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Xi Wang Mu

en Sadomaso

Xi Wang Mu era una hermosa y delicada belleza china, entró al salón donde se hallaba el altar del sacrificio, iba apenas vestida, su esbelto cuerpo cubierto por un batín traslúcido de seda blanco perla, sus hermosos pies calzaban sandalias planas de cuero negro.

El salón circular de paredes de piedra negra era iluminado por cinco cirios negros, puestos sobre pedestales de bronce, al centro de la habitación se alzaba el altar de sacrificio, una plataforma labrada en piedra negra con forma de estrella de cinco puntas. La plataforma estaba labrada con signos cabalísticos, cada uno de los cinco cirios negros se hallaba ubicado dirección de una de las puntas de la estrella.

Xi Wang Mu caminó hasta llegar al borde del altar, sobre la plataforma se encontraba encadenado un hombre desnudo por completo, gruesas cadenas le aprisionaban, sujetándolo por los grilletes en muñecas y tobillos, otra cadena le aprisionaba por la cintura. Los fuertes y desarrollados músculos del cuerpo del prisionero estaban en tensión, su piel de bronce, quemada por el sol brillaba ante el claroscuro de la luz del cirio.

La habitación no contaba con ninguna ventana, nada más poseía en su parte superior un hueco en la bóveda del techo, se hallaba justo encima del centro del pentagrama. A través del hueco podía divisarse una enorme luna llena, su disco estaba justo al centro del agujero circular abierto en el centro de la bóveda.

La joven china descalzó sus hermosos pies y trepó sobre el altar de piedra, se despojó de su batín de seda, quedando desnuda por completo, sin nada de ropa, excepto por una cadenilla de plata alrededor de su cintura, de la cual colgaba enfundada una daga. La desnuda piel blanca e inmaculada de la joven fue bañada por los rayos de luz de la luna llena, su cabellera larga y lisa, negra como la tinta ondeó al viento. Se sentó a horcajadas sobre los fuertes pectorales del hombre, abrió sus tiernos muslos exhibiendo su exquisito sexo impúber que emanaba una fragancia embriagante. El hombre sufrió una erección instantánea, su pene se alzó como un poste de acero apuntando al cielo. Ella esbozó una cruel sonrisa en su hermoso rostro, sus grandes ojos asiáticos, de color negro azabache brillaban reflejando las llamas de los cirios.

Él la observó con deseo, sus labios, los del rostro y la vulva, lucían sonrosados y húmedos, invitaban a ser besados y lamidos con pasión. Su pene duro como la roca, hinchado, con las venas marcadas, palpitaba con deseo, exacerbado por llevar semanas en castidad forzada.

Xi Wang Mu desenfundó su daga, su hoja de plata brillo bajo la luz de la luna llena, la daga poseía un filo perfecto.

-Te tocará la muerte de los mil cortes. -Dijo con su voz de seda.

Con la punta de la daga hizo un corte en uno de los pectorales del hombre, el pequeño trazo, corto en extensión, se marcó primero apenas como una línea hecha con un lápiz, luego se dibujó a lo largo una fina raya de un rojo brillante como el rubí, luego la sangre comenzó a brotar lento y despacio. La joven china se inclinó hacia adelante y como una gatita deslizó su lengua a lo largo de la herida.

-Es muy dulce. -comentó.

A continuación, como una artista, continuó haciendo dibujos con su daga de plata sobre toda la piel del hombre, eran cortes cortos, superficiales, no quería tocar venas o arterias principales, la tortura debía ser lo más lenta posible.

Algunas horas después la Diosa china se detuvo, su blanca piel de porcelana estaba bañada en sangre, descansó sentada sobre el abdomen del hombre, dirigió su vista a los genitales, los cuales aún no había tocado, le cogió los testículos en una mano, mientras sostenía la daga en la otra. Deseaba castrarlo ya, de inmediato, ahí mismo, pero en ese caso su víctima se desangraría en segundos y moriría. Le observó, el pobre infeliz gemía mientras la observaba con una mirada llena de terror. Eso la excitaba de gran manera. Sus jugos vaginales descendían por los rostros internos de sus muslos, los fluidos se mezclaban, los del sexo de ella con la sangre y el sudor de él. Era una excitación terrible.

Con la punta de la daga le pico la abultada cabeza en forma de hongo del pene, una brillante gota en forma de rubí emergió. Ella se inclinó y deslizó su lengua sobre el glande, lamiendo la sangre. Luego introdujo el sonrosado capullo dentro de su boca. Lo prensó con sus dientes. Mordió con fuerza, sin piedad, hincando su blanca dentadura en las suaves carnes, el prisionero aulló retorciéndose contra sus cadenas, los molares ceñían la cabeza de su miembro, su pene comenzó a sacudirse en espasmos y a continuación comenzó a disparar potentes chorros de semen caliente dentro de la húmeda boca de la cruel Diosa asiática, eran impresionantes cordones de abundante lefa, el prisionero jamás había experimentado semejante orgasmo, parecía ser que el clímax no tenía fin, todo su cuerpo se retorcía, sus extremidades se hacían daño contra los grilletes y cadenas. Expulsó de su cuerpo hasta la última gota de líquido seminal.

Xi Wang Mu se incorporó tomando asiento sobre su prisionero. Por la comisura de sus labios se deslizaba un hilillo de semen que descendía hasta su mentón. Estaba embriagada, se deleitaba saboreando en su boca la mezcla de semen, sangre y sudor, los fluidos de su víctima se combinaban en su paladar.

Con una mano cogió los testículos y los estiró hacia arriba, extendiendo el escroto como si los fuese a arrancar. Con su navaja cortó los genitales de un tajo.

El hombre la observa en shock, la continuó contemplando hasta que perdió el sentido, desvaneciéndose por la debilidad.