NURIA (VII): El luto de una puta
Uno pensaría que, después de ver morir a mi mejor amigo, ser prácticamente violada y matar a tres hombres, no tendría cuerpo para otra cosa que no fuera llorar o dormir. Pero Diablo por fin estaba dispuesto a entregarse a mí totalmente, y yo no podía combatir el deseo que sentía por él. Llevaba toda la vida burlándome de los hombres por pensar con la polla y me estaba dando cuenta de que yo era igual...
El caso es que Diablo me llevó a su casa, no demasiado lejos del campus, opinando acertadamente que sería sospechoso aparecer por nuestras residencias a las 4 de la mañana. Él era consciente de que, a pesar de todo el trabajo limpiando pruebas y del hecho de que la policía no perdería el sueño por tres latinos y un negro que traficaban con droga, no sería difícil que lo investigaran teniendo en cuenta que tenía relación demostrable con al menos un par de las víctimas, y con una de ellas lo último que había hecho había sido pelearse delante de toda su residencia.
En cuanto llegamos a su casa y al dormitorio que usaba cuando aún vivía allí, nos quitamos la ropa el uno al otro como poseídos y, por fin, me folló. No era el mejor amante que había tenido a un nivel puramente técnico, ni su polla era la más grande que había catado, pero los sentimientos que me despertaba no los había experimentado con nadie. Claro que algunos de esos sentimientos eran miedo y asco, pero estos eran fácilmente opacados por los otros. No era capaz de odiarle, pero no me había vuelto imbécil. Sabía que era una persona horrible y peligrosa, sabía que me estaba metiendo en la boca del lobo y aún así seguí adelante. Aceptaba que me merecía cualquier cosa que me pudiera pasar.
Echamos tres polvos casi seguidos, tres de los mejores que había echado nunca, y ya estaba amaneciendo cuando paramos para dormir. Y, en mi caso, para llorar. No teníamos pensado ir a la uni al día siguiente, suponíamos que la noticia de la muerte de Didier les llegaría enseguida y probablemente cancelasen las clases.
Cuando finamente conseguí quedarme dormida, casi fue peor. Tuve una pesadilla horrible. Estaba en el coche de Didier, viajando hacia el campus, y le estaba haciendo una mamada como ocurriera en la vida real. Él me decía que si no paraba nos íbamos a estrellar, pero entonces yo sonreía con maldad y le mordía la polla para arrancársela. Él gemía de dolor y se desangraba, yo me reía con la boca llena de sangre y el coche aceleraba por sí solo, en dirección a otro coche que estaba ardiendo en mitad de un parque. Y, junto al coche en llamas, había un demonio enorme, musculado y desnudo, cuyo rostro era espantoso pero cuyo cuerpo era hermoso. Y nuestro coche se acercaba a él inexorablemente...
Me desperté con un grito de terror y, por algún motivo, también algo excitada. Diablo también se despertó.
-
¿Estás bien, mi amor? - preguntó, y aunque yo sabía que usaba ese tipo de apelativos con todas las mujeres, en aquel momento me pareció casi como lo sintiera de verdad.
-
He... he tenido una pesadilla.
-
Ya. Te acostumbrarás. - me dio un beso en la frente.
-
¿Me acostumbraré? - le miré con recelo. - ¿Tú...?
-
Maté por primera vez con 15 años, he tenido muchas pesadillas. - comentó como si me estuviera hablando de la primera vez que besó a una chica.
-
¿A quién coño mataste con 15 años? - una parte de mí volvía a querer salir corriendo, pero no negaré que también se había despertado mi curiosidad.
-
Un cura hijo de puta violó a mi hermano pequeño. Mi padre quiso darle su merecido y, de paso, enseñarme a velar por la familia y por lo que es mío. - lo relató sin perder la tranquilidad.
No quise creerme su historia sin más, pero si era cierta podía empezar a entender un poco por qué estaba tan ido de la olla.
-
¿Dónde están ellos ahora? - pregunté con algo de miedo. - Tu padre y tu hermano.
-
A mi hermano se lo llevó mamá tras el divorcio, quería alejarlo de nuestra mala influencia. - rió amargamente. - Papá entró en la cárcel un par de años después por cargarse a otro tío, pero en esa ocasión estaba tan borracho que lo pillaron con las manos en la masa, y seguramente ni siquiera tenía un buen motivo para hacerlo. Yo acababa de cumplir los 18 así que me quedé solo y nadie movió un dedo por mí.
-
Pero estás en la universidad...
-
Gracias al rugby, sí. - admitió.
-
¿De verdad te interesa estudiar una carrera? - inquirí, curiosa.
-
Mientras no acabe como mi padre estaré satisfecho... - suspiró. - Pero probablemente ya soy peor que él.
-
Siempre hay tiempo para mejorar, ¿no? - forcé una sonrisa.
-
Soy un psicópata, cielo. - dijo, y la verdad es que yo no podía estar más de acuerdo. - Anoche pagué para que mataran a un tío y me la suda, lo único que me preocupa es que me pillen o que no sea capaz de dejar toda esta mierda nunca.
-
Pero... - me atreví a plantear la cuestión que más me inquietaba desde la noche anterior. - ¿Por qué lo mataste? ¿Solo por una pelea?
-
No solo por eso. - negó con la cabeza. - Tu amiguito me estaba tocando los cojones en varios frentes.
-
¿A qué te refieres?
-
Me comentaron que había pasado un par de tardes en tu habitación, y obviamente tú no estabas allí, así que solo podía estar con Bea. Y le dejé claro a toda la puta residencia que nadie debía ponerle un dedo encima.
-
¿Didier y Bea? - ella no me había comentado nada, aunque teniendo en cuenta mis últimos comportamientos no se lo podía reprochar.
-
Además... - movió una de sus manos hasta agarrar mis nalgas. - Quería comprobar hasta qué punto estabas entregada a mí.
-
¿Qué... qué quieres decir? - ya intuía por donde iban los tiros pero quería oírselo.
-
Si mataba a tu amigo y seguías besando el suelo por donde piso... - me metió un dedo en el coño, haciéndome gemir.
Yo no pude más y le agarré la polla, ya erecta. Empezamos a masturbarnos mutuamente, yo tuve que cerrar los ojos para soportar la mezcla del placer que me proporcionaban sus manos y el dolor que me producían sus palabras.
-
Didier tenía que morir para que tú fueras digna de esta polla, ¿lo entiendes? - yo solo respondí con un gemido. - Mientras Didier viviera nunca podrías haber estado donde estás ahora.
-
Eres un... - me interrumpí a mí misma con otro gemido.
-
Así que creo que la pregunta es obvia, cariño. - ya tenía tres dedos dentro de mí, mientras su otra mano ahora trabajaba con mis pechos. - ¿Preferirías estar como antes... o te alegras de que lo haya matado?
Empecé a llorar un poco, pero mi cuerpo estaba más pendiente de otras funciones. La respuesta era obvia: no, no me alegraba de que lo hubiera matado. Pero igualmente obvio era lo que Diablo quería oír. Y yo quería complacer a Diablo.
-
Me... me alegro. - susurré.
-
¿De qué?
-
De que lo mataras.
Y Diablo se las volvió a apañar para que me corriera en el momento más humillante. Tenía bastante habilidad para controlar mi cuerpo, mucha más que yo misma.
-
Buena chica. Ahora cómeme la polla.
Obedecí de inmediato, y lo cierto es que lo disfruté. Una vez se hubo corrido, en cambio, el dolor empezó a dominarme de nuevo.
-
Oye... ¿podré ir al entierro? - pregunté con timidez.
-
Será mejor que no. No me gustaría que hablaras con alguien, te pusieras emocional y dijeras algo que no debes.
-
Vale... - acepté con resignación, pues era la respuesta que esperaba.
-
Pero podemos ir a ver su tumba una noche, si quieres. - ofreció.
-
Eso... eso estaría bien. - me esforcé por sonreír.
Fuimos un par de días después, la misma noche del día del entierro. Tenía el móvil petado de mensajes de gente que no entendía mi ausencia, incluida Bea, pero les respondí que estaba pasándolo muy mal y no quería ver a nadie, cosa que tampoco estaba tan alejada de la verdad.
Además, el día anterior la policía se había puesto en contacto tanto conmigo como con Diablo y tuvimos que presentarnos en comisaría (por separado, claro). De mí no sospechaban nada, solo me interrogaron por rutina y me dejaron en paz enseguida. Diablo tuvo más problemas pero les acabó convenciendo de que no había tenido nada que ver y de que había pasado aquella noche con su amigo Pablo (que no tendría ningún problema en mentir para confirmar su coartada).
En fin, cuando llegamos al cementerio estaba completamente vacío, cosa que agradecí. Diablo me sorprendió permitiéndome “hablar” con Didier a solas, mientras él me observaba desde una distancia. Así que yo me arrodillé junto a la lápida y así lo hice.
-
Didier... Lo siento mucho, de verdad... - empecé a llorar, esta vez sin freno de ningún tipo. - Yo no quería hacerte daño, ni... Ni darte de lado ni... Te echo tanto de menos.
Mis sollozos sonaban tan fuertes que seguro que Diablo podía escucharlos.
-
Soy una persona horrible, Didier, siempre lo has sabido. - conseguí decir cuando recobré un poco la compostura. - Debiste alejarte de mí, yo... Yo debí decirte que te alejaras, pero...
No fui capaz de decir nada más. A partir de ese momento dejé que mis lágrimas hablaran por mí, y estuve casi 10 minutos sin moverme ni decir palabra.
-
¿Has acabado? - me sobresaltó la voz de Diablo, que en algún momento se había acercado a mí sin que yo me diera cuenta.
-
S-sí... - tartamudeé mientras alzaba la vista para mirarlo.
Casi se me para el corazón. Diablo estaba de pie junto a mí, con los pantalones y los calzoncillos por las rodillas y su amenazadora erección apuntándome a la cara.
No le hizo falta dar la orden. Llegados a ese punto, los dos sabíamos que no valdría de nada que yo intentara oponer resistencia. Así que abrí la boca y empecé a mamar, conteniendo las lágrimas.
-
Bueno, Didier... - empezó a hablar Diablo con tono burlón. - El otro día te defendiste bastante bien, casi diría que fue un empate. Pero ahora tú estás en un nicho y yo me voy a follar a tu amiga sobre tu tumba. Cómo cambian las cosas en poco tiempo, ¿eh?
Estaba tan cachonda, tan necesitada de su polla, que la perspectiva de hacerlo ahí mismo hasta me daba algo de morbo. Y a él desde luego le daba mucho, porque fue bastante más brusco que de costumbre cuando me sacó su miembro de la boca, me empujó contra el suelo, me subió la falda (aún no me había puesto ropa interior) y empezó a penetrarme salvajemente.
-
¡Aaah! ¡Sí, joder! ¡No pares! - empecé a gemir, sin importarme que pudiera haber alguien cerca, aunque no tenía pinta.
-
¿Te gusta, zorra? ¿Te gusta follar sobre la tumba de tu amigo?
-
¡AAAH, SÍ! - esta vez ni siquiera tuve que mentir. ¿Qué coño me estaba pasando?
-
Díselo. Dile qué polla quieres que te folle.
-
¡La tuya! - chillé como loca.
-
¡Díselo a él, zorra! - me sacó las tetas por el escote y me pellizcó un pezón.
-
¡AU! - grité de dolor. - Quiero... Quiero la polla de Diablo, Didier...
-
Así me gusta.
Lo había dicho en un susurro y con poca convicción, pero estaba tan cachondo que le valió. Aumentó el ritmo de sus embestidas, me besó con fiereza y en cuestión de segundos nos corrimos juntos.
Nos quedamos unos minutos ahí tumbados, en pleno cementerio, yo semidesnuda y él con los pantalones por los tobillos. Cuando finalmente habló, dijo algo que nunca hubiera esperado de él.
-
Nuria... ¿quieres ser mi novia?
-
¿Qué? - le miré con los ojos como platos.
-
Mi novia. Por supuesto, me seguiré follando a quien me dé la gana y tú seguirás pudiendo follar solo con quien yo te diga, pero... - se encogió de hombros. - Me gustas, quiero que sepas que eres especial.
Sus condiciones podían parecer tremendamente injustas, pero ni yo soy celosa ni tenía ningún interés en aquel momento en acostarme con nadie más, por extraño que os parezca.
-
Vale, pero... - dudé. - ¿Cambiará algo entre nosotros entonces?
-
Podré presentarte como mi novia y tú podrás hacer lo mismo conmigo. Podrás venir a verme siempre que quieras, y te prometo que nunca te dejaré insatisfecha. - parecía hablar en serio.
Nada le gustaba más a Diablo que hacerse el difícil y dejar a una tía a medias, y eso si le daba algo en absoluto. Lo sabía por experiencia. La perspectiva de que yo fuera lo suficientemente importante para él como para que nunca más me fuese a hacer eso era abrumadora y muy, muy tentadora. Yo nunca había pensado tener novio, pero...
-
Vale. - le sonreí y él me besó antes de que yo pudiera hacer lo propio.
Y ahí, unos metros por encima del cadáver del que fuera mi mejor amigo, empecé una relación con el tío que había ordenado su asesinato. Lo sé, no tengo remedio.
LUCAS (VII): Necesitados
-
¿Se te puso dura con tu madre? - Íñigo no daba crédito.
No me había atrevido a contarle a mi amigo la humillación a la que me sometieron Carlota y Aníbal (simplemente le dije que no pasó nada entre Carlota y yo), pero sí me atreví a contarle lo de mi madre con la vaga esperanza de que pudiera entenderme.
-
Sí... No es tan raro, ¿no? Llevo tiempo sin sexo y mi madre, bueno... - me puse colorado.
-
Tu madre tiene unas tetas que flipas, sí. - reconoció él. - Pero joder, que es tu madre.
-
¿Entonces tú nunca...?
-
¿Yo? Joder, no, qué asco. - puso cara de desagrado.
-
Bueno, tu madre también está buena, por eso había pensado que a lo mejor... - me di cuenta de que me había equivocado.
-
Mi madre es una... - no quiso terminar la frase. - No, tío, antes me follo a la señora Padilla.
La señora Padilla era otra vecina nuestra, una solterona de casi 60 años con sobrepeso y un desprecio absoluto por la juventud de hoy en día.
-
Ala, venga, no exageres. - me reí. - Yo me follaba a mi madre antes que a la Sra. Padilla sin dudarlo.
-
Yo creo que te follabas a tu madre, en general. - se burló.
-
No, joder, pero... qué sé yo, tampoco es una idea que me dé ganas de vomitar.
-
Ya, lo que tú digas. - siguió riéndose. - Si te sirve de consuelo yo también me la follaba.
-
Y yo a la tuya, no te jode. - quise picarle yo también, aunque me estaba cabreando un poco.
-
Pues prueba suerte, conociéndola te dice que sí.
No supe qué decir. Estaba claro que estaba de broma, pero también era evidente que su opinión de su madre sí que era así de baja. Desde luego, Aníbal parecía convencido de que yo habría tenido oportunidades con Mamen, pero ya me la había jugado con Carlota así que no me podía fiar.
-
¿Te jodería mucho que me la follara? - pregunté con tono de broma, pero realmente me interesaba la respuesta.
-
No mucho. Un poco sí, supongo. - se encogió de hombros. - Pero si no le has puesto los cuernos a Bea por un pibón como Carlota no se los vas a poner por mi madre, ¿no?
-
Claro que no. - aseguré, intentando convencernos a ambos.
-
Vamos, al lado de Carlota mi madre sí que es peor que la Sra. Padilla. - se rió.
-
Oye, ¿y tú qué? Que últimamente solo hablamos de mi vida sexual. - quise cambiar un poco de tema.
-
Porque tú la tienes... más o menos. - volvió a reír. - Yo sigo sin pasar de morreos y metidas de mano y ya hace mucho de la última vez.
El de Íñigo era un caso raro. Tenía relativa facilidad para liarse con tías pero nunca había llegado hasta el final, en ocasiones por mala suerte, en otras por no sentirse preparado.
-
¿Cuál fue la última? ¿Aitana? - intenté hacer memoria.
-
Qué va, a Aitana no la cuentes, nos dimos un pico en la fiesta de Jorge y ya. - dijo con algo de frustración. - La última fue Clara.
-
Joder, pero de eso ya hace como un año, ¿no?
-
Un año, dos meses y cuatro días, para ser exactos. - sonrió amargamente.
-
Oye, pues eso no puede ser. - me entró un subidón de repente. - ¡Tenemos que irnos de fiesta!
-
¿Tú y yo solos? - dijo con poca convicción. - No te ofendas, pero no suena muy divertido.
-
Puedo pedirle a Rafa que se venga. - propuse como último recurso.
Yo había tenido dos grandes grupos de amigos en los últimos años: el del instituto y el del barrio. En el del instituto estaban Rafa, Berto, Charlie y FJ (así llamábamos a Francisco Javier). Rafa era el único que no se había marchado a la uni. En el del barrio estaban Íñigo, Gabi y Martín. Gabi también se había marchado a la uni y Martín nunca salía de marcha, así que ambos estaban descartados.
-
Ya, pero no sé... No nos conocemos de nada. - dudó.
-
Pues mejor, así os conocéis. - concluí. - Además tanto él como yo tenemos novia, así que todas las chicas serán para ti.
Nos reímos, aunque yo no estaba tan seguro de mí mismo. El episodio con Carlota me había dejado con muchas ganas de echar un buen polvo, y aunque quería echárselo a Bea y solo a Bea, cada vez sentía una necesidad más grande. Y sin esa necesidad no se explicaría el episodio que viví un rato más tarde, cuando me disponía a salir de casa de Íñigo.
Él se quedó en su cuarto y yo para llegar hasta la entrada tenía que atravesar un pasillo y el salón, donde Mamen estaba viendo la tele con un pijama que dejaba poco a la imaginación: consistía en una camisa de tirantes muy suelta y unos pantalones cortos que dejaban ver casi la totalidad de sus muslos. Era evidente que no llevaba sujetador.
-
¿Te vas ya, cielo? - me habló con su amabilidad habitual. - Puedes quedarte a cenar si quieres.
-
No, gracias, Mamen. - tenía la suficiente familiaridad con ella como para tratarla de tú. - Ya han vuelto mis padres y como las comidas que hace mi madre no hay ningunas.
Soltó una risita y solo entonces me di cuenta del doble sentido que se le podía sacar a mis palabras. Probablemente la mayoría de mujeres de la edad de Mamen nunca habrían pensado mal ante una frase así, pero Mamen era Mamen.
-
No quería decir... - me excusé poniéndome rojo.
-
No te preocupes, tonto, es una chorrada. - se siguió riendo.
-
Ya... bueno. - entonces algo hizo click en mi cerebro, nunca supe qué había sido. - Oye, ¿te puedo preguntar una cosa?
-
Claro. - sonrió alegremente.
-
Pero es una cosa... - bajé el tono de voz. - sexual.
-
Uy, qué emocionante. - ella también susurró pero estaba claramente entusiasmada. - Venga, dispara.
Me acerqué a ella y me senté a su lado para poder hablarle con la mayor discreción posible.
-
Es que llevo mucho tiempo sin... sin hacerlo y... - no sé de dónde saqué el valor. - El otro día se me puso dura al abrazar a mi madre. ¿Crees que es normal?
Para mi más absoluta sorpresa, ni se rió ni hizo el mínimo amago de tomarse mi pregunta a broma.
-
Claro que es normal, tu madre es una mujer muy atractiva. - dijo con toda naturalidad.
-
Ya, pero es mi madre.
-
Bueno, pero tú eres un hombre heterosexual, ella es una mujer atractiva y tú llevas una temporada de sequía, ¿no? - se encogió de hombros. - Es normal.
-
¿En serio? - sonreí con alivio. - Pensaba que estaba enfermo.
-
Hijo, si supieras la de perversiones que tiene la gente... - ahora sí se rió.
-
¿Ah, sí? ¿Cuáles tienes tú? - me sentía mucho más relajado de repente.
-
Mmm... Te cuento una pero me prometes que te lo vas a tomar en serio, ¿vale? - se estaba mordiendo el labio. - Y nada de irle con el cuento a Íñigo.
-
Claro que no. - respondí, ansioso.
-
Bueno, pues esta es mi perversión.
Me agarró la cabeza con las dos manos y me plantó un morreo de los que hacen época. Al principio yo no reaccioné, pero en cuanto abrí la boca empezó a meterme la lengua hasta casi la garganta. Nos besamos durante un par de minutos. Yo no sabía donde colocar las manos, ella las fue moviendo entre mi cara, mi pelo y mis hombros.
Cuando finalmente paramos, solo pude soltar un estúpido “Wow”.
-
Me encantaría llegar más lejos, pero mi hijo podría salir en cualquier momento. Podemos vernos otro día si quieres.
Yo estaba flipando en colores. Aún con todo lo que sabía sobre Mamen no me esperaba que fuese a asaltarme de semejante manera.
-
Eh, claro... Bueno, no sé. - no estaba en aquel momento para pensar con lucidez. - Bueno, tengo novia y... Y soy amigo de tu hijo y... No sé.
-
¿No sabes? - sacó una teta por el amplio escote de su camiseta.
-
Joder...
Las tetas de Mamen no eran, ni de lejos, tan grandes como las de mamá, pero si superaban en tamaño a las de Carlota y, obviamente, a las de Bea. Estaban algo caídas, definitivamente no eran mi tipo de pecho favorito, pero a estas alturas de partido hubiera dado lo que fuera por tocarlas. Pero no las toqué.
-
Mamen, ya... ya hablaremos, ¿vale?
Me puse de pie y salí de la casa todo lo rápido que pude. Otra vez estaba dudando de si serle fiel o no a mi novia, y encima en esta ocasión también estaría traicionando a un amigo. Con Carlota sucumbí fácilmente, y si no hicimos nada fue porque ella no quiso. ¿Podría ser más fuerte en esta ocasión?
MAMEN (BONUS)
Cómo se hacía de rogar el puto crío. Pero por fin sentía que estaba a punto de atraparlo. No podía esperar a decírselo a Aníbal. A poder ser, con su polla dentro de mí.
Lo llamé directamente, no tenía ganas de esperar a que leyera un mensaje. Sabía que tendríamos que irnos fuera del edificio porque nuestras dos casas estaban ocupadas, pero no me importaba pagar una habitación de hotel.
-
¿Diga? - respondió tras dos tonos.
-
Aníbal, ¿estás en casa? Necesito que me folles. - dije en voz baja para que no me escuchara Íñigo desde su cuarto.
-
Lo siento, zorra, hoy se te han adelantado. - rió.
-
Joder, ¿y te falta mucho? - mi tono era de súplica. - Tengo que contarte algo importante.
-
Pues cuéntamelo.
-
Prefiero contártelo mientras me follas. - dije con tono picarón.
-
Pues tendrá que esperar a mañana por lo menos. Esta guarra tiene para rato. - en ese momento me di cuenta de que se oía un característico sonido de fondo.
-
Te la está chupando, ¿no?
-
Sí, y bastante bien. - volvió a reírse.
-
Qué envidia, hostia... - protesté, estaba muy frustrada en aquel momento. - Bueno, ¿nos vemos mañana pues?
-
A lo mejor. Ya veré si me apetece. Venga, te dejo.
Y colgó como si nada. Yo no podía más, tenía tantas ganas de echar un polvo que incluso me planteaba acostarme con mi marido cuando volviera del trabajo (normalmente solo nos acostamos los fines de semana). Pero aún tardaría media hora más y yo necesitaba un desahogo ya.
Solo me quedaba la masturbación. Me metí en mi cuarto y me desnudé de cintura para abajo. Hacía mucho que no me hacía un dedo, rara vez tenía un calentón como el que estaba teniendo ahora y cuando lo tenía casi siempre tenía a Aníbal dispuesto o, en su defecto, a mi marido.
No era muy de porno y además mi móvil estaba cargándose en el salón, así que decidí utilizar mi imaginación para inspirarme. Empecé pensando en Lucas, en la posibilidad de que nos acostáramos pronto. Luego mi mente se fue inevitablemente hasta Aníbal y, por un breve momento, imaginé que los dos hermanos me compartían. Sabía que Aníbal estaba mucho mejor dotado que su hermano pequeño en todos los sentidos, pero eso no hacía que mi deseo por el segundo se mitigara lo más mínimo. Entonces tras un rato yo desaparecí de mi propia fantasía y la que entró fue Sofía, la novia de mi hijo mayor. Sabía que Aníbal y ella habían estado mandándose mensajes subidos de tono, y sabía que había sido por mi culpa. Eso me excitaba muchísimo, aunque me dé vergüenza admitirlo.
Y entonces mi fantasía se volvió aún más rara cuando hizo acto de presencia Olga, la madre de mis dos objetos de deseo. Sabía que Lucas se había empalmado al abrazarla, pero en mi imaginación se la follaban los dos hermanos. El pollón de Aníbal y las tetazas de su madre serían una combinación explosiva, desde luego. Tanto, que fue con esa imagen con la que me acabé corriendo.
Para cuando llegó mi marido, ya habían desaparecido completamente mis ganas de hacer nada con él.
ANÍBAL (VII): Estrechando lazos familiares
-
¿Quién era? - preguntó mi madre.
-
La zorra de Mamen, que no sabe vivir sin mi polla. - sonreí. - ¿A quién me recuerda?
Estábamos en una habitación de hotel, donde habíamos pasado las últimas 4 horas. No quería follármela, de hecho una parte de mí seguía muy enfadado con ella, pero la carne es la carne y yo soy más carnívoro que nadie. Me había follado a mi madre de todas las maneras habidas y por haber durante las últimas horas. Me había sentido sucio cada vez que me había corrido, mucho peor que cuando me tiraba a alguna guarra con novio o incluso que cuando humillé a Lucas. Pero al poco rato me ponía cachondo otra vez y volvía a la carga.
Ahora mamá me estaba haciendo una cubana y una mamada al mismo tiempo, cosa solo posible gracias al tamaño descomunal de sus pechos y de mi miembro. Os juro que ninguna otra mujer con la que hubiera estado me había hecho algo así.
-
Recuérdame cómo te la tiraste por primera vez. - pidió mi madre antes de seguir chupando.
Otra cosa que habíamos hecho en esta escapada sexual había sido compartir nuestras experiencias más picantes. Ella era infiel por naturaleza y a mí me encantaba acostarme con tías infieles, así que el morbo estaba servido con cada una de nuestras historias. La de Mamen ya se la había contado, pero por lo visto le había gustado mucho.
-
Una noche se fue la luz en todo el edificio y bajó a casa para ver si era cosa solo suya o de todas las casas. - volví a relatar. - Lucas estaba por ahí con Bea, yo estaba en calzoncillos y abrí la puerta de esa guisa porque pensé que con tan poca luz no valía la pena vestirme.
-
Tú lo que eres es un exhibicionista. - acotó mamá, y prosiguió con la felación.
-
Sí, bueno, si hubiera sabido que era una madurita casada seguramente hubiera abierto así incluso con luz. - reconocí riendo. - Bueno, el caso es que, una vez nos cercioramos de que el apagón era general, ella quiso cerciorarse de que lo que intuían sus ojos era cierto.
-
Que tenías un pollón descomunal. - completó ella la historia.
-
Como a ti te gustan, ¿no, mamá? - me burlé.
-
Como nos gustan a todas... - dijo, presa del calentón, mientras seguía lamiendo.
-
¿Qué diría el pobre Lucas si te escuchara decir eso? - metí el dedo en la llaga. - Debe ser duro que tu propia madre piense que estás condenado a morir solo.
-
Yo no he dicho eso. - me corrigió. - Como mucho está condenado a ser un cornudo como tu padre.
-
Ese no es mi padre, zorra. - la agarré del pelo y la obligué a tragar más polla.
No me lo esperaba pero, tras dejar reposar en mi cabeza la historia de mi verdadero parentesco, había disminuido mi desprecio por mi madre y había aumentado el que sentía por el cornudo que estaba casado con ella. No, mi padre era el cabrón que se la había follado, la había preñado y había pasado del tema. Con ese sí me sentía identificado. Hasta me hizo plantearme si podría haber dejado embarazada a alguna tía y no haberme enterado.
-
¿Crees que a Bea ya se la habrán follado en la uni? - pregunté cuando por fin liberé a mi madre.
-
Seguramente. - admitió, respirando con dificultad.
-
Debería habérmela follado yo. Seguro que se hubiera dejado. - me lamenté.
-
Ya te la follarás, siempre hay tiempo. - volvió a chupar.
-
Joder, mamá, qué puta eres.
Esa era gran parte de la razón de que más o menos la hubiera perdonado. Era tan pervertida como yo, y eso no es algo fácil de encontrar. Mamen también estaba muy salida, pero al lado de mamá casi me parecía una santa.
-
Háblame de mi padre.
A pesar de haber compartido tantas anécdotas sexuales, ni ella se había atrevido a contarme la historia de cómo me concibió ni yo me había atrevido a pedírselo. Hasta ahora.
-
¿Estás seguro de que quieres saberlo?
-
¿Es una historia tan morbosa como parece? - sonreí con picardía.
Ella se mordió el labio, dudó unos segundos y finalmente dijo:
-
Más.