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Mi pequeña Maira (2)

en Jovencit@s

Mientras soñaba despierta en esa posición, fui dulcemente penetrada

MI PEQUEÑA MAIRA II

(POR MAIRA)

Llovía tanto que me fui a lo de mi tío, ya que mi casa estaba a varias calles de allí. En realidad no era mi tío, pero lo conocía desde chiquita y le tenía mucho cariño. Sin embargo, en los últimos tiempos, empecé a verlo de otra forma. Me gustaba. Era lindo su pelo, su voz grave, su pecho ancho. También me gustaban tanto sus brazos musculosos y fuertes, que siempre buscaba la oportunidad de que me abrazara estrechamente. Y en esos momentos, cuando percibía su aroma de hombre, realmente me excitaba.

La verdad es que nunca hubiese notado todos estos detalles en un varón de no ser por las revistas porno que las chicas llevaban al colegio. Algunas de las mayorcitas, (las de 15 ó 16), venían teniendo sexo desde hacía tiempo. Las pendejas de 13, hasta ese momento, nos masturbábamos imaginando los besos de Brad Pit. Sinceramente, los masajes en el clítoris eran, lejos, lo mejor que me podrían haber enseñado estas putitas amigas mías. Pero, aunque me juraban que meterse una banana o algo por el estilo, era infinitamente superior, yo tenía miedo de lastimarme. Así que sólo me acariciaba con fuerza, logrando pequeños pero intensos orgasmos varias veces por día.

Recuerdo que la última vez que mi tío estuvo en casa cenando, después del postre, toda la familia nos sentamos en el living a charlar. Los mayores tomaron coñac y yo probé uno o dos sorbos bajo la atenta mirada de papá. Mi papi no quería que algo me hiciera mal al estómago ni, mucho menos, a la cabeza, pero no sabía que ya me había bajado tres copas del Malbec que quedó de la cena. Hacía poco había descubierto el efecto mágico (afrodisíaco, para ser mas exacta) que el alcohol tenía en mí.

Me había sentado en el sofá, muy pegada a mi tío, haciendo que cruzara su brazo sobre mis hombros en un gesto cariñoso que mi papá, y todos los demás, veían como tiernamente paternal. El olor de su cuerpo un poco sudoroso, mezclado con su perfume, no sólo no era desagradable, sino que me producía sensaciones entre las piernas y en los pechos. Y a propósito de mis tetas, un par de veces su mano me rozó el pezón. La primera, accidentalmente, pero la segunda, estoy más que segura de que fue intencional, ya que mi papá se había levantado a buscar más coñac y mi mamá estaba preparando café. Nadie nos estaba viendo, y por eso el roce duró más de diez segundos. Poco, en realidad, pero unidos al coñac y al Malbec, fueron suficientes para que tuviera que ir al baño a masturbarme, soñando que esa mano gigante me acariciaba la concha.

¡Qué hermosa paja me pegué! Tan buena que, cuando acabé, se me escapó un gemido totalmente involuntario, que mi tío escuchó.

Cuando volví a sentarme a su lado, me preguntó al oído:

- ¿Estás bien, chiquita? ¿Qué te pasa? –

-Nada, tío ¿Qué me va a pasar?

Pero el hijo de puta sabía perfectamente lo que me estaba ocurriendo. Me miró tiernamente (¡Qué lindos ojos tenía!) y dijo:

-Está bien, a todos nos ha ocurrido muchas veces mientras crecíamos. No tomes más por hoy, ¿o.k?- me acarició el rostro y me dio un besito leve, pero muy revelador, en la comisura de los labios.

Por alguna extraña razón, no me dio vergüenza que supiera lo que acababa de hacer en el baño, por el contrario, me excitó de nuevo el confirmar que yo también le gustaba. Ese fue el comienzo de toda la locura.

Pasaron un par de semanas y ahora estábamos aquí, solos en su casa. Yo, completamente empapada, parada frente a él, y él completamente desnudo bajo su bata de baño, miraba directo a mis pechos cuando me hablaba. Tuvo una erección que lo puso muy incómodo. Yo me excité un poco ante aquella visión que su bata no podía ocultar, y me asusté al comprender que esta situación iba a pasar a mayores, por eso inventé un excusa estúpida para irme, pero me convenció de quedarme y me ofreció algo de ropa seca. (En realidad, no tenía ninguna intención seria de irme, pero era mejor que él pensara que sí)

Cuando entré en su habitación para buscar alguna camisa, al sacarme la ropa mojada, tuve la imperiosa necesidad de masturbarme imaginando a mi tío desnudo frente a mí. Apoyando un pié sobre la cama, abrí mucho las piernas mirándome al espejo y empecé a frotarme, (Me calentaba verme a mí misma con la concha abierta). De todos modos, no alcancé a acabar porque noté que él me estaba viendo a través de la puerta que me había quedado entreabierta. Tampoco esta vez tuve vergüenza, pero estaba realmente nerviosa, asustada de verdad.

Algunos minutos después, sentados en el sofá frente a frente, charlábamos y tomábamos café con coñac. (Tenía más sabor a coñac que a café, por lo que el efecto afrodisíaco y liberador de tontos pudores se presentó de inmediato) Me sentía bien, ya no tenía susto, por el contrario, empecé a coquetearle. La verdad es que no quería provocarlo, solamente quería tener esa sensación de ser la chica que a él le gustaba, pero creo que exageré al mostrarle tanto mis piernas. (Mis compañeras de la escuela me habían dicho que las tetas y las piernas son lo que más atrae a los hombres).

De repente, su sexo formó otra vez un gran bulto bajo la bata. Yo no podía apartar la vista de allí, y su cara se puso completamente roja. No sé bien cómo me atreví, pero me escuché decir:

- ¿Por qué estás así? – o algo por el estilo

- Por vos- me dijo, y allí el pánico me invadió de nuevo.

Dije algo así como que no podía ser porque éramos amigos, y él empezó a hablar de la amistad y de que crecemos y no sé cuántas idioteces más.

Yo estaba confundida, no por sus palabras, porque realmente no estaba escuchándolo, sino por mis sentimientos. Él era casi mi tío, lo conocía desde siempre, tenía la misma edad de mi papá... pero quería que me abrazara y que me besara en la boca. Quería que me acariciara y me tocara todo el cuerpo... y, sobre todo, quería verlo desnudo y pajearme hasta morir, delante de él para que fuera él quien me provocara el orgasmo.

Sin darme cuenta, empecé a masajearme los pezones porque se me habían puesto tan duros que me dolían. No tuve intención de decirlo, de veras, pero lo dije:

- ¿Me dejas... verte?

No recuerdo exactamente cómo siguió la conversación, pero nunca me voy a olvidar del momento en que abrió su bata para mostrarme lo que yo quería ver. ¡Que hermosa! Claro que no tenía cómo compararla, pero me pareció enorme. Era muy gruesa y le llegaba hasta más arriba del ombligo. Me dieron ganas de besarla junto a ese par de bolas alucinantes, pero no me animé. Sólo atiné a estirar la mano y acariciarla. Después, él me mostró cómo, y empecé a pajearlo. Creo que lo hice bien porque me mojó la mano del mismo modo que me mojaba yo cuando me excitaba. Y ahora yo también estaba totalmente húmeda y quería masturbarme, quería frotarme el clítoris con esa pijota, quería que me toque y que me bese como en mis sueños...

Sin embargo, no había pensado seriamente en una penetración. O tal vez sí... no sé. La cuestión es que cuando lo hizo, me tomó casi por sorpresa.

Mientras me besaba los pechos, me acariciaba la concha con fuerza, hasta que uno de sus dedos me entró por allí y otro por la cola. Un dolor agudo me atravesó la vagina y durante un minuto no pude moverme más. Creo que pensó que me había lastimado (y en realidad lo hizo) porque retiró los dedos y empezó a besarme por todo el cuerpo mientras recorría mi espalda y mis nalgas con sus manotas ásperas.

En un momento, sin dejar de chuparme los pezones, me puso sobre sus piernas haciendo que el pene me acariciara la concha, pasándomela entre los labios de la vagina. Sentí cómo mis líquidos corrían por mis piernas. Tenía miedo al dolor, pero necesitaba que me la ponga adentro... muy adentro. Y así lo hizo. En medio segundo sentí un golpe entre las piernas y un dolor punzante que me atravesó de lado a lado. No pude evitar gritar tan fuerte, porque realmente me dolió. Sin embargo, minutos después, el dolor era agradable. Y sentir adentro mío ese pedazo, me excitaba como ninguna paja lo había hecho jamás.

Él empezó a moverse rítmicamente. Su pene entraba y salía de mí provocándome quejidos de placer. De repente sentí que la pija aumentaba de tamaño y de dureza, y un segundo después, la penetración fue tan profunda que la sentí hasta el estómago, y varios chorros de semen golpearon con fuerza en lo más profundo de mí.

El orgasmo que me sacudió un minuto después fue tan intenso que me arrancó un gemido desde el centro de mi ser. La espalda se me arqueó hacia atrás haciendo la penetración aún más profunda.

Acabé como jamás en mi vida volvería a acabar...

Y quise más...

Me llevó a la habitación y, frente al gran espejo, se paró detrás de mí, acariciándome desde los muslos a los pechos, sin omitir el clítoris. Con el pene jugaba entre mis nalgas provocándome la necesidad de sentirlo dentro de mi culo, por eso me tomé con las manos y me abrí, como invitándolo sin palabras, a entrarme por ahí. Sin embargo, apenas empezó a meterme la punta, un gran dolor me hizo dar un respingo hacia delante. Entendió y no insistió en ese momento.

Me tendió boca abajo en la cama. Yo estaba mareada y confundida. Escuchaba mi voz pidiéndole a Jimmy que por favor me cogiera. En eso, mientras yo me pajeaba frenéticamente, me clavó toda esa pija de una vez, pero lentamente, dilatando mis entrañas poco apoco y dándome la impresión de que nunca terminaría de entrar. Cuando por fin se detuvo, de nuevo la sentí como si la tuviera dentro del estómago y, aunque lo deseaba, agradecí que no me la metiera por el culo (de seguro me hubiese desmayado). La concha me dolía y creo que estaba sangrando otra vez porque estaba muy lubricada, y a medida que el dolor se tornaba en placer, comencé a moverme de atrás para adelante. Jimmy me acompañó en esa danza golpeando mi concha con su pelvis.

La música de nuestros cuerpos chocando entre sí, el suave roce de su hierro candente entrando y saliendo de mí sin parar y su voz gruñendo como animal, producían en mi cerebro un torbellino que fue convirtiéndose en un volcán activo cuando mi orgasmo empezó a madurar. En ese momento, Jimmy se tendió sobre mí mientras su mano presionaba con fuerza mi clítoris. Ese fue el detonador final. El estallido me arqueó la espalda hacia atrás con un gemido largo y dulce. Él siguió bombeando feroz durante un minuto más hasta que en un último y profundísimo embate descargó dentro de mí todo lo que tenía.

No es posible describir todos los sentimientos que me invadían en ese momento. Pero lo amaba y él me amaba. Me incorporé como pude y cuando estuvimos frente a frente comencé a besarlo, suave y profundamente. Sabía que esto estaba mal, que si alguien se enteraba... ¡Y mamá! Ya la veía abrazando su Biblia y gritándome "¡Puta!". Pero yo no era una puta ni me sentía como tal. Solamente había descubierto el verdadero amor, eso era todo.

Nos besamos largamente mientras que, apretándome contra su cuerpo, me acariciaba la espalda y las nalgas. Al cabo de unos minutos percibí entre mis piernas que estaba nuevamente excitado, y a pesar de que ambos estábamos completamente exhaustos, no podíamos negarnos a este nuevo llamado del amor.

Jimmy se tendió de espaldas y yo sobre él, de modo que la presión de nuestros cuerpos contra mis pezones me hizo humedecer casi como al principio.

Mientras soñaba despierta en esa posición, fui dulcemente penetrada. Una y otra vez entró y salió de mí, despacio, sin apuros de ninguna clase. No buscábamos el orgasmo, solamente queríamos sentirnos mutuamente. Sin embargo, inesperadamente un espasmo me recorrió todo el cuerpo haciéndome acabar de pronto. Él siguió un poco más, aumentando el frenesí y acariciándome el culo con un placer infinito para él y, sobre todo para mí, especialmente a partir de que un dedo me entró por el ano. No se exactamente cuál fue mi reacción al sentir esta especie de doble penetración, pero se que él la notó porque la pija se le puso como hierro. Un minuto después volví a sentir sus líquidos llenándome, y también me fui en un polvo devastador que nos dejó completamente rendidos, sudorosos... enamorados.

Horas después desperté abrazada a su pecho, con mis labios todavía pegados a los suyos y su pene aun en mi vagina Lo observé mientras dormía y lo amé con todo mi corazón por haber sido el, y ningún otro, quien me convirtiera en mujer. Supe que me amaba, supe que esta historia había sido inevitable, que estaba escrita desde siempre.

Pero no supe

cuánto

habría de llorar después...