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Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 12, 13 y 14)

en Hetero: Infidelidad

 

 

 

CAPITULO 12

Más allá del evidente morbo y excitación que me tenía al borde del colapso, sentía estupefacción, fascinación... Una María que había comenzado su narración de manera avergonzada, dubitativa y contenida, había acabado explotando en una sucesión de descripciones detalladas y pormenorizadas no solo de lo que había hecho con Edu… si no de lo que había sentido, sentido al obedecerle... al arrodillarse ante él… masturbarle con las tetas… chupársela… y ser penetrada salvajemente por él.

La temperatura se había disparado por su confesión y había un olor que lo envolvía todo, una mezcla de su perfume, sudor y sexo… Aquel olor me llevaba, de nuevo, a aquella habitación que nunca podría olvidar.

María se recompuso. Parecía algo mareada, pero a la vez avergonzada. Me recosté sobre la cama. La dejé que volviera al mundo real sin tener que sentir mi mirada atolondrada, mirada que no era acusadora ni mucho menos.

Escuchaba y sentía como María se quitaba las sandalias y como dejaba la camisa con delicadeza sobre una esquina de la cama. Dejé que se tomara su tiempo antes de tumbarse completamente desnuda junto a mí.

Mi pene seguía completamente erecto. Pene que no había sido tocado, siquiera mirado por ella, en ningún momento.

Los dos tumbados, juntos, boca arriba. Podía notar su respiración aun alterada. Comencé a acariciar su abdomen con suavidad… Yo seguía, llevaba minutos y minutos, a punto de explotar. Mi miembro me pedía desesperado deshacerse de aquella insoportable carga.

Busqué sus mejillas y la besé. Besos que resonaban por todo el dormitorio… cuando la lámpara volvió a la vida, dándonos un poco más de luz.

Mis caricias y mis besos se prolongaron un par de minutos sobre una María, agotada, que apenas interactuaba.

Acabé por incorporarme. Me coloqué dispuesto a tumbarme sobre ella y penetrarla. Solo me tomé un poco de tiempo para admirar sus tetas aun hinchadas, su pecho subir y bajar por su respiración y su coño saliente, enorme, desbordante…

Me acosté sobre ella y mi pene entró en su cuerpo casi sin querer… Se deslizó afanoso por su interior, hasta el final; yo suspiré y María no emitió ningún sonido. Me quedé allí, quieto, dentro de ella. En silencio. Besé sus labios y ella llevó sus manos a mi culo, dando así casi sus primeras muestras de actividad.

De nuevo aquella sensación que había sentido al follarla después de Edu. De nuevo aquella sensación de que mi pene nadaba en la inmensidad de un coño dilatado por algo superior. Su coño no sentía nada y yo disfrutaba de no sentir nada. Era tan poco el roce que yo, a pesar de estar excitadísimo, veía difícil correrme. Estuvimos así unos minutos en los que mi cuerpo iba adelante y atrás en movimientos cortos y nos dábamos pequeños besos, con los ojos cerrados. Nuestros cuerpos no hacía ruido, nuestras respiraciones no se alteraban… Llegaba a salirme completamente de ella para volver a penetrarla y apenas nos dábamos cuenta de que yo estuviera dentro de su cuerpo o fuera. Sus manos acariciaban mis nalgas con ternura y nuestros besos eran lo único que rompía el silencio.

Acabé por salirme de ella y tumbarme de nuevo a su lado y boca arriba. Tras unos segundos así ella optó por alargar su mano y llevarla por fin a mi polla… La agarró con cuidado y echó la piel hacia atrás. Si mi polla había medrado en tamaño y dureza por la falta de rozamiento sus dedos consiguieron en seguida estimularla. Con dos o tres dedos comenzó a masturbarme. Ambos con los ojos cerrados; inició una paja mecánica, lenta, rítmica, con la única intención de descargarme, de vaciarme. Después de todo lo vivido no tardé mucho en comenzar a sentir que me corría… ella lo notó y apretó un poco más fuerte, y comenzó a exprimirme mientras se alteraba mi pulso y empecé a sentir que por fin me vaciaba, saliendo a borbotones hacia arriba aquel líquido espeso y caliente que resbalaba de mi glande y caía por sus dedos hasta llegar a sentir como resbalaba más abajo, hacia mis huevos… llegando a manchar la cama. María exprimió mi polla hasta el final, asegurándose de que no me guardase nada. Una vez acabó sentí como se levantaba y con la mano impregnada se iba al cuarto de baño. Allí se limpió y volvió a mi para limpiarme. Tras hacerlo regresó al cuarto de baño y escuché el agua de la ducha caer.

No pude evitar pensar si aquel regalo había sido finalmente un regalo para mí o para ella. Y ciertamente me consternaba recordar como ella, al contarme todo aquello, no me había clavado la mirada para ver mi reacción y, sobre todo, no había buscado mi polla para que la calmase. Ni siquiera completamente excitada por lo que me contaba había querido masturbarme o follarme. La paja final había sido protocolaria, una mera formalidad.

Por otro lado tampoco la podía acusar de egoísta, sobre todo después de todo lo que había maquinado yo con Edu a sus espaldas.

Mientras se duchaba yo recapacitaba sobre lo vivido y pensaba que una cosa seguro podría confirmarse y era que, cuanto más chulo y dominante se comportaba Edu con ella, más cachonda se ponía. Los insultos, las órdenes… que la obligase a arrodillarse… que le ordenase que llevara sus manos a su espalda para follarle la boca… Aquella sumisión era lo que más la excitaba. Una dominación que la veía difícilmente ejercida sobre ella por otro hombre que no fuera Edu. Yo, desde luego, estaba en las antípodas de despertar en María esa impresión, esa tensión, esa intimidación, esa admiración.

Había sido indescriptible volver a fantasear con Edu otra vez después de tantas semanas, aunque hubiera consistido más en recordar en este caso. Pensé que después de sus dos orgasmos brutales no sería difícil convencerla para volver a fantasear pensando en él, más si, como parecía, Edu dejaba el despacho. Pero yo no me veía otros seis meses solo fantaseando, no después de haber vivido lo que ya habíamos vivido una vez.

Ya metidos los dos en la cama no pude aguantar más y comencé a hablarle de lo alucinante que había sido su confesión, de lo excitada que la había sentido… de lo infartado que había vivido yo todo aquello. Le conté que fantasear con Edu me volvía loco, y no me interrumpió. Le dije que lo vivido en la habitación de hotel de Edu era lo más increíble que había vivido jamás, y, al ver que no me rebatía decidí decirlo, nervioso, lo solté:

—María… te lo tengo que decir. Te tengo que decir que quiero repetir, quiero volver a verte y estoy segura de que tú quieres repetir con Edu. No sé si con Edu o con otro, con un tercero, pero creo que sexualmente necesitamos este juego.

Esperaba el veredicto de María en la penumbra de nuestro dormitorio.

—¿Sabes qué? —preguntó, sin intención de que respondiera— Hablando de terceros… Mira. —dijo cogiendo su móvil de la mesilla.

Rebuscó entre diferentes conversaciones de chat, hasta que finalmente me dio su teléfono. Vi una conversación en la que arriba no ponía ningún nombre, solo un número de teléfono.

—¿Y esto? —pregunté.

—El chico del sábado pasado, el del pub de la noche del cumpleaños de mi prima.

En la conversación solo había escrito él. La primera frase era del mismo sábado por la noche y le decía a María que era una pena que se hubiera ido tan pronto. Después, el lunes que qué tal el día y el trabajo. El martes le pedía que le confirmase si era ella, que ojalá no le hubiera dado un número falso y un emoticono de un corazón roto. María no había respondido a nada.

—¿Y cómo es que tiene tu número?

—Se puso tan pesado que al final se lo di.

—¿Y no sabe que estás conmigo?

—No sé si no lo sabe o no se quiso dar por enterado.

No entendía que me quería decir María con aquello.

—¿Pero te gusta? —pregunté nervioso.

—Es un niño.

—¿Qué edad tiene?

—Veintitrés creo que me dijo, pero yo creo que tiene menos.

—¿Pero te gusta o no?

—Ya te he dicho que es un niño. Venga vámonos a dormir, anda.

—Es un niño, pero seguro que algo te pone, si no no me habrías dicho nada.

—Te lo he dicho porque me he acordado. Venga, no empecemos.

María ahora echaba balones fuera. La conocía y una vez se cerraba en banda en una conversación no iba a sacar nada más que un enfado, y era lo último que quería después de lo que acabábamos de vivir y en vísperas de irnos de puente. Lo dejé estar. Le deseé las buenas noches y ella por última vez me dijo “feliz cumpleaños”.

Nos abrazamos y supe, aunque solo fuera por sus silencios cuando le hablé de repetir con Edu o con otro, que María había descartado, tanto como yo, que nuestras pobres relaciones sexuales se fueran a arreglar solas.

 

CAPITULO 13.

Me desperté con un abrazo desde atrás, un ronroneo y un beso. Esos gestos de María significaban muchísimo para mí. Eran como un "lo importante está a salvo" que me daba oxígeno en momentos de cierta angustia e incertidumbre. También me mostraba una María cada vez más dividida en dos, en dos extremos cada vez más distanciados.

Esas mañanas tranquilas con ella, de café y tostadas, de movimientos automáticos y silencios, me daban un sosiego necesario después de todo aquel fuerte oleaje que estábamos surcando. Creo que ella sentía lo mismo y por eso parecíamos valorar y explotar más aquellos momentos.

No sabíamos muy bien qué ropa llevar pues en aquel otoño seguía sin llegar el frío, pero teniendo en cuenta que iríamos a una zona un poco montañosa parecía difícil de creer la temperatura que anunciaban las previsiones. Al ir en coche, y no haber problemas de espacio, las maletas se duplicaron, como si cada uno llevara una maleta lógica y otra obedeciendo a un enorme "por si acaso".

Mientras conducía pensaba que aquel fin de semana largo nos serviría de oasis, que sería un paréntesis entre aquella locura, pero pronto descubriría que no se pueden planear ese tipo de cosas. Además, aquel veneno ya hacía tiempo que yo lo llevaba dentro.

Fuimos parando en diferentes pueblos, disfrutando del camino con calma. Tomando un café o picando algo en cada lugar. Como si necesitáramos una adaptación de la ciudad a la montaña. De hecho me sorprendía que María hubiera querido hacer ese pequeño viaje, siendo ella tan urbanita. Desde luego, por la ropa que, de reojo, había visto que había metido en sus maletas, no parecía tener intención de caminar más allá del cerco civilizado.

Así se lo hice saber y me dijo que la idea, para los dos, era respirar un poco de aire, tampoco se veía haciendo excursiones campestres. También hablamos de que yo, al estar ya más asentado en la empresa, podría pedir vacaciones más largas, y empezábamos otra vez a tener dinero como para hacer viajes a otro nivel. Hablamos de que quizás en enero podríamos hacer, como hacía tiempo, un viaje de verdad.

Llegamos al pueblo a media tarde y sacamos algunas fotos antes de que se hiciera de noche. Realmente el sitio era muy bonito, pero muy pequeño y comenzó a sobrevolar la idea de que nos pudiéramos aburrir, que habiendo reservado una noche habría sido suficiente. María rebuscaba en su móvil buscando alternativas para el sábado o el domingo, como una ciudad de interior, mediana, a unos treinta kilómetros de allí.

Si el pueblo era pequeño la casa rural iba acorde con las proporciones. Una entrada, eso sí, amplia, con un salón bastante bucólico y una chimenea, y detrás un espacio que hacía de comedor. La planta baja era completada por dos habitaciones. El señor que regentaba la casa nos habló un poco de la casa y del pueblo, afortunadamente tampoco se enrollaba mucho, y nos dijo que el sábado había una cena allí mismo, con productos de la zona por si nos queríamos apuntar. Nos dio las llaves de una de las tres habitaciones del piso de arriba.

Nos sorprendió el calor que hacía en la casa, y a punto estuvimos de ir en busca del señor para pedirle que bajara la calefacción, pero la idea era ducharnos y salir a cenar así que ni valía la pena.

Pronto nos dimos cuenta de que no iba a ser fácil encontrar un restaurante un poco distinguido, por no decir decente. Todos eran prácticamente tascas de platos combinados sin especial gracia. Después de dar un par de vueltas entramos en uno cualquiera, sin más ambición ya que la quitar el hambre. Nos sentamos en una mesa de madera y, desde el primer momento, nos sentíamos observados. Yo, al menos, sentía que los ojos de los autóctonos se posaban en nosotros. Bueno, más bien en María. Todos los allí presentes parecían conocerse y saber de sobra que no éramos de allí. Además, mi novia, creo sinceramente que sin querer, se había vestido de forma un tanto llamativa, con una falda de cuero, una camisa de seda granate y zapatos de tacón. Cuando se levantó para ir al servicio ya no solo hubo miradas, si no cuchicheos y casi codazos.

Si bien aquello, un año atrás, habría sido un simple motivo de orgullo, todo había cambiado. Todo aquello de Edu había despertado una fantasía y un morbo con diversas ramificaciones, y una de esas ramas era una vena exhibicionista que se había despertado, de mi hacia ella. Que la miren, que se exciten, que se empalmen, que babeen al ver su cuerpo... que... se la quieran follar... había pasado de casto motivo de orgullo a brutal motivo de excitación.

María parecía ajena a todo aquello y hablaba y reía conmigo con aparente normalidad. Cruzaba y descruzaba las piernas con supuesta inocencia. Mientras, yo miraba de reojo como los naturales del lugar no se cortaban lo más mínimo en desnudarla con la mirada. El rango de edad de los observadores no tenía absolutamente ningún límite, ni por arriba ni por abajo.

Acabé por ir al aseo yo también. Al volver vi a María ofuscada con su móvil. Su imagen era despreocupada, ajena a todo, pero impactante. Me tomé mi tiempo antes de sentarme junto a ella, para paladear las miradas y las medias sonrisas de los hombres en la barra. Para degustar las miradas más disimuladas y culpables de unos chicos que estaban jugando al billar a unos cinco metros... Tras revisar el entorno de depredadores, que después, seguramente, no tendrían el arrojo para decirle absolutamente nada, me fijé en la presa: Se le marcaba la silueta de las tetas a través de la camisa... los zapatos de tacón negros... era una bomba sexual para cualquiera... pero me fijé en algo que, parecía, acababa por deleitar a los de la barra, y es que, al sentarse, su falda se había recogido un poco, mostrando el nacimiento del encaje de sus medias oscuras. Medio muslo al descubierto y un poco del encaje de las medias, sumado a su belleza y al impacto de la silueta de sus pechos... No les podía culpar demasiado por regocijarse por aquella imagen y a mí me daba un morbo tan intenso que ya producía en mí una pequeña erección.

Me senté frente a ella y casi se me escapa decirle lo que mi mente me hablaba: "tienes a todo el bar con la polla dura..." Ella parecía seguir sin enterarse.

Finalmente dijo estar cansada, pero yo no me quería ir. Le propuse tomar una copa en otro sitio y me dijo: "es que no hay otro sitio".

—Venga María, son las once.

—Bueno... ¿y qué? ¿tú no estás cansado de conducir?

—Yo estoy bien... Mira... si quieres... tomamos una cerveza jugando al billar —dije habiéndome fijado en que había quedado libre.

—Me estás puteando —sonrió.

Sabía perfectamente, por otras veces, que ella ni sabía jugar ni le gustaba, pero tenerla revoloteando alrededor de la mesa con todos aquellos hombres... provocando sin querer... aunque solo fuera durante diez minutos, me encendía sobremanera.

—Venga... eso o una copa.

—No me tomo una copa aquí ni loca, seguro que es veneno. —sonrió.

Nos quedamos en silencio un momento hasta que ella dijo:

—Bueno una partida, total acaba rápido que no sé ni coger el palo.

—El taco, —sonreí.

—Pues eso.

Nos levantamos y fuimos hacia la mesa de billar. Sus tacones retumbaban por todo el bar y sus tetas se le marcaban aun más. En aquel momento, ante el silencio de todos, sí que se debió de sentir observada, pues, cohibida, se llevo el pelo a un lado de la cara con timidez y agachó un poco la cabeza.

No sé si llegó a escuchar algo, pues, mientras yo metía la moneda por la ranura, ella claramente sonrojada, me pidió que la partida acabara rápido.

 

CAPITULO 14

Me preguntaba por qué no podía ser aquello un motivo de orgullo y punto, como habría sido para cualquier persona, digamos, normal. Pero no, allí estaba yo, totalmente tenso y excitado al sentir las miradas furtivas de aquellos chicos; sobre todo, los chavales que habían estado jugando antes que nosotros no le quitaban el ojo de encima.

Mi parte más maquiavélica pronto me llevó a jugar mal para que la partida se alargase, mientras María parecía tener una lucha interna entre parecer más altiva y segura o sucumbir y ruborizarse. Eso creaba una mezcla extraña en la que de movimientos rozaba la chulería, pero sus mejillas y mirada no podían fingir comodidad. Además, en ciertos momentos, ella se tenía que inclinar para golpear alguna bola más lejana, por lo que su falda se subía, para deleite de los que estaban a su espalda, y su escote se desmadraba hasta verse casi el sujetador, para delicia de los que la observaban desde el frente. María parecía darse cuenta más de lo de la falda que de lo de la camisa, y, al acabar el golpe, se recomponía un poco la falda, con ineficaz disimulo, y yo pensaba que lo que realmente había sido un mayor espectáculo habían sido sus tetas volcadas hacia adelante.

—Estás jugando mal a propósito —me dijo tras un fallo clamoroso.

Yo se lo negué, le dije que estaba desentrenado y María volvió a golpear una bola algo lejana para regocijo de su público.

Quizás otro hombre, otro novio, la habría sobado delante de todos. Seguramente muchos otros la habrían besado y agarrado el culo sobre el cuero negro, marcando territorio, pero yo no. Yo no disfrutaba de presumir de ella si no de que ella misma se exhibiese. Es más, al ser ella mucho más atractiva y llamativa que yo, pensaba en la imagen que podríamos estar dando allí: yo apocado y fingiendo candidez y ella algo cohibida pero a la vez altiva... Me imaginaba sus cuchicheos que seguro irían en la línea de: "este tiene unos cuernos que no entra por las puertas", y presentir eso me excitaba. Me ponía tremendamente cachondo que todo el bar pudiera pensar que ella era demasiada hembra para mí, y que seguro se buscaba la vida para tener un semental, o varios, a su altura, para satisfacerla como ella exigía y merecía.

María acabó por introducir la bola negra en un agujero, sin querer, y le dije que me iba a pagar a la barra pues no habíamos pagado aun. Una vez allí, vi como ella metía las bolas que aun quedaban sobre el tapete con las manos, en las troneras, y entonces un chico la detuvo. Me quedé helado.

Yo miraba de reojo desde la barra como el chico, supongo, le decía que siguiera jugando o que seguiría jugando él, no podía escuchar bien.

Cuando el camarero me dio el cambio, vi a María prácticamente rodeada de tres o cuatro chicos, los cuales me impedían poder verla bien. Vi a alguno bastante borracho, cosa en la que no había reparado antes, y algo me subió por el cuerpo, preocupado porque fuera a haber un lío.

Metía las monedas con prisa en mi cartera cuando escuché de golpe una frase masculina, proveniente de aquel corrillo, de entre toda la frase escuché solo con nitidez una palabra, y la palabra era "calentar". Me giré inmediatamente y la vi intentando abrirse paso entre dos de ellos, viniendo hacia mí, y consiguió cortar esa especie de cadena, sonrojada, y temí que alguno de ellos le echara la mano o el brazo al superarles... pero la dejaron ir.

María, muy colorada, llegó a mí y dijo rápidamente:

—¿Has pagado?

No había acabado de decir que sí y ambos nos encaminábamos ya a la salida del bar. Salimos sin que al menos yo, escuchara ningún comentario, ni cercano ni lejano, de nuestra repentina huida. Todo había pasado en apenas veinte segundos. Caminábamos por la calle, en silencio, y un poco rápido, hasta que ella dijo "de noche sí que hace frío" como si nuestro paso ligero fuera por la temperatura, cuando ambos sabíamos que ese no era el motivo y que se podría haber montado un pequeño o gran lío con aquellos chicos.

Llegamos al calor del salón de la casa rural mientras me preguntaba si mi actitud había acabado por convencer a María de que yo no era hombre suficiente para ella. Hasta el momento aquella especie de temor contradictorio solo lo había enfocado hacia la parte sexual de nuestra relación, pero quién sabe si no podría llegar a afectar a todo.

Nos sentamos en los sofás, y María, totalmente recompuesta y con sus mejillas en su tonalidad habitual, hablaba de otras cosas con suma mesura, como si no hubiera pasado absolutamente nada.

Yo estaba excitado, no podía negarlo, y me preguntaba si ella lo estaría o si yo aun podría conseguir que lo estuviera. Sentados, muy pegados, disfrutaba de su perfume y del olor de su melena. La abracé y mi brazo que la envolvía pasaba la yema de sus dedos por su escote, la besé en la cabeza, no se escuchaba absolutamente nada, como si la casa estuviera vacía. Había una luz tenue que daba una paz perfecta... y esa paz me dio el temple para susurrar:

—Casi se lía en el bar al final…

—Te diste cuenta, entonces. —respondió.

—Sí, algo raro vi cuando estaba pagando.

María no dijo nada en casi medio minuto. Mi mano que la abrazaba seguía deslizándose suavemente por su escote, y mi otra mano acariciaba uno de sus muslos sobre sus medias. Tras esa pausa dijo:

—Bueno, es normal. Tampoco tengo yo porque vestir así en según que sitios. Y eso sumado a que alguno había bebido de más... pues... son cosas que pasan.

—Pero qué te dijeron.

—Nada, fue solo uno. Una chorrada. Creí que no te habías enterado. ¿Subimos?

No me sorprendió que María quisiera quitarle hierro al asunto. Siempre tan pragmática y poco dada a espectáculos o a dramatizar. Sí me sentó un poco mal que, tan pronto me había acercado un poco a ella con intenciones más indecentes, lo hubiera cortado de aquella manera. Y, conociéndola, no había sido un corte con la intención de buscar un mejor sitio para intimar.

Pronto descubrí que no me equivocaba. Subimos las escaleras de caracol hasta nuestro dormitorio y María desplegó toda su liturgia para evitar una ofensiva: soltar al aire algún "estoy destrozada", entrar en el cuarto de baño y cerrar la puerta, lavarse los dientes, desmaquillarse y de hablar, hablar ya refiriéndose al día siguiente.

Cuando volví yo del cuarto de baño María ya se había puesto el pijama. Hacía calor por la dichosa calefacción, pero, obviamente, eso no lo habíamos sabido al hacer la maleta, por lo que no parecía haber traído camisón, si no uno de aquellos pijamas suyos de pantalón y chaqueta, como de chico, pero de satén o seda, en este caso blanco. Yo opté por meterme desnudo en la cama.

Una vez allí, y una vez descartado hacerlo con María, podía optar entre fustigarme precisamente porque ella no quería tener sexo o recordar el morbo que me había dado todo lo sucedido en el bar. Me decanté por lo segundo... pero mi imaginación no llegó casi ni a despegar, pues no tardé apenas nada en quedarme dormido.

No debía de estarlo muy profundamente cuando me desperté como consecuencia de unos pasos. Provenían de la escalera de caracol, que no había deparado en que fuera tan ruidosa. Para colmo debía de ser una pareja pues se escuchaban pasos más normales y lo que debían de ser pisadas de tacones. Mi sospecha de que eran una pareja se confirmó cuando pasaron cerca de nuestra puerta, entre cuchicheos y pequeñas risas, intentando no hacer ruido, pero conseguían más bien lo contrario. Escuché como entraban en la habitación contigua. Miré el reloj, no era muy tarde, pasaba un poco de la una de la madrugada. María sí parecía dormir.

Escuché su puerta del baño, grifos abrirse y hasta zapatos caer al suelo. Yo intentaba dormir, pero cada vez que parecía conseguirlo, un cajón, o hasta el sonido de, seguramente el cargador de un móvil insertándose en la pared, me lo impedía.

Cuando por fin se hizo el silencio y creí llegar a dormir, escuché un gemido de mujer que me tensó. Era lo último que quería después del pasotismo sexual de María... que los del dormitorio de al lado se dieran un festín de lujuria.

Los gemidos dieron paso un rítmico sonido de muelles. El polvo no era un desmadre, no era nada por lo que pudiera quejarme, no era un escándalo ni mucho menos, y, en otro contexto casi ni me hubiera importado lo más mínimo.

Cuando me quise dar cuenta, mi miembro estaba creciendo como consecuencia de los gemidos de aquella mujer que eran ciertamente morbosos y sentidos. Nada de la exageración de las películas y no digamos de las películas pornográficas. Aquellos sonidos tan puros y reales, poco a poco, me iban envolviendo y mi polla, ya lagrimeante, me pedía actividad.

María, de lado, dándome la espalda, daba sinceramente la sensación de estar dormida. Recordé que unos meses atrás, estando con ella en un hotel con spa, también había escuchado follar a los vecinos de habitación, y, aquella noche, les habíamos acabado haciendo la competencia. Sin duda esta noche no iba a ser así.

Decidí obedecer a mi miembro y envolverlo con mi mano. Con la banda sonora de aquellos tenues y sentidos gemidos, que de sentidos que eran casi eran como lamentos, comencé a masturbarme lentamente. Alerta por si María se despertaba, echaba la piel de mi polla adelante y atrás mientras me imaginaba en aquel bar... Me imaginaba volviendo de los aseos y encontrándome, sorprendido, a María jugando al billar con aquellos chicos, que eran poco más que adolescentes. Fantaseaba con la idea de ella paseándose entre ellos y sonriéndoles, calentándoles... y ellos cuchicheando sobre lo buena que estaba. En mi fantasía la idea de María consistía en ponerles cachondos para después pararlos en el momento justo. Cinco o seis chicos, desbordados de hormonas, se aguantaban como podían ante aquella coquetería. En un momento dado María decidía forzar la máquina, iba a la barra, daba un trago a su cerveza y volvía de allí con un botón perversamente desabrochado. Uno de los chicos se daba cuenta y se lo decía a sus amigos, quejándose de aquella provocación. Ella seguía incitándoles, pero a su vez haciéndose la inocente, como si aquellas pollas duras fueran consecuencia de la cachondez de aquellos críos y ella no estuviera teniendo nada que ver, al menos voluntariamente.

Uno de los chicos acabó por posar una de sus manos en la cadera de María y ella se lo permitió, como si no lo hubiera notado, pero esa mano acabó bajando a la falda y ella la apartó.

Yo, tumbado en la cama, escuchaba aquellos gemidos y los muelles sufridores de la cama del dormitorio contiguo, con mi polla durísima, mientras ya imaginaba que aquel chico intentaba besar a María delante de todos y ella se lo negaba. Después otro chico y otro, hasta que uno de ellos, tras besarla en la mejilla y ella permitírselo, la besaba en la boca, y ella, por fin, se dejaba hacer.

Con los gemidos de aquella improvisada vecina retumbando por el dormitorio y con la imagen de María siendo besada por uno de los chicos y sobada por otros dos o tres, decidí irme sigilosamente al cuarto de baño. Eché un poco la puerta, sin cerrarla para no hacer ruido, y para seguir escuchando los lamentos sexuales de aquella mujer, y comencé a imaginar como María se dejaba besar y tocar por una boca y seis manos. Apunté con mi polla sobre el lavabo, en la casi total oscuridad, mientras aquella mujer gemía entregada y mi María imaginaria era empujada bruscamente contra la mesa de billar. Su falda fue subida, sus bragas fueron bajadas, sus medias fueron descubiertas y uno de los chicos se bajaba furioso sus pantalones y ropa interior para penetrarla. Mi novia no hacía nada por evitarlo y hasta sacaba un poco el culo, erguido por los tacones, para incitarles. Cuando el primero la penetró, enfadado por haberles provocado, yo me pajeaba a gran velocidad y la vecina buscaba su orgasmo en la distancia. Mientras aquel chico la embestía furioso, María aguantaba como podía y yo sentía que me corría. Aquel chico la empalaba con fuerza, ella comenzaba a gritar y los amigos le jaleaban. Uno tras otro, aquellos chicos se iban turnando para follar a María contra aquella mesa, vanagloriándose por someterla y a la vez increpándola e insultándola por haberles provocado; le azotaban en el culo por haberles calentado, y unos se corrían dentro de ella y otros sobre sus nalgas mientras María, totalmente cachonda, acogía, entregada, las pollas jóvenes de toda la pandilla. Cuando uno de ellos aceleró brutalmente el ritmo hasta obligarla a ponerse de puntillas y casi subirse a la mesa comencé a eyacular sobre el lavabo... y me corría mientras veía la polla del chico hundirse dentro del cuerpo de mi novia, y a esta gemir sin parar, en unos gritos desgarradores que eran una mezcla de excitación, dolor y humillación.

No había casi ni acabado de eyacular cuando comencé a sentirme tremendamente culpable... En seguida no vi normal haber fantaseado con que María fuera follada salvajemente, al límite de su consentimiento.

Eché un poco de agua para limpiar el semen del lavabo y volví al dormitorio con un mal cuerpo terrible. La pareja debía de haber acabado pues no escuchaba nada. Decidí intentar dormirme sin darle demasiadas vueltas a lo sucedido; me dije que había sido solo una fantasía, solo una guarrada para correrme cuanto antes, pero sabía que aquellos pensamientos eran la semilla de algo tremendamente peligroso, una idea en mi cabeza que yo quería que volviera a desembocar en algo real. Y lucharía por conseguirlo.

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