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Asistente sexual por solidaridad 4: mi 1º susto

en Confesiones

Ante todo, muchas gracias a todos por vuestros mensajes de apoyo, siento haber tardado tanto en escribir pero las navidades para mi son de las épocas de más trabajo. Pero ya estoy aquí de nuevo. Esta vez quiero contar una experiencia que no fue muy agradable para mí y que me da mucha vergüenza, pero aprovechando que nadie me conoce, me animo a contarla, sobre todo porque sé que a muchos de vosotros os va a gustar.

Después de la experiencia enseñandoles las bragas a los sin techo y de que acabara masturbándome mutuamente con Carlos en un baño, me sentí un poco mal. Al fin y al cabo, aunque no había recibido una educación demasiado estricta ni en absoluto religiosa, había una lucha entre mis ganas de experimentar, de romper con lo establecido, y mi pudor y mi sentido de lo que estaba bien o mal. Enseñar las bragas descaradamente a los vagabundos, aunque sé que a muchos les alegré la noche, no dejaba de sentir que no estaba bien. Me había despedido de Carlos con la propuesta de volver a hacerlo, pero esta vez sin bragas, a lo que dije que con ellos no. Él me dijo entonces que si con ancianos me atrevería, y yo dije que sí, pero al día siguiente no me pareció muy buena idea y le di largas hasta que se cansó de llamarme y de insistir.

Yo, mientras, volví a mis clases de trabajo social en la uni y empecé a salir con un chico muy majo, agradable, para nada chulo ni prepotente. Luis me cuidaba, me trataba bien y me hacía el amor con esmero. Y yo me sentía fatal, porque era el chico ideal, pero yo seguía dándole vueltas a las experiencias "diferentes" que había tenido hasta entonces. Me gustaba que me hiciera el amor despacio, con gusto, al estilo misionero o haciendo la cucharita, pero no conseguía excitarme tanto como con las pajas a Carlos, o a Eusebio.

En épocas de exámenes, tras un mes sin casi vernos, mi excitación me pudo y volví a darle vueltas a lo de exhibirme frente a ancianos. Había colaborado en algún centro geriátrico y había notado como muchos abueletes volvían a comportarse como adolescentes, con la misma calentura, tocándote las piernas o diciéndote cosas. Así que me gustaba mucho la idea de mostrarles mi sexo desnudo y joven. Además, si se ponían muy brutos, podría zafarme bien de ellos, pues muchos tenían incluso problemas de movilidad. Así que llamé a Carlos. Estaba tremendamente nerviosa y excitada y le pregunté si podía acompañarle al trabajo, me dijo que tenía una cosa por la tarde, en apenas dos horas, y yo le dije que vale, que iba con él, y prácticamente le colgué, pues tenía que prepararme a conciencia.

Me puse una falda corta con vuelo de tul azul, que solía ponerme encima de unos leggins, pues era muy corta y muy vaporosa. Esta vez, no solo no me puse los leggins, sino que ni siquiera me puse las bragas. Recuerdo perfectamente el acto de coger las braguitas y volverlas a dejar en el cajón. Ni siquiera tuve la precaución de metermelas en la mochila, lo cual fue un error, como me di cuenta después. Me puse una camiseta de manga corta y cuello ancho y redondeado, muy ajustadito, y me fui a la dirección que me había dado Carlos.

Cuando llegué allí, me costó encontrarlo porque no habia ningún cartel de centro de día o centro de ancianos ni nada. Al final me di cuenta de que no podía ser otra cosa que una puerta grande de un edificio que cogía toda la manzana. Vi a unos chicos salir y pregunté por Carlos, me dijeron que sí, que entrara al fondo del pasillo la puerta de la izquierda. Aunque por el aspecto y los carteles del tablón de anuncios me lo empezaba a imaginar, no fue hasta que entré en una sala y vi a Carlos sentado en el suelo rodeado de chavales de 14 a 16 años cuando asumí que en realidad era una residencia juvenil, un centro donde niños con familias desestructuradas vivían durante algún tiempo por diversos motivos, no era un reformatorio y por lo tanto la seguridad era menos estricta, pero todos ellos seguro que habían pasado por diversos centros o habían vivido incluso en la calle durante temporadas, por eso acababan allí.

Cuando entré, la cara de todos se giró hacia mí. Yo debía ser un espectáculo: rubia, pelo largo recogido en una cola de caballo, camiseta ajustada marcando mis dos pechitos, una falda vaporosa que me llegaba a mitad de muslo y unas zapatillas con algo de tacón. Carlos se puso muy rojo y me pidió que me pusiera a su lado. Me presentó como una amiga y continuaron la charla. Estaban sentados en el suelo, en cojines, por lo que yo tuve que ponerme en posturas muy incómodas para que no se me viera nada. De repente, que se dieran cuenta de que no llevaba bragas podría ser un escándalo que recorrería el centro desde el bedel al director.

Los chicos, todos varones, de una media de 15 años, con las hormonas absolutamente revolucionadas, no tardaron en desviar los temas de conversación, que llevaba Carlos preparados, hacia el sexo. No sé como, de repente me encontré respondiendo a cosas como que qué pasa si durante el acto se meaban dentro de la chica, o si era malo masturbarse 5 veces al día, o si el semen hacía crecer el pelo o si yo me masturbaba. Intenté torear la situación siempre con profesionalidad, respondiendo a las dudas, normales por otra parte, con total naturalidad, intentando inculcar respeto y no demonizando el conocimiento del propio cuerpo pero, ¿cómo responder a esa pregunta? Si decía que no, era como decir que era malo hacerlo, pero si decía que sí, que era la verdad, por otra parte, ya me imaginaba lo que todos pensarían. Al final me decidí por decir la verdad, y así reivindicar que las mujeres también tenemos derecho a disfrutar de la sexualidad sin que nos juzguen. Así que dije que sí, que me masturbaba, y noté como los bultos de sus chandals crecían y me miraban con un brillo en los ojos. Carlos me echó una ayuda y desvió el tema acabando la reunión para salir a jugar fuera. El centro tenía una zona de jardines y una piscina que aún no estaba abierta pero que en verano les daba mucha vida. Carlos propuso unos juegos y la mayoría se fueron con él, salvo 5 chicos, alguno de los más mayores y alguno con la cara de haber vivido mucho para su corta edad. Me rodearon y empezaron a decirme que les había gustado mucho mi charla, que ellos querían saber cosas, que habían visto a sus hermanos o a sus padres follando pero no sabína muy bien cómo funcionaba.

Al final, me encontré apoyada en una pared en la esquina más oculta del jardín rodeada de los 5. Yo andaba con cuidado, intentando que mi falda por atrás no se levantara mucho, sobre todo porque alguno hacía como que se les caían cosas para mirarme las bragas, o eso suponían ellos, así que, bastante nerviosa y sobrepasada, les dije que nos sentáramos y que les respondería a las preguntas. Nos sentamos en el suelo, donde ellos eligieron, una zona donde estábamos ocultos a las miradas desde el resto del jardín. Debía ser el lugar donde se pondrían a fumar, porque se lo conocían bien.

Ya sentados, me empezaron a preguntar por la masturbación. Querían saber la mejor manera de hacerse una paja, para que les diera gusto. Yo les dije que eso lo irían averiguando ellos con la práctica, pero no se daban por vencidos, suplicándome y regalándome los oídos con que era la primera chica que les explicaba cosas, que si era una tía guay… Me dieron un trozo de palo gordo que había por allí y me pidieron que se lo enseñara gráficamente, así que, con una mano cogí el palo, y con la otra empecé a moverla de arriba a abajo. Ingenuamente, pensé que con eso se calmarían lo bastante como para que se les pasase la hora y tuviésemos que volver dentro, pero no. Uno de ellos me preguntó si se la podía sacar para ver cómo era y antes de que le dijera que no, ya la tenía en la mano. El resto no tardó en hacer lo mismo, aunque yo empecé a protestar y a decir que se las guardaran, que no estaba bien, pero ni caso. Todos se la estaban cascando mirándome las piernas. Yo suspiré y les dije que no estaba bien hacerlo delante de la gente, pero me quedé ahí, sin saber qué hacer. Sus pollas eran muy blanquitas y muchas de ellas sin descapullar, pero no quería mirar, eran adolescentes, y no me gustan los adolescentes, así que, para no cruzar la mirada con ninguno de ellos, me quedé sentada mirando al suelo.

No creo que llegara a 5 minutos, cuando noté que uno se levantaba detrás de mí. Cuando hice amago de mirar hacia él, pensando que se iría, noté algo viscoso y caliente en mi sien. Al principio me quedé sorprendidísima y no entendía nada, hasta que otro chico se levantó y esta vez me salpicó la cara. Reconocí el olor y no me lo podía creer. Empezaron las risas y otro se levantó y noté cómo se la meneaba por detrás de mi cabeza, me rodearon entre risas que me ponían muy nerviosa. Intenté irme, pero tendría que haber salido del círculo en que me tenían, de rodillas, y si en ese momento, con sus pollas en la mano, se daban cuenta de que no llevaba bragas, sabía que no podría parar la situación pues, aunque no eran adultos, algunos me sacaban una cabeza.

 Así que me quedé en la misma posición y aguanté las corridas de los 5 en mi pelo, en mi sien, en mi mejilla, mientras se reían y me insultaban. En cuanto abrieron un poco el círculo a mi alrededor me levanté y salí corriendo. Me sentía pegajosa, sucia, muy humillada. Me limpié como pude en el autobús y no paré hasta llegar a casa y ducharme. Carlos me llamó después para preguntarme que por qué me había ido. No se lo conté, de hecho no se lo he contado a nadie nunca. 

Después, en mi vida, ha habido situaciones parecidas, pero yo tenía cierto control y se hacía con mi consentimiento, aquí fueron unos adolescentes que se aprovecharon de mi. Sé que aquí esperabais que dijera que al llegar a casa me masturbé, pero no. Fue un aviso de que debía tener cuidado, como ha habido otros que ya contaré, y no me quitó las ganas de seguir por este camino del sexo que estaba siguiendo, de hecho me reafirmé más en que yo tenía una forma diferente de disfrutar, pero eso ya lo seguiré contando en otra ocasión.

Un besito a todos.