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Dos rosas, dos espinas

en Trios

Una gran luna llena coronaba la inmensidad del cielo. Empequeñecido disfrutaba de mi paz aislado en un pequeño bungaló en una sierra perdida. El divorcio y los continuos problemas que uno ha de afrontar en el trabajo eran como sanguijuelas que absorbían toda mi vitalidad. La noche tranquila en esta inmensidad de vegetación sólo era perturbada por el canto de los grillos y el movimiento de alguna alimaña detrás de los matorrales. Hacía frío, sin embargo un frío agradable, ese que consigue tenerte atento en todo momento. Una pequeña manta de paño me abrazaba intentando calentarme, su tacto no era nada comparable al de unas delicadas manos de mujer.

Eran cerca de las una de la madrugada, el sueño no llamaba a mi cabeza. Una cerveza aderezada con una rodaja de limón y un chorreón de tequila me enjuagaba el sabor de mi boca a canna. Acababa de liar una, la fragancia del polen de cannabis quemándose comenzaba a inundar los alrededores. A unos cincuenta metros brillaba la luz de otra casa, no podía distinguir quien eran sus moradores y tampoco lo pretendía. Mi idea era la tranquilidad y cuanta menos relación tuviese con mis vecinos mejor que mejor.

Uno realmente consigue aislarse de toda circunstancia en un paraje tan ajeno a la mano del hombre. La fragancia de pinos mezclada a la consistencia del humo de mi porro me mantenían absorto escrutando aquella lejana luz. Apenas dos sombras, dos siluetas inmóviles permanecían en la entrada de la casa. Por el baile de sus largos cabellos fruto de la brisa, deduje que alguna sería una muchacha y seguramente la otra su novio de larga melena. Estas casitas rurales son realmente apreciadas por enamorados para dar rienda suelta a toda su fogosidad y pasión sin que nadie pudiera perturbarlos.

Decidí hacer una pequeña fogata a unos metros de la entrada de la casa, el dueño del complejo tenía habilitada una superficie de piedra para ello, encajonada por tres losas a los costados para evitar que cualquier chusca briosa prenda la hojarasca. Dos leños grandes de encina y unas cuantas teas me sirvieron para darle un tono más rojizo a aquella noche. El fuego lentamente comenzaba a tomar fuerza, a medida que las primeras gotas de escarcha se iban condensando en las hojas de los arboles la fogata aumentaba su vigorosidad. Entré a la casa a por otra cerveza y de nuevo me senté en las escaleras del porche.

Al levantar la mirada pude observar que la luz de mis vecinos ya estaba apagada, algo de envidia y deseo vinieron a mis pensamientos imaginándome la lujuria de aquellos dos jóvenes amantes. Sin aquel punto que observar me centré en la llama, observándola bailar al compás del viento me fui lentamente quedando en duermevela.

Un ligero escalofrío que recorrió toda mi espalda me despertó, fue como el sentir de un aliento helado cercano a mi cuerpo. Al abrir los ojos no encontré nada. Del fuego sólo restaban unas cuantas ascuas. Levantándome forzadamente arrojé otros dos maderos, estos aún más gruesos que los anteriores. El sabor en mi boca a costo me disgustaba, me la enjuagué con la poca cerveza que quedaba en la botella. Al notarla caliente en exceso y sin gas instintivamente la escupí. Me llevé uno de mis cigarrillos rubios a la boca, rebuscando en los bolsillos no pude encontrar el condenado mechero. Sin ganas algunas de levantarme, me incliné un poquito hacia la hoguera, al choque de la punta del cigarro contra un ascua lo siguieron súbitas bocanadas que de inmediato lo prendieron. Noté como el humo recorría todo mi paladar, para pasar a la garganta y encontrar un reposo en mis pulmones. Lentamente lo exhalé por la nariz y me guardé un poquito para escupirlo en forma de una O por la boca.

Tanta paz me colmaba, ya ni siquiera se escuchaban los grillos, todo era calma. A la cabeza me vino la imagen de cuando un depredador acecha escondido en la jungla a su presa. Sin entender muy bien el porqué comencé a sentirme nervioso, era como si notara la presencia de algo. Alzándome recorrí toda la vegetación con mi vista, no veía nada, pero seguía sintiendo algo, mi inconsciente me decía que no estaba solo. Con una fuerte voz pregunte a la noche:

-¿Quién anda ahí?

Nada obtuve por respuesta, seguía contemplando los alrededores pero la noche no me hablaba, esa gran luna llena que reinaba en el centro del cielo me contemplaba callada. Me senté sobre uno de mis pies y el otro lo estiré acercándolo al fuego. La brisa había cambiado ya no era esa ligero levante que arreciaba unas horas atrás, ahora poniente tomaba el mando de una forma muy suave. Un poniente que me traía una fragancia a rosas.

Era extraño yo no había observado ningún rosal en todo el complejo y el aroma de dicha flor es inconfundible. Continué fumando mi pitillo. Unos matorrales se movieron de forma extraña. No tuve tiempo de reacción dos damas salieron de la oscuridad y se postraron ante mis ojos.

La primera castaña, cabello lacio, de profundos ojos azules, gestos pequeños y labios finos de un suave rosado. Su piel blanca como la luna, contrastaba en su largo vestido negro que dejaba sus hombros al descubierto y enmarcaba sus formas. En la lejanía la encuadré sobré un metro setenta y algo, descalza. Pechos generosos en que reinaban unos pezones que no se sentían indiferentes al frío. Una diadema de plata conjuntaba la sutil pedrería de su atuendo que acababa un par de dedos antes de sus tobillos. En uno de ellos una pulsera, en el izquierdo. Si no fuera por su tonalidad de piel la hubiese asemejado a procedencia arábiga. Me recordó a la concubina favorita del sultán más poderoso de todos los tiempos.

La otra poseía una blancura aún más pura, esa que llena la inmensidad de las cimas de las cumbres nevadas. Su atuendo era de color púrpura, un vestido de fino lino que dejaba al descubierto sus tersos muslos. Morena, de pelo ondulado con marcadas ondas. Una mirada irreverente que le daba cierto toque de poderosa Diosa, enfundada en el color de los antiguos emperadores romanos. Un amplio escote dejaba al descubierto el comienzo de sus senos. Sus ojos no podría colorearlos de ninguna forma, dependiendo el ángulo que tomaran asemejaban diferentes tonalidades verdosas, pero al tenerla cerca descubrí que era un amarillento el que los colmaba. Un medallón de una extraña runa acompañaba su estilizado cuello, no sé porqué, pero en ella había algo de rasgos francos. Al igual que su compañera estaba descalza, retando el frío de la oscura noche de la serranía.

Mi garganta se quedó totalmente seca, al contemplar a aquellas dos reinas de la noche. De inmediato comprendí que ellas eran mis dos lejanas vecinas, las que horas atrás me observaban inmóviles en el porche de su casa.

La morena se me acercó lentamente, no podría decir cuántos años tenía, pero debía rondar los veinticinco, aunque había algo que la hacía mayor, su mirada era como la de una anciana que escruta poderosa todo lo que sucede en derredor con la sabiduría de sus lustros. Me ofreció su mano, como invitándome a abandonar el refugio de mi fuego. No podía apartar mi mirada de su faz, había algo hipnótico en ella que me obligaba a mirarla y obedecerla. El tacto de su piel, fue como un cubo de agua fría que me devolvió a la realidad. Era tan suave, a la par que sumamente fría. Entrelazamos nuestros dedos y paso a paso me fue guiando hacia su amiga.

Una vez estuvimos juntos las observé con detenimiento, tuve la osadía de pasar mi mano por la mejilla de la castaña, ella no pareció inmutarse. Al igual que su amiga estaba totalmente helada, el contraste de mi calentura con su frialdad me resultaba placentero. Posé mi dedo índice en sus labios, ella tortuosamente lo atrapó para degustarlo y ensalivarlo un instante. Pude apreciar cómo le hizo un gesto de consentimiento a su amiga. La morena, que ya al tenerlas más cerca pude apreciar era un par de años mayor, me quitó mi manta y dejó al descubierto mi torso. Se ensambló a mí en un profundo abrazo y de nuevo pude oler esa fragancia mágica de rosas que colmaba sus cabellos.

La más joven que se encontraba en frente, comenzó a ir explorando mi pecho. Sus manos eran como movidas por imaginarios hilos, algo en sus movimientos la dotaba de desnaturalidad. No tenía fuerza de pronunciar palabra alguna, era como si no pudiese, sin embargo en mi mente escuchaba pequeños susurros de dos dulces voces, ¡pero ellas no movían sus labios! A momentos pensé que todo aquello era fruto del hachís, que yo en realidad estaba dormido, pero en mi cabeza esos susurros me lo negaban, me decían que todo aquello era real, que me abandonara al placer que ellas me iban a brindar.

El primer atuendo cayó al suelo al descubrir mi joven amante sus brazos de las mangas de este. Un trapo negro parecía a la luz de la luna y descubrí que lo que realmente engrandecía aquella prenda era su dueña. Desnuda a mis ojos pude hallarle una inscripción árabe bajo su ombligo, aquella joven realmente era de la tierra de Alá, aunque su piel tratara de ocultarlo. Sus pezones poseían la misma tonalidad que sus labios y eran el centro de unos turgentes y generosos pechos. Su cintura era estrecha, dos costillas se marcaban en cada lado que daba inicio a sus caderas. Estaba totalmente rasurada, su sexo no mostraba disfraz ante mis ojos. Dando a un paso al frente pude notar su gélido aliento sobre mis labios, sus ojos me mostraban lujuria, deseo, fervor.

Al contacto de nuestras bocas mis ojos se cerraron, sus labios eran frágiles. Una imagen se reflejaba en mi cerebro. Era mi joven amante, ataviada con hábitos árabes en una corte de algún acaudalado príncipe árabe, su piel no era tan blanca como ahora, era mucho más tostada, estaba ataviada con finas gasas que le cubrían el cuerpo y debajo de su ombligo esa misma inscripción que me la identificaba como ella. Durante varios minutos saboree la esencia de la joven, hubiera querido permanecer así durante horas, pero mi otra acompañante se cansó de estar abrazada a mis espaldas siendo mera espectadora.

De un fuerte giro me encontré delante de la otra, tanta magnitud de fuerza me pilló por sorpresa y mi única reacción fue dar medio giro, como la peonza de un niño. Quise preguntarles sus nombres. Las primeras palabras de mi demanda ya estaban saliendo de mis labios para recibir como respuesta una sonrisa sarcástica. Como estúpido me callé y decidí contemplar que quería mientras sentía como la otra chica, empezaba a irme desvistiendo. Vi como sus manos fueron a los bajos de su vestido púrpura alzándolo, con gran osadía me lo lanzó al rostro mostrándome el esplendor de sus formas. Toda su blancura reflejaba perfectamente el brillo de la gran luna llena, a momentos parecía una estatua pulida de mármol a la que le hubiesen añadido el cabello, unas largas y cuidadas uñas de porcelana y una sutil franja de bello oscuro en su pubis.

Una vez su amiga me hubo desnudado, noté como la morena se me acercó, jalándome de la barbilla me aproximo a ella y con una mirada repleta de reto hacia su compañera me besó. Este beso fue diferente, lleno de acción. Desde un primer momento nuestras lenguas se encontraron y forcejearon por tomar el mando. Al contrario que con la anterior, ninguna imagen vino a mi cabeza, solo deseo, lujuria. Me abracé con todas mis fuerzas a ella, olvidando todo lo que me rodeaba, poco me importaba su helado tacto frente a mi efervescencia calurosa. Su piel me recordaba al alabastro, aún así seguí abrazándola. Mientras continuábamos besándonos noté como la otra me abrazó toda la espalda me sentía como un trozo de carne cubierto por un gran cubito de hielo.

Nuestras manos comenzaron a ir explorando los cuerpos de los otros. Ellas se centraron en mí, recorrían cada rincón erizándome los bellos, mientras que yo alternaba caricias hacia una y otra. De un brusco empujón sentí mi cuerpo descansar en la hierba. No entendía como aquellas jóvenes podían hacer acoplo de tanta fuerza. La más joven de ellas cogió mi falo con su mano y se sentó sobre mi pelvis. Era extraño pero su vagina aunque húmeda también estaba fría, lentamente comenzó la cabalgada. Sus pechos bailaban sobre mis ojos, con mis manos los agarré y apretujé tan fuerte como pude. Por primera vez comencé a sentir reacciones humanas en ella, sus suspiros y gemidos me demostraron que aquello era real.

La morena se tumbó de costado al lado mío, con una mano comenzó a recorrer todo mi rostro, mientras que su boca saboreaba mis pectorales mostrando mucho más ahínco en mis pezones. Los mordía, jugueteaba con su lengua, los ensaliva para apartarse dejando un fino hilo que unía mi pecho con su boca, para después de nuevo tornar a sus placenteras caricias. La mora metió dos de sus dedos en mi boca, ensimismado comencé a chuparlos, succionarlos, estaba totalmente absorto. Sus arremetidas contra mi polla eran lentas, pero rítmicas, no llegaba a levantarse ni un centímetro, simplemente daba golpes de cadera secos, que hacían estrellar mi polla contra su vagina. Al pasar sus uñas sobre mi lengua noté como un corte, pareciera que un cristal roto hubiese cortado mi músculo. Poco a poco mi boca se fue llenando lentamente de sangre.

Vi como la que estaba tumbada a mi lado se abalanzo sobre mi boca y comenzó a besarme fuertemente. En uno de esos besos atrapó mi legua en sus labios y comenzó a succionarla fuertemente. Me costaba trabajo resistirme a su ímpetu y algo de dolor por su succión tan poderosa sentía. Al fin conseguí quitársela, se sentó sobre mi rostro dándome todo su sexo para que lo probara y se inclinó hacia adelante para comenzar a besarse con su amiga. La visión del beso fue corta, pronto me centre en lamer su coño y no tuve ojos para otra cosa.

Comencé a penetrarle su cavidad con mi legua, lentamente la iba follando con mi boca y notaba como cada vez su raja se mojaba más y más. Su sexo al igual que el otro estaba frío pero yo seguía y seguía comiéndoselo en el sentido literal de la palabra. Recorría mi lengua por toda la longitud de sus labios, jugueteaba con su pequeño botón, lamiéndolo despacio y serpenteando mi lengua de izquierda a derecha. Uno de mis dedos la penetró para seguir yo estimulándola en su parte más sensible. Las arremetidas de su amiga de pronto cambiaron el ritmo ya no era una danza dura de golpes secos, pasó de repente a una cabalgada fuerte en el que mi polla entraba y salía recorriendo todo su hoyo.

Seguí follándomelas en esa posición largo tiempo, no sé si por la frialdad de sus sexos o porqué, pero todavía no daba muestras de querer correrme. Mis dos amantes en un momento dado se levantaron, al observarlas pude ver que a la que me estaba follando era a la francesa, mientras que era la otra a la que le había estado comiendo el coño. Juraría que fue al revés como comenzó todo, que fue la castaña la que cogió mi polla entre sus dedos y se la dejó clavar. Cogiéndome cada una de una mano me alzaron, no sabía muy bien hacia cual de las dos dirigirme. Con sus miradas, ellas se retaban, un fuerte bofetón encontró la mejilla de la más joven por parte de su amiga. Noté como las uñas le habían hecho unos ligeros cortes, dulcemente se abrazaron y la morena comenzó a lamer las heridas, la otra se dejaba hacer. Lejos de asquearme, aquello me excitó más.

Como poseído me fui a por la mayor y más alta, cortándoles las caricias. Me miró ansiosa, como si supiera lo que iba a hacer. La cogí de sus muslos y la alcé, me sorprendió lo ligera que resultaba, era tan liviana. Agarrándola fuertemente la dejé ir cayendo lentamente hasta que mi miembro tocó su pubis. Con pequeños movimientos de caderas lo acomodé en su entrada, para después dejarla caer de golpe. Su suspiro me heló el rostro, pero yo proseguí y proseguí levantándola para dejarla bajar y sentir el golpe de mi pijo contra el final de su vagina. Esa posición me hacía sentir mucho más estrechas sus paredes, seguí follándomela, la mora se sentó en el suelo y comenzó a masturbarse con su mano diestra, a la par que con la otra jugueteaba con su pecho.

A momentos me sentía inútil, quería complacerlas a las dos pero no podía. En ese instante que me recriminaba una imagen vino a mi cabeza, una imagen que me representaba todo el placer que sentía la joven al verme como me follaba a su amiga. La miré y le sonreí, las manos de mi amada me tomaron por el rostro y acercó mi boca a la suya. Nos fundimos en un tierno beso, ella jugueteaba con mis labios, pasaba su lengua sobre ellos, los apretujaba entre los suyos, en ocasiones los mordía. Sus manos fueron a la parte baja de mi espalda, a mis costados, noté cuatro y cuatro punzadas en cada uno, me estaba clavando sus uñas fuertemente, recorrió toda la espalda hasta llegar a mis hombros, sentí calor, como si me ardiese la espalda y ligeras gotas que me la recorrían en sentido inverso al que había llevado ella.

De un salto dejó salir toda mi polla para ponerse de pie junto a mí. Me cabreé y la jalé del cabello, como una pantera en celo me abofeteó el rostro, me abrazó y me susurró al oído algunas palabras en francés que no pude entender. De nuevo me giró, para apretujarme desde atrás, esa posición en la que yo me encontraba sumiso creo que la excitaba. Vi como su mano llamaba a su amiga para que se nos acercara, realmente era la muchacha mayor la que llevaba el control de todo. La joven se acerco y apoyando sobre mis hombros sus manos me instó a que la follara como pocos minutos antes había hecho con su amiga.

La elevé sin objeción alguna, era aún más ligera que la otra, esta vez fue ella la que apoyando una mano en mi hombro y manteniéndose en vilo condujo mi polla hacia su monte de Venus. Comencé las arremetidas, apenas inclinando mi trasero hacía atrás lo volvía a su posición de inicio, sólo la penetraba con la mitad de mi miembro, pero ella parecía quererlo así ya que con mis embestidas hacia fuerza sobre mis hombros para no dejarla entrar entera. Su compañera me soltó la espalda y comenzó a pasar su lengua por las heridas que tenía en ella. En ocasiones succionaba fuertemente, como si tratase de hacerme un chupetón, escalofríos recorrían mi cuerpo, aquello me estaba gustando más que el follarme a la otra. Sentí como la lengua de la otra chica fue a mi cuello, lentamente comenzó a besarlo y chuparlo, se paró cerca de la nuez y sentí como me mordía. Dos ligeros pinchazos como de pequeños alfileres y de nuevo el sentir de su lengua recorriendo la herida.

Estaba como ido, millones de imágenes venían en torrente, era un orgasmo, sentía como mi polla comenzaba a palpitar. La chica debió sentirlo, porque se dejo caer y noté el fondo de su vagina golpeando mi glande. Sus succiones en mi cuello aumentaban, notaba algo de flojera en las piernas, no podía aguantar mucho más de pie. Mi polla comenzó a llenarle el coño con mi caliente semilla, a ella no pareció importarle seguía absorta succionando en las proximidades de mi garganta.

Sin fuerzas caí sentado al suelo, aún abrazando a mi amante. Por momentos no localizaba a la otra. Al verla lejos me extrañé y cerré los ojos, al volverlos a abrir la observé que estaba tumbada a mi lado, a momentos me sentía como un loco. Con sus palmas comenzó a recorrer mi cintura, para de nuevo un sentir de esos dos alfileres en mi pelvis. Esta vez las imágenes eran fusiones de recuerdos de ambas, me resultaba difícil encontrarles sentido, veía imágenes de la Antigua Mesopotamia, otras de plantaciones en Nueva Orleans, todo era confusión. No sabría decirles cuanto tiempo permanecieron así ambas, estaba bastante confundido, como si todavía los efectos de la droga me hicieran estar en un estado de semiinconsciencia.

Las vi levantarse, ya no estaban tan blancas como antes. Ahora sus mejillas rebosaban un dulce color carmesí como el de sus labios y pezones. Desprendían candor y sus miradas eran las de dos serafines. Se sentaron a pocos metros de mí y comenzaron a besarse, se acariciaban los pechos y los muslos, en ocasiones furtivas bofetadas encontraban el rostro de la una o la otra. La más joven entrelazó una de sus piernas entra las de su amiga, vi como sus sexos se aproximaban cada vez más hasta que llegaron a unirse. Mis dos compañeras comenzaron una danza de caderas rítmica y comenzaron a emitir muchos más gemidos de los que habían soltado cuando yo me las había estado follando. Observé un poco aquel rítmico vaivén de sus pelvis que producía el roce de sus rosados labios íntimos. Y durante un tiempo cerré los ojos y quedé inmerso en un profundo sueño que parecía real.

En mi trance vi como ambas se amaron, vi como hicieron oídos sordos a todas mis llamadas, como no prestaban atención a mis promesas de amor eterno, como divertidas hablaban en un idioma que nunca he podido adivinar. Las vi sugerentes, fogosas, orgullosas, pasionales, únicas. Las vi como lo que eran: dos Diosas que esa noche se entretenían haciendo miserable a un mortal.

Creo que dormí cerca de una hora, cuando desperté la luna estaba mucho más alejada, pero todavía era noche cerrada. Las vi sentadas en el suelo apoyadas sobre el tocón de un viejo roble. Me observaban tranquilas, seguían desnudas. Volví a cerrar los ojos, al momento noté como sus lenguas recorrían de nuevo mi ser. Se centraron en la cadera, comenzaron a besármela tortuosamente lento, no tenía fuerzas, creo que no hubiese podido ni levantar un brazo. Noté como sus lenguas se iban dirigiendo hacia mi amigo, de pronto un pellizco en la punta y el sentí un suave dolor y el recorrer de un líquido caliente polla abajo fueron uno. La boca de una comenzó a degustarlo, mientras que la otra se fue a la fuente que manaba, comenzó a chuparme la polla fuertemente, succionaba con ansías. A cada chupada iba notando como los sentidos me abandonaban, hacía tiempo que cerré los ojos y no quería ver, mis oídos ya no escuchaban el correr de la brisa, mi olfato no me traía ese aroma a rosas que ellas portaban, mi boca estaba seca y no encontraba nada que tragar y cada vez notaba menos el placer de la felación.

Un pitido sonaba hueco en mi cabeza, estaba a punto de perder el sentido cuando sentí como de nuevo mi polla estallaba llenándole la boca de semen a la que me la estuviera mamando. Solo frío, esa es mi último recuerdo un frío extremo y la mente totalmente en blanco.

Desperté ya bien entrada la mañana estaba desnudo y me costó gran esfuerzo levantarme. Junto a mi ropa encontré dos vestidos, uno negro y otro púrpura, los dos con una fuerte fragancia a rosas. Gateando llegué a la casa, Dios sabe el trabajo que me costó beber un poco de zumo que había en el frigorífico. Con algo de sustancia en el estómago fui al baño. Al mirarme en el espejo vi como estaba estrepitosamente pálido, en cada una de mis mejillas había dos labios marcados. Los de la derecha eran gruesos y definidos, mientras que los de la otra delicados y finos. Aquello con que se habían marcado no era carmín, era sangre, su color pardo lo denotaba. Me giré y pude ver los arañazos sobre mi espalda, aquello de pocas horas atrás había sido real.

Una ducha de agua caliente, me hizo entrar en calor, ya más repuesto me eché mano al cuello y a la cintura, dos pequeñas picaduras en cada uno de los sitios. Comí y decidí acercarme a la casa vecina, no sabía que iba a encontrar, ni tampoco que decir, pero fui. Llamé a la puerta y nadie contestó, intenté abrirla y vi que estaba cerrada. Me vino a la cabeza ir a preguntarle al dueño, sobre mis vecinas, el vivía en el primer bungaló del complejo y hacia allá me dirigí. Tocándole a la puerta vi, la extrañeza en el rostro de ese señor, no le dejé hablar, fui yo el que comenzó:

-Señor, mire quisiera saber cuándo puedo encontrar a las chicas de la casita que pega a la mía. Me gustaría comentarles algo.

-¿Cuál casa?

-Pues la que pega a la mía.

-Joven creo que estas confundido o te has equivocado de bungaló, ese está cerrado por reformas, no se lo he alquilado a nadie desde hace más de dos semanas.

Un disculpe y un habrá sido un error fue lo único que mis labios le dijeron a aquel rechoncho señor. Volví a mi casa y muerto de miedo hice la maleta y salí pitando del complejo pese a restarme cuatro días más de alquiler.

De esto hace ya más de doce años, durante todo este tiempo lo he pensado muchas veces y analizado de muy diferentes puntos de vista, desde el más escéptico hasta el más creyente. He estado con más de cincuenta amantes desde aquel día, unas buscadas otras fortuitas, pero ninguna me ha colmado como lo hicieron aquellas dos Diosas. No sabría decirles si eran dos ángeles o dos demonios, lo que sí puedo decirles es que el clímax que alcancé ese día jamás he podido sentirlo de nuevo. Volví varias veces al mismo complejo y resté toda la noche esperando su visita, grité a la luna que me las trajera, pero al igual que aquella noche me ignoró. Sólo un día sentí esa fragancia a rosas en mi alcoba, una fresca noche de verano, emocionado busqué por toda la casa y no encontré nada. Al ir a por los vestidos vi que faltaba uno, el negro, su dueña había venido a buscarlo. Me maldije por ser tan estúpido y no haber aguantado más noches en aquella sierra, ya sólo me restaba una de esas prendas con su fuerte fragancia a rosas.

Hoy el que me resta lo llevo conmigo a todas partes, si su dueña quiere su púrpura tendrá que arrebatármela de las manos y al menos yo podré observar de nuevo esas diferentes tonalidades que recrean sus ojos a la luz de la luna.