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A mi querido primo

en Amor filial

Lo recuerdo como si fuera ayer, el día en que llegamos a la ciudad para comenzar la carrera en la Universidad de Granada. Mi primo Carlos y yo que apenas nos llevamos unos meses de diferencia y desde siempre hemos sido como hermanos, ya que al ser ambos hijos únicos y nuestras familias vivir en el mismo barrio, nos habían criado juntos, compartiendo desde la más tierna edad juegos, travesuras, risas, incluso peleas y enfados. Aunque tengo que reconocer que él siempre se ha dejado influenciar por mi carácter fuerte y dominante, accediendo sin mucho reparo a todos mis caprichos.

Con el tiempo, fuimos creciendo y tengo que reconocer que aquel niño, delgadito y no demasiado guapo si convirtió en un hermoso hombre de 1,85 de altura, pelo negro azabache, ojos verde oliva y un cuerpo fibroso y bien musculado, que creaba la expectación de todas mis amigas, que siempre me hostigaban para que se lo presentara. Si no fuera por su tremenda timidez y porque siempre estaba atento a mi, podría haberse llevado a cualquiera de ellas a la cama.

Yo por mi parte me había convertido en una joven no demasiado alta 1,63 delgada pero con unas curvas que conseguían que los chicos clavasen sus ojos en mí. No podía considerarme como se dice “un bombón”, pero he de admitir que no estoy nada mal, mi largo cabello castaño oscuro, acompañado de unos grandes y verdes ojos de tupidas pestañas y una boca sensual y carnosa de dientes perfectos, además de la ropa que siempre me ha gustado vestir (tal vez un poco provocativa y por lo que mi madre más de una vez me regaña), conseguía que siempre tuviera algún que otro chico rondándome y a más de uno le había dejado sobarse a su antojo, para luego dejarlo con la miel en los labios, me encantaba ser perversa con ellos. Carlos me lo reprochaba dulcemente y con paciencia.

Cumplidos los 19 y con unas excelentes notas, nos trasladamos a Granada, para continuar los estudios. Nuestras madres habían alquilado un pequeño apartamento para ambos, cerca del centro de la ciudad, que compartiríamos haciendo más llevaderos los gastos que eso suponían a nuestras respectivas familias, que dañadas económicamente por la persistente crisis que asolaba el país… y sin querer desaprovechar las oportunidades que una buena formación podía suponer para nuestro futuro, lo vieron como una solución perfecta.

Ese día y aprovechando nuestra recién adquirida independencia, salimos de marcha por Granada, acompañados de Raúl, nuestro común amigo, que al igual que nosotros podían permitirse el lujo de estudiar en otra ciudad. Empezamos el tapeo entrado el medio día por la barriada de las Torres, situada en la Chana, para de seguido continuar de cervecitas por el barrio de los Doctores. Yo estaba, más contenta de la cuenta, tal vez por los efluvios del alcohol o por la libertad que sentía. Raúl, aprovechaba cualquier momento para rozarse conmigo o incluso darme alguna palmada en el culo algo más que amistosa, seguida de un buen apretón. Según avanzaba el día notaba a Carlos más abstraído y distante, hasta que sobre las 7:00 de la tarde dijo mirando el reloj

- María, creo que ya está bien por hoy, mañana empiezan las clases y tenemos que irnos.

La verdad que a mi no me apetecía nada, estaba encantada y porque no decirlo excitada con la compañía de Raúl, pero tras dos advertencias más de mi primo y notando que se estaba poniendo algo serio, cosa que no había pasado anteriormente, accedí a marcharnos. Posiblemente estaba nervioso por el nuevo camino que íbamos a emprender.

Al llegar al piso, decidí ducharme. La puerta del baño no tenía pestillo, ni falta que hacía (pensé) ¡Total sólo estaba Carlos!, así que me desnudé sin más preámbulos y me metí bajo el chorro de agua tibia que consiguió recomponer un poco mi agotamiento, al salir, me encontré a mi primo allí mismo, desnudo de torso para arriba afeitándose, me pasó la toalla sin mirar y siguió con su labor.

Yo aun notaba el calentón de todo el día provocado por los sobamientos de Raúl, así que enrollada en la toalla, pregunté

- Carlos, ¿a ti te gustan las mujeres?.

- Que preguntas tienes prima, claro que si.

. Nunca te he visto liarte con nadie, ni meterle mano a una chica y mira que más de una se te ha puesto a huevo.

Carlos se volvió clavándome sus penetrantes ojos, para después deslizar la mirada por todo mi cuerpo, hasta los pies. Eso me hizo verlo de una manera que jamás me había imaginado con él (lo vi como al hombre fuerte y atractivo que en realidad era) y me deshice en deseos por acariciar sus pezones, que se habían arrugado y oscurecido.

- Carlos, ¿cuál es tu perversión mas absoluta, qué es lo que te da morbo?

Tras un breve instante, en el que noté que pensaba, o tal vez que le daba vergüenza contármela me dijo con voz queda.

- Siempre me he sentido atraído por ti, por tu fuerza y vitalidad. Me gustas, me gustas mucho y me encantaría tener la misma complicidad que cuando éramos pequeños. Donde tú siempre mandabas en los juegos y yo me moría de placer por ver la sonrisa que se te ponía cada vez que conseguía hacerlo como tú deseaba y… tampoco puedo negar que me resultaba deliciosa la forma que tenías de regañarme. Jamás que conseguido eso con otra chica, todas están impacientes porque las magree, llego a sentirme forzado por ellas ya que están predispuestas a todo, hacen lo que les diga por darle gusto a mis antojos por muy extraños que parezcan ¡Es asqueroso!.

Esas sencillas palabras, parecían que quemaron mi cuerpo, no imaginé que mi primo me deseara y mucho menos de esa manera. Yo no era virgen, con poco más de 17 años tuve mi primera experiencia con un amigo 10 años mayor que yo, con el que coincidía en los Pub, los sábados. Disfruté mucho durante un tiempo, pero cuando empecé a sentirme segura con él, a liberar mi interior, todo se fue al traste. Él siempre quería dominar y yo, desde luego era una gatita con garras, como acabó llamándome, duró poco más de 6 meses.

Luego había tenido alguna que otra experiencia esporádica, nada digno de recordar. Los muchachos se dejaban llevar hasta que echábamos un polvo o dos, después acababan aburriéndome.

Pero todo aquello, la confesión de mi primo, me hizo sacar lo más oscuro de mí, sencillamente era lo que buscaba en otros hombres y nunca lo había encontrado.

 - ¿Estás seguro de lo que dices Carlos?

- Si

- Bien, entonces podemos jugar de nuevo. Pero deberás de pedírmelo “por favor”.

 Me miró algo extrañado, pero sus ojos adquirieron una intensidad morbosa y una sonrisa curvó la comisura de sus labios.

 - Por favor, deseo que me use, que juegue conmigo y que me castigue si lo ve necesario – terminando aquella frase, que parecía haber ensayado mil veces en su mente con un rotundo -  “Señora”.

 Una oleada de sensaciones recorrieron mi cuerpo, provocando latidos en mis genitales que notaba mojados e inflamados. Hay momentos en la vida en que ocurre algo súbito, sin pensarlo más de una fracción de segundo y luego lo lamentas o lo agradeces por el resto de la vida.  Sin apenas creer lo que le estaba diciendo, le miré y solté:

- Termina de afeitarte, dúchate, pero no te vistas. Te espero en el salón dentro de diez minutos.

La verdad sea dicha, los diez minutos se alargaron al doble, pero me vino bien. Porque salí rápidamente al dormitorio y me coloqué la ropa interior negra que me ponía cuando tenía alguna cita más personal, por encima una camiseta muy ajustada negra de amplio escote y una minifalda de cuero, para terminar coloqué unas medias a medio muslo con liguero, rebusqué en el armario y encontré unos zapatos que no sabía ni porque los había traído ya que tenían un taconazo de vértigo, recogí el cabello en una cola baja y me pinté pare él, satisfecha me di un último vistazo en el espejo, yéndome al salón donde lo esperé sentada.

Él se presentó desnudo completamente, lo miré notando como el calor me contraía la vagina:

- Tráeme tu cinturón.

Al volver me levanté y caminé rodeándolo lentamente, complacida. Me sacaba bastante en estatura, tenía ambas manos sujetando su cinto como quien entrega una ofrenda a su dueño y una tremenda erección que delataba lo mucho que le estaba gustando todo aquello, colocándome detrás de él susurré:

Separa las piernas ampliamente – tomé el cinturón, por el broche deslizándolo por sus palmas – ahora entrelazadas las manos tras la nuca y sujétalas fuerte, no deseo que las bajes hasta que no te lo ordene. Él dudo un momento en contestar, rocé con el metal de la hebilla la apretada piel de su culo

- ¿Me has entendido?.

- Si, Señora.

A esas alturas ardía de apetito ante el espectáculo, estaba magnífico e imponente y él por su lado estaba cachondo, por el simple echo de tenerme tan cerca y no poder tocarme.

- Carlos, así estás precioso – le susurré cerca de su oído y el notó mis pezones punzantes en la espalda que sobresalían a través del tejido del sujetador.

Le acaricié las nalgas abriéndolas, dejando al descubierto su ano que latía de vez en cuando, le solté y sin más preámbulos le propiné cuatro latigazos, cada uno iba a parar a una parte diferente de la piel, hasta que quedo todo ligeramente sonrosado.

Pude apreciar como su espalda se curvaba de dolor y placer, pero no soltó ningún quejido, apretó las mandíbulas y se mantuvo en todo momento sereno. Se sintió humillado por aquella azotaina, sin sentido, pero con una gran curiosidad por cual sería el siguiente movimiento.

- ¿Te ha gustado?

- Si, Señora. Deseo más, por favor.

Aaaaggggg eso destapó mis instintos más primarios, me gustaba aquella insolencia que mostraba, ni niño era mucho más debil. Le pasé el dedo por mitad de la raja de su culo y presioné en su ano. Eres encantador y le introduje la yema, haciéndole círculos que provocaban que ese diminuto agujero se dilatara y contrajera con el contacto.

Le lamí la espalda deseando devorarlo, pasando una mano por su costado en ascenso  hacia adelante, rodeándole la parte baja del pecho, subí mi pierna y presioné con el muslo sus huevos que estaban rugosos y apretados, frotándoselos. El enganche del liguero le raspaba un poco aquella piel delicada, pero su cuerpo se fue hacia atrás de placer.

Me retiré por completo, dejé de tocarle durante unos minutos, estaba ansioso, desnudo, con la respiración acelerada, sentí que necesitaba de nuevo mi contacto, yo mantuve absoluto silencio, hasta que a modo de súplica él me lo pidió.

- Por favor, tóqueme Señora.

Su falo latía en el vacío, erguido y venoso. Me coloqué delante de él, me encantaba verlo, con la punta de cuero de empecé a darle golpecitos por el pecho sin llegar a rozar los pezones, él aspiraba profundamente para ofrecérmelos mejor, deseoso de sentir más, se movía ligeramente de un lado a otro intentando alcanzar por su cuenta el choque en la parte más sensible de la piel, descendí por su abdomen sin dejar de golpearlo suavemente, él subió la pelvis… pero aquello me irritó.

Poniéndome muy seria lo miré a los ojos, con mi mano alzada cerrada en puño con el índice y el corazón levantados, unidos, de forma casi ecuménica delante del rostro, los bajé en un rápido giro hasta que estallaron en un golpe seco en la punta de  su más que torturada verga. Una gota de sudor le recorrió su cuello, creí que se correría en ese mismo instante, cerró los ojos intentando tomar el control de si mismo.

Me di media vuelta dejándolo sólo, él agudizaba el oído atento a cualquier ruido que le diera una pista de donde estaba o lo que hacía, nervioso por haberme fallado, no comprendía porque me había marchado dejándolo así. Cuando regresé le enseñe un vaso con agua con hielos que tintineaban contra el cristal a cada paso.

Su pene había perdido algo de consistencia en la espera y me resultó maravilloso, verlo ligeramente fláccido y pendulante, sobre el abundante y oscuro vello púbico. Metí mi mano entre las piernas y presionándole sus huevos comencé a bombeárselos, aunque estaba fría no impidió que su verga volviera a levantarse impetuosa.

Le dí de nuevo otro pequeño azote en la punta del capullo, que él agradeció liberando algo de semen blanquecino, lo recogí con un dedo, que subí bañándole el filo de sus labios, luego pasé mi lengua por ellos para recogerlo, su boca se abrió esperando que la penetrara con acelerada respiración, mis dientes tiraron del labio inferior hasta que resbaló, lo lamí para calmar el dolor que le había provocado. Luego acerqué el vaso y se lo posé en los labios:

- Bebe Carlos, tienes la boca seca.

Cogí un hielo y lo puse en la mandíbula, ascendiendo hasta llegar a la oreja, presioné su lóbulo y una gota derretida empezó a bajarle por el cuello tenso, me acerqué y la recogí con un beso, casi imperceptible. Bajé la mano por los hombros, acariciando su pecho alrededor del pezón que se puso duro, lo apreté contra el frío cubito, oí un pequeño gemido, acerque mi boca y lamí tu teta, mientras dirigía el hielo al otro pezón, dedicándome a mordisquearle la piel fría y erizada. Alterné mi boca de un pecho a otro mientras bajaba la mano hasta que la muñeca topó contra el glande, lo introduje en mi palma que aún tenía un pequeño trozo frío y con el que lo froté. Se contrajo de gusto, adelantando las caderas para notar mejor como lo hacía, me retiré de nuevo.

Aún no podía eyacular, deseaba más su entrega que su orgasmo… le ordené que se doblara por la cintura, a lo que accedió inmediatamente. Colocándome a su costado para que tuviera mejor visión, subí la escasa tela de la minifalda arrugándola en la cadera, me deshice de las bragas ¡Joder, estaban más mojadas que en toda mi vida!. Se las dejé oler, sacó la lengua para lamer el flujo que tenían, jugué un rato acercándolas y alejándolas, hasta que finalmente se las metí por completo en la boca.

Unté mi dedo con saliva y empecé a introducírselo por su agujero rosado, jamás había follado a un hombre de esa manera, me recreé ocupando despacio sus entrañas. Esa sensación de placer, dolor y humillación le gustaba cada vez más y a mí que decir de su vasallaje ¡Me estaba volviendo loca!, con la otra mano me presioné los labios vaginales, que chapoteaban… en un atisbo de razón dejé de hacerlo pues noté que estallaría inevitablemente si me metía aunque fuera medio dedo, así que aminoré la marcha sin dejar de atender ni un segundo su ano.

- ¿Deseas más? – pregunté

Asintió con la cabeza, mascullando un “si, Señora”, masticando las bragas que tapaban su boca.

Le metí el dedo hasta los nudillos, viendo como se crispaba por el dolor, con la otra mano empapada de mi viscoso y salado fluido, le acaricié los cojones, subiéndola suavemente, recorriendo las abultadas venas con mis dedos, masajeándole la cabeza bajo el pellejo, yendo y viniendo con calma, sin urgencia, hasta que se relajó su molestia dando paso a un placentero jadeo.

Estaba rígido, grueso, anhelante de mis caricias, lo apreté con fuerza y le masturbé, rápido y duro, su pelvis se movía rítmicamente agradecida. Noté el ano dilatado por el gusto, dejando fácil acceso a su conducto, así que añadí un nuevo dedo pajeándolo  alternativamente, abriéndolos de vez en cuando dentro de su recto, girándolos de izquierda a derecha. Sus caderas oscilaban buscando saciarse, saqué los dedos y sin dejar de menearle la polla empecé a zurrarle en los cachetes, repetidamente.

El morbo que todo aquello me producía… el control sobre su cuerpo, la entrega incondicional, ¡Me sentí más mujer que nunca!. No tardo ni 2 minutos... corriendose en mi mano, se incorporó, con fatigosa respiración dejando por primera vez caer los brazos como pesos muertos a ambos lados de su cuerpo. Saqué el tanga de la boca y aspiró hondo, con los ojos cerrados, sus pulmones buscaron llenarse de aire.

Yo de pie frente él me llevé la mano a la boca. Chupé los dedos uno a uno, mirándole y luego se los ofrecí para que hiciera lo mismo. Ni se le pasó por la cabeza que estaba tragando su propio semen, no había repugnancia “Era simplemente lo que yo deseaba que hiciera y él satisfacía mi capricho”.

Le pedí que se tumbara en el suelo boca arriba, para poder ponerle mi coño en la cara, lo lamió con fuerza, cada vez le apretaba más la cara tapándole completamente la boca y la nariz y alzándome de vez en cuando… volvió a empalmarse inmediatamente cuando notó presión en sus huevos, cada vez lo estrujaba con más fuerza tirando de ellos pasando las uñas por aquella masa contraída, hasta que se soltaban.

Entonces levanté mi coño de su rostro, estaba a punto de correrme y  el lo vio, lubricado y abierto, con los labios vaginales rosados e inflamados, latiendo a escasos centímetros de su boca. Intentó lamer el clítoris con la lengua, para que le regalase mi orgasmo, ambos lo deseábamos con todas nuestras ganas. Pero en lugar de eso, me levanté.

Estaba empalmadísimo, le ordené que hiciera lo mismo, lo cogí de la polla sin molestarme siquiera en bajar la falda y guiándolo como a un mocoso lo llevé a su dormitorio. El liguero de las medias se rozaba empapado, el clítoris lo tenía a punto de estallar en cada paso, los pezones me dolían de tanta tensión. Abrí su puerta y dije:

- Ahora duérmete y no se te ocurra tocarte en toda la noche – le advertí severamente.

No entendía nada, incluso se le saltó una lágrima, en su mente estaría preguntándose ¿por qué le hacía eso? ¿acaso no había conseguido hacerme disfrutar?. Tenía la misma mirada compungida y extrañada de cuando siendo niños y sin ningún motivo yo me negaba a salir para jugar con él, para espiarle disfrutando de su confusión. Cerré la puerta silenciosamente y me fui a mi cuarto.

Sin darnos cuenta todo aquello estaba creando entre nosotros una unión íntima, un vínculo que todavía hoy, tras varios años y numeras vivencias en común perdura, aumentando su sumisión, su entrega y reafirmando en mí como aquello que desde que tenía uso de razón necesitaba.

Al llegar al dormitorio, tuve que masturbarme cuatro veces seguidas, me corrí en silencio apretando con el puño las sábanas para no gritar de desesperación, mis dedos no llegaban a satisfacerme. Pero el sólo hecho de saber que él estaba justo detrás de la pared… que pasaría toda la noche pensando en mi, con la polla empalmada, enrojecida y sobre todo ¡obedeciendo sin tocarse!. Me daba una plenitud y un placer mayor que cualquier otra experiencia sexual de las que había tenido hasta ese momento.