miprimita.com

Historias de maternidad. Capítulo 1

en Grandes Series

Historias de maternidad

Primer Capítulo

 

Me llamo Susie y acabo de cumplir 46 años. Después de casi 25 años de matrimonio, cansada de llevar unos cuernos monumentales, he echado a mi marido de casa. El tiene doce más que yo. Pero ello no le ha impedido liarse con su secretaria, que dicho sea de paso, tiene la misma edad que yo cuando Pierre, mi marido, me conoció, es decir, 19. Claro que yo no puedo competir con una zorrita de tetas enormes y culazo caribeño, más puta que las gallinas y dispuesta a lo que sea para conseguir un buen contrato indefinido. Pues que se vaya con ella... A ver cuánto dura.

 

La cuestión es que me han entrado unas ganas enormes de explicar, de contar unas cuantas de mis experiencias, de mis vivencias y sentirme, en cierta manera, deseable y deseada una vez más. Mi relato lo he titulado historias de maternidad porque cuando hago balance de mi vida sexual me doy cuenta de hasta que punto los primeros años de mi papel de madre en esta vida, sobretodo los dos embarazos y los consiguientes periodos de lactancia, que en mi caso fueron, a ojos de la mayoría de personas que convivieron conmigo o las ahora puedan leerme, muy largos, fueron los más ricos, los más excitantes y en los que más me sentí realizada, bella y colmada.

 

Pero antes debo regresar a los orígines y evocar aquellos momentos que marcaron un punto de salida a mi existencia. Y también, debo presentarme.

 

Yo soy más bien menudita, apenas un metro y sesenta centímetros. Piernas delgaditas, unos buenos muslos (sin nada de celulitis ; gracias mamá), un culito respingón, un poco de vientre (dos hijos ; la maternidad pasa factura) y unos pechos que no son nada del otro mundo pero que se mantienen bastante firmes para mi edad. Mi marido, en cambio, es bastante alto y corpulento. Cuando le conocí, jugaba al rugby y estaba como un tren. Además, era super guapo. Vamos, yo lo veía así... Como un apolo... Un dios... Mi dios.

 

Aunque cueste de creer, fue él quien me desvirgó. Y eso que había salido con unos cuantos chicos y que había hecho cosas con ellos : besos, toqueteos, magreos y, con los dos últimos, mucho sexo manual y oral... Pero no había llegado con ninguno de ellos a la penetración. Y no sé muy bien por qué, la verdad. Yo no era una chica mojigata, al contrario. Me encantaba el sexo y disfrutaba muchísimo. Pero era como si no hubiera encontrado aún la horma de mi zapato. Todos los chicos con los que salí eran más o menos de mi edad, bastante maldiestros, torpones y, menos uno de ellos, todos eyaculaban con suma rapidez. Creo que lo que pasaba en realidad era que estaban muy enamorados de mí pero yo no de ellos. Yo necesitaba a un hombre, no a un chico. Necesitaba sentirme dominada y no ser yo la dominadora.

 

Cuando Pierre me conoció vio en mí aquello que él, por su parte, buscaba y no había encontrado : una chica joven, bonita y, sobretodo, dócil, maleable, sumisa. Esa era yo por aquel entonces. Por eso cuando, la noche que nos conocimos (en una discoteca de la playa, a finales de junio de 1992), y después de pegarnos el lote más delicioso de mi corta existencia, me dijo que lo acompañara, que quería llevarme a un sitio muy chulo, lo seguí sin rechistar, convencida de que él era mi hombre.

 

Aparcó delante de la playa. No había nadie y una luna llena preciosa llenaba de reflejos plateados todo aquel paisaje marítimo. Cogió dos toallas del maletero, me tomó de la mano y me llevó hasta la orilla. Yo temblaba de nerviosismo, de excitación, pero no de miedo. Me sentía segura con él. Se desnudó completamente ante mí. Dios, lo recuerdo como si fuera hoy. Era como si viera una escultura griega, un milagro de la naturaleza. Con una diferencia muy importante : lucía una erección que nunca antes había visto en ninguna escultura. Se acercó a mí y, en un tris tras me dejó como mi madre me trajo al mundo. Me miró de arriba a abajo y me dijo que era como una sirena de porcelana. Creo que si hubiera cerrado los ojos y me hubiera concentrado en sus palabras, en su cuerpo, en su sexo, en su olor, hubiera tenido un delicioso orgasmo. Pero no fue así. Me invitó a que la siguiera, metiéndose en el agua.

 

El mar estaba plácido, agradablemente cálido. No recuerdo las palabras que nos dijimos. Sé que nos reíamos, nos salpicábamos el uno al otro...Y que nos abrazamos, nos besamos. Nuestras lenguas eran serpientes saladas que luchaban para devorarse mutúamente. Cuando, sus manos sobre mis nalgas, me elevó suavemente y sentí la punta de su pene buscar el paso hacía mi intimidad, le agarré la nuca con mis manos entrelazadas y le susurré, le gemí :

 

  • Soy virgen.

 

Me miró sin decir nada. La presión de sus manos sobre mis glúteos se hizo más fuerte. Su glande frotaba los labios de mi vulva abriéndose paso lentamente, poniéndose en posición de ataque. Cómo deseaba ese momento. Mi vagina, como si tuviera personalidad propia, segregaba fluídos sin parar. Y entonces me penetró : una sola estacada, potente, profunda, dolorosamente deliciosa.

 

  • Ya no... Ya no eres virgen.

 

Nuestras lenguas se encontraron de nuevo. Y pasó todo lo contrario de lo que me había pasado con mis novios. Pocos segundos después de tenerlo dentro de mí, me corrí. Mis grititos orgásmicos se ahogaron en su boca. El seguía entrando y saliendo de mí, como un martillo hidraúlico. Yo me estaba abandonando al placer, con el agua hasta la cintura, con el flop-flop que nuestros sexos orquestaban. Sin dejar de agarrarlo por la nuca, eché la cabeza hacia atrás y él aceleró el vaivén, con embestidas cada vez más fuertes...

 

  • ¡Pieeeerre ! ¡Sííi ! ¡Sí ! ¡Sí ! ¡Sííi !

 

Nunca he sido muy discreta en el momento del clímax, pero aquel día mis gritos debieron escucharse más allá del faro que a lo lejos centelleaba intermitente.

 

  • ¡Qué maravillosa eres, Susie ! ¿El segundo ?

  • ¡Ja, ja, ja ! ¡Nooo ! El tercero... ¡ Pero el más bueno ! ¿Y tú ?

  • Yo...

  • Sí, tú... ¿No quieres, mmm, correrte ?

 

Me sentía tan a gusto con él, dentro de mí, que practicamente había olvidado que yo no tomaba la píldora, que él no se había puesto un condón y que, servidora, estaba en plena ovulación :

 

  • Perdona, Pierre... No tomo anticonceptivos...

  • ¿Por qué no me lo has dicho antes ?

  • Tenía tantas ganas de ti...

 

Salió de mí y volvió a besarme, esta vez con suma delicadeza. Salimos del agua. Me arropó con una de las toallas y extendió la otra, más grande, sobre la arena. Se estiró de cara y yo hice lo mismo, acurrucándome contra su torso :

 

  • ¿Te he hecho daño, Susie ? - Me preguntó mirando al cielo.

  • No. Ha sido maravilloso... ¿Quieres que te acaricie ?

  • Soy todo tuyo... Pero antes quiero hacerte una pregunta.

  • Dime. - Le contesté, deslizando mi mano hacia su verga.

 

No era la más grande, ni la más larga, ni la más gorda de las que había visto y tenido en mis manos pero sí que era la que más deseaba, la que me había hecho gozar, la que seguía estando erguida como un mástil, por mí, para mí.

 

  • ¿De verdad que tienes la edad que dices ?

  • Sí, cumplí los 19 en mayo. ¿No me crees ? - Le pregunté, asiendo fuertemente su pene e iniciando el movimiento masturbatorio que tantas veces había llevado a cabo.

  • Sí, te creo... Pero es que tienes una carita tan fina, tan de niña, tan...¡Hummm !

 

Me puse de rodillas a su lado. Acerqué mi boca a su falo. Con la punta de la lengua, le lamí la pequeña obertura del glande, mientras que con una mano le acariciaba suavemente el escroto.

 

  • ¡Hum, está saladita ! - Exclamé mirándolo a los ojos, relamièndome los labios en un claro gesto obsceno. - ¿Quieres que esta niñita siga ?

  • ¡Oh, Diosss ! ¡Sí...Sigueee !

 

Me apliqué con sumo gusto. Yo no era una profesional de la felación pero me encantaba hacerlo. Me encantaba sentir cómo la verga palpitaba en mi boca, oir los gémidos, los bufidos, las exclamaciones de placer que mis labios, que mi lengua, procuraban a los chicos. Y ahora no era un chico sino un hombre, un pedazo de hombre...

 

No debí hacerlo tan mal porque Pierre no tardó en avisarme de la inminencia de su orgasmo :

 

  • Susie... Ya... Ya no aguanto más...

 

Al decirme eso pensó que apartaría mi boca y que terminaría haciéndole eyacular con la mano. Lo que le ofrecí fue exactamente lo contrario. La engullí aún más, tanto como pude, hasta sentir su capullo a tocar de mi campanilla. Mis labios sentían el cosquilleo de su vello púbico, de los pelillos rizados de sus testículos. Me lengua se retorcía sobre su verga. Y entonces, explotó :

 

  • ¡Aaaaaaaaahhhhh ! ¡Fffffffffff ! ¡Gggggaaaa ! - como una ballena, como un búfalo...primitivo, primario, animal.

 

El primer chorro de semen se perdió garganta abajo, pero no los siguientes, que fueron depositándose en mi paladar y que pude saborear como un gatito saborea un platito de leche. Tuve que carraspear un poco antes de tragármelo, hasta la última gota. La primera vez que se lo había hecho a un chico, como se corrió prácticamente cuando empezaba a chupársela, me sorprendió tanto que tuve un reflejo de arcada, que se quedó en eso, en un reflejo, porque en realidad me excitó sobre manera sentir en mi boca ese líquido blanquecino con un sabor y un olor que lejos de disgustarme disparaban hasta el cielo mis sensores orgásmicos.

 

Mientras nos fumábamos un cigarrillo, ya vestidos, sentados uno junto al otro, Pierre me soltó :

 

  • Susie... virgen, puede... Pero esto que me has hecho y cómo lo has hecho, no me creo que fuera la primera vez.

  • ¡Hombre ! Virgen, te aseguro que lo era. Pero tonta, nunca lo he sido. Ahora me toca a mí hacerte una pregunta.

  • Venga, lo que quieras...

  • No llevas anillo pero me cuesta créer que estés soltero...

  • ¿Quieres verme otra vez ?

  • No, otra vez no... Muchas veces. Todas las veces. ¿Estás soltero ?

  • No. Pero no estoy casado, tampoco. Vivo con una chica...

 

Me levanté de sopetón. Me costaba muchísimo aceptar que todo aquello que acababa de pasar fuera un capricho de una noche de un hombre caliente. Una puesta en escena para tirarse a una chiquilla, impresionada, obnubilada por el macho hercúleo que se la ligaba. Me vino a la mente la horrible idea que aquello que yo había vivido por primera vez, él lo vivía cada fin de semana, con otras atontadas como yo.

 

  • Llévame a casa. Por favor.

  • Lo siento...

  • Yo también. Vamos, por favor.

 

Me acompañó hasta mi casa. Los 15 minutos de trayecto los pasamos en silencio. Dos o tres veces intentó cogerme la mano o acariciarme la pierna. Lo rechacé bruscamente. Al llegar al portal de mi casa, quiso besarme y le di un bofetón, quizá más fuerte de lo que debiera.

 

  • Susie, por favor... Déjame explicarte...

  • Adiós. - Le espeté, saliendo del coche y cerrando la puerta violentamente.

 

En casa, por suerte, reinaba un silencio absoluto. Tanto mis padres como mi hermano pequeño debían dormir totalmente ajenos a lo que acababa de vivir. Me saqué el vestido y las bragas. No había rastro de sangre pero sí de la humedad de mis fluídos. Me eché en la cama y lloré como una niña mimada a la que acaban de retirar el regalo que le habían hecho. Poco a poco fui calmándome. Poco a poco el aroma de su piel, el sabor de su boca, el gusto de su sexo, el tacto de sus manos sobre mi cuerpo, se fueron apoderando de mis pensamientos... Como una autómata, mi mano buscó mi entrepierna, mis dedos localizaron el clítoris y me masturbé hasta alcanzar el orgasmo, sin chillar, sin apenas gemir, en silencio.

 

No tuve noticias de Pierre en dos semanas. No sabía dónde vivía. Ni dónde trabajaba. Ni nada. Un día de julio, un domingo para ser más exactos, llamaron a la puerta. Mi madre fue a abrir.

 

  • ¡Susie, querida ! Hay un chico que pregunta por ti.

 

Lo dejó esperando en el recibidor y vino a buscarme a la terraza de detrás de la casa.

 

  • Dice que se llama Pierre y que quiere hablar contigo... ¡Es muy guapo !

 

 

CONTINUARA. Si os ha gustado, claro;)