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Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 18, 19 y 20)

en Hetero: Infidelidad

CAPÍTULO 18

En la penumbra de aquella habitación María y yo planeábamos entre susurros una estrategia creíble. Mi novia alternaba unos “estamos locos” con unos “¿pero cómo le voy a decir eso?” de manera bastante nerviosa e inquieta. Finalmente, lo más decente que pudimos urdir, fue que bajara con su móvil fingiendo no tener buena cobertura arriba, lo cual era cierto.

Me puse tremendamente tenso y no menos tensa estaba ella, la cual accedía a mi petición, cosa que meses atrás no hubiera sucedido, y yo me preguntaba qué estaba pasando. Estaba claro que el culmen de mi fantasía era verla teniendo sexo con otro hombre y aquella cima la habíamos coronado en la boda. Una cima que yo quería alcanzar más veces. Pero esto era diferente, era más suave, una especie de ramificación de la fantasía primaria que a veces cogía especial fuerza. Y yo me preguntaba si esa ramificación no estaba también atacando a María. Una chica que nunca había disfrutado de sentirse deseada, ni siquiera le había dado nunca ninguna importancia, pero yo empezaba a ver algo allí, en ella. La noche que había conocido a Álvaro, la manera de dejarse mirar, de dejarse querer… Y… también la noche anterior, en el bar... delante de aquellos hombres ¿de verdad ella no había disfrutado? ¿De verdad era todo rubor? ¿No habría mitad rubor mitad un agradable sentimiento de… de sentirse poderosa? ¿Y en la cena con el chico que ahora estaba abajo? ¿Se había sentido solo incómoda o algo le palpitaba en su interior por sentirse codiciada?

María me besó, con su móvil en la mano, y yo recibí el beso y la abracé. Mi novia, achispada, algo borracha, tenía una sonrisa intranquila que me contagiaba y me encandilaba. Mis manos fueron a sus pechos, suavemente, y noté los pezones duros a través de la tela. Sus pezones se le marcaban de forma brutal, pero no le dije nada. Bajé una de mis manos a su entrepierna mientras su lengua jugaba con la mía y sentí su coño húmedo, hinchado y blando… solo tapado por el fino pijama.

—¿Estás seguro…? —susurró en mi oído y supe que me estaba cargando con la responsabilidad a mí, pero era obvio que si ella bajaba era porque algo en su interior deseaba hacerlo.

—Sí…

—¿Y si… le caliento de más… e… intenta besarme?

—Ya sabes lo que quiero… —susurré besando su mejilla y disfrutando de su coño que notaba tierno y suave a pesar de estar tapado.

María salió de la habitación despeinada, acalorada, cachonda, descalza, sin ropa interior y marcando pezones. Yo no sabía quién de los dos estaba más nervioso. Y aquel chico no se podía ni imaginar la suerte que estaba a punto de tener.

La escuchaba descender por la ruidosa escalera mientras me tomaba un tiempo antes de hacer mi primera exploración. Volví a pensar en esa ramificación exhibicionista y pensé en si ambas fantasías podrían confluir. Si de ese exhibicionismo se podría llegar a un acto sexual pleno y que yo pudiera verlo. No parecía en absoluto que fuera a pasar nada con aquel crío pero el ¿y sí…? estaba ahí. Aunque solo fuera un beso, verla besándose… me mataba del morbo. Me temblaban las piernas, solo, en la soledad y oscuridad de aquella sofocante habitación, imaginándolo.

Yo no tenía ni idea de lo que podría pasar, pero sí sabía lo que quería. Y pensaba que María no sabía qué podría pasar, ni sabía lo que quería.

Dejé pasar dos, tres, cuatro minutos, hasta que cogí mi móvil. María me había escrito en aquel momento:

—Está muy nervioso, esto es una locura.

Me sorprendió que María le hubiera puesto nervioso tan rápido, pero quizás solo con verla ya se había acobardado. Tan nervioso o más que aquel chico le respondí:

—¿Sí? ¿Y cómo lo ves? ¿Te gusta?

Vi que mi móvil ponía “escribiendo” y yo miraba al techo y resoplaba en silencio. La espera era un suplicio.

—Es guapito… pero… es de locos... no creo ni que tenga 20 años, Pablo.

No quería escribirle más, para que no se desviara de su objetivo, pero ella escribió:

—Álvaro no para de escribirme.

—No lo leas sin mí, por favor...

—No, no estoy leyendo, pero me verá en línea.

De nuevo no respondí, intentando que ella usara las armas que pudiera con el chico, sin perder un valioso tiempo conmigo.

Dejé pasar tres o cuatro minutos más hasta que resoplé y me dispuse a salir de la habitación. Tenía el cuerpo ardiendo y las manos congeladas, como siempre que estoy nervioso. Me puse el pijama tiritando de los nervios, arrimé la puerta y caminé sigiloso hacia las escaleras, preparado para asomarme. Si alguien de las habitaciones vecinas saliera en ese momento me vería de pleno, así que decidí que si escuchaba ruido bajaría, como si me hubieran visto a punto de bajar.

Asomé la cabeza, infartado. Mi corazón no entendía de una lógica que indicaba claramente que no vería nada especial. Los vi. En un sofá de dos plazas, cada uno con su móvil, pero hablando entre ellos. Algo pegados, pero no mucho. Si María levantara la cabeza me vería, para que me viera él tendría además que girar el cuello. El lenguaje corporal del chico denotaba incomodidad, la belleza que miraba con lascivia horas antes la tenía ahora al alcance de la mano… Siempre es más fácil imaginar que sentir. Siempre es más fácil domar tu utopía que afrontar una realidad. Y esa realidad tenía las mejillas sonrojadas, se le notaba de forma tremenda la silueta de sus generosas tetas bajo el pijama y le miraba sabiéndose poderosa, pero a la vez con un gesto coqueto, casi tímido, haciéndole balbucear.

Hablaban en tono bajo y ella estaba algo girada hacia él. Les escuchaba algo sobre alguna foto, y ella se acercó más para mirar el móvil del chico. A los pocos segundos pude deducir, más o menos, que María le aconsejaba qué foto era mejor de varias que tenía él en su teléfono, quizás para subir a alguna red social o para enviarle a alguien.

Me retiré un poco. Como un soldado en su trinchera. Dudé en seguir mirando o no. Lo cierto era que era muy difícil que pasase nada… Era más un deseo que una posibilidad real. Quizás con otra persona, con un hombre, no con un niño…

Decidí volver a la habitación y esperar un poco antes de volver a espiar. Una vez allí sentí unos nervios y una inquietud insoportables, pero maravillosos. Me tumbé boca arriba sobre la cama y disfruté de aquella soledad y oscuridad, y de aquel desasosiego que me hacía temblar involuntariamente.

Imaginé que María se hartaba y se acercaba más al chico y comencé a sentir una pequeña erección. Imaginé que se subía encima de él y me bajé un poco el pantalón del pijama. Allí, tumbado, me topé sin querer con las bragas blancas de María… y me las llevé a la cara mientras me imaginaba que aquel chico por fin se atrevía a hacer algo y llevaba sus manos al culo de ella, haciendo que María se sentase completamente sobre su entrepierna.

Busqué la parte más húmeda de las bragas de María, bragas que había aplastado contra su coño minutos antes… y olí aquel perfume que era sexo puro embriagándome todo el cuerpo. Aquel aroma a hembra excitada entró por mi nariz y me invadió de tal manera que mi polla palpitó impresionada.

Comenzaba una paja lenta cuando mi móvil se iluminó. Ella me había escrito:

—Está muy muy nervioso… pero hace sus preguntas.

Me incorporé inmediatamente para responderle:

—¿Qué preguntas?

—Me ha preguntado por ti.

—¿Ah sí? ¿Y qué le has dicho?

—Le he dicho que somos amigos.

—¿Por qué lo ha preguntado?

—Para tantearme, supongo.

—Casi le doblas la edad.

—Bueno, es lo que querías ¿no?

Me sorprendían gratamente esos avances en apenas diez minutos. Me preguntaba qué estaría haciendo María para conseguir ese progreso.

—¿Le estás calentando?

—Solo me falta morderme el labio al mirarle.

—Joder… —dije soltando el móvil.

Me senté sobre la cama. Resoplé. Y esperé. Miré el reloj. Me tumbé, boca arriba. De nuevo sus bragas en mis manos. De nuevo aquella seda blanca mi cara. Cerré los ojos. Me impregné de aquella fragancia e imaginé. Imaginé y dejé que mi polla lagrimease sola, sin tocarme. Cinco… diez minutos… Sus bragas en mi cara, mi móvil en mi mano. No se iluminaba…

Temblé. No pude más. Aparté sus bragas de mi cara. Me subí el pantalón del pijama y me encaminé hacia el pasillo. De nuevo aquellos nervios, aquellos espasmos, aquellos temblores.

Otra vez tras la trinchera, saqué mínimamente mi cabeza para verles:

Lo que vi fue más de lo que pude haber imaginado.

Los dos en la misma parte del sofá se miraban fijamente. Encarados. Él se había acercado a ella. Una pierna de María sobre las suyas… ¿Un botón de María desabrochado? No podía estar seguro. Ella colorada. A él no podía verle la cara. Podía vislumbrar el pecho de María respirar, sus tetas hincadas. Sus pezones tiesos… Podrían besarse… en cualquier momento.

No podía ni moverme. Pensaba que podría vomitar de los nervios. Si un huésped apareciese no tendría la capacidad de reaccionar. María llevó una de sus manos al pelo del chico… y después a su cara, en un gesto extraño, algo forzado, y él no se movió. ¿Qué le habría dicho María para provocar ese acercamiento? ¿O es que quizás aquel crío no era tan inofensivo?

El silencio era asfixiante. La mano de María seguía en el pelo de él, pero él no hacía nada con las suyas salvo sostener su móvil. Y sus ojos… ¿a donde irían? ¿A la cara de María? ¿A su escote? ¿A sus tetas? ¿A sus pezones? Algo debió de decir él pues ella sonrió. ¿Halagada? La pierna de María, sobre él, era insolente y forzada. Una de las manos del chico por fin cogió vida y fue al encuentro de esa pierna… La cara del chico se inclinó hacia adelante. María, encajonada, no parecía verlo venir. Cuando un estruendo enorme nos mató a los tres.

La puerta de entrada de la casa se abrió. El chico se echó hacia atrás y la pierna de María salió súbitamente de aquel territorio conquistado. Yo, bloqueado, vi como entraba una pareja en la casa, de unos cuarenta y pico años, mientras el chico se retiraba aun más y mi novia se recomponía, colorada y errática, aunque en absoluto la pareja les había visto.

Me aparté, suponiendo, sin equivocarme, que subirían al piso de arriba… Me fui en retirada hacia nuestra habitación y cerré la puerta con cuidado, con tiempo de sobra para no ser visto. Escuché sus pasos por la escalera. Me imaginé a María ruborizada y maldije la intromisión y maldije no poder verles disimulando, pudorosos. Escuché sus pasos tras mi puerta, entrando en su habitación, y caí en que aquella mujer rubia, algo corpulenta, de labios rojos, pelo teñido y semblante serio, era la propietaria de los gemidos de la noche anterior. Su pareja, mediocre e insípida, parecía que se reservaba la sustancia para la intimidad.

Me dejé caer sobre la cama y pensé que aquello seguramente les devolvería a la realidad. Si yo barajaba la posibilidad de que pudieran ser interrumpidos, no por unos desconocidos, si no por la hermana… o los padres del chico… ellos también lo estarían pensando…

Roté sobre la cama. Mareado de tantos sentimientos. Cuando mi móvil se iluminó de nuevo. Era María. Mis manos me temblaban… Tenía un presentimiento de que algo aun podría pasar. Quizás solo fuera que realmente lo deseaba, deseaba que aquello no acabase así. Hasta me costó desbloquear el móvil por mis dedos convulsos… Acabé por leer en mi pantalla:

—Se acaba de ir a la habitación de sus padres a pedirles las llaves del coche.

CAPITULO 19

Leí aquella frase tres veces. Las tres igual de nervioso y sorprendido. Sorprendido por el descaro del chico, ¿sin ningún beso le hacia esa proposición? Me daba la sensación de que me faltaba información, pero no quería atosigar a María. Tenía mil preguntas que rebotaban en mi mente, y, la más importante, era la de hasta donde pensaba llegar mi novia con él.

Me asomé a nuestra ventana, y confirmé que desde allí no podría ver los coches que estaban en el aparcamiento de la entrada. Recordé un todo terreno grande que había visto fuera, de familia pudiente, si ese era el plan del chico desde luego allí iban a tener espacio... ¿Pero qué estaba diciendo? ¿De verdad iba a pasar eso? No pude más, y en un arrebato le escribí:

—¿Vas a follar con ese crío?

Miré la pantalla. Y lo borré. Ni quería influir en ella ni quería ser injusto. Tras borrar, escribí:

—Bueno… llega hasta donde creas o quieras llegar.

Escuchaba trastear en la habitación de al lado. Cajones, grifos… No me extrañaría nada que al lado se pusieran a follar en cualquier momento, mientras María se iba con el crío a aquel coche. Y yo en el medio celoso, envidioso… desgraciado… pero dichoso a la vez.

Miraba la pantalla de mi móvil permanentemente. Ella lo había leído, pero no respondía. Agudizaba mi oído por si escuchaba la puerta de la casa abrirse o cerrarse. Pero solo escuchaba los tacones de la vecina y las puertas de su armario.

Seguía leyendo mi frase, y ella no respondía. Me di cuenta de que estaba a merced de María. Las ideas eran mías. Las propuestas eran mías. ¿La fantasía era mía? ¿El juego era mío? Eso ya parecía claro que no, pero allí, como en la boda, se llegaría hasta donde ella quisiera. En el fondo, a la hora de la verdad, ella lo manejaba todo.

No pude más y abrí la puerta de la habitación con cuidado. Solo quería ver si estaban en el salón o si ya se habían ido al coche. Si se fueran al coche no podría ir tras ellos. Sería demasiado. No me imaginaba en pijama intentando espiarles a través de las ventanillas… O podría vestirme para eso… No sabía, me parecía todo una locura.

De nuevo caminé sigiloso por el pasillo. Más nervioso que nunca porque ahora sí era probable que pasara algo, no como la primera vez que había espiado, y con más riesgo de ser descubierto, pues la pareja vecina podría bajar al salón a cualquier cosa. Pero la suerte estaba echada. Me dispuse a asomarme. Tragué saliva. Moví la cabeza. Por un lado deseaba verlos, pero por otro no. Si estuvieran ya en el coche me moriría, de celos, de envidia… y de morbo. ¿Y tan fácil? ¿Todo tan fácil para aquel crío? No entendía como podía sentir envidia de alguien a quién yo mismo le estaba regalando el objeto de la envidia, que no era otra cosa que disfrutar del cuerpo de mi novia. Y los vi. Allí estaban, sentados de nuevo prácticamente en los mismos sitios. María contra una esquina del sofá, con una pierna encogida y la otra con la planta del pie sobre el suelo, el chico sentado a su lado, girado hacia ella. Muy cerca. María tenía una de sus manos en el pecho de él. Mano que fue de nuevo a su pelo, como acariciándole, como antes. Parecía consolarle con una media sonrisa encantadora y una mueca que parecía querer contagiar tranquilidad.

Yo no veía las llaves del coche por ningún lado. Sobre la mesa estaban los móviles de ambos. Quizás María se había negado o quizás el padre del chico había boicoteado la operación, seguro sin saber qué tramaba su hijo y el cielo que se le había abierto.

Mi novia le acariciaba el pelo y la mano del chico fue a las mejillas de ella. Me quedé estupefacto. ¿De verdad iban a retomar aquello por donde estaban antes de ser interrumpidos? No podía ni respirar cuando María apartó esa mano de su mejilla de forma disimulada y sosegada, sin dejar de mirarle. Entonces, ella le susurró algo y yo maldije no poder escucharles ni ver su expresión. El chico llevó entonces esa mano apartada a la cintura de ella. Podía ver aquella mano temblar desde la distancia. Esa mano, de ser experta se posaría con decisión y buscaría zonas más prohibidas, pero no era el caso. Me eché hacia atrás.

No podía con aquella tensión. “María… haz lo que quieras, pero no me hagas esto, no me… no nos tengas así”, pensaba para mis adentros. Pero también parecía cierto que ella también estaba sobrepasada. Que sus mejillas coloradas no eran solo por calor y excitación, si no que ella tenía que ser una manojo de nervios también, incitando a un crío de no más de veinte años, a escasos metros de la habitación de sus padres…

Me asomé de nuevo. La mano del chico había subido, cerca del pecho de María que parecía más recostada y el crío más volcado sobre ella. Y ella me miró. Me clavó sus ojos entrecerrados y mientras me miraba fue atacada. El chico se inclinó más y sus mejillas fueron atacadas por unos labios que se posaron sobre su piel llegando a emitir un sonido que rebotó en la inmensidad del salón antes de acabar atravesándome a mi. María no dejaba de mirarme mientras el chico se iba dejando caer lentamente sobre ella, besándole las mejillas… y ella me miraba y no se inmutaba, acogía aquel niño, permitiéndole que se pegara a su cuerpo, casi pecho contra pecho, cuando ella giró un poco la cara, para evitar aquellos besos y para mirarme a mí. Ella, con la cara ladeada apoyada contra el brazo del sofá, recibía aquellos besos que fueron de su mejilla a su cuello, de su cuello a su mejilla y, cuando los dos, cuando María y yo estábamos listos, cuando estuvimos sentenciados… aquel crío llevó sus labios a los de ella.. y la besó dulcemente, y ella recibió aquel beso, sobria, sin dejar de mirarme. A mí se me erizaba toda la piel y de golpe un frío tremendo me envolvió. De nuevo aquella sensación tan ansiada como indescriptible. Ella se besaba con él, con los ojos abiertos, hasta que de mutuo acuerdo decidieron abrir sus bocas y ella, sin dejar de mirarme, dejó que una lengua la invadiera, y sus lenguas jugaron juntas en alguna parte intermedia entre sus bocas… y se dejó hundir más en el sofá… Verla besándose, ver como cerraba los ojos y sus lenguas se fundían… era una punzada en el corazón… pero yo sentía una gratitud infinita, porque seguramente lo hacía por ella, porque se estaba enganchando a aquello, y para sentir otro cuerpo, otro tacto, otra lengua, unos nervios que conmigo no sentiría ya jamás, pero sabía que lo hacía también por mi.

Las manos del chico estaban a la vista. Demasiado a la vista. Disfrutaba de la boca de María, la invadía con su lengua, pero con una mano se apoyaba en el sofá y con la otra la sujetaba por el cuello y la cara, haciendo que el beso fuera más íntimo, como si pensara que tenía que mimarla para acabar de convencerla para llegar a actos más explícitos. María llevó sus manos al culo de él. Cada mano a una nalga. Él sobre ella… Cuanto más se besaban más se acomodaban y más coincidían pelvis con pelvis. Estaban a la altura perfecta para que, sin ropa por medio, pudiera penetrarla. Penetrarla… Era demasiado… Yo creía que me moría… porque era todo tan nítido, tan claro. Al contrario que con Edu, aquella vez que había sido más onírico… Ahora todo era más lúcido, menos ansiado, menos buscado, más casual.

María ya cerraba los ojos. Me abandonaba. Se abandonaba. Y yo buscaba un movimiento de cadera del chico, o de ella, que invitara a pensar que se frotaban, que la polla del chico y el coño de María se restregaban, presentándose el uno al otro, pero no parecía que hubiera oscilación allí abajo. Tampoco las manos del chico buscaban zonas prohibidas y yo me vi pidiendo más y más.

Me retiré otra vez. Para coger aire. Estaba empalmadísimo. A pesar de los nervios mayúsculos que sentía el resto de mi cuerpo, mi miembro parecía ir por libre e impregnaba con líquido preseminal una amplia zona de mi pijama… Colé mi mano bajo el pantalón, allí, contra la pared, sin que nadie pudiera verme… y disfruté de una pequeña paja… de pocos segundos… con los ojos cerrados… y en mi mente solo estaba María, dejándose besar por aquel niño… disfrutando de aquella lengua joven y nerviosa, disfrutando de aquel cuerpo tierno y exaltado.

No pude aguantar mucho tiempo antes de sacar mi mano de allí y volver a asomarme, y lo que vi me mató. Me cruzó un rayo de arriba abajo al ver… al ver que había sido María la que había decidido que una de sus manos no se moviera ya en ambientes inocentes. Lo que vi fue el codo de ella moverse a una altura inequívoca. No podía ver más que su codo moviéndose lentamente, pero era indudable que ese codo, ese brazo moviéndose así, significaba una paja, una paja tremenda a aquel chico que solo usaba sus manos para acariciar la cara de María y apoyarse en el sofá.

No podía ver el miembro del chico, y sí la parte superior de su culo, pues su pantalón de pijama había sido mínimamente bajado para que ella pudiera masturbarle. Yo busqué a María con la mirada, pero ella cerraba los ojos mientras le pajeaba y recibía besos en el cuello de aquel chico que parecía iba a desplomarse sobre ella ante cada sacudida. El brazo de María comenzó a coger un ritmo imponente y el crío no era capaz más que de enterrar su cara en el humedecido cuello de ella… Lo estaba destrozando… lo estaba matando a él… y me estaba matando a mí… y yo quería que el chico se aventurase a hacer algo más y así poder descubrir hasta donde podría llegar ella, hasta donde se podría dejar hacer….

Llegó a mirarme con los ojos entrecerrados y me pareció que al clavarme la mirada la paja se aceleraba aun más. En aquella mirada había implícito un “mírame”, “mira lo que le hago a este crío” que a mi me excitaba a la vez que me llenaba de orgullo. La miraba. Me miraba. Le sacudía la polla de manera brutal y el chico solo posaba su cara al lado de la cara de María… Su brazo se movía frenéticamente, bloqueando al chico, impidiéndole que ninguna parte más de su cuerpo respondiera… El chico intentaba mantenerse en silencio como podía y… algo pasó… algo pasó y lo vi en la cara de María, un gesto de sorpresa, una mirada decepcionada, y su brazo aminoró la velocidad. El chico no decía nada. Yo no entendía nada, pero el brazo de María estuvo unos segundos moviéndose en una cadencia más lenta… hasta que se paró. Se paró y su brazo se apartó de allí, dejándose caer ese brazo a un lado del sofá.

Se quedaron completamente quietos. María cerró los ojos y el chico no desenterraba su cara ni movía su cuerpo. Cuando de repente la mano de mi novia fue sacudida, como cuando sacudes un termómetro para bajar el mercurio. Agudicé mi vista… me fijé bien… María tenía la mano impregnada del semen de aquel chico.

Tras el clímax llegó la vergüenza. La vergüenza de los dos, pero la de María iba por dentro. El chico se reincorporó y parecía disculparse, mientras ella le escuchaba y parecía comprobar sus daños, sobre todo en el pantalón del pijama, aunque también en la parte baja de la chaqueta. Estiró un poco su pantalón en la zona de la entrepierna, dejándome ver que la corrida del chico había caído, sobre todo, a esa altura del cuerpo de María. El crío se disculpaba mientras ella recogía semen de la zona del pantalón de su pijama que estaba a la altura de su coño… y yo creía morirme del morbo. Ella intentaba que aquello no manchase el sofá y llegó a ponerse de pie de manera incómoda. Toda la zona de su entrepierna era una mancha húmeda con salpicaduras aleatorias a su alrededor. Mientras, su mano manchada seguía impregnada y caía muerta, sin saber a qué limpiarse.

Finalmente un “No pasa nada” salió limpio y nítido de la boca de María.

El chico se giró. Casi me ve. Y me tuve que ocultar otra vez tras la pared.

Aquello era tremendo. Indescriptible.

Desde mi posición escuchaba la voz de María de nuevo tranquilizando al chico “Está bien, no pasa nada”, y yo no sabía si asomarme o volver a la habitación.

—No pasa nada. Ya está. Venga, ya—La escuché decir. Y él dijo algo, pero no lo entendí.

—Que ya está… —volví a escucharla en un susurro. ¿Consolándole? ¿Despidiéndole? Tras unos segundos de silencio me atreví de nuevo a asomarme, con cuidado porque no sabía en qué posición podría estar ahora él, y vi que ella ya se encaminaba hacia las escaleras y él hacia el pasillo de la planta baja. Caminé entonces, tembloroso, hacia el dormitorio. Tenía frío a pesar de estar sudando. Me quité el pijama y, desnudo y totalmente empalmado, solo tuve que esperar unos segundos a que ella llegara.

Entró y cerró la puerta tras de sí. Estábamos en la casi absoluta penumbra, pero su pijama blanco de seda parecía iluminar un poco la habitación. Me acerqué a ella que lanzó su móvil a la cama. Su pelo alborotado, su pijama calado:

—Estamos locos… Pablo… —susurró.

—¿Y qué?

—Esto es demasiado… —suspiró, con su espalda contra la pared, mientras yo besé sus labios y comencé a bajar… besando su cuello, su escote… sus pechos sobre el pijama, su vientre...

—¿Qué haces… ? —dijo en voz baja cuando vio que yo me encontraba de rodillas ante ella y comenzaba a besar sus muslos… y su entrepierna… sobre el pijama… y me dispuse a besar a través de la fina tela, sobre su coño… allí donde el chico más abundantemente se había corrido...

CAPITULO 20

 

Me apartó ligeramente la cabeza. Con un gesto dócil. Miré hacia arriba. Estaba imponente, acalorada, sudada… Sus tetas desde mi posición parecían enormes… y se pegaban a su pijama por la temperatura de aquella habitación... y de su propia piel.

—¿Estás loco...? —suspiró.

Me aparté un poco. Su pregunta era sin duda retórica, o incluso más bien una afirmación.

La imagen de María era tan impactante que me dejaba sin aliento.

—Mira cómo me ha puesto… —protestó en un lamento que sonó más a excitación que a queja.

Arrodillado, acerqué mi cara de nuevo… llevé mi nariz hasta colocarla entre sus piernas… sobre el pijama… y olí… y me impregné del olor y del tacto del semen que aquel crío había derramado sobre la seda del pantalón de mi novia. Saqué mi lengua y quise buscar el coño desatendido de María, degustando y llegando a disfrutar de que, entre medias, se interpusiera la seda empapada por aquel chico… Aquello estaba caliente, especialmente caliente… El sabor era extraño, insuficiente, era más fuerte el olor. Mi lengua atacó con fuerza y las manos de María se enredaron en mi pelo. Gimoteó sobrepasada mientras yo lamía a través la seda, calada, sintiendo en mi lengua sus labios abiertos… tiernos y hambrientos… nacidos para guardar una oquedad, pero que ahora renunciaban a su misión, pues se apartaban para que quién quisiese pudiera entrar.

Todo el morbo acumulado de tantas horas se concentraba en mi lengua que lamía sobre la tela y en mi nariz que inhalaba sin cesar el olor a semen de aquel chico y el olor a coño de María. Todo el morbo de aquellas últimas cuarenta y ocho horas, de la confesión de lo que había pasado con Edu, de las conversaciones con Álvaro y de la foto de su polla, de los gemidos de la vecina, de la polla de plástico lamida por mi novia… de la paja de María a aquel chico… todo en tan poco tiempo, después de semanas sin ver la luz… y ahora… todo junto… me hacían disfrutar de un coño desbordado y de una María superada, cuyas manos abandonaban mi pelo para desabotonarse la chaqueta del pijama.

Miré de nuevo hacia arriba… María, con los ojos cerrados, con la espalda contra la pared, intentaba abarcar con sus manos sus tetas desnudas, que caían colosales e hinchadas en forma de pera, mientras sentía mi lengua apretar su coño.

—Me vuelve loco esto… María… —le dije y ella soltó una de sus tetas para llevar su mano a mi cabeza y obligarme a seguir lamiendo.

—Quítame el pijama… —protestó desesperada.

Ataqué de nuevo con mi lengua y le susurré:

—Si te lo quito no… puedo sentirle a él.

—Estás loco… —repitió, gimoteando con los ojos cerrados, apretándome con una mano la cabeza y sujetándose una teta con la otra. —¿A qué... sabe…?— preguntó, pero no me dejó responder pues aplastó más mi nariz y mi boca contra su coño. María flexionaba sus piernas, tremendamente cachonda, y me empujaba contra sí misma. E insistió:

—¿A qué sabe, eh, cerdo…?

Ese “cerdo” sonó crudo, violento, y rebelaba una María casi fuera de sí.

Mi miembro, desnudo, libre, no paraba de lagrimear y más lo hizo al escuchar aquello. Conseguí apartar un poco mi cara para decirle:

—Sabe a semen…

—¿Sí…?

—Sí… a semen de niño mirón…

—Mmmm… más mirón eres tú… y…

Se hizo un silencio… me eché hacia atrás y ella abriendo los ojos, mirándome, y matándome, acabó la frase:

—Mirón… y... cornudo… —dijo destrozándome, destrozándome del morbo. Hacía mucho, mucho tiempo que no me llamaba así.

María volvió a revisar su pijama calado, como había hecho en el salón, y suspiró en un enfado algo fingido:

—Puto crío…

—¿Echó mucho? —pregunté poniéndome de pie.

—Echó mucho y no me avisó. El muy idiota. —respondió mientras se quitaba la chaqueta del pijama con cuidado.

—¿Y la mano? ¿Cómo te limpiaste?

—La mano me la dejó perdida, ¿te parece normal no avisarme?

—¿Y a qué te la limpiaste?

—Pues… a él… al final… a su camiseta. Se quedó pasmando. —dijo mientras se deshacía de su pantalón de pijama con un curioso cuidado por no mancharse.

Nos acostamos sobre la cama. Nos miramos. Nos acariciamos. Su rostro tenuemente iluminado por una farola situada a unos metros de la casa. Nos besamos. Con calma, con dulzura, con todo el tiempo del mundo. Completamente desnudos disfrutamos de nuestra piel, de tocarnos, de sentirnos. Era morbo, pero era amor, más que nunca, aquello nos unía más.

Comencé a escuchar un ruido extraño en aquel momento… Tardé unos segundos en confirmar que eran suspiros, que eran gemidos, que la rubia madura estaba de nuevo follando. No dije nada. María tampoco. Pero no sentí envidia como la noche anterior. Ni mucho menos. Pues ella, ellos, no podían tener lo que teníamos nosotros. Acariciaba a María y recordaba lo sucedido en el sofá con aquel chico y no había relación sexual, de nadie, que pudiera envidiar. Lo nuestro era más, era más puro, era más fuerte. Lo que sucedía al lado me parecía un polvo plano, inútil, comparado con lo que yo sentía en aquel momento. Aquello nos unía más, hacía que todo fuera más intenso, hasta el punto de que el tacto de su piel me parecía diferente, su olor me parecía diferente, y su mirada era diferente, porque esa mirada no solo mostraba placer por mis caricias, si no un brillo desconocido y adictivo por lo acabado de vivir.

Tumbados, de lado, uno frente al otro, completamente desnudos, sudados, le susurré:

—Cuéntame…

—¿Qué quieres que te cuente…? —respondió con sus ojos grandes y expresivos, con sus labios tiernos que me volvían loco.

—¿Tú que crees?

—Está bien… Pues que… tenía unos ojos azules muy bonitos…

—¿Qué más…?

—Pues… que me dijo de donde era…

—Sabes que me refiero a otro tipo de cosas… —le dije sabiendo que solo quería vacilarme.

Su cara se acercó a la mía. Nuestros dedos circulaban caóticos acariciando el cuerpo del otro. Las nalgas, el pecho, los muslos…

—Pues… que besaba bien… que… temblaba bastante… —rió.

—¿Quién? —pregunté.

—Pues él.

—¿Y tú no?

—Mmm… no, no creo…

—Vale. Sigue.

—Y… que te veía allí… vigilante… —sonrió encandilándome— y… fue raro. Fue una locura… No sé…

—¿Y su polla? —pregunté yendo al grano.

—¿El tamaño?

—Si, no sé… todo.

—Pues… no sé, fue raro… porque… es que se corrió y ni la tenía dura del todo…

—Joder… ¿Y de tamaño?

—Pues no sé, normal, sin más.

—¿Más grande que la mía?

—Claro. —respondió tajante, sin dejar de acariciarme.

Se hizo un silencio gracias al cual escuchamos con nitidez el disfrute de la rubia teñida de al lado.

—Vaya, vaya… lo dan todo aquí… —susurró.

—Sí… ayer también.

—¿Sí? —preguntó ella llevando su mano, que había acariciado ya todo mi torso, a la zona de mi vello púbico.

—Sí— respondí expectante. Me quedé quieto. Nos miramos. La vecina gemía con más fuerza, ya no eran suspiros ni leves lamentos, si no gritos, alaridos improcedentes.

—Qué… desmadre… —susurró María, de forma entrecortada y casi ininteligible… llevando su mano a mi miembro, cogiéndolo… Estaba duro… y ella echó la piel hacia atrás de manera sutil y meticulosa. Ni me acordaba de la última vez que había hecho aquello.

Durante unos instantes yo preguntaba y ella respondía. Cómo besaba el chico, cómo apenas se había atrevido a tocarla. Cómo ella se le había insinuado, diciéndole que era muy guapo, que en la cena se había fijado en él… Me contó que le decía en qué fotos salía más guapo, cómo le decía que tendría a todas las de su edad locas por él… cómo le puso una pierna encima y le miró fijamente… cómo le había dicho que sus ojos la ponían nerviosa. También que cuando el chico fue a pedir las llaves del coche el padre éste le había dicho que se fuera a dormir… Los nervios por ser descubiertos… el susto al ser interrumpidos…

María seguía con aquellas caricias mínimas en mi miembro mientras me contaba, en la penumbra, entre susurros, y sus suspiros eran solapados por aquellos a veces gemidos, y a veces gritos, provenientes de la habitación de al lado.

—Cuando me besó… no me lo podía creer… Era obvio, pero a la vez no lo podía creer… y…

—¿Te gustó? —la interrumpí inquieto.

—Sí.

—¿Por qué?

—No sé… fue tan… diferente… Y… estando tú allí… Me sentía mal, pero a la vez me gustaba… y podía saber que a ti también te gustaba.

—¿Y la paja?

—No sé… él no me tocaba… pero yo le sentía… Sentía aquello allí abajo y no pude evitarlo… o me salió así… yo no pensaba… está claro que no pensaba...

La chica gritaba rítmicamente mientras María me contaba y no dejábamos de mirarnos, y ella seguía masturbándome lentamente, cogiéndomela con una fuerza mínima, casi más una caricia cadenciosa que una paja. Y la vecina parecía quedarse sin premio pues se escuchó un sonido masculino, gutural, corto, y algo desagradable, y después el silencio. María no dijo nada. Yo tampoco. El silencio se eternizaba. Mi polla lagrimeaba. Mi mano la acariciaba y ella dijo:

—¿Te pones... eso?

Me sorprendió un poco que interrumpiera así aquel momento, pero asentí con la cabeza.

Ella detuvo su mano y yo detuve la mía. Busqué la polla de plástico por la cama cuando vimos que el móvil de ella se encendía. Ambos vimos en la pantalla que Álvaro la estaba llamando.

—Madre mía… aun vamos a tener un lío por este chico.

—Bueno, María, es normal… te estará buscando desesperado. Y borracho. —Le dije, fingiendo tranquilidad, mientras cogía aquello que había comprado, pero me daba algo de corte ponérmelo delante de ella.

—¿Quieres que me ponga algo? —preguntó, deshaciéndose de su móvil, y quizás queriendo evitar la incomodidad de no hacer nada mientras yo me ponía aquello.

—¿Cómo qué? —pregunté de forma automática, tenso y sin mirarla, mientras introducía mi miembro, que seguía erecto, dentro de la goma.

—No sé… los zapatos… las medias… algo que te ponga.

Aquello sonaba realmente bien, pero después de lo vivido hacía unos minutos en aquel sofá yo no necesitaba absolutamente nada, y esperaba que ella tampoco.

—Da igual.

Se dio la vuelta. Sobre la cama. Aquello nos intimidaba un poco. Yo más o menos sentía que lo había colocado bien. La sensación era extraña. La química y la naturalidad que teníamos hacía unos minutos se había perdido levemente. Mi novia a cuatro patas, esperaba a que la penetrase con aquello atado a mi cuerpo. Me daba la sensación de que ella había elegido aquella postura porque le daba algo de vergüenza mirarme así.

Miraba hacia abajo y veía aquella polla fingida que me parecía enorme. Más que la que ya teníamos en casa., sobre todo más ancha. También parecía más realista. Me sentía raro, inquieto, pero a la vez al ponérmela algo me había subido por el cuerpo, como un extra de excitación.

Me acerqué. Subí a la cama también. De rodillas, tras ella. La visión de su culo erguido, esperándome... era majestuoso. Me incliné un poco para observar su coño dilatado. Sus labios, hacia afuera, no habían recobrado su sitio habitual desde hacía minutos o incluso horas.

Llevé una de mis manos a sus nalgas y las acaricié. Ella llevó su melena a un lado de su cuello y, nerviosa, se acarició una teta que colgaba enorme de su torso. Mi mano fue a su coño y aluciné con su fragilidad y su humedad…

—Vamos… —suspiró ansiosa.

Me agarré aquello con cuidado, pensé en lubricarlo pero la sentí tan mojada que decidí invadirla así. La dirigí con cuidado hasta que la punta se colocó en la entrada.

—Mmm… vamos… —volvió a decir María, impaciente y nerviosa.

Me volqué mas sobre ella… hasta que la punta de aquel pollón comenzó a invadirla. Su suspiro fue tan sentido que me heló la sangre… No quise detenerme. Quise seguir… Y me deslicé un poco más dentro de ella… Y me sentí extraño, extraño por no sentir su interior abrazándome, pero poderoso al escucharla suspirar. Lo que le metía era enorme comparado con lo que en esencia tenía yo, y ella agradecía la penetración de aquello tan grande con un suspiro entregadísimo.

—Dios… es enorme… —gimoteó ella, bajando la cabeza y ocultándola entre sus brazos flexionados, pero acogiéndolo con una entereza que casi asustaba. La penetré hasta la mitad y ella sollozaba a cada centímetro que la invadía. Yo, alucinado, no pude evitar decir:

—Cómo te puedes meter este pollón… María…

—Mmmm… métela entera… —dijo convencida.

De nuevo aquella sensación extraña por penetrarla y no sentir su calor, pero a la vez sentir un poder inmenso por producir en ella ese placer y por invadirla tan brutalmente. Disfrutaba entrando en ella casi tanto como ella disfrutaba de ser invadida, y María, sin levantar su cabeza, pronunciaba un “diooos” tan largo como la incursión que sufría.

Llegué hasta el final. De una metida. Y María movió su culo, en un circulo perfecto y amplio, para sentirla entera y exclamó un sollozo tan morboso que sentí mi polla palpitar allí dentro.

Me retiré hasta la mitad y se la volví a meter… la agarré por la cadera y ella llevó su larga melena al otro lado de su cuello y por fin se giró para mirarme… y susurró: “diooos qué gusto...”

—¿Sí…?

—Sí… es enorme…

—¿De quién es…? —pregunté en un susurro. Me sentía poderoso, calmado, pero pletórico…

—Mmmm…. No sé… —dijo llevando su cara hacia adelante.

—¿De quién es esta polla...? —insistí iniciando un mete saca lento y profundo, disfrutando por fin de entrar y salir de su cuerpo en enormes recorridos…

Ella no respondía y yo volví a insistir, pero esta vez dispuesto a poner nombres.

—¿Es la polla del crío de abajo?

—Mmm…. No… —respondió entregada, cogiéndole el punto a aquella tremenda polla, acompasando su cadera con la mía.

Yo, también haciéndome a aquello, y sujetándome a veces la cinta que se movía un poco, insistí:

—¿Entonces…? ¿Es la polla de Edu… o la de Álvaro?

—Ufff… qué gusto… dame así… —dijo levantando la cabeza.

—Dime…

—Ummm… es la de Álvaro…

—¿Sí…?

—Sí…

—¿Te follaría ese chico así…?

—Mmmm…. Sí, joder…. Me la mete así… o más fuerte…

—Imagínatelo… cierra los ojos e imagina que te folla él… joder María… le acabas de hacer una paja a un crío y ahora te imaginas que te folla otro… —le susurraba volcándome un poco hacia adelante…

—Sí… mmm… dios… qué bueno… —gemía ella y yo aceleraba un poco el ritmo.

Al incrementar la velocidad nuestros cuerpos comenzaron a hacer ruido al chocar el uno con el otro. Mis huevos se movían adelante y atrás con el ritmo de la embestidas y ella comenzó a llamarme “Álvaro”. Me pedía que le diese caña, que la destrozase. Me imploraba constantemente que la penetrase con más fuerza y más profundamente, siempre llamándome por aquel nombre.

A veces enterraba su cara en la cama, entres su brazos, y a veces levantaba la cabeza, y orgullosa, recibía mis embestidas. Yo disfrutaba pletórico de penetrarla hasta el fondo, me sentía con poder, con poder de satisfacerla, me salía casi completamente de su cuerpo o llegaba incluso a salirme por completo, mirando perplejo la tremenda oquedad que dejaba en su coño al abandonarla. Sus labios enormes apartados, tiernos, expuestos… me pedían a gritos que volviera a invadir aquello y yo obedecía a aquella súplica, llenándola, dándole así un placer inmenso.

En un momento dado, mientras ella gemía sin parar, alcancé el pantalón del pijama de María que estaba sobre la cama y volví a oler aquel semen que había eyaculado el chico sobre la tela. Me deleité inhalando mientras la embestía y ella se retorcía del gusto. Acabé después por lanzar el pantalón que aterrizó delante de ella. María volteó su cara, hacia mi, sorprendida, y yo le susurré en el oído, inclinándome sobre ella: “En el fondo te ha puesto cachonda como te ha manchado”. Su respuesta fueron más de aquellos “ahhh… mmmm...” que no paraba de gritar desvergonzada. “Huélelo...” le pedí que hiciera mientras la penetraba con más fuerza y con una mano le tiraba del pelo… María se llevó aquel pantalón de seda empapado de semen a la cara y comenzó a ahogar allí sus gritos de placer… La follaba tan fuerte que poco a poco habíamos avanzado hasta el cabecero de la cama… allí, contra aquella madera oscura, María gemía en aquel pijama; gemidos que los vecinos tendrían que estar sintiendo dentro de su habitación... y aluciné, pues comenzó a mover su cadera y a acompasarla más con la mía, y comenzó a enterrar un orgasmo con su cara oliendo del semen de aquel chico, yo sentía que se corría pues sus gemidos y el temblor de sus piernas lo anunciaban, mientras le decía:

—Álvaro te folla… Álvaro te folla mientras hueles el semen de otro crío…

—¡¡Ahh… sí…!! ¡¡dios… me folla así…!!

—¡Córrete… córrete así…! ¡¡como una guarra…!!

Y ella estalló en un orgasmo tremendo y gritó:

—¡¡Mmmm!! ¡¡Aaaahh…!! ¡¡Me corro!! ¡Dios! ¡¡Álvaro..!! ¡¡Me corroo! ¡¡Ahhhmmmmm!!— De una manera tan impactante que me puso todo el vello de punta.

Allí, a cuatro patas, con su pijama aun en su mano y en su cara, ensartada, se recuperaba de su orgasmo en silencio. No se dejó caer como cuando yo la penetraba con mi miembro, pues, empalada, apenas se podía mover. Fui yo quien me fui saliendo poco a poco… mientras ella resoplaba al sentir el abandono, y yo miraba aquella polla que salía empapada de un liquido blancuzco… dejando una oquedad brutal tras de si… y unos labios que no tenían intención de volver a cubrirlo.

Se recompuso con más entereza y prontitud de lo que yo habría esperado tras aquel colosal orgasmo. Quiso subirse sobre mí. Se dio la vuelta, y, de espaldas y de cuclillas, se montó sobre aquella polla enorme. Pronto subía y bajaba, lo hacía hasta casi salirse por completo, botaba con elegancia sobre mí, a la vez que se agarraba las tetas para que estas no le rebotasen demasiado sobre el torso por el movimiento. Lo hacía con elegancia, con sobriedad, pero a la vez desprendía lascivia… con esa finura y estilo en sus movimientos, pero a la vez esa extravagancia, casi vergonzante, de tener que retener… que domar, sus prominentes pechos al botar así sobre mí. Yo alucinaba de como se salía y volvía entrar; yo agarraba aquel objeto por la base para mantenerlo hacia arriba y ella lo abandonaba y lo volvía a envolver con un coño que parecía no tener suficiente con nada.

El reflejo de la poca luz que entraba por la ventana me permitía vislumbrar como aquella goma se impregnaba aun más, y otra vez, de aquel líquido espeso que vertía María sobre aquel objeto color carne. Su melena caía larga y tupida sobre su espalda sudada… Ella erguía la cabeza, echándola hacia atrás, gimiendo orgullosa… y no necesitó pedirme uno de aquellos “dame...” si no que yo mismo le azoté en el culo… primero sutilmente… y después más fuerte, haciendo que sus gemidos se tornasen en gritos y se solapasen con aquellas palmadas en sus nalgas sudadas… Me sentía poderoso, y legitimado para azotarla… pues con aquella polla le proporcionaba un placer que me autorizaba a castigarla con aquellos golpes… Tras hacer eso durante uno instantes decidí usar la mano para agarrar aquella nalga y apartarla...separándola, buscando así que su coño se abriera aun más… Mientras miraba obnubilado aquella impactante imagen, esbocé un “¿Te follas a Álvaro así, eh? ¿Te lo follas así?” y, casualidad o no, justo tras aquellas dos frases, ella comenzaba un segundo orgasmo, gritado otra vez desvergonzado, y, otra vez sin necesidad de estimularse el clítoris con la mano para correrse... y de nuevo, tras su clímax, no pudo apartarse sin más, si no que tuve que salirme con cuidado de ella… dejando otra vez aquella brutal cavidad abandonada.

Nos quedamos en silencio unos minutos. Tumbados, ella boca abajo y yo boca arriba.

Decidí quitarme aquello, porque después de sentirme poderoso, quise sentir, sentir yo, que sintiera mi miembro. Para hacerlo me puse de pie sobre la cama, y mientras me desajustaba la cinta María me sorprendió nuevamente, incorporándose lentamente, hasta acabar poniéndose de rodillas ante mí. Me ayudó en mi tarea y mi miembro salió empapado y enrojecido... Ella no lo tocó. No lo agarró. Me miró desde abajo… abrió la boca… mirándome… sacó la lengua... y lo lamió entero. Llevó su boca a mis huevos y tiró de ellos hacia abajo, con sus labios… con su boca y hasta con sus dientes… y después llevó sus manos a su espalda, adoptando una posición extraña y sorpresivamente sumisa, y lamió el glande. Miró hacia arriba y se introdujo todo mi miembro en su boca, hasta el fondo, y sacó su lengua para lamerme los huevos mientras lo hacía. En una imagen impactante… con las manos en su espalda, su mirada ida de morbo, con mi polla entera en su boca y haciendo mínimos movimientos con su lengua… hasta alcanzarme así los huevos... Creía que me corría en aquel preciso momento, cuando ella se salió rápidamente, haciendo un sonido gutural, por el esfuerzo de meterla entera en la boca, dejando un reguero de saliva y preseminal espeso, largo, enorme, que hizo de puente entre su boca y mi polla hasta que finalmente cayó por su propio peso, aterrizando ese líquido semi transparente sobre sus tetas.

Quise sentirla, quise disfrutar otra vez de su coño abierto, dilatado hasta el extremo. Quise morirme del morbo penetrándola, yo sobre ella, en misionero, y apenas no sentir nada porque una polla más del doble de grande que la mía la había invadido antes. Comencé un mete saca que en seguida se tornó en inusualmente rápido, casi estruendoso por la velocidad, y yo apenas notaba nada y sabía que ella tampoco. Llevó sus manos a mi culo para hacerse a mi ritmo frenético y entre beso y beso comenzó a gemirme: “córrete dentro… córrete dentro…” Mi polla nadaba en la inmensidad de aquel coño que se había dilatado por escribirse con un crío, que se había abierto más al dejarse besar y al pajear a otro crío, que se había hecho enorme al ser penetrada por una polla de plástico mientras imaginaba que era Álvaro quién la follaba… y mi miembro comenzó a convulsionar y a derrarmarse allí dentro, haciendo que María ronronease al notarlo, provocándome… y yo resoplaba y bufaba en su oreja y en su cuello, vaciándome… teniendo un orgasmo sentido y placentero… larguísimo… notando cada chorro profundizando en su interior.

Me quedé exhausto sobre ella, dentro de ella, que acariciaba mis nalgas y mi espalda. Y sentí una felicidad plena, un felicidad total, una conexión absoluta, que no sentía desde la noche con Edu, desde que lo había hecho con ella una vez Edu se había ido.

Allí encontraba la paz, dentro de María. Dentro y recién vaciado tras haber sido ella invadida por un amante superior, por una polla mejor. Durante aquellos instantes nuestra unión y nuestra conexión era tan intensa que yo sabía que todo valía la pena por llegar a aquella sensación.

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Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 3 y 4)

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