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Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 7,8 y 9)

en Hetero: Infidelidad

CAPÍTULO 7

Nos estábamos destrozando. Los dos lo sabíamos. Ella tenia que saberlo. Ella, seguramente sin querer, estaba acabando con un ego ya de por sí tocado. Y yo, para colmo, me envalentonaba alcohol mediante, convirtiéndome en una persona, por decirlo suavemente, que no era.

¿Y si la palabra para definir lo que sentía María fuera “resignación”? Pensar eso me destrozaba. “Este es el amante que tengo y es lo que hay”. Eso sopesaba aquella mañana de domingo. La manera de recibir mi orgasmo la noche anterior, como sabiendo mucho mejor que yo que de mi pequeño miembro no iba a salir gran cosa. La manera de acostarse, tranquila, como quien sabe que una cosa puede ser mediocre, pero que no tiene sentido enfadarse si no tiene solución. Que no tenía sentido luchar.

Después de comer me quedé descansando, y después tendría que trabajar un poco, pues me habían llamado del trabajo ya que se había montado un buen lío y quería adelantar cosas para el día siguiente.

María quedó para tomar un café con Paula. Al parecer después vendrían a casa y supuse que entonces María le daría la chaqueta de Edu. Yo no acababa de entender tantas vueltas para devolvérsela, pero quizás no tuviera mayor historia.

A media tarde estaba trabajando con el ordenador portátil en el salón y aparecieron Paula, Amparo y María. No las veía desde la boda. De hecho a Paula no la había visto desde que la había dejado en su cama, después de habernos besado. En un ejercicio de discreción perfecta me saludó exactamente con la misma forma e intensidad que había sido siempre y correspondía. Amparo no conocía la casa y dieron un par de vueltas por allí hasta que se fueron al dormitorio.

Fui al baño, que está contiguo al dormitorio, sin ninguna intención de cotillear. Esperaba lo típico, que hablaran de ropa María y Paula, pero, al parecer, llegaba en el momento justo en el que sí se decían algo relevante:

—Toma, llévatela, que me llevas dando largas con venir a por ella ni me acuerdo. —María obviamente le estaba dando la chaqueta de Edu a Paula. Pero Amparo no entendía nada y tras preguntar de quién era y que Paula le respondiera sin mentir, volvió a preguntar:

—¿Y eso? ¿Cómo es que la tienes tú?

Paula, queriendo evitar el aprieto de María, quiso salir del paso:

—Pues se la dejó al final en una silla en la boda, después de que tú te fueras.

—¿Y se va sin chaqueta y no se entera? —insistió inocente Amparo, sin tener ni idea del compromiso en el que estaba metiendo a María.

Mi intención había sido la de orinar y volver al salón, pero allí estaba, dentro del baño, con la puerta arrimada, escuchando, sin saber muy bien a donde llegaría aquello.

Paula y María acabaron por hacer caso omiso a aquella pregunta y a una Amparo que, quizás aburrida, no soltaba el tema. Mi novia le enseñaba a Paula un jersey que se había comprado y su amiga decía que lo había visto, pero que le había gustado más en la mano que puesto, y Amparo seguía a la carga:

—Que, por cierto, Edu ya está en la tercera entrevista, yo creo que deja el despacho. A ver a quién le mira el culo ahora Patricia ¿no? —intentó ser graciosa.

—Ya… respondieron ellas sin entrar al trapo.

—Aunque bueno, que… yo creo que él le tiene echado ya el ojo a la chica de prácticas. Que también no me digáis, es una monadita la chica, los jefes no paran de meternos chicas monas.

—Bueno, Patricia no es ninguna maravilla —dijo María.

—Patricia está bien, María. Es lo opuesto a la chiquilla de prácticas, pero no está mal. Que yo no sé si Edu no se la habrá ya… como dice Ángel —rió— ¿Qué palabra utiliza?

—Beneficiado —dijo Paula.

—Jaja, ¡beneficiado! Eso. Qué personaje Ángel, de los casados es el que está más salido.

Yo tenía a Amparo por una cotilla, pero no por una indiscreta. Cada vez que había un silencio o alguna decía algo de la ropa del armario de María, ella veía la necesidad de seguir hablando de Edu.

—Pues si se va Edu alguna fiesta le harán. Aunque solo sean unas cervezas. Ahí, si no lo ha hecho ya, seguro que al menos lo intentará con la de prácticas. Que vamos, cae seguro. Menuda racha Edu este año, bueno, siempre. De hecho no sé para que le presenté a Nati, si estaba claro que la iba a dejar tirada.

—No sé que te ha dado con Edu, chica —protestó Paula. al tiempo que María hablaba de otro jersey que se acababa de comprar, pero que decía que no se había puesto porque no acababa de hacer frío. Se solapaban las voces y las conversaciones, pero Amparo no tenía parada.

—Ya sé que no te cae bien. A nadie le puede caer bien. Pero la verdad es que… Nati... la chica aquella de las jornadas, Patricia, la de la boda, la de prácticas seguro…

En aquella enumeración faltaba María, que me la podía imaginar tensa y algo humillada, sobre todo al estar Paula delante. Amparo acabó por poner el dedo el llaga de manera quirúrgica.

—Que todas unas monadas… pero hay que ser un poco… hay que tener pocas luces o estar muy salida para acostarse con él...

—¿Y por qué? —preguntó Paula, visiblemente enfadada, queriendo defender a María, pero empeorando las cosas.

—Pues porque es un chulo y además…

—Bueno, ¡ya está! —Interrumpió María, provocando un silencio en toda la casa. —Qué pesadas estáis. En fin… a ver… —dijo en tono conciliador— ¿no ibas a contarnos de de tu viaje? Seguro que es más interesante.

Mi novia consiguió desviar completamente la conversación. No la podía ver, pero podía sentir la rabia que le habían producido aquellas frases de Amparo.

Volví al salón y vi que me llamaba aquel número desconocido. Un domingo. Descolgué y en seguida escuché una voz conocida:

—Pablo, ¡ey! qué tal tío. Parece que jugamos al escondite. Se me ha jodido el móvil.

Era Germán. Sentí un vacío.

Me dijo que me había visto muy preocupado y que quería saber qué decisión había tomado. Le dije que por ahora estaba todo muy reciente y no quería tomar ninguna decisión drástica, no me quise extender mucho y él me apoyó en mi decisión.

Me sentí un poco mal por colgarle tan rápido y porque el tema siempre se centrase en mí. Y mal también porque fuera él el de la llamada, pero ¿qué esperaba…? ¿Todas estas horas mi subconsciente había fantaseado con la idea de que fuera Edu con otro número? Sobre lo de la chaqueta sentía que me pasaba algo similar: ¿Acaso una parte de mí quería que María no le quisiera devolver la chaqueta por algún motivo oculto?

Cuando se fueron las invitadas obviamente no dije nada de lo que había escuchado, y, aquella noche, no pude evitarlo, pensé si el hecho de que Edu dejara el despacho no despejaría un poco el camino. María siempre me había dicho que uno de los problemas de Edu para aquel juego era que era compañero de trabajo.

¿Pero acaso por repetir con Edu eso salvaría nuestra vida sexual? ¿Entonces?

Yo seguía hecho un lío.

CAPITULO 8

El problema que esperaba en el trabajo al día siguiente no era nada comparado con lo que me encontré. A mediodía ya le escribí a María diciéndole que no me esperara para cenar. Me podrían dar tranquilísimamente las doce de la noche trabajando.

Ya pasaban de las nueve, la oficina se iba quedando vacía, solo quedábamos los implicados, que estábamos repartidos por diferentes zonas. Yo compartía espacio con otros compañeros que ya se habían marchado. Mi jefe también se había ido.

Enfrascado como estaba no me enteré hasta que escuché su voz:

—¿Pero qué has liado? —era María, a dos metros de mi, sonriendo, con una sonrisa que iluminaba toda la oficina. No esperaba aquella sorpresa. Nunca había estado allí.

—Pero bueno, ¿y tú?

—Pues ya ves.

Me quedé sin palabras. Estaba muy sorprendido.

Ella, viendo que yo no decía nada más prosiguió:

—Me he cruzado con tu jefe, creo. Uno moreno, un poco gordo. —dijo bajando la voz y acercándoseme. Llevaba unos vaqueros y un jersey grueso muy llamativo, como de color rosa chicle, y asomaba una camisa blanca por el cuello y por la cintura. Sin duda había pasado por casa y se había cambiado antes de aquella inesperada visita. Los vaqueros le sentaban de escándalo. María, según se vistiera, podía ser la más morbosa, o la belleza más natural, y eso me encantaba de ella.

—No sabía que conocieras a mi jefe.

—Bueno, de fotos. Ya sabes, me quedo con las caras.

—¿Pero qué haces aquí? Igual me dan las tantas.

—Si te dan las tantas habrá que cenar, ¿no?

—Me tomas el pelo. —respondí descolocado.

María acabó por irse a hablar con la chica de recepción. Yo seguí trabajando y, de reojo, veía como la gente de la oficina que se iba yendo la miraba extrañado. Después de estar un rato en recepción volvió a mi mesa, hablamos un poco y se sentó en la silla vacía de un compañero. A veces se levantaba y curioseaba algo y a veces se ponía a revisar su móvil. Pasaban y pasaban los minutos y ella no me interrumpía.

Se volvió a ir y como al cuarto de hora volvió con una pizza y yo no sabía si matarla, reírme o enamorarme aun más, si es que eso era posible.

Nos acabamos comiendo la pizza allí, en mi mesa. La miraba, su cara sin maquillar, se había recogido en pelo en una coleta, parecía más joven así. El tema de la edad no tardó en salir.

—El jueves estás de cumple —dijo acabando con una porción y buscando una servilleta—Treinta y seis añazos… —exclamó limpiándose y medio riéndose.

—Pues sí, qué le vamos a hacer.

—Cuatro regalos tengo. Bueno. Cinco. O cuatro y medio. O cuatro y una sorpresa. Bueno, sorpresa son tres yo creo.

—Vaya, seguro que no me merezco tantos.

—Seguro que sí.

Nos quedamos en silencio. Mirándonos.

Sus ojos me parecieron más grandes que nunca. Como si al estar contenta aumentaran de tamaño.

—Bueno, ¿cuanto te falta? —me preguntó devolviéndome al mundo real.

—Pues… es que no lo sé, estoy un poco bloqueado porque me tienen que validar unas cosas.

—¿Entonces?

—Entonces mejor vete, anda.

María recogió la pizza y se acercó de nuevo a mí. Yo sentado, ella de pie. Me hizo un par de preguntas sobre mi trabajo, enredó sus dedos en mi pelo… Le insistí que era mejor que se fuera y finalmente me dio un beso y se fue.

Me pregunté en aquel momento cómo era posible que nos estuviéramos complicando la vida de aquella manera.

CAPITULO 9

Llegó el jueves por la mañana. Entré en la ducha. No teníamos sexo desde el sábado por la tarde. Sexo por decirlo de alguna manera. Y de lo del sábado por la noche mejor no mencionarlo ni recordarlo.

El agua caía por mi espalda y comencé a tener una erección. Una erección tonta que me obligó a llevar mi mano allí. No era la primera vez que me masturbaba en la ducha en aquellas semanas, y en todas lo hacía recordando a María penetrada brutalmente por Edu, ya fuera contra la mesa o sobre su cama. Cuando me venía un destello de la cara de María desencajada por el placer mi polla pegaba un respingo y cada vez que sus gritos me venían a la mente, mi polla soltaba una pequeña gota semi transparente. A veces me sentía culpable y a veces no, según me hubiera dado la impresión de que María había evitado tener sexo conmigo la noche anterior.

No fue una sorpresa cuando María me escribió por la tarde para decirme donde había reservado para cenar. Siempre lo hacíamos. Tanto en sus cumpleaños como en los míos.

Por incompatibilidad de horarios llegamos separados. Cuando llegué ya estaba allí sentada. Era un restaurante elegante, muy tranquilo. Ella vestía un mono granate. Me sonaba de algo aquella ropa. De algo especial, quiero decir. Pero no caía, al menos todavía. Aquel mono se pegaba a su cuerpo de manera increíble, creo que era la ropa que le hacía más pecho y más culo de toda la que tenía.

Más allá de la ropa María estaba radiante. Si se arreglaba especialmente ya sí que me acababa de sentir a años luz de ella. Había una bolsa grande en el suelo, a su lado.

La cena, la conversación, las caricias en las manos, todo era perfecto; hasta quién nos viera lo podría ver cargante, por meloso. En un momento dado, durante los postres, miré el reloj, aunque fue por mero acto reflejo.

—Deja de mirar la hora, mono…

—No, si no la miro por nada.

—Pues no la mires que mañana no madrugas.

—¿Cómo que no madrugo?

—Pues eso, primer regalo. Estás, bueno, estamos, de fin de semana.

Yo la miré extrañado.

—He hablado con tu jefe el otro día… y se lo he pedido.

—Vaya… la visita no era porque me echabas de menos entonces —sonreí.

—Claro que no. Fui para ver a tu jefe cachondo, era una excusa para hablar con él —rió—

—Bueno… —prosiguió— supongo que querrás los demás regalos.

Me había regalado dos noches en una casa rural, las noches del viernes y del sábado, cerca de un pueblo, no muy lejano, pero en la montaña. Además unas pequeñas cajas donde había impreso fotos nuestras y las había nombrado según mi estado de ánimo, de una forma súper original; según hubiera estado de morros, o alegre o pesado o infantil… Tenía como diez fotos de cada caja. Además un reloj para hacer deporte que parecía que te podía medir hasta cuanto tiempo llevas sin hacer la voltereta lateral, sin duda bastante mejor que el que yo ya tenía.

Después de agradecérselo infinito, besarnos, reírnos, y mirar y remirar las fotos María se fue al baño. Vi sus figura enfundada en aquella prenda que parecía una segunda piel y me acordé. Era el mono que había llevado en unas jornadas, en una especie de cena de gala… con Edu… Edu me había mandado una foto de ellos dos juntos y ella con esa ropa. Creo que había sido la noche en la que Edu se había acostado con Alicia y María me había narrado como escuchaba todo, como escuchaba como se la follaba. Me sentí un poco mal, sobre todo al recordar como me intercambiaba fotos con Edu a sus espaldas, pero a la vez me excité. Calculaba que aquello había sucedido en junio, hacía cinco meses y a mi me parecía otra vida.

Edu. Por más que yo estuviera enamoradísimo de ella. Por más que supiera que repetir con él no nos ayudaría ni a medio ni a largo plazo, siempre se cruzaba en mi mente…

María volvió del aseo y se sentó más cerca de mí. Nos cogimos de la mano. Nos besamos. Le dije que estaba espectacular, que esa ropa le quedaba espectacular.

—¿Ah sí? —preguntó queriendo ser complacida.

—Sí… aunque si tuviera más escote…

—Si tuviera más escote… qué… —dijo en un susurro, pegando nuestras caras, jugueteando, en una fina línea entre mimosa y caliente.

Comencé a notarla tensa. Un poco rara. Nos besábamos y parecía algo excitada. Quizás lo estaba porque no lo hacíamos desde el sábado. Hacía tiempo que había descartado que se excitara por mí, y solo por mí, si no era por necesidad física. No habíamos tenido un polvo decente desde antes de la boda. Seguramente lo haríamos esa noche y yo comencé a sentir, de nuevo, aquella maldita presión, como si me estuvieran dando otra oportunidad de resarcirme, de hacerlo bien, de ser el amante que ella necesitaba.

—Aun queda otro regalo —susurró María— regalo sorpresa.

—Bueno… todos son sorpresa.

—Este más. —dijo besándome con mas lujuria, al límite de dar la nota en aquel salón.

Cortó el beso súbitamente y me miró con aquellos ojos encendidos. Y guió una de mis manos a su entrepierna, que con aquel mono tan fino era casi como sentirla sin nada por medio. Se hizo con uno de mis dedos y lo posó ALLÍ.

Sin dejar de mirarla pasé mi dedo de abajo arriba, sin hacer demasiada fuerza. María estaba, pero no estaba conmigo. La acaricié un poco. Casi podía sentir sus labios a través de su ropa interior y del mono. Ella cerró los ojos. Era un escándalo. Aquello no era un pub oscuro ni una discoteca. Al momento abrió los ojos y yo retiré la mano. Nos dimos un pequeño beso y pedimos la cuenta.

Salimos del restaurante y nos quedamos esperando un taxi, cuando empezamos a oír truenos explotar con fuerza; iba a caer una buena tormenta, aunque afortunadamente nos respetó y no empezó a llover hasta que no llegamos a casa. Una vez allí María me dio una botella de vino para abrir.

—¿Y esto? ¿no te llegó con el vino de la cena?

—Mmm… No. —dijo simpática.

Descorché la botella. No sabía si ella quería emborracharme para que yo ganara en seguridad o emborracharse ella para no notar que su amante era insuficiente… O quizás solo quería seguir bebiendo, tonteando y riendo conmigo.

Estuvimos mirando de nuevo las fotos y recordando momentos. A veces nos besábamos. A veces nos reíamos. A veces nos tocábamos. En cualquier momento acabaríamos retozando en el sofá, estaba escrito. Llevábamos más de media botella bebida cuando ella se levantó y me dijo:

—Bueno, ¿quieres la sorpresa?

—Sí.

—Vale… —dijo suspirando… colorada…

Fue a por su bolso y sacó de allí su móvil.

—Te escribo cuando puedas venir.

—¿Venir? Mmm… vale. —dije sin entender nada.

María se fue por el pasillo, llevando su copa de vino, entró en el dormitorio y cerró la puerta.

Yo estaba expectante. No tenía ni idea de qué iba aquello. Llegué a ponerme un poco nervioso… por más que pensaba no tenía ni idea de qué regalo me podría dar, y por qué tardaba tanto en buscarlo o lo que fuera que estuviera haciendo.

Finalmente me escribió diciéndome que fuera al dormitorio.

Pegué un trago a mi copa de vino. Dudé si llevarla como la había llevado ella, pero finalmente la dejé sobre la mesa. Salí del salón. Avancé por el pasillo. Abrí la puerta.

La habitación estaba tenuemente iluminada, solo por una de las lámparas de una de las mesillas de noche, que daba un tono lúgubre y anaranjado. Abrí la puerta un poco más. Y la vi.

María, en sandalias, falda rosa y camisa blanca. Con la ropa de la boda. Apoyada contra la cómoda de nuestro dormitorio.

Giró su cara hacia mí. Llevaba hasta el mismo peinado que aquel día. Toda la habitación olía al perfume de aquel día.

Tímida, acalorada, intranquila. Dijo, titubeante, en un hilillo de voz:

—Querías que... te contase lo que pasó mientras estuviste en la habitación de Paula ¿no?

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