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La sorpresa de Pili (2)

en Hetero: Infidelidad

LA SORPRESA DE PILI II

Era sábado y Pili no tenia prisa en levantarse, le apetecía quedarse en cama durmiendo o remoloneando una rato más. Miró el reloj y este marcaba las 12 del mediodía. Había sido una noche larga e intensa, los recuerdos estaban presentes en su mente y en su cuerpo, le dolía la espalda, estaba cansada de la noche entera de juerga. Antonio había resultado un amante estupendo, no había desmerecido en ningún momento lo esperado ni lo que Fran le había contado cuando la llamó al medio día del viernes para "enviarle los documentos" prometidos el jueves noche cuando hablaron.

 

Hola Pili, ¿que tal estas?

Hola Fran, que alegría oírte de nuevo.

La alegría ha sido mía al oírte anoche. No esperaba que lo hicieras, mas bien pensé que estarías enfadada y no querrías saber nada de mí ni de mi cuñado.

Bueno, aquello ya pasó. Esperaba que al menos hubiera una llamada para disculparos, para dar una disculpa, pero no, solo el silencio.

Ya, lo siento de verdad Pili, pero a veces las cosas no son como uno quiere que sean. Lo siento de verdad

Bien, no pasa nada. Espero que lo que me dijiste ayer de Antonio sea cierto.

Si Pili, puedes fiarte de este chico, es una persona muy seria y muy formal. Como es en la cama no lo se, nunca lo he visto, solo se que algunas que se acostaron con él dicen que merece la pena.

Ya, pero lo que no entiendo es porque le hablasteis de mi. ¿A que viene que le contarais las intimidades de nuestros encuentros?

Pili, tampoco le contamos, mas bien le conté, nada concreto, solo le dije que en Coruña había conocido una chica fenomenal, que si algún día volviera por la ciudad no dejaría de visitarte. Me han quedado muy buenos recuerdos de nuestros dos encuentros. Eres maravillosa como persona y como amante. No tienes muchas chicas que te igualen, ya no digo te superen.

Gracias, pero no soy nada del otro mundo. De todos modos lo que te pido es que no vuelvas a decirle a nadie nada de mí. Esta vez ya está, pero por favor, no me pongas en apuros como este, jajajajaja.

Ah, bueno, por la pregunta de ayer ya he visto que vais a tener una cena muy romántica los dos. Ya me dirás si de verdad es tan bueno como dicen las chicas.

Descuida, ya te lo diré, pero eso si, por mensaje y con solo dos palabras.

No seas mala y llámame.

Fran, un beso y se muy malo.

Lo seré preciosa, lo seré. Un beso y déjalo entero.

Si, descuida, lo dejaré entero, eso si, un poco mas seco. Abur.

 

Pili se dio media vuelta, intentó conciliar el sueño, pero en vez de eso empezó a recordar todo lo vivido la noche anterior: Salió del trabajo a las nueve, como era habitual en invierno llovía, pero como siempre hacía un viento de mil demonios. Se fue directa a casa, ducha rápida y al armario a escoger la ropa que iba a llevar esa noche, desde luego el aspecto exterior debería ser de los más discretos, no fuera a ser que estuviera su suegra a la puerta esperando a ver como iba vestida para la cena con los amigos de su hijo. Por dentro, aja, eso ya sería otro cantar.

Eligió una falda mini, pero no muy corta, un palmo largo por encima de la rodilla, de cuero y de color negro, le ceñía su cintura y las caderas. Dejaba a la vista una parte de sus muslos, no tenía que trabajar mucho la imaginación para ver lo bien hechitos que estaban. Desde luego nunca se tuvo por una modelo, pero sabía que en las distancias cortas ganaba mucho su figura. Encima llevaría una blusa color vino con unas franjas horizontales semitransparentes y otras más opacas, que dejarían ver con claridad el tipo de sujetador que se iba a poner. Los zapatos, dios, con la noche que estaba haciendo le apetecía ponerse unas botas, las que le había regalado Juan la última vez que vino. No era frecuente que le hiciera ningún regalo, así que uno que tenía lo cuidaba como oro en paño. Poco tiempo dudó en si llevarlas o no, las descartó por lógica, si eran un regalo de su marido no las iba a llevar precisamente la noche que le iba a ser infiel. Se decidió por unos zapatos de tacón de unos 7 cms, cerrados en la puntera y con una pulsera que abrazaba el tobillo solo con dos tiritas saliendo del talón. Le hacían el pié muy fino y además le quedaban muy bien con aquella falda de cuero. Encima llevaría un abrigo de color beige clarito de lana, con un escote que dejaba ver escasamente lo que había debajo, pero si dejaba espacio para la imaginación. Claro que si seguía lloviendo y el viento de la hora de salir del trabajo, llevaría el cuello subido hasta las orejas.

Llevó un poco mas de tiempo buscar la ropa interior y su conjunción, quería estar guapa, atractiva, provocativa pero no parecer una fulana en busca de consuelo por lo mal que la trataba su marido. Pensó en muchas cosas, entre ellas en ir desnuda debajo, pero pensó que para una primera cita y con un casi desconocido no debería ir tan agresiva. La primera duda fue si poner medias o panties, pero eso duró poco tiempo, se decidió por unas medias lisas y de color carne, con bordado de blonda en la liga, por supuesto con bandas de silicona para evitar su caída. Cuando se miró en el espejo, solo con las medias puestas, una sonrisa apareció en sus labios, se estaba poniendo guapa para llegar junto a Antonio y ¿Cuánto tiempo tardaría en perder más o menos dos tercios de las prendas que ahora estaba tratando de elegir con tanto cuidado?, pero esa era una pregunta que no debería plantearse. Dudó unos segundos si ponerse o no un liguero, la duda se acabó en seguida, tenía uno sin estrenar, el que había comprado en su último viaje a Santiago, a casa de su amiga Laura, su consejera, su confidente y la que le reñía de vez en cuando por no darse un gustazo al cuerpo. Era precioso, con una fina banda en la cintura y las cuatro tiritas para sujetar las medias, le hacían parecer mas delgada y desde luego mas sexy, de eso si que no había duda. Encima un tanguita del mismo color, minúsculo delante con un triangulito de tela transparente a excepción de la zona afelpada y con solo dos tiritas cruzadas detrás, unidas justo donde terminaban las nalgas por un arito de metal plateado. Las tiras posteriores de cuero entrelazado le daban un encanto especial. Un sujetador haciendo juego, con las copas para sus pechos transparentes en la misma tela que el triángulo de su tanga.

 

No pudo por menos que sonreír al verse reflejada en el espejo de cuerpo entero de su vestidor, estaba de verdad radiante, se sentía guapa, una ligera excitación empezaba a estar presente en su interior, sus labios inferiores estaban ligeramente húmedos. Tenía que tranquilizarse un poco, sino corría el riesgo que cuando Antonio hiciera un acercamiento a aquella zona detectara que llevaba horas ya con demasiada temperatura. Su mente se centró en su vestimenta y en el peinado que había dejado a medias cuando se secó el pelo después de la ducha. Ya era una manía, no podía ducharse sin lavarse el pelo cada dos veces que pasaba bajo el chorro de agua y esta noche había tocado lavado de pelo. Menos mal que en previsión de esa manía tenía el pelo corto, desde hacía un año lo tenía un poco mas corto de lo que en ella era habitual. Había recortado su media melena por un tamaño que escasamente tapaba las orejas. Jo, como lo había sentido cuando se lo cortó, el frío que sentía en el cuello y las orejas, a veces le parecía que le enfriaba todo el cuerpo. Terminó de peinarse, se maquilló muy ligeramente, un poco de color en las mejillas, para dar un ligero tono a la cara en su conjunto, estábamos en pleno invierno y estaba demasiado blanca, sin tomar el sol desde el mes de septiembre.

Se puso la blusa, la minifalda y los zapatos, se miró de nuevo al espejo y pensó lo tonto que era Juan, cuando venía solo tenía ganas de ir a ver a su madre, a sus amigos y de ver jugar al Depor los días que estaba en casa de vacaciones. Le hacía muy poco caso, la tenía muy abandonada en cuanto a sus necesidades de placer. El Depor, su moto, su emisora de radio aficionado y su colección de películas en dvd. Poco mas había en su mente, el tiempo dedicado a la intimidad entre los dos era mínimo, a lo sumo en todo el mes que estaba en casa, podría ser un encuentro a la semana, si alguna vez hubo dos fue un olvido por parte de Juan. Se sentía guapa, tenía la sensación de ser una mujer que sin estar en lo más alto de la tabla, si estaba en la mitad superior. Era de estatura normal, estaba delgada, pero manteniendo las curvas de la cadera y los pechos. Tenía unas bonitas piernas y un culito muy altito y bien proporcionado. Una mirada tierna pero que indicaba ser un poco traviesa y una boca muy excitante que no dejaba dudas de lo que iba por dentro.

Miró el reloj, quedaban unos minutos antes de llamar un taxi y salir a la calle. Antonio debería esperar a la entrada del restaurante en Santa Cristina, sería una cena ligera y rápida, lo presentía. Tenía la impresión de que tan pronto la viera Antonio, haría todo lo posible para que en el menor tiempo estuvieran en el hotel donde se hospedaba a escasos tres kilómetros del restaurante. Se miró por última vez al espejo, vio su cuerpo reflejado, la imagen que le devolvía el espejo le agradó. Se sintió guapa, atractiva y con un brillo en los ojos que hacía tiempo no tenía. Estaba contenta, presentía que iba a ser una noche un poco especial. Apenas conocía a su futuro amante, solo sabía que era buena persona, que era de fiar y que no le iba a traer problemas, al menos era la información que le había pasado Fran, pero nada más. Como a toda mujer le surgió la duda de si sería dulce, cariñoso, se sería buen amante, si la haría gozar, si llegaría al séptimo cielo. Estaba segura que si, que merecería la pena.

Llamó el taxi y a la hora acordada estaba en la puerta del restaurante. Entró a la zona de bar y tal como esperaba, allí estaba Antonio sentado en un taburete delante de la barra con una cerveza en la mano. Nada mas verla se levantó y se acercó a ella para darle un beso en mejilla y decirle al oído que estaba preciosa, que estaba como para "echarle un polvo allí mismo".

Pili lo miró, le guiño un ojo y una sonrisa. Antonio le cogió la mano y la llevó al interior del restaurante. Tenía reservada una mesa discreta en una de las esquinas del local. Se sentaron quedando Pili de espaldas al local. Cuando se sacó el abrigo, los ojos de su acompañante no pudieron por menos que fijarse en los pechos de Pili, entre la transparencia de uno y las franjas de la otra, dejaba entrever e insinuaba a la imaginación de unos pechos medianos pero encantadoramente apretados dentro de las copas del sujetador. Se dio cuenta de a donde se dirigía la mirada del hombre, se puso ligeramente roja, pero por dentro se sintió alagada de cómo la devoraba con los ojos. Su cara reflejaba su deseo, pero el de ella estaba también presente, no solo en su mirada, en su rostro sino también en sus pezones que se revelaban y se abotonaban debajo de la suave tela.

Tal como había supuesto Pili, la cena fue corta, un primer plato a compartir y un segundo de pescado fresco y preparado a "la gallega", no podía ser menos estando a la orilla de una playa como la de Santa Cristina. Un vino blanco de las Rías Bajas y un postre ligero. La conversación era fluida, Antonio era un buen conversador. Contaba historias, hacía que se sintiera agradablemente bien, no le preocupaba que algún conocido acudiera ese viernes a cenar a aquel restaurante. Estaba cansada ya de ser la esposa fiel y recatada de un marino mercante que solo venía uno de cada cuatro meses y por si fuera poco se preocupaba de sus aficiones dejando a la pobre de Pili con mas deseos que satisfacciones. Era joven y necesitaba divertirse, necesitaba hacer el amor, disfrutar de su sexualidad.

A las once y media salieron del restaurante y subieron al coche alquilado por Antonio para dirigirse al hotel. Nada mas sentarse le pidió a Pili que se sacara el tanga que llevaba puesto. No le dio tiempo a repetir la petición, levantó la falda y con las dos manos bajó el tanga hasta la altura de los zapatos, lo sacó y sin que su acompañante le dijera nada se lo entregó. Este lo cogió entre sus dedos y lo frotó con suavidad, miró a Pili y con una mirada pícara le dijo:

 

Vamos a ver, este tanga esta húmedo y esta claro no es de hacerte pipi, ¿verdad?, mas bien es porque estas un poco calentita.

Si, claro, llevas toda la noche mirando mis pechos, mis pezones, no querrás que sea de hielo y no me excite.

No, Pili, al contrario, me gusta saber que estas así, calentita, que la cena y la conversación, que mi presencia, sea por lo que sea, ya lo descubriremos, te pone a cien.

Bueno, creo que es todo el conjunto, tú, yo, el ambiente, lo que imagino puede pasar, lo que deseo que pase, lo que voy a sentir, lo que te voy hacer sentir.

Ya, todo eso hace un conjunto de sensaciones que te ponen a cien. Eso es bueno, lo vamos a pasar muy bien, eres muy temperamental y eso me excita.

¿Si?, ¿tu también estas en un punto como yo?

Más o menos, desde luego estoy deseando llegar al hotel.

 

Pili, haciendo algo que no se le hubiera ocurrido nunca con Juan, acercó su mano derecha a su sexo, se acarició el clítoris, metió dos dedos dentro de su vagina y mojaditos como estaban se los acercó a la boca de Antonio. Este se vio sorprendido por el gesto de la dama. Olió con fuerza los aromas que salían de sus dedos, abrió la boca para que entraran y poder succionarlos. Degustar aquel sabor ligeramente salado y con un sabor especial. Pensó en la variedad de sabores que tenían los sexos de las mujeres. Se excitó mas de lo que estaba y miró de reojo a Pili para ver lo caliente que se estaba poniendo.

Llegaron a hotel, era pequeño, dos plantas, habitaciones amplias, todas ellas con terracita. Cerró la puerta, encendió la luz y miró a su chica. Estaba impresionante vista desde atrás. Pili que se dio cuenta del gesto de su acompañante, anduvo varios pasos hacia la puerta de la terraza moviéndose de forma sugerente. Llegó a la altura de la puerta, abrió la cortina y mirando al mar desde el interior de la corredera, cerró los ojos y pensó solo un segundo en dejarla así, abierta, por si se diera la casualidad que el barco de su marido pasara por delante de la playa y pudiera verla como disfrutaba en manos de otro hombre, en manos de su amante. En las manos de un hombre que sabría darle todo el placer que tanto necesitaba.

Antonio se acercó desde atrás, la abrazó con fuerza y se pegó a su cuerpo. Su pene estaba en plena erección, lo colocó entre las nalgas de Pili y la empujó contra el cristal de la puerta. Como si estuviera leyendo su mente, le susurró al oído lo bien que se sentiría si su marido la pudiera ver desde la distancia, allí en aquella habitación, con un desconocido y a punto de entregarse a una noche de lujuria y placer desenfrenado. Todo aquello la puso un poco mas excitada. Claro que le hubiera gustado que su marido viera lo que se perdía por no estar en casa, por no buscar un trabajo en tierra y sobre todo por no aprovechar el tiempo que tenía en los permisos trimestrales.

Las manos de Antonio cubrieron sus pechos, los acariciaron, sintió sus dedos a través de su blusa y el sujetador, pero fue solo unos segundos, pronto encontraron los botones y la blusa quedó abierta, las manos acariciaron su vientre, sus caderas, subieron de nuevo hasta sus pechos. Sintió como dos dedos de cada mano apretaban con suavidad los pezones. Se le escapó un suspiro de placer. Los dedos apretaron un poco mas, la cintura de su amante la empujó mas contra el vidrio mientras las manos acariciaban todos sus pechos a través del sujetador. Los besos en su cuello, en su oreja, en su nuca la hacían suspirar, entrecortada la respiración trataba de sentir todas las caricias, los besos, la presión de la pelvis contra su culito. Su mente empezaba a dejarse llevar por la pasión, por el morbo de sentirse ya en manos de su amante.

El broche de la falda y la cremallera cedieron, la falda cayó al suelo, el sujetador cayó por sus brazos. Estaba desnuda, casi, solo con sus medias y su liguero. No se veía, pero se sentía sexy. Intuyó que la estaba contemplando un par de pasos más atrás, había dejado de sentir sus manos, sus besos, sus susurros. Se iba a dar vuelta cuando la voz de Antonio dijo que no se moviera, estaba preciosa, allí, pegada al cristal, desnuda y expuesta. Le dijo que intentaría llevarla al sexto cielo, el séptimo estaba demasiado lejos. Pili escuchó un ruido de ropas, lo que le indicaba que su acompañante se estaba desnudando. No oyó cuando se acercó a ella, su presencia la notó al sentir otra vez el pene sobre sus nalgas, pero esta vez al desnudo, echó sus manos hacia tras y alcanzó las caderas de Antonio. Sintió el calor del cuerpo de su amante pegado a su espalda y el frío del vidrio contra sus muslos, vientre y pechos Después de unos segundos en esa posición, se giró y se encontró frente a frente con el rostro de su amante, se miraron a los ojos, inclinaron sus cabezas y sus labios se unieron en un apasionado beso. Paso a paso y sin deshacer le abrazo cruzaron los escasos pasos que había hasta la cama en donde se recostaron tal como estaban abrazados. Sus labios no se separaron, sus manos empezaron a recorrer sus cuerpos. Las de Antonio acariciaban su espalda, sus muslos, sus nalgas, sentía todo su cuerpo en tensión, una de las manos e aventuró entre sus muslos, subió lentamente hasta su monte de Venus, se enredó entre los pelitos del triangulito que había dejado con el vértice justo encima del inicio de los labios, jugaron entre sus pliegues y alcanzaron de forma suave y delicada el botón dorado. Un nuevo suspiro salió de su boca, al oído le dijo que no parara, que siguiera. Las manos de Pili tampoco estaban paradas, habían recorrido la espalda de su compañero y habían acabado alrededor de su pene. Este era de un tamaño normal, unos 17 cm., de un grosor adecuado, solo quedaba saber si era buen maestro en el manejo del arma que portaba. Pensó que sí, que sería un buen amante y se concentró en las caricias que estaba recibiendo y el placer de acariciar un miembro masculino duro como una roca. Comprobó que no tenía gran diferencia con el de su marido, aunque claro, con el tiempo que hacía que no lo tenía en la mano, casino se acordaba. Sacó de su mente la imagen del esposo ausente y volvió a sentir como dos y luego tres dedos entraban en su vagina y le hacían ver algunas de las estrellas que había en el cielo, aunque estuvieran tapadas por las nubes de febrero.

Pasaron unos minutos en aquel juego de caricias, sus pechos no quedaban libres de ligeros apretoncitos en los pezones, caricias envolventes en todo el pecho, dedos expertos que jugaban con su clítoris, sus labios, su culito, donde algún dedo se había aventurado a entrar suavemente y solo la punta.

La presión de las manos sobre sus hombros le indicaba que debía bajar y con su hombre en la cama, boca arriba, se arrodilló entre sus piernas, cogió con las dos manos su miembro y lo acercó a su boca. Primero unos besos de reconocimiento, su lengua recorriendo la cabeza palpitante con movimientos circulares, bajando hasta la base, acariciando sus testículos. Levantó la mirada y vio unos ojos entreabiertos y una expresión de placer en sus facciones, volvió a concentrarse en el miembro que tenía entre sus manos, abrió la boca y poco a poco lo fue engullendo hasta llegar casi a la base, no era una gran experta en llegar al fondo de la garganta, pero consiguió que casi todo él entrara en su cavidad bucal. Una mano se mezcló entre sus cabellos y empezó a acariciarle la cabeza y la nuca, en principio no marcaba ningún ritmo, pero poco a poco esa mano empezó a hacer presión cuando ella bajaba la cabeza para ocultar en su interior el pene completamente erecto, poco a poco fue sintiendo como era aquella mano la que indicaba como y cuando debía bajar y hasta donde debía tragar. Se dejó llevar, se abandonó al ritmo impuesto y sintió como aún crecía un poco más o al menos era su impresión. Con la otra mano su amante la fue girando y al cabo de unos segundos la posición indicaba que iba a ser mutuo el placer, acabó con su sexo sobre la cara de Antonio y unos dedos volvieron a explorar su interior, pero fueron pocos segundos, una lengua lo recorrió de abajo arriba, hasta llegar cerca de su culito.

Una tormenta de placer le recorrió la espalda, desde su sexo hasta la nuca o tal vez desde la punta del dedo gordo hasta la punta del cabello mas largo. Bajó un poco sus caderas para acercarse más a aquella boca que la devoraba, lo hizo de forma instintiva a la búsqueda de más placer. Las rodillas de su amante le indicaban con ligeras presiones el ritmo que debía tener, cuando hacer una pausa, cuando acelerar, al mismo tiempo ella con los movimientos de su cadera le indicaba lo mismo para la consecución del mayor placer. Su cabeza quedó inmovilizada por la presión de las rodillas, había notado por los movimientos y la excitación del pene que el orgasmo podía estar cerca, pero con aquel movimiento de las rodillas, Antonio lo había detenido. No pudo hacer lo mismo ella con el suyo y una avalancha de placer se adueño de su cuerpo, sacó el pene de su boca, mas que nada por precaución, un suspiro hondo surgió de su boca, su cuerpo empezó a temblar, las manos que estaban en su espalda la apretaron contra aquella boca y aquella lengua que la hacían ver el cielo estrellado aún cubierto de nubes. Fue un orgasmo largo, lo sintió al menos así, mas largo de los habituales, no dejaba de temblar, pero la lengua no dejaba de acariciarle el clítoris y el segundo llegó apenas unos segundos después. Ella no lo escuchó, pero luego Antonio le comentó el grito largo y fuerte que salió de su boca, un grito de desahogo y una súplica de más, más y más.

 

Un pequeño descanso, recostada sobre el hombro del hombre que la había llevado al ¿séptimo?, que poco avaricioso, al menos al vigésimo cielo. Sus miradas se encontraron, una sonrisa de complicidad, unas caricias en su pelo y ella en el vientre de su amante, unos minutos de descanso y de nuevo, las manos de ella en el miembro viril para volver a ponerlo en estado de mástil y las de él en su sexo para volver a encandilarla. La noche no hacía más que empezar, quedaba mucho tiempo, mucho. Quedaba mucho por disfrutar, mucho sexo por vivir aquella noche. No se había equivocado cuando se masturbaba pensando en las manos de Antonio alrededor de la taza en el café la tarde anterior. Había que empezar a jugar el partido, había sido solo la sesión de calentamiento.