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El Castigo Parte I

en Sadomaso

EL CASTIGO

Parte I.

 

DE LAS CRÓNICAS DE LAS DIOSAS SADICAS

En el Santuario de la luz y de el Amor.

-Fuiste acogido en este templo, se te dieron privilegios, pero fueron inmerecidos. –La voz de la Suprema Sacerdotisa Thalia sonaba caustica y cortante, más que suficiente para llenar de terror al corazón del más valiente.

Estaban en un patio rectangular, abierto al cielo, rodeado de altas columnas jónicas en sus cuatro lados. En medio del patio se levantaba un marco de madera, hecho con dos columnas y un travesaño a modo de viga en la parte superior, similar al marco de una enorme puerta, y atado en él, con ásperas y gruesas sogas, se hallaba un hombre desnudo, joven y atractivo, con un cuerpo de complexión atlética, de musculatura bien definida, lo cual evidenciaba un buen entrenamiento físico.

El hombre estaba bien amarrado por las muñecas y los tobillos al sólido marco de madera, con sus extremidades extendidas en forma de equis, inmóvil por completo observaba a Thalia.

La Suprema Sacerdotisa era una atractiva mujer, de edad madura, de cabello negro y rizado el cual le caía suelto sobre la espalda, su túnica blanca que llegaba hasta el suelo iba sostenida sobre uno de sus hombros con un prendedor de oro.

Alrededor del patio había siete jovencitas, de no más de dieciocho años. Eran Sacerdotisas del Amor consagradas al servicio de la Diosa Zelara. Todas ellas rubias y de ojos azules, habían sido seleccionadas por Thalia por su increíble belleza e inteligencia.

Las jóvenes iban vestidas con túnicas blancas, sostenidas con un prendedor de oro sobre un solo hombro, pero sus túnicas eran muy cortas, apenas llegaban a la mitad de los muslos de las muchachas, con lo cual dejaban al desnudo sus largas y torneadas piernas bronceadas. Las jóvenes llevaban sus hermosos pies calzados con primorosas sandalias de suela plana, hechas de cuero negro, cuyos lazos negros se entrelazaban hasta las pantorrillas, detrás de las cuales se ajustaban amarrados al estilo de gladiadoras. Las suelas de las sandalias eran de cuero duro pero flexible, no hacían mayor ruido al caminar sobre el piso de lajas de mármol gris del patio.

Cada muchacha portaba en sus manos una fusta hecha de cuero negro, rematado en una punta cuadrada, igual a las fustas empleadas para azotar caballos.

Las largas cabelleras rubias de las jóvenes destacaban por su cuido, iban bien cepilladas y recogidas en una cola alta sobre la cabeza.

-Por tu falta serás castigado con todo el rigor que la situación demanda. –Thalia proseguía con su voz grave y autoritaria, sus ojos azules fijos en los ojos del prisionero, la cabellera de la sacerdotisa ondeaba al viento, habiendo sido rubia ahora era casi toda blanca y de tono platinado, era una mujer madura pero poseía un formidable cuerpo, a la vez atlético y voluptuoso.

La Suprema Sacerdotisa alzó una mano, a está señal las jóvenes se pararon alrededor del poste, manteniéndose a distancia de un par de metros, formando un semicírculo.

Thalia bajó su mano, la palma hacia abajo y los dedos extendidos. A esta seña una de las jóvenes se acercó por detrás al prisionero y descargó un durísimo fustazo sobre las nalgas desnudas del hombre.

La explosión del cuero sobre la carne sonó en el aire con el chasquido característico del flagelo.

El hombre apretó los dientes en un rudo intento de apagar un aullido lastimero de dolor.

Thalia permanecía inmóvil, como una desafiante estatua de mármol con sus manos en la cintura. Otra de las jóvenes blandió su fusta y procedió a azotar al hombre, dándole otro severo golpe en los glúteos.

El prisionero no pudo evitar que escapara de su garganta un gemido ahogado.

Thalia curvó sus labios en una sonrisa maligna.

-Como sabes soy partidaria del empleo de la fuerza y aficionada a los castigos corporales duros, y ya que tu falta es grava, exige un único castigo acorde a tu culpa, deberás ser purificado a través del dolor.

Los azules ojos de Thalia brillaban con intenso sadismo y excitación.

La Suprema Sacerdotisa hizo un ligero gesto, inclinando un poco su cabeza hacia delante. A la señal se acercó otra joven, su larga cola rubia bailando tras su espalda, la muchacha descargó cinco rápidos fustazos sobre la parte trasera de los muslos del prisionero. Cuando terminó quedaron marcadas sobre la piel del hombre cinco largas marcas rojizas, como listones color escarlata. Tomó su lugar una de las que aún no habían golpeado al prisionero, una muchacha más alta que sus compañeras, sus larguísimas y finas piernas eran asombrosamente hermosas. La chica descargó cinco fustazos, dando sobre los glúteos y por detrás de los muslos.

Thalia observaba el castigo con su aire altivo, sus manos sobre la cintura. Se mantuvo atenta mientras pasaba cada una de las siete jóvenes, dándole al prisionero los respectivos cinco fustazos en las nalgas.

Para cuando la última hubo finalizado sus respectivos golpes el desgraciado tenía el trasero lacerado, lleno de verdugones a punto de verter sangre.

Los ojos negros del prisionero destellaban de rabia y dolor, los tenía enrojecidos y húmedos a punto de romper en llanto.

-Miserable gusano… -Thalia estaba furiosa, el odio la poseía.- ¡Sigan!

¡Propínenle otra serie de azotes! ¡Denle ahora diez fustazos cada una!

Las jóvenes procedieron otra vez pasando una a la vez, cada chica propinaba diez latigazos, dándole de lleno en las nalgas y tras los muslos.

¡Más fuerte! ¡Golpéenlo más fuerte! -Thalia gritaba increpándolas.

El pobre prisionero gemía, apretando sus dientes para no gritar, pero las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas. El ruido del cuero azotando la carne se escuchaba en una secuencia rítmica y monótona.

Al final de la segunda ronda la sangre se deslizaba despacio por la sudorosa piel del hombre, brotando de las heridas abiertas por los fustazos que le habían destrozado las carnes.

La Suprema Sacerdotisa caminó hasta pararse frente a su víctima, viéndole cara a cara. Cogió al hombre del mentón, con sus delicadas manos blancas de finos dedos adornadas con sus larguísimas y bien afiladas uñas, lacadas con brillante esmalte color natural.

-¿Te duele? –Preguntó con voz malévola y despectiva.

Las chicas estaban detrás, quietas, en espera de las órdenes de la Suprema Sacerdotisa, blandiendo sus fustas de cuero negro en sus manos.

-…Debiste de haberlo pensado cuando deshonraste nuestro credo, quebrantaste la Senda de la Diosa y mancillaste a una de sus Hijas Sagradas. –Thalia hablaba en voz baja, sus palabras eran audibles nada más por el hombre.- Andrea era una de mis siervas preferidas, ahora sería una Sacerdotisa Sagrada de no haber sido por ti.

Thalia soltó al sujeto, sin volverse dio un par de pasos hacia atrás, su blanca túnica de seda rozaba con suavidad el piso de mármol gris.

Arriba resplandecía el rectángulo de cielo azul formado por las altas paredes del edificio que rodeaba al patio central. El blanco edificio de piedra era uno de los muchos que formaban el complejo del Templo de la Luz y el Amor de la ciudad de Tirn-Girell, el segundo santuario más importante dedicado a la Diosa Zelara en el continente de la Tierra Arcana.

-¡Yessenia, acércate! –Exclamó Thalia con voz fuerte.

La chica, quien era la más alta de todas, la de cabellera castaña y piernas largas y gruesas, se adelantó para pararse frente al prisionero. Caminaba de manera pesada y con aplomo, sus pasos se oían con firmeza mientras las suelas de cuero de sus sandalias golpeaban el duro piso de mármol resonando amenazadoramente.

¡Van a azotarlo de nuevo! –Dijo Thalia.- Como lo azotaron en el trasero, pero ahora será en sus testículos.

Yessenia observó los genitales descubiertos del hombre que le colgaban entre las piernas abiertas. Sus testículos se veían grandes y pesados, colgando dentro del saco de piel formado por el escroto.

-¡Freyja! ¡Ven aquí!

Al momento se aproximó con su fusta una muchacha delgada, muy atractiva, de blanca piel muy pálida, con su cola de cabello rubia oscilando al caminar tras su espalda, la chica poseía unas piernas finas y esbeltas, muy estilizadas.

-¡Amárrale el miembro! –Mandó la Suprema Sacerdotisa.

La joven cogió una de las muchas sogas atadas a la estructura de madera, era gruesa y áspera. Tomó entre sus dedos la cabeza del pene del hombre, que presentaba una dura y firme erección, era un miembro enorme, largo y grueso. La joven amarró con la soga la cabeza del pene y tiró de ella hacia arriba dejando el miembro en tensión, topado contra el bajo vientre del hombre, la parte superior se la ató a la anilla de metal que colgaba del centro de un collar de cuero que el prisionero llevaba puesto alrededor del cuello. Los testículos le quedaron expuestos ante sus captoras.

-¡Adelante! –Dijo Thalia.

Yessenia cogió impulso, flexionando su brazo por el codo y dio un fustazo en los testículos del prisionero.

Un grito de agonía se escapo de la garganta del torturado, al tiempo que sacudió todo su cuerpo en un violento orgasmo tirando de sus sogas que le aprisionaban al marco de madera.

-¡Más fuerte! –Exclamó Thalia.- Van a golpear con la misma intensidad con la que le azotaron el trasero.

Las jóvenes se volvieron a ver unas a otras, si bien, por lo general era costumbre el castigar a los esclavos con extrema dureza, de ser posible las Sacerdotisas evitaban causar mutilaciones o daños permanentes en los cuerpos de sus esclavos, o al menos no causar daños irreparables que los dejaran inútiles.

Esa era la pauta, pero no lo sería en esta ocasión.

Yessenia tomó impulso con todo su brazo, elevando la fusta y luego descargó el terrible golpe.

La sacudida del esclavo fue espantosa, así como el bramido de dolor que lanzó al aire.

-¡…Ya basta, por favor…!

La furia emanaba del rostro de Thalia que traslucía una expresión de extrema crueldad.

-¡Asqueroso gusano! ¿Te atreves a pedir piedad? ¡Esto va a durar mucho, te lo prometo!

Plantada en sus sandalias la joven Yessenia se veía como una Diosa castigadora, con sus largas y voluptuosas piernas de muslos gruesos, que se apreciaba bajo la diminuta falda de su túnica de seda blanca. A una seña de Thalia atizó otros tres fustazos de igual intensidad sobre los genitales del prisionero.

En la misma forma en la que le golpearon el trasero las siete bellas muchachas fueron desfilando una a una frente al esclavo, castigándole sin piedad, descargando cinco fustazos respectivamente cada una de ellas.

El cuerpo del esclavo temblaba, sus gritos eran agónicos, sus mejillas estaban arrasadas por las lágrimas.

Al finalizar Thalia examinó el trabajo hecho por sus discípulas, los testículos estaban hinchados y amoratados. La piel de los genitales lucía peor que como había quedado la de los glúteos, estaba llena de verdugones sangrantes. Además, el hombre al luchar contra sus amarras se había dislocado y desencajado el hueso del brazo en la coyuntura donde se unía al hombro

El desgraciado temblaba incapaz de articular palabra.

La Suprema Sacerdotisa cogió las bolas entre sus dedos de largas uñas, para inspeccionarlos.

-Los testículos son la parte preferente para castigar a un esclavo, se requiere un esfuerzo mínimo para conseguir un efecto máximo. –Thalia hablaba como si fuera una profesora impartiendo clases a sus alumnas.

Las chicas permanecían atentas con las fustas listas en sus manos.

-¡Bien, todas pueden retirarse ya! Menos Yessenia y Freyja, ustedes dos quédense, ayudarán a conducir al esclavo a su celda.

Las cinco chicas restantes abandonaron el patio y entraron al edificio por una gruesa puerta de madera.

-¡Freyja! ¡Cierra la puerta! –Ordenó Thalia que se movió para coger la fusta de Yessenia, arrebatándosela de las manos.

Se escucho el ruido de la puerta cuando Freyja la cerró, era el único acceso del patio central, el cual estaba rodeado por las columnas jónicas y las altas paredes de mármol blanco.

-Ahora refuercen las ataduras del prisionero, aten nuevas sogas a los muslos y alrededor del pecho. Y asegúrenle ese hombro de nuevo.

Yessenia de golpe encajó los huesos de nuevo lo mejor que pudo.

Thalia se aproximó parándose frente al hombre, furiosa y bella con su cabello suelto de rubio casi blanco platinado. Desbordante de rabia comenzó a azotar los testículos del hombre, golpeando con la fusta con una dureza implacable y terrible.

Si antes el esclavo había bramado y agitado ahora parecía como si lo estuvieran desollando vivo, mientras la cruel Sacerdotisa masacraba sus genitales.

Yessenia y Freyja estaban cerca, una a cada lado de su Maestra, observando con los ojos bien abiertos el brutal castigo.