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Vanesa encontro el sentido de la vida

en Jovencit@s

... y ahora me iban a coger. La tan preciada virginidad que mamá tanto me había inculcado, se podía ir a la reputa madre. Estaban a punto de penetrarme por primera vez, y eso era lo único que importaba en esta vida...

 

 Vanesa encontró el sentido de la vida

Yo tendría unos cinco años cuando conocí a Jaime (Jimmy, para nosotras). Me recuerdo sentada en sus rodillas tironeándole la barba, mientras él fingía llorar de dolor por eso. Mi papá solía comentar sorprendido lo extraño que era verme jugar y reír con Jimmy, ya que las personas mayores no me agradaban y rehuía de ellas. Pero con él era diferente, su mirada era distinta a todas las demás, por eso me sentía segura, alegre. Me gustaban sus manos en mi cintura y adoraba las cosquillas de su barba en mi rostro y, especialmente, en mi cuello.

Mis hermanas eran muy rubias y de ojos verdes, pero mi piel y mi cabello eran oscuros, por eso él me llamaba "Morena". Siempre me decía que mis ojos competían con la noche y ganaban en belleza y negrura, y también por las estrellas que él afirmaba ver en ellos. A veces, tomando mis mejillas entre sus manos decía:

-No existe en el universo morena más hermosa- Y me besaba dulcemente muy cerca de los labios, provocándome una sensación que durante mucho tiempo me inquietó por no poder describir ni explicar.

Al llegar a los trece o catorce años, todas esas sensaciones se habían intensificado a tal punto que, cuando pasaba cuatro o cinco días sin verlo, me sentía triste y hasta enferma. Entonces me las arreglaba para encontrarlo por la calle o dejarme caer por su casa. (Generalmente lo visitaba después de la escuela, pero me di cuenta de que estaba teniendo un problema cuando empecé a visitarlo en vez de ir a la escuela). Nuestras conversaciones siempre eran interesantes y animadas, y a pesar de que tenía veinte años más que yo, podíamos hablar francamente y de igual a igual sobre todos los temas imaginables.

Esa tarde charlábamos sentados en el sillón largo de su casa. De algún modo la conversación derivó en el sexo, y cuando caí en cuenta, le estaba contando lo que sentía cuando veía un varón con el torso desnudo en la playa o en alguna revista, y cómo esas imágenes a veces me provocaban sueños eróticos durante la noche. Por su parte Jimmy me contó que a él le pasaba exactamente lo mismo cuando veía chicas en minifalda por la calle.

- Y a propósito de revistas- dijo- ¿te gustaría ver algunas "especiales" que tengo?

- ¿Especiales?- pregunté intrigada

- Si, de esas que te pueden provocar sueños hermosos-

Dudé. Sabía que no era correcto, pero la curiosidad me carcomía.

- Y bueno, dale- dije tratando de sonar indiferente.

Comenzamos con algunas de físico culturismo, con unos machos espectaculares y mujeres con cuerpos de diosas. Luego me mostró unas revistas pequeñas con fotografías de parejas desnudas, besándose en el bosque, en la playa o en la piscina.

- ¡Esto sí que me va a hacer soñar!- dije, descubriendo en ese preciso instante que mi entrepierna estaba muy húmeda.

Durante un rato más seguimos mirando y comentando las fotos que cada vez eran más fuertes. (Los besos en la boca o en las tetas del principio, bajaron hasta las entrepiernas; a las magníficas nalgas de ellos se agregaron unos penes formidables... y mucho más.). Jimmy me hacía notar los detalles más interesantes:

- Mira los pezones de esa rubia. Están como los tuyos – me decía mientras me los rozaba suavemente con la punta de un dedo, provocando una catarata en mi vagina.

O también, señalando el rostro sufriente de una jovencita:

- Esta morena parece disfrutar a morir de ese pedazo entre sus piernas –Era tan hábil relatando las fotografías, que hasta me parecía estar escuchando los gemidos de esas putas. Estaba tan excitada que las manos me temblaban al sostener la revista. Obviamente, Jimmy se dio cuenta. O mejor dicho, (ahora me doy cuenta), estaba consiguiendo lo que buscó desde hacía muchísimo tiempo. La situación me había puesto sumamente nerviosa, sobre todo cuando noté que su entrepierna estaba terriblemente abultada.

En cierto momento dijo algo acerca de mi perfume y se acercó a mi cuello, igual que miles de veces antes, para sentir el aroma. Pero esta vez fue diferente porque, a pesar de que a mis 17 años era una virgen empedernida, esa cercanía hizo despertar mariposas en mi estómago y quise que se mantuviera allí para siempre.

Y él no sólo se quedó, sino que empezó a besarme justo debajo de la oreja, como si supiera de toda la vida que esa zona era casi mi punto orgásmico. Ahora su mano se apoyaba en el lado interno de mi muslo, muy, muy cerca de mi sexo, pero sin tocarlo. Mi pobre clítoris pedía a gritos que lo atendieran. Por eso, cerrando involuntariamente los ojos, empecé a masturbarme, sin que me importe en absoluto lo que Jimmy pudiera pensar.

Comenzó a acariciarme el vientre por encima de la camisa, yendo cada vez más arriba, pero sin alcanzar mis pechos que ya estaban completamente erectos. No pude soportarlo más, por eso levanté mi camiseta, dejándolos libres para sentir sus besos...

Y de repente tuve miedo ante tantas sensaciones nuevas. "¡Por Dios!", pensé, "¡Me va a coger! ¡Me va a coger y no puedo evitarlo!"

Quería decirle que se detuviera, pero no conseguía soltar palabra... y mucho menos quería que se detuviera. Las imágenes de las revistas se agolpaban en mi mente y los oídos me zumbaban al sentir la succión en mis pezones.

Entonces, mientras de nuevo me besaba tiernamente en la boca, su mano se deslizó bajo mi falda y se concentró en mis muslos, recorriéndolos de arriba abajo durante varios minutos, siguiendo con la maldita táctica de llegar sólo a unos pocos centímetros de la ingle, sin ir más allá. Por eso, pasé mi pierna por encima de las suyas abriéndome a pleno para sentir las caricias que, para mi desesperación, nunca llegaban. Por eso le tomé la mano y la llevé hasta mi concha para que me tocara... que me tocara mucho...mucho...

(En ese momento no lo sabía, pero eso era lo que él quería, es decir, me obligaba a pedirle cosas. ¡Qué manera tan perfecta de despertar mi sexo y hacerme conocer mis propias sensaciones!)

 

Sus dedos apartaron hacia un lado la tanguita y comenzaron a moverse entre mis piernas jugueteando con mi clítoris. Mis sentidos se alteraron. Todo giraba y se ponía de colores, mientras la voz de Jimmy me decía:

- ¡Cómo te mojaste, amor!

Y era cierto. Sentía mis fluidos manar imparables. Sin embargo, aunque me estaba besando y tocando intensamente, había algo que me faltaba. Quería algo más, y sabía exactamente lo que era. Esas revistas me habían envenenado la mente mostrándome el verdadero sentido de mi existencia.

Y ahora me iban a coger. La tan preciada virginidad que mamá tanto me había inculcado, se podía ir a la reputa madre. Estaban a punto de penetrarme por primera vez, y eso era lo único que importaba en esta vida. Por eso cuando él, abriendo su pantalón, dejó salir su miembro, lo vi grande, grueso, (tal vez demasiado) como el del tipo de la revista. Lo quise y lo tomé con la mano, percibiendo que era mucho más duro de lo que supuse. Lo acaricié durante unos minutos notando que se mojaba igual que yo.

De pronto Jimmy deslizó su pantalón hasta los tobillos e hizo que yo me quitara la falda por completo. Él mismo me bajó de un solo movimiento las braguitas y me sentó sobre su vientre, recostando mi espalda sobre su pecho. Me sentí pequeña rodeada por esas poderosas manos que apretaban mis tetitas con firmeza, pero sin daño. Vi el pene aparecer entre mis piernas como si me hubiese atravesado de lado a lado, aunque no me había tocado en absoluto.

Entonces supe que, por fin, el momento había llegado. Estaba asustada pues sabía que habría dolor.

Él sólo siguió penetrando mi boca con su lengua mientras me masajeaba los pechos con una mano y, con la otra, la concha. Por eso tomé la pija y comencé a frotármela entre los labios vaginales. Otra vez estaba pidiéndole lo que él sabía que yo quería. Me estaba obligando a comportarme como una verdadera putita, y por eso lo odié. Pero en ese preciso instante me dijo:

- Ahora sí vas a ser una verdadera hembra, de esas que saben lo que quieren y lo toman -

Nunca nadie me había llamado "hembra". Sonaba vulgar, pero absolutamente excitante, y por eso, lo amé, pues ahora estaba segura de que me veía como mujer más que como niña. (¡Que ingenua fui! Con los años me di cuenta que él sólo quería cogerse una pendeja virgen)

De allí en adelante, el tomó definitivamente la iniciativa. Comenzó a penetrarme lenta y cuidadosamente.

 

Cuando finalmente llegó al fondo, comenzó una serie de embestidas casi brutales que me hicieron llorar de dolor y de gozo al mismo tiempo.

La ternura se esfumó para dar paso a una dulce y viril violencia que, rápidamente, le dio forma a mi primer orgasmo verdadero. Mi cuerpo tembló de repente con una agitación incontrolable, haciendo mi respiración entrecortada y que mis piernas se tensaran y se apretaran una contra la otra.

(¡Mi primer orgasmo verdadero! Jamás ninguna paja pudo superar ese polvo. Y jamás nadie me cogió tan plenamente como mi tío Jimmy lo hizo durante todo el tiempo que duró nuestro secreto romance.)

Sin embargo, su urgencia se hizo patente cuando, a los pocos minutos y en medio de una convulsión, un gran chorro de semen se disparó, mojándome más por fuera que por dentro. Realmente no imaginaba que un hombre pudiera soltar un gruñido tan... salvaje (es la única palabra que se me ocurre para describirlo).

Unos minutos después, nuestros cuerpos se relajaron por completo.

Yo, de espaldas sobre él y todavía penetrada, disfrutaba las caricias en mis muslos y pezones.

Después de un largo beso, nos miramos a los ojos profundamente... y comenzamos a reír tontamente, sin motivo aparente. Simplemente éramos felices, nos sentíamos plenos pues no había en el universo nadie más que nosotros.

Y no había en la vida ninguna otra razón para existir excepto repetir este momento vez tras vez, para siempre.