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Fin de semana en la playa

en Lésbicos

Cuando a Ana le comentó su marido, que durante el largo puente que tenían pensado pasar en la playa junto con sus amigos Mario y María, no les podría acompañar por motivos laborales o, en el mejor de los casos, no podría ir hasta el lunes, y le dijo que por qué no iba ella, Ana no sabía que estaba al comienzo de una vida completamente nueva.

Al principio se mostró algo reticente ya que no sabía bien qué pintaba ella sola con la otra pareja, pero entre los tres y el paso de los días se convenció de que le vendría bien unos días de relax. Así pues, ese viernes pasaron a recogerla a media mañana y, tras parar para almorzar por el camino, llegaron sobre las 5 de la tarde al apartamento de la costa alicantina. Decidieron aprovechar un par de horitas de playa y se cambiaron rápido.

No había mucha gente, aún así escogieron un lugar algo apartado y María se despojó de su ropa quedando en top-less. Los pechos de María eran algo más pequeños que los de Ana, pero desafiaban la ley de la gravedad y estaban coronados por unos bonitos y firmes pezones. Ana no sabía bien qué hacer, ya que aunque había estado en top-less con ellos en otras ocasiones, ésta sería la primera vez que estaba sola. Finalmente se decidió y observó de reojo cómo Mario la miraba mientras se quitaba la parte de arriba de su bikini. Se dispuso a ponerse crema protectora por su cuerpo y le pidió a María que se la extendiera por la espalda. Se tumbó y disfruto de las suaves manos de María recorriendo su espalda el poco tiempo que duró.

-         “¿Por qué no me pones tú a mí la crema, cariño?” Le preguntó María a Mario mientras se tumbaba boca abajo.

Mario se acercó a ella, puso algo de crema en la palma de su mano y masajeó con ella la espalda de María con mimo. Siguió con sus piernas, empezando por las pantorrillas y subiendo poco a poco hasta llegar a sus nalgas. Ana miraba de reojo y veía perfectamente cómo le dedicaba más tiempo de la cuenta a partes donde el sol no llegaría jamás, cosa que no disgustó a María por el pequeño respingo que pegó y respondiendo abriendo algo más sus piernas.

-         ”¿Te das la vuelta?”, preguntó Mario, y mientras María se daba la vuelta Ana no pudo evitar ver la erección que se había formado en el bañador de Mario.

Éste comenzó esta vez por las piernas, entreteniéndose de nuevo bastante por la entrepierna de María y subió por su vientre hasta llegar a los pechos de María. A Ana se le pasó por la cabeza que María no llegaría a lamerse ella misma los pezones como sí podía hacer ella y por un momento se le cruzo por la mente “a mí no me importaría ayudarla”…, mientras veía cómo Mario ponía algo más de crema en sus manos y con sus palmas rozaba, casi sin tocar, los pezones de María en movimientos giratorios para luego apretar un poco más y masajearlos con ganas. Estaba algo confusa, por un lado le hubiera gustado ser María para sentir lo que ella estaba sintiendo con esas manos sobre sus pechos y que le habían hecho cambiar el ritmo de su respiración, pero por otro lado tampoco le hubiera importado ser Mario y ser ella quien masajeara los pechos de María. Cuando se dio cuenta se había excitado más de lo esperado con esos pensamientos y notó cómo se estaba mojando.

-         “Voy a refrescarme un poco”, dijo, y se levantó algo nerviosa para rebajar su temperatura en el mar.

De vuelta en el apartamento y después de una buena ducha, cenaron algo y, tras una conversación sobre asuntos banales, decidieron acostarse temprano ya que estaban bastante cansados del ajetreo del viaje.

Los dos dormitorios estaban contiguos y Ana se acostó tan solo con unas braguitas y se tapó con la fina sábana mientras puso en funcionamiento el ventilador de techo que había encima de la cama. A los pocos minutos comenzó a escuchar risitas en la habitación de al lado, que con el tiempo pasaron a ser suspiros y gemidos.

-         “Se están metiendo mano, qué envidia”, pensó, mientras escuchaba cómo el volumen de los gemidos iban en aumento y el cabecero de la cama de sus amigos empezaba a golpear suavemente contra la pared.

-         “Joder, ya se podrían cortar un poco”, se decía y, de forma instintiva, se destapó hasta la cintura, mojó las palmas de sus manos con su lengua y comenzó a masajear sus pezones como por la tarde Mario le había hecho a María.

Esto, unido al aire que desprendía el ventilador hizo que rápidamente sus pezones se pusieran duros y comenzó también a suspirar mientras escuchaba cómo el cabecero golpeaba cada vez con más fuerza la pared. De nuevo el mismo sentimiento de confusión: le hubiera encantado ser quien recibía ese polvo por parte de Mario aunque al mismo tiempo disfrutaba pensando que era ella quien hacía gemir a María de esa forma. Excitadísima introdujo una de sus manos en sus braguitas mientas con la otra pellizcaba fuertemente un pezón. Llegó a su clítoris y comenzó a frotarlo con energía. Normalmente le gustaba recrearse en esto y hacerlo todo despacito, pero entre el calentón de la playa y escuchando cómo follaban los otros dos al otro lado de la pared, no estaba para muchas florituras. Los jadeos de Mario y María se convirtieron prácticamente en gritos; Ana también estaba a punto de llegar e hizo todo lo posible para hacerlo al mismo tiempo, frotando con ansias su clítoris mientras se chupaba el pezón derecho. Los alaridos de María y Mario le confirmaron que habían tenido una corrida bestial y ella explotó pocos segundos después cuando los otros dos ya estaban en silencio, entre gemidos y jadeos. Las risitas al otro lado de la pared no dejaban lugar a dudas: la habían escuchado.

A la mañana siguiente escuchó cómo Mario le decía a María que iba a bajar a por el periódico y a reconocer un poco la zona para ver dónde desayunar, y después de oír que María salía de la ducha se levantó para darse también un refrescante remojón. Lo necesitaba. Cuando llegó a la cocina con una blusa blanca larga que le tapaba hasta media pierna se encontró a María envuelta en una toalla. Estaba espectacular. Ana se apoyó media sentada en un taburete de la cocina mientras dejaba un pie apoyado en el suelo.

-         “¿Te costó conciliar el sueño anoche, no?”, le preguntó María con una sonrisa malévola.

-         “Pues sí, hacía bastante calor”, contestó Ana algo avergonzada.

-         “Venga tonta, que te escuchamos, no te pudiste resistir al escuchar nuestro polvo, ¿eh? ¿Sabes por qué estaba Mario tan caliente anoche? Porque cuando le     empecé a pajear le dije flojito al oído que se imaginara que eras tú quien se lo hacía”.

Ana se quedó estupefacta, sobre todo cuando María le preguntó a continuación si había estado alguna vez con una mujer. Ana contestó que no, aunque sí había fantaseado con ello. María, que estaba detrás de Ana, le apartó un poco el pelo de la nuca y le besó el cuello diciéndole que ella sí había fantaseado con ella. A Ana le recorrió un escalofrió por todo el cuerpo al notar esos labios calientes y esa húmeda lengua en su nuca, mientras las manos de María la rodeaban y agarraron sus pechos. Cerró los ojos, se mordió el lado inferior y se le escapó un leve suspiro.

-         “Ven conmigo”, le dijo María, mientras de la mano la llevaba hacia el sofá.

De pie, de frente a ella, la besó en la boca. Ana al principio se dejaba hacer, pero pocos segundos después abría su boca respondiendo a los besos y lametones de María con el mismo deseo que ella. María se apartó un poco, le desabrochó la blusa y la dejó en braguitas mientras ella se dejaba caer la toalla que la envolvía. Debajo no llevaba nada y Ana comprobó que, al igual que ella, iba totalmente depilada, aunque ella se dejaba un fino hilito de vello hacia arriba y María un pequeño y perfectamente recortado triangulito de vello muy cortito. Se volvieron a acercar, se besaron y notaron cómo sus pechos se unían. Las manos de María recorrían todo el cuerpo de Ana hasta posarse en su trasero. El culo de Ana, fruto de las muchas horas de natación, era objeto de deseo de todos las que la conocían y María era una de ellas.

María sentó a Ana en el sofá, se puso de rodillas ante ella y bajó su cara hacia su entrepierna. Le quitó las braguitas, separó sus piernas y le subió un pie al sofá. Comenzó a lamer los labios exteriores de Ana que ya estaba completamente mojada. Bajó un poco hacia su ano y le dedicó un buen tiempo con su lengua para luego subir lentamente y llegar hasta su clítoris que chupó, succionó y mordió con ternura. Ana estaba totalmente fuera de sí al hacer realidad algo que muchas veces había soñado. Se pellizcaba los pezones para aumentar más su placer y notó cómo María volvía a bajar su lengua para hacer primero circulitos en la entrada de su vagina y luego meterla hasta donde podía. Los jadeos de Ana se hacían más intensos al sentir cómo la lengua de María no paraba de entrar y salir de su coñito mientras con su pulgar le frotaba con energía el clítoris. Arqueó su espalda, sintió cómo el orgasmo se acercaba como un tren de mercancías. Imparable, con una fuerza descomunal, no tardó en sentirse totalmente arrollada entre fuertes gemidos y convulsiones.

-         “¿Te ha gustado?”, le preguntó María “¿Te gustaría probar a ti?”

Ana besó suavemente a María, saboreando sus propios jugos, y esta vez fue ella quien la sentó en el sofá en la misma posición que ocupó ella antes. Las muchas veces que había fantaseado con esa situación siempre había tenido la duda de si llegado el momento no le iba a echar para atrás el sabor a mujer, pero cuando lamió tiernamente el empapado coñito de María se le disiparon todas las dudas. No solo no era desagradable, sino que le encantaba el sabor y aroma que desprendía. Llevó la lengua al clítoris de María y comenzó a jugar con él arrancando los primeros gemidos de su amiga que le sujetaba la cabeza como pidiendo que no se retirara de ahí. Los lametones de Ana iban en aumento e introdujo dos deditos en la vagina de María, apretando y masajeando su punto G mientras con su lengua no paraba de lamer su clítoris. María no iba a aguantar mucho y Ana, consciente de ello, cuando notó que los músculos de María se tensaban para explotar, metió medio dedo de la mano que tenía libre en el culito de María que al sentir eso estalló entre gritos surgiendo de ella una gran cantidad de flujo que Ana bebió con deseo. Ana, con la boca totalmente empapada, se levantó y besó ardientemente a su amiga.

Cuando escucharon la llave en la puerta se apresuraron a recomponerse; Ana se puso rápidamente la blusa mientras María se tapaba con la toalla y se sentaron. Mario, al entrar, miró a ambas por un segundo, vio las braguitas de Ana en el suelo, observó las mejillas encendidas de ambas mientras un fuerte olor a sexo invadía toda la estancia. Tan solo de imaginarse lo que había ocurrido ahí hizo que tuviera una erección en cuestión de segundos y, al darse cuenta, balbuceó…

-          “Yo……yo me voy a cambiar”. Las chicas se miraron divertidas, rieron y se dieron un tierno beso para luego levantarse para hacer lo propio y disfrutar de un estupendo día de playa.

CONTINUARÁ…….