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En esto creo... Letra O. OLER

en Poesía Erótica

"En esto creo" es un proyecto personal, íntimo y principalmente erótico formado por un grupo de relatos basados en mi propio punto de vista y construidos a partir de una premisa particular, cada premisa está constituida por una palabra seleccionada a mi criterio, la letra inicial de cada una de ellas forma parte del abecedario… desde la A hasta la Z.

La intención de éste proyecto no busca encontrar a Mi yo perverso, ni definirlo, ni publicitarlo, es por el contrario una aventura abierta y libre, un reto, alas para volar…

Con Aprecio.                    

Mi Yo perverso. 

         Letra O.

            Nota. Estimado lector, sin juramento me podrás creer que desde el principio, cuando inicié este ejercicio “En esto creo…” supuse que algunas palabras ya estaban señaladas en mi destino mejor que rayas en la mano, incluso antes que mi cabeza siquiera empezara a imaginar los puntos suspensivos del título, yo sabía algunos sustantivos obvios para algunas letras: pensé por ejemplo en amor para la a, mar para la m, voyeur para la V, definitivamente sudor para la s, orgasmo para la “o”… o-rgasmo… un concepto tan obvio de existir aquí en esta lista como asegurar que mañana va a amanecer.

Un trabajo erótico debería llevar un orgasmo implícito, que es un éxtasis, el calor  en el cenit de un día soleado, o si pretendo algo más profundo: el golpe apasionado de la zambullida en el océano azul rey después de la séptima ola, ¿has visto a la gaviota perforar el agua y coger su pez? al final de cuentas la O es una vocal mágica, exclamación de sorpresa!... el orto críptico: O es una imagen de connotaciones poderosas si estamos hablando de erotismo, O es un hoyo míralo, si eres valiente o eres caliente la letra O es también un punto penetrable, el vórtex de la cola y la puerta de maravillosas dimensiones que guarda –if you play your cards right, of course- todo ello resumido en una letra circular y eterna en un plano blanco y puro donde puedes meter y penetrar… OH!; te hablo de esto lector porque precisamente decidí postergar el Orgasmo y su potencial riqueza e invitarte del verbo Oler, dudé mucho en cambiarlo tenía grandes expectativas para el Orgasmo y montones de ideas rojas y excitantes para alcanzarlo, esta nota que lees es más bien una disculpa sincera por no tratar el orgasmo con el respeto que merece, por el otro lado (ja) puedo confiarte que esta palabra “oler” ha estado implícita en el correr de mi vida. “En esto creo letra O” pretende convertir la palabra Oler en una sensación sutil, quizás con un poco de suerte en una sensación orgásmica. Recomiendo –emulando la propuesta que leí en una nota personal de una escritora que admiro- que acompañes este relato con “el canto de los pájaros” ejecutado por Pablo Casals.

Oler.

¿Recuerdas tu niñez? En mi caso la memoria nunca ha sido muy buena, siempre tuve una RAM limitada y mi mente decidió hace muchos años que guardaría pocos recuerdos, sólo los importantes y cada uno de estos los llenaría de muchas sensaciones para compensar la cantidad que perdería, de mi niñez tengo escasos recuerdos la mayoría filtrados por un halo ámbar que oscurece los detalles como una telita delgada que los empaña y los vuelve borrosos, sin embargo una pequeña selección de estos está impecablemente pura, acorazada por varias placas de emociones atemporales que no le permiten la entrada al olvido, hoy no puedo explicarte –lector- qué determinó esas corazas, o cómo fue que protegieron tan celosamente esos recuerdos escogidos…

Hoy esos recuerdos puros son un tesoro, hoy puedo tomarlos de su envase y mirarlos a través del microscopio de la experiencia, de cada uno de los filtros de conocimiento que se han atravesado por la vida –buenos y malos- y darles nuevas calificaciones, entender mejor sus esencias con el estudio minucioso en la biblioteca de la personalidad, ahora incluso puedo/podemos reinterpretarlos y reinterpretarlos es reinterpretarte a ti mismo…

Mi sweater guinda tenía moronas de pan y yo lo sacudía rápidamente con mi mano tratando de que quedara impecable, aunque impecable no es un adjetivo claro cuando la vida comienza a hervir en el cuerpo de un niño de primaria, es imposible permanecer limpio entonces, sin embargo a mi por primera vez en mi corta vida me importaba lucir aseado y me sacudía lo más rápido que podía el pecho y mi hombro quitando cualquier morona microscópica traicionera antes que ella viniera y me viera sucio. Siempre me ha gustado el color rojo y de todos los uniformes que vestí en mis escuelas este guinda combinado con gris abajo era mi preferido, en ese tiempo no lo entendía, mis placeres eran vivenciales básicamente, disfrutaba mucho mirar la cosecha de niños por la mañana alineados en grupos en todo el patio, como un trigal, cuando el sol resplandecía sobre el cabello castaño oscuro de las niñas y niños, ese momento en que el pelo se aclara y el viento leve lo mueve apenas, y los mueve a todos como un sembradío en armonía, su sweater rojo les matizaba la cara con calidez de fruto vivo, además el guinda no era precisamente un rojo pasionario extractor de perversiones juveniles, sino un rojo oscuro, pulcro, elegante principalmente y combinado con el gris de las faldas y los pantalones, un medio que entonaba y destacaba la piel de los niños y además enmarcaba su genuina mocedad.

Si un evento es recordado con tantas sensaciones, el cerebro se dedica a evaluar el recuerdo en sí y a darle cualidades a esas emociones a partir de la experiencia que tienes ahora.

Por ejemplo, intenta recordar algo lejano, recuerda tu primer beso, date tiempo de pensar y luego intenta recordar sus ojos… ¿cómo los describiste en tu mente el día siguiente después que l@ besaste…? ¿cómo los describirías hoy? Piensa en un momento determinado, en el acercamiento lento de ese instante cuando decidiste besarl@, ahora sabes que no ocurrió realmente despacio, el valor de celeridad lo extendiste en tu cabeza según tus propios criterios, aún más: recuerda el latir de tu corazón, o tu cuello tenso, hoy sabes que el deseo lo tensa y tu sensación de traer el cogote apretado la entiendes diferente hoy que ayer… la vida no sólo te da enfoques diferentes de tus recuerdos, los mejora a partir de tus experiencias; me refiero a mejorar porque en el proceso de recordar tu mente califica esas vivencias con tus estándares actuales… y los mejora! ¿recuerdas su aliento esa mañana?? ¿Ese olor parecido a la mezcla del yogurt y la saliva, ese sabor extraño, Diferente??? Hoy querido lector recuerdas ese aliento como un aroma, tal vez como pureza y me atrevo a meterme en tus palabras y juraría que al recordar ese olor pensaste en amor…   

De pronto apareció Monica G. Zigler en la puerta, curiosamente la mueca de su boca se parecía tanto al gesture este que dibujamos con la letra L del teclado, Mónica G. Zigler estudiaba conmigo en la misma escuela, en el mismo salón y se vestía también con un sweater guinda que le quedaba corto, me miró fastidiada cómo se mira al culpable de una joda que te acaban de asignar… recuerdo su imagen cuando la miré a contraluz recargada en el marco de la puerta al fondo del salón, el contorno geométrico de su falda, su altura, sus brazos cruzados, su delgadez, en ese tiempo Mónica medía como tres metros de alto era lógico que cualquier sweater que vistiera le quedara de ombliguera, mujer flaca, niña de huesos largos de muslos delgados y brazos blancos como el Everest, y unos ojos almendrados e inmensos que podrían ser la entrada al universo y que estaban bien guardados por un cabello grueso, muy lacio y peinado con un fleco que entonces estaba de moda, quizás por su tamaño la asignó la maestra amiga de la familia para que me acompañara fuera de la escuela todos los días, rodeáramos la manzana y recogiéramos a mi hermana pequeña que estaba en un kínder a la vuelta de la cuadra minutos antes de terminar las clases.

Mónica G. Zigler era una niña muy femenina a pesar de su altura, pero yo no me dí cuenta entonces, sólo tenía once años y mi camisa blanca con manchones en el cuello, mis puños marcados con tallones grises hasta el antebrazo, el sudor seco del recreo en mi frente y en mis manos sólo significaban una urgencia genuina por divertirme y nada más, entonces no podía advertir el resplandor de su femineidad, o el vuelo de sus manos, sus ademanes eran cadenciosos y rítmicos cuando caminaba, sus brazos largos jamás hacían un movimiento brusco incluso cuando jugaba conmigo a “las traes” y a los empujones que todos los niños del mundo juegan, Mónica G. Zigler era una mujer en esencia frágil, muy alta y muy tierna.

Un día de esos lentos que se hace temprano para todo Mónica y yo caminábamos justo enfrente del Infonavit, faltaban más de treinta minutos para recoger a mi hermana en el kínder, Mónica caminaba despacito, llena de sol y completamente absorta, mientras me platicaba una tontería de fin de semana sonreía y al mismo tiempo abría sus brazos cual albatros y miraba el cielo como si al recuerdo le faltara ayuda divina y allá se la estuvieran soplando, luego cuando el recuerdo le caía encima juntaba sus manos en el centro de su pecho casi a punto de un aplauso y repetía el movimiento una y otra vez mirando para arriba hasta que la base de una jardinera mal colocada la hizo tropezarse y cayó junto conmigo en la acera. Mejor dicho, yo caí sobre ella, era la primera vez que estaba tan cerca…

Lector@, ¿le has caído a alguien encima?

          Tal vez de una caída nació la palabra “tirar” en la vida de los venezolanos y de ahí la extendieron a toda Sudamérica borrando los rastros de “follar” que aunque es una palabra expresiva y fuerte de acento, es regionalista y carece de la sutileza americana, no se puede imaginar a una madre hondureña diciéndole al futuro yerno “te follaste a mi hija cabrón! está embarazada” eso no es sutil, no puedes referirte al acto del coito así de buenas a primeras! la traducción americana correcta sería “te tiraste / te acostaste con mi hija cabrón! está embarazada!” acción que por su significado deduce la intención del apareamiento pero con un marcado respeto americano gentil.

Aquella tarde yo no me tiré a Mónica G. Zigler, solo caí sobre ella que fue una acción mucho más compleja, fue mejor dicho, como apreciar la profundidad del hoyo del conejo Alicia. Muchos años después ya con el verde lejos, quedé con Daniela para conocernos en una villa, trataba de aparentar serenidad pero la verdad es que me moría de nervios, a pesar de la comodidad de sus palabras y su voz de agua que ya me era familiar, yo venía cargando una confesión tan pesada que parecía de metal o de un mineral de esos cristalinos que están muchos kilómetros adentro de la tierra, incluso aún con sus ojos vibrantes y esa mirada de pintura de Pollock que embruja y hechiza al hombre que los mira yo era nada menos que una piedra volcánica a punto de lava cuando encontré su mirada en esa habitación iluminada por la tarde roja.

-sólo quiero bañarte- le dije a Daniela tratando de convencerla a ella y a mi, ella me besó con unción como la ola que estalla en el risco, me escuchó poco, su ojos pensaban, después de un abrazo que duró medio segundo –y que hoy sé que duró días enteros- aparté con un respeto casi paternal su blusa negra, la desnudé completa muy despacio aquel día disfruté por primera vez la cadencia de su carne, que no entendía porqué era tan exquisita, después la invité a entrar al pozo bautismal que estaba a sus pies, la luz tenue del lugar iluminaba su piel como una visión demoníaca, su mirada era –puedo confiarte lector@- casi diabólica, Polanski hubiera tenido un orgasmo allí si la hubiera visto, sin embargo su espalda era un lienzo inmaculado, su piel la de una cría y sus huesos óleo amarillo.

 Diablos! nunca he sentido una piel más viva, el coral caribeño en mi manos, fuente sevillana al atardecer, con un trozo de esponja húmedo froté su piel despacio y pausadamente mientras la besaba… ¿has besado a tu amad@ cuando está de espaldas a ti y gira su cuello para alcanzar tu boca? antes sólo era un beso, una presunción, hoy sabes que ese gesto es la esencia misma de la entrega… cuando la besé un vapor muy tenue salió de su piel, de su espalda y su boca, como si su esencia se le escapara a través de un espíritu, ese olor invadió cada uno de mis poros penetró mis ojos y tuve la sensación de que el mundo entero, el cielo, la poza de agua, el agua misma, la habitación, todo se arremolinara justo arriba de mi, el olor de Daniela se convirtió en un tornado que entró por mi cabeza acelerando todos mis ritmos y se quedó ahí fijo. Como el mal.

Mónica G. Zigler estaba inmóvil quizá porque nunca le había caído un niño encima, o tal vez por la novedad del momento, mi cara yacía enfrente de su garganta, león y antílope justo en el momento anterior a la mordida, de su cuello aparecieron minúsculas esferas blancas danzantes, como el polvo de Disney, como una broma… esa metáfora sólo duró un instante, una especie de vapor bailando en zigzag alrededor de su garganta, cuando estas esferas se expandieron su movimiento aceleró mi corazón, penetraron mi cuerpo entraron a mi alma y en ese momento Mónica G. Zigler dejó de poseer altura, forma, ojos, su existencia se concentró en un sencillo y personal concepto: Su olor.

Algo en mi mente se movió, viento en las ramas de un árbol, definitivamente no era amor, tampoco deseo, o tal vez sí un niño de once años no ha sufrido de amores para desear con fuerza sin embargo la cercanía de su cuerpo me impresionó en lo más interior de mi cuerpo, mis sentidos se agudizaron, aún recuerdo sus ojos abiertos y sus pupilas dilatadas un segundo por la sorpresa, su cuerpo tieso y sobre todo su olor; su olor me invadió como una ola, a partir de ese momento –parafraseando a Benedetti- todo… risas, viento, cabellos, bancas de salón, lápices, todo me llevaba a ella, en cualquier objeto reconocía su olor, a veces entraba furtivamente al salón en la hora del recreo solo para ir a su banca  tomar su sweater y olerlo en complicidad de mi ignorancia, su olor era una esencia nueva en mi que complementaba mis anhelos, Mónica G. Zigler se volvió una necesidad física probablemente la primera posesión de mi existencia, hoy creo fehacientemente que el olor de quien se ama es sino el principal uno de los principales motores de la pertenencia y por consiguiente de la posesión, sustantivo demoníaco que sostiene al hombre más que los mismos huesos.   

¿Has escuchado –lector@- el sonido diabólico de un instrumento de cuerdas?

Aquel atardecer mientras el goteo callado de los restos de agua golpeaban el mármol y yo untaba la esponja en la espalda desnuda de Daniela, mientras recorría su piel tersa y sutil comencé a notar que la fricción producía el mismo sonido que el arco en las cuerdas del contrabajo, de la voz sensual de su piel apareció una vibración igual que la caja resonante de este instrumento, lenta, vibrante yo miré por un momento su figura que a la luz rojiza del último suspiro del día parecía de madera y entendí que Daniela, su espalda y su cadera eran en conjunto un recipiente de resonancia, que yo era el ejecutante y la tenía entre mis brazos y que al recorrer con mi arco su piel esa precisa vibración era la música que ella exhalaba, es… su olor.   

 Ahora lector podrás entenderme cuando digo que Daniela huele a música de cuerdas, tal vez hasta hoy que escribo esto ella pueda entenderme cuando me es tan difícil explicarle a que huele. El olor no es sólo la materia física penetrando tu nariz y enviando señales al cerebro, el olor es tu historia, tus verdades, tus deseos... Yo –lector@- creo con fervor que el triunfo del olor es la combinación precisa de lo que deseas y lo que ella/el pretende compartirte. Así que lector@, si pretendes hablarme de feromonas después de leer este pequeño texto yo te diré que entre algunas personas hay hilos invisibles, flujos de magia y esos flujos son de lo más diverso, un roce, una mirada, una idea, un orgasmo, una patada y el olor de cada una de estos sustantivos es el río que puede llegar a tu mar… el olor.

                        Mi Yo Perverso.

  

*Dedico este relato a Daniela y a Vieri32, a la primera porque es obvio y al segundo porque me alentó con un comentario para seguir “escribiendo”…

¿comentarios? errevez618@hotmail.com