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Cuando te enamoras de alguien por sus zapatos (VI)

en Fetichismo

Recibí un sms de María que decía así: "Mañana tienes que acompañarme a un sitio, llevate los tacones guardados ;D bss". Así que al día siguiente, quedamos a eso de las 22:00, y me llevé los botines que me regaló guardados en una mochila. Nos montamos en su coche y nos dispusimos a ir a dónde quiera que fuera el sitio.

Una vez llegados al lugar, paró el coche y me dijo:

— Toma — sacó un pañuelo negro oscuro —. Quiero que sea una sorpresa, así que te lo pondré — me colocó el pañuelo en los ojos para que no pudiera ver nada.

Oí como sacaba los botines de la mochila, y después me dio la mano y me guió hasta un local. Allí llegamos a lo que debería de ser un mostrador.

— ¡Hola! ¿Este es tu esclavo? — preguntó la recepcionista.

— Sí, lo es — contestó Marta.

— Vale pues ya sabes, son 25€ los esclavos y 5€ para la ama, en total son 30€.

— Aquí tiene — le dio Marta un billete —.

— Pues, bienvenidos al HeelsFetishClub, espero que lo disfrutéis.

No me lo podía creer, Marta me había llevado a un garito fetichista. Llegamos a otra puerta dónde estaban dos chicas.

— Para que él pase tiene que ponerse tacones también — dijo una.

— Sí, aquí los trae.

Me quitó el pañuelo, y me dio los botines. Me los puse en un momento. Volví a recordar la sensación del otro día al subirme a ellos, es maravilloso, no hay otra palabra.

— Le quedan muy bien. Vale pues ya podéis pasar, ¡qué disfrutéis de la fiesta!

Entramos, nunca ví un lugar lleno de tantos fetichistas. Había algunos simplemente en la barra charlando con alguien, había mujeres azotando a sus esclavos, otros chupando los pies de sus amas, y por supuesto la mayoría vestidos de cuero o latex, y no había nadie que no llevara unos tacones, por algo era el club fetiche de los tacones.

— ¿Te parece que nos tomemos algo primero? — me preguntó Marta.

— Sí, claro. 

Nos sentamos en la barra, y nos pedimos algo de beber. Tras estar charlando un rato, se acercó una chica a nostoros.

— Hola, ¿sois ama, esclavo? — preguntó la desconocida.

— Sí, lo somos — contestó Marta.

Me gustaba que dijera que era su esclavo, me hacía sentirme inferior a ella, y eso me ponía.

— Me llamo Paula, encantada — nos dió dos besos a los dos —. Me gustaría proponeros algo.

— Adelante — contestó Marta.

— Me gustaría tener una sesión fetiche con los dos. Tu la ama y nosotros dos los esclavos. ¿Qué decís?

— Por mí no hay problema, ¿tú que dices? — me preguntó.

— Por mí tampoco — contesté.

Es más, ¿problema? Dios santo si sólo de pensar en la idea ya me ponía cachondo. Yo y otra chica chupando los zapatos de Marta, eso era demasiado. Pedimos una sala y nos dijeron que en treinta minutos estaría disponible una. Así que hasta entonces, estuvimos conociendo más a Paula. Era una chica morena, bastante guapa la verdad, delgada y llevaba unas botas por encima de la rodilla de látex.

Nos metimos en la sala pasados los treinta minutos, dentro había una cáma en el centro y una estantería llena de juguetes de todo tipo. En la habitación, había una perfecta armonía de colores entre rojos y algunas cosas negras. La verdad, que daba todo el cante de ser un local fetiche.

— Bueno pues... — dijo Marta mientras se sentaba en el borde de la cama — a mis pies.

Paula y yo nos arrodillamos ante Marta, tenía el pene erecto desde hacía rato sólo de pensar en lo que iba a ocurrir ahora. Marta nos cogió de la cabeza a los dos, y nos empujó hacia sus pies. Ambos comenzamos a lamer sus zapatos.

Marta, que no lo he dicho, llevaba unos zapatos de tacón de charol, muy clásicos, pero ese brillo pondría cachondo a cualquier fetichista, y se había puesto unas medias de rejillas con un encaje arriba. La verdad, nunca la había visto tan sexy.

De vez en cuando, Paula y yo nos cruzábamos alguna mirada, como comprobando si aún seguíamos lamiendo como buenos esclavos los zapatos. Marta nos seguía agarrando del pelo, y de vez en cuando nos obligaba a chupar determinadas partes de sus zapatos.

— Vale parad — y así lo hicimos—. Ahora quiero que Paula — levantó una pierna ofreciéndole la suela de sus zapatos — limpie la suela sucia de mis zapatos, y tú vete desnudandote mientras tanto.

Y así lo hicimos, Paula empezó a lamer la suela. Primero un lametón breve de arriba a abajo, como testeandolo. Y después, comenzó a darle lametones largos. Yo por mi parte, me iba desnudando. Al bajarme los calzoncillos, tenía el pene super empinado.

— Vale para, y ahora desnúdate tu mientras él lame lo mismo que has lamido tú.

No sé de donde sacaba esas ideas tan ingeniosas Marta, pero comencé a chupar lo lamido por Paula mientras se desnudaba. La suela la había dejado Paula bastante limpia y mojada, y yo por cada lametón notaba que ingería los restos de saliva que había dejado Paula ahí. Terminó de desnudarse.

— Ahora quiero que — nos ofreció la otra pierna — limpiéis los dos a la vez la suela, ¡vamos! — ordenó.

Paula y yo empezamos a lamer como perros la suela, mientras ibamos cambiando el gris sucio por el negro de la suela, nuestras lenguas se iban entrecruzando. De vez en cuando nos tocabamos lengua con lengua, y de vez en cuando, aprovechaba para irme a la parte que había lamido ella para tragarme su saliva, ella también hacía lo mismo. Estuvimos así un buen rato.

— Tumbaos en el suelo, lo más juntos posibles — ordenó Marta.

Acatamos y nos pusimos tumbados boca arriba y pegados. Marta se levantó de la cama, y se subió encima de los dos. Puso su pie derecho en los genitales de Paula, y el pie izquierdo en mi pene. Después empezó a moverse de mí a Paula, y de Paula a mí. Nos pisoteó a los dos, y todo lo que pudo, desde los genitales hasta la cabeza. Hubo una vez que me clavó bien y con esmero el tacón en el estomago. Solté un pequeño ruido de queja, no obstante me encantó, me hizo daño pero eran de sus tacones, lo cual acababa convirtiéndose en el placer más puro.

Marta se bajó de nosotros, y se puso a mirar la estantería.

— Hm... a ver que puedo probar de todo esto.

Cogió un látigo que había y nos ordenó ponernos a cuatro patas.

— Nunca he probado esto, pero... nunca es tarde para nada.

Levantó el látigo, y comenzó a azotarnos a los dos. Solía repartir por igual a Paula y a mí, primero un latigazo a mí y luego otro a ella. Tras unos cuantos latigazos, lo dejó en la estantería.

— No está mal el invento — hizo una leve carcajada —. Ahora poneis a cuatro patas como estáis, pero acercaros más a la cama, quiero probar una cosa.

Nos acercamos a la cama un poco más, con nuestros culos en pompa. Marta se sentó en el borde de nuevo de la cama, y después levantó sus piernas. Buscó con su tacón el agujero de nuestro ano, y después insertó su tacón dentro de cada ano. Lo metía para dentro, lo sacaba, y lo volvía a meter. Era una experiencia nueva y... rara. Nunca me había planteado meterme un tacón por el ano, pero... me estaba gustando. Me hacía un poco de daño al meterlo, pero al sacarlo era puro placer. Al rato, paró con Paula y sacó su tacón fuera de su ano, conmigo seguía.

— Ahora quiero Paula, que le masturbes, y pon tus botas debajo para que se corra en ellas.

Y así lo hizo, mientras Marta me penetraba el ano con su tacón, Paula se puso en una posición de tal manera que pudiera masturbarme facilmente y estirando la pierna debajo de mi pene para que pudiera correrme en sus botas. Es una de las mejores experiencias que pude tener, era sentir dos placeres al mismo tiempo, una la magistral mano de Paula masturbándome el pene, y por otra, el tacón de Marta entrando y saliendo de mi ano, penetrándome. Estaba en la mismisima gloria, yo creo que por momentos perdía el control de mi mismo en pos del placer máximo. Notaba además, como de vez en cuando Marta aceleraba el ritmo de su penetración. Estaba apunto de estallar, y así lo hice. Cuando empezó a salir mi semen, noté como Paula tiraba la punta de mi pene de tal manera que rozara con sus botas, para asegurarse de que cayera lo máximo posible en ellas.

Marta paró de pentrarme con su tacón, y se levantó para ver si me había corrido en sus botas. Hizo un gesto como de aprobación.

— Oye y... ¿no irás a dejar todo esto aquí, no? — preguntó Paula.

— Eh... vaya lo siento, iré ahora mismo a por un papel y lo limpio — contesté.

— No, no. No quiero eso — contestó Paula.

— Creo que quiere que lo limpies con la lengua — sugirió Marta — Es más, te lo ordeno.

— Eh... no... pero yo... — dije nervioso.

— ¡Hazlo! — ordenó Marta.

Era raro, porque nunca me había planteado nunca chupar mi propio semen. Pero de cualquier forma, era una órden de Marta y cualquier enamorado haría cualquier cosa por su ama. Además, después de todo lo que había sucedido ya, por probar algo más no iba a pasar nada. Así que me agaché, titubeé un poco, pero acerqué mi cabeza al látex de sus botas y empecé a limpiar el semen de sus botas. Era raro lamer mi propio semen, aunque he de reconocer que esperaba que tuviera un sabor más amargo, no fue así. Después de chupar todas y cada una de las gotas que le solté en las botas, paramos un rato. Nos vestimos y salimos fuera de la sala. 

Estuvimos otro rato charlando con Paula, me empezó a caer bastante bien. Al final nos dió su número, y nos invitó a volverla a llamar si queríamos volver a tener otra sesión.

Volvimos a nuestras casas, pero antes Marta y yo al despedirnos nos dimos un morreo. Creo que estaba empezando a enamorarme mucho de ella, y después de todo lo que estaba haciendo por mí como para no.

Al acostarme en la cama, me llegó un sms: "creo que me está empezando a gustar esto del fetichismo, lo he disfrutado alo grande. ¿por qué no lo habría descubrido antes?". Un día magnifico no podía acabar sin un sms que te hiciera más feliz.

~Continuará.