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Historias de maternidad. Capítulo 2

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Historias de maternidad

Capítulo 2

 

Desde el dia en que Pierre vino a mi casa -para anunciarme que había dejado a la chica con la que estaba- y el que me fui a vivir con él, transcurrieron seis meses. Seis meses en los que tuve ocasión de descubrir hasta que punto el que iba a ser mi marido estaba enganchado al sexo. Hasta que punto deseaba transmitirme la parte de vicio que había en él. Y esa obsesión me la contagió rápidamente. Y de qué manera. Sin embargo, no penséis que ese día ya me fui a la cama con él. Le dejé hablar, le dejé que me explicara con detalle qué había pasado con su chica y, al final, le dije que me lo pensaría. Al marcharse me comentó que iba a estar tres semanas fuera, por trabajo. Perfecto, le contesté, ya hablaremos. Al día siguiente, ya estaba yo en la consulta del ginecólogo para que me recetara los anticonceptivos. Ya veis que contradictorias podemos llegar a ser las mujeres.

 

Julio me lo pasé yendo casi cada dia a la playa. Por aquellos entonces, iba a una playa normal, decente, familiar. Siempre acompañada : o bien con mi madre y mi hermano pequeño (quince añitos llenos de hormonas) o bien con algunos amigos. Yo era de las que no hacía top-less. Con mi familia, porque mi madre no lo hacía y porque al salido de mi hermanito sólo le hubiera faltado que le enseñara las tetas para que me comiera con la mirada. Y con los amigos, pues un poco por lo mismo y un poco también porque quería reservarme para Pierre. No obstante, algún que otro lote me pegué con un par de chicos, sin llegar a consumar, vaya, sin follar.

 

A finales de julio, me contactó de nuevo. Y le dije que sí, que aceptaba salir con él. Lo que no le dije es que llevaba tres semanas masturbándome a diario, de dos a tres veces, en la cama, en la ducha, mordiendo la almohada para que mis grititos no se oyeran por toda la casa.

 

Aquella primera noche que salimos, me invitó a cenar por todo lo grande : pescado, marisco y un buen vino. Yo no era mucho, nada en realidad, de vino, pero él sí. Era su pasión y su trabajo. Enólogo de formación, había entrado a trabajar para una compañía vinícola muy famosa en la zona. Así que escogió una botella de un vino blanco que me pareció delicioso pero que se me subió a la cabeza en un santiamén. Charlamos y charlamos. Y la conversación se fue haciendo cada vez más caliente, cada vez más sexualmente explícita. Recuerdo que por aquel entonces llevaba el pelo muy largo y que me lo había recogido con una especie de diadema de flores que me daba un aire aún más juvenil que el que ya de por si tenía. Y esa noche me había puesto un vestido tipo ibizenco, blanco, bastante escotado, y que me llegaba a mitad de los muslos. En unos minutos aprendí lo que era sentir el deseo de un hombre solamente con sumergirme en su mirada. Y en un momento dado, como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, me ordenó :

 

  • Quiero que te quites las bragas.

  • ¿Cómo ? Le repliqué entre risitas. Y en lugar de decirle que ni hablar, le susurré, mirando a derecha y a izquierda : ¿Aquí ?

  • No. Ves al baño.

 

Son recuerdos que te dejan marcada. Cuando decia aquello de que Pierre había encontrado en mí a su pareja ideal, no lo dudéis ni un instante. A partir de aquella noche, tuve conciencia de que haría lo que me pidiera. De que iba a convertirme en su muñeca, en su cosita, en su... No me hagáis decir más... Total, que fui al baño, con la sensación de que todo el mundo me miraba, de que todo el mundo podía oler las vólatiles feromonas que mi cuerpo exhalaba. Me sentía como una gata en celo.

 

Cuando le puse las bragas sobre la mesa, me sonrió. Esperó a que me sentara y se las llevó a la nariz para olerlas teatralmente.

 

  • ¿Qué ? ¿Huelen bien ? Le pregunté con ironía.

  • ¡Huelen a gloria bendita ! Y... ¡Joder, niña ! ¡Están empapadas !

 

Dias antes, durante la visita con el ginecólogo -el mismo que el de mi madre, un doctor de orígen asiático, de unos 50 años, bastante atractivo-, recuerdo que tras hacerme una palpación de los senos que me pareció muy poco profesional y preguntarme un sinfín de detalles sobre cómo eran mis reglas, su regularidad, cuando aparecieron por primera vez, procedió a examinar mi vagina. Con los pies apoyados sobre los estribos, espatarrada como si fuera a parir y con el doctor sentado en un taburete, con la cara a medio metro de mi intimidad, me sentí avergonzada. Y más cuando me preguntó :

 

  • ¿Está excitada, señorita ?

  • Mmm... No, doctor. ¿Por qué me lo pregunta ?

  • ¿Su vagina siempre segrega mucho fluído ? Me preguntó mientras pasaba uno de sus dedos enguantados de latex por las comisuras de mis labios vaginales.

  • Muy a menudo, sí... ¿Eso es un problema ?

  • No, señorita. No es un problema. Pero sí un trastorno... De origen genético...Hereditario.

 

Mientras iba explorando mi vagina, me fue explicando que se trataba de una disfunción de no sé qué glándulas, las que segregan líquidos lubricantes en los periodos de excitación para preparar la vagina a la penetración y que, en mi caso, funcionaban casi como un cajero automático, hubiera o no hubiera excitación. Mientras fueran segregaciones casi transparentes, incoloras, no debía preocuparme. Después, añadió, con dos dedos insertados en mi coñito juvenil, otra cosa es el olor, éste varia de una mujer a otra. El suyo, señorita, es fuerte, profundo, cítrico, concluyó. Salí de la consulta un tanto confundida. Vamos, me dije, que soy como mi madre, una calentorra.

 

Esa misma noche, al salir del restaurante, me llevó directamente a su casa. Si dijera que recuerdo mis impresiones sobre ella mentiría. Sólo sé que me folló divinamente. De pie, en el suelo, en el sofá, en la cama... Batí el record Guinness de orgasmos de una sola tacada. Y cuando por fin le dije que tomaba la pastilla, se derramó dentro de mí gritando de placer y, os juro que sentí su lava blanca quemarme las entrañas.

 

Pierre no tenía vacaciones, pero eso no impidió que nos viéramos prácticamente cada día. Siempre el mismo ritual. El me pasaba a buscar, sobre las 5 o las 6 de la tarde, saludaba a mis padres si estaban en casa, y me llevaba a su guarida. Al llegar a casa, hacía que me desnudara delante de él y, sobre la mesa de la cocina o bien sobre el mármol del lavadero me comía literalmente el coño, extasiándose con mis juguitos, relamiéndome el clítoris como si fuera un caramelito, saboreando mi ano cual bombón suizo. Una vez colmada, se desnudaba a su vez, me agarraba por la cintura y se clavaba en mí, de pie, fuerte como un roble, duro como una estaca, resistente como el granito.

No creáis, también hablábamos, mucho. De las cosas que nos gustaban. De nuestras manías. De nuestros proyectos. En esos días no podía imaginarme ningún futuro que no lo incluyera a él. Estaba completamente, absolutamente, brutalmente, enamorada de él.

 

A mediados de agosto, me hizo descubrir una playa nudista a unos cuantos kilómetros de Perpiñán, frecuentada principalmente por parejas adultas y bastantes hombres solos. Fui un poco reacia al principio, a desnudarme por completo, para empezar. Pero Pierre me hizo comprender enseguida que lo que esperaba de mí era que yo fuera una chica ardiente y sin prejuicios las 24 horas del día. Como dije anteriormente, me sentía tan a gusto con él que estaba dispuesta a hacer lo que me pidiera. Así que despelotarme en público, aunque me costó un poquito hacerlo, terminó siendo un acicate a mi calentura, un aliciente extremadamente erótico para los dos.

 

Las primeras veces, como la playa era inmensa, buscábamos algún rinconcito dónde estar tranquilos. Pierre me untaba todo el cuerpo de crema solar. Me hacía reir porque yo le decía que sólo lo hiciera en la espalda que era donde yo no alcanzaba, pero él insistía y yo, para ser francos, encantada de la vida. Jamás hubiera imaginado que se pudieran tener tantos orgasmos en la playa. El se ponía palote enseguida y, entonces, me pedía que lo aliviara. Las primeras veces nos metíamos en el agua y lo pajeaba hasta que se corría. Pero no tardó en pedirme que se la chupara en la playa, bajo el parasol, discretamente. Poco a poco, nuestros devaneos sexuales se fueron haciendo más osados y a la vez menos discretos. No era raro ver determinadas escenas eróticas o manifiestamente pornográficas en aquella playa pero otro cantar era el que fuéramos nosotros los actores principales. Pero debo confesar que aquella situación me excitaba sobremanera...

 

Creo que fue a finales de agosto o principios de septiembre, poco antes de que yo tuviera que volver al instituto (estaba haciendo una formación profesional de grado superior), estábamos estirados en las toallas, yo de cara, con unas gafillas de plástico que me tapaban los ojos, tostándome al sol, ligeramente espatarrada, en un estado de semi-somnolencia super agradable, cuando la voz de Pierre me despertó :

 

  • Creo que no soy el único que tiene ganas de hacerte cochinadas...

 

Hice ademán de incorporarme para avistarlo pero Pierre me rogó que siguiera tendida.

 

  • Está a unos veinte metros de nosotros y se la está cascando, el muy guarro.

  • Pobrete... Déjalo, no hace ningún mal a nadie, ¿no ?

  • ¿Te pone cachonda, verdad ?

  • Pues sí... Y a ti también. ¿Me equivoco ?

  • Ja, ja, ja... En absoluto... Es más, me gustaria que te tocaras para él.

 

Siempre nos poníamos a cierta distancia de la orilla, medio ocultos por las dunas y matorrales, pero ese día, con la playa bastante desierta, nos habíamos avanzado un poco más. La idea de masturbarme y que alguien desconocido pudiera verme me daba un subidón de adrenalina brutal. Sola, jamás lo hubiera hecho. Con Pierre me sentía protegida. Así que empecé por acariciarme los pechos, por pellizcar mis pezones :

 

  • Quiero mirar, Pierre... Por favor. Supliqué con mis primeros gemidos.

  • No, cielo. Sigue con los ojos cerrados.

  • Dime al menos qué hace... ¿Y tú ? ¡Tócame !

  • Yo hago como él... Te miro y me acaricio... Abre bien las piernas... ¡Más !

 

Le obedecí. Con las piernas flexionadas, empecé a tocarme ; con una mano presionaba suavemente mi clítoris, con la yema de los dedos de la otra recorría mi rajita, de abajo a arriba, de arriba a abajo, hundiéndolos en la cálida humedad de mi coño.

 

  • Así, cielo... Muy bien...¡Sigue, sigue, sigue !

  • ¡Hummm ! Pierre... ¿Qué...mmm... hace...mmm...él ?

  • Se está haciendo la mejor paja de su vida, cariño. Gracias a ti.

  • ¡Aaahhh ! ¡Oh, síii ! Gracias a la putita de tu...¡ noviaaahhh !

  • ¡Hummmmmm !

  • ¡Amooor ! ¡Voy a correrme ! ¡Sííí ! ¡Hiiiiiiii !

 

Los espasmos del orgasmo hicieron que levantara la cabeza. Las gafillas de plástico se deslizaron hacia abajo y recuperé la visión. Dios, lo que vi entonces multiplicó por diez la intensidad del clímax. De pie, junto a mi Pierre, había dos hombres más, mayores, uno de ellos muy flaco. Los tres se estaban pajeando con furia. Mis ojos, mi mirada se clavó en la de Pierre, suplicante :

 

  • ¡Quééé... ! ¿Qué pasa aquí ?

 

No tuve tiempo de decir nada más. Ni de obtener ninguna respuesta. Solamente me pareció oir que Pierre les decía : « En la cara, no »

 

El primero de los hombres, el flacucho, eyaculó profusamente sobre mis pechos. Instintivamente, eché la cabeza hacia atrás y evité que uno de los chorros de esperma se estampara en mi boca. Apenas unos segundos más tarde, el segundo, bajito y barrigudo, se corrió sobre mi vientre.

 

  • Abre la boca, cariño. Me ordenó mi « novio ».

 

Los dos desconocidos hablaban entre ellos. Sólo acerté a comprender una palabra que repetían : « salope », que significa puta en francés. Y entonces Pierre se corrió, allí donde unos minutos antes les había prohibido de hacerlo : en mi cara.

 

  • ¡Serás cabrón ! Le espeté de malas maneras.

 

Me levanté y corriendo me fui hacia el mar. Aún tuve tiempo de escuchar lo que me decían aquellos hombres :

 

  • Merci, Mademoiselle !

 

Un rato más tarde, ya en su casa, le pregunté si pensaba que era cierto lo que esos individuos habían dicho sobre mí. Pero Pierre me contestó con otra pregunta :

 

  • A ti... ¿te ha gustado ?

  • Sí... mucho.
  • Pues ya tienes mi respuesta.

 

CONTINUARA...Siempre que os apetezca;)