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Cuando te enamoras de alguien por sus zapatos (V)

en Fetichismo

"Toc, Toc". Marta estaba llamando a la puerta.

— Joder, que nervios... Vale, vale, respira hondo - me dije a mí mismo para tranquilizarne.

Abrí la puerta y allí estaba Marta, me saludó alegremente dándome dos besos y un abrazo. No debería de reconocer estas cosas, pero sólo con ese abrazo ya se me empalmó el pene. Además iba muy sexy, llevaba unos leggins ajustaditos y unas manoletinas negras.

— ¿Qué llevas ahí? — señalé a la bolsa que llevaba en la mano.

— Eh... ¿esto? No preguntes, lo sabrás más adelante — me dijo con una sonrisa picarona.

Nos sentamos en el sofá a ver una película que trajo. La verdad es que hicimos poco caso a la película.

— Bueno, supongo que es hora de sacar lo que hay en la bolsa — dijo Marta.

Se levantó a por la bolsa, y sacó unos preciosos botines negros con unos 10 cm. de tacón.

— ¿Te gustan? — me preguntó.

— Sí, por supuesto. Son nuevos, ¿no? Nunca te los he visto. Son... ¡preciosos! — dije nervioso y entusiastamente.

— Me alegro de que te gusten — sonrió — ¡quítate las zapatillas!

— Eh... ¿qué?... yo...

Se acercó a mí y me descalzó. Después me colocó los botines.

— ¿Alguna vez te habías subido a unos tacones?

— La verdad es que no... Esta es la primera vez.

Me tendió su mano y me ayudó a levantarme del sofá. Nunca antes me había subido a unos, era una sensación... MARAVILLOSA. Y cómo no, mi pene ya había reaccionado, en realidad desde el primer momento en que vi los botines. Me ayudó a dar los primeros pasos en tacones agarrandome, pero luego me soltó.

— ¿Y qué tal? 

"Toc, Toc". Marta estaba llamando a la puerta.

— Joder, que nervios... Vale, vale, respira hondo - me dije a mí mismo para tranquilizarne.

Abrí la puerta y allí estaba Marta, me saludó alegremente dándome dos besos y un abrazo. No debería de reconocer estas cosas, pero sólo con ese abrazo ya se me empalmó el pene. Además iba muy sexy, llevaba unos leggins ajustaditos y unas manoletinas negras.

— ¿Qué llevas ahí? — señalé a la bolsa que llevaba en la mano.

— Eh... ¿esto? No preguntes, lo sabrás más adelante — me dijo con una sonrisa picarona.

Nos sentamos en el sofá a ver una película que trajo. La verdad es que hicimos poco caso a la película.

— Bueno, supongo que es hora de sacar lo que hay en la bolsa — dijo Marta.

Se levantó a por la bolsa, y sacó unos preciosos botines negros con unos 10 cm. de tacón.

— ¿Te gustan? — me preguntó.

— Sí, por supuesto. Son nuevos, ¿no? Nunca te los he visto. Son... ¡preciosos! — dije nervioso y entusiastamente.

— Me alegro de que te gusten — sonrió — ¡quítate las zapatillas!

— Eh... ¿qué?... yo...

Se acercó a mí y me descalzó. Después me colocó los botines.

— ¿Alguna vez te habías subido a unos tacones?

— La verdad es que no... Esta es la primera vez.

Me tendió su mano y me ayudó a levantarme del sofá. Nunca antes me había subido a unos, era una sensación... MARAVILLOSA. Y cómo no, mi pene ya había reaccionado, en realidad desde el primer momento en que vi los botines. Me ayudó a dar los primeros pasos en tacones agarrandome, pero luego me soltó.

— Andas todavía como un pato, para serte sincera. Pero nada que no se solucione buscando en internet o practicando en casa.

— En serio Marta, no sé como agradecertelo son geniales, siempre había querido subirme a unos.

— Pues aún falta lo mejor — se acercó de nuevo a la bolsa, y sacó un par de zapatos de tacón, eran de color rojo con la suela y el tacón de color madera, unos 10 cm. de tacón también — ¿Me los pones?

No lo dudé ni un segundo, la descalcé. Notaba el olor que desprendían sus pies y hacía que mi pene se pusiera aún más. Y le puse los zapatos. Andó con ellos y se veía espectacularmente preciosa. 

— Pues ahora viene la mejor parte — dijo Marta.

Cogió una manoletina, y me tumbó en el sofá. Se puso encima mía, y me colocó la manoletina en mi cara, de tal forma que mi nariz se quedó oliendo la plantilla. Olían mucho y no podía estar más cachondo, tenía el pene que iba a explotar, y sólo había empezado. Se desató un pañuelo que llevaba, y me ató la manoletina a la cara.

— He leído que a muchos fetichistas les gusta ser esclavos de sus amas y limpiarle los zapatos como perros. ¿Te gustaría ser mi esclavo a partir de doy?

— ¡Sí, por supuesto! — contesté, mi voz salía de la manoletina.

Estando tumbado en el sofá boca arriba, se puso Marta de pie encima mia. Primero me pisoteo el cuerpo un poco, me aplastó la cara y luego pasó a ponerse encima de mi pene. Era una sensación extraña, pues dolía pero a la vez sabía que eran unos tacones los que me estaban haciendo daño, y mi pene no podía parar de disfrutar. Despues de tenerme pisoteado, se bajó y se puso de pie en el suelo. Me quitó la manoletina de la cara, volvía a respirar un aire fresco y tranquilo, ¡pero no era el aire que yo queria! Quería el aire irrespirable, calentito y oloroso que desprendían las manoletinas, menos mal que todo era por una buena causa.

— ¡Arrodillate perro! — me ordenó.

Y obedecí. Me puse de rodillas, me sentía inferior a ella, y eso me gustaba.

— Limpia mis zapatos — me volvió a ordenar.

Me agaché, y me puse a lamer sus zapatos. Los lamí desde la punta, pasando por el talón y por la suela. Me estaba poniendo cachondísimo y no pude aguantarme, así que me empecé a masturbar mientras los chupaba.

— Tumbate en el suelo.

Y me tumbé. Puso su zapato en mi pene, y me empezó a masturbar. Es... lo mejor que me ha pasado en la vida. Estaba en la mismisima gloria, notaba el frío tacto de la suela, humeda por mis lametones, moviendome de arriba a abajo el pene. No aguantaba más.

— Marta, voy a correrme.

Cogió la otra manoletina, se agachó y me empezó a masturbar con la mano.

— ¡Pues correte! — dijo, y me sonrió.

Así fue, empecé a echar todo el semen y ella puso su manoletina para que cayera todo el semen dentro. Y esto es lo que llaman paraíso, qué maravilla.

* * *

Ya habíamos acabado, y ella se estaba quitando sus zapatos de tacón.

— ¿Seguro que quieres hacer eso? — pregunté.

— Sí, claro. De hecho me gusta la idea — contestó.

Tiró los tacones al suelo, cogió la manoletina con el semen dentro, y se la calzó. Después se puso la otra.

— ¿Y bien?

— Está mojadita — soltó una carcajada.

— Siento si te es incómodo, no sabía que...

— ¡Ssh! — me espetó — Me pone muy cachonda saber que tengo tu semen dentro, y que voy a salir a la calle con la manoletina pringada por dentro de tu semen.

No podía ser más feliz.

~Continuará.