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Líbranos de la tentación (caps. 26-28)

en Grandes Series

LUCAS (VI): El niño de mamá

Nunca pensé que me alegraría tanto de que mis padres volvieran de un viaje.

Normalmente tener la casa sola para nosotros era algo bueno pero, desde todo lo ocurrido con Carlota y la amenaza de Aníbal de follarse a Bea, la tensión entre nosotros era brutal. Apenas hablábamos, y ahora cada vez que se traía a una chica a casa yo me largaba a cualquier parte porque no soportaba escucharlo follar, así que me sentía echado de mi propia casa con bastante frecuencia.

Pero finalmente volvieron papá y mamá, que habían estado mes y pico de vacaciones en la playa. Normalmente unas vacaciones tan largas hubieran sido impensables para ellos, pero entre que habían cumplido 25 años de casados y que Aníbal y yo ya éramos lo suficientemente independientes, se habían dado ese capricho.

Mi madre era la persona del mundo con la que más confianza tenía, y normalmente le contaba cualquier cosa, aunque no creía que fuera a ser capaz de confesarle lo sucedido en los últimos días. Aún así, ella no notó en tardar la tirantez entre Aníbal y yo, y como con él no se llevaba tan bien como conmigo (de hecho últimamente también parecían especialmente distantes) fue a mí a quien llamó al dormitorio que compartía con mi padre para que habláramos.

  • Espera un momento que me cambio y te escucho, ve pensando qué mentira me vas a contar. - bromeó con una dulce sonrisa.

Mi madre nunca había tenido vergüenza a la hora de cambiarse de ropa delante de nosotros, y esa vez no fue una excepción. ¿Recordáis mi teoría sobre las tetas grandes? Estaba basada fundamentalmente en mi madre. Sus pechos eran realmente enormes, y cuando estaba vestida se veían increíbles (todo lo increíbles que se pueden ver las tetas de tu propia madre, al menos), pero en cuanto se quitaba la ropa la visión era bastante menos apetecible. Aunque reconozco que si no fuera mi madre seguro que se me ponía dura viendo sus ubres colgar.

Y sí, mi madre ya tiene unos años y obviamente sus pechos cuelgan más que los de mujeres más jóvenes, pero el porno me había enseñado que, en general, unos senos pequeños (o medianos) y firmes eran más estéticos que dos masas gigantes que se veían afectadas por la gravedad. Aunque en este punto había llegado a la conclusión de que el tamaño perfecto era el de Carlota: no tan pequeñas que casi no había donde agarrar (como las de Bea) pero tampoco tan grandes como para que su firmeza se viera comprometida, al menos a sus 18 años.

Al final le conté a mi madre una mentira bastante creíble: que estaba jodido por la marcha de Bea y que me fastidiaba que Aníbal se trajera tías a casa continuamente. No me creyó.

Mirad, sé que se suele decir que las madres conocen mejor que nadie a sus hijos y que tienen una especie de superpoder para estas cosas, pero lo de mi madre a veces daba miedo. Siempre que lo estaba pasando mal por algo acababa adivinando la causa. Adivinó que la marcha de Carlota me dejó destrozado en su día. Unos meses después adivinó que una chica me había rechazado, a pesar de que ni siquiera la conocía. Cuando empecé a salir con Bea, mamá supo que me preocupaba no estar a la altura, e incluso se atrevió a mencionar lo que para otras madres sería un tema tabú: que su hijo estaba preocupado por el tamaño de su pene.

No es que los lugares comunes que utilizó para animarme funcionaran muy bien (“lo importante es cómo la uses”, “a algunas chicas les duele si es muy grande”, “la mayoría de los orgasmos se provocan en el clítoris y no en la vagina”...), pero por lo menos agradecí que habláramos el tema. Especialmente porque con mi padre jamás me sentiría capaz de tratar un asunto así.

En cualquier caso, la detective Olga (que así se llama mi madre... sin lo de “detective”) atacaba de nuevo.

  • ¡Es la verdad! - mentí descaradamente. - Me jode que Aníbal se folle a una tía cada dos días mientras yo estoy a dos velas.

  • Ya... - arqueó una ceja. - Y dime, ¿alguna de esas tías que se ha follado tu hermano te gustaba, por un casual?

En serio, mi madre debería abandonar la docencia y abrir una agencia de detectives.

  • Bueno, eran todas muy guapas, como siempre. - intenté desviar la atención.

  • Lucas, te conozco perfectamente. Sé que eres enamoradizo, y no me extrañaría nada que, con Bea fuera, te hubieras pillado por alguna chica que haya traído tu hermano. ¿Es eso?

No era eso exactamente, pero era todo lo que podía acercarse a la verdad sin ser adivina.

  • Vale, sí. Tiene una amiga con la que he hablado unas cuántas veces y... bueno... me gusta. Pero yo estoy enamorado de Bea, así que da igual. - noté que mi voz empezaba a temblar, me estaban volviendo a asaltar los recuerdos de la humillación a la que me sometieron Aníbal y Carlota.

  • Pero estás enfadado con tu hermano, tienes celos de él... - dijo casi con lástima.

  • Sí, bueno... Es que no entiendo cómo podemos ser hermanos. - estaba al borde del llanto, pero me contuve. - Él está buenísimo y yo... Yo soy un flacucho que para rematar la tiene pequeña.

Mi madre suspiró, visiblemente afectada por mi estado psicológico.

  • Lucas, ya lo hemos hablado. Tienes que aprender a quererte tal y como eres, y mucha gente te querrá así. Como Bea, por ejemplo. - se forzó a sonreír, aunque estaba claramente preocupada.

  • Según Aníbal seguro que se acuesta con otro en la uni. - protesté.

  • Porque eso es lo que haría él, no Bea. - opinó mamá. - No te voy a mentir, una relación a distancia siempre es dura, pero Bea y tú os queréis muchísimo y estoy segura de que podréis con esto.

La miré a los ojos, emocionado por sus palabras.

  • Gracias, mamá. - la abracé y por fin me permití romper a llorar.

  • Sshhh, tranquilo, mi niño. - me acarició el pelo mientras dejaba descansar mi cabeza sobre su pecho.

Apoyar la cabeza sobre las mullidas tetas de mi madre siempre había sido algo cómodo y acogedor, desde que era muy pequeño. Nunca jamás le había dado una connotación sexual a ese gesto, de hecho solo pensarlo me hubiera parecido una marcianada.

Pero aquel día, quizá por el tiempo que llevaba sin ver a mi novia o por todo por lo que había pasado últimamente, mi polla se puso dura al contacto con los pechos de mi madre. Estoy seguro de que no la notó (ventajas de tenerla pequeña), pero aún así yo me sentí incómodo y rompí el abrazo mucho antes de lo esperado.

  • ¿Te encuentras bien, cielo? - preguntó.

  • Sí, solo... Necesito ir al baño.

ANÍBAL (VI): El hombre de mamá

  • ¿Conmigo no tienes que hablar también? - le pregunté fríamente a mi madre aprovechando la salida de Lucas.

  • Aníbal... Mejor en otro momento. - se puso nerviosa.

Ya había huido de mí el suficiente tiempo gracias a esas estúpidas vacaciones. Ahora iba a tener que escucharme quisiera o no.

  • Pues yo creo que mejor en este momento. - cerré la puerta del dormitorio, me senté en la cama junto a ella y la miré a los ojos con dureza. - ¿De qué coño vas?

Miró al suelo, avergonzada.

  • Aníbal, por favor, déjalo estar. - dijo, con un ligero tono de cabreo en su voz. - Tu hermano lo está pasando muy mal y lo último que necesito yo ahora es que...

  • Mamá, me importa una puta mierda lo que necesites. - la corté violentamente. - Mira, yo sé que soy un salido de mierda y un hijo de puta, que pienso con la polla y que trato a las mujeres como basura, pero lo tuyo... lo tuyo me supera incluso a mí, joder.

Empezó a llorar. Yo suspiré de frustración.

  • Aníbal, lo que... lo que pasó...

  • ¿Qué, te da vergüenza hasta decirlo, no? - la volví a interrumpir, sabiendo que no iba a decir nada útil. - Pues quiero oírtelo decir, quiero que admitas ahora mismo lo que hiciste.

  • Aníbal, te lo suplico... - me miró a los ojos, los suyos estaban abnegados de lágrimas. - Tu hermano va a volver y se va a dar cuenta de que...

  • Puedes agradecerme que no se lo haya contado a nadie todavía, mamá. - no soportaba sus excusas. - Pero te juro que como no admitas ahora mismo lo que hiciste se lo contaré a papá en cuanto salga de esta habitación.

Su mirada cambió a un gesto más furibundo.

  • ¿Qué quieres que te diga, joder? - refunfuñó. - ¿Que le metí mano a mi propio hijo, eso quieres que diga?

  • ¿Meter mano? - me reí por no reaccionar de otra manera. - Me desperté en mitad de la noche y estabas en mi cama pajeándome a dos manos, ¿a eso lo llamas meter mano?

  • Hijo, yo...

  • ¿Eres consciente de a cuántos niveles está mal eso? El incesto ni siquiera es lo peor. - me estaba cabreando más cuanto más hablaba.

  • Deja que te explique...

  • Le estabas poniendo los cuernos a papá con vuestro propio hijo y sin el consentimiento de este. MI consentimiento. - estaba elevando el tono de voz más de la cuenta.

  • Aníbal, baja la voz o te juro que...

  • ¿Que qué? - repliqué, aunque obedecí porque yo tampoco quería armar un escándalo. - ¿Qué me vas a hacer? ¿Volver a violarme?

  • ¿Violarte? - ahora ella parecía indignada. - ¿Cómo puedes acosarme de eso? Estás exagerando.

  • No, mamá, me estabas violando. - repetí con más calma de la que sentía. - ¿Fue la primera vez?

  • Claro que era la primera vez. - volvió a refunfuñar. - Ni siquiera sé qué me llevó a hacer semejante cosa, yo nunca...

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y Lucas se asomó, pero por la expresión de su rostro no se había enterado de nada.

  • Oh, estás aquí. - me dijo, frío como el hielo.

  • Sí, si no te importa yo también necesito hablar con mamá. - respondí de la forma más amable que pude.

  • No, tranquilo. Haz lo que quieras, como siempre. - espetó, y salió dando un pequeño portazo.

Mamá estaba al borde de un ataque de nervios.

  • No sé qué coño le has hecho a tu hermano pero...

  • Se le pasará. - la interrumpí. - Pero lo que tú me has hecho a mí dudo que se me pase en la vida, joder.

  • ¿De... de verdad te parece para tanto? - parecía que por primera vez empezaba a plantearse la auténtica gravedad del asunto. - Yo no quería hacerte daño, cielo, yo solo...

  • No me llames así. - la corté. - Y sí que me hiciste daño. No físico, obviamente, pero créeme que lo que vi al abrir los ojos no fue agradable.

  • ¿Tanto asco te doy? - cambió de tema, o eso me pareció.

  • ¿Qué? - pregunté, atónito.

  • ¿Tanto asco te dio que te tocara? - parecía temer mi respuesta.

  • ¿Asco? ¿He hablado de asco en algún momento? - yo ya estaba flipando. - ¿Me escuchas cuando te hablo, mamá? ¿De verdad crees que lo que me molesta de todo este tema es el hecho en sí de que me tocases?

  • Bueno, me has llamado violadora... - insistió en ofenderse por el término.

  • Sí, me duele que me tocases SIN MI CONSENTIMIENTO. - volví a explicar.

  • ¿Qué pasa, que me hubieras dado permiso si te lo pido?

Tuve que reírme. No podía reaccionar de otra manera o me volvería loco.

  • Bueno, mamá... - me encogí de hombros con una sonrisa irónica. - Ahora nunca lo sabremos. Porque no quiero que me vuelvas a tocar en la vida, ni en la polla ni en ningún otro sitio.

  • Hijo, lo siento, de verdad...

  • Antes me has dicho que querías explicarte. Venga, explícate.

Ya se me había rebajado un poco el cabreo y me sentía preparado para conocer la verdad, aunque no se me ocurría ninguna que justificara los actos de mi madre. Ella tomó aire y respiró profundamente.

  • Verás, Aníbal. Para empezar, tienes que saber que tu padre no me satisface sexualmente.

  • Hasta ahí ya había llegado, y eso lo puedo entender. Pero tírate a un vecino o a un compañero de trabajo como la gente normal, o mejor aún, pídele el divorcio como la gente decente. - realmente no podía reprocharle el hecho de ser infiel como tal, yo había hecho cosas mucho peores.

  • Ese es el problema, hijo... - volvió a respirar profundamente. - El caso es que... NADIE me satisface sexualmente.

  • ¿Nadie? - parpadeé perplejo. - Y tocarle la polla a tu hijo dormido sí, ¿eso es lo que me estás diciendo?

  • ¿Nunca te ha pasado que has probado algo que te ha gustado tanto que luego todo lo demás te parecía insuficiente en comparación? No necesariamente con una chica, igual te ha pasado con una serie de televisión, o con una comida o yo qué sé.

  • ¿De qué cojones estás hablando? ¿Qué has probado, mi polla? - me parecía que no era eso lo que quería decir pero no se me ocurría otra cosa.

  • ¡No! Mira, Aníbal... - cerró los ojos, apretó los dientes y comprendí que iba a soltar una bomba. Los abrió, me miró con miedo y la soltó. - No eres hijo de papá.

Me quedé sin habla. Sabía que debía cabrearme pero ni siquiera me quedaba rabia dentro, cosa que agradecí porque creo que hubiera sido capaz de hacer alguna locura. Ella tampoco habló y la situación fue terriblemente incómoda durante casi un minuto de silencio, hasta que finalmente logré articular palabra.

  • Le pusiste los cuernos a papá. - concluí, y ella se limitó a asentir. - Y de esa aventura nací yo.

  • Sí... - empezó a llorar otra vez.

  • Porque eres retrasada mental y no sabes usar un puto condón cuando le pones los cuernos a tu marido, supongo. - puede que sí que me quedara algo de rabia.

  • Venga ya, Aníbal... - sollozó. - Tú seguro que sabes mejor que nadie que cuando se está cachondo no se piensa con claridad.

  • O sea... a ver si lo he entendido bien. Llevabas 5 años casada con papá cuando algún hijo de puta te calentó el coño, te folló a pelo, te preñó y supongo que se olvidó del tema. - apreté un puño.

  • Básicamente, sí... - reconoció.

  • Y papá piensa que soy hijo suyo, obviamente.

  • Obviamente... - dijo con resignación.

  • Y entonces... ¿entonces me estabas tocando la polla porque echabas de menos la de mi... la del cabronazo que te preñó?

  • Así es. - me miró con ojos suplicantes, estaba claro que solo quería mi perdón y, con él, mi silencio.

  • ¿Y en 20 años no has encontrado otra polla así? - era una idea absurda, pero si no estuviese tan cabreado probablemente me habría puesto cachondo.

  • No es solo la polla... Te pareces tanto a él. - suspiró con nostalgia.

  • Joder, mamá, qué huevos tienes. - me indigné. - ¿Y por qué ahora, después de tanto tiempo, se te ocurre la brillante idea de meterme mano mientras duermo?

  • Porque hace poco te... te vi en la ducha y...

  • Vale, joder, no digas más. - no quería oír el resto. - No le voy a decir nada a papá ni a Lucas por la salud mental de todos, pero ya puedes ir pensando en una excusa para divorciarte de él porque te quiero fuera de esta casa.

Rompió a llorar más fuerte que antes.

  • Por favor, no... - sollozó.

  • ¿Qué más te da? Vas a separarte de un hombre que no te satisface, no es para tanto. - espeté con rabia.

  • No es de tu padre de quien no quiero separarme, joder. - pareció recobrar un poco la compostura.

  • No es mi padre. - repuse, apretando los dientes.

  • Ya me has entendido. Él me da igual... No querría separarme de Lucas, pero eso es más por él que por mí... - me miró a los ojos una vez más. - Pero yo de quien no quiero separarme es de ti.

  • ¿De mí o de mi polla? - ironicé.

Calló unos segundos y dio la respuesta que no esperaba.

  • De tu polla. - admitió.

  • ¿Cómo puedes ser tan guarra? - le reproché con hipocresía pues, para mi sorpresa, acababa de ponérseme dura.

  • Llevaba 20 años sin ponerme tan cachonda como aquella noche, Aníbal...

Me puse de pie, casi con la intención de huir. Pero mi mano no recibió la orden correcta del cerebro y en lugar del pomo de la puerta buscó la cremallera de mi pantalón. Me saqué la polla.

  • ¿Por esto? ¿Esto te puso cachonda, pedazo de zorra? - yo también me estaba poniendo cachondo, pero me odiaba por ello.

Ella abrió los ojos como platos y pareció quedarse en shock, pero enseguida reaccionó, visiblemente excitada también.

  • Sí, joder... - empezó a revolverse en la cama, como si quisiera acercarse pero no se atreviera.

  • ¿Qué pasa, que papá la tiene pequeña? - me empezó a aflorar la maldad que me salía siempre que la tenía dura.

  • Muchísimo... - y ya sabía de quién la había sacado. - No me ha dado un solo orgasmo en 20 años.

  • Ya sabemos a quién ha salido Lucas. - reí. - Seguro que a él le dices que el tamaño no importa, ¿verdad, puta mentirosa?

Mamá se limitó a asentir, no parecía tan cómoda hablando de Lucas como de su padre.

  • Dime, ¿a cuántos te has follado en estos años intentando encontrar una polla como esta?

  • Perdí la cuenta hace mucho. - se mordió el labio.

  • Pero la única que quieres es la mía. - sonreí, casi con orgullo.

  • Sabes que sí... - admitió, sin apartar los ojos de ella.

  • ¿La polla de tu propio hijo?

  • La de mi hombre...

  • ¿Soy más hombre que papá? - me puse de rodillas en la cama, aproximándome a ella.

  • Mucho más...

  • ¿Soy más hombre que Lucas?

  • Muchísimo más...

  • Demuéstramelo. - ordené.

Y sin más dilación, ella se lanzó a devorar mi polla, con tanto ímpetu como si estuviera comiendo por primera vez tras una huelga de hambre. Al poco rato percibí que estaba llorando otra vez, pero no supe si las lágrimas eran de tristeza, de felicidad, o estaban provocadas por mi glande bloqueando su garganta.

Por mi parte, hice algo que llevaba deseando hacer desde mi despertar sexual: magrear las tetazas de mi madre. No os sorprendáis, joder, ya he dicho que el tema del incesto era lo menos preocupante de todo este asunto.

BEA (VI): Carpe diem

No podía ser cierto. Didier... ¿muerto?

Lo peor de todo es que tuve que enterarme por los rumores que empezaron a correr por el campus, porque Nuria estaba en paradero desconocido. Supuse que se habría enterado antes que yo y estaría demasiado destrozada para dejarse por ver por nadie, pero... ¿dónde podía haberse metido? ¿Habría sido capaz de volver hasta su casa?

A mí la noticia me cayó como un jarro de agua helada. En cuanto me enteré volví a mi dormitorio y me puse a llorar, agradeciendo que desde el decanato hubieran decidido suspender las clases del día en señal de luto. Quizá os sorprenda saber que me afectó tanto, pues Didier solo era un amigo de una amiga, pero... Lo cierto es que nuestra relación había evolucionado significativamente en las últimas semanas.

Había pasado algo entre Didier y Nuria que los había alejado, y ni Didier ni yo teníamos ni idea de qué podía ser. El caso es que a él no le quedó más remedio que venir a buscarla a nuestro cuarto y, aunque no la encontró, sus visitas acabaron sirviendo de excusa para que él y yo tuviéramos una relación más cercana. Bastante más cercana.

La primera vez que vino se limitó a quejarse entre risas de tener que quedarse con un calentón, mirarme de arriba a abajo y decir un seductor “qué pena que tengas novio”. Nos reímos y se marchó enseguida, pero esa noche mi dildo se llamó Didier.

La segunda vez que vino ya se quedó un rato considerable, e incluso compartimos unas cervezas que había traído. Y mantuvimos una larga conversación que, en cierto punto, empezó a subir de tono.

  • Imagino que nunca has estado con un negro. - dedujo con una sonrisa juguetona.

  • No sé, ¿lo has supuesto porque tengo una relación estable desde los 14? - respondí, sarcástica.

  • Bueno, igual si hubieras tenido la oportunidad de estar con un negro esa relación no habría sido tan estable. - se burló, guiñando un ojo.

  • Ahora podría tener la oportunidad y no me ves desesperada por tomarla, ¿no? - reí.

  • Que no te vea no significa que no lo estés. - respondió, mirándome fijamente a los ojos.

Al final cambiamos de tema y otra vez no pasó nada. Ya podéis imaginar quién estuvo en mis fantasías esa noche.

La tercera y última vez que compartimos un rato como ese fue diferente desde el primer momento.

  • Me temo que hoy Nuria tampoco está. - le dije en el umbral de la puerta, sonriéndole.

  • Qué pena... - ironizó mientras entraba en el dormitorio. Los dos sabíamos que venía a verme a mí.

En esta ocasión la conversación se calentó enseguida, cuando ante un comentario inocente sobre cómo echaba de menos a mi novio él respondió con un atrevimiento que a otra persona no le habría consentido.

  • Oye, entonces nunca has visto una polla de verdad en vivo, ¿no? - se burló.

  • ¡Di! - protesté, pero no pude contener la risa. - Su polla es de verdad.

Eso último lo dije haciendo pucheros y con un tono forzadamente infantil. Yo también estaba jugando.

  • Podría enseñarte la mía. - ofreció de forma descarada.

  • Y podríamos hacer muchas otras cosas... si no tuviera novio. - le recordé, riendo y poniendo los ojos en blanco.

  • No, en serio. Solo verla. Eso no son cuernos. - se encogió de hombros. - Es como ver porno pero más de cerca.

Nuria también había dicho que no eran cuernos cuando se enrolló conmigo por primera vez. Y resultó tener razón, porque a Lucas le encantó la idea de que estuviéramos liadas.

  • Bueno, pero no me tientes a hacer nada más, ¿eh? - acepté, juguetona.

  • ¿Eso significa que si te tiento podría tener éxito? - sonrió seductoramente mientras se ponía de pie. - De todas formas ni siquiera está dura, así no es muy tentadora.

Mentira cochina. Se bajó los pantalones y los calzoncillos y dejó escapar un pollón negro que colgaba hasta casi sus rodillas, completamente blando y aún así descomunal.

  • ¿Sigues pensando que la de tu novio es una polla de verdad? - agarró el mastodonte por la base y lo zarandeó un poco.

  • Sí, pero ahora dudo que pertenezcáis a la misma especie. - bromeé, haciéndolo reír a carcajadas.

  • ¿Quieres que la ponga dura? - propuso con un tono muy sugerente.

  • Mientras no tenga que ayudarte...

  • Me ayudas solo con existir. - dijo, y en aquel instante me pareció una de las cosas más bonitas que me habían dicho nunca.

Se masturbó lentamente durante unos segundos y enseguida estuvo erecta.

  • Joder... - me mordí el labio, sin poder ocultar una sonrisa o apartar la mirada de aquella maravilla de la naturaleza. - Nuria tenía razón.

  • ¿En qué? - inquirió con curiosidad.

  • Eres más grande que... - apunté con la cabeza hacia el rincón donde reposaba mi dildo, quien últimamente había sido tocayo de mi interlocutor.

  • Soy más grande, en general. - proclamó, ufano. - No he encontrado nada ni nadie que me supere.

  • Nadie puede ser, pero en el catálogo del sex-shop había un dildo de 30 cm y a tanto no llegas, guapo. - me burlé.

  • ¿Te dio miedo comprarte ese? - me picó.

  • Me dio más miedo la reacción que pudiera tener mi novio. - admití, aunque lo cierto es que los 30 cm sí que me parecían excesivos.

  • Tu novio ya debería tener asumido que te van grandes. - se acercó un poco a mí. - ¿Lo tienes asumido tú?

  • Didier... - le reproché con tono suave pero firme. - Hemos quedado que solo mirar.

  • ¿Puedo mirarte yo a ti también? Sería justo, ¿no? - volvió a alejarse de mí, entendiendo la lección a la primera, e incluso se volvió a sentar.

  • Sí, salvo porque seguro que tú ya has visto a cientos de tías blancas y pequeñitas en pelotas. - maticé.

  • Ninguna tan bonita como tú. - dijo mirándome a los ojos, en un tono más serio del que había empleado hasta ahora.

  • Eso se lo dirás a todas. - le sonreí burlona, aunque creo que me había sonrojado un poco.

  • Sí. - reconoció. - Pero esta vez es verdad.

  • Eso también se lo dirás a todas. - me encogí de hombros.

  • No. Te lo puedo demostrar.

  • ¿Ah, sí? Eso es interesante. ¿Vas a enseñarme todas tus conversaciones con mujeres blancas? No tengo planes para los próximos tres meses, así que... - me burlé.

  • Con una conversación me basta.

Buscó en su móvil y me lo pasó.

  • No leas más allá del trozo que te he puesto, por favor. Hay cosas privadas de Nuria que no sé si querría que tú supieras. - pidió.

  • Está bien.

Procedí a leer el trozo de conversación que me quería enseñar. Era un chat con Nuria de hace bastante, cuando acabábamos de conocernos.

//

NURIA

qué te ha parecido Bea?

DIDIER

Preciosa.

NURIA

eso ya lo sé, da detalles hombre :P

DIDIER

Creo que es la chica más bonita que he visto en mi vida.

NURIA

jaja venga ya!

DIDIER

Te lo digo en serio. Y con lo del dildo me ha terminado de enamorar jajaja. Tiene una mezcla de inocencia y picardía que creo que no se la había visto a nadie.

NURIA

ni siquiera a mí? (emoji de ángel)

DIDIER

Tú naciste siendo perversa, Nuria. ;)

//

Y hasta ahí pude leer.

Le devolví el móvil, roja como un tomate.

  • ¿Ya me crees? - preguntó.

  • Sí. - respondí con timidez, casi sin poder mirarle a la cara.

  • ¿Y qué opinas?

Tras unos segundos de duda, me atreví a dejarme llevar.

  • ¿Qué te gusta más de mí, la inocencia o la picardía? - le miré a los ojos, aunque me costó un esfuerzo brutal.

  • Me gusta cuando la inocencia se transforma en picardía. - dijo con total seguridad.

  • ¿Así?

Me quité la camiseta, despacio, mostrándole mi torso completamente desnudo (nunca llevo sujetador en el dormitorio).

  • Justamente así. - contemplaba mi cuerpo con total devoción. - ¿Aún solo se puede mirar?

  • Puedes tocarte tú si quieres... - sugerí.

  • Bueno... no es lo que tenía en mente pero puede ser divertido. - rió.

Empezó a masturbarse sin apartar los ojos de mí, y yo me le acabé uniendo más pronto que tarde.

  • ¿No vas a usar a tu amiguito? - inquirió.

  • Creo que se me quedaría pequeño. - bromeé.

  • Pues cómo se te va a quedar el pobre de tu novio... - se burló.

  • No hables de Lucas, por favor. - le pedí, y así lo hizo.

Se quitó la camiseta, deleitándome con su físico hercúleo, y yo hice lo propio con mi pantalón y bragas, quedándonos ambos como Dios nos trajo al mundo.

Nos dimos placer durante casi media hora. No nos tocamos, pero ver nuestros cuerpos fue casi tan placentero como habría sido rozarlos.

Yo me corrí entre tímidos gemidos, y él me siguió apenas unos segundos después con un bramido feroz y un disparo de semen que me alcanzó desde donde estaba, salpicándome levemente un brazo.

  • Perdona. - dijo sonriendo, jadeante.

  • No pasa nada. - le devolví la sonrisa con picardía y, para mi propia sorpresa, me atreví a lamer las gotas de semen de mi brazo.

  • ¿Qué tal sabe? - preguntó con interés, seguramente no por la respuesta general sino por la que daria yo.

  • Es un sabor raro... - expliqué, y me pregunté si habría intuido que jamás había probado el semen de Lucas. - Debería probar más para estar segura.

Fue una insinuación muy fuerte, no pretendía ser tan descarada. Por suerte, ya nos habíamos corrido los dos y nos lo tomamos a risa.

Nos limpiamos un poco, nos vestimos y lo acompañé hasta la puerta para despedirlo.

  • Me lo he pasado muy bien, Bea. - confesó, mirándome a los ojos.

  • Y yo también. - estaba sonriendo como una boba.

  • Aún no me he ido y ya me muero de ganas por volver a verte. - admitió.

  • Si por mí fuera no tendrías ni que irte... - confesé, con el corazón latiéndome a mil.

Cuando se inclinó para besarme no le puse ningún impedimento. Fue un beso apasionado, casi romántico. Y besaba muy bien, bastante mejor que Lucas y seguro que bastante mejor que yo misma.

  • Nos vemos pronto, preciosa. - me susurró antes de marcharse.

Si hubiera sabido que no volvería a verlo con vida, lo habría arrastrado hasta mi cama y le hubiera hecho el amor durante toda la noche.