miprimita.com

¡Joder qué calor!

en Autosatisfacción

-          ¡Joder, qué calor!

Ciertamente era un día de verano muy caluroso, tanto que en  la vieja casa de piedra, que por lo regular era muy fresca, la temperatura superaba los veinticinco grados, y me costaba conciliar una cabezada en la siesta.

Todos se habían marchado no sabía a donde y me había quedado solo intentando descansar, pero todo era inútil, daba vueltas y más vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño.

Decidí ir al río darme un baño en sus aguas frescas, era un río de montaña, con aguas muy limpias y, por lo general, frías; así que no me lo pensé más veces. Me puse un bañador, me calcé unas sandalias y cogí una toalla.

Salí a la calle, el asfalto hervía literalmente, no puedo precisar la temperatura, pero seguramente se aproximaba a los cuarenta grados. Hasta el pozo donde solíamos bañarnos no había ni una sola sombra, así que aceleré el paso y en unos pocos minutos estaba en el lugar elegido.

 Me interné entre los frondosos árboles y arbustos que crecían en la orilla y se extendían como unos diez metros aliviando mi sofoco con el frescor de la sobra de los tupidos árboles y el que emanaba de las aguas del mismo río.

Escuché un chapoteo que me indicaba que alguien que había tenido la misma idea que yo se me había adelantado. Atisbé entre la tupida vegetación y vi una cabeza rubia que sobresalía por encima de la superficie del agua.

¡La leche, era T. …! (omito su nombre por mantener el anonimato del personaje)

Tenía algo más de treinta años y según decían los demás chicos del pueblo había trabajado como puta en la capital, no sé si este extremo era cierto pero la verdad es que le daba cierto morbo.

Era una mujer atractiva, cabello rubio, teñido claro, ojos castaños, labios sensuales y facciones suaves; podría decir que era guapa. Una estatura media y rellenita, pero no gorda. Unas curvas bien pronunciadas, pecho generoso, caderas anchas y un trasero bien redondo.

Tenía una mirada atrevida y cuando reía entrecerraba los ojos y mostraba unos dientes blancos y perfectos. Solía vestir ropas bastante ajustadas que resaltaban sus curvas y le daban un aire de golfa. A todos los chavales nos tenía como hipnotizados y solíamos hacer comentarios picantes sobre ella. Algunos contaban historias sobre si la habían visto medio desnuda y cosas por el estilo que yo pienso eran inventadas y se debían más a la imaginación que a la realidad.

Instintivamente procuré esconderme entre la vegetación para observarla. Mi imaginación hizo el resto: Imaginé todo aquello que se decía de ella y mi pene respondió con la gallardía propia de la edad (quince años). Inconscientemente mi mano se deslizó dentro del bañador y comencé a acariciar mi miembro ya erecto.

Estaba entretenido en estas manipulaciones cuando T. salió del agua y la encontré frente a mí, casi me da un infarto. Vestía (¿?) un bañador de una pieza de color azul que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. Con ambas manos recogió su cabello mojado hacia atrás, al hacerlo proyectó sus pechos hacia adelante y sus agresivos pezones se marcaron bajo  tela del bañador que los cubría, seguí deslizando mi mirada hacia más abajo, el ombligo quedaba claramente señalado como un pequeño hoyuelo y más abajo todavía el bulto de su pubis bajo el que se insinuaba la raja del sexo.

Debí de hacer algún ruido involuntario, posiblemente al pisar una ramita seca y miró hacia donde me encontraba. Al principio sorprendida o asustada, pero luego, cuando me reconoció, me miró con burla y dando dos pasos hacia donde me encontraba me dijo: (Procuraré reproducir los diálogos de la manera más fiel aunque dado el tiempo que ha transcurrido no lo recuerdo de manera exacta).

-          ¡Qué!, ¿alegrando la vista?

Rojo de vergüenza apenas acerté a balbucear una disculpa.

-          Nnn…o, yo sólo venía a bañarme… y … , bueno, entonces … yo …

Separó algo las piernas, puso los brazos en jarras y con un gesto fingidamente serio me respondió:

-          Sí, claro y como me viste en el agua decidiste esconderte por si podías ver algo más  …

excitante ¿no?

Pillado en mis verdaderas intenciones no supe responder nada, entonces T.  se acercó hasta quedar a menos de dos metros de mí y dulcificando su voz y con esa mirada entornada que le daba un aire de golfilla dijo:

-          Bueno, ha quedado  claro, y … ¿ te gusta lo que ves?

“¡Joder! ¿Y ahora qué digo yo?” Pensé, y claro no dije nada, lo que podía significar un sí.

Sonrió con malicia cuando se fijó en el bulto en el bañador que delataba mi erección y en la manchita de humedad que se había formado debido a la liberación de líquido preseminal. Señalando con un dedo y fingiendo sorpresa dijo:

-          ¡Caramba, niño! ¿Eso de ahí qué es? – Acercó la mano y la puso sobre el bulto que mi polla dibujaba en el pantaloncillo de baño. – Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?, si eres todo un hombrecito. ¡Menudo aparato! – Y lo acariciaba presionándolo.

Dio un pasito hacia atrás y mirándome a los ojos sacó uno de sus pechos del claustro de su bañador. Era una teta grande, blanca y algo caída debido a su volumen y a su peso, pero se adivinaba por la tersura de la piel que aún conservaba la turgencia de la juventud. Estaba coronada por una gran aureola rosada en cuyo centro se erguía orgulloso un pezón de tamaño más que regular.

Se acarició la teta y pellizcó el pezón estirándolo, lo que le debía producir placer ya que, al mismo tiempo que se acariciaba de esta manera, cerraba los ojos y dejaba escapar un susurro por una boca sensual de labios húmedos y entreabiertos.

-          ¿Te gustan mis tetas? – Y al mismo tiempo se sacaba la otra y procedía a acariciársela como había hecho con la primera.

Yo empezaba a reaccionar, y saliendo de la parálisis que hasta en ese momento me encontraba sumido, di un paso hacia T. y alargué el brazo intentando alcanzar esos pechos que tan impúdicamente me mostraba.

-          Espera, aquí puede vernos alguien.

Recogió sus ropas y la toalla que estaban formando un pequeño montón en el suelo, me tomó de la mano y nos internamos entre los arbustos alejándonos de la orilla del río y de posibles miradas indiscretas.

-          Ahora ya puedes. – Dijo al mismo tiempo que tomando mi mano derecha la situaba sobre su pecho izquierdo. – Suave, acaríciame con suavidad.

Así lo hice, acaricié suavemente aquel seno que se me ofrecía de manera gratuita, lo rodeé con toda la mano, lo sopesé comprobando su turgencia, acaricié la aureola que circundaba el pezón y lo enredé entre mis dedos comprobando su elasticidad.

Con la otra mano me atreví a tomar el otro pecho repitiendo las mismas caricias. T. permanecía con los ojos cerrados disfrutando del placer que sin duda le proporcionaba mis caricias.

-          Mmmm … Me gusta, sigue … Mmmm … ¡Qué bien lo estás haciendo!. Más, sigue así cariño.

Envalentonado por el éxito de los tocamientos que le estaba proporcionando a ese par de fabulosas tetas, tomé una de ellas delicadamente entre mis manos y la llevé a mi boca. ¡Dios, qué sensación al sentir entre mis labios aquel pezón que se erguía y se endurecía al entrar en contacto con mi boca! Lo chupaba, lo apretaba entre los labios, lo mordisqueaba suavemente, lo lamía … Me estaba convirtiendo en un experto mamador.

T. me agarraba la cabeza, enredando los dedos en mis cabellos y apretaba contra su pecho para que no me apartara de ese lugar, cosa que por otra parte a mí ni se me había pasado por la imaginación.

     -     Mama, mi niño, chúpame… no pares. Ahora la otra … Sí, sigue, sigue así.

Y yo mamaba, mamaba y mamaba cada vez con más deleite, y ella emitía un ronrroneo de satisfacción.

Mientras mis labios, mis  dientes, mi lengua y toda mi boca estaban en tan grata tarea, mis manos comenzaron a cobrar vida propia y acariciaba la espalda suavemente. Su piel era suave como de seda y mis dedos la recorrían en toda su extensión, desde los hombros hasta el inicio de la curva del trasero introduciéndose debajo de la tela del bañador en un abrazo al mismo tiempo que adelantaba la pelvis para frotar contra sus muslos mi pene erecto que estaba a punto de estallar.

T. notó mi bulto contra uno de sus muslos y presionó al tiempo que se movía como en un vaivén que ocasionaba un frotamiento en mi sexo.

Al cabo sentí una corriente eléctrica que me recorría desde el pene, hasta mi nuca, pasando por el pubis, el estómago y la garganta. Mi vientre se contrajo de forma involuntaria al tiempo que un enorme placer me embargaba y a borbotones comenzó a manar una fuente de semen que no podía controlar y que empapó la parte delantera del calzón de baño y el muslo que T. había utilizado para darme esa grandiosa masturbación.

Se apartó ligeramente de mí, mirando con una sonrisa la mancha de humedad de mi entrepierna, y mientras me acariciaba la cara en un gesto casi maternal dijo:

          -   ¡Huy! Mi niño se ha corrido de gusto. A ver que tenemos por aquí …

Y al mismo tiempo metía una mano dentro del bañador para tocar la pija embarrada en mi propio semen y ya algo fláccida al haber perdido gran parte de la erección tras el repentino e inesperado orgasmo.

Me bajó el calzón dejando al aire mis atributos manchados por la abundante corrida. Tomo el pene entre dos dedos y retrajo el prepucio descubriendo el rojo y ahora brillante glande, con otra mano sopesó los testículos  y los acarició muy suavemente con las uñas.

-          Esto lo arreglo yo en un santiamén. – Dijo mientras movía la piel del prepucio hacia adelante y hacia atrás y persistiendo en sus caricias en los testículos.

La respuesta no se hizo esperar mucho tiempo y en unos segundos, no creo que llegara a un minuto, mi ariete estaba otra vez en son de guerra.

Nuevamente enardecido por los tocamientos que T. realizaba en mis intimidades y por la vista de los senos que se movían como un flan delante de mis ojos pasé a la acción, esta vez con mayor desparpajo dado que no observaba ningún rechazo a mis tocamientos, y dirigí mi mano a la entrepierna de T., primero por encima de la escasa tela que la cubría y luego intentando colar uno de mis dedos por el borde llegando a acariciar unos vellos suaves y rizados.

-          Tranquilo, niño. – Me dijo retirándose un poco hacia atrás. – eso ahora, pero espera que yo te guíe.

Dicho esto se dio media vuelta y se desprendió del traje de baño mostrándome unas nalgas redondas y bien rellenas, blancas como la nata y firmes como el mármol. Se dio la vuelta y me dejó ver su santuario.

Tenía el pubis cubierto por unos pelitos castaños y ensortijados que ocultaban la raya de la vulva a primera vista, cuando separo levemente los muslos pude apreciar la rajita que indicaba el camino hacia ese paraíso que prometía placeres inmensos.

Me quedé mirando como hipnotizado, era la primera vez que veía el sexo de una mujer, ¡Y qué mujer!

Con las manos separó levemente los labios mayores para mostrarme un interior rosado y brillante por la humedad, no sé si del agua del río de los propios líquidos que segregaba por la excitación.

Coloqué una mano cubriendo totalmente la vulva  y pude percibir un calorcito agradable. Intenté introducir uno o dos dedos en aquella sima, pero rápidamente me  apartó con la mano al tiempo que me decía:

-          Calma, despacito que esa parte es muy delicada y puedes hacerme daño. Yo te indico. Ven.

Extendió la toalla sobre una parte del suelo que estaba cubierta de hierba y se sentó sobre ella con las piernas separadas y flexionadas, con un gesto me indicó que me sentara frente a ella entre sus piernas y así lo hice. Separó nuevamente los labios mayores, pudiendo apreciar por mi parte que eran carnosos y de un color rosa intenso.

-          Mira, - dijo señalando la parte superior de la vulva – esto es el clítoris, el mío es muy sensible por lo que debes tocarlo con mucha delicadeza, al menos al principio.

Nunca había visto un clítoris. Protegido por una especie de capucha de carne, en la parte superior de la vulva sobresalía una especie de granito de color rojo intenso y del tamaño como de un garbanzo.

Llevó un dedo a la boca y lo humedeció con saliva, después, mientras con la otra mano seguía separando  los labios, frotó con ese dedo aquel botón de carne describiendo sobre él, de una manera delicada, círculos. El clítoris aumentó algo de tamaño y su color rojo se intensificó por las caricias que aquel dedo tan hábil.

-          ¿Ves qué fácil? Ahora hazlo tú. – y guio mi mano hasta  aquel lugar mientras mantenía separados los labios.

Primero toqué tímidamente y noté como daba un pequeño respingo. Pensé que quizá le había hecho daño y retire la mano de allí mirándola a los ojos como pidiendo permiso para seguir adelante.

Me sonrió mientras hacía un gesto afirmativo que me autorizaba a continuar , entonces mojando con saliva el dedo índice de mi mano derecha, tal como había visto que había hecho ella, lo apunté directamente sobre el clítoris y comencé a acariciarlo, primero muy suave y lentamente, mirándola a la cara. Cuando vi que cerraba los ojos y que su respiración se agitaba froté con mayor velocidad y mayor energía, entonces dejó escapar leves gemidos y comenzó a mover sus caderas de modo que su sexo se apretaba más contra mi mano.

Los gemidos fueron “in crescendo” a medida que mis dedos se empleaban con más fuerza y velocidad, los movimientos de su pelvis fueron cada vez más violentos hasta que sus gemidos se ahogaron en una especie de gorgoteo en su garganta y su vientre y su sexo se agitaron en violentos espasmos incontrolados. Algo asustado por lo que estaba sucediendo cesé en mis caricias.

-          Mete los dedos más abajo. – Me dijo con una voz opaca y débil – Sigue, no pares.

Deslicé los dedos hacia abajo siguiendo el canal de la vulva hasta dar con la entrada de la vagina. Introduje los dedos índice y corazón con facilidad debido a la enorme humedad de aquel lugar, mojado, caliente y estrecho, de un tacto finísimo.

-          Mueve los dedos metiendo y sacándolos. – me dijo con un hilo de voz.

Comencé con aplicación la nueva tarea encomendada y ella reanudó el baile de sus caderas. Se dejó caer hacia atrás tumbándose sobre la toalla y mientras con una mano masajeaba enérgicamente los pechos, la otra descendió y comenzó a frotar el clítoris.

Mis dedos nadaban en un mar de líquidos espesos y algo pegajosos y al penetrar se escuchaba un chapoteo como cuando pisas un charco.

Nuevamente comenzaron los movimientos fuera de control de su vientre y caderas mientras de sus labios salían como quejidos y palabras entrecortadas y de su sexo manaba una fuente de líquidos espesos como babas :

-          Ya me vi … e … ne, sigue…más …  más … ya … yaaaa … ghmgmhmgm .

Levantó la pelvis hacia arriba apoyada en los hombros y en los talones y lanzando un suspiro se dejó caer sobre el suelo.

Permaneció más de un minuto quieta, con los ojos cerrados y una beatífica sonrisa dibujada en los labios.

Yo la observaba sentado con mi mástil orgullosamente erguido, estaba tan tieso que casi me dolía. La mirada fija en aquel cuerpo que después de haberse estremecido por el placer del orgasmo, ahora permanecía relajado e inmóvil.

Mantenía los ojos cerrado mientras que la lengua pasaba por los labios como relamiendo una golosina, las manos yertas sobre los pechos que caían ligeramente hacia los costados; los pezones habían perdido rigidez y ahora parecían querer ocultarse avergonzados en la pulpa del pecho, el vientre subía y bajaba suavemente al mismo ritmo que la respiración ahora sosegada; las piernas estaban ligeramente separadas y en la conjunción de los muslos el sexo semiabierto cubierto por unos rizos en los que brillaban unas gotitas de los líquidos que había emitido a causa del reciente orgasmo.

Como decía, yo estaba como paralizado mientras observaba ese espectáculo que de manera tan gratuita se mostraba ante mis ojos, no sabía qué hacer ni qué decir, y nada dije ni nada hice, sólo mirar.

Al cabo de unos minutos reaccionó y se incorporó quedando sentada me miró lánguidamente y sonrió.

-          ¡Qué bueno ha estado! Lo has hecho divinamente, realmente tus dedos han sido mágicos, hacía tanto tiempo que no me corría así … - Y fijándose en mi pene que estaba tieso como un palo, con el glande rojo como una brasa asomando fuera del prepucio y con una brillante gotita manando por el ojal, continuó. – Pero pobrecito, hay que ver como tienes eso, y yo tan egoísta que sólo pienso en mí, pero ahora le damos solución.

Dicho y hecho. Pasó una mano por su propio sexo y la embadurnó en los líquidos que inundaban el coño.

-          Túmbate, cierra los ojos y disfruta, ahora te toca a ti.

Así lo hice y entonces comenzó a masturbarme con mano sabia: estiraba hacia atrás la piel de mi miembro dejando todo el glande al descubierto y a continuación subía con su mano despacio hasta que lo volvía a cubrir totalmente, así repetidas veces.

Me subía un cosquilleo desde las ingles hasta el cuello al mismo tiempo que mi vientre se contraía de una manera que yo no controlaba.

Volvió a humedecer su mano, esta vez con su propia saliva para así lubricar mejor mi pene, y comenzó a acelerar los movimientos. Cerré los ojos para concentrarme en las sensaciones que percibía cada vez con mayor intensidad; ya no era un cosquilleo, eran auténticas descargas eléctricas sumamente agradables y que al mismo tiempo me causaban tal nerviosismo que no podía por más que mover mi pelvis adelantando el pene como si quisiera ir en busca de ese sumo placer que ya se anunciaba.

No resistí  mucho tiempo así, noté como si los testículos se contrajesen, como si algo pretendiera salir desde allí hasta el exterior a lo largo del pene, y así ocurrió, intensos chorros de esperma blanquecino brotaron a golpes y con cada golpe el placer se intensificaba más. Respiraba entrecortadamente emitiendo un ronco silbido al tiempo que T. me animaba con sus palabras.

-          Ya está aquí. Suelta toda la lechecita… Mírala que rica… Córrete mi niño.-Y cosas así.

Terminé de eyacular y ella seguía frotando el pene que poco a poco perdía su rigidez hasta quedar totalmente fláccido.

Aún siguió medio minuto hasta que mi respiración y mis pulsaciones se fueron normalizando, cuando notó que ya me había calmado tomó su toalla y me limpió toda la zona púbica, luego, con la misma toalla se froto la vulva para borrar todo vestigio de actividad sexual, se puso en pie y sin decir nada comenzó a vestirse. Miré como se ponía la falda y una blusa sin nada más debajo y sólo de pensar que estaba vestida, pero que al mismo tiempo estaba desnuda, comencé a excitarme de nuevo.

-          Mira, otra vez se te levanta la cosa. – Dijo guiñando un ojo. – Pero ya es demasiado por hoy, así que piensa en otra cosa. Otro día en otro lugar más cómodo repetimos, incluso podremos echar un polvo, ¿vale?  Ahora date un buen baño para bajar la calentura.

Dicho esto dio media vuelta y se marchó dejándome solo y empalmado.

Me puse el bañador y sin pensarlo mucho me zambullí en las frescas aguas del río. Nadé durante un buen rato hasta que empezaron a llegar otras personas, algunos colegas y también dos chicas.

Apenas hablé con ellos, puse como disculpa que tenía que hacer unos encargos para mi abuela y me fui a casa para, ya en mi cuarto recrearme en el recuerdo de lo sucedido y hacerme una paja monumental.

-          ¡Joder, qué calor!

Ciertamente era un día de verano muy caluroso, tanto que en  la vieja casa de piedra, que por lo regular era muy fresca, la temperatura superaba los veinticinco grados, y me costaba conciliar una cabezada en la siesta.

Todos se habían marchado no sabía a donde y me había quedado solo intentando descansar, pero todo era inútil, daba vueltas y más vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño.

Decidí ir al río darme un baño en sus aguas frescas, era un río de montaña, con aguas muy limpias y, por lo general, frías; así que no me lo pensé más veces. Me puse un bañador, me calcé unas sandalias y cogí una toalla.

Salí a la calle, el asfalto hervía literalmente, no puedo precisar la temperatura, pero seguramente se aproximaba a los cuarenta grados. Hasta el pozo donde solíamos bañarnos no había ni una sola sombra, así que aceleré el paso y en unos pocos minutos estaba en el lugar elegido.

 Me interné entre los frondosos árboles y arbustos que crecían en la orilla y se extendían como unos diez metros aliviando mi sofoco con el frescor de la sobra de los tupidos árboles y el que emanaba de las aguas del mismo río.

Escuché un chapoteo que me indicaba que alguien que había tenido la misma idea que yo se me había adelantado. Atisbé entre la tupida vegetación y vi una cabeza rubia que sobresalía por encima de la superficie del agua.

¡La leche, era T. …! (omito su nombre por mantener el anonimato del personaje)

Tenía algo más de treinta años y según decían los demás chicos del pueblo había trabajado como puta en la capital, no sé si este extremo era cierto pero la verdad es que le daba cierto morbo.

Era una mujer atractiva, cabello rubio, teñido claro, ojos castaños, labios sensuales y facciones suaves; podría decir que era guapa. Una estatura media y rellenita, pero no gorda. Unas curvas bien pronunciadas, pecho generoso, caderas anchas y un trasero bien redondo.

Tenía una mirada atrevida y cuando reía entrecerraba los ojos y mostraba unos dientes blancos y perfectos. Solía vestir ropas bastante ajustadas que resaltaban sus curvas y le daban un aire de golfa. A todos los chavales nos tenía como hipnotizados y solíamos hacer comentarios picantes sobre ella. Algunos contaban historias sobre si la habían visto medio desnuda y cosas por el estilo que yo pienso eran inventadas y se debían más a la imaginación que a la realidad.

Instintivamente procuré esconderme entre la vegetación para observarla. Mi imaginación hizo el resto: Imaginé todo aquello que se decía de ella y mi pene respondió con la gallardía propia de la edad (quince años). Inconscientemente mi mano se deslizó dentro del bañador y comencé a acariciar mi miembro ya erecto.

Estaba entretenido en estas manipulaciones cuando T. salió del agua y la encontré frente a mí, casi me da un infarto. Vestía (¿?) un bañador de una pieza de color azul que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. Con ambas manos recogió su cabello mojado hacia atrás, al hacerlo proyectó sus pechos hacia adelante y sus agresivos pezones se marcaron bajo  tela del bañador que los cubría, seguí deslizando mi mirada hacia más abajo, el ombligo quedaba claramente señalado como un pequeño hoyuelo y más abajo todavía el bulto de su pubis bajo el que se insinuaba la raja del sexo.

Debí de hacer algún ruido involuntario, posiblemente al pisar una ramita seca y miró hacia donde me encontraba. Al principio sorprendida o asustada, pero luego, cuando me reconoció, me miró con burla y dando dos pasos hacia donde me encontraba me dijo: (Procuraré reproducir los diálogos de la manera más fiel aunque dado el tiempo que ha transcurrido no lo recuerdo de manera exacta).

-          ¡Qué!, ¿alegrando la vista?

Rojo de vergüenza apenas acerté a balbucear una disculpa.

-          Nnn…o, yo sólo venía a bañarme… y … , bueno, entonces … yo …

Separó algo las piernas, puso los brazos en jarras y con un gesto fingidamente serio me respondió:

-          Sí, claro y como me viste en el agua decidiste esconderte por si podías ver algo más  …

excitante ¿no?

Pillado en mis verdaderas intenciones no supe responder nada, entonces T.  se acercó hasta quedar a menos de dos metros de mí y dulcificando su voz y con esa mirada entornada que le daba un aire de golfilla dijo:

-          Bueno, ha quedado  claro, y … ¿ te gusta lo que ves?

“¡Joder! ¿Y ahora qué digo yo?” Pensé, y claro no dije nada, lo que podía significar un sí.

Sonrió con malicia cuando se fijó en el bulto en el bañador que delataba mi erección y en la manchita de humedad que se había formado debido a la liberación de líquido preseminal. Señalando con un dedo y fingiendo sorpresa dijo:

-          ¡Caramba, niño! ¿Eso de ahí qué es? – Acercó la mano y la puso sobre el bulto que mi polla dibujaba en el pantaloncillo de baño. – Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?, si eres todo un hombrecito. ¡Menudo aparato! – Y lo acariciaba presionándolo.

Dio un pasito hacia atrás y mirándome a los ojos sacó uno de sus pechos del claustro de su bañador. Era una teta grande, blanca y algo caída debido a su volumen y a su peso, pero se adivinaba por la tersura de la piel que aún conservaba la turgencia de la juventud. Estaba coronada por una gran aureola rosada en cuyo centro se erguía orgulloso un pezón de tamaño más que regular.

Se acarició la teta y pellizcó el pezón estirándolo, lo que le debía producir placer ya que, al mismo tiempo que se acariciaba de esta manera, cerraba los ojos y dejaba escapar un susurro por una boca sensual de labios húmedos y entreabiertos.

-          ¿Te gustan mis tetas? – Y al mismo tiempo se sacaba la otra y procedía a acariciársela como había hecho con la primera.

Yo empezaba a reaccionar, y saliendo de la parálisis que hasta en ese momento me encontraba sumido, di un paso hacia T. y alargué el brazo intentando alcanzar esos pechos que tan impúdicamente me mostraba.

-          Espera, aquí puede vernos alguien.

Recogió sus ropas y la toalla que estaban formando un pequeño montón en el suelo, me tomó de la mano y nos internamos entre los arbustos alejándonos de la orilla del río y de posibles miradas indiscretas.

-          Ahora ya puedes. – Dijo al mismo tiempo que tomando mi mano derecha la situaba sobre su pecho izquierdo. – Suave, acaríciame con suavidad.

Así lo hice, acaricié suavemente aquel seno que se me ofrecía de manera gratuita, lo rodeé con toda la mano, lo sopesé comprobando su turgencia, acaricié la aureola que circundaba el pezón y lo enredé entre mis dedos comprobando su elasticidad.

Con la otra mano me atreví a tomar el otro pecho repitiendo las mismas caricias. T. permanecía con los ojos cerrados disfrutando del placer que sin duda le proporcionaba mis caricias.

-          Mmmm … Me gusta, sigue … Mmmm … ¡Qué bien lo estás haciendo!. Más, sigue así cariño.

Envalentonado por el éxito de los tocamientos que le estaba proporcionando a ese par de fabulosas tetas, tomé una de ellas delicadamente entre mis manos y la llevé a mi boca. ¡Dios, qué sensación al sentir entre mis labios aquel pezón que se erguía y se endurecía al entrar en contacto con mi boca! Lo chupaba, lo apretaba entre los labios, lo mordisqueaba suavemente, lo lamía … Me estaba convirtiendo en un experto mamador.

T. me agarraba la cabeza, enredando los dedos en mis cabellos y apretaba contra su pecho para que no me apartara de ese lugar, cosa que por otra parte a mí ni se me había pasado por la imaginación.

     -     Mama, mi niño, chúpame… no pares. Ahora la otra … Sí, sigue, sigue así.

Y yo mamaba, mamaba y mamaba cada vez con más deleite, y ella emitía un ronrroneo de satisfacción.

Mientras mis labios, mis  dientes, mi lengua y toda mi boca estaban en tan grata tarea, mis manos comenzaron a cobrar vida propia y acariciaba la espalda suavemente. Su piel era suave como de seda y mis dedos la recorrían en toda su extensión, desde los hombros hasta el inicio de la curva del trasero introduciéndose debajo de la tela del bañador en un abrazo al mismo tiempo que adelantaba la pelvis para frotar contra sus muslos mi pene erecto que estaba a punto de estallar.

T. notó mi bulto contra uno de sus muslos y presionó al tiempo que se movía como en un vaivén que ocasionaba un frotamiento en mi sexo.

Al cabo sentí una corriente eléctrica que me recorría desde el pene, hasta mi nuca, pasando por el pubis, el estómago y la garganta. Mi vientre se contrajo de forma involuntaria al tiempo que un enorme placer me embargaba y a borbotones comenzó a manar una fuente de semen que no podía controlar y que empapó la parte delantera del calzón de baño y el muslo que T. había utilizado para darme esa grandiosa masturbación.

Se apartó ligeramente de mí, mirando con una sonrisa la mancha de humedad de mi entrepierna, y mientras me acariciaba la cara en un gesto casi maternal dijo:

          -   ¡Huy! Mi niño se ha corrido de gusto. A ver que tenemos por aquí …

Y al mismo tiempo metía una mano dentro del bañador para tocar la pija embarrada en mi propio semen y ya algo fláccida al haber perdido gran parte de la erección tras el repentino e inesperado orgasmo.

Me bajó el calzón dejando al aire mis atributos manchados por la abundante corrida. Tomo el pene entre dos dedos y retrajo el prepucio descubriendo el rojo y ahora brillante glande, con otra mano sopesó los testículos  y los acarició muy suavemente con las uñas.

-          Esto lo arreglo yo en un santiamén. – Dijo mientras movía la piel del prepucio hacia adelante y hacia atrás y persistiendo en sus caricias en los testículos.

La respuesta no se hizo esperar mucho tiempo y en unos segundos, no creo que llegara a un minuto, mi ariete estaba otra vez en son de guerra.

Nuevamente enardecido por los tocamientos que T. realizaba en mis intimidades y por la vista de los senos que se movían como un flan delante de mis ojos pasé a la acción, esta vez con mayor desparpajo dado que no observaba ningún rechazo a mis tocamientos, y dirigí mi mano a la entrepierna de T., primero por encima de la escasa tela que la cubría y luego intentando colar uno de mis dedos por el borde llegando a acariciar unos vellos suaves y rizados.

-          Tranquilo, niño. – Me dijo retirándose un poco hacia atrás. – eso ahora, pero espera que yo te guíe.

Dicho esto se dio media vuelta y se desprendió del traje de baño mostrándome unas nalgas redondas y bien rellenas, blancas como la nata y firmes como el mármol. Se dio la vuelta y me dejó ver su santuario.

Tenía el pubis cubierto por unos pelitos castaños y ensortijados que ocultaban la raya de la vulva a primera vista, cuando separo levemente los muslos pude apreciar la rajita que indicaba el camino hacia ese paraíso que prometía placeres inmensos.

Me quedé mirando como hipnotizado, era la primera vez que veía el sexo de una mujer, ¡Y qué mujer!

Con las manos separó levemente los labios mayores para mostrarme un interior rosado y brillante por la humedad, no sé si del agua del río de los propios líquidos que segregaba por la excitación.

Coloqué una mano cubriendo totalmente la vulva  y pude percibir un calorcito agradable. Intenté introducir uno o dos dedos en aquella sima, pero rápidamente me  apartó con la mano al tiempo que me decía:

-          Calma, despacito que esa parte es muy delicada y puedes hacerme daño. Yo te indico. Ven.

Extendió la toalla sobre una parte del suelo que estaba cubierta de hierba y se sentó sobre ella con las piernas separadas y flexionadas, con un gesto me indicó que me sentara frente a ella entre sus piernas y así lo hice. Separó nuevamente los labios mayores, pudiendo apreciar por mi parte que eran carnosos y de un color rosa intenso.

-          Mira, - dijo señalando la parte superior de la vulva – esto es el clítoris, el mío es muy sensible por lo que debes tocarlo con mucha delicadeza, al menos al principio.

Nunca había visto un clítoris. Protegido por una especie de capucha de carne, en la parte superior de la vulva sobresalía una especie de granito de color rojo intenso y del tamaño como de un garbanzo.

Llevó un dedo a la boca y lo humedeció con saliva, después, mientras con la otra mano seguía separando  los labios, frotó con ese dedo aquel botón de carne describiendo sobre él, de una manera delicada, círculos. El clítoris aumentó algo de tamaño y su color rojo se intensificó por las caricias que aquel dedo tan hábil.

-          ¿Ves qué fácil? Ahora hazlo tú. – y guio mi mano hasta  aquel lugar mientras mantenía separados los labios.

Primero toqué tímidamente y noté como daba un pequeño respingo. Pensé que quizá le había hecho daño y retire la mano de allí mirándola a los ojos como pidiendo permiso para seguir adelante.

Me sonrió mientras hacía un gesto afirmativo que me autorizaba a continuar , entonces mojando con saliva el dedo índice de mi mano derecha, tal como había visto que había hecho ella, lo apunté directamente sobre el clítoris y comencé a acariciarlo, primero muy suave y lentamente, mirándola a la cara. Cuando vi que cerraba los ojos y que su respiración se agitaba froté con mayor velocidad y mayor energía, entonces dejó escapar leves gemidos y comenzó a mover sus caderas de modo que su sexo se apretaba más contra mi mano.

Los gemidos fueron “in crescendo” a medida que mis dedos se empleaban con más fuerza y velocidad, los movimientos de su pelvis fueron cada vez más violentos hasta que sus gemidos se ahogaron en una especie de gorgoteo en su garganta y su vientre y su sexo se agitaron en violentos espasmos incontrolados. Algo asustado por lo que estaba sucediendo cesé en mis caricias.

-          Mete los dedos más abajo. – Me dijo con una voz opaca y débil – Sigue, no pares.

Deslicé los dedos hacia abajo siguiendo el canal de la vulva hasta dar con la entrada de la vagina. Introduje los dedos índice y corazón con facilidad debido a la enorme humedad de aquel lugar, mojado, caliente y estrecho, de un tacto finísimo.

-          Mueve los dedos metiendo y sacándolos. – me dijo con un hilo de voz.

Comencé con aplicación la nueva tarea encomendada y ella reanudó el baile de sus caderas. Se dejó caer hacia atrás tumbándose sobre la toalla y mientras con una mano masajeaba enérgicamente los pechos, la otra descendió y comenzó a frotar el clítoris.

Mis dedos nadaban en un mar de líquidos espesos y algo pegajosos y al penetrar se escuchaba un chapoteo como cuando pisas un charco.

Nuevamente comenzaron los movimientos fuera de control de su vientre y caderas mientras de sus labios salían como quejidos y palabras entrecortadas y de su sexo manaba una fuente de líquidos espesos como babas :

-          Ya me vi … e … ne, sigue…más …  más … ya … yaaaa … ghmgmhmgm .

Levantó la pelvis hacia arriba apoyada en los hombros y en los talones y lanzando un suspiro se dejó caer sobre el suelo.

Permaneció más de un minuto quieta, con los ojos cerrados y una beatífica sonrisa dibujada en los labios.

Yo la observaba sentado con mi mástil orgullosamente erguido, estaba tan tieso que casi me dolía. La mirada fija en aquel cuerpo que después de haberse estremecido por el placer del orgasmo, ahora permanecía relajado e inmóvil.

Mantenía los ojos cerrado mientras que la lengua pasaba por los labios como relamiendo una golosina, las manos yertas sobre los pechos que caían ligeramente hacia los costados; los pezones habían perdido rigidez y ahora parecían querer ocultarse avergonzados en la pulpa del pecho, el vientre subía y bajaba suavemente al mismo ritmo que la respiración ahora sosegada; las piernas estaban ligeramente separadas y en la conjunción de los muslos el sexo semiabierto cubierto por unos rizos en los que brillaban unas gotitas de los líquidos que había emitido a causa del reciente orgasmo.

Como decía, yo estaba como paralizado mientras observaba ese espectáculo que de manera tan gratuita se mostraba ante mis ojos, no sabía qué hacer ni qué decir, y nada dije ni nada hice, sólo mirar.

Al cabo de unos minutos reaccionó y se incorporó quedando sentada me miró lánguidamente y sonrió.

-          ¡Qué bueno ha estado! Lo has hecho divinamente, realmente tus dedos han sido mágicos, hacía tanto tiempo que no me corría así … - Y fijándose en mi pene que estaba tieso como un palo, con el glande rojo como una brasa asomando fuera del prepucio y con una brillante gotita manando por el ojal, continuó. – Pero pobrecito, hay que ver como tienes eso, y yo tan egoísta que sólo pienso en mí, pero ahora le damos solución.

Dicho y hecho. Pasó una mano por su propio sexo y la embadurnó en los líquidos que inundaban el coño.

-          Túmbate, cierra los ojos y disfruta, ahora te toca a ti.

Así lo hice y entonces comenzó a masturbarme con mano sabia: estiraba hacia atrás la piel de mi miembro dejando todo el glande al descubierto y a continuación subía con su mano despacio hasta que lo volvía a cubrir totalmente, así repetidas veces.

Me subía un cosquilleo desde las ingles hasta el cuello al mismo tiempo que mi vientre se contraía de una manera que yo no controlaba.

Volvió a humedecer su mano, esta vez con su propia saliva para así lubricar mejor mi pene, y comenzó a acelerar los movimientos. Cerré los ojos para concentrarme en las sensaciones que percibía cada vez con mayor intensidad; ya no era un cosquilleo, eran auténticas descargas eléctricas sumamente agradables y que al mismo tiempo me causaban tal nerviosismo que no podía por más que mover mi pelvis adelantando el pene como si quisiera ir en busca de ese sumo placer que ya se anunciaba.

No resistí  mucho tiempo así, noté como si los testículos se contrajesen, como si algo pretendiera salir desde allí hasta el exterior a lo largo del pene, y así ocurrió, intensos chorros de esperma blanquecino brotaron a golpes y con cada golpe el placer se intensificaba más. Respiraba entrecortadamente emitiendo un ronco silbido al tiempo que T. me animaba con sus palabras.

-          Ya está aquí. Suelta toda la lechecita… Mírala que rica… Córrete mi niño.-Y cosas así.

Terminé de eyacular y ella seguía frotando el pene que poco a poco perdía su rigidez hasta quedar totalmente fláccido.

Aún siguió medio minuto hasta que mi respiración y mis pulsaciones se fueron normalizando, cuando notó que ya me había calmado tomó su toalla y me limpió toda la zona púbica, luego, con la misma toalla se froto la vulva para borrar todo vestigio de actividad sexual, se puso en pie y sin decir nada comenzó a vestirse. Miré como se ponía la falda y una blusa sin nada más debajo y sólo de pensar que estaba vestida, pero que al mismo tiempo estaba desnuda, comencé a excitarme de nuevo.

-          Mira, otra vez se te levanta la cosa. – Dijo guiñando un ojo. – Pero ya es demasiado por hoy, así que piensa en otra cosa. Otro día en otro lugar más cómodo repetimos, incluso podremos echar un polvo, ¿vale?  Ahora date un buen baño para bajar la calentura.

Dicho esto dio media vuelta y se marchó dejándome solo y empalmado.

Me puse el bañador y sin pensarlo mucho me zambullí en las frescas aguas del río. Nadé durante un buen rato hasta que empezaron a llegar otras personas, algunos colegas y también dos chicas.

Apenas hablé con ellos, puse como disculpa que tenía que hacer unos encargos para mi abuela y me fui a casa para, ya en mi cuarto recrearme en el recuerdo de lo sucedido y hacerme una paja monumental.