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Mi pequeña Maira (4: El engaño)

en Jovencit@s

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MI PEQUEÑA MAIRA IV: el engaño

Hacía casi dos meses que había empezado la historia con Maira cuando me enrosqué con Vanesa , la deliciosa morenita que encontró el sentido de la vida el día que me entregó su, hasta entonces, intacto sexo. El acuerdo fue que lo nuestro era un secreto hasta que ella cumpliera los 21.

- No te gustaría que vaya preso por abuso deshonesto o algo así verdad, Morenita?

- ¡Pero yo nunca te denunciaría!

- No, pero tu viejo sí, de modo que esto es muy importante ¿o.k?

- No te preocupes, nadie se va a enterar.

Sin embargo, es evidente que "nadie" no incluía a su mejor amiga: Maira, quien a su vez sí supo guardar su propio secreto, demostrando así que con sus escasos trece años, podía manejar ciertas situaciones con mayor prudencia que la otra tonta de diecisiete. Pero no puedo culpar a Vane por dejarse llevar por sus emociones, cuando yo mismo tenía que hacer grandes esfuerzos por no contar esta demencial historia entre mis amigachines.

08,30 A.M., hora de estar en la escuela. Apareció de repente, furiosa en mi casa:

- ¡Hijo de puta! ¡Ya lo sé todo!

- Calmate, mi vida ¿qué es lo que sabes? ¿Por qué estás así? - atiné a decir todavía medio dormido.

-!! No me llames "mi vida", ya no soy tu vida!! ¡Te estas cogiendo a Vanesa, la puta que los parió a los dos!

- N... ¡No! No me la estoy cogiendo, yo te voy a explicar...

- ¿Qué mierda me vas a explicar? ella misma me contó todo y con lujo de detalle. Sos el peor hijo de puta. A mi me diste alcohol para convencerme y a ella le podriste la mente con pornografía. Ahora mismo le voy a contar todo a mi viejo... (A propósito, papito era oficial de policía y cargaba una 9mm totalmente reglamentaria)

Lloraba. Estaba indignada, desilusionada... traicionada. Me acerqué y la rodeé con mis brazos. Empezó a golpearme en el pecho y el rostro con sus frágiles puños. Dejé que continuara hasta que se cansó y las manos le dolieron.

- Mairi, mi amor... no es así... – dije mientras me limpiaba una gota de sangre de la nariz.

-¡Ella me contó!

-Está bien, es cierto que tuvimos una historieta, pero fue una sola vez, (mentira) fue un... tropiezo. Me dejé llevar por sus provocaciones... ella vino, empezamos a charlar... me contó que se excitaba con fotos de revistas, me contó sus sueños eróticos mientras se frotaba los pezones... la verdad siempre creí que era medio putita esa nena (Me dolió en el alma decir eso, pero fue la única manera de convencerla de que ella era la única a quien amaba, la única verdaderamente importante en mi vida, y en esto no mentía).

Era necesario descomprimir la situación, así que pasé a otra cosa.

-Vení, mi chiquita, vamos a tomar algo y a charlar tranquilos. Vas a ver como aclaramos esto rápido y bien.

- Sí, dame algo bien fuerte. Tengo una bronca tan grande, que te podría matar a vos y a esa traidora.

Serví dos copas muy llenas de Grand Marnier, (yo también necesitaba algo fuerte) y nos sentamos en el sofá. Se recostó en mi pecho, la abracé y, puta madre, su tristeza me dolió.

Pero no, no podía ser. Mi subconsciente y mi instinto animal luchaban con la realidad tratando de convencerme de que, a esta altura de mi historia, no podía permitirme enamorarme, y menos de una criatura veintisiete años menor.

Pero algo no estaba saliendo bien, por eso clavé el Marnier de un golpe y me dispuse a aprovecharme de esta ternura angelical de trece añitos que sí estaba realmente enamorada.

Por su parte y con toda intención mató el coñac de un trago. El alcohol hizo efecto inmediato en su cerebro y también en sus hormonas. Olvidando el enojo, comenzó a acariciar mi vientre deslizando su manito descaradamente bajo mi pantalón, aprontando mi sexo para la acción.

- Ella... ¿te gustó?- preguntó en medio de un gran beso.

– Ella no fue capaz de darme ni la mitad de lo que vos me das.

-¿Y qué es lo que te doy en realidad?

- Me das tu cuerpo, tu alma y tu vida. Por eso te amo con todo mi corazón- intenté que fuera una mentira creíble, sin embargo, muy a pesar mío, fue sólo la verdad.

- De todos modos Vane estuvo dispuesta a darme algo que vos nunca te animaste...- dije mientras reflotaba mis bajos instintos.

- ¿Qué cosa...?- Y recordó a mitad de la frase qué cosa era lo único que nunca me había dado. Tal vez le refrescó la memoria mi mano que bajo su faldita se deleitaba con su papo ya mojado y, principalmente, con su anillo pequeño.

- ¡Pero vos sabés que a mi me duele...!

- A ella también, pero ella me ama y por eso...

-¡Esa perra no sabe lo que es amar! Pero yo sí.

Se puso de pie y se dirigió a la habitación mientras comenzaba a abrirse la camisa de seda roja. Se detuvo en la puerta con sus pezones duros ya en libertad y me miró como preguntándome "¿qué esperas?"

Me apresuré a desnudarme y abrazarla, a recorrerla por completo con mis besos. Con los ojos cerrados y la respiración agitada, se dejaba hacer, como siempre. La ingenuidad, la dulzura, la sumisión, la tierna y casi inocente juventud, eran virtudes que jamás perdió a pesar de que, desde que comenzó toda esta locura, rara vez pasábamos tres días sin orgasmos salvajes. Pero algo iba cambiando de a poco: últimamente cogíamos poco, aun cuando pasábamos muchas horas juntos y desnudos en mi casa. A veces, solamente nos acariciábamos y nos masturbábamos mutuamente durante largo rato y, después, conversábamos de cosas triviales y de cosas importantes, tomábamos mucho vino (Malvec, como siempre) y fantaseábamos tratando de adivinar qué pasaría si sus padres se enteraran de lo nuestro. Me aseguró que en tal caso me visitaría en la cárcel... o en el cementerio.

Cierta vez incluso me descubrí con ella acurrucada entre mis brazos, acariciando sus pechitos y penetrándola casi inconscientemente, cavilando en voz alta acerca de los hijos que íbamos a tener cuando ella pudiera casarse conmigo.

Meditando en estas cosas me preocupé otra vez al descubrir cuánto disfrutaba yo de estas veladas.

Pero hoy no era uno de esos días. Se recostó de espalda sobre los almohadones y, mientras le retiraba las braguitas de encaje rojo transparente, le besaba los pechos, el vientre y el clítoris, mojándome la barba con su delicioso néctar.

Ahora mi Mairi, lenta y generosamente, abrió las piernitas llevando las rodillas hasta la altura de sus pechos. La suave pelusita oscura no podía ocultar esa vulvita rosada y muy húmeda que se tragó mi falo de un solo bocado, pero muy, muy lentamente.

Tomándome con fuerza del cabello, me miraba directo a los ojos gimiendo hacia adentro con cada centímetro que le entraba. Muy pronto su respiración se hizo entrecortada indicándome, como tantas veces, que su primer y más intenso orgasmo de la noche, estaba a las puertas. Compartimos ese polvo casi al unísono. Grandes gotas de semen brotaron de su aun apretadita vagina manchando las sábanas, mientras sus piernas y brazos caían como si fueran los de un títere con los hilos cortados.

Verla así, enojada, triste, y lo peor, haciéndose la puta sólo por conservarme a su lado, me partió la cabeza. Ella tenía razón: soy un gran hijo de puta.

Y allí estaba mi pequeña Maira, tendida desnuda sobre mi cama, bajo mi cuerpo, como desvanecida de placer, mojada y penetrada todavía, dispuesta a darme todo lo que yo le pidiera…

No pude evitarlo. Tuve que besarla en la boca. La ternura con que lo hice me sorprendió aun a mí mismo.

Un sentimiento extraño, molesto pero delicioso me invadía y necesitaba expresarlo. No encontré otra manera de hacerlo. ¡Mierda! ya no quería cogérmela, sino hacerle el amor.( Ahora sí que estaba todo mal. Nunca pensé que el corazón fuera a jugarme tan mala pasada).

En el momento en que acariciaba sus labios con los míos, abrió los ojos, me abrazó muy fuerte y me entregó su boquita muy abierta. Por un segundo me pareció ver una lágrima correr por su mejilla, pero no pude detenerme en ese detalle, ya que su boca, sus manos, sus piernas y su sexo me atrapaban y me devoraban con inusitada vehemencia.

De repente, soltándome, me alejó de si con un suave empujón. Giró su cuerpo poniéndose boca abajo, acomodándose como si se dispusiera a dormir placidamente. Sin embargo, la idea no era precisamente descansar: Sin decir palabra y sin abrir los ojos, comenzó a acariciarse entre las nalgas con una mano, abriéndoselas por momentos e introduciéndose un dedo para mostrarme que todavía su desfloración no había sido completa. Con la otra mano atendía su vagina, de la que aun brotaban blancas gotas. Estirandome un poco saqué de la mesa de noche un frasco de crema de aloe, excelente para nutrir la piel y, principalmente desde ahora, como lubricante.

Me unté abundante en el palo y también puse una generosa ración entre las nalguitas de Mai, especialmente en la entradita, moviendo la yema de mi dedo mayor en círculos para relajarla y excitarla. En un instante y sin previo aviso, mi dedo se metió hasta el fondo. Todo su cuerpo se tensó como una cuerda de violín, abrió los ojos muy grandes y su respiración se detuvo. Creo que en realidad esperaba el dolor atravesándola, tal como lo había sentido cuando le rompí el himen, pero la gran cantidad del mágico aloe impidió que eso sucediera. Sólo un casi inaudible"¡ahh!" escapó de su garganta, y nada más.

Comencé un movimiento de suave masaje en el interior de su colita, acariciando las paredes de su recto con la punta del dedo, provocándole cortos pero profundos suspiros que sonaban al compás de los masajes. En unos minutos los movimientos ondulantes y casi frenéticos de sus caderas delataron una excitación poco frecuente y el brillo que la gran humedad le daba a sus labiecitos vaginales, me confirmaba que era el momento preciso. Retiré el dedo de golpe dejando su ano dilatado por unos segundos. Hice que se apoyara sobre sus rodillas con las piernas muy abiertas y con ambas manos separé las nalguitas para que no se le cierre demasiado.

- Mi amor, tenés que hacer fuerza como cuando vas a hacer una cacona.- le indiqué en voz baja.

Cuando lo hizo, su agujerito se dilató un poco más permitiendo que carnecita rosada y mojada asome desde dentro. Justamente allí apoyé la cabeza del pene y presioné firme pero delicadamente. Gracias a la crema y al la gran excitación de ella, le entró mas de la mitad sin esfuerzo y, lo más importante, casi sin dolor.

 

Sin embargo en un momento volví a oír su voz de nenita:

- ¡¡AAIAHH!! ¡Despacito! ¡Tan adentro n... no! ¡UYY! ¡¡NO...O ¡!- se quejó mientras mordía con fuerza la almohada.

Me congelé alli mismo. Lo último que quería era lastimarla o asustarla, pero tampoco podía retirarme sin acabar muy adentro de ese culito delcioso.

Luego de unos minutos ella comenzó a moverse delicadamente, presionando su trasero contra mí, provocando ella misma mayor profundidad en la penetración. Con un ritmo muy lento comenzó un movimiento continuo hacia delante y hacia atrás. Yo sentía el roce de su muy caliente interior recorriéndome la verga.

El ritmo aumentaba rápidamente, yo lo acompañaba imprimiéndole mucha fuerza y golpeando sus nalgas con mi bajo vientre en cada embestida. Por momentos sentía la punta de mi verga chocar contra el fondo de sus ser, y con cada toque en esa profunda pared, gemidos de placer inaudito brotaban de su garganta y de la mía

-¡Ay, tío Jimmy, como entra, como entra! – ahora estaba gritando y azotando sus nalgas contra mi entrepierna, y su cuerpo se agitaba tratando de apresurar un orgasmo que no llegaba.

Al sentir que mi falo se dilataba aun más dentro de ella gritó desesperada

- ¡NO! ¡Todavía no acabes ¡ ¡¡YO PRIMERO, QUIERO YO PRIMERO!!

Pero yo no aguantaba más. Oír esa vocecita infantil gimiendo suplicante por placer, sumado a la vista de mi verga partiendo ese culito tan virgen, era demasiado. Por eso recostándome sobe su espalda, bajé una mano para introducirle dos dedos en la vagina. Girando la cabeza, me besó en la boca haciéndome explotar en un orgasmo descomunal. Al escuchar mi profundo gruñido y sentir que gran cantidad de caliente semen la bañaba por dentro, su cuerpo entero se convulsionó varias veces, como si un shock eléctrico la hubiese atravesado.

- ¡Hijo de putaaa...!- fue lo ultimo que dijo antes de caer completamente exhausta, y yo sobre ella.

Así quedaron nuestros cuerpos, uno sobre el otro, agitados, sudorosos... felices.

Largo rato después, al despertar, sus nalgas aun mordían mi verga medio muerta.

Me besó con una ternura más allá de lo explicable

-Yo te amo, yo te doy todo lo que tengo… si falta algo solamente tenés que pedírmelo. Si no sé, me enseñas y yo aprendo. Pero te pido una sola cosa: no me engañes, no te metas con otra. No sé ni quiero saber compartirte. Si tengo que hacerlo, antes me muero, ¿entendes? me muero de verdad.

Me desarmó por completo. Jamás pensé que las cosas llegarían a este punto. Y lo peor es que yo me sentía igual

-Yo te amo también, mi chiquita, y no quiero que sufras ni que te mueras. Por eso te doy lo poco que tengo.

-Vos me das mucho, y me gusta. Y a propósito, me gustó lo que me acabas de dar y cómo me lo diste. Quiero más.

No podía creer que después de tanto tiempo intentando sin éxito hacerle la cola a esta beba, ahora ella misma me lo estaba pidiendo por segunda vez en una hora.

Sin embargo, a pesar de todo y debido al gran polvo de hacía unos minutos, me costaba volver a reaccionar. Pero Mairi ya era toda una experta en estas lides y se percató al instante que yo necesitaba alguna ayuda. Tendidos frente a frente, comenzamos a besarnos dulcemente. Ella acariciaba mi pecho bajando poco a poco hasta mi vientre, mis muslos y mi entrepierna. Su manita de nena tomó mis testículos y los masajeaba con un deleite único para ambos. Por mi parte, fui recorriendo su espalda y sus nalgas, gozando de la perfección de sus curvas, de la suavidad y tersura de su piel tan, tan joven… tan niña todavía. Sus trece años contra mis cuarenta me hacían sentir un maldito depravado. Y tal vez lo era, pero ya nada importaba en esta vida, excepto tomar este cuerpecito y esta mente ya moldeados a mí y a mi demencia y devorarlos poco a poco, con el placer con que se saborea la fruta prohibida.

Ahora que había logrado mi erección casi total, tomó mi verga con decisión y comenzó a masturbarme. Me miraba directo a los ojos y allí descubrí por primera vez destellos de lujuria, alimentada por mis dedos que entre sus piernas, entraban, jugaban, salían y volvían a ingresar por sus húmedas cavidades.

De repente, con una sonrisa de niñita traviesa dijo.

-Yo te amo, tío Jimmy, y por eso te voy a regalar algo. Para mí es nuevo, porque nunca lo hice, pero creo que debe ser más o menos lo mismo que vos me hacés a mí.-

Me hizo poner de espaldas y se tendió sobre mí todo a lo largo. Los fluidos de su conchita me mojaban el vientre y las piernas a medida que se deslizaba hacia abajo lamiendo todo mi cuerpo. Se entretuvo unos minutos con su lengua en mi ombligo, tal como yo le hacía a ella, provocando en mí la misma excitación que ella sentía justo antes de que mi boca se comiera su vulvita. Cuando sus pechos rozaron mi pene, lo tomó y lo frotó contra sus pezones. Su respiración y la mía se aceleraban. Entonces bajó un poco más, sus ojos encontraron los míos y no se apartaron mientras se llevaba el falo a la boca.

Se lo tragó de a poco, con cierto resquemor al principio, con gusto después. Succionaba y mordisqueaba suavemente haciendo que todo mi cuerpo se retorciera de placer. Por mi mente se cruzaban perversas imágenes eróticas, sentía curiosidad por saber cómo se vería esa carita angelical, con sus grandes ojos negros enmarcados entre los bucles azabache de su melena desordenada y con semen escapando por las comisuras sonrientes de sus labios bermellón.

Pero no me permitió realizar esa fantasía. Soltando todo, rescató el frasco de aloe que yacía a un lado de la cama. Rápidamente untó una buena cantidad en la verga todavía ensalivada y también entre sus nalguitas. Se trepó a la punta del falo y se sentó con cuidado sobre él, abriendo sus nalguitas con las manos para facilitar la entrada en su colita, ávida de un buen pedazo que la llevara al extremo del gozo carnal. Cuando el glande estuvo en la mejor posición ya dentro de ella, simplemente se dejó deslizar lentamente, provocándose una penetración impresionante.

Su boquita se abrió en un gemido silencioso. Los ojos cerrados para concentrar todas las sensaciones allí donde el nuevo placer ya no tenía límites. Podíamos sentir cómo mi verga agigantada entraba y entraba, abría sus apretadísimos músculos anales y ponía en ebullición nuestros cerebros.

Cuando llegó al final y mis bolas se aprisionaron entre sus nalgas, estiró las piernas para regresar hacia la cumbre. Muchas veces repitió estos movimientos de bajar y subir, siempre muy lento, sintiendo a pleno cada centímetro que le entraba y salía, gozando ambos del roce y el calor de nuestros sexos invadiéndose mutuamente. El aire se había llenado de los aromas de nuestros cuerpos sudorosos mezclados con el del aloe y los fluidos sexuales que se adherían a nuestra piel.

Cuando mi orgasmo comenzó a anunciarse, Mairita se hizo clavar hasta el fondo total, y una vez allí, empezó un frenético movimiento de caderas de adelante para atrás al tiempo que sus dedos frotaban su clítoris como con rabia.

Cuando estalló mi orgasmo, una violenta descarga de semen la llenó. El líquido caliente mojando sus entrañas provocó en mi niña un largo y espasmódico orgasmo, tan profundo e intenso que su suspiro final sonó a llanto y a risa, todo en uno.

Una vez más caímos fulminados, atados nuestros cuerpos en un abrazo, fundidos los labios en infinito beso y su sexo que se negaba a liberar el mío.

Llegó el mediodía y también la media tarde. Comimos pizza, bebimos abundante Malvec y repetimos muchas veces esta nueva forma de hacer el amor. Es decir, hacerlo POR amor.

Pero difícilmente podíamos imaginar en esos gloriosos momentos el extraño y enfermizo giro que en poco tiempo más darían los acontecimientos.