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Líbranos de la tentación (caps. 33-35)

en Grandes Series

OLGA (BONUS)

  • ¿Actor porno? - exclamó Julio, mi marido. - Será una broma, ¿no?

  • De broma nada, Julito. Es una profesión tan digna como cualquier otra y ahora con Internet el sector lo va a petar.

Estábamos en 1999, cuando Internet todavía estaba terminando de llegar a todas las casas y el porno todavía era algo que se asociaba más con la televisión y las revistas. Nuestro interlocutor era Santi, un amigo de unos amigos al que acabábamos de conocer aquella noche, pues venía de visita de otra ciudad. Estábamos sentados en torno a la mesa de un bar los cinco: Julio y yo; Ana y Toño, que también eran pareja aunque aún no estaban casados, y el tal Santi. Yo ya había notado que a mi marido no le caía muy bien, y que se tomara las confianzas de llamarlo “Julito” no ayudaba.

  • Seguro que sí, el porno es algo que le gusta a todo el mundo y si ya encima nos lo ponen en bandeja... - coincidió Toño, que siempre había estado un poco salido.

  • A mí no me gusta el porno. - le corregí.

  • Apuesto a que no has visto ni 10 minutos de porno en tu vida. - metió baza Santi.

  • No, ni tengo intención. - me mantuve firme.

  • El porno es para adolescentes pajilleros. - opinó Julio. - Yo admito que en su día consumí mucho, pero ahora ya no me hace falta, por suerte.

  • Un matrimonio sin porno es un matrimonio condenado al fracaso. - declaró Santi. - En el sexo siempre hay que dejar espacio a las fantasías, si no se vuelve aburrido.

  • Hay otras formas de meterle fantasía a una relación... - añadió Ana.

  • Sí, y tú las conoces muy bien, ¿verdad, Ana? - le dijo Santi mirándola con descaro, y ella se puso roja.

Algo raro pasaba entre esos dos, pero Toño estaba demasiado ocupado bebiendo un trago de cerveza para darse cuenta.

  • De todas maneras, el porno como profesión es un poco... - habló mi marido, y supe que estaba intentando no ser ofensivo, o ser ofensivo sin que se le notara mucho. - No sé, no parece un trabajo del que presumir.

  • Me follo a tías buenas todos los días y me pagan por ello. - replicó Santi encogiéndose de hombros. - No sé tú, Julito, a mi me parece como para presumir.

  • ¿Y es un trabajo que requiere preparación de algún tipo o lo puede hacer cualquiera? - pregunté yo, con inocente curiosidad.

  • Bueno, estar bueno y tener un pollón ayuda, claro. - se rió. - Pero sobre todo les importa que dures mucho sin correrte. ¿Qué, Julito, crees que vales para el porno?

Julio estaba al borde de estallar. Ahora Santi se había burlado de él claramente, pues estaba claro que su físico no era nada del otro mundo. Y, aunque esto solo lo sabíamos él y yo, en los otros dos apartados tampoco era una fiera precisamente. En aquel momento pensé que mi marido podría ser el peor actor porno del mundo.

  • Creo que tengo otras cualidades más importantes, gracias. - refunfuñó.

  • ¿Más importantes? - Santi se rió. - Para tu vida laboral puede, pero no sé qué opinará Olga de tus cualidades...

  • Santi, basta ya. - le reprendió Ana.

  • Sí, tío, deja a Julio en paz. - pareció apoyarla Toño, pero solo se estaba burlando. - No pasa nada por tenerla pequeña.

  • Vete a la mierda, Toño.

Julio no pudo más. Le dio un golpe a la mesa, se levantó con violencia y se alejó en dirección al baño.

  • Tío, que era una broma. Joder, ¡espera!

Toño salió tras él. Ellos eran más amigos entre sí que Ana y yo, así que supuse que no quería arriesgarse a perder su amistad por una broma estúpida.

  • ¿Qué coño dice tu novio de tenerla pequeña? - le dijo Santi a Ana cuando Toño se hubo alejado, con una sonrisa. - Como si él pudiera presumir.

  • Santi, por favor... - Ana parecía verdaderamente molesta con él.

  • Vale, vale... - Santi levantó las manos en señal de tregua, y entonces se dirigió a mí. - ¿Por qué has preguntado si cualquiera puede trabajar en el porno?

  • No sé, curiosidad. - dije con sinceridad y me encogí de hombros.

  • Lo digo porque con esas tetas a ti te contrataría cualquier estudio, ¿sabes?

Sentí una mezcla de sensaciones ante sus palabras. Orgullo porque siempre me ha gustado que alaben mi físico, vergüenza porque un desconocido me estaba hablando descaradamente de mis tetas, asco porque la perspectiva de que me compararan con una actriz porno me parecía denigrante, excitación porque me acababa de piropear un tío que estaba buenísimo y culpa porque me había excitado un hombre que no era mi marido.

  • Ya, eh, gracias... - fue lo que finalmente dije, intentando ser educada.

  • Lo digo en serio, ¿eh? Podrías ganar muchísima pasta de forma fácil. - sonreía y hablaba del tema con una naturalidad inusitada.

  • No me interesa, gracias. - le corté de forma más tajante.

  • Me has dicho que eres profesora, ¿no? - me miraba a los ojos, los suyos eran de color miel.

  • Sí. Bueno, aún no tengo trabajo pero ya tengo la carrera.

En aquel momento yo tenía 23 años. Julio y yo nos casamos muy jóvenes, al poco de cumplir yo la mayoría de edad. Nuestras familias eran muy tradicionales y no se iban a quedar tranquilos si no.

  • ¿Y a qué edades vas a dar clase? - preguntó Santi.

  • ESO y Bachillerato. - contesté con una sonrisa, pues me gustaba pensar en el momento en que empezara a trabajar.

  • Joder, Olga, la de críos que se van a hacer su primera paja pensando en ti... - rió él.

Sentí un escalofrío y las mismas sensaciones de antes volvieron a hacer acto de presencia.

  • Prefiero no pensar en eso... - me tapé la cara con las manos para ocultar mi rubor.

  • ¿No te gusta sentirte deseada? A mí es lo que más me pone. - contó con satisfacción. - ¿Y a ti, Ana?

  • ¿Eh? - Ana pareció salir de un trance.

No me había fijado pero estaba roja como un tomate, más aún que yo. Y estaba sudando. Y entonces noté el movimiento del brazo de Santi, sentado a su lado.

  • ¿¡Qué estáis haciendo!? - pregunté, y ni yo misma supe si era de forma retórica.

La respuesta de Santi fue acelerar el movimiento de su brazo hasta que Ana soltó un gemido que intentó contener con sus manos, de forma no muy exitosa. Entonces, Santi recogió el brazo y lo elevó por encima de la mesa. Tenía la mano reluciente, húmeda. Se lamió los dedos mirándome a los ojos.

  • Ana ha mostrado siempre cierto interés por las técnicas que usa un actor porno para excitar a su pareja durante el rodaje. - explicó con una sonrisa arrogante. - Yo, como buen amigo suyo, siempre he estado dispuesto a explicárselas detalladamente.

  • ¿Y... y qué pasa con Toño?

  • Toño es un pichacorta que no podría satisfacer a una mujer en un millón de años. - espetó Santi, casi con desprecio. - Y lo curioso es que todo indica que la tiene más grande que tu marido.

  • El tamaño no importa. - refunfuñé, intentando campear el temporal de emociones de mi interior.

  • Eso es lo que diría la mujer de un pichacorta. - insistió él. - Así que nunca has visto porno, ¿eh?

  • No... - me sorprendió el repentino cambio de tema. - ¿Por qué?

  • ¿Alguna vez has visto una polla de verdad?

  • ¡Claro que sí! - protesté.

  • El micropene de Julito no cuenta. - dijo con suficiencia.

Se me trabaron las palabras en la boca. El pene de Julio era el único que había visto en mi vida, sí. Nunca había sido un problema para mí, pero ahora me entraron las dudas. ¿Y si de verdad me estaba perdiendo algo?

  • Mira debajo de la mesa. - ordenó de repente.

El tono era claramente el de una orden, y eso debió sugestionarme a hacerle caso de inmediato. Lo que vi era más o menos esperable, pero aún así me impactó: la descomunal polla de Santi estaba fuera de su pantalón, y Ana se la estaba masturbando.

  • Joder... - susurré, sin aliento.

  • ¿Te gusta? - no le estaba mirando a la cara pero sabía que estaría poniendo su puta sonrisa condescendiente otra vez.

  • Es... es muy grande. - es todo lo que pude decir.

  • Acércate, mujer, que desde ahí no ves bien. - era otra orden.

Cuando empecé a gatear por debajo de la mesa supe que ese hombre tenía un efecto devastador en mí. Mi coño estaba empapado sin que nadie lo hubiera tocado, y eso no me había pasado nunca.

Cuando estuve cara a cara con aquel pollón supe que estaba equivocada. El tamaño sí importaba, o al menos me importaba a mí. Solo mirarlo me hacía querer chuparlo y metérmelo en el coño. Hice la única de las dos cosas que las circunstancias me permitían.

  • Joder, Ana, esta zorra es más guarra que tú. - le oí decir a Santi, pero en vez de hacerme parar eso solo me espoleó más aún.

Llevaría chupándosela menos de 5 minutos cuando, para mi horror, escuché la voz de Toño, seguida de la de Julio. Intenté sacarme el pollón de la boca pero Santi me sujetó la cabeza.

  • Ya se le ha pasado el cabreo, pero dejemos el tema de las pollas, ¿vale? - dijo el novio de Ana con una risita.

  • ¿Dónde está Olga? - preguntó mi marido.

  • Ha ido a por algo de picar, parece ser que no venía bien comida de casa. - soltó Santi.

Si no hubiese estado practicándole una felación debajo de la mesa y aterrada por la posibilidad de que nos pillaran, puede que incluso me hubiera reído. El cabrón era ingenioso, eso había que reconocerlo.

  • No la veo. - dijo Julio, probablemente echando un vistazo al bar.

  • Es que había mucha cola en la barra así que ha ido a por algo al Todo a 100 que hay a dos calles. - fue Ana la que nos sacó del apuro esta vez.

Y al cabo de un par de minutos me ayudó aún más, pues le pidió a su novio que la acompañara a la sucursal bancaria que había enfrente para sacar dinero, y así ambos se marcharon de la mesa. Ahora solo tenía que volver a marcharse Julio, pero Santi no parecía por la labor de hacer nada al respecto.

  • Oye, Julito... - empezó a decir con su tono repelente.

  • Julio. - le cortó mi marido.

  • Julio, escucha. Quería pedirte perdón por lo de antes, ¿vale? - me sujetó el pelo con suavidad y empezó a marcar el ritmo de mi mamada. - Me he pasado, está claro que tú tienes cualidades tan valiosas para ti como un pollón lo es para mí, y seguro que tu mujer está encantada con ellas.

  • Está bien, olvídalo, pero dejemos el tema, ¿vale?

  • Tienes que entender que yo estoy acostumbrado al mundo del porno y allí todo el mundo alaba una buena polla. - Santi no iba a dejarlo. - Pero seguro que a Olga, que ni siquiera ve porno, una polla grande no le dice nada.

  • Tío, que sí, que no quiero hablar más de pollas. - casi gritó Julio.

  • Vale, vale, tranquilo. No quería tocar un tema sensible... - y entonces la lió. - pichacorta.

Desde mi posición escuché como Julio volvía a levantarse de la mesa. Santi, con una agilidad que me sorprendió, me apartó la cabeza de su polla y se la guardó en los pantalones, y para cuando se puso de pie nadie hubiera dicho que hacía un momento le estaban haciendo una mamada.

Luego escuché la pelea, si es que se la podía llamar así. Se escucharon un par de golpes y luego un gran golpetazo que pronto descubrí que había sido provocado por Julio al caer al suelo. Estaba inconsciente y con la nariz rota. Lo peor es que me alegré de su inconsciencia, porque de lo contrario me habría visto debajo de la mesa.

Como era de esperar echaron a Santi del bar, a Julio vino a recogerlo una ambulancia y yo no me atreví a salir de mi escondite hasta que no hubo pasado todo el jaleo y supuse que la atención había dejado de centrarse en nuestra mesa.

Cuando por fin salí a la calle, Santi estaba junto a Ana y Toño.

  • ¿Qué coño has hecho? - le espeté a Santi, furiosa.

  • Tu maridito no debería intentar pegarse con tíos que le doblan el tamaño, no es culpa mía. - se excusó él.

  • ¿Pero por qué coño te ha querido pegar? - preguntó Toño, que también parecía bastante cabreado.

  • Me estaba poniendo de los nervios y le llamé pichacorta, lo siento.

  • Vaya... - Toño pasó a reírse, con un cambio de humor muy brusco pero que tampoco era tan raro en él. - Sí que le afecta el tema.

Mientras los chicos siguieron hablando Ana me llevó aparte y me dio la dirección del hospital adónde se habían llevado a Julio. La abracé y le di las gracias por todo, había sido mi ángel de la guarda aquella tarde.

Estaba ya a punto de irme al hospital cuando Santi me llamó. Me acerqué a él, aún cabreada.

  • ¿Qué coño quieres?

  • Yo también tengo una dirección para ti. - me pasó un papelito. - Es el hotel en el que me hospedo. Mañana me voy de la ciudad, así que solo sirve para esta noche.

  • Puedes quedártelo, gracias.

  • No, quédatelo tú. Tú verás si prefieres pasar la noche haciendo de niñera en un hospital o pasándotelo bien en un hotel.

Se alejó, sin darme la oportunidad de devolverle el trozo de papel. Para cuando lo destruí ya había leído la dirección y no podía sacármela de la cabeza.

Por supuesto, fui al hospital a asegurarme de que Julio estuviera bien. Una hora después estaba tomando el taxi que me llevaría al hotel donde concebiría a mi primer hijo.

BEA (VII): Consoladoras

Habían pasado cuatro días desde la muerte de Didier cuando Nuria por fin volvió a la residencia. En cuanto la vi corrí a abrazarla, y ella me devolvió el abrazo de buen grado. Es curioso, porque era uno de los actos menos sexuales que habíamos realizado juntas, pero quizá por la emoción del momento sentí más ganas de besarla y darle placer que nunca. Por respeto a su dolor, me contuve.

  • ¿Cómo estás, cariño? - le pregunté con mi voz más dulce cuando rompimos el abrazo.

  • Era mi mejor amigo, Bea. - murmuró casi en un susurro, mirando al suelo. - Puede que mi único verdadero amigo.

  • Eh, yo soy tu amiga, vale. - le levanté suavemente el rostro por la barbilla para que me mirara a la cara. - Puedes contar conmigo para lo que sea, ¿vale?

  • Ya lo sé, pero... - sollozó y casi se echa a llorar. - Pero quizá tú no puedas contar conmigo.

  • ¿Por qué dices eso? - me preocupé un poco.

  • He hecho algo horrible. - dijo mientras se apartaba de mí y se sentaba en la cama.

  • Venga, seguro que no es para tanto. - la seguí y me senté a su lado.

Me agarró las dos manos y me miró a los ojos, aumentando aún más mi preocupación.

  • Prométeme que no te vas a enfadar. - casi suplicaba.

  • Te lo prometo, pero me estás empezando a asustar. - sonreí, intentando que sonara a broma.

  • Estoy saliendo con Diablo. - soltó finalmente.

Esto fue un shock para mí por varios motivos. Primero y fundamental, no me esperaba que, con lo que acababa de pasar con Didier, Nuria fuera a estar preocupada por su vida sentimental. Segundo, pensaba que Nuria y Diablo solo se conocían de vista y por lo que yo le había hablado a ella sobre él, que tampoco había sido precisamente para bien. Y tercero, ¿Nuria saliendo con alguien? Eso sí que era raro. Pero ahora no era el momento de plantearle todas mis dudas.

  • Bueno... No... no pasa nada. - intenté convencernos a ambas. - No puedes elegir quién te gusta, ¿no?

  • Ya, pero, después de todo lo que me has contado de él... - parecía realmente afectada. - Además se llevaba mal con Didier. Joder, el otro día se pelearon, y ahora Didier está... y Diablo y yo...

Ahora sí que rompió a llorar. Yo me limité a abrazarla, pues no sabía muy bien cómo interpretar sus actos ni sus sentimientos. Me pregunté si la pelea de hacía unos días habría tenido algo que ver con Nuria. Por un momento incluso se me pasó por la cabeza la loca idea de que la muerte de Didier hubiera sido cosa de Diablo, pero no podía ser. Según la policía había sido un asunto de drogas, nada personal. Yo nunca hubiera imaginado que Didier estuviera metido en esas cosas, pero a esas alturas poco me importaba, y tampoco quería importunar a Nuria con preguntas sobre el tema.

  • Bueno, no te preocupes, ¿vale? - seguí consolando a mi amiga, apretujándola contra mi pecho. - Diablo era un cabrón en el insti pero todo indica que está mejorando.

  • No sé yo... - dudó, separándose de mi regazo. - Los cabrones rara vez cambian del todo.

  • Ya, supongo... - me mordí el labio, dudando de si contarle una cosa, pero decidí que si la hacía sentirse mejor valdría la pena. - ¿Sabes? Yo siempre he pensado que Diablo es bastante atractivo.

  • ¿En serio? - me miró como si ahora yo estuviera loca. - ¿El tío que le hacía bullying a tu novio te parecía atractivo?

  • Bueno, atractivo físicamente, su personalidad siempre me dio asco. - me apresuré a matizar. - Pero a ver, sí, bueno está un rato...

  • Joder, y tanto. - sonrió por primera vez desde que había entrado en la habitación. - Y en la cama es una bestia.

  • Tía, no necesitaba saber eso. - me reí, poniéndome roja.

  • Bueno... tampoco es que quiera pasar con él el resto de mi vida ni nada, solo pasármelo bien mientras estemos en la uni. Supongo que no es tan malo. - reflexionó, más animada.

  • Claro que no. Tú sé feliz y olvídate de toda la mierda, ¿vale? - le di un beso en la mejilla.

  • ¿Y tú cómo vas? ¿Echas mucho de menos a Lucas?

  • Cada día más. Casi hasta me planteo irme un fin de semana de estos a verle. - suspiré. - El viaje es largo, pero...

  • Necesitas un buen polvo, lo entiendo. - sonrió, y después se burló de mí. - Yo no soy suficiente para ti.

  • No es lo mismo. - le seguí la broma.

  • Necesitas una buena polla. - dijo pícaramente.

  • Sí, bueno... o una polla, en general.

Nos reímos a carcajadas, había conseguido animarla del todo.

  • Oye, no me molesta ni nada, pero... - empezó a decir. - Me han dicho que vieron a Didier pasarse por aquí un par de días.

  • Sí... - me puse un poco melancólica. - Venía a buscarte a ti, pero como no estabas acabamos haciendo buenas migas.

  • Y... ¿pasó algo? - intenté identificar algún rastro de molestia o preocupación en ella, pero solo parecía tener curiosidad.

  • Bueno... - me puse como un tomate otra vez.

  • Joder, sí que pasó. - la expresión de Nuria no era ni positiva ni negativa, solo de sorpresa.

  • No... no hicimos mucho, pero... - sonrei un poquito, pero también tenía ganas de llorar. - Me besó...

  • ¿Y tú se lo devolviste?

Me limité a asentir. El recuerdo me estaba afectando y ahora iba a empezar a llorar yo.

  • Eh, cariño, no... - ahora ella era la que me consolaba a mí. - No quería que te pusieras triste.

Me volvió a abrazar.

  • Fue un beso genial. - confesé, llorando sobre su hombro. - Debería... debería haberle dicho que se quedara conmigo esa noche.

  • ¿Tanto te gustó? - su tono era conciliador, relajante. - ¿Y qué pasa con Lucas?

  • ¿Lucas? - casi se me había olvidado su existencia. - Bueno, Lucas...

  • Tranquila, no tienes que darme explicaciones. - se separó un poco de mí y me miró a los ojos, sujetándome la cara con las manos. - ¿Quieres que te bese? No sé si seré tan buena como Di, pero creo que no se me da mal.

Volví a asentir y nuestros labios se encontraron a medio camino, pues yo también me lancé a besarla. Definitivamente besaba igual de bien que Didier, aunque he de reconocer que besar a un hombre me parece bastante más excitante que besar a una mujer, aunque esa mujer sea tan genial como Nuria

Esa noche no hicimos nada puramente sexual, pero nos estuvimos besando durante un rato muy largo.

  • Oye... - susurré cuando ya estábamos tumbadas en la cama, a oscuras, dispuestas a dormir. - A Diablo no le importará que nos enrollemos, ¿no?

  • Es un tío, Bea. - respondió Nuria con voz de estar medio dormida ya. - Pagaría entrada para ver cómo nos liamos.

  • No me des ideas. - reí con una picardía que me sorprendió.

Nos dormimos abrazadas y yo volví a olvidarme de que tenía un novio que me quería y al que, creo, quería yo también.

LUCAS (VIII): Ojos que no ven

Al final nos habíamos animado. Íñigo, Rafa y yo íbamos a salir de fiesta. Cuando yo propuse el plan tenía la intención firme de no intentar nada con ninguna chica, pero después de los avances de Mamen no estaba tan seguro. Mejor ponerle los cuernos a Bea con una tía cualquiera que acabar sucumbiendo y ponérselos con la madre de un amigo.

Íñigo tenía muchas ganas de ligar, pero poca confianza en conseguirlo. Rafa tenía novia desde hacía un par de años y su relación parecía ir sobre ruedas, pero enseguida me di cuenta de que eso no le impedía flirtear bastante. Era la 1:30 de la madrugada, apenas llevábamos veinte minutos en la discoteca y ya le había entrado a dos tías. No había tenido éxito con ninguna, pero por lo menos ellas parecían haberse divertido con sus acercamientos.

  • Pensaba que estabas saliendo con María. - le dije después de su segunda intentona, casi a los gritos porque la música estaba alta.

  • Y lo estoy. - se encogió de hombros. - Solo estoy divirtiéndome, no voy a hacer nada.

  • Si tú lo dices... - concluí.

Lo cierto es que probablemente yo era el más guapo de los tres, aunque Rafa tenía un físico más atlético. La mejor cualidad de Íñigo era su capacidad de conversación, algo de lo que no se podía presumir mucho estando de marcha.

Tras cerca de una hora en la discoteca y otros cuatro intentos infructuosos de Rafa de ligar (aunque según él no buscaba nada) decidimos marcharnos a otro garito. Pero entonces la vimos entrar por la puerta.

  • ¿Es esa Eugenia? - exclamó Íñigo de repente.

Sí que era Eugenia.

  • ¿Quién es Eugenia? - se interesó Rafa.

Eugenia era la hermana mayor de Gabi, uno de nuestros amigos del barrio. Si sabéis un poco de etimología griega sabréis que su nombre podría traducirse más o menos como “bien nacida” o “bien formada”. Y hacía honor a su nombre.

Recordaba perfectamente que mis primeras pajas habían sido pensando en ella, cuando yo solo contaba con 11 años y Eugenia debía tener 15. No solo era preciosa y tenía un cuerpo que volvería loco a cualquier adolescente (un poco alta, delgada, con tetas no muy grandes pero que siempre realzaba con la elección correcta de ropa y sobre todo un culito del que no podías apartar la mirada cada vez que te daba la espalda) sino que también tenía fama de ser un poco “fácil”, lo cual siempre añade una dosis de morbo, al menos para un adolescente salido.

Nunca supe si era cierto que era promiscua, y desde luego no tenía forma de imaginar si lo seguiría siendo, pero la tentación de comprobarlo era innegable. Y estaba convencido de que Íñigo estaba pensando exactamente lo mismo.

A Rafa le dijimos quién era pero no le contamos la reputación que tenía, era lo que le faltaba para empezar a hacerle un ritual de apareamiento o algo así. Aún así, él dijo:

  • Bueno, ¿y queréis ligárosla o qué?

  • Yo tengo novia... - me apresuré a decir.

  • Yo sí que me la quiero ligar, pero también me gustaría jugar en la NBA... - murmuró Íñigo mirando al suelo.

  • Qué poca fe tenéis. Ya os conocéis, eso es casi la mitad del camino. - Rafa parecía emocionado con la posibilidad de que hubiera una tía con la que teníamos excusa para hablar. - Venga, id a saludarla.

Fue Íñigo el que se atrevió a acercarse a ella, mientras yo me quedaba con Rafa cerca de la barra.

  • No tiene ninguna posibilidad. - dijo, situado detrás de mí mientras ambos mirábamos a nuestro amigo y a la chica, que se saludaban con dos besos.

  • ¿Qué? - me giré para mirarlo.

  • ¿Has visto a esa tía? Tu amigo no se liga a una así ni aunque viva tres vidas.

  • No te pases, Rafa. - le reprendí. - Y si piensas eso, ¿por qué coño le has dicho que vaya a saludarla?

  • Porque así igual podemos pasar un rato con ella y... lo que surja. - sonrió.

  • Tío, que tenemos novia. - insistí.

  • ¿Bea está tan buena como esa piba? Porque María desde luego que no.

  • ¿Eso es todo lo que te importa? - me indigné. - Le romperás el corazón.

  • No le romperé nada porque no se enterará de nada. Ojos que no ven, corazón que no siente, Lucas. Deberías aplicarte el cuento.

En ese momento se acercaban Íñigo y Eugenia, que aparentemente sí que tenía ganas de saludar y pasar un rato con nosotros.

  • Joder, ya salís de marcha y todo. Y pensar que os conocí siendo unos críos... - rió, transmitiendo un buen rollo que me hizo olvidar las palabras de Rafa. - Me alegro de verte, Lucas.

  • Lo mismo digo, Eu.

Nos dimos dos besos y no pude evitar aspirar su aroma. Se había echado alguna colonia que olía realmente bien.

  • A ti no te conozco. - dijo mirando a Rafa.

  • No te preocupes, yo sigo siendo un crío. - bromeó él, haciéndola reír.

Estuvimos charlando durante un rato de cosas bastante banales y típicas, sobre todo relacionadas con los estudios: yo no había podido entrar en la universidad, Íñigo iba a entrar el curso que viene a estudiar una ingeniería y ella se acababa de sacar la carrera de Filosofía y aún no tenía claro para qué. Rafa, en cambio, siempre había tenido claro que quería dedicarse a la fontanería como su padre, y ya había hecho alguna chapuza que otra.

  • Uf, qué profesión más erótica. - nos sorprendió Eugenia, guiñando un ojo.

  • No es la reacción que suelen tener las tías cuando les cuento a qué me dedico. - rió él.

  • Un ingeniero también puede ser muy erótico. Podría desarrollar un juguete sexual personalizado basado en tus gustos. - metió baza Íñigo, y ahí me di cuenta de que estaba celoso y borracho.

  • Vale, tú diséñale el juguete que yo ya le reviso las cañerías. - añadió Rafa, riendo.

Yo no sabía dónde meterme, y peor fue cuando Eugenia se dirigió directamente a mí.

  • ¿Y tú? ¿Qué puedes aportar? - rió con una sonrisa de oreja a oreja.

  • Bueno, yo ahora trabajo con mi hermano en el taller, eso también es erótico, ¿no? - dije tímidamente, encogiéndome de hombros.

  • Ay, qué monos sois los tres. - Eugenia también iba un poco bebida, aunque parecía mucho más en control de sus actos que Íñigo. - ¿Tenéis novia?

  • Sí. - dije rápidamente. - Aún sigo con Bea.

  • Ay, jo, qué cuquis. - soltó una risita.

  • Yo estoy soltero. - proclamó Rafa, ganándose una mirada asesina por parte mía.

  • Yo... yo también. - Íñigo iba bastante peor de lo que yo pensaba.

  • ¿Y tú, preciosa? - preguntó Rafa y, para mi asombro, le puso una mano en torno a la cintura.

Pero más me sorprendió ella.

  • Yo llevo un tiempo con unas goteras terribles. - dijo seductoramente mirando a Rafa a los ojos, que no dudó en morrearla.

Miré con consternación cómo empezaban a enrollarse, Rafa incluso llevó su mano libre a sus tetas. Íñigo los miraba también, con una expresión a medio camino entre la rabia y las ganas de vomitar. Y entoncces Eugenia, como si nada, se soltó de las garras de Rafa, se volvió hacia mi otro amigo y lo morreó también. Parece que un poco promiscua sí era.

Íñigo parecía un poco más sobrio ahora, mientras le comía la boca a una de nuestras musas sexuales de la adolescencia. Y yo estaba ahí plantado, con la polla dura y mirando cómo mis dos amigos se ponían las botas. Pero Eugenia no se había olvidado de mí.

  • Lucas, ¿te apuntas? - dijo mirándome, jadeando, mientras cada uno de sus pechos era sobado por cada uno de mis amigos.

  • No puedo, Eugenia... - respondí con todo el dolor de mi alma y de mis huevos.

Me moría por ella, y puede que estando ella y yo a solas hubiera caído en la tentación, pero... No iba a ponerle los cuernos a Bea para compartir a una tía con dos amigos.

  • Lo entiendo. Perdona, ¿vale? - dijo ella con dulzura, y entonces arrastró a mis amigos hasta uno de los baños.

Yo me quedé bebiendo solo en la barra, maldiciendo mi estampa. ¿Podían salirme peor las cosas? En torno a unos 10 minutos después recibí un mensaje. Era de Rafa. Decía “Tío, tu colega está grogui. ¿Puedes encargarte de él? Yo ando un poco liado, jeje.” Como siempre, os he ahorrado el transmitiros fielmente su ortografía.

Suspiré y me dirigí al baño en el que estaban, donde me encontré una escena que podía resultar tan cómica como erótica. Rafa estaba tumbado en el suelo con los pantalones por los tobillos, Eugenia estaba sobre él con el top en la cintura, la falda subida y las bragas en paradero desconocido, e Íñigo estaba recostado contra la pared, dormido o inconsciente pero con los pantalones también bajados y una obvia mancha de semen en los calzoncillos.

  • Se ha corrido en cuanto se la he empezado a tocar, luego se ha sentado y se ha quedado así. - explicó Eugenia con toda tranquilidad, como si no estuviera cabalgando una polla y sus tetas no estuvieran botando a pocos metros de mi cara.

  • Ya te he dicho que eras mucha mujer para él. - bromeó Rafa.

  • ¿Puedes asegurarte de que está bien y acompañarlo a casa, por favor? - me pidió Eugenia, ignorando el comentario de su amante.

Cuando, casi una hora después, llamé a la puerta de su casa (no estaba de humor para registrarle los bolsillos en busca de sus llaves), casi tuve la tentación de tirarlo por las escaleras. Qué forma de arruinar la noche, la suya y la mía. Y el cabrón de Rafa follándose a una diosa mientras su novia no sabía nada.

Mamen me abrió la puerta con gesto adormilado y el mismo pijama que le había visto el otro día.

  • ¿Lucas? - dijo, aún medio dormida.

  • Es Íñigo, Mamen, ha bebido mucho y está casi k.o. - expliqué.

En aquel momento Íñigo estaba semi-consciente, lo suficiente para mantenerse en pie sin necesitar más apoyo que mis hombros, pero apenas era consciente de donde estaba. Para cuando Mamen y yo lo tumbamos en el sofá ya estaba otra vez grogui. Mientras ella maniobraba para dejar a su hijo en la postura más cómoda posible yo no pude evitar fijarme en cómo le colgaban las tetas a través del escote.

  • Ayúdame a quitarle la ropa, que si no se va a asar.

Me apresuré a obedecer, y no fue hasta que le hubimos quitado los pantalones que me acordé de la mancha en su ropa interior.

  • Vaya, sí que os habéis divertido. - rió Mamen en voz baja.

  • Yo no mucho, y él poco más que yo. - admití con amargura.

  • Se ha corrido antes de tiempo, ¿no?

  • Diría que sí. - me rasqué la nuca, algo avergonzado por hablar de esto.

  • Debe ser genético. - suspiró, mientras apagaba la lámpara que había encendido para poder ver mientras nos encargábamos de Íñigo.

  • ¿Es que tu marido también...? - me envalentoné un poco, sonriéndole con picardía.

  • Sí, bueno, y eso si se le pone dura. - confesó. - Ahora con las pastillas para dormir casi siempre está sopa antes de que hagamos nada.

Se estaba acercando a mí y, aunque apenas los veía en la oscuridad, juraría que sus ojos estaban clavados en los míos.

  • ¿Son... muy potentes esas pastillas? - yo ya había tomado la decisión y creo que ella también.

  • No se despertaría ni con un bombardeo.

Mamen fue a por mis labios pero mi objetivo era otro. Mientras ella me besaba yo ya había metido mis manos en su escote, echado los tirantes a un lado y sacado sus tetas al aire libre. Se las manoseé a conciencia mientras nos morreábamos, y ella soltaba pequeños gemiditos de vez en cuando. Pronto noté su mano agarrando mi paquete, cosa que me asustó un poco. Y entonces dijo algo que cambiaría mi percepción de mi propio tamaño para siempre.

  • Mmm, qué pequeñita. - hubiera sonado ofensivo si no se hubiera prácticamente relamido al decirlo y después no hubiera añadido lo que añadió. - Me la voy a meter en la boca entera, con huevos y todo.

Lo que me sorprende es que no me corriese nada más oír eso. Cuando cumplió su promesa, bajándome los pantalones y calzoncillos apresuradamente y engullendo mis genitales con una facilidad pasmosa, el placer físico solo fue ligeramente mayor que la satisfacción mental. “Esto a ti no te lo hace, ¿eh, Aníbal?” pensé para mí mismo.

La mamada fue espectacular. Bea no le llegaba a la suela de los zapatos, aunque no quería pararme a pensar en eso. Tampoco quería pensar en que mi amigo estaba ahí al lado, inconsciente, mientras yo me tiraba a su madre y su padre dormía en la habitación de al lado. Sé que Aníbal lo habría disfrutado, pero yo no era así.

La experiencia de Mamen también le sirvió para notar cuando era el momento preciso de interrumpir la felación, el instante justo para que yo no me corriese pero me quedase con la necesidad total de seguir. Cuando se dio la vuelta y se bajó los pantalones y la ropa interior, mi respuesta fue refleja, no reflexionada: se la metí.

No sería hasta después de correrme que pensaría en la posibilidad de haber usado un condón. Mamen no estaba probablemente en edad de quedarse embarazada, pero con lo guarra que era no debería haberme fiado de follármela a pelo. Pero lo hice. Y lo disfruté.

Aguanté lo mío, posiblemente estuve dándole unos 20 minutos, lo cual tiene mérito teniendo en cuenta lo precario de la situación: yo tenía miedo de que Íñigo despertara, de que su padre saliera y de que ella se quedara insatisfecha. Por suerte, no pasó ninguna de las tres cosas.

Una vez terminamos, ella se volvió a vestir rápidamente sin molestarse en limpiarse, mientras que yo me acerqué a la cocina para asearme con una servilleta antes de guardarme la polla en el pantalón.

Antes de marcharme, Mamen me hizo dos preguntas, una muy fácil y una muy difícil.

  • ¿Te ha gustado? - fue la primera.

  • Claro. - contesté con una sonrisa, algo forzada por culpa de la culpabilidad que no dejaba de sentir.

  • ¿Más que con tu novia?

La respuesta sincera, pese a todo, hubiese sido que no. Mamen la chupaba mejor, era mucho más guarra (en el mal sentido pero también en el bueno) y la novedad siempre llama un poco más, claro. Pero a Bea la quería, y cuando me acostaba con ella solíamos estar en la intimidad y la comodidad de mi cuarto, no en un salón oscuro rezando porque nadie se despertase. Pero no podía decir “no”.

  • Bueno... en algunas cosas. - salí del paso como pude.

  • ¿Por ejemplo? - sonrió con perversión, lo supe aún en la oscuridad.

  • La chupas mejor...

  • Bueno, siempre que te apetezca una buena mamada puedes venir a verme. - ofreció.

  • Creo... creo que paso. No te ofendas, me lo he pasado muy bien, pero... Esto está mal. - concluí. - Yo no soy como mi hermano.

  • Ya, ya me había dado cuenta... - suspiró. - Mira, Lucas, te voy a ser sincera. Aníbal puede tener a la mujer que quiera. Tú, no. Pero yo genuinamente disfruto estando contigo, así que espero que reconsideres nuestra... relación.

Al final salí de su casa con un regusto bastante amargo en el estómago, y una pregunta en la cabeza. ¿Follarme a Mamen era lo mejor a lo que aspiraba en ausencia de Bea? Y, otra aún más importante... ¿me merecía siquiera eso?