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Como dos gotas de agua

en Lésbicos

Como dos gotas de agua

Esa era la forma de definirnos que tenían todos aquellos que nos conocían y desde luego no se equivocaban, mi hermana gemela María y yo somos idénticas, tal vez nos diferencia algún lunar o la forma de ser. A eso siempre ha contribuido que mi madre nos vistiera y peinara iguales, cosa que a nosotras nos divertía mucho, sobre todo cada vez que alguien nos confundía o se quedaba indeciso pensando en si decir su nombre o el mío, Amanda.

De un tiempo a esta parte han cambiado las cosas. Hace seis meses mi hermana tuvo su primera menstruación, sus pechos se ven más hinchados cada día y las caderas se le están volviendo torneadas bajo una estrecha cintura que realza su trasero respingón, cosa que a mi ni por asomo (sigo lisa como una tabla). Pero eso no ha impedido que a raíz de lo ocurrido los últimos días del verano nos sintamos cada vez más unidas y felices que nunca.

A finales de agosto, disfrutábamos del poco tiempo que nos quedaba de vacaciones, antes de empezar el instituto. Esperábamos ilusionadas el entrar a ese nuevo centro de estudios, para nosotras suponía era un gran paso ¡Íbamos a ir a las clases de mayores!, dejaríamos atrás el colegio de primaria que tantos y tan buenos momentos nos hizo pasar.

Tal vez porque nos sentíamos ya casi adultas, habías desechado el jugar con las muñecas en nuestro mundo de fantasías. Además mi hermana se había vuelto más retraída, apenas salía a la piscina cuando había algún familiar o amigo. Le daba muchísima vergüenza que le dijera que se estaba convirtiendo en una mujer hermosa y os aseguro que en eso tenían toda la razón. Pero... ¿no se si le molestaba más que se fijaran en ella o que se olvidaran de mí?, a quien ya nadie hacía caso. En especial cuando el piropo lo lanzaba algún hombre.

Un día me confesó que cuando se estaba bañando al medio día, mientras todos dormitaban la siesta, se metió con ella en la piscina el primo Juan que tiene 18 años, la miraba de forma extraña (casi animal) recorriéndola de arriba abajo. Se acercó sin vacilar aprisionándola contra la pared, deslizó su mano por la cadera metiendo uno de sus largos dedos por el lateral del bikini que se perdió en el interior justo al llegar al pubis. Ella se resistió estaba a punto de chillar cuando Juan le tapó la boca con la suya introduciéndole la lengua hasta la garganta, quedando el grito ahogado entre los labios.

La arremetió con dureza contra los azulejos apretando con toda la palma su sexo mientras que le clavaba, como una dura estaca, la verga por fuera del vientre. Le dio tanto asco que no pudo evitar una arcada, saliendo parte de la comida del almuerzo sin digerir, vertiéndola dentro del primo. Él escupió en el agua liberándola de su presión.

- Joder, eres una cerda.

Mi hermana aprovechó el momento para salir corriendo de allí como alma que lleva el diablo sin mirar atrás, vaya a ser que la estuviera persiguiendo. Se encerró en el cuarto y no volvió a asomar la cabeza hasta que se fueron todos, por eso no le gustaba ya la piscina.

Esa noche nuevamente volví a escuchar los ruidos que salían de vez en cuando, del cuarto de los papás, yo siempre he sido muy curiosa y de sueño ligero, al contrario que María. Descalza bajé de la cama y guardando silencio desperté a mi hermana, tuve que zarandearla varias veces, hasta que me prestó atención:

- María, María.

- Uuuummmm, ¿qué quieres Amanda?, no seas pesada que tengo sueño.

- Schiiiiiiiiissssssss, calla. ¿Quieres ver algo conmigo?.

- Amanda que es de noche, ¿no puede enseñármelo mañana?.

- No, tiene que ser ahora. Venga ven, levántate de una vez y no seas perezosa.

A regañadientes, conseguí arrancarla de la cama y las dos salimos por la puerta trasera, hasta la ventana del dormitorio de nuestros progenitores, estaba abierta así que con la ayuda de un palo descorrí un poco las cortinas.

Vimos a nuestra madre que estaba tumbada boca arriba, con el cuerpo totalmente desnudo y las manos ancladas en los barrotes del cabecero, gimiendo con los ojos cerrado. A papá sólo conseguíamos verle de hombros para abajo, tenía la espalda brillante por el sudor y la cabeza sepultada entre las piernas abiertas de mamá, sus cuerpos se movían rítmicamente, subió una mano y se perdió junto a su cara. Susurrando le dije a María:

- Les he visto hacer esto varias veces, bueno esto y otras cosas raras.

- ¿Qué cosas?.

- Bueno cosas raras, siempre desnudos y muchas veces gritándose e insultándose. Al principio pensaba que discutían, pero a la mañana siguiente siempre estaban más felices que de costumbre.

Las dos cuchicheábamos en vos baja, cuando de repente escuchamos los muelles de la vieja cama, miramos asustada. Papá se había levantado dirigiéndose a la ventana, saqué el palo y nos ocultamos entre los matojos.

Él, tal y como estaba, descorrió del todo las cortinas, nos impactó ver su "pito" de un tamaño y grosor descomunal, como nunca antes había estado. Los latidos del corazón me martilleaban en los tímpanos, papá miró de un lado a otro entornando los ojos. No podíamos movernos o nos descubrirían, empezó a picarme  todo, siempre pasa eso, cuando una no puede moverse es cuando empieza a picarle la nariz, las manos, las brazo, no podía soportarlo más, mi hermana me sujetaba fuertemente, inmovilizándome.

- Chema, qué hacer ahí asomado – se escuchó a mamá – Vente aquí, mi conejito está deseando de sentir tu lengüita.

Estabamos nerviosas y asustadas, no nos atrevimos a movernos en un buen rato, a pesar de que papá había vuelto a la cama y se escuchaban de nuevo las risas y gemidos de ambos. Armándonos de valor, salimos del arbusto y corrimos al cuarto, no podíamos pegar ojo:

- María, tú crees que esto – señalé con mi dedito la parte de la entrepierna – ¿huele mal?.

- Que cosas dices Amanda, claro que tiene que oler mal, a pipi.

- Entonces ¿por qué a papa le gusta tanto?.

- No sé – La duda estaba latente entre nosotras.

- A ver Amanda – mi hermana se sentó al filo de la cama y me retiró las braguitas – abre las piernas.

Yo le hice caso sin rechistar, bajó su cabeza y acercó la nariz a unos centímetros del sexo. Notaba su respiración caliente, que producía un dulce cosquilleo en el interior de mi vientre.

- ¿A qué huele?.

- No lo se, no huele mal.

Sacó su lengua y la pasó por mitad de mi rajita, yo me contraje algo asustada. Ella paró en seco pensando que me había dolido, al poco aflojé mi cuerpo de nuevo, pues confío en mi hermana como si fuera yo misma. Dejé que su lengua volviera a deslizarse por mitad de mi ser y otra vez sentí aquellas deliciosas mariposas en la parte baja del estómago.

- Se está mojando Amanda de algo viscoso y transparente.

A mi me gustaba lo que sentía, con la puntita abrió los pliegues externos de mi anatomía hasta alcanzar el redondo e inflamado botoncito rosado que queda en la parte alta y se dedicó a lamerlo suavemente apresado entre sus labios, intentando deshacerlo como si de un caramelito se tratase.

- María esto me gusta, es dulce y picante al tiempo – dije con la respiración entrecortada.

Escalofríos de placer recorrían mi médula espinal y los pezones diminutos se pusieron duros. Me contraje entre las sábanas, metiendo la mano dentro de mi boca para evitar hacer ruido, cuando inesperadamente, una terrible sacudida hizo temblar todo mi cuerpo inundándome las entrañas de un chorro caliente. ¡Fue la cosa más mágica que había sentido en toda mi vida!.

Ella siguió unos segundos lamiendo mi rajita tomándose aquel líquido que manaba de mi interior, luego acercándose a mi me besó en la boca, mi paladar se inundó de un extraño sabor salado.

- Así sabes.

Al separar nuestras caras, me topé con sus ojos verdosos fijos en los míos, era como si me estuviese viendo a mi misma a través de un espejo. Subí la mano creyendo que en cualquier momento mis dedos toparían contra el cristal y me despertaría de un sueño, hasta que llegaron a la cálida y suave piel de su mejilla. Le sonreí tímida mientras me besaba de nuevo, un beso fugaz apenas un roce:

- Buenas noches hermanita.

- Buenas noches.

Volvió a su cama, yo me abracé a la almohada con una sensación de plenitud absoluta. Sabía que mi hermana me quería y estaba segura de que a ella, no le cabía la menor duda de que era correspondida.

Pasó una semana de todo aquello, ninguna comentamos nada al respecto, nuestras vidas seguían siendo las de siempre "felices y apacibles". Yo en la intimidad, a veces mojaba mi dedito índice y lo pasaba por la misma puntita sensible que ella había diluido con la boca, pero no era lo mismo.

Por fin llegó el último día antes de regresar a casa, nuestros padres empezaban a impacientarse con los preparativos del viaje, encargos de última hora, regalos para los conocidos, maletas. Todo era puro ajetreo.

Tenían que bajar a la ciudad a hacer unas compras. Uuuufffffff... , nosotras nos aburríamos como ostras en las tiendas y ellos lo sabían, así que pensaron que lo mejor sería dejarnos solas en casa, además podrían ir más rápido. A todos nos pareció una gran idea

Lo que no esperábamos es que realmente nos lo pasáramos tan bien. Éramos las dueñas de la casa (eso pocas veces ocurría), así que salimos como locas a jugar saltando al agua y salpicándolo todo, aprovechando que nadie nos reñiría. Corríamos por alrededor de la piscina, atrapándonos una a la otra en un “tú la llevas” que nos aflojaba de risa, hasta que una hora más tarde acabamos totalmente rendidas echadas en las tumbonas, tomando un poco el sol.

- Amanda, ¿Te molestó lo que hice el otro día? – soltó de sopetón sin esperármelo, así que mi respuesta fue la más sincera del mundo.

- María, no me molestó, fue lo mejor que he sentido nunca.

- Que exagerada – protestó, empujándome en el hombro mientras bromeaba.

- (Reí a carcajadas) Te lo digo de verdad, parecía que flotase – mis mejillas empezaron a arder enrojeciéndose, como si fuera un volcán a punto de erupcionar – incluso he intentado volver a sentirlo con mi dedo, pero no he temblado como cuando tú… bueno, cuando tú... ya sabes.

- ¿Tanto te gustó?.

- Sí – afirmé rotundamente.

Me acerqué a su tumbona y sin tocarle la piel tiré de los cordoncitos que sujetaban su bikini, primero uno, después el otro. María miraba expectante, bajé la parte delantera quedando su pubis bañado por el sol que empezó a calentarlo. Ella abrió sus muslitos y me sorprendí de la cantidad de pelo que le había salido en esa zona en sólo unos meses. Acerqué la mano prendiendo uno de los caracolitos castaños, era sedoso, lo deshice con mis yemas antes de volver a meter los dedos por medio de aquel montículo delicioso.

Sus pelitos me cosquilleaban la mano mientras se abrían camino, mi hermana alzó su pelvis y yo bajé dos dedos separados por mitad del canal de su sexo sin rozarlo, sólo palpando aquel vello que yo no tenía. Me acarició la espalda echando la cabeza hacia atrás, respirando hondo:

- Ya mismo tú lo tendrás igual Amanda.

- No sé, el tuyo es realmente precioso.

Alcé la cara y mis ojos se posaron esta vez sobre aquellos senos firme y redondo que le habían crecido. Ella se percató y sin mediar palabra se desabrochó la parte de arriba del bañador retirándolo para mí. Lucían espectaculares, como los de las estatuas de mármol romanas y griegas que habíamos estudiado en el cole, sencillamente perfectos.

Con una actitud casi reverencial ahuequé mi palma tomando la forma de su seno sin tocarlos, mi hermana aspiró profundo y su pezón duro rozó mi piel, los acaricié por la parte baja eludiendo la aureola que se tornó oscura y rugosa. Su sexo destiló gotitas de flujo que brillaban bajo los rayos solares.

María puso un dedo bajo mi barbilla y me levantó el rostro para que la mirase, sentí súbitos deseos de procurarle el mimos placer que ella me había dado, me incliné sobre su sexo. Lo lamí, percibiendo el gusto de su coño, saboreando lentamente aquel excitante triángulo, investigué aquellos agujeritos cerrados y ocultos bajo unos dulces pliegues que latían abriéndose para mí, dando paso a su coto virgen.

Introduje un dedo, estaba tibio y lubricado, supe que era el sitio perfecto para ello. Quedó acunado en su vagina, curvé ligeramente la yema explorando aquel lugar desconocido.

Mi hermana agitaba su espalda contra la toalla que cubría la tumbona, mi pecho subía y bajaba al verla, lleno de amor y placer. El resto de la mano se enmarañaba entre sus rizos mojados mientras mi yema mecía sutilmente un tope interior semejante a una frágil membrana que cedía al contacto.

Era increíble, toda la superficie de nuestras pieles se habían transformado en una sola, tuve la impresión de que era mi propio reflejo se ondulase sobre el agua cristalina. Seguí penetrándola, bajando mi boca para beber el sudor de esa imagen que me secaba la garganta. Absorbiéndola por sus pezones, turnándome de uno a otro sin dejar de masturbarla.

Nuevamente volví a tener aquella sensación grandiosa en mi vientre, incluso los muslos me brillaban de humedad, tan mojados como mi mano. Los cerré apresándome a mi misma el sexo para frotarme en un intento de mitigar el dolor que me punzaba la vulva.

Estaba cerca del orgasmo... pero no terminaba, sino que era la prolongación de mi querida hermana que me elevaba, curvando la espalda hasta el punto máximo del deseo. Escuchábamos entre gemidos el chapoteo de nuestras vaginas a coro. Presioné su pared superior, mientras que el pulgar apretó el clítoris casi en un pellizco, nuestras entrañas se endurecieron:

- Creo que me voy a hacer pis Amanda.

- Quiero sentirlo, dámelo – no había repugnancia, lo deseaba realmente. Era necesidad de tener todo lo suyo.

Su cuerpo se descompuso en un líquido ligero y transparente que inundó el asiento, mientras el mío al unísono se vertió en un increíble orgasmo simultáneo, como si las replicas de su terremoto me hubera arrastraba con ella. María alzó a mirarlo sorprendida, nos reímos atropelladamente, nerviosas y llenas de vida. Aun embriagadas de placer limpiamos todo aquello, abrazándonos y besándonos, cada vez que nuestros cuerpos se aproximaban.

Sentimos el motor del coche de nuestros padres.

- Niñas, ¿donde estáis?.

- Aquí en la piscina - respondimos.

- ¿Cómo os lo habéis pasado?.

- Muy bien

Fuimos las dos en busca de ellos y de un salto nos acoplamos a sus cuellos, con los brazos extendidos.

- Somos muy felices.

- Nos alegramos que así sea, nosotros también. Es una suerte poder pasar aquí las vacaciones, apartadas del mundo. Se os ve radiante.

María y yo risueñas, nos dimos la mano sin esperar a más charla y salimos corriendo dentro de casa, donde disfrutamos del resto del día antes del regreso.