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Las mejores vacaciones.

en Interracial

Todavía me parece un sueño a pesar de haber pasado más de seis meses de la última noche que pasamos juntos. Cenamos en casa, Salva parecía tenso y tal vez más atento que de costumbre, recogimos juntos la mesa, de vez un cuando me soltaba un beso o una palmada en el trasero… no niego que estaba encantada con todo aquello.

Nos sentamos en el salón a ver una película que no terminamos, metió su mano dentro de mis tetas sobándomelas estrujándolas y amasándolas, pinzando los pezones con sus dedos mientras que con la lengua exploraba cada milímetro de mi boca. Uuuuffffffff… no estaba así desde que éramos novios.

Agarré su polla, joder la tenía como una piedra. ¡Que maravilla! se la saqué acelerada, deseaba follar con él, abriendo nuestras ropas sin terminar de quitárnoslas, retiró las bragas a un lado y me montó como un toro embistiendo sin descanso. Consiguió que me corriera dos veces con su polla por el coño, después se recostó y yo me senté sobre él dándole la espalda mientras me taladraba el culo sin parar, hasta que rellenó mis entrañas con su denso semen que noté resbalar por los labios vaginales, mientras yo gritaba su nombre a los cuatro vientos en un tremendo orgasmo.

Al acabar, con la respiración todavía acelerada, abrazados y sintiéndome la mujer más afortunada de la tierra, con su mano mesándome tiernamente los cabellos, me dijo:

- Carmen, quiero el divorcio.

Pensé se era una broma de mal gusto o algo por el estilo, pero era la cruda y dura realidad. Me confesó que a pesar de quererme, me había estado poniendo los cuernos con su secretaria, intentando calmar mi ira, alegaba que yo era una de las personas más importantes de su vida, que no olvidaría nunca nada de lo que habíamos vivido juntos, pero que había dejado preñada a esa chica.

- Eres un pedazo de cabrón. Total que te estabas tirando a esa puta de apenas veinte años, con carita de no haber roto un plato.

- Esa mujer para mi es especial y la futura madre de mi hijo – alzó la voz en protesta.

Yo lloraba amargamente, encima la muy cerda le había dado lo único que yo no podía darle “un hijo”, ese que tanto deseábamos y habíamos buscado por todos los medios conocidos. 

- Estoy enamorado de ella – dijo al final rematándome por completo.

Me quedé hundida, él había sido toda mi vida el único hombre con que había estado, la cabeza me daba vueltas, decidí irme a la cama para digerir aquella noticia. El sueño se resistía a llegar, hasta que bien entrada la madrugada y persa del agotamiento y la pena me quedé dormida.

A la mañana siguiente encontré una nota en la cocina, se había marchado.

“Lo siento mucho Carmen, nuestro abogado se pondrá en contacto contigo. No te preocupes, ya lo hablé con él, no te faltará de nada”.

Arrugué la nota llena de ira, hasta el bueno de Cesar nuestro abogado lo sabía, como se dice “el cabrón es el último en enterarse” y eso me había pasado a mi, que viví en un mundo de fantasía sin darme cuenta de nada.

Ahora estoy un poco mejor, he vivido momentos terribles, incluso he tenido algo de terapia, hasta ver un poco de luz. Pero no hay mal que por bien no venga así que a mis 36 años todavía me queda mucho por vivir, estoy bastante buena, con un trabajo estable, sin compromisos de ningún tipo, bien situada económicamente… ¿qué más se puede pedir? “pienso auto convenciéndome”.

Con necesidad de llenar aquel vacío afectivo, empecé a mantener relaciones sexuales con algún que otro compañero de trabajo, me tiré a uno de los mejores amigos de mi ex, que siempre se me había insinuado y a unos cuantos desconocidos que hoy en día sigo sin saber como se llaman.  Cada vez necesito sexo más a menudo, como si fuera una droga a la que me he hecho adicta.

Intentando tomar de nuevo las riendas de mi propia existencia, decidí pedirme una semana de descanso en el trabajo y marchar esas vacaciones de Navidad lejos de todo y todos. Lo último que necesitaba eran las preguntas de amigos y familiares sacando los pormenores de nuestro divorcio. La gente disfruta cotilleando de las desgracia ajena, así que saqué un billete para ir a Río de Janeiro, aquel reposo me iría bien.

En el avión conocí a un hombre carioca, de rasgos morenos, labios gruesos, alto y algo rellenito. Enseguida entablamos conversación, según se contó volvía a casa para pasar el fin de año con su familia, a mi poco me importaban todas aquellas chorradas, lo cierto es que me pareció atractivo y deseé follármelo.

Puse mi mano sobre su muslo, él me miró sonriendo sin poner ninguna objeción, bajo su bragueta se podía ver que aquello le había gustado. Me tomó por la muñeca y me colocó la palma sobre la polla yo la presioné en mi puño deslizándola de arriba abajo varias veces, después me levanté. Era de noche y la mayoría de los pasajeros dormían placidamente en sus asientos. Él esperó a que fuera al lavabo y se colocó detrás, entramos juntos. Me tomó por la cintura refregándome su verga en el culo “no vayas a gritar”, me advirtió mientras cerraba, cosa que no hacía falta, yo estaba ya muy caliente.

Me agarré con ambas manos al lavabo metálico, aquél tipo alzó mi falda bajándome las bragas a medio muslo y metiéndome su tiesa verga. Estaba muy gruesa pero no demasiado larga, nunca había probado una así, apreté mi culo hacia atrás para empalarme hasta el fondo aquella delicia, lo miré a través del espejo. Él me follaba sin descanso como un auténtico semental, con movimientos frenéticos, yo estaba cachonda. En menos de cinco minutos los dos nos fuimos como animales, tuve que morderme el labio para apagar los gemidos.

Se alzó y sacó su polla aun erecta de mí, le observé por el reflejo como se arreglaba un poco la ropa y salió, cerrando la puerta tras él. Su semen caliente me resbalaba por los muslos abajo. Con un poco de agua y secándome con papel higiénico, me quité los ríos blancos que me llegaron a los tobillos. Al salir una azafata se quedó mirando algo extrañada, hizo el amago de preguntarme si estaba bien algo preocupada, pero mi cara sonriente respondía por si misma. Volví a mi asiento, él ya ocupaba el suyo y se había quedado dormido, yo hice lo mismo aun quedaba más de tres horas de viaje, al aterrizar nos despedimos amablemente, ninguno de los dos quería más del otro.

Un autobús vino a recoger a los turistas que viajábamos juntos, para trasladarnos al lujoso hotel en el que pasaríamos la semana. Un sitio precioso, rodeado de jardines, con una playa privada que podríamos disfrutar a nuestras anchas, allí era pleno verano. En un par de días ya había entablado confianza con uno de los chicos mulatos que servían las copas en la piscina del hotel. Paolo era un hombre algo más joven que yo, de cuerpo espectacular y sonrisa de marfil. Su cultura sexual es mucho más abierta que la nuestra y eso es lo que yo iba buscando, sobre todo ahora que no tenía que darle cuentas a nadie y estaba descubriendo todo lo que me había perdido, mientras le era fiel a mi exmarido.

Bromeando preguntaba:

- ¿Cómo era posible que una mujer hermosa como tú esté sola?

- Ya ves, disfrutando de unas vacaciones y buscando algo de compañía.

Yo me dejé adular un buen rato y al final le propuse pasar por mi cuarto cuando fuera su hora de descanso, él no lo dudó ni un instante.

Al medio día lo tenía en mi habitación, totalmente desnudo en mitad de la cama, yo de rodillas entre sus muslos con la boca llena de polla, dedicándole una estupenda mamadas. Dicen que los negros la tienen grande y os aseguro que es verdad (al menos la suya), parecía una recia soga cuajada de venas que serpenteaban por mis labios cada vez que la engullía, él se dejaba hacer… le estaba volviendo loco.

Debo reconocer que las felaciones me encantan, me gusta tragármelas hasta el fondo, sentir el capullo en mi garganta dilatándose antes de expulsar los chorros calientes de esperma,  es una de las prácticas sexuales que más placer me da y desde luego a ese muchacho también.

Empezó a animarse sujetándome con ambas manos la cabeza presionándome contra su pelvis, cuando intentaba retroceder por las arcadas que me provocaba, él me retenía con más fuerza y me follaba la boca alzando su culo, haciéndomelo casi con violencia. Noté cierto daño en mi garganta y las lágrimas se me saltaron. El coño lo tenía empapado con todo aquello, deseaba que me la metiera, pero no podía hablar con la boca llena.

Pasé mi mano entre los muslos que ha esas alturas estaban húmedos y empecé a darme placer, con dos dedos en la vagina, la muñeca presionándome el clítoris, él se corrió abundantemente y tiró de mi pelo hacia arriba, de la comisura de los labios me salió un hilo blanco, que recogí con la lengua sin dejar de mirarle sonriendo. Me tiró boca abajo en la cama tomándome de las caderas para poner el culo en pompa, torció mi brazo sobre la espalda, mi mejilla apoyada sobre las sábanas, la otra mano la dejó libre para que yo pudiera seguir masturbándome a mi antojo.

Comenzó a zurrarme, con una fuerza media… la suficiente como para que el daño y el placer fueran uno. Sus golpes caía a unos y otros lados de mis nalgas, mis muslos, pellizcándome los labios vaginales, no paré ni un momento de pajearme, pero cada azote  me contraía las paredes internas impidiendo que llegase a estallar, hasta que paró y sin previo aviso escupió sobre mi ano, metiéndome de golpe un dedo largo y grueso, eso fue el detonante de la mejor corrida que había tenido en toda mi vida, me había gustado en cierto modo la violencia con la que me poseyó, ninguno de mis amantes lo había hecho así.

Se levantó sonriendo:

- Tengo que marchar,  pronto empieza de nuevo mi turno.

- Asentí con la cabeza, tumbada en la cama alucinada y satisfecha.

Al atardecer estaba hambrienta nuevamente de sexo. Fui a buscarlo por todo el recinto, incluso pregunté a algunos de los camareros, por más que intenté no pude dar con él. Esa noche tuve que conformarme autosatisfaciéndome varias veces en un duermevela que me traía recuerdos de aquella piel tostada y firme.

Me desperté bien entrado el día. Lo primero que hice tras desayunar fue ir a la piscina, allí estaba mi morenazo, que alzó un dedo lanzándome un beso al aire. Podría decir que me llegó al corazón, pero os mentiría, la verdad es que se me alojó en mi rajita que palpitó de nuevo.

Él hablaba con una rubia imponente de grandes tetas. Era obvio que lo deseaba porque los pezones se le notaban duros como piedras a través del diminuto bikini semitransparente. Yo me sentí absurdamente celosa, así que me dí un baño esperando pacientemente a que se fuera para acercarme a la barra. Nada más llegar, tomó mi mano y la besó, eso calmó un poco los ánimos:

- Ayer me la chupaste como una profesional.

Yo que pensaba decirle cuatro cosas, quedé impactada, por su comentario.

- Si quieres hoy podemos repetir, pero por la noche (deseaba disfrutarlo mucho más tiempo).

Sus labios se torcieron en una sonrisa sensual, clavándome aquellos ojos negros como puñales. No podía negar que mil ideas depravadas que se la acababan de pasar por la mente y yo chorreé de placer. Menos mal que tenía el bikini mojado y pude disimular el flujo que me manaba del coño, pero la piel del pecho se me tensó tanto que el simple roce del traje de baño me dolía.

Las horas pasaron lentas, comí y dormí la siesta, deseaba estar lo más despierta posible por la noche. Al atardecer, me pareció verlo con algunos compañeros hablando en los alrededores de la playa, miré el reloj mil veces, cené temprano, fui a la habitación y me duché. Escogí un conjunto de tanga y corpiño corto de color blanco inmaculado, resaltaba en mi piel que ya había adquirido cierto tono canela, a pesar del calor me metí unas medias de seda, completando la indumentaria con un liguero. Miré al espejo del dormitorio, parecía un zorrón y me gustaba, deseaba excitar a aquel pedazo de hombre.

Sobre las 23:00, escuché unos golpecitos en la puerta, enseguida fui a su encuentro, al abrir me lancé a sus brazos y él alzándome de la cintura sin apenas hacer esfuerzo entró dentro del dormitorio… pero no venía sólo, dos de los chicos con los que le había visto hablar, algunas horas antes le acompañaron. Uno era bajito de ojos azules que contrastaban sobre su rostro canela dándole un toque muy atractivo, el otro era una gran mole, alto, ancho, fuerte y muy muy negro, de nariz ancha y ojos como carbón.

- ¿Qué es esto?

- Son unos amigos, han venido para hacernos compañía. José, el de los ojos claros y este otro es Roberto – me presentó.

- Pensé que íbamos a estar solos.

- Si, pero a mi me pone que nos miren mientras follo, es una de mis filias que comparto con ellos, son de confianza. ¿Serás capaz de estar follando toda la noche?

Con la boca abierta no sabía que contestar.

- Podríamos probar y si te animas ellos participan.

Aquella era la propuesta más extravagante que me habían realizado nunca. ¡Era una locura!,  pero total nadie me conocía y no volvería a verlos en mi vida.

- ¿Sólo mirar?

- Nosotros no te tocaremos a no ser que tú quieras – comentó uno de los amigos.

- Pero…¿no querrás que encima que nos estemos quietos? – soltó el más oscuro de los dos.

No sabía si fiarme, entre los tres podrían violarme fácilmente sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. La sola idea hizo que mi vientre se contrajera en una sensación que no sabía diferenciar si era miedo o  deseo. Como parecieron leerme los pensamientos me calmaron diciendo

Siempre puedes gritar, vendrán los de seguridad y el móvil o el teléfono lo tienes a mano.

A pesar de lo raro que todo aquello me parecía, me daba mucho morbazo la nueva situación que se había  planteado, así que al final accedí no muy segura de lo que hacía. Los tres se desnudaron por completo, ante mis ojos atónitos, no estaban empalmados pero sus penes se bamboleaban sobre los rizos oscuros, aunque estaban a medio gas, eran de unas dimensiones más que considerables, en especial el más alto. Tomaron una silla cada uno y se sentaron tal cual estaban. Todos menos Paolo, que me dio la vuelta para que quedara de espaldas a ellos.

- No te preocupes preciosa muñeca, olvídate de que están aquí, ahora quedamos sólo los dos.

Empezó a devorándome con ansiedad los labios, lamiéndome el cuello, dibujando con su lengua los tirantes del sujetador deslizándola hasta la copa, metiéndola en busca de mis pezones. Un dedo lo movía con ritmo por encima del tanga, chupando y succionando la aureola. Dándome tanto placer que consiguió hacer que olvidara que estábamos acompañados.

La polla de Paolo erguida golpeaba mi vientre constantemente, era preciosa me arrodillé acercándola a mis labios y empecé a lamerla con delicadeza, tomándole los huevos con la mano y  sacando del todo la lengua para que pudiera verme. Jugueteando con el prepucio que aun le cubría su capullo, metiéndole la puntita de mi lengua por cada pliegue de piel, consiguiendo que poco a poco fuera asomando el glande rosado y suave:

- Joder que bien lo hace – resonó a mis espalda.

Me paré un poco, algo avergonzada, al recordar a sus amigos.

- Sigue cielo… ellos sólo miran.

Mi chocho se derritió de gusto al pensar que otros dos hombres, a los que yo no veía, seguramente se estuvieran masajeando disfrutando de mi mamada. Me sentí depravada y viciosa, retomé la tarea, cada vez me resultaba más excitante, escuchar los gemidos de Paolo y los ruidos que llegaban por detrás, de movimientos de manos y respiraciones aceleradas que resoplaban de gusto. Un cúmulo de sensaciones que no podría explicar, conseguían ponerme perra. Paolo me paró con ambas manos sobre mis mejillas, yo deseaba tragar su polla.

Para o conseguirás que me corra, esto es demasiado – soltó apretando sus mandíbulas.

Giré la cabeza y vi a los dos hombres aun sentados, como habían prometido dándose batidas en sus negros falos, caminé a gatas hacia ellos. No me había quitado nada de ropa y sin embargo el sólo roce del tanga sobre mi rajita hacía que en cada fuera una tortura, teniendo que resistir el deseo de correrme.

Ellos me vieron aproximarme y abrieron sus piernas ofreciéndose sin pudor alguno. Yo lamí los huevos del de los ojos claros que echó la cabeza hacia atrás, aproximando su culo hasta el filo de la silla, se cogió de las rodillas dejando también abierto su culo, bajé la cabeza dándole un beso negro.

Entonces noté como una mano grande se posaba por fuera de las bragas que estaban chorreando, deslizando sus dedos desde el clítoris hasta la columna, pasando por toda la rajita del coño y el culo. Mamé de nuevo los huevos contraídos y rugosos de José, pasando por cada una de las arrugas que se formaban hasta la base. Otra mano fue a parar a mis pechos, sacándolos por encima de la copa del sujetador.

Me puse de rodillas, el pecho de Paolo se pegaba a mi espalda, bajó un poco metiendo su sexo entre medias del mío, podía ver la punta asomar por encima del raso blanco la cubrí con mi palma y él empezó a pellizcarme los pezones delante de los ojos de sus amigos. Estos resoplaban pajeándose lentamente, disfrutando del espectáculo. José se puso de pié acelerando el ritmo sobre su tallo y se corrió lanzando andanadas de leche en mi cara hablando entre ellos en un idioma que no entendía.

Con un dedo aparté la tela del tanga para notar piel con piel, momento que aprovechó Paolo para metérmela de un solo empujón de riñones, mientras el semen goteaba por mi pelo y cara.

El otro negro a esas alturas tenía una polla descomunal gruesa venosa y larga. El espectáculo lo había excitado, se colocó frente a mí dándome golpecitos en los labios con su verga, yo los abría intentando atraparla mientras Paolo me follaba de una forma relajadamente deliciosa. Por mis tetas y vientre se paseaban las manos de José, mientras me despojó del sujetador, tirando del tanga hasta que lo rompió.

Paolo me susurró al oído:

- Trágate esa polla si puedes, zorrita.

Abrí la boca y Roberto me introdujo su grueso capullo impregnado de líquido seminal, por más que intentaba era imposible abarcarla por completo, su verga se abrió paso entre la lengua y el paladar llenándome por completo, el sabor salado de su semen me cubrió la garganta. Sólo había metido la mitad del tallo y ya la sentía apretándome la campanilla constantemente, llevada por la inercia del movimiento que con cada sacudida de caderas de Paolo, me inducía. En ningún momento dejó de moverse alborotado, cada vez más rápido, tardando menos de un minuto en correrse chorreándome el coño.

Yo deseaba más, estaba como posesa, la boca taponada de tal forma que apenas podía respirar, medio asfixiada. Cayendo esperma de los muslos hasta las rodillas y de mi cara a las tetas que estaban siendo atormentadas entre pellizcos y caricias por José. Frustrada por no poder comerle toda aquella deliciosa y dura carne me alcé instalándome de un salto en las caderas de Roberto.

Él puso su punta en mi entrada delantera, penetrándome poco a poco, la noté tirarme del techo del útero hacia arriba, me iba a partir por la mitad con ella, lloré de rabia más que de dolor por ser tan pequeña, la quería entera. Miré a José que se había empalmado de nuevo, calibrando su tamaño supe que ese falo si no absorbería entero mi cuerpo.

- Quiero que me folles José.

Enseñando su blanca dentadura en una sonrisa, se tumbó en la cama. Roberto caminó al filo del colchón sin bajarme de la montura, sólo entonces me vació apenas unos segundos antes de situarme a horcajadas sobre la polla de su amigo de ojos azules. ¡Así si que comencé a disfrutar!, ahora iba a mi propio ritmo, empecé a acariciarme el clítoris que noté endurecido y muy húmedo… al poco me vine por primera vez. No deseaba parar aunque me había hecho corre y empecé de nuevo la cabalgada despacio acomodándola, excitándome de nuevo.

Ellos no perdían ni un detalle, noté unas manos posándose en mis caderas, me volví a mirar. Era el más alto, que con su mano enorme me empujaba ligeramente hacia adelante, tenía el culo ofrecido. Vertió en mi ano un líquido viscoso, pajeándomelo y abriéndolo… con esas caricias me vino otro orgasmo, convulsionándome y gritando de placer rogando que no parase.

Presionó su gordo capullo contra mi orificio trasero, yo no era virgen por detrás ni mucho menos, pero jamás había tenido una doble penetración. Me dolía y quemaba, arrancándome gritos que iban entre el dolor y el placer extremo. Abrió mis cachetes con ambas manos, hasta poco más de la mitad de su verga, fue metiéndola muy delicado y lento, pasando centímetro a centímetro por mi recto que estiró como una goma elástica… entonces y sin esperármelo, dio un golpe seco de riñón que me incrustó toda la polla por el culo (creí que me iba a salir por la boca).

El otro no dejaba de bombearme por delante con aquel maravilloso cilindro. Enculada como estaba sólo podía dejarme llevar por los movimientos de ambos hombres que se acoplaron el uno al otro alternando en su follada, como si fuera una marioneta en mitad de una estupenda función.

Tirándome del pelo alzaron mi cabeza que bamboleaba de un lado a otro sin concierto alguno, frente mis ojos estaba la verga de Paolo en pleno apogeo. Inmediatamente y sin que me tuviera que decir nada abrí mi boca, él me la metió. ¡Joder, tenía tres tíos dentro!. Me sentí puta y diosa a la vez, o mejor dicho, “ la Diosa de las Putas”.

El más negro rugió desde lo más profundo de su garganta, lanzando un gemido gutural, mientras me inyectaba su semen por las tripas como un enema. José metió su polla hasta la empuñadura dejándome los labios vaginales apretados, mientras me daba la segunda inyección de esperma, pero Paolo que no hacía tanto se había venido continuó unos minutos machacándome su rabo en la garganta, hasta que repentinamente lo retiró por completo, soltando chorros y chorros blancos, cerré los ojos que quedaron cubiertos de denso líquido, tanto por las fosas nasales como por la boca me entró su leche cuando chille y aspiré buscando el aire que me faltaba por el colosal orgasmo que me vino, casi a su misma vez.

Nos acostamos los cuatro como pudimos en la cama que estaban asquerosas, llenas de sudor, flujo, semen e incluso algo de caca mezclada con esperma que había salido de mi ano al quedar vacío. Con un filo de las sábanas me limpié la cara, estaba pringada por todos los lados, el chocho me chorreaba. Haciendo grandes esfuerzos fui al baño, me sentía sucia, así que decidí darme una ducha. Paolo entró conmigo bajo el agua.

- Ha sido estupendo – le dije.

- Tú no has estado colosal, jamás pensé que te atreverías con los tres. ¡Nos has sacado bien toda la leche!.

Al salir, sus compañeros habían abandonado la habitación, tiramos las sábanas al suelo y nos acostamos sobre el colchón desnudo. Me desperté pasado el medio día dolorida y triunfal. No tenía ni ganas ni fuerzas, para salir así que pedí me subieran algo de comer a la habitación, que devoré inmediatamente hambrienta como estaba. Lo único que me dio pena era que al día siguiente abandonaría el hotel y seguramente no pudría despedirme de Paolo ni de sus amigos.

Al llegar de nuevo a casa he decidido regalarme para Reyes un precioso y enorme falo de silicona negra, al que espero dar uso para acostumbrarme a nuevas dimensiones antes de mis próximas vacaciones a algún destino caribeño.