores, y como ella ya también había terminado la compra, nos dirigimos a la línea de cajas juntos, pagamos y me ofrecí llevarla en el coche para que fuese andando y cargada.   En el coche aproveché para pedirle su teléfono y darle el mío, para poder comunicarnos, aunque ella misma me dijo que esa misma tarde si yo quería se podía pasar por mi casa.  Evidentemente el plan era casi inmejorable, así que le dije que se pasara cuando quisiera.

Cuando llegué a casa me abrí una cerveza y estuve colocando la compra y picando algo.  Y entonces pensé que a lo mejor, el plan para la tarde sí que era mejorable.  Cogí el teléfono y le pregunté a Lucía por SMS si esta tarde estaba en casa y podría venir a mi casa.   Inmediatamente me contestó que claro, que estaría en su casa, y que solo le dijera la hora y vendría.

Y – Te recuerdo que eres mi zorra, y que harás lo que diga, cuando diga, y con quien diga.  ¿Eso sigue estando claro?

L – Me acabo de mojar solo de leerte.  Pues claro que soy tu zorra mi amor.

Y – Ok. Cuando te avise, vienes y entras en mi casa sin llamar, y sin hacer nada de ruido.  Te quitas toda la ropa, y observas lo que pase dentro.  No te acerques hasta que yo te diga.

L – OK.  Me acabo de mojar aún más.  ¿Qué estás preparando?

Y – Haz lo que te digo.  Ya lo verás luego.

Terminé de colocar la compra y me volvió a sonar un mensaje en el teléfono.  Era Adriana.

A - Voy ahora mismo.  En 5 minutos estoy allí.

Me di una ducha rápida, y nada más salir de la ducha oí unos golpes en la puerta.   Me acerqué a abrir y era Adriana.  Venía con la misma ropa que llevaba en el supermercado:  Una minifalda vaquera muy ajustada y una camiseta negra, también muy ajustada, que marcaba bien sus tetas.  Lo que sí noté es que se había quitado el sujetador, y venía ya excitada, porque sus pezones se marcaban claramente en la camiseta.  Llevaba unas sandalias con medio tacón, que no eran nada llamativas, pero que sin embargo le hacían unos pies de lo más sexys.   Con sus piernas tan morenitas estaba realmente sensual.

La invité a entrar y le ofrecí algo de beber.  Me acompañó hasta la cocina y le saqué una cerveza.  Me apoyé de espaldas en la encimera y me quedé mirándola, observándola de arriba abajo.

Y – Joder Adriana, que guapa estás con cualquier cosita.

A – Ay gracias mi amor, pero que galán estás hecho.  Tú te ves bien rico también.

Y se acercó a mí.  Eso era lo que yo quería, que tomase ella la iniciativa.  Dejó la cerveza en la encimera y se pegó a mí.  Me empezó a acariciar los brazos, los hombros, el pecho, y acabó bajando por la tripa.  Al llegar al final de la camiseta, la agarró y me la subió para quitármela.  Subí los brazos para facilitarle la tarea y la sacó.  La tiró al suelo y se me quedó mirando.  Me empezó a acariciar el pecho depilado y empezó a jugar con mis pezones, que automáticamente se pusieron duros.  Se acercó y me los chupó.

Me estuvo chupando los pezones y acariciando el pecho y los brazos un rato, y mi polla ya había reaccionado poniéndose bastante dura.  Ella que estaba pegada a mí, enseguida la notó, y con una mano me la empezó a apretar por encima de las bermudas.

Se separó y desabrochó el botón las bermudas, dejándolas caer al suelo, quedando mi polla al aire, pues tras la ducha no me había puesto calzoncillos.  La agarró y empezó a masajearla para terminar de ponerla dura del todo.

A – Pero que maravilla.  Cuanto me he acordado de esta cosota toda esta semana.

Y – Pues ahí la tienes, a tu entera disposición.  ¿Qué te apetece hacer con ella?

No contestó.  Se arrodilló y empezó a darme besitos y a lamerla por todas partes.  Primero el glande, y luego fue bajando por todo el tronco, hasta llegar a los huevos, que los tenía cogidos con la otra mano.  Alternativamente también me los lamió y se los metió en la boca, succionando suave de ellos mientras con la mano seguía masturbándome despacio.

Mientras ella hacía eso, aproveché para coger el teléfono que lo tenía sobre la encimera y le mandé un mensaje a Lucía.

Y – Te quiero aquí en 20 minutos justos.  Sé puntual.

Enseguida sonó un mensaje.  Lo leí y solo confirmaba que vendría, así que me centré en Adriana.

La agarré del pelo y la subí hacia arriba.  Una vez en pie, la besé, y noté en su boca el sabor salado de mis propios flujos.  Aquello, y el hecho de que ella me besaba con tanta pasión, me pusieron muy cachondo.   Esa mujer era un volcán. Y me encantaba su forma de besar.  La cogí de la mano y la llevé a la cama.  Ella no paraba de besarme y de agarrarme de la polla, pero yo la tuve que parar, porque ahora era yo el que quería disfrutar de su cuerpo.

La puse de pie mirando a la cama y yo me quedé tras ella.  Le saqué la camiseta por la cabeza, y efectivamente iba sin sujetador.  Aparté su pelo y la besé el cuello mientras acariciaba sus brazos.  Notaba su piel erizarse a cada pasada de mis manos.  Las llevé a sus pechos y sus pezones estaban como piedras.  En cuanto las notó sobre sus tetas, gimió.  Estaba muy sensible y muy excitada.  Desabroché la cremallera de su falda y la bajé hasta sus pies, quedando a la vista un tanga negro de algodón, que le hacía un culo precioso.  Levantó sus pies y le saqué la falda, quedando solo con el tanga y las sandalias.

Con sumo cuidado, casi mimándola, le quité las sandalias de los pies, y empecé a acariciárselos, subiendo después por sus piernas.  Por el exterior primero, por el interior después.  Ella solo respiraba agitada sin decir nada y se dejaba hacer.   Abrió sus piernas, invitándome a jugar con su coñito, pero aún no era el momento.  Esos momentos me resultaban tan excitantes, que el tiempo era como si no pasara.  Mi polla estaba durísima, y ella estaba chorreando.  Su tanga estaba muy mojado, así que ahora sí se lo bajé y lo dejé en el suelo a un lado.   Le pedí que se tumbase sobre la cama y cogí su camiseta negra y se la puse a modo de venda tapándole los ojos.  

Ahora volví a recorrer su cuerpo con mis manos, y con mi lengua.  Me deleitaba con sus pies, y noté que ella misma había metido su mano derecha y se estaba masturbando.  Cuando se lo prohibí, me suplicó por primera vez.

A – Mi amor, cómeme, estoy muy caliente, te necesito dentro.

Y – Sshhhhhh, calla, y disfruta de cada cosa a su tiempo.

Abrí su culo y se lo lamí.  Empecé a jugar con él, introduciendo un dedo, jugando con él mientras mi lengua le lamía el coñito.  Estaba empapada, y gemía sin parar.  Me subí encima de ella, y me senté a horcajadas sobre ella, tumbada boca abajo con las piernas juntas.  Le pedí que subiera el culo, dejando muy accesible su coñito brillante por tantos flujos.  Apunté mi polla a su entrada y lentamente se la metí hasta el fondo.  Estaba tan mojada que entró sin ningún problema. Ella se agarró a la almohada y silenció un fuerte gemido.

Esa postura era perfecta teniendo una mujer con un culo como ese.  Ella lo levantaba buscando una penetración lo más profunda posible, y yo estaba en la gloria, pues al tener las piernas cerradas su coñito estaba especialmente estrecho.  Apoyé mis manos en sus riñones y empecé a bombear, metiendo y sacando mi polla de su coñito.  Ella empezó a gemir cada vez más y yo seguía con un ritmo constante, martilleando sobre su culo.  

En ese momento noté movimiento detrás de mí, y al mirar a la puerta de la habitación, vi a Lucía desnuda en la puerta, mirando perpleja a lo que estaba ocurriendo.  Parecía enfadada, pero a la vez excitada.  Le hice un gesto para que entrase en silencio y se sentase en la cama.  Obedeció.

Al sentarse, se dio cuenta de quién era la que estaba boca abajo, y me volvió a mirar sorprendida y me hablaba sin emitir ningún sonido, solo movía su boca

L – Es mi madre!!!

Moví la cabeza afirmativamente, y le hice gestos de que me besara.  Se acercó a mi boca y me besó con rabia, casi violentamente.  Yo mientras seguía follándome a su madre.  Con una mano le sobaba el culo a Adriana, y con la otra las tetas a Lucía.  Estaba como soñando.  Era una delicia verme en esa situación.  Le di un buen azote a Adriana en el culo, de los que dejan marca.

Y – Mmmmmmm, que culazo tienes más bueno.   Sabes que este culo va a ser mío también ¿verdad?

A – Pues claro mi amor, mi culo también es para ti.

Le di otro azote, y ahora paré de follarla.  La cogí de la cintura y la levanté lo justo para que pudiese doblar las piernas quedando de rodillas.  Tiré de ella para atrás y le apoyé el culo sobre los talones y le agarré las manos.  Quería quitarse la camiseta de los ojos, pero no la dejé.  Con una mano le sujeté las manos a la espalda mientras volvía a moverme dentro de ella, entrando y saliendo, y con la otra la agarré del pelo y le levanté la cara.   Le hice un gesto a Lucía para que se sentase frente a ella y le pusiera el coño en la cara.

Al notar movimiento en la cama, Adriana se puso tensa, pero no dijo nada.  Cuando Lucía tenía su coñito frente a la cara de su madre, me miró con una sonrisa y cara de verdadero vicio, y con un movimiento de cabeza me hizo la seña de adelante.

Empujé la cara de Adriana hacia delante y se la apoyé contra el coñito de su hija.   En ese momento quiso soltarse las manos, pero se las agarré fuerte y no pudo.  Solté su cabeza y le di otro buen azote en el culo

Y – quietecita!!!  Cómete eso que tienes delante, y sin rechistar si no quieres que te deje el culo marcado.  Seguro que no es el primero que te comes.

Y empecé a follarla, acelerando el ritmo poco a poco.  Ella evidentemente ya se había comido alguno, porque le empezó a hacer a su hija una comida que por la cara de Lucía debía ser muy buena.  Le agarraba la cabeza a su madre y emitía pequeños gemidos.  Estuvimos así varios minutos, y cuando ya estábamos todos bien sincronizados, fue cuando le solté las manos y le quité la camiseta de los ojos a Adriana.

Ni se inmutó.  La miró hacia arriba para ver quien era pero no hizo ni siquiera amago de parar.  Usó sus manos para abrirle más el coñito a su hija y le introdujo dos dedos de golpe.  Siguió comiéndoselo igual que antes, solo que de repente empezó a gritar como una loca por que se corría.  Yo aprovechando, aceleré el ritmo y le bombeé el coñito con violencia hasta que terminó su orgasmo.

A – Eres un cabrón, esto no se hace.

L – Calla y mira, que yo ya he mirado bastante.  Ahora me toca a mí disfrutar de esa polla.

Lucía se puso a cuatro patas en el lugar de su madre y ella sola se metió mi polla hasta el fondo.  Al principio Adriana nos miraba casi sin expresión, como enfadada, pero enseguida empezó a masturbarse mientras nos miraba.  Le hice un gesto y se acercó para besarme mientras yo me follaba a su hija.  Aquello me tenía fuera de mis casillas por completo.  Notaba que no iba a poder aguantar mucho más, así que le dije que le hiciera un dedo a Lucía. 

Sin dejar de besarme y de masturbarse ella con su mano izquierda, metió su mano derecha por debajo de la tripa de Lucía, y empezó a masturbarle el clítoris.   Aquello debía de ser muy intenso para las dos, porque ambas gemían en alto, sin preocuparse por el ruido, y de repente Lucía empezó a correrse pegando su cara al colchón y gritando contra él para silenciarse a sí misma.  Al ver a su hija correrse, Adriana también empezó con otro nuevo orgasmo, doblándose y apoyando su cara sobre el culo y la espalda de su hija.

Y entre las contracciones del coñito de Lucía y aquella visión totalmente de ensueño, tuve que sacar mi polla y empecé a masturbarme y a correrme sobre el culo de Lucía y la cara de Adriana que estaba allí.  Adriana no se inmutó, tan solo cerró los ojos y abrió la boca para recibir lo que le cayese.  Cuando terminé de eyacular, acerqué mi polla a su boca y me la chupó hasta dejarla totalmente limpia.

No pude resistir la tentación de agacharme y con mi lengua lamer algunos de los restos de mi leche del culo de Lucía y llevarlos a la boca de Adriana.  Nos fundimos en un beso muy vicioso.

Nos tumbamos los tres en la cama, y Adriana no paraba de decirme que era un cabrón, pero ya se notaba que no estaba enfadada, y Lucía no paraba de reírse, y le pinchaba a su madre diciéndole que era una putilla, que si no le daba vergüenza follarse a otro hombre estando casada, y encima comerle el coñito a su hija.

Yo estaba en el séptimo cielo, con esos dos bombones en mi cama.  Besaba a una y a la otra, y las acariciaba a las dos.   Pasamos un rato de lo más divertido allí los tres, y cuando mi polla empezaba a recobrar la vida, Adriana dijo que se tenía que ir, que Jessy estaba en casa con una amiga, y que tenía que hacer la cena, así que me dio un buen beso agarrándome la polla y le habló a Lucía.

A – Tú dale a este hombre lo que te pida, y no te vengas tarde a casa, que tu padre estará a punto de llegar y preguntará por ti.

Y mientras Lucía y yo nos abrazábamos y nos empezábamos a besar y a acariciarnos de nuevo, ella se vistió y se fue con una sonrisa en la cara.