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Asistente sexual por solidaridad 9: con otra mujer

en Confesiones

Hola a todos. Muchas gracias por vuestros ánimos, me gusta saber que os ayudo en vuestras noches de soledad. Hoy os voy a contar una experiencia lésbica. Yo no soy lesbiana, aunque sí he tenido alguna experiencia con mujeres, esta es una de ellas.

Uno de mis primeros trabajos que tuve tras salir de la facultad fue para una empresa que hacía un servicio de acompañamiento a personas mayores en sus casas. El servicio era municipal, pero la empresa que lo realizaba era privada. Se trataba de ir a varias casas cada día a hacer la compra, prepararles la comida, recoger un poco y darles conversación. Todos eran personas mayores, casi todo mujeres de entre 75 y 85 años que no estaban tan mal como para ir a una residencia ni tan bien como para no necesitar ayuda.

Debo decir antes de nada, que todos mis compañeros eran buenísmos profesionales, a pesar de que cobrábamos muy poco, todos trataban fenomenal a los ancianos y con mucho respeto, no quiero que lo que yo voy a contar penséis que ocurre a veces, porque fue algo completamente excepcional y porque yo soy como soy.

El caso es que una de las mujeres que me tocó ir a visitar era una señora bastante joven, no llegaba a los 70, pero que había tenido una enfermedad que le había dejado con movilidad reducida desde hacía 10 años. Se notaba que había sido mujer de dinero pero que ahora estaba en época de vacas flacas. Siempre me recibía muy bien peinada y maquillada y vestida todo lo bien que podía permitirse. Había otra persona que la ayudaba a levantarse a primera hora del día, pero luego estaba sola el resto del tiempo, hasta que llegaba yo.

Me fui enterando de que en su familia era gente de dinero, que tenían tierras y negocios, pero que ella siempre fue por libre. Estuvo con muchos hombres pero no quiso casarse con ninguno, lo que le dio muchos problemas con su familia, como era normal. Vivió a todo tren, viajó mucho pero llegó el momento en que la familia la fue dejando de lado y la vejez empezó a hacer mella en ella. A pesar de la edad, se notaba que debía haber sido muy guapa, seguía manteniendo un tipo delgado y esa elegancia que no se pierde con la edad, pero los tiempos cambiaron, la familia y el dinero la dieron de lado y encima la enfermedad la impidió seguir siendo completamente independiente.

Cuando me contaba estas cosas, la verdad, se me caía el alma a los pies, aunque ella no lo decía con amargura. Solo echaba de menos el sexo, decía, y me contaba todo lo que había hecho: follarse en una fiesta a todos los hermanos de la casa, uno a uno, sin que ellos se enteraran, follar en la piscina privada de un gran hotel viendo la torre Eiffell..., ella no era prostituta, se acostaba con quien quería y cuando quería, cuando la apetecía, disfrutando al máximo. Decía que la primera vez que estuvo en Nueva York, no salieron de la suite y solo bebió champán. A mí me dejaba completamente alucinada y pensaba que todo era mentira, hasta que me enseñó su álbum de fotos: era una morena alta, de ojos claros, delgada y guapísima y tenía muchas fotos en fiestas y rodeada de hombres. También tenía fotos muy abrazada con alguien en Londres, Nueva York, Tánger, Guinea, yo que sé, espectacular.

Como yo la escuchaba muy atentamente, ella se animaba a contarme de todo, salvo cuando pregunté por el tema de los hijos. Ahí se ponía seria y cambiaba de tema. Alguna vez dejó caer que algunos viajes a Londres habían sido para ir al hospital y creí entender, aunque ella no lo decia claramente, que debió ir para abortar.

Cuando me contaba sus aventuras sexuales, yo notaba sus pezones erectos a través de la blusa y un día le pregunté si seguía excitándose. Se rió y me dijo que diariamente, que llevaba 10 años sin tener un orgasmo, pero que solo tocándose el clítoris no lo conseguía, necesitaba que hubiera penetración y con sus problemas de movilidad no conseguía meterse nada. Nuestras conversaciones ya habían llegado a ese grado de naturalidad que continuamos hablando de los consoladores. Ella no había tenido ninguno, nunca lo había necesitado, ni era algo habitual en su época, pero yo le dije que sí tenía uno, muy moderno y ella se moría de la risa. La verdad es que el rato que estaba con ella se me pasaba volando.

Tras esa conversación lo estuve pensando mucho, pero al final me presenté un día que no me tocaba ir, con mi consolador a cuestas. Se sorprendió al verme pero le gustó, en realidad éramos amigas. Cuando le enseñé el consolador nos estuvimos riendo un rato porque era de esos modernos que no son realistas, sino que parece un bote de champú o de colonia largo y fino. Después llegamos a la parte práctica; el problema no era el qué sino el cómo. Era obvio que tenía que ayudarla. Me pidió un rato para arreglarse. Entró en su habitación, luego al baño y tras 40 minutos apareció peinada, maquillada y con un salto de cama transparente. Abrió una botella de cava que tenía en la nevera para una ocasión especial y nos sentamos en el sillón. Nunca la había visto así, era segura y manejaba la situación: me servía la copa, brindábamos, llevaba la conversación... me estaba seduciendo como seguro que había hecho miles de veces y debo decir que transmitía una energía especial, una energía muy sexual, a pesar de que su cuerpo ya no era lo que fue y su cara tenía muchas arrugas. Así que no me pude resisitir cuando me pidió que me quedara en bragas, que quería recordar cómo era un cuerpo firme, y tras quedarme con el tanga, se recostó y abrió las piernas. Me di cuenta de que no llevaba bragas, así que se lo toqué, abrí sus labios para llegar al clítoris, ella se recostó más y empezó a darme las gracias, se la notaba excitadísma pero no lubricaba lo suficiente, así que empecé a masturbarla mientras chupaba el consolador y empecé a colocar la punta en su coño, me pidió que se la metiera y yo empecé a meterla despacio, entró bien, demasiado bien, de hecho, pues ella empezó a pedir que metiera más, pero estaba hasta dentro. Me suplicó y me suplicó que metiera algo más gordo pero yo no sabía qué hacer hasta que recordé que tenía un bote de crema de manos con forma de gota grande y pensé que podía ser la solución. Lo cogí y empecé a metérselo por la parte ancha. Iba despacio, con miedo, pensando que la haría daño, pero su coño se lo tragó entero y empezó a gemir como nunca había oído hacerlo, medio llorando, medio riendo, dándome las gracias, y pidiéndome más, así que metí el consolador en mi coño, muy mojado, un momento y ya lubricado se lo empecé a meter por el ano.

Y cuando lo notó se corrió.

Se corrió de tal modo que me dio miedo que la pasara algo y que hubiese sido por mi culpa, pero no. Tras un primer momento la ayudé a incorporarse y me dio mil gracias, había sido un orgasmo increíble, tal y como ella los recordaba. Me vestí, nos despedimos y me fui. Yo estaba supercachonda pero no estaba saliendo con nadie en ese momento, así que me acordé de un chico del gimnasio que llevaba meses tirándome los tejos y yo meses dándole largas. Era un tio muy, muy musculado y además tenía fama de pollón, así que le llamé a ver dónde estaba. Me dijo que en casa y que podíamos quedar dónde quisiera, tirándome el tejo un millón, pero esta vez le dije que su casa estaba bien y le pregunté si tenía condones o los compraba yo de camino. Hubo un silencio y me respondió que se había quedado sin ellos, así que le dije que tardaba 30 hora y que estuviera listo para ponérselo cuando llegara. Jaja, la verdad es que estaba tan caliente que no tenía ganas de aguantarle sus bromitas y su conversación de machito.

Cuando llegué, me abrió el portal, la puerta estaba abierta y en el salón estaba él, sentado en el sillón, con su polla completamente tiesa, lo cual me gustó, pues pensé que no me iba a seguir el juego, pero se arriesgó y ganó jeje. Le puse el condón y su polla parecía más grande porque mis manitas, yo entera, era muy pequeña con respecto a él. Me desnudé y me la metí como una viciosa, pensando en la vida de lujos y placeres que había tenido mi amiga. Me lo follé yo, no le dejé que se moviera él sino que fui yo la que subía y bajaba por su pollón hasta que me corrí y se corrió él. Le di las gracias y prácticamente me fui sin darle una explicación.