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El maqui: El rescate

en Grandes Relatos

EL MAQUI: EL RESCATE

Miguel contaba 30 años cuando en enero de 1939 abandonó España  cruzando los Pirineos de forma clandestina.

Profesor adjunto de Historia en la Universidad de Valladolid, en julio de 1936 fue depurado y encarcelado por sus conocidas opiniones en defensa de la II República Española. No era comunista, ni socialista; en realidad no militaba en ningún partido político, pero defendía que el régimen republicano era el mejor para regir los destinos de una nación moderna. Rechazaba a las viejas monarquías que sólo habían traído consigo injusticias y diferencias sociales, privilegios para unos y miseria para los demás.

Odiaba los regímenes totalitarios, que en Europa florecían, porque los consideraba castradores de las libertades; Por ello criticaba en las aulas tanto a la monarquía como al fascismo italiano, al nazismo alemán y al falangismo español.

Como decía: En 1936 fue recluido, junto con cientos de personas en la vieja estación de tranvías de su ciudad en espera para ser juzgado por … Por el mero hecho de haber defendido sus ideas republicanas.

Tuvo suerte; la intercesión del arzobispo Remigio Gandásegui, que era amigo de un familiar, le libró de la prisión y tal vez de una “ejecución” de las muchas que en aquellos días se realizaron sin que se llevara a cabo un juicio previo.

Fue excarcelado y movilizado por el ejército franquista. Hasta 1938 participó como simple soldado en muchas campañas contra la República y en noviembre de 1938, en plena campaña del  Ebro cruzó las líneas y se pasó al lado republicano.

Vivió en Barcelona hasta que las tropas nacionalistas entraron en enero de 1939. Huyó hacia la frontera con Francia y ayudado por un pastor de aquellas tierras cruzó la frontera  atravesando los Pirineos por senderos que sólo los lugareños conocían.

Se instaló en París donde algunos conocidos le ayudaron a encontrar un trabajo en una panadería: “Boulangerie au Richelieu”, situada en la rue de Richelieu.

Poco tiempo trabajó allí; en mayo de 1940, tras una fulgurante campaña militar, la Wehrmacht entró en París. El 22 de junio Francia firmó el armisticio con Alemania en Rethondes.

Miguel quería luchar contra el nazismo y por mediación de algunos círculos de exiliados republicanos españoles entró en contacto con el maquis, resistencia francesa, que luchaba en la clandestinidad contra los invasores alemanes.

La experiencia adquirida en el manejo de explosivos durante su participación en la guerra de España le convirtió en una pieza clave para el grupo de resistentes en el que se había integrado.

Aunque seguía las órdenes de un tal Marcel, prefería actuar él solo ya que ideológicamente sus tesis políticas estaban muy alejadas de las de los otros componentes del grupo en cuya mayoría eran comunistas o anarquistas, sólo le unía a ellos el enemigo común. Por su tendencia a actuar él solo se ganó el sobre nombre de “Le Loup Solitaire espagnol”, y  Le Loup fue su nombre en clave para la organización.

Nadie de la organización sabía que vivía en un pueblecito al sur de París, Ponthierry, muy cerca del Bois Saint-Assise. De esta manera se cubría de posibles delaciones que algunas veces se producían, bien por dinero, bien por torturas en los calabozos de las SS.

Las órdenes las recibía en la lista de correos y de esta manera se mantenía en contacto con la organización.

Había participado en numerosas acciones de sabotaje a instalaciones del enemigo y atentados contra mandos militares alemanes. No sabía el número exacto de soldados u oficiales de la Wehrmacht que había matado, pero sin duda era un número elevado.

El día 12 de mayo de 1940 recibió la orden de liberar a dos miembros de la Resistencia prisioneros en La Rochette, un pueblecito situado al sur de Melun.

La noche del día 13 salió con su Citroën por la carretera por la rute de Bourgogne hacia La Rochette. Se desvió de la carretera para evitar los controles alemanes y llegó hasta La Rochette cruzando el bosque por algunas pistas forestales y con las luces apagadas.

A las afueras de la población había una edificación que servía como centro de detención de las SS. En ese edificio estarían, seguramente los dos miembros de la Resistencia a quienes debía liberar.

Dejó el coche a más de doscientos metros oculto entre los árboles y tras comprobar sus armas consistentes en un subfusil MP 40 obtenido de los propios alemanes, una pistola M 1911 de fabricación norteamericana, un cuchillo y varias cargas explosivas más temporizadores en la mochila.

Amparado en la oscuridad de la noche se acercó hasta el edificio y se pegó contra la pared. Nadie vigilaba el exterior. Era una especie de barracón de una sola planta y con tejado a dos aguas, en un lateral contó hasta cinco ventanas como a 1,80 metros de altura, en la parte delantera había sólo una puerta que daba acceso al interior subiendo dos escalones.  Había luz en dos ventanas protegidas por rejas. Poniéndose de puntillas atisbó por la segunda ventana. Vio a tres personas, dos de ellas estaban sentadas en el suelo de cemento,  completamente desnudas, con las manos atadas a sendas argollas por encima de sus cabezas. Mostraban signos evidentes de haber sido torturados; un hombre que parecía inconsciente y una mujer. La otra persona era un soldado con el uniforme de las SS y los galones de sargento en sus hombreras, este se acercó a la prisionera y se plantó ante ella con las piernas abiertas, desabrochó el pantalón y sacó una polla erecta al mismo tiempo que con la otra mano agarraba a la mujer del cuello obligándola a abrir la boca para tomar aire. Le introdujo el pene entre los labios al tiempo que le gritaba: Französische schlampe mund öffnet und schluckt meinen schwanz”.

La mujer daba arcadas al sentir el falo entrar hasta su garganta, de sus ojos brotaban abundantes lágrimas que resbalaban por sus tumefactas mejillas.

Miguel no necesitó ver más y se dispuso a actuar. Sigilosamente se acercó a la otra ventana iluminada y observó el interior; había otro soldado que calentaba sus manos en una estufa de leña que había en un lado de un pequeño cuarto en el que había un escritorio y dos sillas como todo mobiliario. Se acercó a la puerta sin hacer el menor ruido, dejó en el suelo la mochila y el subfusil y empuñó el cuchillo. Giró el pomo. La puerta cedió.

De un salto se plantó detrás del alemán y cuando este quiso reaccionar una férrea mano le tapaba la boca impidiéndole dar un grito y un cuchillo le seccionaba la tráquea y las arterias del cuello en dos movimientos perfectamente sincronizados.

Dejó suavemente, casi con delicadeza el cuerpo ya cadaver del alemán sobre el suelo para evitar ruidos que alertasen al soldado del cuarto adyacente.

Entró cautelosamente en la habitación donde estaban los prisioneros y con dos pasos felinos se plantó detrás del alemán que murmuraba: Hure saugt”.

Cuando el afilado cuchillo seccionó la yugular y la carótida manó un surtidor de sangre que salpicó a la prisionera en el pecho y el vientre.

Miguel depositó el cuerpo del soldado en el suelo, comprobó que el prisionero no estaba inconsciente, estaba muerto, después hizo un gesto a la mujer indicándole que permaneciera en silencio y con el cuchillo que aún estaba manchado de sangre cortó la cuerda que la sujetaba a la argolla de la pared.

Limpió el arma en la ropa del soldado muerto, guardó el cuchillo en su funda, se quitó la camisa y cubrió el cuerpo desnudo de la prisionera al tiempo que le decía mediante gestos que esperara en silencio.

Salió del edificio y tomando la mochila procedió a colocar estratégicamente los explosivos que portaba y programó los temporizadores para hacerlos explorar en quince minutos. Una vez realizada esta operación entró de nuevo en el barracón y tomando a la mujer en brazos como si apenas pesara salió rápidamente y se alejó en dirección al citroën oculto en los árboles.

La recostó en el asiento trasero del vehículo y la cubrió con una manta que sacó del maletero, puso en marcha el automóvil y sin encender las luces arrancó perdiéndose entre los árboles lentamente.

Ya se habría alejado casi dos kilómetros cuando se escuchó el eco de una explosión, seguramente aquel barracón de las SS habría volado por los aires matando a todos los que estaban en su interior.

 Cuando alcanzó la carretera de Bourgogne encendió los faros del coche y aceleró para dirigirse hacia el norte, hacia Ponthierry.

Ya serían las cinco o seis de la madrugada cuando entraba en el cobertizo que estaba adosado a un lateral de la casa en el que ocultaba el Citroën a la vista de los curiosos, se apeó y escondió la mochila y las armas en un viejo tonel que había en un rincón debajo de unos sacos vacíos, fue hasta el coche y tomó en sus brazos a la muchacha envuelta en la manta y con pasos ágiles a pesar de la carga entró en la vivienda por una puerta que comunicaba a ésta con el cobertizo

La puerta daba entrada directa a una habitación en la que había una cama, una mesita y un armario, sobre la cabecera de la cama se abría una ventana y frente a esta una puerta que daba paso al resto de la vivienda.

Miguel depositó su carga sobre la cama y cubrió el cuerpo de la mucha con la manta al tiempo que intentaba tranquilizarla con palabras; al cabo de unos instantes salió del cuarto y entró en otra gran habitación, esta constaba de una cocina de leña y un gran fogón de azulejos blancos sobre el que había un hornillo eléctrico, sobre el fogón una alacena, a un lado una fregadera de piedra blanca sobre la que se abría una ventana con las contraventanas cerradas y una gruesa cortina de flores que impedían que la luz se filtrara al exterior, al otro lado una puerta que dejaba ver un cuarto de baño; en el centro, bajo una bombilla que pendía del techo, una gran mesa y seis sillas, colgado de una de las paredes un perchero en el que había diversas prendas.

Miguel preparó una taza de café con leche que calentó en un hornillo de petróleo hornillo y se lo llevó a la joven que estaba en la habitación de al lado. La ayudó a incorporarse y le ofreció la humeante taza que ella tomó con manos temblorosas y comenzó a tomar a pequeños sorbos sentada sobre la cama.

Miguel observó el torso desnudo y lacerado de la chica en el que se apreciaban las muestras de las torturas a las que había sido sometida. Tenía unos pechos bien formados y de un tamaño más que regular que se veían cruzados por varias líneas sanguinolentas y amoratadas que seguramente habían sido producidas por una fusta u otro instrumento similar y manchas de sangre ya reseca. Junto a los pezones sonrosados y de amplia aureola se apreciaban marcas .de dientes muestra de los abusos a los que, sin duda, había sido sometida por parte de sus captores.

El rostro también mostraba las huellas de la barbarie que deformaban pero no ocultaban la singular belleza de sus rasgos: unos ojos inmensamente azules que contrastaban con el negro intenso del cabello cortado en una media melena, estaban ahora circundados por marcas violáceas producidas no tanto por los golpes sino por las horas de sufrimiento e insomnio a las que había estado sometida. El óvalo del rostro, en otro momento perfecto, se veía algo inflamado y tumefacto debido a los golpes. Tenía el labio inferior partido e inflamado y con restos de sangre ya reseca.

Terminó de beber el café y le tendió la taza con una mueca de sus labios tumefactos que intentaban dibujar una sonrisa de agradecimiento, Miguel tomó la taza y ella como si se diera cuenta ahora de su desnudez cruzó los brazos sobre sus pechos intentado cubrirlos al mismo tiempo que un ligero rubor animaba su pálido rostro. Miguel posó la taza sobre la mesita que había junto a la cama y la ayudó a acostarse cubriéndola con la manta, se inclinó hacia ella y le besó la frente al mismo tiempo que le acariciaba el cabello y le decía que estuviera tranquila y que se encontraba a salvo. La mujer cerró los ojos y se quedó dormida con un sueño aparentemente placentero.

Miguel salió al cobertizo y regresó al rato con un brazado de leña, encendió una vieja cocina, volvió a salir de a casa y regresó con dos calderos de agua que puso en el fuego. Siguió acarreando Calderos de agua con los que fue llenando una bañera situada en un cuarto de baño destartalado.

Vertió el agua caliente en la bañera y se dirigió hacia la cama en que dormía la chica. Retiró la manta que la cubría y se quedó contemplando su desnudez. Ahora vio con más detalle  las lesiones de aquel cuerpo hermoso: marcas en el vientre y en los pechos de lo que parecían quemaduras hechas con cigarrillos encendidos, moratones en los muslos y brazos. Observó también el pubis cubierto por una masa de pelos sangre y restos de semen que denunciaba las violaciones a las que había sido sometida.

La despertó tocándola suavemente en un hombro, la muchacha se despertó, abrió los ojos horrorizados y encogió su cuerpo para colocarse en posición fetal como queriendo defenderse de un posible castigo.

Miguel intentó tranquilizarla: “Chissss… Estás a salvo, tranquila. Ahora levántate y vas a tomar un baño caliente. Tranquila, ya pasó todo.

La ayudó a incorporarse y a ponerse en pie, ella intentaba cubrir su cuerpo con las manos avergonzada de su desnudez y Miguel la cubrió echándole la manta por los hombros, ella le lanzó una mirada de agradecimiento.

Las piernas casi no la sostenían y tuvo que ayudarla a caminar hasta el baño sujetándola por la cintura. La ayudó a entrar en la bañera donde se sumergió  al tiempo que su rostro dejaba ver un gesto de satisfacción al sentir el vivificante calor del agua en su cuerpo.

Aquí tienes jabón, siento no poder ofrecerte una esponja, pero aquí solo vengo en momentos de peligro y nada más hay lo mínimamente imprescindible. ¡Ah!... Y sobre esa silla tienes una tolla, no está demasiado limpia, pero puedes secarte cuando termines

La chica tomó la pastilla de jabón y de sus labios salió un débil sonido que Miguel quiso interpretar como un “gracias”.

Mientras ella se lavaba, Miguel rebuscó algo para comer, sólo había latas de conserva. Escogió dos de comida precocinada como esas que se usan en el ejército para dar a los soldados cuando están en el frente. También sacó un surtido botiquín con todo lo necesario para hacer una cura de urgencia.

Lavó platos y vasos e incluso puso sobre una destartalada  mesa una botella de vino que sacó de una alacena.

También buscó algo de ropa, unos pantalones de pana y una camisa de franela a cuadros, ambos en un estado aceptable, un poco ajados por el uso pero limpios, y los dejó sobre la cama.

La joven saló del cuarto de baño envuelta en la toalla. Su aspecto había cambiado favorablemente. El cabello mojado y echado hacia atrás dejaba ver un rostro menos patético que mostraba una cierta lozanía y una discreta belleza.

Se quedó parada en la puerta sujetando la toalla contra su pecho sin decir nada.

Miguel la sonrió tratando de darle confianza. Se le acercó, y empujándola suavemente por un hombro la condujo hasta el dormitorio.

Le dijo: “Ahora vamos a curar esas heridas. Siéntate en la cama y veamos lo que se puede hacer”.

Con suma delicadeza le aplicó en la herida del labio un desinfectante y una crema cicatrizante, luego le indicó que se tendiera sobre la cama, ella le obedeció dócilmente sin soltar la toalla que la cubría desde el pecho hasta algo más arriba de las rodillas.

Miguel la miró a los ojos con dulzura, tratando de transmitirle confianza mientras le apartaba las manos y luego bajaba la toalla hasta la cintura dejando al descubierto los senos.

Con suma delicadeza le aplicó el desinfectante y la crema cicatrizante en las pequeñas heridas que tenía en las areolas de los pezones. Detectó en ella un ligero estremecimiento y observó como los pezones se ponían algo rígidos al frotarlos ligeramente.

La miró a la cara y observó un ligero rubor en sus mejillas al tiempo que mantenía los ojos cerrados y los labios apretados.

Cuando terminó le cubrió nuevamente los pechos y levantó la toalla por su parte  inferior dejando al descubierto los muslos y el pubis cubierto por una suave mata de vello rizado que formaba un triángulo que se perdía entre los muslos.

Ella apretó los muslos como queriendo proteger su intimidad. Miguel volvió a tranquilizarla con sus palabras. Le separó los muslos suavemente dejando al descubierto la raya que dibujaban los labios de la vulva. Semioculto entre el vello se podía apreciar un ligero corte en el labio de la derecha.

Miguel tomó unas tijeras del botiquín y procedió a recortar el vello que cubría la herida del labio de la vulva para poder acceder mejor. Con los dedos separó los labios dejando al descubierto un interior de pliegues sonrosados rematados en la parte superior por el capuchón que recubría el clítoris. Aplicó el desinfectante y con un dedo la crema cicatrizante.

 No pudo evitar la erección de su pene ante la visión que se mostraba a sus ojos, por eso cubrió rápidamente la zona con la toalla y se puso en pié al tiempo que le decía que podía vestirse con las ropas que había dejado a un lado de la cama.

Abandonó el cuarto y fue a calentar la comida intentando apartar las imágenes del sexo de la chica que había estado expuesto a sus miradas y a sus manos en la forma más íntima.

Comieron en el más absoluto silencio casi sin atreverse a mirarse a la cara. Cuando terminaron Miguel recogió la mesa y le indicó que podría acostarse y descansar mientras él iba a la ciudad para proporcionarle algo de ropa.

Cuando Miguel regresó con un paquete bajo el brazo ella aún dormía. Se despertó sobresaltada al escuchar el ruido de la puerta y se tranquilizó al escuchar la voz de Miguel que la saludaba mientras llamaba a la puerta de la habitación.

El entró y dejó sobre la cama el paquete de ropas que traía: Espero que te sirva la ropa, espero haber acertado con la talla”.

Cuando el hombre hubo salido del cuarto abrió el paquete y observó la ropa que contenía: Una falda oscura, una camisa blanca, un sweter rojo y un abrigo gris; unas medias transparentes, unos zapatos negros con un poco de tacón,  unas bragas de algodón blancas y un sujetador también blanco.

Se puso la ropa que más o menos era de su talla, el sujetador le resultaba algo pequeño y le apretaba un poco los pechos pero decidió que era mejor llevarlo puesto que dejar los senos libres; los zapatos eran un poco grandes pero resultaban cómodos.

Cuando salió de su habitación ya completamente vestida se encontró con la mirada aprobadora de Miguelque giró a su alrededor observando a la muchacha: la falda era de vuelo y se ajustaba casi perfectamente a sus caderas marcando su trasero respingón el sueter algo amplio no conseguía ocultar los turgentes pechos que se proyectaban desafiantes solo contenidos por el apretado sujetador.

No está tan mal. Mejor que desnuda y con una vieja manta por los hombros”. Dijo miguel mientras sonreía.

La mujer se sonrojó al sentirse observada tan detenidamente y le dio las gracias, no sabía muy bien si por las ropas o por el dudoso cumplido.

Tengo que ausentarme para hacer unos encargos, así que estarás sola un corto tiempo, quizá uno o dos días, aquí encontrarás todo lo que necesites, no conviene que salgas afuera de la casa por el momento. Cuando regrese charlaremos y ya me contarás quién eres”.

Le vio moverse con rapidez y precisión mientras llenaba una mochila con algunas cosas. Se puso un chaquetón de cuero y se colgó del hombro la metralleta. Antes de salir a la calle le tendió una pistola y una caja de balas: “Por si lo necesitas, creo que sí sabes utilizarla”.

Desde la ventana le vio entrar en el viejo Citroën y alejarse por el camino, entre los árboles.

                                                                                                                          (Continuará)