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La MILF más Deseada [12].

en Amor filial

Capítulo 12.

 

—1—

 

 

 

Pasaron tres días desde que Julián y Diana grabaron el video de sexo oral. Ya había sido enviado a la empresa alemana, y el resto del pago no tardaría en llegar. El chico le comentó a su madre que la empresa había quedado más que conforme por la calidad del video, y no les molestó para nada que hubiera durado menos minutos de lo establecido. 

Durante esos tres días hicieron una vida normal de madre e hijo, como si ambos hubieran firmado un acuerdo tácito para no abusar demasiado de las nuevas libertades que se tomarían de ahora en adelante. Sin embargo cada uno de esos días a Julián lo carcomió la ansiedad. Se esforzó por aguantar lo máximo posible, pero su madre era una mujer demasiado hermosa, y el solo verla (aunque fuera con la ropa puesta), lo provocaba. No ayudaba para nada que él tuviera a su disposición tanta cantidad de fotos porno explícitas en las que su mamá era el foco de atención. Cada uno de estos días se hizo, como mínimo, tres pajas. Incluso miró más de una vez todas las fotos de la sesión de Diana con Lautaro. Ese hombre ya no lo ponía celoso, porque había quedado fuera del juego. Además le resultaba fascinante ver a su madre siendo penetrada por una gran verga. 

En el cuarto día hubo un momento en el que Diana y Julián abandonaron los roles típicos que deberían cumplir una madre y un hijo. Ocurrió durante la tarde, mientras Julián se hacía la paja en su habitación, mirando las fotos porno de su madre. Diana golpeó la puerta, porque ya no entraba sin avisar, y su hijo le dio permiso.

La rubia se sorprendió al verlo con la pija en la mano, sacudiéndosela con total libertad. Estuvo a punto de salir, como si hubiera cometido un error, pero si él le había permitido entrar era porque no le molestaba que su madre lo viera pajeándose. 

—Venía a preguntarte qué querés comer —preguntó la rubia—. No tengo ganas de cocinar, y pensé que podíamos encargar comida. 

—Cualquier cosa está bien —respondió el chico, sin dejar de pajearse—. Unas pizzas no sería mala opción.

—Puede ser… 

Diana miró, como inmersa en un trance hipnótico, la forma en que su hijo se pajeaba. Esa gran verga empezó a hacer efecto en ella de forma inmediata. Se acordó de su viejo amante, el Tano, y de las maravillosas horas que había pasado montada a su verga, o mamándola. Para ella también los últimos días habían sido un martirio. Ahora que su cerebro sabía que la verga de su hijo estaba disponible para una mamada, no podía dejar de pensar en eso. Sin poder resistir más la tentación, dijo:

—¿Querés que te la chupe? —Habló con aparente tranquilidad; pero en su interior todo hervía y el corazón le latía tan fuerte que tuvo miedo de que eso le produjera algún daño.

—¿Qué? —Julián quedó petrificado—. ¿Hablás en serio?

—¿Acaso no te dije que estaba dispuesta a hacerlo?

—Este… em… sí; pero no creí que…

—Lo dije en serio… a mí no me molesta. Es meterme la pija en la boca durante un ratito… no tiene nada de malo ¿o si? 

—No sé…

—Ya te dije, esto es un simple favor que te hago, por todo lo que trabajás. A veces pienso que yo solamente tengo que modelar un ratito y que vos te tenés que pasar horas editando y corrigiendo fotos.

—Puede ser, pero a mí me gusta hacerlo…

—Y también se te pone dura cuando trabajás con eso. Creo que lo mínimo que puedo hacer es chuparte un rato la verga. —Ella se puso de rodillas frente a él—. Podré ser tu madre, pero también soy buena petera. Sería un desperdicio no aprovechar mi talento. —Le guiñó un ojo a su hijo mientras le agarraba la verga con ambas manos. Acercó la boca y le dio un chupón al glande, luego comenzó a recorrerlo con la lengua, para humedecerlo—. No creo que muchas madres le hagan petes a los hijos; pero vos y yo tenemos una relación de trabajo muy particular. Somos socios, yo le chuparía la verga a mi socio. 

Metió el glande en su boca, y con suma sensualidad, lo rodeó con lengua. Julián aún intentaba asimilar todas las emociones de la primera vez que su madre le chupó la pija; y ahora tendría que atravesar ese momento otra vez, y sin ningún pretexto de videos o fotos de por medio. Esto era un pete, en toda regla. Sin otra intención que hacerlo acabar. 

Por la mente de Diana también atravesaban pensamientos similares. Ella sabía muy bien que estaba dando un importante paso en la relación con su hijo, y que sin dudas eso marcaría sus vidas. Pero era imposible saber cómo los afectaría de aquí a muchos años. Decidió no pensar en eso, y se concentró en el momento. Le estaba por comer la verga a su hijo, y eso la hizo sentir una pésima madre. Sin embargo también le subió la temperatura a niveles inauditos. Después de tantas sesiones de fotos porno, Diana no podía negar que le empezó a producir morbo la fantasía de hacerle un buen pete a su propio hijo. Ser la madre petera… cometer un acto de incesto… al menos por una vez. 

Sí, tal vez luego de hacerlo una vez, ya dejaría de llamarle la atención. Además, se lo había prometido a su hijo, y no dejaría una promesa sin cumplir. Mucha gente comete actos atroces en su vida, y vive con ello. ¿Por qué ella no podía permitirse hacerlo al menos una vez? Por simple curiosidad.

Mientras se iba tragando la verga de su hijo pensó que, seguramente, en el mundo existían muchas madres que habían cometido actos sexuales mucho más explícitos, con sus propios hijos. Un pete no le parecía algo tan grave. Al fin y al cabo ella había hecho muchos petes a lo largo de su vida. Incluso, mientras estuvo casada, se la chupó a hombres que no eran su marido. Ya por aquel entonces Diana se convenció de que meterse un rato una verga en la boca no era un crimen atroz. Era una simple ayuda a ese hombre que tenía ganas de acabar… y ella disfrutaba mucho ayudándolos con la boca. 

La mamada ya había comenzado, y ella no se iba a detener. La verga entraba y salía de su boca, con la misma naturalidad con la que se la había chupado tantas veces al Tano. Incluso Diana se esforzaba por buscar las zonas más sensibles, y darles intensos chupones. 

“Si ya me la estoy comiendo, lo voy a disfrutar”, pensó. Llevó una mano a su entrepierna, y empezó a masturbarse. Tenía la concha totalmente húmeda. 

—Por cierto —dijo ella, deteniéndose—. Si esto te parece muy raro, pensá que lo hacemos como un ejercicio. Para que aguantes más tiempo sin acabar. Así la próxima vez podemos grabar un video más largo.

—Está bien.

Diana supo que dijo esas palabras más que nada para convencerse a ella misma. Ahora se sentía un poco mejor, al menos tenía un motivo mínimamente racional. Bueno, racional dentro de los parámetros que venían manejando últimamente; porque allí estaba ella, de rodillas, con la pija de su hijo en la boca.

Sabiendo que Julián lo tomaría como un ejercicio de resistencia, ella se esmeró tanto como pudo. No tuvo tregua con él. Se la chupó con una maestría salvaje, como si él fuera su mejor amante y quisiera convencerlo de que ella era la mejor petera. Succionó sus testículos, recorrió todo el falo con la lengua, una y otra vez. Se la metió en la boca y sacudió su cabeza, sintiendo la verga hasta el fondo de su garganta. Algo que había aprendido a dominar gracias al Tano. 

Los bufidos de Julián no tardaron en llegar y Diana se desilusionó un poco, porque sabía que su hijo ya estaba por acabar. Pero eso no le impediría disfrutar de lo que vendría a continuación.

Sacó la verga de su boca para permitir que el primer chorro de semen se elevara en el aire, y cayera cruzándole toda la cara. Diana masturbó a su hijo y la leche siguió saltando, a chorros. Ella movía lentamente la cabeza, con una sonrisa en los labios, disfrutando de esa lluvia de semen. Como siempre, quiso probar un poco. Dejó que las últimas descargas fueran a parar directamente al interior de su boca, y las tragó. Ya no le resultaba tan extraño tragar el semen de su propio hijo. Eso le dio un poco de miedo, no quería que esto se volviera una costumbre. Más bien debía ser un pequeño privilegio que ellos se darían de vez en cuando. 

—Esperá, no te muevas —dijo Julián, cuando ella estuvo a punto de ponerse de pie.

El chico tomó la cámara y fotografió a su madre. Diana sabía que esas fotos terminarían formando parte de algún pack, y eso estaba bien; pero lo que más morbo le daba era pensar que Julián las sacó para tener un buen recuerdo de este momento. Diana agarró la pija y se la metió en la boca otra vez, y miró a la cámara que seguía fotografiándola. Ella también quería tener algunos buenos recuerdos. 

El resto del día transcurrió con normalidad; pero por la cabeza de Diana no dejaba de pasar el recuerdo de la verga de su hijo, y la concha se le mojaba cada vez que se imaginaba chupándola. Unas horas más tarde le pidió a Julián que descargara en su teléfono las últimas fotos que sacó. Después la rubia se encerró en su cuarto y dedicó el final del día a hacerse una enérgica paja mientras miraba las imágenes que ponían en evidencia que ella ya formaba parte del club de las madres que le habían chupado la pija a su hijo.

 

—2—

 

Luego del fallido intento de conquistar a Lautaro, Diana no había vuelto a salir de su casa. Pero estaba convencida de que no podía permitir que ese tropezón le arruinara sus ganas de vivir y de disfrutar. Se puso un sensual vestido sport negro, que se ceñía muy bien a sus pronunciadas curvas. No poseía escote, pero sus voluminosos pechos destacaban como si el vestido estuviera pintado sobre ellos. Como no llevaba corpiño, sus pezones se marcaban un poco. En otra época esto la hubiera inhibido; pero ahora poco le importaba. Quería sentirse libre, y para ella, ahora mismo, la libertad era salir a la calle marcando pezones. 

Nunca fue aficionada a comprar ropa o perfumes, ya que había trabajado más de una vez en ese rubro, y nunca fue feliz haciéndolo. Cada vez que entraba a una boutique, o a una tienda de ropa femenina, recordaba sus malos episodios como vendedora. La solución la encontró gracias a Julián: era más fácil comprar todo lo necesario por internet, y de vez en cuando podía hacer el esfuerzo de comprar algo en una tienda. 

La rubia salió sin ningún rumbo fijo, se subió a un taxi y se dirigió hacia la zona céntrica; permitiendo que el taxista se deleitara mirándole las piernas; pero el vestido era tan corto que si se descuidaba al sentarse, terminaría mostrando su apretada tanga, también negra. En un momento tuvo que decirle al tipo que si no prestaba más atención a la calle, iban a tener un accidente. El taxista se avergonzó tanto que no volvió a mirar el espejo retrovisor en todo el resto del viaje.

Diana paseó por la peatonal dedicada a comercios, deambuló mirando vidrieras de distintos artículos. Prefirió evitar todos aquellos locales que le recordaran su antiguo empleo. Se detuvo en una librería y allí fue donde realizó las primeras compras del día. A ella siempre le gustó leer, era uno de sus pasatiempos favoritos cuando no tenía trabajo. Pero hacía mucho que no se compraba algún buen libro, porque habían aumentado mucho de precio, y ella no estaba en condiciones de gastar la plata en darse gustos. Pero esos tiempos habían quedado atrás, ahora, como modelo porno, estaba haciendo dinero suficiente como para poder darse algún pequeño lujo de vez en cuando. Compró tres libros que le resultaron interesantes, y prefirió las ediciones en tapa dura, aunque fueran más caras. Volvió a la peatonal y caminó como si no estuviera prestando atención a la gente que circulaba a su alrededor; pero de vez en cuando miraba de reojo y se le escapaba alguna sonrisa. Muchos hombres y mujeres la miraban, algunos disimulando, para no ser sorprendidos por sus parejas; pero había otros que le miraban el culo con un descaro total. Sabía que más de una de esas personas la estaba imaginando sin ropa; y se preguntó qué pensarían si supieran que internet había fotos pornográficas de ella. ¿Se lanzarían de cabeza a buscarlas? A Diana le gustaba pensar que así sería. 

Ya se había dado un gusto, y como madre no podía dejar de pensar en Julián. Él también merecía distraerse un poco, y además de la fotografía su hijo tenía dos claras aficiones: mirar series y películas, y jugar videojuegos. A la primera de esas aficiones la tenía cubierta con Netflix, y si bien tenía varios juegos de PlayStation, Diana imaginó que le gustaría tener algunos más. No le costó mucho encontrar una tienda en la que vendieran esa clase de juegos. Más de una vez paseó por esa misma zona junto a Julián, y el chico siempre paraba en el mismo local, y se pasaba largos minutos contemplando melancólicamente la misma vidriera. Una vez Diana quiso darle una sorpresa a Julián, comprándole un juego de PlayStation. Incluso se tomó el trabajo de fotografiar la portada de todos los juegos que tenía el chico; para no comprar dos veces el mismo. Esa situación fue un duro revés para la rubia; el precio de los juegos era tan alto que ella pensó que la estaban estafando. Para colmo el dueño de la tienda le hizo algunas insinuaciones un tanto extrañas, de cómo ella podía conseguir una rebaja en el precio. Pero ni aunque le descontaran el ochenta por ciento hubiera podido pagarlo. 

Sin embargo ahora la situación era muy diferente. Tenía dinero en su cuenta y estaba mejor preparada. Los precios ya no la tomarían tanto por sorpresa. 

Entró a la tienda y no se sorprendió al ver al mismo tipo que la había atendido meses atrás. El sujeto pareció reconocerla, o tal vez sólo estaba sorprendido de que semejante rubia entrara en su negocio. A Diana le gustaba pensar que un hombre no se olvidaría tan fácil de una mujer como ella.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla? —preguntó el tipo, con ensayada cortesía.

—Hola, estoy buscando algún juego de PlayStation 3. 

—¿Te gusta jugar a la play? —la pregunta del tipo llegó con sonrisa libidinosa.

—No —Diana se rió—, yo no tengo ni idea de estas cosas. Es para mi hijo.

—Ah, bien… em… allá está la sección de juegos infantiles —dijo, señalando uno de los paneles.

—Mi hijo es un boludo bastante grandecito. Me puede llegar a matar si le llevo un juego “infantil”

—¿Vos tenés un hijo grande? No me lo puedo creer… parecés muy joven…

—Gracias —ella mostró su mejor sonrisa. Sabía que el vendedor sólo la estaba adulando. Tal vez ella fuera muy hermosa, pero se le notaba que ya pasaba los cuarenta—. El asunto es que no sé qué llevarle. Él ya tiene muchos juegos… más otros que le prestaron sus amigos. Es medio difícil… quiero que sea una sorpresa. 

—¿Y qué tipo de juegos le gustan? 

El vendedor rodeó el mostrador y se acercó a Diana, se paró frente a ella cruzando los brazos. La rubia supo que hizo esto para mostrar el evidente trabajo de gimnasio. Los bíceps del tipo se inflaron dentro de su camiseta blanca mangas cortas. La rubia miró hacia otro lado, como fingiendo que no había notado ese gesto; pero en su interior algo comenzó a arder. Había pasado mucho tiempo reprimiéndose, y culpándose de su época de libertinaje con el Tano. Pero ahora era viuda, y modelaba para fotos porno… la vida seguía. Y ella aún podía disfrutar un poco. 

Sus ojos se encontraron con un cartel que decía “Oferta”, en grandes letras. Se trataba sobre la venta de una consola PlayStation 4. 

—¿Le interesa? —Preguntó el tipo—. Es una muy buena oferta… y viene con cuatro juegos de regalo. 

—No le voy a mentir, mi hijo se moriría de la emoción al ver una Play 4, pero por más que esté en oferta, el precio me parece inalcanzable. —Ella estaba haciendo cálculos mentales. Podía pagar uno o dos juegos de PlayStation 3; pero su presupuesto no estaba en condiciones de comprar una consola nueva—. Prefiero ver algún juego de Play 3… que no sea muy caro. A mi hijo le gustan los juegos de Batman… pero ya tiene un par...

—Siendo honesto, el precio de la oferta puede variar. 

Los sentidos femeninos de Diana se pusieron en alerta. Esa frase le recordó mucho a algo que le dijo ese mismo tipo, tiempo atrás.

—¿Y cómo podrían variar?

—Mmm… no te lo voy a negar, me dejaste impactado desde el primer momento en que pisaste el locar. Sos hermosa. 

—Gracias —su sonrisa fue genuina.

—Te puedo hacer una buena rebaja si aceptás tomar un cafecito conmigo.

—Ah, bien directo lo tuyo…

—Sólo es un café…

—Sí, claro… y yo me chupo el dedo. Yo sé muy bien qué intenciones hay detrás de ese “cafecito”. 

—Solamente me gustaría conocerte un poco mejor… ¿tiene algo de malo?

—No, pero ya estoy grande para que me vengan con cuentos. Prefiero que los hombres sean directos.

—¿Qué tan directos?

—No sé… tanto como puedas. No digo que me vaya a negar… —hizo una pequeña pausa, los ojos del vendedor brillaron—. Pero prefiero que me digas de una vez. ¿Qué puedo hacer para conseguir una mejor oferta?

El corazón de Diana comenzó a latir con fuerza. Se estaba metiendo en un juego peligroso, y al mismo tiempo fascinante. 

—¿Así que querés que sea directo? Bueno… soy directo. Si me chupás la pija, te hago una rebaja del cincuenta por ciento. ¿Te gusta?

—Ja… y era sólo un cafecito. Bueno, al menos estás siendo honesto. No me gusta que me anden con versos. Además… tampoco es que me estés pidiendo algo que ya no haya hecho antes.

Estas declaraciones envalentonaron aún más al vendedor. 

—Debés ser una muy buena petera. 

—Tal vez… 

—Decime, rubia… ¿te comiste muchas pijas en tu vida? Con lo buena que estás… te habrás pasado la vida arrodillada, comiendo pija…

—No fueron tantas como me hubiera gustado —ella notó que el bulto del vendedor empezó a crecer.

—Si querés más, acá tenés una buena… —dijo él, manoseándose la verga—. Y lo harías por una buena causa… un cincuenta por ciento de esa oferta… y te estoy dando una PlayStation 4 prácticamente regalada.

—Pero… ¿me vas a respetar la oferta?

—¿Y vos me vas a comer la pija?

Ella miró para todos lados, como si buscara curiosos. El local estaba vacío; pero se veía mucha gente yendo y viniendo, por la peatonal

—¿Tenés algún lugar donde nadie nos vea? —Preguntó la rubia, con una sonrisa pícara.

El tipo se quedó helado, sus alardes iban más con la intención de calentarse, al poder decirle barbaridades a esa rubia; pero nunca llegó a pensar que realmente ella podría aceptar. Cuando reaccionó señaló con el pulgar hacia atrás.

—Tengo un cuartito en el fondo… donde te la vas a comer toda.

—Entonces… vamos —su sonrisa se cargó más de lujuria.

Juntos se encaminaron hacia el cuarto, que más bien era un depósito lleno de cajas. El tipo no perdió el tiempo, no quería que la rubia se arrepintiera. Se desprendió el pantalón y liberó su ancha verga.

—Ah… al menos voy a comer bien.

—Te dije que te ibas a comer una buena… las putas como vos me vuelven loco. 

—Y yo me vuelvo loca con las pijas anchas y venosas.

Diana se puso de rodillas en el tiempo, ella entendía perfectamente las reglas del juego. Eran dos desconocidos, dejando salir sus perversiones, con la mera excusa de obtener un descuento. La situación la estaba volviendo loca de placer. Miró esa pija, con deseo, y se la metió dentro de la boca, sin ningún tipo de preámbulo.

Empezó a chuparla, como si ya lo hubiera hecho muchas veces con ese tipo, como si se conocieran de toda la vida. Su cabeza empezó a moverse frenéticamente, y la pija se puso totalmente dura ante el contacto de tu atrevida lengua.

El tipo estaba en la gloria, no podía creer que semejante rubia le estuviera comiendo la verga de esa manera. Se sentía un ganador, sentía que nada podía detenerlo. Para colmo la muy puta se la estaba chupando mejor que las prostitutas que acostumbraba a contratar. Se notaba que la rubia tenía pasión por la pija. La devoraba con todo gusto, y se la tragaba completa. No dejaba de masturbarlo y también se tomaba el tiempo de lamerle los testículos.

—Ah… pero qué buena petera que sos, rubia chupa pijas… ¡Se nota que te gusta verga, putita!

Diana debería haberse sentido ofendida por esos comentarios; pero en ella estaban produciendo el efecto contrario. Le calentaba mucho que el tipo le dijera semejantes barbaridades, y más se esmeró en la chupada.

—Te voy a llenar la cara de leche, puta…

—¿Ya estás por acabar? ¿Tan rápido? —Preguntó, sin dejar de masturbarlo.

—Con vos es imposible aguantar más…

—Qué lástima… con lo mucho que lo estaba disfrutando…

—¡Ah, pero qué puta que… ss… soos!

Los chorros de leche empezaron a saltar directamente hacia la cara de la rubia. Ella los recibió con alegría y no se apartó ni una sola vez. Estaba acostumbrada a ver acabadas como las del Tano, la de Lautaro… o la de su propio hijo. Ésta no fue tan abundante, y eso la desilusionó un poco. 

Se puso de pie, y con la cara cubierta de esperma, sonrió y dijo:

—Ahora quiero mi PlayStation. 

—S… sí… la vas a tener. Soy un hombre de palabra. 

De su bolso sacó un paquete de pañuelos descartables y comenzó a limpiarse la cara. Tuvo que usar tres, para quedar completamente limpia. 

Luego volvieron a la parte frontal del local y ella sacó su billetera, para pagar. 

—Si me das tu teléfono —dijo el tipo—, te la dejo al veinticinco por ciento… un regalo.

—Mm… parece tentador. Pero no, gracias. Tenés buena pija, pero aguantás poco. Prefiero hombres que me permitan disfrutar un poco más. 

Eso fue un duro golpe al orgullo del vendedor; pero no supo que decir en su defensa. Se limitó a cambiar la oferta.

—¿Y alguna foto? Mostrame las tetas… y yo te saco una foto… o del culo. 

—¿Vos querés ver fotos porno mías?

—Así es… si me das algunas, te dejo la Play al veinticinco por ciento.

—Eso se puede arreglar, es mucho más sencillo. —Diana tomó un papelito que estaba sobre el mostrador, y una lapicera. Allí anotó la dirección de la página web en la que se publicaban sus fotos—. Entrá ahí… te vas a llevar una linda sorpresa.

El tipo no perdió el tiempo. Agarró el teclado de su computadora y escribió la dirección. En pantalla apareció una foto de la misma rubia, en tetas.

—¡Madre mía! ¿Sos actriz porno?

—Algo así…

—¡La puta madre! Esa no me la vi venir… ¡Pero qué pedazo de tetas! Estás re buena. Decime que hay fotos del culo… y de la concha…

—Hay de todo… puede que hasta algún video… Pero ese contenido te va a costar más caro.

—¿Tengo que rebajarte más la Play?

—No, tenés que pagar en la web. No conozco otra forma. 

—Ya veo… pero si es por vos, pago encantado.

—Gracias…

—Y acá dice que, de las MIlF, sos la más solicitada de la web…

—Ese es mi gran orgullo.

—Con lo buena que estás, rubia, no me sorprende para nada.

—Gracias… ahora sí… cobrá y me llevo mi PlayStation.

—¿Lo del número de teléfono no es negociable?

—No, lo siento. Pero para mí la transacción termina acá. 

—Está bien, está bien —el vendedor tomó la plata y guardó la caja de PlayStation en una bolsa—. Mirá, para que veas que voy de buena fe, también te regalo esto. Es el juego de Batman para PlayStation 4… dijiste que a tu hijo le gustaban.

—Muchas gracias, ese es un buen gesto.

—Solamente prometeme que cuando quieras regalarle otro juego a tu hijo, vas a venir a comprarlo acá.

—Con las buenas ofertas que hacés, ni lo dudes. 

Ella salió de la tienda, contoneándose sensualmente, cargando las bolsas de sus compras. El vendedor no pudo apartar la mirada de ese turgente durazno, hasta que lo perdió de vista.

Diana se sentía una diosa sexual. Estaba feliz consigo mismo. Podría sentirse culpable por haber usado un favor sexual a cambio de una rebaja; pero eso no había sido más que un juego. Ella se moría de ganas por vivir experiencias como esa. Cosas que pudiera recordar en sus noches de masturbación. Además, ahora era modelo de fotos porno. ¿Qué tenía de malo sacar un poco de provecho de eso? El tipo se había llevado una muy grata sorpresa al descubrir la clase de contenido en el que ella aparecía. Era su cuerpo, y tenía todo el derecho del mundo a sacar ventaja de su belleza… especialmente después de que le negaron hacer eso durante años. Ahora era libre, y libre quería seguir siendo. 

 

—3—

 

Diana regresó a su casa y lo primero que hizo fue llamar a gritos a Julián.

—Mamá… acá estoy… ¿pasó algo?

Preguntó el chico, estaba medio mojado y envuelto en una toalla.

—Ah, estabas por bañarte… no quería interrumpirte. 

—Es que pensé que había pasado algo malo.

—¿Malo? No, para nada. Al contrario… algo muy bueno. Tengo una sorpresa para vos. 

Señaló la gran bolsa que había dejado sobre la mesa.

—¿Eso es para mí?

—Sí, abrilo… sé que te va a gustar. Es imposible que no te guste.

Julián se lanzó sobre la bolsa y apenas liberó la mitad del contenido ya supo de qué se trataba. Las palabras “PlayStation 4” brillaron ante sus ojos como si hubiera descubierto el Santo Grial.

—¡No! —Exclamó.

—Sí —dijo ella.

—¡Noo!

—Qué sí, te digo… ¡tarado! Es de verdad. No es ninguna broma.

—¿De verdad? ¿Es de verdad?

—Siempre dije que los videojuegos te atrofiaban el cerebro; pero no creí que sería antes de sacarlos de su caja.

—¡Gracias, mamá! 

La toalla cayó al piso cuando Julián abrazó a Diana. Ella le devolvió el abrazo con alegría. La reacción de su hijo había sido mucho mejor de lo que esperaba, y eso la ponía muy contenta.

—Espero que la disfrutes… y también hay un juego de Batman…

—¡WoW! ¿De verdad? ¡Sos la mejor mamá del mundo! 

—Lo sé…

—Y no me importa que seas egocéntrica, yo te quiero igual.

—Y a mí no me importa que me restriegues el pito de esa manera, yo te quiero igual.

—Perdón, es que…

—Nada… no hace falta que te disculpes. Te vi tantas veces en bolas…

—Te prometo que la voy a disfrutar.

—Antes tenía que pedirte por favor que te desconectaras un poco de esos videojuegos.

—Perdón… voy a intentar no abusar tanto de ellos…

—No, pará… a lo que me refiero es a que ya sos grande. Sos dueño de tu vida. Vos podés hacer lo que quieras. Además sos responsable, y tenés un trabajo. Y tu trabajo no depende de un horario. Así que si te querés pasar un día entero jugando, es asunto tuyo. Yo no te voy a molestar.

—Gracias… porque ahora que tengo la consola nueva…

—Sí, ya sé… no te voy a ver la cara como por dos días. Pero bueno, disfrutala… y cuidala mucho.

—Lo voy a hacer. Gracias. Muchas gracias.

—Ah, y cuando quieras algún juego nuevo, avisame y yo te lo compro. Sé dónde conseguir buenas ofertas.

—4—

 

Tres días después Julián salió de su cuarto; luego de pasarse largas horas probando sus nueva consola. Tenía cinco juegos; que no era ni una fracción de los que tenía para PlayStation 3. Pero los cinco le parecieron geniales, y sabía que les iba a dedicar largas horas de juego.

Encontró a su madre en la cocina, ella llevaba puesta una camiseta vieja, que le cubría hasta la mitad de las nalgas. Cuando la rubia se agachó, para buscar algo en el bajomesada, dejó en evidencia que no llevaba ropa interior. Sus gajos vaginales se dibujaron, como una sonrisa vertical. 

Julián, por tener las manos ocupadas con la consola, no se había masturbado en los últimos tres días… y al ver a su madre esa manera, todas sus hormonas se alteraron. 

Decidido, se despojó de toda su ropa, y se deleitó con la vista, mientras sacudía su larga y flácida verga. El miembro no tardó en ponerse completamente rígido. Julián se acercó a su madre y justo cuando ella se estaba incorporando, con un bol en la mano. Él la arrimó por detrás, aferrándose con fuerza a sus tetas.

—¡Apa! —Exclamó Diana, por la sorpresa—. ¿Seguís vivo? Hace días que no sé nada de vos. ¿Qué andás haciendo fuera de tu cuar…? ¡Hey! ¿Qué…?

Ella se sobresaltó aún más, cuando sintió un hinchado glande contra sus jugosos labios vaginales. Daba la impresión de que su hijo había acomodado la verga con la clara intención de penetrarla; pero no lo hizo. Ejerciendo un poco de presión contra la espalda de su madre, Julián consiguió que ella se inclinara hacia adelante, levantando más la cola. La punta de la verga se arrimó más a la concha, y ésta se abrió lentamente. Él sintió cómo se le ponía más rígida, ante el contacto con la tibieza del sexo de su madre. 

—¡Ay, cómo está esa verga! —Exclamó la rubia. Instintivamente se frotó contra el miembro, flexionando levemente sus rodillas, para luego tensarlas. El glande recorrió todo el largo de su concha, una y otra vez.

Julián sostuvo con firmeza su verga, procurando no apuntar hacia el agujero de la vagina. Sabía que una penetración, aunque fuera accidental, podría hacer enojar a su madre. De todas maneras podía disfrutar de la tibieza y la humedad de ese sexo femenino.

Diana sabía perfectamente qué estaba ocurriendo. Después de lo que hizo con su hijo un par de días atrás, tenía la certeza de que algo como esto ocurriría pronto. Sin embargo no creyó que la temperatura se le subiría tan rápido. Sentir esa verga dura rozando su concha fue como una inyección de adrenalina. Se relamió los labios, preparándose para lo que inevitablemente ocurriría. 

—Puedo tener la cámara lista en un ratito —dijo Julián, sin dejar de arrimarla—. Vos avisame cuando estés lista para las fotos.

—¿Esta es tu forma de prepararme a mí, para la sesión?

—Así es… es algo brusco; pero me imaginé que sería efectivo.

—Es muy efectivo. Ya sabés lo mucho que nos favorece que yo esté bien caliente durante la sesión.

—Sí, claro… este es el esfuerzo que yo hago, para obtener mejores resultados —las manos de Julián estrujaron los grandes pechos de su madre.

—Y algo me dice que que antes de sacar las fotos me voy a tener que comer una buena pija…

—Puede ser…

—¡Uf! ¡Las cosas que tengo que hacer por mantener el trabajo!

Diana dio media vuelta y se puso de rodillas frente a su hijo, el falo se acercó a su cara, y ella lo miró desde abajo, como si fuera el mástil de un barco. 

—Si me la tengo que comer, me la voy a comer. Metémela toda en la boca…

Julián apenas se movió, fue Diana la que, con su esfuerzo, consiguió engullir casi todo ese gran miembro. Tragó tanto como pudo y permaneció inmóvil, durante unos segundos, con los ojos cerrados. Se tomó ese tiempo para disfrutar de la rigidez masculina que le proporcionaba su hijo… y era el hecho de que se tratase de la verga de Julián lo que le hacía revolver toda la líbido en su interior. 

La última vez se la chupó por puro gusto, y la culpa la asaltó en más de una ocasión; sin embargo ahora se sentía más cómoda, al fin y al cabo lo estaban haciendo porque era beneficioso para su trabajo. Era indiscutible que la calidad de las fotos mejoraba mucho cuando Diana se metía de lleno en su papel. Y para lograr eso, debía estar muy excitada. 

Sacó toda la verga de su boca, y largos hilos de saliva se formaron en la comisura de sus labios. Los usó para lubricar la punta del pene y luego volvió a tragarlo. Pero ahora no se quedó quieta, empezó ese vaivén de la cabeza, que tanto disfrutaba, si es que tenía una buena pija para chupar… y sí que la tenía. 

Reanudó la mamada, y mantuvo un frenético movimiento de cabeza durante unos cuantos segundos. Luego volvió a ponerse de pie, y permitió que su hijo la siguiera arrimando de esa forma tan descarada.

Julián volvió a aferrarse de esas grandes tetas, y no tuvo que molestarse en apuntar la verga hacia la concha. Fue la misma diana quien acomodó el glande entre sus gajos vaginales y comenzó a frotarse, como una gata en celo. A veces la punta de la verga amenazaba con meterse en el agujero de la concha, y ese riesgo la volvía loca. Luego de disfrutar esto durante unos cuantos segundos dijo:

—Ya estoy lista para las fotos, traé la cámara.

De ese espontáneo momento surgieron algunas de las mejores fotos que Julián llegó a sacar. La actitud de su madre era totalmente creíble. No se veía como una actriz porno, sino como una verdadera mujer sedienta de sexo. Ese brillo libidinoso de sus ojos era imposible de actuar. Posó frente a la cámara en tantas posiciones como le fue posible, abrió su concha y permitió que su hijo tomara primeros planos de ella. 

Diana no tuvo ningún problema en volver a meterse la pija en la boca. Cuando su hijo se la ofreció, se la tragó con total naturalidad, y a pesar de que estaban sacando fotos, ella la chupó como si estuvieran grabando un video. 

La chupó tanto que Julián no pudo resistirlo más, y terminó bañando de semen a su propia madre. Ella, con una amplia sonrisa, enmarcada por densas líneas de blanca leche, posó ante la cámara. A Julián le costó un poco recobrar la compostura; pero se esforzó por capturar buenas imágenes de esa diosa sexual. Le costaba creer que esa fuera la misma madre que había vivido siempre en su casa. Esta mujer era la encarnación pura del deseo sexual. 

Julián podía entender perfectamente por qué su madre se había convertido en la MILF más deseada de la web alemana. 

 

—5—

 

Diana se encontraba en su cama, acariciándose la vagina; el precalentamiento necesario para poder masturbarse con el consolador. Intentaba encontrar algunas imágenes mentales que la ayudaran a incentivarse. Se le ocurrió mirar algo de porno con su celular, y allí una súbita idea la invadió. Se sentó en la cama, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Completamente desnuda, y con la concha húmeda, abandonó su cuarto y fue en busca de su hijo. 

Esperaba encontrar a Julián en su dormitorio, o en el living, mirando alguna serie; pero se llevó una gran sorpresa. Su hijo sí estaba sentado frente al televisor, obviamente jugando con su nueva PlayStation 4. Pero no estaba solo. Junto a él estaban Lucho y Esteban, que apenas vieron llegar a Diana, con su imponente desnudez, se quedaron boquiabiertos. 

—¡Pero mamá! ¿Qué hacés? ¿Estás loca? —Julián se puso de pie, lleno de rabia.

Los ojos de sus amigos fueron directamente a las grandes tetas de la rubia, o a su lampiña concha, que mostraba claros signos de excitación. Diana retrocedió un paso, por la sorpresa.

—¡Ay, perdón! No sabía que estaban tus amigos… no me avisaste nada… ¿por qué no me dijiste?

—¿Pero cómo se te ocurre andar desnuda por la casa? —Preguntó Julián. 

—Bueno, che, no me retes. Ni que fuera la primera vez que ando desnuda por la casa…

—Mamá…

—…¿Cuántas veces me viste en concha? ¿Qué tiene de malo? Soy tu madre…

—Pero están mis amigos —los dos chicos tenían una marcada erección en sus pantalones, y no dejaban de admirar a la rubia—. ¿Qué van a pensar? ¡Mirá, son unos pajeros! ¡Ya se les puso dura!

—Y bueno, pobrecitos —dijo Diana, con media sonrisa—. A mí no me ofende, para nada… me siento muy halagada de que se les ponga así por mí. 

—¡Mamá! 

—Gracias, chicos… es un lindo gesto de parte de ustedes. Me hace sentir linda, a pesar de la edad que tengo.

—V… Vos s… sos una mujer muy hermosa, Diana —dijo Esteban, tartamudeando.

—¡Mamá! Andate… no quiero que te vean así…

—¿Qué tiene de malo, Julián? Sos chicos grandes, no debe ser la primera vez que ven a una mujer desnuda.

—Pero sí la primera vez que vemos a una tan hermosa…

—¡Ay, gracias, Lucho! Sos un amor. —La sonrisa de Diana era genuina. Julián se dio cuenta de que ella estaba disfrutando con el momento, y ésto lo irritó más.

—¡Basta, mamá! ¡Andá a tu pieza!

—Che, no te olvides que soy tu madre… no voy a permitir que me trates así, menos frente a tus amigos.

—Y yo no voy a permitir que andes desnuda frente a los pajeros de mis amigos.

—A mí no me molesta… —dijo Esteban.

—Vos callate, pajero —le dijo Julián—. Mamá, estos dos pelotudo después van a estar diciendo que sos una puta… que te gusta calentar… y muchas cosas más. Yo los conozco.

—A mí me parecen buenos chicos —Diana dio unos pasos hacia adelante, acercándose más a ellos, y se quedó parada con las piernas lo suficientemente separadas como para que pudieran verle la concha, con sus gajos femeninos colgando.

—No lo son… un montón de veces me dijeron cosas como “Qué buena está la puta de tu mamá”... o “Cómo debe chupar vergas esa puta”... incluso llegaron a decir: “A esa puta le rompo el orto”.

—¿Ustedes andan diciendo esas cosas de mí? —Los increpó Diana.

Los dos chicos se quedaron paralizados, contemplando la hermosa desnudez de la rubia. Ella no dijo ni una palabra, por lo que después de un rato de silencio, tuvieron que responder.

—Em… no lo dijimos en serio —aseguró Lucho.

—Ah, porque eso de que me “van a romper el orto”, no va a poder ser —Diana dio media vuelta, enseñando sus nalgas, y las separó con ambas manos, exponiendo aún más su concha y el agujero de su culo—. Mi cola es virgen… aunque no puedo decir lo mismo del otro agujero. Por ahí tal vez tengan más chances.

—¡Mamá! ¿Estás loca? —Julián levantó más la voz—. ¡Basta, andate! 

—Pero che, qué mal carácter… yo solamente estaba charlando con tus amigos. Me voy, chicos, antes de que Julián se enoje en serio. No se pongan mal porque se les haya parado, para mí es un halago. Hasta luego.

Diana volvió a su cuarto y se sentó en el borde de la cama. Escuchó cómo Julián hablaba con sus amigos, de mala manera, y prácticamente los terminó echando de la casa. Cuando Esteban y Lucho se marcharon, Julián apareció en la pieza de su madre.

—¿Qué carajo fue todo eso? —Preguntó el chico, hecho una fiera—. ¿Cómo vas a decirle esas cosas? ¿Por qué te quedaste, si estabas desnuda?

Diana empezó a reírse, se puso de pie y abrazó fuerte a sus hijos, frotándole las tetas contra el pecho.

—Ya, tranquilo, tranquilo. Ya pasó. No te pongas así.

Julián tuvo que reconocer que ese gesto de cariño hizo magia en él, el enojo no se disipó por completo; pero si lo dejó mucho más calmado.

—No te tomes muy en serio lo que le dije a tus amigos —Diana se apartó de su hijo—. Solamente estaba jugando con ellos. Son unos pajeros, vos bien lo dijiste. Además parece que me tienen miedo… o tal vez te tengan miedo a vos. Casi se hacen pis encima cuando me vieron. 

—¿Pero, qué fue eso de “Por acá tal vez tengan más chances”? ¿Vos querés que ellos te cojan?

—¿Habría algún problema si quisiera eso?

—Son mis amigos, mamá. 

—¿Y por qué eso sería un problema?

—Porque yo lo digo. No quiero que andes haciéndote la puta con mis amigos. Si fuera con otros hombres, no me molesta. Pero me jode mucho que hagas esos jueguitos con los pajeros de mis amigos. Desde el día que te conocieron que me andan diciendo barbaridades de vos. Yo siempre les dije que nunca tendrían la más mínima chance con vos. Sos demasiada mujer como para ellos.

—Ay, qué malo que sos… decí que son tus amigos, si fueran tus enemigos ¿qué les hubieras dicho?

—No sé, no tengo enemigos. Es que vos no entendés, todas las bromas que tuve que tolerar de esos dos. Son mis amigos, sí… pero a veces se pasan de la raya. Ahora se van a poner mucho peor. Antes de irse, Lucho dijo: “Si tu mamá vuelve a salir desnuda, me la cojo acá nomás”.

Diana soltó una carcajada.

—Y tal vez yo me hubiera dejado…

—¡Mamá! 

—Perdón. Ya te dije, solamente estoy jugando.

—Se ve que te gustan mucho estos jueguitos.

—¿Lo de hacerme la puta?

—No, lo de hacer sufrir a los hombres que te quieren.

—Hey, eso fue un golpe bajo.

—¿Por qué? ¿Acaso me vas a negar que hiciste sufrir a papá con tus “jueguitos”?

Diana bajó la cabeza, como si fuera una niña a la que sorprendieron haciendo una travesura. 

—Admito que no me porté bien con tu papá. Quise contarte todo, porque sentí que a vos te podía contar cualquier cosa; pero ya veo que este asunto te afecta mucho. 

—Sí, me afecta. Porque me pongo en su lugar… él era un buen tipo. Está bien, te engañó una vez; pero vos te cogiste al Tano… ¿cuántas veces? 

—No sé, fueron muchas. Fue una aventura que duró bastante tiempo. Y sé que hice sufrir a tu padre. No soy tan buena persona como vos imaginás. Creo que el mundo fue muy injusto conmigo, y yo me la agarré con el hombre que más me hizo feliz. Porque me dolió mucho cuando me enteré que él me engañó. Admito que eso me pegó en el orgullo. O sea, yo rechacé muchos hombres, para serle fiel a tu padre… todo el mundo andaba diciendo que yo lo hacía cornudo desde que éramos novios. Y resulta que la cornuda fui yo. Cuando conocí al Tano quise mandar el mundo a la mierda. Fui la mujer que todos decían que yo era, la mujer que supuestamente yo no era. Miraba a la gente en la cara y les juraba que yo le era fiel a mi marido. Y al otro día me ponía en cuatro en la cama, y gritaba como una puta mientras el Tano me cogía. ¿Y sabés qué es lo más irónico de todo? Que me dejé coger por el Tano por despecho, pero me seguí dejando porque me encanta coger. Él sí que me cogía bien, no como tu papá… y creo que por eso también lo hice sufrir. Sentí que había desperdiciado demasiados años de mi vida, sin poder disfrutar del buen sexo, por serle fiel a tu padre. Lo único que yo quería era que me dieran una buena cogida. Quería una buena pija ¿Era mucho pedir?

Julián se quedó mudo, el discurso de su madre lo dejó helado. Él no sabía qué tanto había tenido que pasar Diana al lado de su marido. Sólo vio la parte buena, el buen trato que existía entre ellos. Veía a su padre como un tipo cariñoso, divertido, responsable; pero nunca se imaginó que pudiera ser lamentable en la cama, y que eso le afectaría tanto a su madre. 

Diana volvió a su cama, se acostó y se quedó, cruzada de brazos, mirando el techo. Julián se dio cuenta de que ella estaba esforzándose por no llorar. 

—Quedate tranquilo, no me voy a coger a tus amigos. Se ve que con vos también voy a tener que hacer lo mismo que cuando tu papá estaba vivo: contenerme. Porque no vaya a ser que mi libertad sexual te ofenda. O que te cause celos… claro, es más importante evitar eso. Mi felicidad es secundaria, si llega, bien… pero que no sea cogiendo con otros tipos, porque se ve que yo ya tengo dueño. 

Julián salió del cuarto y cerró la puerta. Apretó los dientes y los puños, y estuvo a punto de golpear la pared. Pero logró contenerse. Su ira no era hacia su madre, sino hacia él mismo. Diana había hablado en un tono muy irónico; pero tenía toda la razón, y Julián lo sabía. Él, con sus celos, la estaba limitando. Prácticamente le estaba exigiendo que no diera rienda suelta a sus deseos sexuales… a menos que fuera delante de su cámara de fotos. Se sintió un pésimo hijo, especialmente luego de que ella estuvo dispuesta a posar desnuda, y a exponerse frente a miles de desconocidos. Además, como si eso fuera poco, le había regalado una PlayStation 4. Él había soñado con esa consola desde el día en que se anunció que saldría al mercado. 

Entró a la pieza otra vez, Diana estaba acostada boca arriba en la cama, y se sorprendió mucho al verlo entrar. Los ojos del chico chispeaban de rabia.

—Perdón, Julián… lo que te dije fue muy cruel, yo…

—¿Vos querés una buena verga?

La pregunta dejó boquiabierta a Diana. Julián se quitó el pantalón, su verga estaba completamente erecta. Sin darle tiempo a su madre para pensar, se subió a la cama y se tendió sobre ella. Sus narices se tocaron, y se miraron fijamente a los ojos.

—¿Qué… qué vas a hacer? —Preguntó ella, confundida.

—Lo que vos tanto querías… para que entiendas que no tenés que reprimirte por mí. Podés ser feliz

Julián apuntó su verga hacia la entrepierna de su madre. La concha pareció abrirse ante el contacto con el glande. Él supo que ella ya estaba lista para recibirlo, al menos físicamente.

—No, esperá, Julián… ¡Ay!

El rígido miembro se abrió paso dentro de esa húmeda caverna, que cedió ante la presión. La verga entró con tanta suavidad y delicadeza, que Diana soltó un grito de puro placer. 

—¡Ay, por favor! —Ella arañó las sábanas—. ¿Qué estás haciendo, Julián?

—¿Te gusta?

—Sacala, por favor… —pero la verga, en lugar de retroceder, fue ganando terreno—. ¡Ay! No, no… pará un poquito. ¡Soy tu madre!

—Es obvio que te morís de ganas por probar una buena pija. Vos misma lo dijiste. Nosotros tenemos un trato especial… vos me la chupás, cuando yo lo necesito. ¿Qué tiene de malo si te la meto un poco cuando vos lo necesitás?

—No, por favor… no te muevas. —Ella rodeó a su hijo con las piernas, para evitar que pudiera moverse. Aunque esto causó que lo tuviera más cerca, y que la verga se metiera completa dentro de su concha—. ¡Ay, por favor! ¡Qué pija más grande! 

—¿Te gusta?

—Dejá de preguntarme eso…

—Es que, quiero saber cómo te sentís.

—Tengo la pija de mi hijo dentro de la concha. ¿Cómo te creés que me puedo sentir? 

—¿Bien?

—Confundida. Muy confundida.

Si todo ese falo hubiera pertenecido a otro hombre, ella estaría totalmente agradecida de recibir una penetración de ese calibre. Pero su mente era un caos. Sus pensamientos se mecían como un péndulo, acercándose hacia las áreas de placer, suplicándole que disfrutara de esa buena verga; la concha se le mojó aún más. Luego el péndulo terminaba balanceándose hacia los rincones de la más cruda realidad. Donde le hincaban el cerebro recordándole que ese era su hijo, y que no podía permitir que ocurriera una cosa semejante. 

—Sacala, Julián, por favor…

—¿Por qué? Esto puede ser parte de nuestro contrato especial…

—No, es demasiado. No… para nada. Por favor, sala.

—¿Me vas a decir que no te estás calentando?

—Eso no es lo importante…

—Decime la verdad…

Él hizo un movimiento corto, pero lo suficientemente rápido como para que Diana pudiera sentir la profunda penetración.

—¡Ay, dios! Sí, me calienta… es una pija… una grande. Me gustan mucho las pijas grandes. Pero esto es demasiado, Julián. En serio… sé que lo hacés de corazón, para que yo me sienta bien. Pero… ¡ay! Pero no podemos… es demasiado. —Ella aflojó las piernas—. Sacala. 

Julián empezó a retroceder lentamente, ya no miraba a su madre a los ojos, sino que había posado su cara contra la almohada. La rubia miraba el cielo raso, y hacía hasta lo imposible por convencerse que esa no era la verga de su hijo. Pero esto fue contraproducente, porque la llevó a disfrutar mucho del deslizamiento. Hacía mucho tiempo que su concha no estaba tan llena de verga. Cuando salió completa, se posó a lo largo entre sus labios vaginales.

—Yo… yo no pensaba hacer eso —dijo Julián—. Sólo quería que la tuvieras adentro un poquito… te vi pajeándote, me chupaste la verga… o sea, mamá… ya sé que te calienta la verga. Sé muy bien que tenés necesidades sexuales… solamente pensé que si la tenías un rato adentro, después te podías hacer una paja… pensando en eso… 

—¿De verdad? ¿Esa era tu intención?

—Sí, nada más… supuse que, después de todo lo que pasó… y de la confianza que nos tenemos… no estaría mal que la probaras un poco por la concha. 

Ella acarició la espalda de su hijo, sin dejar de mirar el techo.

—Tal vez no sea algo tan malo, después de todo. 

—Vos me ayudaste mucho, mamá… cuando me la chupaste.

—Bueno, pero eso también me ayuda a mí… la pasé bien… me gusta chupar vergas.

—Pero imagino que más te gusta…

—Que me las metan en la concha, sí… totalmente. Dámela otra vez…

—¿Segura?

—No… para nada. Solamente… dámela otra vez. Una vez más… clavame. Fuerte… hasta el fondo.

Julián cumplió con lo que su madre le pedía. Acomodó su falo, encontró la posición idónea entre los gajos vaginales de la rubia y entró con tanta fuerza como pudo.

—¡Ay! ¡Sí! ¡Por favor! ¡Pero qué buena pija!

Diana pensó que la verga le llegaría hasta la garganta; pudo sentir cómo la invadía con fuerza animal. Los músculos de su cuerpo se pusieron a vibrar. El placer la inundó. 

—¡Sacala, sacala! ¡Sacala! —Pidió a gritos, dándole golpecitos a su hijo.

Él retrocedió y la sacó completa. Ella lo empujó, apartándolo. Julián quedó mirando al techo, junto a su madre. Ella no perdió ni un segundo, cerró los ojos y empezó a masturbarse. Concentrándose principalmente en frotar su clítoris y pellizcar sus pezones. No le interesaba meterse los dedos en la concha, ya que aún podía sentir el eco de la dura penetración. Julián, por su parte, tampoco le dio respiro a su verga. Estaba tan excitado que su mano empezó a moverse sin que él se lo pidiera. Madre e hijo se masturbaron, uno junto al otro, como si fueran viejos amigos con derecho a sexo. 

—Si vas a acabar… me llenás la cara de leche, ¿está claro? —dijo ella, entre jadeos. 

No esperó ninguna respuesta, sabía que su hijo había entendido el mensaje perfectamente. Ella siguió pajeándose, con los ojos cerrados. 

—Y de paso… me metés la pija en la boca… me quiero tomar la le…

No alcanzó a completar la oración, un tibio chorro de semen le saltó en toda la cara, y luego llegó otro… y otro. Ella abrió grande la boca, y recibió el falo. Para su fortuna, aún seguía escupiendo leche cuando entró en su boca. Diana la chupó, con la maestría de una actriz porno, y mientras tragaba semen, seguía frotándose el clítoris. Toda esta suma de emociones fue tan abrumadora, que llegó a tener un intenso y húmedo orgasmo, mojando todas las sábanas con los jugos sexuales que saltaron de su concha. 

Cuando Diana liberó la verga, Julián la agarró con una mano y le dio golpecitos en la cara a su madre, provocando que salieran las últimas gotas de leche. 

La rubia no necesitaba mirarse al espejo para saber que su cuerpo era una obra de arte pornográfico. 

El sudor le cubría toda la piel, haciéndola brillar, y todo su rostro estaba cubierto por líneas blancas. Sus grandes tetas subían y bajaban, al compás de su agitada respiración. Tenía las piernas bien abiertas, y entre ellas estaba la mancha de humedad, que era prueba irrefutable de ella había alcanzado el clímax.

Julián supo que no podía desperdiciar este momento. Fue hasta su cuarto, corriendo, y regresó con la cámara en mano, y con la pija aún dura, sacudiéndose al ritmo del trote. Empezó a fotografiar a su madre desde todos los ángulos posibles. Ella escuchó el disparador de la cámara y supo que debía quedarse quieta, y así lo hizo. De todas formas, ya no tenía energía para moverse.

 

—6—

 

Al día siguiente Diana fue a buscar a Julián, como imaginó, lo encontró enchufado al juego de Batman, en la PlayStation 4. Ella sonrió, con genuina alegría, y se sentó frente a él.

Julián puso el juego en pausa.

—No hace falta que pares —dijo la rubia—. Quiero verte jugar un ratito…

—¿De verdad? No sabía que estos juegos pudieran interesarte.

—Y no me interesan. Pero cuando jugás se nota que estás feliz… por eso, seguí jugando, yo me quedo mirando un ratito.

—Bueno, está bien.

Diana se sintió muy bien durante todos los minutos que pasó viendo cómo su hijo jugaba. De vez en cuando le preguntaba alguna cosa, sobre cómo hacía que el personaje se moviera de determinada manera. También hizo muchos comentarios sobre cuánto la asombraba ver el nivel gráfico que tenía el juego, y lo bien recreada que estaba la ambientación.

Casi una hora después Julián dio por finalizada su sesión de juego. Apagó la consola y miró a su madre.

—Sobre lo que pasó ayer… —dijo él.

—Lo que pasó ayer no se va a volver a repetir. Fue algo de una sola vez. ¿Está claro?

—Sí, muy claro.

—Y no te sientas mal, a mí el gesto me gustó… y no voy a negar que me calentó hasta la estratósfera. Pero está mal… es demasiado.

—Sí, es demasiado. Lo repetiste como veinte veces.

—Y lo voy a repetir veinte veces más, de ser necesario. Es demasiado.

Los dos se quedaron mirando la pantalla negra, en silencio. Unos segundos después, Julián habló:

—En fin… ¿cuál era la idea que tenías en mente ayer? 

—Ah, cierto. Pensé que te habías olvidado de eso. Se me ocurrió que podíamos ayer podíamos hacer algo...

—¿Y ya es muy tarde?

—No, yo imagino que lo podríamos hacer hoy. Si tenés ganas.

—Vos ya me viste jugar… ahora elegí vos. ¿Qué vamos a hacer? Yo no me voy a negar.

—Mejor, porque sé que tal vez la idea no te agrade demasiado. Quiero que salgamos a dar una vuelta, pasamos mucho tiempo encerrados en casa. Sé que a vos te gusta estar acá, bueno, a mí también; pero nos va a venir bien tomar un poco de aire fresco.

—Está bien ¿tenés pensado algún lugar en particular?

—Es temprano, hace calor. Podríamos ir a la playa. 

—No me gusta la playa.

—Ya sé; pero ¿hace cuántos años que no pisás la arena? Es para hacer algo distinto a lo que hacemos todos los días. Dale, no seas así…

—Está bien. Vamos. 

—Perfecto, yo voy a darme una ducha y después voy a preparar todo lo necesario. 

—¿Qué? ¿Ahora?

—Sí, ahora… antes de que tengas tiempo de pensar demasiado en el asunto, y termines poniendo alguna excusa. Lo mejor es salir cuanto antes. Y por cierto… llevá la cámara. Estoy segura de que vamos a poder sacar fotos muy buenas.

Diana le guiñó un ojo a su hijo y salió del dormitorio, dejándolo con la incertidumbre de qué tipo de fotos tenía en mente. 

 

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