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PARTE I: Mi tío, mi tutor, mi amante.

en Gays

Mis padres decidieron que fuese a un internado para chicos (del que omitiré decir el nombre), donde mi tío Manuel era director, pensando que allí recibiría una buena educación y volvería a tomar las riendas de mi vida. Os aseguro que la recibí, aunque jamás se imaginaron que tipo de cosas aprendería allí.

Apoyado en la pared echaba la “pota” como otras tantas veces antes de llegar a mi casa, no muy consciente de lo que pasaba en realidad. Era viernes por la noche, volvía del botellón, con las tripas revueltas y los falsos de los vaqueros pringados. 

- Marcos… Marcos.

Alcé los ojos enrojecidos por el alcohol, hacia la voz desconocida y me topé con mi tío Manuel, al principio no sabía quien era entre la neblina que se formaba en mi mente.

- ¿Marcos, estás bien?

Empecé a reírme nerviosamente

- De puta madre tío.

Él me lanzó una mirada capaz de atravesarme y tirándome de una de las orejas me puso erguido.

- ¡Joder, cabrón suéltame! – grité.

- Eres una vergüenza, venga tira para casa.

Menos mal que no estaba muy lejos pues el mamón no me soltó del pellizco en todo el rato, cosa que me hacía estar algo más despierto y caminar a buen ritmo. Llegamos al portal y llamó a casa.

- Lola, abre soy Manuel, traigo a tu hijo – Escuché algo aturdido.

- Capullo, suéltame – intenté zafarme de su mano, pero él me tiró con más fuerza mientras caminábamos hasta el ascensor.

- Me das asco – escupía sus palabras en mi cara – Con sólo 18 años y ya eres un desecho humano.

Aquello me molestó muchísimo, no por las palabras en si, que ya las había escuchado hasta la saciedad de boca de mi padre, sino por la forma en que las dijo y el asco que desprendía su mirada.

Al abrir la puerta del piso mi madre con los ojos llenos de lágrimas me abrazó, dándome besos.

- Quita vieja, no seas pesada.

Mi padre que estaba detrás, se encendió en cólera, apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos dando un puñetazo a la mesa, que posiblemente le hubiera gustado estamparme a mí en los morros. Los efluvios del alcohol y los porros que llevaba encima hablaron por mí:

- Estoy hasta los cojones de todos ustedes, sois unos mierdas, no os enteráis de nada.

Mi madre lloraba acongojada, mirando a su hermano:

- Manuel, no sabemos que hacer, esto se repite todas las semanas, cada vez más a menudo.

Empujé a mi madre hasta estamparla contra la pared.

- Tú calla puta.

Mi tío no pudo más y me arreó un guantazo con el revés de su mano que consiguió hacerme sangrar el labio, el sabor metálico de mi propia sangre me provocó una arcada que subió a la boca, zambucándola allí mismo en el suelo.  Tambaleándome y agarrándome a los muebles llegué al cuarto, me tiré en la cama a dormir la mona.

Al día siguiente, me dolía la cabeza y encima todos parecían haberse puesto de acuerdo para hacer el mayor ruido del mundo.

- Queréis callaros ya “so gilipollas”, quiero dormir. – grité, tapándome la cabeza bajo la almohada.

La puerta de mi dormitorio se abrió de par en par, entrando la luz del sol que me cegó, era mi tío Manuel.

- Te esperamos en la cocina, vístete y sal – me giré sobre la cama dándole la espalda - Si no estás allí en diez minutos vendré yo a llevarte.

Todavía me dolía el labio partido y el dolor en la oreja, me recordaba vagamente el camino de regreso a casa. Pensé que sería mejor ponerme de pie o ese cabrón era capaz de llevarme, como había dicho.

Al entrar en la cocina, mi madre y mi padre me esperaban sentados, el tío Manuel con su vestimenta siempre negra de la que sólo resaltaba el alzacuellos blanco inmaculado,  me esperaba dando paseos de un lado a otro de la habitación.

- ¿Qué coño queréis? – solté muy gallito.

Mi madre no pudo hablar empezó a llorar de nuevo, los ojos los tenía amoratados e inflamados de tanto llorar. Habló mi padre:

- Hijo, le hemos dicho a tu tío Manuel que viniera este fin de semana, para que viera con sus propios ojos lo que está ocurriendo, estamos desesperados y tú no te das cuenta de que te estás estropeando la vida. Le hemos pedido, que te lleve con él al internado que dirige, no queremos que acabes en un correccional o en el hospital con el hígado reventado. A pesar de estar a mitad de curso, ha hecho las gestiones necesarias y hoy mismo te marchas.

- ¿Pero qué decís? – comencé a reírme – Eso ni lo soñéis.

Mi tío apoyó los puños sobre la mesa, con la cara a escasos centímetros de la mía, su estatura de casi dos metros acompañada a un cuerpo macizo y una fuerza física que intimidaba a cualquiera, dijo:

- Esta noche cenarás con los demás alumnos, no comerás nada hasta entonces. Saldremos al medio día, no quiero que vomites en mi coche y si piensas que por ser cura no voy a ponerte en tu sitio estás muy equivocado.

Efectivamente, estuve sin pegar bocado todo el día, tampoco es que lo quisiera tenía el estómago como la suela de un zapato. Mi madre preparó una maleta que ella misma cargó en el coche. Yo me planteaba si montar el espectáculo o mantener la cautela, pero viendo la mala leche que gastaba mi tío, además del cabreo que tenían mis padres decidir callar… ya se me ocurriría algo. Las dos horas de trayecto las pasamos en un sepulcral silencio, al llegar sacó la maleta y me la tiró a los pies, el jodido me aplastó uno (creo que a cosa echa), la recogí a regañadientes y le seguí, me mostró donde pasaría el resto del curso escolar.

Al principio lo pasé muy mal, todos me tomaban por el sobrino pelotas del director (cosa más lejos de la realidad) y me miraban recelosos, así que nadie se acercaba a mí a no ser que fuera imprescindible o simplemente con la intención de humillarme… en especial Ramón, mi compañero de cuarto. El típico machito de la clase que aprovechaba los dos años de repetidor para hacerse el amo e iba siempre acompañado de sus lameculos.

El primer mes sufrí los estragos del síndrome de abstinencia, no dormía apenas, sudaba como un marrano, tiritaba y las tripas se me retorcían, perdí más de diez kilos.

Un día como otro cualquiera, en que la clase la impartía mi pariente, uno de los compañeros quiso pasarse de listo. Mi tío sin inmutarse le requirió para que se quedase al terminar la clase, el muchacho se puso blanco como la pared, yo que ya empezaba a razonar, me daba cuenta de que allí pasaba algo raro, así que decidí aislarme de los demás (cosa que no me costó, ya que normalmente estaba solo) y observé desde un resquicio de la puerta lo que pasaba en el interior de la clase.

Allí estaba el chico, un adolescente de mi misma edad, inclinado hacia adelante, con las dos manos fuertemente sujetas a la mesa del maestro, los pantalones y calzones bajados hasta medio muslo, mi tío le estaba azotando con su  mano que marcaba la blanca piel del trasero. El tablero estaba mojado por las lágrimas que caían en silencio, perdí la cuenta de cuantos le dio, al terminar le obligó a ponerse de rodillas todavía sin cubrirse  y pedir perdón. ¡Era lo más alucinante que había visto!, el chaval así lo hizo, pidió perdón mientras mi tío le acariciaba el pelo, diciendo que esperaba hubiera aprendido.

Aquello había terminado, corrí a quitarme del medio antes de que me descubrieran y yo también pillase “rasca”, escondiéndome en un aula que quedaba enfrente de la nuestra. Cuando todo estuvo en silencio salí para marcharme, fue entonces cuando a través del ojo de buey de la puerta vi a mi tío con su polla en la mano masturbándose como un poseso, hasta que salió de él chorros y más chorros de semen. ¡Joder, el muy mamón se excitaba viendo el culo de los adolescentes mientras les zurraba!.

Esa noche cuando todos dormían me acerqué al dormitorio del muchacho que había recibido la paliza, abrí despacio y me lo encontré despierto, su compañero roncaba profundamente. Le hice señas para que saliera, deseaba saber más sobre todo aquello, además podría utilizarlo a mi favor para salir de aquel puto lugar.

Se llamaba Sergio, yo le conté mi historia como había llegado a parar allí y lo que había visto, él algo desconfiado al principio no quiso soltar prenda, pero después de casi tres horas hablando a escondidas, empezó a confesarme que era normal lo que había visto. Que de vez en cuando don Manuel (que así llamaban a mi tío), buscaba cualquier escusa para azotar a alguno de ellos. A pesar que muchos lo habían puesto en conocimiento de sus padres nadie había hecho nada al respecto.

 

Todos los que estábamos allí eran por un motivo u otro “chicos problemáticos” de familias bien situadas a las que no le interesaba un escándalo, ni deseaban tener de regreso a sus hijos, pudiendo librarse de ellos internándolos allí durante todo al curso. Además de que mucho veían bien una disciplina férrea…  y en realidad, ninguno podía alegar que se hubieran propasado sexualmente con ello.

 

- Pero este año es peor desde que Pedro, el chico que siempre acompañaba a tu tío como una sombra, ha terminado sus estudios – dijo más como un pensamiento en alto que como un comentario.

- ¿No hay manera de poder hacer algo, que todos sepan lo que pasa?

- Ya lo han intentado pero se encubren unos a otros es como una secta donde nadie delata.

 

El año escolar proseguía y todo iba cada vez peor, Ramón la había tomado conmigo e intentaba joderme la existencia.

Un día, mi tío me ordenó quedarme después de clase, se me heló la sangre en las venas, no sabía el motivo, pero seguro que como mínimo me daría una buena azotaina. Cuando todos se fueron, se acercó a mí y sentándose a mi lado me dijo amistosamente poniéndome la mano sobre la pierna:

 

- Marcos veo que estás mejor, ya no tienes “el mono” tienes buen aspecto y eso me gusta.

Yo estaba receloso y no sabía donde quería llegar con todo aquello, pero su mano subía lentamente por dentro del muslo.

- Creo que podrías sacar muy buenas notas y ser mi ayudante, quien mejor que alguien de la familia, los compañeros te respetarían más y nadie se meterá contigo.

 

No me lo podía crees ¿se me estaba insinuando o eran imaginaciones mías?, su mano paró cerca de mis testículos, mientras yo temblaba.

- Seguro que podemos entendernos bien.

 

Me levanté muy asustado, tirando la silla a retirarme de él para salir corriendo.

 

Esa tarde, cuando abría la puerta de la habitación tres chicos me salieron al paso, se abalanzaron sobre mí, dándome un fuerte empujón en el pecho que me hizo trastabillar y caer dentro del dormitorio. Me alzaron por los brazos, lancé un quejido de dolor mientras me arrastraban hasta reclinarme al lado de la cama, otro trabó la puerta con una silla. Era Ramón y sus colegas, sacó una cinta americana de la mochila y cortando un trozo me amordazó.

 

Se sentó en la cama a mi lado, me tiró del pelo, refregándome la cara sobre su entrepierna (pode sentir su erección y el penetrante olor a polla que desprendía):

 

- Hola Marcos ¿sabes una cosa? – chasqueó la lengua sobre el paladar - estamos cansados de que tu tío nos escoja a su antojo para sobarnos el culo y después hacerse una paja. Seguro que tú puedes mejorar la situación de todos, podrías ser la nueva muñeca de juegos para él… así nos dejaría en paz.

No daba crédito a mis oídos, ¿me estaban proponiendo convertirme en el objeto sexual de mi propio tío?.

 

- Pero él tiene que disfrutar… así que mañana te acercarás tú y le dirá que tienes repasar algo sobre la lección y no se te ocurra salir corriendo como hoy. ¿Me has entendido?.

 

Yo asustado como estaba asentí con la cabeza. ¡Maldita sea mi ocurrencia!, porque inmediatamente noté como la polla le batió dentro de los pantalones, emitiendo un gemido de placer.

 

- Uuuummm que gusto me das, parece que estás deseando empezar. Pues bien, para que te hagas una idea de lo que tienes que hacer, vas a empezar a practicar ahora mismo.

Se sacó su verga y me la pasó por las mejillas, que dejó pringadas. Después tiró de la cinta adhesiva y obligándome a abrir la boca me la metió dentro. ¡Estaba aterrado!, me estaba tragando el rabo de otro tío y sentía que de un momento a otro me iba a cagar en los pantalones… pero de verdad.  El guió mis movimientos con sus manos hasta que se vació dentro de mi boca, yo escupí al suelo asqueado.

- Eres idiota, no te das cuenta de que esto es lo que vas a tener que hacer y bien hecho, así que ahora vas a seguir practicando.

 

Me obligaron a mamar las pollas a los tres hasta que todos y cada uno de ellos se corrió en mí boca, tuve que tragarlo todo y después lavarle los restos que se le pegaban en los huevos y el vello púbico con la lengua. Me sentí más humillado que en toda mi vida.

 

- De ahora en adelante te conviene que me tengas contento a tu tío y desde luego a nosotros.

Esa noche no pude pegar ojo, me lavé la boca muchísimas veces, hasta que me sangraron las encías... pero ese insoportable sabor que no se iba, Ramón se descojonaba de mi cada vez que me veía levantado. No quería pensar lo que tendría que hacer al día siguiente, pero me había quedado claro que si no cumplía las cosas irían a peor.

 

Pasé la mañana bajo las miradas inquisitorias de los muchachos que hacía escasas horas me habían agredido y temiendo a que diera la hora de terminar las clases y volverme a tener que ver con ellos. Alcé la mano:

 

- Don Manuel, le importaría atenderme al final de clase. – salió la voz en un débil hilito - tengo algunas dudas sobre el tema.

- No hay problema, lo atenderé al terminar.

Tenía que pensar algo y rápido, sabía que de una forma u otra me estarían observando para ver si cumplía con mi parte del trato… pero ¿el qué?. El tiempo pasó volando, mucho más rápido de lo que deseaba y seguía sin tener idea de cómo librarme. Los compañeros abandonaron el aula, quedándonos los dos a solas:

 

- Bien Marcos,  ¿de qué querías hablar?.

 

Me levanté de mi asiento, dirigiéndome hasta la mesa de él, donde seguía sentado, hasta quedar a medio metro.

- Don Manuel, he estado reflexionando sobre lo de ayer… yo no deseo seguir en este internado y le aseguro que he aprendido la lección, así que si tenemos que pasar el resto del curso juntos, podríamos hacerlo bien. Yo sería su ayudante “en todo” y usted da el visto bueno a mis padres para que vuelva a mi vida normal. Le aseguro que por la cuenta que me trae no volveré por el camino que llevaba.

 

Aquellas palabras se me atragantaban en la garganta, él se apartó un poco de la mesa y pude ver un bulto que se le marcaba bajo la bragueta, aunque la erección no era descomunal, me turbaba pensar en lo que me tocaba hacer ahora.

- ¿A qué se debe este cambio? - soltó receloso.

Yo no esperaba aquella pregunta y no supe que responder, me puse rojo como la grana titubeando sin poder contestar.

 

- Mira, te seré sincero Marcos… desde que era adolescente supe que las mujeres no eran lo mío. Entré como religioso, pensando que tal vez ese sería mi destino, terminé la carrera de teología ordenándome sacerdote. Después saqué la cátedra de historia, ejercí como docente en este internado y descubrí mi verdadera vocación, con muchos esfuerzos lo hemos llevado a ser un gran centro educativo. Mi debilidad son los chicos jóvenes, pero jamás he obligado a nadie a hacer nada contra su voluntad y este cambio en tan solo unas horas no lo veo normal.

 

Sus palabras sobrias, en lugar de asustarme, me dieron una confianza que no pensé tendría nunca hacia aquella persona que tanto despreciaba. Pero no me sentía capaz de confesar lo que había ocurrido en mi dormitorio, así que solo alegué:

- Tengo que hacerlo es lo mejor para todos – y me hinqué de rodillas ante él.

 

Él se apartó un poco aguantando la respiración acelerada, el tamaño de su verga había aumentado considerablemente y una mancha de humedad se le marcó en la tela de su negro pantalón. Aproximé mi cabeza apoyando ambas manos en sus rodillas esperando que él abriera la bragueta… en lugar de eso me cogió de la cabeza y me apartó.

- Ponte de pie Marcos, no tienes que hacer nada – los pezones se le marcaban claramente bajo la camisa.

 

Aquello me desorientó y aunque os pueda parecer una locura, incluso sentí ganas de chupársela de verdad. A mis 18 años ni siquiera me había planteado mis inclinaciones sexuales y mucho menos después de lo que me habían hecho aquellos salvajes, pero estaba deseando de veras a un hombre, alguien de mi mismo sexo. Se levantó y abandonó la clase y dejándome sólo.

Fui a los servicios caliente como no lo había estado antes para darme una paja…

 

(Lo que no sabía es que me habían seguido y allí tendría una sorpresa).