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Líbranos de la tentación (intr. ACTO II, cap. 25)

en Grandes Series

ACTO II

INTRODUCCIÓN

Comenzamos el Acto II, en el que como he avisado anteriormente las cosas se vuelven aún más duras pero en el que también algunos personajes empiezan a pagar las consecuencias de sus actos.

De momento el ritmo de subida de capítulos seguirá igual que hasta ahora, pues ya tengo el Acto II escrito casi por completo, aunque no sé si podré mantener el ritmo con el tercer y último acto.

Este primer capítulo del Acto II lo he subido en solitario por dos motivos: uno, que es bastante largo, y dos, que es con diferencia el capítulo más oscuro de la serie, tanto de lo que llevo publicado hasta ahora como de lo que he escrito a continuación. Por esto, puedo entender que haya gente que después de este episodio quiera bajarse del carro, aunque como digo, los siguientes capítulos no serán tan turbios como este.

En cualquier caso espero que sigáis disfrutando y sufriendo con estos personajes y que sigáis comentando vuestras impresiones, ya sabéis que me encanta estar en contacto con vosotros. Muchas gracias por leer.

 

NURIA (VI): Descenso a los infiernos

Habían pasado varias semanas desde la videollamada con Lucas. Bea y yo nos habíamos enrollado ya varias veces, ella cada vez se soltaba un poco más, y en general lo pasábamos muy bien, aunque aún no se atrevía a meter su coño en la ecuación salvo que estuviera el dildo de por medio (el mío sí, lo había masturbado bastantes veces e incluso una se atrevió a hacerme un cunnilingus). Pero no era por Bea por quien suspiraba mi coño.

Cada pocos días acudía a la habitación de Diablo, me desnudaba, me arrodillaba en el suelo y le relataba mis progresos con Bea. Diablo era paciente, sabía que Bea necesitaba ir poco a poco, y que aún tardaría en estar preparada para acostarse con el matón que acosaba a su novio en el instituto. Yo, en cambio, me estaba quedando sin paciencia. Solo quería que se la follara de una puta vez para que así después, si tenía a bien, me follara a mí.

Pero lo peor era lo de Didier. El primer día que fui a ver a Diablo este me había mandado que volviera a mi dormitorio sin pasar por el de “mi amigo el negro”. Al cabo de unos días fue mucho peor.

  • Lo he estado pensando y no quiero que sigas viéndote con el negro ese. - me dijo.

  • ¿Qué? - los ojos se me llenaron rápidamente de lágrimas. - Pero... pero es mi mejor amigo.

  • Tú no tienes amigos, cariño. Tú eres un coño con patas. Eso es lo que eres para el negro. Eso es lo que eres para Bea. Y eso es lo que serás para mí, si es que algún día me apetece usarte para algo más que para informarme y entretenerme. - su tono de voz podía cambiar muy fácilmente de la mayor suavidad a la mayor dureza. - ¿Lo has entendido, Nuria?

  • Sí... - miré al suelo, resignada.

  • ¿El qué has entendido?

  • Que soy un coño con patas. - me calentaba decir ese tipo de cosas, aunque supiera que eran mentira, pero lo de Didier me impedía sentir cualquier excitación en aquel momento.

  • ¿Volverás a ver al negro?

  • No, señor. - empecé a llamarlo “señor” la segunda vez que nos vimos y le gustó.

  • ¿Volverás a hablar con él? - el hijo de puta estaba disfrutando.

  • No, señor. - repetí, preguntándome si sería capaz de engañarle.

  • A partir de ahora revisaré tu móvil cada vez que nos veamos. Y no te atrevas a borrar los mensajes, pues como no vea sus mensajes de confusión preguntándote por qué no contestas asumiré que me has estado mintiendo y se acabará nuestro acuerdo.

No, no sería capaz de engañarle.

  • Sí, señor. - contuve las lágrimas lo mejor que pude.

  • Bien. Vístete y lárgate. - siempre se despedía con esas tres palabras.

Las primeras veces me obligaba a dejar mis tangas, siempre empapados desde el momento en que ponía un pie en su habitación. Al final empecé a ir a verle sin llevar ropa interior porque no era plan de arruinarme a base de comprar bragas.

Me partía el alma leer los mensajes de Didier y no poder responderle. Naturalmente llegó un punto en el que empezó a preocuparse por mí. Un día me contó que ya se había follado a una profesora, ya había hecho un trío y Andrés cada vez le miraba el paquete con más curiosidad. Tenía muchas ganas de responderle, aunque si hubiera sido sincera mi respuesta tendría que haber sido “pues yo he tirado a la basura mi lista de objetivos porque ahora solo puedo pensar en follarme al hijo de puta que no me deja hablar contigo”. El único objetivo en el que me estaba centrando era en el de pervertir a Bea, y porque Diablo lo quería.

Por supuesto, Didier intentó contactar conmigo viniendo a buscarme al cuarto que compartía con Bea, pero yo conocía al dedillo sus horarios y procuraba no estar en mi dormitorio salvo cuando Didier estaba en clase. Cuando Bea me preguntó si pasaba algo entre Didier y yo y por qué lo evitaba, tuve que hacer de tripas corazón y decirle que no quería verlo, sin darle más explicaciones.

Al final pasó lo que tenía que pasar. Una noche, mientras salía del dormitorio de Diablo, me crucé con Didier, que probablemente se había quedado en la biblioteca hasta más tarde de lo habitual. Prácticamente salí corriendo, pero él me persiguió y me alcanzó.

  • Nuria, ¿qué coño te pasa? - preguntó, a medio camino entre la furia y la desesperación.

  • No... no puedo hablar contigo, déjame. - respondí al borde del llanto.

  • ¿Alguien te está haciendo daño? ¿Es eso?

No era eso, o no exactamente. Pero instintivamente miré hacia el dormitorio de Diablo. Y Didier sumó dos y dos. Se dirigió a la puerta y llamó con fuerza.

  • ¡DIABLO! - gritó.

Yo sabía que la cosa se iba a poner fea, y que si Diablo me veía ahí podría tomarla conmigo, así que salí corriendo todo lo rápido que pude. Cuando llegué al dormitorio simplemente abracé a Bea, muerta de miedo. Esa noche no nos enrollamos pero sí dormimos juntas.

A la mañana siguiente enseguida me enteré de lo que había pasado, era imposible no oír los rumores. Diablo y Didier habían protagonizado una pelea brutal en mitad del pasillo de la residencia. Los dos eran muy atléticos así que la cosa estuvo igualada, al menos hasta que Pablo intervino. Él no era atlético pero era enorme, y pudo desequilibrar la balanza con facilidad. Por lo visto el conflicto había acabado con Diablo con un ojo morado y un diente roto, pero a Didier le habían roto la nariz y una pierna. Aquella tarde-noche, mi corazón y mi cabeza me pedían ir a ver a Didier, pero por algún motivo fui a ver a Diablo.

Entré en su cuarto y me dispuse a desnudarme, pero me interrumpió.

  • No te desnudes, cariño. Hoy vamos a ir a dar un paseo. - dijo con tranquilidad, pero el drástico cambio respecto a la rutina habitual me asustó.

  • ¿Un paseo? ¿Estás... estás enfadado conmigo? - pregunté temerosamente.

  • No, Nuria. Al contrario. Estoy orgulloso de ti. Quiero darte una recompensa.

Entonces me atrajo hacia él y me besó. Fue un beso lento, pasional, que le devolví con devoción. Me sujetó las manos por las muñecas para asegurarse de que no intentaba tocarlo, pero aún así lo disfruté como nunca había disfrutado un beso. Pese a todo, me sentía feliz.

  • Vamos. - dijo con firmeza, y salimos de su habitación y de la residencia.

Me llevó hasta su coche, que estaba bastante destrozado pero en aquel momento me parecía un carruaje. Se sentó en el asiento del conductor, yo en el del copiloto y arrancamos. Estuvo conduciendo un rato y al final paramos al borde de un parque, escasamente iluminado por un par de farolas.

  • ¿Qué hacemos aquí? - pregunté con genuina curiosidad.

  • Hemos venido a darte tu recompensa. Ven, siéntate aquí.

Palmeó su regazo, y yo no me lo podía creer. Me acerqué, temblando, con tanto cuidado como excitación, pero finalmente me senté sobre él sin ningún inconveniente. Cuando me bajó los tirantes de la camiseta y empezó a magrearme las tetas sentí que subía al cielo. Entonces metió la otra mano bajo mi falda (ya no llevaba nunca pantalones cuando iba a verle para que no me rozaran el coño desnudo) y empezó a hacerme el mejor dedo de mi vida. Cerré los ojos y perdí la noción del tiempo.

  • Mira. - dijo al cabo de lo que pudieron ser minutos u horas.

Abrí los ojos y vi algo extraño: Didier acababa de llegar al parque. Se acercó con sus muletas hasta un banco y se sentó. No podía vernos desde su posición.

  • ¿Qué pasa? ¿Qué hace él aquí? - inquirí, sin entender nada.

  • Tú mira y calla.

Aumentó el ritmo de la masturbación y casi muero de placer. Estuve en ese trance unos segundos, hasta que de repente vi a tres tipos con malas pintas que se acercaban a Didier.

  • ¿Qué cojones...? - empecé a decir.

No sé si me interrumpió la hostia que uno de los matones le dio a Didier o Diablo estrujándome una teta con tanta fuerza que el dolor fue casi tan insoportable como el placer. El segundo golpe que recibió el que fuera mi mejor amigo lo tiró al suelo, pero en ese instante yo empecé a flotar cuando los dedos de Diablo se centraron en mi clítoris.

La paliza que le estaban dando a Didier era brutal, pero lo que estaba haciendo Diablo con las zonas erógenas de mi cuerpo era aún más agresivo. Yo quería sentirme mal por lo que estaba viendo, pero mi cuerpo me obligaba a sentirme bien. Cuando él cayó inconsciente, yo estaba al borde del orgasmo.

Y entonces pasó. Diablo me arrastró hasta el infierno. Apenas vi la pistola, pero escuché claramente el disparo.

  • ¡NOOOOOOOO! - empecé a chillar, pero a mitad de camino Diablo apretó los botones correctos y transformó mi desgarrador grito de dolor en un intenso gemido de placer.

Mi orgasmo llegó en el preciso momento en el que una bala reventaba la cabeza de Didier. Empecé a llorar desconsoladamente, pero mis ojos no eran la única parte de mi cuerpo que estaba derramando líquido sin parar. Me sentí asquerosa. En cuanto se me pasaron los estertores del orgasmo, vomité sin remedio en el asiento del copiloto.

  • Joder, zorra, me has ensuciado el coche. - protestó Diablo.

Parece mentira, pero no fue hasta que escuché esas palabras que mi cabeza hizo click. Diablo no era un matón de instituto al que la gente respetaba, era un psicópata peligroso al que la gente temía de forma genuina. Me había confiado porque Bea me había dicho que parecía haber mejorado como persona desde el instituto, pero solo ahora caía en la cuenta de que era parte de la trampa que le estaba tendiendo a mi amiga. La trampa que yo le estaba ayudando a tender.

Tenía que salir de ahí, de ese coche y de ese parque, y cagando leches. Me disponía a atravesar el asiento del copiloto y salir pitando, sin importarme marcharme de vómito, cuando para mi terror comprobé que los asesinos de Didier se acercaban al coche. Si salía me toparía directamente con ellos, así que me quedé inmóvil.

  • Ey, Diablo. - dijo uno finamente cuando llegaron junto a la ventanilla, que ni siquiera había que bajar porque estaba rota. - ¿Cómo va, qué tal la familia?

  • Todo bien, Pancho. ¿Ha habido algún problema?

La cordialidad y naturalidad con la que hablaban me helaba la sangre.

  • Ninguno, el negrata no ha podido dar un solo golpe.

Se rió y yo vomité otra vez. Diablo no se reía, pero no estaba pasándolo mal precisamente. Ni siquiera me recriminó volver a mancharle la carrocería.

  • ¿Qué haréis con el cuerpo? - quiso saber.

  • Dejarlo ahí, a la poli no le sorprenderá encontrarse a un negro con un tiro en un parque donde se pasa droga. - comentó uno de los compañeros de Pancho.

  • Ese negro era un universitario modelo. ¿No sospecharán? - insistió Diablo.

  • Ese negro me compraba estimulantes para estudiar para Selectividad y hoy había venido a pillar calmantes para la pierna. - contó el tipo. - Estudiante modelo o no, tiene la suficiente mierda encima como para que a la poli se la sude tres cojones que le hayan volado los sesos.

No era capaz de discernir si lo que estaba diciendo ese hijo de puta era verdad o no, pero me daba igual.

  • Ese negro se llamaba Didier, pedazo de cabrón. - escupí, mirándole a los ojos con odio y conteniendo al mismo tiempo las lágrimas y la tercera ráfaga de vómito.

  • Tú cállate, puta. - me replicó.

  • Déjala en paz, Néstor. El negro era su amigo. - explicó Diablo con una sonrisita.

Néstor me miró con interés.

  • ¿Ah, sí? - vi un brillo en sus ojos que me inspiró pánico. - ¿Es una de las guarras que hacen todo lo que les dices?

  • Se ha corrido cuando has matado a su amigo, tú me dirás. - dijo Diablo con satisfacción, y ya no pude contener más el llanto.

  • Interesante. - el tal Néstor parecía estar tasándome con la mirada. - Te rebajo 50€ del trabajo si le dices que me la chupe.

  • Preciosa, dale a Néstor su recompensa por matar a tu querido Didier. - ordenó Diablo con tanta confianza que, durante una milésima de segundo, volvió a latir en mí el impulso de obedecerlo.

Entre Diablo y el propio Néstor se encargaron de abrir la puerta del coche y hacerme caer de rodillas al suelo, y antes de que me diera cuenta tenía la asquerosa polla del asesino delante de mi cara, dura como si estuviéramos en un club de alterne y no en la escena de un crimen.

El impulso de obediencia se me había pasado, pero el instito de supervivencia me llevó a abrir la boca, resignada a ser violada oralmente por ese cabrón. Tenía media polla dentro de mi boca cuando sentí la primera arcada, pero esa sensación despertó un recuerdo en mi cabeza.

  • ¿No te gustaría morir con la polla dentro de la boca de una tía? - le había dicho a Didier durante nuestro viaje hacia el campus. - Como Tyrion Lannister.

  • Si no recuerdo mal una de sus condiciones era morir con 80 años. - había respondido él. - Además, si nos estrellamos seguramente me la arranques de un mordisco.

La última pieza del puzzle fue ver la pistola asomando por detrás del pantalón de Néstor. Cerré los dientes con todas mis fuerzas y, aunque no llegué a enterarme de si había llegado a arrancarle la polla (me la saqué de la boca tan rápido como pude y no me atreví a mirarla más), el terrible dolor que le hice sentir a aquel hijo de puta me dio la oportunidad de estirar el brazo, agarrar la pistola, plantar el cañón en su pecho y pegarle un tiro mortal de necesidad.

Pancho salió corriendo como alma que lleva el diablo y el tercer matón intentó acercarse a mí, cosa que pagó con un tiro que pegué a la desesperada y que por fortuna le dio de lleno en el cuello.

Por desgracia, mi momento de pistolera vengativa llegó a su fin en cuanto sentí dos fuertes brazos agarrando los míos, bloqueándolos en una llave que me obligaba a apuntar el arma al suelo.

  • Tranquilízate. - susurró Diablo, utilizando su voz más suave y zalamera. - Tranquilízate, cielo, ya ha pasado todo.

Me puse a temblar.

  • No debería haber dejado que te tocaran, perdóname. - siguió hablando. - ¿Puedes perdonarme, cariño?

Diablo pidiendo perdón era algo casi tan increíble como todo lo que había ocurrido aquella noche. No quería hablarle, pero le hablé.

  • No deberías haber matado a mi mejor amigo. - espeté, ya sin fuerzas para llorar.

  • No era tu mejor amigo. Era un tío al que tenías prohibido dirigirle la palabra. Su muerte no debería significar nada para ti.

Tenía razón. Espera, ¿qué?

  • Pero... era una persona inocente. - insistí, algo más calmada.

  • No hay personas inocentes, mi vida. - me sorprendí al sentir su mano izquierda en mis pechos, aunque su derecha seguía manteniendo inmovilizado el brazo en el que yo sujetaba el arma. - Didier se acostó con una profesora felizmente casada, compraba drogas ilegales para mejorar su rendimiento académico y me agredió por tener una relación consentida contigo. No merecía morir menos que los dos hombres que has matado.

Me gustó que lo llamara por su nombre. También me gustó sentir su bulto pegado a mi trasero.

  • Me la ha puesto dura ver cómo te cargabas a esos tíos. - me susurró, y se me olvidó cuánto lo odiaba.

Me di la vuelta y nos besamos, como dos amantes que llevaran años separados y se acabaran de reunir. Sabía que Diablo era una persona horrible, pero... yo también lo era. Probablemente no me merecía a nadie mejor que él.

  • Mi vida. - dijo sujetándome con suavidad la cara y mirándome a los ojos. - No podemos dejar cabos sueltos. ¿Me ayudas?

Lo pensé unos instantes. Asentí.

Un cuarto de hora después, Pancho volvía a la escena del crimen tras recibir un mensaje de Diablo. Diablo lo esperaba apoyado en el capó de su coche, y Pancho se acercó mirando con desconfianza a su alrededor.

  • ¿Ya te has encargado de esa loca de mierda? - preguntó, más asustado que furioso.

  • Sí. - respondió Diablo con frialdad.

  • ¿Y dónde está? - quiso saber Pancho, apoyándose también en el auto.

Salí de detrás del coche, por su espalda, y le puse la pistola en la nuca.

  • Aquí. - le espeté, y después le pegué un tiro.

Diablo decidió que el único cadáver que llamaría la atención de la policía sería el de Néstor, por la llamativa lesión genital. Lo metimos en el coche y, con ayuda de una lata de gasolina que Diablo tenía en el maletero, le prendimos fuego al vehículo.

Nos quedamos un rato viéndolo arder, cogidos de la mano. Había llegado al infierno.