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Masaje tántrico II

en Hetero: General

      Perdida la noción del tiempo y del espacio, envuelta en una nebulosa de la que ni podía ni quería salir, los ojos aún cerrados, volví a sentir sus manos recorriendo todo mi cuerpo. Masajeaba mis hombros, mi cuello, mis pechos. Sus manos descendían lentamente por mi tripa para llegar a la cadera que agarraba con ambas manos pidiéndome que separara bien las piernas; extasiada, las separaba para recibir sus manos surcando la cara interna de mis muslos hasta llegar a los pies.

Parecían tener alas sus manos deslizándose rápidamente hacia arriba y hacia abajo.

Su voz me sacó del éxtasis e hizo que abriera los ojos para encontrarme con su polla delante de mi cara. Estaba endiabladamente dura, mojada, brillante. Sentí deseos de metérmela en la boca y comérsela hasta hacerlo explotar.

      Adivinando lo que en esos momentos pasaba por mi cabeza acercó sus dedos a mis labios y los metió en mi boca; se los lamía lujuriosamente y no tardó en cambiar los dedos por la polla a la que rendí honores.

      Volvía a estar muy excitada; bien abierta, mostrando mi coño empapado y comiendo lascivamente aquella polla me sentía puta, muy puta y deseé que me follara; imperiosa la necesidad de sentirme taladrada por aquella tremenda dureza.

      No dejaba de mirarme; sus ojos brillaban como brillan los ojos cuando el deseo los alcanza y se hacen palabra no pronunciada, eco en el sexo que desata el estremecimiento, complicidad de los cuerpos hambrientos, animales en celo prolongando el quejido.

      Si sus ojos hablaban, su respiración era ya jadeo, su cuerpo se tensaba y su cabeza empezaba a inclinarse hacia atrás acompasada con las entradas y salidas de mi boca.

-¿Quieres seguir María?, preguntaba con la voz entrecortada.

-No puedo parar, respondía yo, sin dejar de comérsela.

-Quiero que vayas a la camilla, dijo tendiendo su mano para levantarme.

    Las piernas me temblaban al ponerme en pie; aprisionó mi cuerpo contra el suyo y beso tras beso me fue llevando a la camilla.

     Se separó de mí para alcanzar un almohadón triangular que colocó a la altura de mi cintura; situándome sobre él, boca abajo, mi cuerpo quedó doblado en dos con el culo bien en pompa. Se puso aceite en las manos y empezó a masajear mis nalgas; las amasaba, las retorcía; las abría y las cerraba y aquellos movimientos me encendían sobremanera.

      Lo sabía, me sabía deseosa de su boca, de su lengua, y me la dio; su lengua recorriendo las nalgas se acercó a la entrada, acariciada ya por uno de sus dedos; su lengua lamía alrededor del dedo que acababa de colarse y se removía dentro provocando dilatadas olas de placer.

      No fui consciente de la cercanía de su polla en mi culo, hasta que la sentí dentro, toda dentro. Empezó entonces un lento bombeo que hacía que notara cada centímetro entrando en mí, provocando un estremecimiento tras otro, jadeos ya incontrolados, palabras que se escapaban de mi boca pidiéndole que no dejara de follarme.

      El ritmo iba en aumento; agarraba mis caderas arremetiendo contra mi cuerpo. Paraba y me besaba, boca, cuello, espalda y volvía a darme con fuerza; se deshacía en gemidos y las embestidas eran cada vez más fuertes, más profundas. Pendiente de mis sacudidas, sintiendo mis contracciones en su polla, dejó de follarme. Quitó el almohadón, arrastró mi cuerpo al borde de la camilla, levantó mis piernas y abriéndolas hundió su boca en mi coño provocando olas que hacían que mi cuerpo se retorciera y que agarrara su cabeza para apretarla más contra mí. Gritando, entregada a la lujuria, le tiraba del pelo y le pedía que me mordiera, que me follara con su lengua.

      Se incorporó; colocado entre mis piernas que ya descansaban sobre sus hombros, arremetió contra mi empapado agujero. La fuerza de las embestidas era tal que hacía saltar mis tetas. Sin descanso, a un ritmo bestial, entraba y salía.

     Apoyada en los codos, podía ver como toda su polla entraba en mí y aquella visión junto con sus bestiales embestidas, ya sus huevos entraban en mí, estuvieron a punto de hacerme estallar.

     Sabía que me tenía a punto y no quería que me fuera ya; dejó de follarme para metérmela en la boca; yo mamaba con desesperación aquella polla que tanto placer me estaba dando; agarraba mi cabeza y empujaba contra mi boca, encabritado; sacaba la polla para meterme los huevos que yo mordisqueaba hasta hacerlo gritar; era placer y era dolor.

     Mis piernas abrazaban su cintura cuando volvió a comerme el culo para follarlo nuevamente; los dos estábamos tremendamente excitados, a punto. Me pidió entonces que le apretara fuertemente los huevos; sus manos se agarraban a mis tetas, amasaban mis caderas y me follaba sin pausa haciendo que cada arremetida fuera un quejido, un espasmo continuo. La presión que ejercía en sus huevos hacía ya que gritara de purito dolor cuando inició la frenética cabalgada que me llevó al orgasmo.  

      Desencajado, salió de mí; acariciando mis tetas y mi coño y llevando mi cabeza al borde de la camilla, me la metió en la boca para recuperar la dureza perdida tras el apretón de huevos. Empujaba enfebrecido llevándome a la náusea; sentía que me ahogaba. Dándose cuenta, hizo que me pusiera a cuatro patas en la camilla; se colocó detrás de mí embistiendo desde atrás; chocaba contra mis nalgas violentamente, con furia. Y ya nuestros cuerpos eran quejido, ya nuestros gritos anunciaban el estallido. Y ya nuestros cuerpos caían exhaustos sobre la camilla; y ya todo era agua; y ya el placer era cálido, líquido.