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La captora y sus zapatos. Capítulo 1.

en Fetichismo

~ CAPÍTULO 1 ~

Alejandra es una mujer bastante agradable a la vista. Tiene unos 28 años, aunque aparenta menos, delgada, rubia y de ojos azules. Digamos que es básicamente una chica modelo de revista, es preciosa. Además de su belleza natural tiene también un buen gusto para la moda, viste siempre bien y elegante. Alejandra es de naturaleza caprichosa, proviene de una familia de clase alta, su padre era un hombre de negocios al que siempre le ha sonreído la economía. Por eso, a ella nunca le ha faltado nada y ha tenido todo lo que ha querido. En apariencia parece muy delicada y una buena persona, pero lo cierto es que tiene sus rarezas. Aunque no lo parezca, es cruel y muy dominante, y en su infancia desarrolló un cierto fetiche por los zapatos, le produce confort tener a las personas a sus pies suplicándoles lamer y limpiar sus zapatos. Vive en un chalé independizada de sus padres, y ese lugar guarda un secreto. Lo que estaba diseñado para ser un sótano normal y corriente, ella lo reformó para pasar a ser una mazmorra de esclavos. Allí tiene personas cautivas, personas además que en principio no tienen ninguna tendencia por el BDSM o el fetichismo, personas normales y corrientes, y dominar a ese tipo de personas a ella le produce más morbo.

Generalmente usa un método muy sencillo para captar personas: acude a fiestas, allí ella se aprovecha de su aparente belleza y dulzura para enamorar, una vez seleccionada su presa se la lleva a su chalé, allí mantiene relaciones sexuales con ellos. Después del encuentro, aprovecha que han bajado las defensas para proporcionarles una bebida en la cual introduce un somnífero. Una vez dormidos, los esclaviza.

Así pues encontramos en su sótano a cinco personas. Cuatro hombres y una mujer. A la esclava no se la ligó, es otra historia. De momento, desconocemos mucha información de ellos, lo único que sabemos es que Alejandra les pone nombres de perros, deben olvidar el suyo real. Los esclavos se llaman: Brutus, Cody, Jaky y Miky. La esclava se llama Deisy.

De momento nos centraremos en Cody, es su primer día, es el recién llegado.

~ CODY ~

Tenía los ojos cerrados, y me dolía la cabeza bastante, como si hubiera dormido tanto que tuviera resaca de sueño. Abrí un poco los ojos, y notaba que la luz me afectaba más de lo normal. Cuando empezaba a ser consciente, me levanté asustado. Estaba en una especie de jaula, desnudo y esposado, llevaba también una mordaza en la boca, era el típico juguete sexual con forma de bola que se usaba en el bdsm, no podía tragar bien la saliva y se me salía de la boca. Miré a mi alrededor asustado, allí había cuatro personas más, eso me tranquilizó un poco, saber que aquí había más personas. Todos estábamos desnudos, y me pareció curioso que la chica llevara una tela negra cubriéndola los ojos para no ver. Uno de los otros chicos me miró, y me dijo:

— Tranquilo, te acostumbrarás.

¿Acostumbrarme? Yo sólo quería estar en mi casa tranquilamente, tumbado en el sofá con el portátil viendo alguna película o serie. No aquí. Intenté recordar como llegué aquí, pero no conseguía encontrar ningún recuerdo. 

Algo empezó a sonar. Sí, era el sonido de unos tacones bajando unas escaleras. El 'tac', 'tac', 'tac, empezaba a sonar más fuerte, parecía que se acercaba a este lugar. Se abrió la puerta y de ella apareció una figura femenina. La recuerdo, era la chica de la fiesta de aquel día, con la que me acosté. Iba vestida con un corsé rojo, unos leggins negros de cuero y unos tacones de salón (pumps) rojos de unos 10 centímetros, de punta redonda. Parecía casi una diosa. Nada más entrar, las otras cuatro personas se arrodillaron e inclinaron la cabeza hacia abajo. Se acercó a mí. ¿Se llamaba... Alejandra?

— Bienvenido a tu nueva casa, esclavo. Desde hoy serás otro de mis perros, te llamarás Cody — Decía Alejandra con una voz firme. — Yo seré tu dueña, y a partir de ahora me llamarás Mistress Alessa, o Ama Alessa. ¿Entiendes?

No podía creer lo que estaba escuchando, no sabía si era un sueño o qué. Así que me quedé mirandola atentamente, sin saber que decir o que hacer.

— ¡Maldito perro, contesta!

Al ver que no contestaba, me escupió. Asentí con la cabeza.

— Ves, no es tan dificil. Sólo tienes que obedecerme. ¿Tienes hambre verdad?

Asentí nuevamente con la cabeza.

— Pues aquí la comida te la tienes que ganar. Obedéceme, limpiame los zapatos y te daré de comer.

Se acercó y abrió la puerta de la jaula, tenía las manos esposadas y los pies también, no me percaté de que llevaba un collarín, enganchó una correa que llevaba y tiró fuerte de mí, sacándome a rastras de la jaula.

— Ahora ven aquí. — Me ordenó.

Era un palo bastante alto, me senté de rodillas, apoyé la espalda en él y ató mis brazos a él, como si ya fuera poca mi inmovilización. Justamente delante mía había una especie de mesilla, al nivel de mi pene. 

— Así me gusta, eres obediente. A esto lo llamo el ritual de iniciación.

Agarró mi pene y lo puso encima de la mesilla. Ella se fué y cogió una especie de palo de hierro. Se acercó a una chimenea que había y la encendió. Mientras el fuego crecía, le dio el palo a uno de sus esclavos.

— Toma, ve calentándolo.

Se acercó a mí, y me agarró el pene con la mano, y empezó a masturbarlo. No sabía de que iba exactamente esto, pero no pude evitar la erección. Cuando mi pene estuvo bastante grande, ella se dirigió a su esclavo.

— Acércame lo que te he dado.

El esclavo le dió el palo de hierro, tenía la punta ardiendo.

Alejandra sujetó el palo, dejó de masturbarme, se puso en pie y se subió encima de la mesa. Puso su tacón de 10 cm. de altura encima de mi pene, nunca había conocido tal dolor. Era como si el peso de aquella mujer recayera encima mía sobre mi pene en forma de aguja. Con el palo sujeto, lo acercó a mi brazo. Empecé a notar el calor, empecé a intuir lo que iba a hacer. Y efectivamente, me apretó con todas sus ganas en el brazo con el palo ardiendo. Quemaba, quemaba demasiado. Yo empecé a gritar como podía con la mordaza, y me salían lagrimas de los ojos. Podía oir como alguno de los otros esclavos se reía por lo bajo. Mientras me apretaba con el palo, me dijo:

— A partir de ahora eres mío, y sólo mío. De mi propiedad.

Por fin apartó el palo ardiendo, olía un poco a piel chamuscada. Y por fin apartó también su tacón de mi pene, y se bajó. Parecía haber disfrutado con mi dolor. 

— Muy bien, te lo curaré después, pero la marca será de por vida.

Eché una ojeada a mi brazo, y efectivamente, había dejado una marca que ponía: "Propiedad de Alessa".

~ Continuará ~