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Jugando con fuego (Libro 2, Capítulo 45)

en Hetero: Infidelidad

CAPÍTULO 45

María se retiró un poco, algo mareada, por el alcohol, pero seguramente más por la excitación… y por aquellos besos… y por aquellos magreos… y por aquella tensión... Si le había sido difícil fingir que no estaba excitada al iniciar aquella paja, ahora, tras aquellos besos y aquella tremenda comida de tetas, ya le era imposible disimular. Aquellas mejillas enrojecidas podrían ser consecuencia del alcohol, pero aquella mirada, aquellas tetas hinchadas y aquellos pezones duros la delataban.

Comencé a sentir un dolor de cabeza casi insoportable, como una resaca prematura, notaba mi sangre palpitar en mi sien mientras Álvaro no quiso que María se retirase tanto y acercó su cara a la suya. De nuevo sus caras pegadas… y de nuevo aquel chico quería besarla… buscando permanentemente una conexión mayor. Si me jodía, si me celaba cuando la boca de María accedía a abrirse y sus ojos se cerraban… más me jodía cuando ella, a los pocos segundos de recibir el beso, le rodeaba con sus brazos. Aquella imagen era dolor puro, la de verla entregarse así, la de ver su lengua tocar la suya y la de sus brazos rodeando su cuello. De nuevo, como consecuencia de estar sus cuerpos pegados, la polla de aquel chico golpeaba y manchaba partes aleatorias de la ropa y cuerpo de María. Las manos de él iban a su cara al besarla… dándome aun más celos… y a sus tetas… acariciándolas al principio y apretándolas después… dándome un morbo increíble, pues yo sabía lo que era aquel tacto, sabía lo que era aquella piel, sabía lo que era acariciar sus tetas colosales pero de tacto delicado, y sabía lo que era que las yemas de tus dedos acabasen chocando súbitamente con sus pezones durísimos…

Mientras los veía besarse me planteé, sí, de verdad, marcharme. Si me moría por verles besarse, sabría que no podría soportar lo que habían anunciado, lo que María le había dicho que iba a hacerle. Además, después de todo lo que había dicho de él, de tantas y tantas noches diciéndome, mientras se escribían, que era un idiota, un crío… dándome a entender que cómo podría aquel niño pijo creerse que podría tener algo con ella… me mataba cómo le besaba ahora de forma desesperada y le acababa de anunciar que le iba a comer la polla.

Como me había pasado en la habitación de Edu, solo quería irme con una última imagen, quería saber la postura, ya sabía el qué, pero me faltaba el cómo. Aquel beso acabó y María se apartó de nuevo. El chico puso otra vez sus brazos en jarra y, tras hacer un último repaso a aquellas tetas brillantes, me miró, dejándome inmóvil, y no sé lo que vio, pero creo que no se podría creer ya que yo podía estar acostumbrado a aquello, igual que no se podría creer ya que María hacía aquello como parte de un trato.

María llevó sus manos a su espalda, bajo su camisa, para desabrochar allí el sujetador, y se quedó con aquella prenda, en dos piezas, en su mano. La polla de aquel chico le apuntaba, de frente y María entonces me miró, inexpresiva, alargó su mano, y me dio aquel sujetador; aquel sujetador comprado para mí y mostrado timidísimamente en aquel restaurante horas antes, ahora me lo daba. Yo alargaba la mano y lo recibía, maltrecho, en un gesto que seguro no tendría maldad, pero me hizo sentir tremendamente humillado. La perenne mueca de Álvaro acabó por adornar aquel gesto de María, haciéndome sentir terriblemente mal. Pero cuando pensé que aquello ya no podría ser más vejatorio, cuando pensaba que se tumbarían en la cama o que el chico se sentaría, fue María la que, levantando un poco su falda para hacer más cómoda su maniobra, hasta el punto de mostrar por ello el liguero, mi segundo regalo, comenzó a arrodillarse… Se arrodillaba… delante de él...

Le iba a chupar la polla allí, a un metro de mí, y arrodillada ante aquel niñato, mientras yo le aguantaba el sujetador…

Estaba decidido, me iba a ir. Me puse en pie mientras María, de nuevo, le acariciaba los huevos y ni reparaba en que yo me iba, o le daba igual. Y el chico me miró, y pensé que me diría algo, pero se lo dijo a María, aunque mirándome a mí:

—Chúpamela bien… eh, que lo he imaginado muchas veces.

Me lo dijo clavándome la mirada. Sabiendo quizás que yo estaba demasiado sobrepasado como para protestar y sabiendo seguro que María estaba demasiado cachonda como para cortarle. De golpe se vio con todo el poder y desinhibido por el alcohol y por su nuevo estatus.

Entonces, María, arrodillada, abrió su boca y alargó su lengua, en dirección a aquella bolsa que caía enorme, llevó su boca allí abajo, entre las piernas de él… y lamió mínimamente aquellos huevos que caían consistentes de su cuerpo… haciendo que aquella polla, permanentemente hacia adelante palpitase sola. Álvaro emitió un gemido un “umm” de gusto, por aquella caricia, pero sobre todo por tenerla allí, sometida, arrodillada, y, pletórico, dijo encantado:

—Ufff… la de pajas que me he hecho imaginando esto… no me decepciones…

Para él parecía ser un juego, un juego macabro, que demostraba algo que yo sospechaba y era que todas aquellas veces que María le había llamado de todo, él seguramente estaba pensando lo mismo de ella.

De pie, al lado de María, veía como ella no reaccionaba a ninguna de aquellas frases, solo reaccionaba a los estímulos y a las respuestas que le daban su polla y sus huevos; como si lo único valioso estuviera allí y ya no debiera perder energía en nada más. Y no sé por qué recordé en aquel preciso momento cuando la había visto llegar al restaurante, tan elegante… no podría imaginar que aquella misma ropa en aquella misma chica pudiera desembocar en una imagen tan de guarra… tan de puta… con aquellas medias y aquel liguero que se le veía con claridad al habérsele subido la falda al arrodillarse y aquella camisa de seda abierta, aquellas tetas disimuladas bajo la camisa refinada, pero desorbitadamente grandes para su torso una vez su camisa se había abierto… a punto de comerle la polla… no podía ser que fuera la misma chica… con la misma ropa…

María me sacó entonces de mis ensoñaciones, retirando su cara de allí abajo hasta colocar sus labios a escasos centímetros de aquella polla que lucía imponente. Y llevó entonces sus manos a sus propios muslos, mirando hacia arriba, mirándole, dispuesta a hacer algo que yo creía que él no merecía, pero yo no quería parar, dispuesta a hacer algo que ella sabía que él no merecía, pero no podía parar y entonces sacó la lengua y le dio un pequeño toque en la punta a aquel glande oscuro, casi violeta, empujándolo hacia arriba… y otro pequeño toque… y él la miraba y ella le miraba…

Ella quería aun mandar, le estaba diciendo con aquellos mínimos golpes con su lengua que quería que él le rogase que se la metiera en la boca. Y otro toque más y una gota brillante y transparente nació allí, brotando de la nada… gota que María deshizo casi inmediatamente, pues su lengua dibujó entonces un círculo alrededor de aquel glande oscurísimo y brillante, y yo de nuevo pude sentir ahora a través de él, sentir lo que es tener a María acariciando la punta de tu polla con su lengua… pero él no dijo nada… y otra caricia con aquella lengua… y ella apartó la cara un momento, cogió su melena y se la llevó toda ella a un lado de su cuello, dejando que cayera por delante, por un lado de su torso, tapando completamente una teta con ella y dejando su otra teta completamente descubierta... y un “joder….” salió de Álvaro, ansioso, vislumbrando lo inminente, y ella entrecerró los ojos y quiso matarnos a los tres y comenzó a introducirse, lentamente, aquel pollón en la boca… todo el glande… hasta que su polla se le marcó en la boca, en su moflete, deformado por aquella polla impresionante.

—¡Uff…! —gimoteó Álvaro, cerrando los ojos y dejando caer un poco su cabeza hacia atrás… Y si él se moría de gusto, yo me moría del morbo al ver como María comenzaba a llevar su cabeza adelante y atrás, lentamente, echando su cuello adelante y atrás… sin usar las manos… en movimientos mínimos, rítmicos…

Mi novia le comía la polla a aquel niñato… de rodillas… A aquel niñato que decía no soportar… Haciéndome daño, pero a su vez dejándome inmóvil por la excitación.

—¡Ufff, joder…!— suspiró él, mientras ella comenzó a torturarle con aquel ritmo desesperadamente lento.

La imagen era tremendamente hipnótica. Era como estar en un sueño. Y pronto los jadeos de Álvaro sonaron menos fuerte que el sonido líquido de aquella mamada pausada. La saliva de la cálida boca de María se juntaba con el preseminal de la ardiente polla de Álvaro, creando un cocktail sonoro y a la vez tremendamente húmedo... Yo no podía soportar tanto dolor… y a la vez tanto morbo… de tener a tu novia a un metro, comiéndole la polla a un crío doce o trece años más joven que ella... sin usar las manos... y ya dejando que un reguero de saliva cayese de la comisura de sus labios como consecuencia de aquella chupada tremenda...

No suficiente con eso, María quiso demostrar su poder, demostrar su temple mezclado con autoridad: Se introdujo aquel pollón un poco más en la boca y dejó su cabeza quieta, produciendo que Álvaro la mirase y conectase con ella pues ella miró hacia arriba… Allí arrodillada, con sus ojos grandes, mirándole, sin usar las manos, y completamente quieta… Yo no sabía qué iba hacer, y entonces ella llevó sus manos de nuevo a su melena, sin abrir la boca, sin soltar la polla de su boca, llevó toda su melena hacia atrás, a su espalda. Y aun así siguió sin sacar su boca de allí, mientras comenzó a usar sus manos para desabrocharse los botones de los puños de su camisa… lentamente, sin soltar aquel pollón de entre sus labios, sin cerrar los ojos, mirándole… hasta desabrochar aquellos puños y remangar su camisa hasta los codos, y entonces, ahora así, cuando ella quiso, reinició aquel movimiento de su cuello adelante y atrás, aquella comida de polla lenta, impecable… infartante… que a mí nunca me había hecho así, y que no sabía cómo lo hacía con tanto morbo, con tanta sexualidad… No comprendía como chupándosela de aquella manera podía parecer tan elegante a la vez que tan tremendamente guarra.

Al notar Álvaro como ella volvía a chupársela así, volvió a cerrar los ojos, y durante unos instantes se la estuvo comiendo otra vez así y yo comencé a marearme, seriamente, hasta el punto de pensar que realmente podría vomitar, no sabía si por el alcohol, la tensión, los nervios, los celos… el morbo…

María aceleró un poco el ritmo, casi nada, y sus tetas comenzaron a bambolearse también rítmicamente, brillantes, y recibiendo ahora también aquella saliva que caía de la boca de María, aquella saliva y aquel preseminal sobre aquellas tetas bamboleantes, que no hacían si no crear una imagen aun más hipnótica y onírica. Empezó a caer tanto de aquel líquido mezclado sobre sus pechos que supe que ella no hacía nada porque aquello no cayese, si no todo lo contrario, estaba disfrutando de aquel rebosar de su comisura y de aquel nuevo tacto sobre torso.

Álvaro, tras esos primeros minutos en los que pareció sentir un placer inmenso, consiguió recomponerse, abrió los ojos… y comenzó a hablar en voz baja, y yo no sabía si lo decía para joderme a mí, para joder a María, o se lo decía sí mismo, sin importarle lo que pensáramos. Dijo un “joder… cómo la chupas...” y después un “Es impresionante, joder...” que no hacían que María alterase su ritmo lo más mínimo. “Qué boca de puta tienes… joder...” dijo, matándome, de nuevo sin que ella se alterase, y alargó entonces su mano hasta la cabeza de ella, acoplándose al ritmo de aquel movimiento de cuello con su mano, llegando a sonreír entre jadeos al ubicar allí su mano. No contento con eso, dijo claramente, colocando ahora su otra mano también sobre su cabeza:

—Las pollas que te habrás comido, eh…

Yo no podía creerme lo que veía… y el ritmo de María se aceleró, y lo hizo porque él comenzó a mover su cadera hacia adelante y atrás a una velocidad un poco superior, y dijo:

—¿Cuantas pollas le has visto comerse, eh? ¿Cien? ¿Más? —me preguntaba con desprecio mientras, ya más que dejar que ella se la chupase, lo que hacía era follarle la boca lentamente.

—Más de cien, seguro. —dijo echando su cadera hacia atrás, del todo, hasta que la boca de María quedó libre y un reguero enorme de preseminal y saliva cayó, sorprendentemente denso, sobre una de sus tetas.

Entonces llevó una de sus manos de nuevo a su propia cadera y mantuvo su otra mano en la cabeza de María, tirándole un poco del pelo y movió de nuevo su cadera hacia adelante, gustándose, con chulería, como diciendo que después del show de María, de aquella parada sobreactuada, ahora le tocaba a él, y le metió el pollón en la boca hasta la mitad. María protestó entonces, con un sonido ahogado… Un “¡mmmm” de protesta, pero no le paró, y él se la sacó, sacó la polla empapada de la boca de mi novia y se la metió en la boca otra vez, con fuerza, casi con violencia… Y ella lo aguantó, otra vez, como pudo. Y otra y otra y otra embestida… y aquel sonido ya no era líquido, si no gutural, por estar llegando aquel pollón hasta su garganta… y entonces ella tuvo que llevar sus manos a los muslos de él, para evitar así que se la metiera tan fuerte y hasta tan al fondo.

Aquel cabrón, con una mano en la cabeza de ella, tirándole del pelo un poco hacia arriba, se echaba hacia atrás, hasta que su polla salía brillante y empapada de la boca de ella, para inmediatamente después volver a llenarla, a llenarle la boca con su polla hasta deformar aquel moflete otra vez y volver a sacarla. Además, acompañaba aquellos denigrantes movimientos con sus “ufff” y sus “joder… que bueno...” y en una ocasión que la polla no entró bien, emitió un “abre la boquita, joder...” que sonó tremendamente denigrante, pero María no reaccionó, no protestó y yo hacía tiempo que sabía por qué no protestaba y es que, desde la noche con Edu, ella había deseado volver a tener aquel sexo guarro, denigrante, grotesco… que yo… no sabía darle. Aquel chico quizás estaba pensando que él ganaba, que ganaba porque la humillaba, pero no sabía que, en el fondo, también estaba ganando ella.

Y, ni siquiera tras él pararse y comenzar a pajearse a centímetros de su cara ella iba a perder. Ni siquiera cuando le dijo “me voy a correr en tu cara” María se molestó, pues le parecía humillante, pero no podía evitar querer que aquello pasase, porque su orgullo luchaba con su excitación y ganaba la excitación. Y ni siquiera cuando él apuntó más abajo y ya se pajeaba frenéticamente y dijo “no… mejor en tus tetas… en tus tetazas de puta...” María se amilanó, si no que llevó sus manos a sus pechos, ofreciéndoselos, serena, cachonda, ansiosa, queriendo aun disimular su excitación, pero temblando y mirándole con unos ojos de guarra increíbles. Y María irguió su cara y sintió un latigazo espeso sobre uno de sus pechos a la vez que él emitió un “¡ohh, joooder…!” y otro latigazo caliente acompañado de un “¡tomaa… zorraa… jodeer…!” que ella recibió con entereza en toda su areola y pezón y rebotó aquel chorro blanco hasta caer sobre su falda y otro y otro y otro más espeso, siempre sobre sus tetas, en una corrida bestial que ella me había pedido en su momento y yo no le había podido dar y él dejó de insultarla, al ver que era inútil… y se abandonó al placer mientras la seguía empapando.

María recibió como seis o siete densos latigazos mientras recogía sus pechos y miraba hacia arriba, aguantándole la mirada a aquel chico que se descargaba cachondo, y agresivo, como había demostrado ser en aquellos mensajes guarros que le enviaba.

Cuando Álvaro acabó se echó un poco hacia atrás, entre bufidos, mareado, con los ojos cerrados. Y María, con las tetas y las manos empapadas, buscaba un sitio al que limpiarse. Yo, no sé por qué, posé su sujetador sobre la cama y retrocedí un poco, hasta apartarme, colocándome como al principio, entre los pies de la cama y la pared. Ella se levantó, intentando que no le goteara semen de sus pechos… buscaba donde limpiarse. Dejó entonces que sus brazos cayeran libres y ante la imposibilidad de encontrar nada, acabó por ir en mi dirección, hasta llegar a mí.

Frente a frente, con las tetas bañadas del semen de aquel chico, al que yo veía ahora quitándose la camisa y girándose hacia una mesilla, me dijo, en tono bajísimo, casi temblando, tremendamente cachonda, con la mirada ida por lo que acababa de vivir:

—Voy al baño a limpiarme... y nos vamos…

Y yo escuché aquel susurro… mientras veía caer gotas de semen blanquísimo por sus tetas… bañadas… cayendo aquel líquido blanco en carriles espesos… en una imagen que me dejó sin respiración.

Entonces María llevó repentinamente una de sus manos a su vientre, con rapidez, pues notaba una gota espesa descender rápidamente de entre sus pechos hasta más abajo y, tras eso, acercó su cara a la mía y me susurró:

—Vámonos, por favor…

Y yo no sabía si me lo imploraba ella a mí o su orgullo a su excitación.

No pude reaccionar. Era imposible. La imagen era para morirse allí mismo. Ella, desesperada por limpiar sus manos inmediatamente, apartó entonces aquella mano manchada de su torso y llevó ambas manos a su culo, sobre su falda, limpiándose allí. Yo no era capaz de responder, de decir nada. Solo miraba. Miraba como Álvaro, completamente desnudo, blanco, espigado, rebuscaba en los cajones de su mesilla, buscando algo, mientras María, tras limpiarse en su falda de cuero, llevaba sus manos a su camisa, a la parte alta, a la altura del segundo o tercer botón empezando por arriba, y parecía que se la iba a quitar, pero lo que hizo fue abrírsela un poco más, hasta casi apartarla hasta los hombros, y miró hacia abajo, comprobando los daños, comprobando aquel mancillamiento de sus pechos, en una mirada que esbozaba un “joder cómo me ha puesto...” que tenía poco de enfado y mucho de excitación.

En ese momento, mientras María se miraba y yo la miraba, otra gota espesa y blanca comenzó a descender, y yo, instintivamente, llevé una mano allí para detener esa densa gota blanca que bajaba de una de sus tetas, por su vientre. Y sentí aquel tacto viscoso y caliente, sobre su cuerpo tibio y, mi mano, automática, subió un poco hasta envolver una de sus tetas y sentir aun más aquel líquido caliente mezclado con la tibieza de su piel. Acaricié su teta con mi mano mojada del semen de Álvaro. María me miró. Yo la miré. Aquello nos resultaba familiar. Aquello era lo nuestro. Y yo comprendí que aquella mezcla era lo que buscábamos; aquel libre albedrío de María con Álvaro, donde mandaba ella y se llegaba hasta donde ella quería, siempre sabiendo que yo estaría de acuerdo, mezclado con nuestros momentos de conexión, íntimos, nuestros.

Llevé mi otra mano a su otro pecho mientras Álvaro subía a su cama y bajaba por el otro lado, hasta desaparecer de aquel dormitorio y embocar aquel pasillo oscuro y eterno. Yo no sabía a dónde iba, mientras, en silencio, acariciaba las tetas bañadas de María y nos mirábamos, y empezamos a escuchar como Guille y Sofía comenzaban un segundo asalto, pues los gemidos de esta volvieron a hacerse evidentes.

María disfrutaba de aquellas caricias y yo le sobaba los pechos y me moría al sentir aquel semen sobre la delicadeza de aquella piel, y entonces ella se acercó más, nuestros labios se rozaron, y me susurró que nos fuéramos… en un susurro poco convincente. Y, mientras los “¡aahhmmm!” de Sofía nos envolvían, los labios de María se me hicieron demasiado tentadores como para no sentirlos, y la besé, o me besó ella, esta vez sin cortarse, sin avergonzarse como en la habitación de Edu. Pues ahora ya no había nada que ocultar, ya le había visto comerle la polla aquel chico, ya sabía que al besarla notaría aquel sabor y olor a sexo, a polla, en su boca, y nuestras lenguas se fundieron mientras yo notaba el semen de Álvaro en mis manos y el sabor de su polla en mi boca, a través de la boca de María… mi polla estaba que explotaba al sentir tantas emociones a la vez…

Mi lengua jugaba con aquella lengua que hacía tan poco tiempo había abrazado el pollón de aquel chico, y yo la sentí tan guarra por hacerlo y me sentí tan guarro por disfrutarlo que sentí la enésima gota empapar mi calzoncillo.

María acabó por cortar aquel beso, llevar sus manos a mi cintura y posar su cara al lado de la mía; pegados, conectados, yo aun sin quitar mis manos de sus pechos, y ella me susurró, otra vez, desesperada:

—Vámonos, por favor…

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