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París

en Trios

Después de que con 23 años me nombraran director comercial, mi primer viaje al extranjero, acompañado del gerente, fue a Francia. Cenando en el restaurante de un Sofitel de París, mientras hablábamos, noté que no me estaba prestando demasiada atención, mientras miraba más de lo normal hacia su izquierda. Miré hacia la mesa que había a mi derecha y vi a dos mujeres que debían rondar los treinta y tantos o cuarenta. Guapas las dos, con rasgos hindúes y elegantemente vestidas eran el motivo de la distracción del gerente, que rozaba ya lo sesenta años.

Él tonteaba descaradamente con ellas y yo me maldecía por no tener algunos años más. Llamó al camarero y le indicó que llevara una botella de champagne a la mesa de las dos chicas.

“Cabrón!”, pensé, te vas a poner bien esta noche”.

Ellas agradecieron el gesto desde su mesa, sin levantarse, pero más tarde, cuando ya se retiraban, se acercaron a la mesa, se presentaron en un perfecto inglés, y nos dieron una vez más las gracias por la botella. A la media hora, aproximadamente, sonó un teléfono que había en la pared, cerca de nosotros. El camarero lo cogió, se acercó a nuestra mesa, y nos dijo que era una de las señoras que habían cenado en la mesa de al lado. El gerente se levantó para dirigirse al teléfono pero en ese momento el camarero le pidió disculpas, y le indicó que le habían pedido hablar conmigo. Visiblemente contrariado se volvió a sentar mientras yo, nervioso, me encaminaba hacia el teléfono. Me dijo que le gustaría devolverme la invitación y me pidió que subiera a su habitación, indicándome el número. Le dije al gerente que una de ellas me había pedido que subiera y me despedí de él.

No sabía con cuál de las dos había hablado y estaba expectante por saber quién abriría la puerta. Aunque las dos estaban muy bien, una de ellas tenía más pecho y esperaba que fuese ella.

“Hola, entra por favor”, me dijo.

No era la que yo había pensado, pero estaba tremenda. Con un camisón negro de encaje semitransparente me sonreía, seguramente, por la cara de bobo que se me había puesto. Sus pezones se marcaban perfectamente debajo de la fina tela. Cerré la puerta tras de mí y sin pensármelo, la agarré por la nuca y le comí la boca. Hice que giráramos 180 grados y la aprisioné entre la puerta y mi cuerpo. Seguimos lamiéndonos la boca, comiéndonos y frotando nuestros cuerpos pudiendo ella notar la dureza de mi polla a través del pantalón. Mis manos recorrían el camisón, amasando sus tetas, pellizcando sus pezones, perdiéndose por debajo de la tela para manosearle el culo y apretarla más contra mí. Las suyas, recorrían mi espalda, mi culo, hasta apretarme fuerte los huevos y subir y bajar por mi polla que amenazaba con hacer estallar el pantalón. Sin dejar de comernos, me desabotonó la camisa, la tiró al suelo, me quitó el cinturón, desabrochó el pantalón, mientras con su rodilla y finalmente con su pie lo bajaba hasta el suelo. Después de sobar mi polla por encima del bóxer, finalmente lo bajó también dejándome totalmente desnudo. Así atravesamos el pequeño salón, sin dejar de magrearnos, hasta llegar a la puerta de la habitación.

Allí, me giró dejándome de espaldas a la puerta y, mientras me pajeaba lentamente y me besaba, empujó la puerta, me volvió a girar y vi a la otra mujer sobre la cama, tendida de lado, mirándonos, vestida únicamente con un tanga negro mientras se acariciaba suavemente las tetas que yo antes había imaginado. Nos hizo un gesto para que nos acercáramos. Me tumbé junto a ella y mi boca fue de forma instintiva hacia sus tetas. Lamí con ansias sus pezones, los mordía, tiraba de ellos con mis dientes, mientras notaba cómo la boca de la primera bajaba por mi torso y mi vientre hasta llegar a mi polla. Sin dejar de jugar con los pezones de la otra mujer, bajé mi mano para acariciarle el coño por encima del tanga que ya se había humedecido.

Movía sus caderas, buscando frotarse más con mi mano, jadeando, hasta que me la cogió y la metió en su tanga para que masajeara su empapado coño. La otra, mientras tanto, chupaba con ansias mi polla a la vez que me pajeaba. Sin dejar de mamarla en ningún momento, me colocó un preservativo, se sentó sobre mí y, lentamente, fue bajando hasta metérsela entera.  Así se quedó varios segundos que se me hicieron interminables, hasta que por fin comenzó a moverse lentamente, sin sacarse ni un centímetro, frotándose contra mí.

Yo mientras tanto no paraba de pellizcarle el clítoris a la otra, recorriendo su mojada raja arriba y abajo, hasta que se incorporó, se quito el tanga, y se sentó sobre mí dejando su coño a la altura de mi boca, de frente a la otra mujer que seguía moviéndose sin parar con toda mi polla dentro. Apretándola con sus músculos hacía que viera las estrellas. Yo comencé a comerme el coño que tenía a tiro como un desesperado. Lo lamía, le mordisqueaba el clítoris y finalmente le metí la lengua entera, follándola de esta forma al tiempo que ella se frotaba el clítoris y se lo golpeaba con las yemas de los dedos.

La visión que tenía era alucinante, ese coño jugoso a punto de estallar en mi boca, ella tocándose y esas dos tetas moviéndose sin parar, eran el sueño de cualquiera. A la otra no podía verla, pero notaba cómo estaba ya botando de forma desesperaba sobre mi polla que entraba y salía una y otra vez de su coño. Por sus jadeos, sus gritos y las contracciones de su coño deduje que estaba a punto, y así fue. Un alarido precedió al orgasmo que le sobrevino, gritando, sin dejar de follarme notaba los espasmos de su coño. Eso hizo que el efecto dominó se pusiera en marcha, mis músculos se tensaron, el placer que sentía era infinito cuando mi polla explotó dentro de ese apretado condón. Jadeaba, gemía y resoplaba en el coño de la otra mujer que tampoco pudo resistirlo más y se vació totalmente sobre mí, entre convulsiones, gritos y palabras que no llegaba a comprender.

Exhaustos, nos tumbamos, intentando recuperar la respiración, sin dejar de acariciarnos los tres.

Me levanté para dirigirme al cuarto de baño y, cuando volví, me encontré con una agradable sorpresa que os contaré en el siguiente capítulo.